El enorme letrero publicitario se alzaba sobre el segundo piso de la vía rápida de Metrópolis, en el, un hombre apuesto de impresionantes ojos azules vestía el uniforme del equipo de futbol americano de la ciudad, sostenía un balón en sus manos y posaba como si estuviera lanzándolo. Debajo, en letras doradas y rojas se leía: Clark “el hombre de acero” Kent, prefiere Kryptonite, la bebida de los campeones.
Bruce Wayne sintió que el café que bebía se amargaba en su boca y emitió un sonido bajo de desagrado. Su chofer manejaba de forma diligente, era un hombre silencioso, el auto tomó una curva pronunciada y los sacó de la vía rápida para llevarlos entre las calles. El maldito letrero estaba por todos lados. Los meteoros de Metrópolis habían ganado de nuevo el super bowl de aquel año guiados por su imparable capitán y quarterback.
Todo el mundo que supiera algo de deportes, conocía la historia detrás de la gloria que envolvía a aquel sujeto. Tom Brady era el mejor jugador de la NFL hasta que el novato Clark Kent lo derrotó con una aplastante ventaja en los playoffs, llevando al equipo de los meteoros por primera vez en trece años de vuelta a la gran contienda, desde entonces Kent se había convertido en una maquina hacedora de triunfos y trofeos.
Estacionaron frente a la puerta de un colegio privado, Bruce bajó del auto y subió los escalones de la entrada, una hermosa mujer rubia abrió la puerta para él y lo dejó entrar al vestíbulo. Solo tuvo que esperar un par de minutos antes de que el sabor amargo de su boca desapareciera siendo reemplazado por una sensación dulce que se adueñó de él.
— ¡Papá!
Aquella palabra le provocó una sonrisa, se agachó poniendo una rodilla en el suelo y abrió los brazos contando los segundos que le tomaría a su pequeño lanzarse contra él. Siete segundos exactos.
— ¡Papá, hola! Hola papá — El pequeño Richard Wayne frotó su mejilla amorosamente contra la de su padre. Ocultó el rostro en la curva del cuello del adulto y aspiró su aroma de forma profunda— ¡Tuve un maravilloso día papá, me dieron galletas de chocolate, me quedé dormido en latín y luego salimos a jugar y jugamos futbol y yo era el imparable Kent!
Bruce se rio, apartó a su pequeño y le despeinó el cabello amorosamente mientras se enderezaba y lo tomaba de la mano para dirigirse a la salida.
— Las clases de latín no son para tomar siestas, se supone que debes aprender algo de ellas— Lo reprendió sin poder sentirte enfadado aunque si frunció el ceño al repasar las últimas palabras de su hijo— Richard, el futbol es un deporte para barbaros.
— ¡Yo quiero ser un bárbaro! ¿Me compras una Kryptonite? —Entornó hacia arriba sus ojos llenos de súplica infantil.
Bruce frunció el ceño— Por supuesto que no, esa es una bebida energética para adultos.
— ¡Pero papá, mi amigo Jason dice que su papá le compró una y le dio súper poderes!
— ¿Ah sí? Dile a tu amigo Jason que mentir no es un súper poder. No voy a comprarte una Kryptonite y no quiero que aceptes probarla si alguien la lleva a la escuela ¿comprendes?
— Si, papá — Dick suspiró, sabía cuándo había perdido una batalla. Desanimado, subió al auto.
El chofer los puso en marcha de nuevo. Dick se colocó el cinturón de seguridad y después sacó una libreta de su mochila.
— En clase de arte, dibujé a mi persona favorita en todo el mundo —Las mejillas del pequeño se tiñeron de un suave sonrojo a causa de la emoción.
Bruce comenzó a sonreír de manera anticipada intentando no mostrarse muy entusiasmado por ver el dibujo. Pero cuando su hijo reveló su obra de arte, la sonrisa se le desvaneció de inmediato.
— ¡Es el hombre de acero! — De haber podido, el niño hubiera comenzado a saltar en el asiento, cada vez que hablaba de aquel futbolista lo asaltaba una oleada de emoción— Y mira, este soy yo tomado de su mano y este de acá eres tú tomándonos una foto ¿ves?
