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Errores por MikaShier

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Capítulo 12. El cielo no es azul

 

El corazón lloraba y al cielo no le importaba. Brillaba con intensidad, como si fuese el mejor día de la vida. El viento soplaba, caliente pero no insoportable. Las nubes habían desaparecido, dejando un panorama despejado. La luz entraba por las persianas entreabiertas y reflejaba en el juego de porcelana que descansaba en la bandeja, sobre una de las mesas de servicio. El aire olía a té y a miel. Y a panqués. Y a medicamento. La combinación de aromas resultaba irritante, igual que las paredes blancas, el cielo perfecto, el estúpido panqué y el diseño del juego de té.

 

El horario de visitas comenzaría en un rato y Rin no se sentía del todo preparado, estaba tranquilo en la penumbra y nadie le había obligado a encender las luces. Al menos no por el momento. Se acarició el brazo distraídamente y volvió a mirar su habitación temporal. Se sentía atrapado y tranquilo en partes iguales. Recorrió su antebrazo con las yemas de sus dedos, sintiendo los tenues relieves de su última «jugada kamikaze», como Gou insistía en llamarlo, de hacía varios días. Habían sido más profundas que las habituales y Rin no entendía del todo por qué lo había hecho. Todo, en su cabeza, era un constante remolino. Las ideas iban tan rápido como venían. Lo que fue dejaba de ser y al rato volvía a ser. Sus ojos se clavaron en el juego de té. Las comisuras de sus labios tiraron hacia arriba.

 

Porcelana. Era una mentira. Estaba casi seguro de que la jarra sería de algún tipo de plástico recubierto a tal forma que pareciera porcelana. Tan engañoso como la ventana, como el jardín bajo ella y como toda la instalación. Rin ni siquiera podía salir de su piso sin compañía, pero podía ir a las salas comunes y a los clubs que impartían ahí, pintura, música, confección y estaba seguro de que había escuchado que en una de las alas había modelado en barro. La ventana tenía una pequeña abertura arriba, donde las enfermeras apenas alcanzaban y tan pequeña que quizá solo cabría su brazo.

 

Rin no intentó romper la ventana, pero estaba seguro de que, aun si lo intentara, no lo lograría.

 

La puerta se abrió y por ella entró su madre junto a Gou, quien prendió la luz. Eso lo trajo al presente. Ambas se acercaron a él y besaron su mejilla con cariño. Gou se apresuró a servirse una taza de té y tomar una rebanada del panqué, mientras su madre lo miró con cansancio.

 

— ¿Cómo dormiste? —cuestionó. Rin suspiró y forzó una sonrisa.

 

—Bien, desperté hace rato —respondió, desviando la mirada hacia Gou, que se sentaba en una de las sillas al lado de la cama.

 

—Me alegro, cariño… Pero, ¿por qué no has desayunado? —acarició la mejilla de su hijo antes de volverse a la chica, que comía a sus anchas. Ella detuvo el acto al momento y se encogió de hombros.

 

—La comida no se desperdicia —musitó tras traga. Dio un trago al té—. Además, hermano necesita proteína, no harina. Puede beber el té y yo puedo conseguirle una hamburguesa. Y una bebida energética, ¿qué dices, Rin? —el aludido sonrió, alzando una ceja.

 

—Una hamburguesa, una soda y te dejo comer todo el pan.

 

—Niños, se supone que debe seguir… —Gou la interrumpió en cuanto estrechó la mano con Rin.

 

—Hecho. Ahora vuelvo, mamá. Prometo que tendrá tanta lechuga que será hasta balanceado —su madre suspiró, resignándose. Gou apuró el panqué y el té, levantándose en cuanto terminó y saliendo de la habitación.

 

Ninguno de los dos dijo nada tras la partida de Gou. Era incómodo, quizá demasiado incómodo. Rin nunca admitió nada de lo que le sucedió en esos años y nadie pudo obligarlo. Gou tampoco le contó a su madre, pues comprendía que no estaba en ella tomar esa decisión. Rin tenía que saber cuándo sería el momento, sólo él podía decirle. Había sido un acuerdo no estipulado y él realmente se lo agradecía. Su madre no sabía nada y aun así tenía esas enormes ojeras, lucía tan cansada y todo era culpa de él.

 

Cuando lo internaron, declararon que no estaba en condiciones ni tenía la capacidad de tomar decisiones y el atento contra su vida no le ayudó mucho. Estaba, además, tan drogado... Haru no había dudado en ningún momento acerca de llamar a Gou y ella contactó a su madre, quien enseguida viajó a Tokio. Ella logró ingresar a Rin.

