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Quédate a mi lado por Ina Arishima

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— Conde Ciel, ¿acepta a Lady Elizabeth Middleford como su legítima esposa?

Al oir estas palabras el joven conde buscó instinivamente a Sebastian con la mirada, él estaba al margen de todo y casi parecía evitar mirar a la pareja o la ceremonia en general, parecía ido en sus pensamientos más profundos.

"Quizá hasta el ser más roto del universo puede encontrar el amor..."

—... A-acepto...

"¿A quién engaño? Esto no puede ser de otra manera"

—Yo los declaro marido y mujer, puede besar a la novia.

"Puedo pero ¿quien dijo que quiero?"

Ciel acercó sus labios a los de Elizabeth con recelo, pero tenía que besarla tarde o temprano, y lo hizo. Fue posiblemente el beso más corto y frío de la historia pero fue suficiente para que la sala se inundara de aplausos y para que el rostro de la novia se tiñera de rojo. No conformes con ese enorme sacrificio todavía forzaron al decaído novio a estar en la fiesta, brindandole al mayordomo la más perfecta vista de lo que menos quería ver, a la persona que despertó su interés siendo feliz a lado de su ahora esposa.

La fiesta transcurrió sin percances mientras todos se divertían y sonreían con genuina felicidad, a excepción de aquellos dos que se forzaban a sonreír por más que algo en su interior doliera como la peor de las torturas de la inquisición. Ciel se sentía cada vez más oprimido por el sentimiento que lo envolvía por lo que, en cuanto vio la botella de vino sobre la mesa, no dudó ni un segundo en servirse copa tras copa procurando no ser descubierto por los mayores. El alcohol le brindaba una sensación cálida y le daba un leve reconforte, por lo cual no paró de beber hasta que la voz de su querido mayordomo resono en sus oídos.

—¿Joven amo? ¿Qué esta...?

—¡Sebastian!— Ciel se abrazó a su cuello con fuerza y depositó un suave beso en su mejilla- ¿Por qué no habías venido a hablar conmigo?

—...Joven amo... ¿Esta ebrio?

—... ¿Y qué si lo estoy? Algo debo disfrutar de esta maldita boda...

Sebastian suspiró con pesadez y cargó en sus brazos al más joven, lo excusó con los invitados y lo llevó directo a su habitación. En cuanto cerró la puerta comenzó a desvestir con lentitud al joven, memorizando por milésima vez cada centimetro de su cuerpo y tocando "accidentalmente" cada parte que podía. Ciel lo miraba con un fuerte sonrojo y, aunque el alcohol lo había desinhibido un poco, no había logrado que perdiera del todo ese pudor.

—Sebastian... Y-yo puedo solo...

—Usted esta ebrio y yo no lo impedí, permítame hacerme cargo.

Un silencio sepulcral se apoderó de la habitación mientras Sebastian seguía desabrochando su ropa y despojándolo de ella. ¿Qué más daba si intentaba algo? Esa posiblemente sería la última noche que podría estar lejos de Lizzy y al día siguiente podría culpar al alcohol por todo lo que pasara... Su última oportunidad...

—Sebastian.

—Ya le he dicho que yo me encargaré de...- la sorpresa del mayor no pudo ser oculta, tenía al chico que creía inalcanzable, medio desnudo y besándolo de manera inexperta. A los pocos segundos detuvieron el beso para mirarse fijamente a los ojos.

—... Me... M-me gustas...

Un sueño, si el demonio durmiera por las noches no dudaría en afirmar que todo esto era un simple sueño. Haciendo caso a sus más bajos instintos y olvidando por completo su posición, el mayor jaló de la cintura al conde y unió sus labios en un beso apasionado que tomó por sorpresa a Ciel pero que no tardó en responder.

Unas lagrimas corrieron por las mejillas del menor al recordar que hace tan solo unas horas había sellado sus ataduras para siempre, era feliz pero sabía que esa felicidad no duraría para siempre. El mayordomo, al notar las lagrimas del menor, se apuró a secarlas y lo miró fijamente como buscando una respuesta en esos hipnóticos ojos azules.

— Sebastian...

— Joven amo... Más allá de todo lo que pasé, yo soy su mayordomo. Ahora mismo, con una simple orden puede hacer que todo sea igual que hace unas horas, puede hacer que me aleje de usted para siempre, o puede mantenerme a su lado eternamente. Sea cual sea su decisión yo estaré aquí— Sebastian se hincó y colocó su mano derecha en su pecho, agachando levemente la cabeza y esperando ansioso la próxima orden de su amo.

Ciel sonrió al escuchar esas palabras, claro que no esperaba una confesión de amor como las que aparecían en las novelas que le gustan a Meyrin, pero eso era lo más cercano a una declaración que alguna vez esperó. Aclaró su garganta y puso la expresión más seria que pudo, digna del gran conde Ciel Phantomhive.

— Sebastian, levántate. Quiero que sepas que esto no se volverá a repetir. — Sebastian levantó la mirada con sorpresa y un cierto deje de decepción, pero no dijo nada y el menor tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no soltar una carcajada— No se volverá a repetir que me beses... si no sales conmigo...

— ¿Disculpe? — el mayor estaba desconcertado y lo miraba con más preguntas que respuestas.

— Sebastian, sé mi pareja. — Ciel se hincó a lado de su demonio y lo abrazó por el cuello ante la sorpresa e inminente felicidad de Sebastian mientras, con una hermosa sonrisa, susurró en su oído— Es una orden...

— Yes, my lord...  

 


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