Bruce entrecerró los ojos para poder distinguir una mancha marrón al fondo de la hoja. Tuvo que reunir toda su voluntad para poder decir algo halagüeño de aquel dibujo.
—Es un dibujo excepcionalmente bueno hijo, me gusta la perspectiva.
— ¿Y te gusta Clark? Le saque punta a mi color azul para poder pintar bien sus ojos.
Bruce apretó los labios y forzó una sonrisa que más bien parecía un rictus muscular.
—Me encanta Clark.
Aquello dejó complacido a Dick de forma momentánea. Todo era demasiado intenso cuando se trataba del futbolista y su hijo. El pequeño era el más grande fanático del capitán de los meteoros y no parecía ser algo pasajero. Aquello le estaba causando gastritis, no era que odiara el deporte, era que odiaba a Clark Kent. Habían asistido juntos a la universidad, en aquella época dorada él formaba parte del equipo colegial de esgrima y claro, Kent era un granjero becado por el equipo de futbol. Su único mérito era lanzar un balón, gran cosa.
Nunca habían tenido una buena relación, especialmente porque Clark había rechazado a Bruce cuando este había encontrado la manera de confesarle que sentía una intensa atracción por él. Luego, el tiempo los había llevado por caminos separados, Bruce se había casado con una hermosa mujer rumana quien después de dar a luz a un pequeño débil y enfermizo, le había pedido el divorcio dejando en claro que nunca había deseado ser madre y que el pequeño era el peor error de su vida. Bruce no había dudado en firmar los papeles para la separación, ni siquiera le importó que ella se llevará parte de su fortuna, lo único que deseaba era ponerla fuera de la vida de su hijo, lo más pronto posible.
Por razones de negocios Bruce había decidido mudarse de forma temporal a Metrópolis y se había quedado por Dick. Al mudarse, la salud de Dick había mejorado notablemente, el clima, cálido y agradable era un fertilizante perfecto para que su pequeño retoño creciera de manera fuerte y saludable. Así que Bruce no tardó en comprar un piso lujoso y amplio cerca del gran parque central de la ciudad.
— Estamos en casa, Alfred.
—Bienvenido, amo Wayne.
El mayordomo lo recibió con dos aspirinas y un vaso con agua mineral que tenía rodajas de limón nadando entre las burbujas. Bruce tomó las pastillas y se bebió el agua de forma necesitada y agradecida.
—Hola Alfie — El saludo de Dick siempre consistía en un afectuoso abrazo que le arrancaba una sonrisa enorme al hombre que consideraba su abuelo. — Mira, hice un dibujo de mi persona favorita en todo el mundo.
Cuando Alfred miró el dibujo, le lanzó una mirada a Bruce que simplemente negó y se alejó, harto, sin querer saber más de aquello.
— ¿Lo podemos poner en la puerta del refrigerador? — Dick corrió a la cocina, la puerta de la nevera estaba llena de otros dibujos— Podemos quitar este de papá.
— ¿Creo que ya hay suficientes dibujos del señor Kent en este pobre refrigerador, que le parece si la próxima vez intenta dibujar algo diferente? — Alfred dejó que el niño hiciera su voluntad.
Dick consideró la sugerencia un momento mientras usaba los imanes para acomodar su nueva obra de arte— Uhm, no— Sonrió contento con la gloriosa visión de su nevera y se marchó corriendo, haciendo una parada en la barra de la cocina para robar un trozo de pan de canela.
Mientras escuchaba los pasos de su hijo corriendo en el pasillo, Bruce aflojó el nudo de su corbata con los dedos y se la quitó, la arrojó sobre la cama donde también estaba su saco. Se deshizo de sus zapatos italianos y luego, echo los brazos hacia atrás y arqueó la espalda para estirarse un poco y descansar los músculos.
Nunca apagaba su computadora portátil aunque a veces olvidaba dónde la había dejado, por suerte, tenía a Alfred y él siempre la ponía de vuelta sobre el escritorio.