 

Desintoxicarlo no fue un proceso muy largo, duró poco más de una semana en eliminar la droga de su sistema. Y recobrar su consciencia lo ayudó a hundirse en la vergüenza. Se recordó gruñendo, gritando, maldiciendo y suplicando. Recordó la mirada que Rei le daba y la última vez que lo vio solo le escuchó disculparse. Luego, cuando comenzó a asistir a terapias y comenzó a medicarse con antidepresivos, Rin se calmó y Rei volvió.

 

Sus cajones se llenaron de bocetos que fueron incrementando y mejorando con el paso de los días. Y Rin tenía arranques de ira, tristeza. La desesperación hacía de las suyas a veces y entonces dejaba de pensar, o pensaba demasiado. Encontró la manera de lastimarse, en ocasiones. Y las cosas que le permitieron, le fueron arrebatadas. El cuadro de su familia, del equipo de Iwatobi y Samezuka, su collar.

 

Y una cajita de terciopelo celeste.

 

Pero aquello había sido hacía meses y al momento ya las tenía de vuelta. Aunque eso no borraba los actos. Estar mejor no significaba que había dejado de estar mal. Cuando vio a Asahi todo explotó en su cabeza. ¿Podías amar a dos personas a la vez? ¿Podías estar enamorado de un recuerdo? Porque ver a Asahi le ponía nervioso, le hacía sonreír como idiota y le aceleraba el corazón. Pero…

 

Cuando estaba solo, y la luna se veía, abría esa cajita de terciopelo que había conseguido tanto, tanto tiempo atrás. Estaba seguro de que a Haru no le hacía falta. Haru estaba bien sin ella. Y Rin estaba bien con ella. Un anillo de oro bastante simple, pero lleno de sentimientos, reflejaría la poca luz de luna que entraba por la ventana. Su mente se perdería en esa ocasión hacía más de un año. Lo reviviría y sentiría su piel arder.

 

Él habría dicho sí, Haru lo habría abrazado, se besarían, llorarían de felicidad si era necesario. Dormirían juntos esa noche y Rin perdería su virginidad con Haru y no con un extraño a cambio de dinero. Al día siguiente, ambos lucirían sus anillos ante sus amigos y no tardarían mucho en acordar una fecha y ponerse manos a ello para hacer una fiesta. Los meses pasarían y los planes comenzarían a cumplirse. Después de casarse legalmente, frente a pocos testigos, llegarían al salón reservado, donde se encontrarían con todos sus amigos, de Iwatobi, de Sano, de Tokio, de Sídney. Los felicitarían, pasarían al banquete. Y entonces, Rin conocería a un antiguo compañero de equipo de Haru: Asahi.

 

Él nunca sabía qué pasaría al conocer a Asahi, pues sus ilusiones se desmoronaban torno a él. Y esa era la cuestión. ¿Amaba, de verdad, a Asahi? Creía que sí, porque lo hacía sentir bien. Y creía que no, porque no solo se trataba de hacerlo sentir bien. Entonces, el anillo de compromiso era encerrado de nuevo en esa cajita de terciopelo y Rin tomaba el collar que Asahi le regaló en la quinceava cita.

 

Asahi, quien le había pagado por sexo.

 

Asahi, quien se ponía los calcetines antes que la ropa interior. Quien aún sin conocerlo bien, le había dicho que merecía algo mejor. Quien lloraba ante las historias que se desarrollaban en su mente y se excusaba del llanto con sus pastillas para la alergia. Quien se esforzó por verlo sonreír y aún más por escucharle reír. Quien era capaz de pagar tres mil yenes sólo para ver con él una película rentada. Quien se hacía el interesante para ver si a Rin podía interesarle. Quien era como uno de esos animalitos que uno no se puede sacar de encima. Quien lo invitó a un helado, a jugar videojuegos, al cine, a cenar, a nadar. Quien lo hizo sentir vivo cuando él se creía muerto. Quien investigó su horario para poder invitarlo a salir. Quien decía que se había enamorado en nueve días. Con quien peleó cada día, pero se reconcilió en el siguiente instante. Asahi, el que creía en lo que su madre decía, que «un chocolatito calentaba el corazón».

 

Asahi, quien se quedaría incluso si Rin lo rechazaba.

