Padre adoraba ver como los ángeles se llevaban bien entre ellos. Por lo que las muestras de afecto, estaban más que permitidas. Pero había un límite que no se podía pasar. Los ángeles tenían prohibido enamorarse.
Un beso no estaba prohibido, pero un beso que buscaba expresar un amor romántico o quizás un amor carnal, estaba en contra de las reglas.
Kise se dio cuenta de que Aomine había llegado al Inframundo por estar enamorado de él. Y no solo eso…
Ese deseo de estar con él de nuevo, sus latidos acelerados, algunos suspiros que soltaba por él, el calor que solía aparecer en su pecho cuando estaba juntos o pensaba en él… Los ángeles no conocen el amor romántico, por eso no pudo darse cuenta antes.
—Yo estoy enamorado de Aominecchi… —dijo Kise mientras se miraba al espejo. Por reconocerlo, otras de sus plumas se volvieron negras. Kasamatsu lo miraba de una manera triste.
—Kise, tendrás que olvidar ese sentimiento o si no…
— ¿Cómo podré olvidarlo? Todas las cosas que hice por Aominecchi eran porque yo lo amaba de esa forma.
Kasamatsu estuvo a punto de decirle algo más, pero un recuerdo invadió su mente. —Kise… ¿tu turno no era ahora?
— ¿Eh? —Se había olvidado de sus responsabilidades como ángel, debido a todo lo que había pasado. —Lo siento, senpai. Pero tengo que irme ahora mismo.
—No te preocupes por eso, veté lo más rápido que puedas.
A penas salió de la habitación de Kasamatsu, comenzó a volar lo más rápido posible. Debido al atraso, sus últimas plumas se volvieron negras. Varios ángeles lo vieron en su apuro, uno al verlo con sus alas oscuras, sonrió.
Estuvo todo el tiempo que debía. Aun así, debía rezar, pero en su turno llegaron demasiadas almas, por lo que no tuvo tiempo para hacerlo. Realmente le dio igual, porque pensaba que tendría tiempo después.
Volvió al Cielo y comenzó a dirigirse a su habitación, sin embargo, de repente alguien lo tomó del brazo. Era Haizaki.
—Padre nuestro, señor de los cielos y de la tierra. Quién nos dio de bendición, alas blancas y puras. Nosotros que tuvimos la suerte de ser sus siervos y de tener una vida eterna a tu lado. Somos felices viviendo sin pecado, pero aun así, algunos de nuestros hermanos osan escuchar la voz del diablo y romper tus reglas. Señor, con toda mi pena, debo mostrarte a mi hermano Kise Ryouta, quién ha caído en el pecado, y sus plumas se volvieron negras e impuras. —recitó Haizaki mientras sujetaba al rubio.
En ese momento, llegando junto a una luz brillante, alguien se presentó ante Kise.
—P-Padre…
El ser celestial miró al rubio con ojos severos pero tristes. —Kise Ryouta. ¿Comprendes que has incumplido las reglas?
—…
— ¿No tienes nada que decir?
— ¿Por qué ahora? Yo pensaba rezar pero…
—Pero nada. Te has vuelto un ser impuro, no mereces ser un ángel.
— ¡¿Por estar enamorado?! ¡¿Qué tiene eso de malo?! —gritó Kise. Sabía que debía respetar a Padre, pero aun así, no podía contener sus gritos.
— ¿Qué pasaría si ese amor provocara un deseo carnal?
— ¿Eh?
—Ustedes, los ángeles deben ser puros. El amor hacia una pareja, desencadena el deseo carnal, es decir la lujuria, algo inaceptable para un ángel, por eso enamorarse está prohibido. ¿Algo más que quiera discutir?
Kise se quedó en silencio. El ser celestial lo miró fijamente. —Es hora de despedirnos, Kise Ryouta.
En aquel instante, las plumas de Kise comenzaron a desligarse de las alas. Una por una, hasta dejarlas desnudas. Las ropas del rubio también desaparecieron, y sin saberlo, sus pertenencias de su habitación también lo hacían.
Unas cadenas oxidadas tomaron su cuerpo y lo comenzaron a arrastrar. Kise ya sabía dónde lo llevaban, era bastante obvio. Al perder sus plumas se había transformado en un demonio.
Las alas de Haizaki se volvieron blancas.
La segunda forma de purificar las alas era mostrarle a Padre que había otro ángel que merecía irse al Inframundo.