— ¡Dick, comienza con la tarea! —Le recordó desde el interior de la recamará y obtuvo como respuesta un sonido que bien podía significar una afirmación o cualquier otra cosa. Encendió la pantalla de la portátil y se sentó en la silla ejecutiva de piel que tenía un cómodo respaldo. El logo de industrias Wayne era su fondo de pantalla predeterminado, de inmediato saltaron un montón de notificaciones.
“Informe de rendimiento de…”
“Proyecciones del año fiscal…”
“Invitación al evento de caridad de…”
“Nuevo Wayne Resort abre sus puertas el día…”
“Cita con Clark Kent para desayunar en…”
Sus cejas se fruncieron tanto que casi se juntaron una con otra. Aquel último mensaje ni siquiera tenía sentido. Dio clic sobre él y se desplegó su reproductor de video.
“Hola Bruce”
Selina, su asistente personal, lucía preciosa mientras sonreía para la cámara de su teléfono.
“Traté de llamarte al móvil pero no respondiste, los accionistas eligieron a Clark Kent como el rostro de nuestra campaña publicitaria para la nueva línea de autos. Aparentemente el señor Kent tiene mucha influencia sobre el público masculino” Se rio y sus chispeantes ojos oscuros miraron con intensidad la cámara “Revisé tu agenda y tienes libre la mañana después de llevar a Dick al colegio, el agente de Kent se encargará de que él esté ahí de forma puntual. Revisa tus notas, te envié la dirección de encuentro. Ciao cariño.”
El video terminó y el reproductor se cerró, pero Bruce seguía mirando la pantalla sin parpadear como si se tratara de un portal a su pasado.
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El equipo de esgrima de la universidad de Metrópolis practicaba dos horas cinco días a la semana, aquella era la quinta vez que Bruce veía a aquel jugador sentado en las gradas mirando la practica con profundo interés. Sabía quién era, no porque antes hubiera hablado con él, pero Clark Kent no era un chico que pudiera pasar desapercibido, mucho menos si iba vestido con todo el equipo del uniforme de futbol, incluso llevaba el casco en la mano como si hubiera abandonado su propia practica a la mitad para estar en el gimnasio de forma puntual.
— Lo estamos esperando señor Wayne — El instructor se metió en su campo de visión y le recordó que estaba poniéndose el guante de la mano izquierda, al terminar de hacerlo tomó su careta y la ajustó sobre su cabeza, un compañero le alcanzó su florete y comprobó su balance moviéndolo un poco mientras se ponía en la línea de inicio.
Cuando Bruce Wayne se colocaba en la línea para esgrimir, la gente en el gimnasio guardaba silencio y se veían absortos por la elegante presencia de aquel tirador. Su postura era perfecta, su balance lucía tan natural que lograba hacer sentir a las personas que aquel deporte era el más sencillo del mundo.
— ¡En garde! — El instructor dio el primer aviso. Los tiradores ocuparon su posición inicial, Bruce hizo un elegante rassemblemet para saludar a su oponente— ¡Pret! —Aquella segunda palabra avisó a los contendientes que ocuparan su primera posición de combate pues el duelo estaba por comenzar. Bruce respiró profundo y compuso su postura, la espalda recta y las piernas flexionadas y separadas, la mano hacia el exterior y la punta de su espada más alta que la mano— ¡Allez!
Con aquella orden, el duelo dio inicio. Bruce empezó con una marcha adelante y un attaque au fer[LZ1] provocando constantes choques con la espada de su oponente que hizo un excelente trabajó en batimiento tratando de no ceder mucho terreno al despiadado Wayne. Los espectadores se olvidaron de respirar cuando Bruce realizó un elegante changez-froisse[LZ2] , cambiando el enganche de su arma provocando un frotamiento sobre la hoja del adversario desde la punta a la parte fuerte por una presión violenta, su adversario tuvo que dar un gran pasó hacía atrás, luego intentó empezar el contre-attaque pero antes de que pudiera moverse, Bruce realizó una balestra, el movimiento favorito de los espectadores donde se realiza un salto adelante con appel, seguido de una estocada a fondo. El florete de Bruce se curvó cuando la punta dio la estocada sobre el corazón de su adversario y la pequeña multitud que observaba ovacionó su triunfo. A la voz de “arrêt” el instructor dio por terminado el encuentro.