 

No era que Rin tuviese que elegir entre Haru y Asahi. Haru no era una opción. Haru era inalcanzable. No era que Asahi fuera menos puro que Haru, pero Asahi lo estaba aceptando con todo y errores. Haru no había aceptado ni uno. La decisión que Rin debía tomar era confiar en su corazón y dañar a Asahi o simplemente hacerse a un lado.

 

Miyako miró a su hijo con preocupación. Más de una vez había sido testigo de cómo Rin se perdía por completo en sus pensamientos, mirando a la nada y con una expresión de nostalgia que la estremecía. ¿Por qué habían llegado a ese punto?

 

Ella había intentado que sus hijos lo tuvieran todo. La partida de Toraichi la destruyó un poco, pero por ellos había salido adelante. Se había esforzado, había hecho todo lo que estaba a su alcance para darles la mejor de las vidas. Dejó que Rin partiera a Australia para que se recreara, lo dejó luchar por su sueño y le ayudó cuanto pudo. Lo apoyó cuando llegó a Iwatobi, su mano entrelazada con la de Haru. Le animó cuando, el día en que Rin se mudó, lloró en su hombro y le prometió que la llamaría seguido. Rio cuando la primera carta llegó, porque su precioso hijo era así, hacía las cosas que le gustaban y se esforzaba y sus costumbres eran difíciles de borrar.

 

Estuvo ahí para él, pero Rin jamás la buscó.

 

¿Qué era lo que había hecho mal? Si pudiera retroceder en el tiempo, jamás hubiera permitido que Toraichi saliese en ese barco pesquero. Si ella hubiera presentido el mal, si ella hubiera podido prevenirlo, quizá su hijo no estaría tan perdido y tan solo. Quizá su difunto esposo la habría ayudado a encaminar a su hijo en las vías correctas. Quizá juntos habrían visto la relación de Rin y Haruka florecer. Quizá habrían asistido a su boda y Rin habría hecho de todo para ser quien quería ser.

 

Era frustrante, agobiante, horroroso ver a su hijo despojarse de sus sueños, desechar sus esfuerzos e ignorar su talento. Era horrible verlo morir lentamente y que, a pesar de que ella lo diese todo, no pudiese ayudarlo. Si tuviera la oportunidad, daría su vida para que él recuperara su brillo.

 

Se sentó junto a él en la camilla y acarició su mejilla. Él pareció volver al presente, pues alzó la mirada y forzó otra sonrisa. De esas que a Miyako hacían llorar por la noche.

 

— ¿Cómo te fue con Asahi-kun y Nanase-kun ayer, cariño? —Rin iba a responder, pero no pudo hacerlo. Miró a su madre con extrañez.

 

—Haruka no vino, mamá —ella negó levemente.

 

—Por supuesto que vino. Estuvieron aquí diez minutos, antes de que cambiaran con Tachibana-kun y Sou-kun.

 

—No lo vi. Asahi entró y me abrazó, hablamos un rato, pero Haru no estaba aquí. ¿Por qué estaría aquí?

 

Ella vio la indecisión brillando en sus ojos. Se estiró y besó la frente de su chico, peinándole hacia atrás el cabello.

 

—Quien sabe, Rin. Quizá estaba aquí para ver que estuvieras bien.

 

—Él me odia.

 

—Por supuesto que no —Miyako suspiró y tomó la mano de Rin. Él la sintió fría y delgada, ásperas—. Él tiene que entender en algún momento. Y tú también. Ambos cometieron muchos errores, cariño, pero pueden perdonarse mutuamente.

 

—No creo que podamos volver a estar…

 

—No, Rin, no digo eso. Creo… Incluso creo mejor que no vuelvan a ser amigos. Pero eso no quita el hecho de que ambos merecen disculparse con el otro. Él no te escuchó y tú no lo escuchaste a él. Ambos reaccionaron a la situación y actuaron como mejor les pareció.

 

— ¿Tú sabes lo que yo hice? —cuestionó el pelirrojo, sintiéndose asfixiado. Su madre sonrió levemente.

 

—Trabajaste en varios restaurantes, abandonaste tu carrera universitaria y te enfocaste en pagar la deuda de Nanase-kun. Sou-kun me contó.

 

El alivio que Rin sintió fue enfermizo. Soltó la mano de su madre y dobló las piernas, abrazándolas. No quería más tacto. Rin era una bomba fétida. Contaminante. Corrupta.

 

—Él también se siente culpable, Rin. Pero ambos actúan de maneras distintas. Yo no sé todo, pero creo que sí deben hablar, por eso permití que viniera a visitarte —el aludido suspiró— ¿Por qué no lo quieres ver? Siempre fuiste el primero en buscarlo.