Nadie se acercó para felicitarlo, ese tipo de cordialidades se habían terminado la primera semana cuando el heredero Wayne se aseguró de esclarecer que no le gustaba el contacto físico ni las zalamerías. Ahora sus compañeros simplemente aplaudían sus mejores movimientos y lo dejaban retraerse y salir del centro de atención.
— Estuviste increíble.
La amable voz lo tomó por sorpresa, necesitó dar la vuelta para poder ver a través de las rejillas de su casco y su corazón saltó al ver a Clark Kent frente a él, luciendo en la cara una sonrisa despampanante. No supo cómo reaccionar.
— Oh, disculpa, no me he presentado. Soy Clark Kent, estoy en el equipo de futbol americano, compartimos algunas clases los lunes y los miércoles.
Le estaba ofreciendo la mano y él seguía sin poder superar el golpe visual de aquella sonrisa encandiladora. Se obligó a responder el saludo, aquel chico no era más que un compañero universitario, no había motivo para sentirse intimidado, estaba acostumbrado a estrechar la mano de gente realmente importante, Clark Kent no era importante.
Al agarrar la mano que se le ofrecía, soltó su florete que cayó al suelo, al darse cuenta se agachó para levantarlo pero Clark hizo lo mismo y sus cabezas chocaron.
— ¡Ouch! Que suerte que aún llevas el casco.
El sonido de la risa del jugador de futbol lo sacudió y lo contagió, sus manos seguían innecesariamente juntas, el amigable estrechón se había convertido solo en una excusa para mantener el contacto. Pero Bruce no podía seguir oculto en su careta, tuvo que soltarse de Clark para poder retirar la protección de su cabeza. El cascó le dejó el cabello ligeramente desordenado, aceptó el florete de las otras manos.
— Gracias — Aquella fue la primera palabra que le dirigió, una simple y educada muestra de gratitud y no podía creer que la sonrisa de aquel sujeto pudiera ser más encantadora. Pero vaya que podía.
— Oye, ¿te gustaría venir alguna vez a una de mis prácticas? —El chico de Kansas lanzó el ofrecimiento de forma casual, comenzó a dar golpecitos en su muslo con su casco para disimular su nerviosismo.
— No me gusta el futbol.
La respuesta de Bruce enfrío el ambiente, la luz escapó de los ojos de Clark y su sonrisa se volvió trémula.
— Ah… bueno— Se rascó la nuca sin saber que más decir.
Era el chico más alto que Bruce hubiera conocido, su constitución física era envidiable, se preguntó si sus hombros serían igual de anchos sin las hombreras de protección que usaba debajo de la ropa y aquel simple pensamiento lo llevó a imaginar más partes de aquel cuerpo sin ropa, seguramente tenía el abdomen increíblemente firme. Se aclaró la garganta y desvió la mirada.
— Tengo que regresar a mi entrenamiento— El futbolista dio una suave patada a una basura imaginaria.
— De acuerdo —Bruce volvió a mirarlo a la cara, parecía como si Clark fuera a decir algo más, pero al final solo levantó la mano en un gesto de despedida y se marchó.
Estaba seguro de que no volvería a verlo ahí, pero el futbolista volvió a aparecer al día siguiente y cada día después de aquel. A veces se acercaba e intentaba construir una conversación a base de comentarios triviales sin buenos resultados, en otras ocasiones se limitaba a sonreírle y después se marchaba caminando hacia atrás sin dejar de mirarlo hasta que chocaba contra algo o alguien y un día simplemente no apareció. Para Bruce fue imposible concentrarse en la práctica, falló en la mayoría de sus movimientos y por primera vez, perdió. Nunca se había sentido tan frustrado, no estaba acostumbrado a fracasar y mucho menos a fracasar en ámbitos que dominaba por completo, él practicaba esgrima desde que era un niño de seis años y en aquella ocasión había cometido una serie de fallas ridículas totalmente irracionales. Furioso se alejó de la zona de prácticas, escuchó que el instructor lo llamaba pero no le hizo caso, se arrancó el casco de la cabeza y lo tiró a un lado sobre la duela. Sin detenerse y aun vestido con el uniforme blanco anduvo con pasos firmes y grandes todo el camino desde el gimnasio hasta el campo de futbol.
El equipo se encontraba en entrenamiento, estaban a mitad de una jugada, sus ojos ubicaron al número doce, Clark Kent y de inmediato caminó hasta él.
— ¡¿Oye, qué crees que estás haciendo?! Sal del campo muchacho, te van a aplastar ¿No escuchas? ¡Sal del campo!
El asistente del entrenador intentó detenerlo, pero Bruce aceleró su marcha, los jugadores no se dieron cuenta de que alguien más entraba en el campo, la jugaba siguió su curso, un sujeto llevaba el balón y corría a toda velocidad, otros intentaban detenerlo lanzándose sobre él pero el corredor era más hábil y se había librado de todos hasta que de pronto Bruce apareció frente a él. El asistente del entrenador cerró los ojos para evitar ver como aquel muchacho era embestido y lanzado al suelo, hubo una exclamación general, un “oh” seguido de un “uh” muy largo y en coro. Bruce se había agachado y al sentir al corredor tratar de saltarlo, se había enderezado de forma rápida y fuerte para hacer que el jugador girara en el aire y cayera de forma contundente al suelo soltando el balón y acabando de forma violenta la jugada, todos se habían quedado quietos mientras Bruce tomaba el balón, le abrieron pasó sin dejar de mirarlo sorprendidos. Llegó hasta Clark y le puso el balón en el pecho de forma ruda empujándolo.
— ¿Por qué no fuiste a la práctica? —Trató de ver los ojos azules a través de la mirilla del casco. Estaba muy molesto.
Kent necesitó un momento para asimilar lo que estaba pasando, parecía irreal que Bruce Wayne estuviera ahí, vestido con su uniforme de esgrima, resaltaba como una rosa blanca, eso sí, una rosa blanca llena de espinas.
— ¿Bruce qué… qué haces aquí? Creí que no te gustaba el futbol— Tomó el balón que seguía siendo empujado contra su pecho.
— No vine a ver tu juego de barbaros, vine a que me expliques por qué no fuiste al gimnasio. Es absolutamente descortés faltar a una cita sin avisar —El millonario se cruzó de brazos y lo acusó con la mirada.
Clark no supo qué responder, pero sus compañeros de equipo fueron bastante elocuentes con sus exclamaciones de burla y doble sentido.
— ¡Kent, saca a tu novio del campo o voy a suspenderte para el siguiente partido! —El asistente del entrenador hizo sonar su silbato con fuerza para tratar de restaurar el orden.
— ¡Lo lamento entrenador!— Clark se quitó el casco y se apresuró a sacar a Bruce del campo antes de que las cosas empeoraran.
Un par de minutos después estaban debajo de las gradas del campo lejos de las miradas curiosas y a la sombra de la construcción de madera y metal. Bruce seguía de mal humor, tenía una expresión exigente y Clark aún estaba tratando de poner en orden sus pensamientos.
— Este es el peor lugar para hablar Clark Kent, sé que careces de cualquier habilidad diplomática pero este sitio es horrible. Ahora dime ¿Por qué no fuiste al gimnasio?
El chico de Kansas no pudo evitar reírse. Pero Bruce entrecerró los ojos con advertencia.
— No encuentro la gracia Kent, perdí mi encuentro por tu culpa. No puedes habituarme a tu presencia y luego simplemente faltar y alterar el orden de las cosas. Se suponía que debías estar ahí como todos los días.
— ¿Por qué? —Su pregunta logró desconcertar al príncipe de Gótica y no dudo en aprovechar esa pequeña ventaja— ¿Por qué Bruce, por qué se supone que debo ir todos los días? — Deshizo la distancia que había entre ambos acercándose hasta que Bruce tuvo que retroceder y su espalda chocó contra una gruesa viga de metal, de inmediato apoyó las manos una a cada lado de la cabeza del esgrimista y redujo su espació inclinándose sobre él imponiendo su dominio corporal— He estado ahí cada día y nunca pareció importarte a veces ni siquiera me mirabas.