 

«Siempre había estado detrás de Haru, ¿por qué ahora se apartaba?»

 

—Solo quiero verte bien, amor. Quiero que recuperes esa sonrisa tuya que siempre parecía burlarse de todo —ella suspiró. Se levantó y caminó hacia la puerta—. Iré a hablar con el médico, ¿vale? Asahi-kun vino a visitarte, lo invitaré a pasar.

 

Cuando Asahi entró, revolvió el cabello de Rin a forma de saludo. El pelirrojo sonrió a medias, dándole vueltas al collar que había tomado del buró. Para el contrario, aquello no pasó desapercibido.  Se acomodó junto a él en la cama y le sonrió, mirándole las manos.

 

— ¿Entonces? —cuestionó. Rin le miró, sintiéndose tonto e imbécil— ¿Terminaste el dibujo que me mostraste? —negó.

 

—No, no fui a la clase de la noche… —Asahi lo vio tragar en seco y su corazón dio un vuelco— Oye…

 

— ¿Sí? —tomó la mano ajena. Rin entrelazó sus dedos.

 

—No creo que vaya a estar listo. Creo que nunca lo estaré —admitió. Asahi acarició el dorso de su mano con suavidad.

 

—No estoy pidiéndote nada, Rin. Solo quiero estar en tu vida, ¿no me quieres aquí?

 

—No soportaría la idea de no verte nunca más, no digas tonterías. Pero yo no creo que pueda corresponderte. No sé si puedo amarte como tú dices que me amas a mí.

 

—Eso no importa, yo puedo amarnos por los dos. Sé que tú no puedes, sé que no estás listo. Pero también sé que no es por lo que piensas. No es porque tú hayas hecho lo que hiciste, no es porque no lo merezcas —besó su mano con cariño y sonrió con tristeza—. Sé que no puedes amar a alguien sin antes amarte a ti mismo. Y sé que te odias más de lo que yo creo que te odias.

 

—Asahi, ¿cómo puedes soportarlo? —su voz sonó queda y temblorosa. El nombrado sonrió, encogiéndose de hombros.

 

—No lo soporto. Odio que te odies como no tienes idea, haría de todo porque dejaras de sentirte así, por sacarte del hoyo donde ese idiota te hundió. Tienes que entender que, si yo estoy aquí, no es para hacer que me ames. Estoy aquí porque yo te amo a ti. Y aún si no te amara, seguiría aquí. Estoy aquí porque quiero borrar tus errores. O al menos, lograr que no signifiquen nada. Pero sé que eso no está en mí.

 

—Quiero amarte —Asahi asintió y le dedicó una sonrisa orgullosa.

 

— ¿Quién no querría? —Rin rio. De verdad, rio. Asahi tenía esa capacidad para hacerlo sentir bien con su presencia— Bien, entonces, conociéndote como te conozco… ¿Quieres que le diga a Haru que venga? Ayer nos dio privacidad, pero…

 

—Sí. Por favor. Hay que terminar con esto —el contrario asintió y se levantó para ir a la puerta, con la mano hecha puño, dejando la de Rin extendida sobre la sábana. Vacía. Le sonrió—. Gracias.

 

—Bien, bien. Volveré pronto. Come un poco, apuesto a que la única que ha probado bocado fue tu hermanita.

 

Rin asintió y Asahi se fue.

 

Mientras caminaba hacia la salida, miró su mano y abrió el puño. Ahí estaba su corazón. El collar que Rin le había regalado le devolvía el brillo de las lámparas. Le devolvía su recuerdo, su cariño. Y le dolía. Apretó el dije y se lo colgó, suspirando. Rin era como la botella prohibida en la repisa más alta de sus padres, y él como el adolescente que se creía capaz de beberla. Estaba decidido hacer lo que fuera, incluso renunciar a él si eso le hacía bien. La luz del perfecto día le hizo entrecerrar los ojos. Si su sufrimiento le hacía feliz, ¿qué le deparaba? Suspiró.

 

Pues, para empezar, el cielo no era azul. Y esta no era una historia de amor.

 

Notas finales:

N.A.: Bueno, investigué sobre el tratamiento para la drogadicción y un blog decía que duraba un año. Pero pues, alb. Rin no era un adicto, solo la tomaba cuando se sentía más mal que mal. (¿) En fin, ya he dicho que los datos no prometen ser reales. A que no se esperaban que actualizara, ¿eh, eh, eh? Es que será el día en que los muertos reviven.


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