—Oh no seas absurdo Kent, te miraba cada día, no es mi culpa que tu no tengas ningún tema de conversación que no involucre el clima. “Hoy es un lindo día ¿no?” “Dijeron que hoy lloverá” “Que caluroso está hoy” —Imitó sus intentos de acercamiento y sonrió satisfecho cuando adivinó un rubor suave en las mejillas del futbolista— Como sea, te quiero ahí maña…
La boca de Clark lo silenció con un beso y el mundo dio vueltas tan rápido que tuvo que cerrar los ojos y aferrarse al número doce en el pecho del futbolista. Aquellos labios estaban calientes, su demanda era gentil pero firme, entre abrió la boca de forma obediente y le fallaron las rodillas cuando la lengua de Clark Kent se abrió paso hasta la suya. La sensación suave y húmeda era deliciosa, su corazón latía tan fuerte que le causó sordera. Aquello no era un beso eran cientos de fuegos artificiales estallando en cada una de sus terminales nerviosas.
No hubo forma abrupta de terminar aquel beso, tuvieron que apagarlo poco a poco con besos cortos convirtiendo sus roces en estrellas fugaces cada vez más distantes.
Clark se apartó, dio un paso atrás, y se peinó el cabello con los dedos en un gesto nervioso, lo miraba de forma extraña. Bruce no sabía leer aquella mirada— Vamos a jugar un campeonato, necesito dedicarle más tiempo a mi entrenamiento, nunca hubiera faltado sino se tratara de algo realmente importante— Levantó una mano con la intensión de tocarlo pero el gesto murió antes de consumarse— Puedo seguir en la universidad porque juego bien al futbol, no tengo otra manera para graduarme así que debo enfocarme.
— Comprendo. Suerte en el campeonato Kent.
Cuando Bruce se dio la vuelta de forma simple y desinteresada, Clark sintió como si alguien acabara de arrojarle un cubo de agua helada. ¿Qué acaso no acababa de corresponder a su beso?
— ¡Oye, espera! —Le cerró el paso— ¿Eso es todo, no vas a decirme nada más?
El rostro del esgrimista era una máscara de total auto control y aquello era desesperante.
— Me gustaría que vinieras al gimnasio de nuevo cuando te sea posible. No me gusta perder.
Clark negó incrédulo pero terminó su gesto con una sonrisa resignada. Estar enamorado de un sujeto sin empatía y con posible síndrome de asperger no era nada sencillo.
— Quizá no pueda ir por un tiempo.
—Entonces yo vendré a verte a ti.
— Creí que no te gustaba el futbol.
—No me gusta.
No supo si fue su imaginación o si Bruce había sonreído antes de marcharse y de que alguien fuera a buscarlo a él para que regresará al entrenamiento.
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La noche había caído sobre Metrópolis, el empresario se dio cuenta de que llevaba un par de horas mirando la pantalla inactiva de su computadora portátil. No podía dejar de pensar en aquel recuerdo y en el hecho de que las cosas tendrían que haber acabado justo en ese lugar bajo las gradas, quizá de esa forma no hubiera sido tan doloroso, quizá de esa manera no hubiera cultivado un odio tan profundo por Clark Kent. ¿Para qué lo había besado si después iba a rechazarlo?
Cerró los ojos y se frotó los parpados con frustración, ¿Cómo diablos iba a negociar con el sujeto que le había rotó el corazón en la universidad?
— ¿Papá?
La voz de Dick tuvo el efecto mágico de barrer las sombras que se cernían en su mente.
El niño estaba de pie en la puerta de la habitación y al asegurarse que su padre no estaba ocupado, entró cargado de confianza y de sonrisas.
— Papá, Alfie dice que la cena ya está lista.
Bruce hizo girar su silla ejecutiva para quedar de frente a su pequeño, abrió los brazos y lo recibió en sus piernas. El peso ligero de aquel pajarito le confortó el corazón, Richard era su motivo para despertar cada día, era la luz que le impedía perderse en su propia oscuridad. Necesitado, lo abrazó y metió la nariz entre sus fragantes cabellos de aroma dulce e infantil.
El pequeño se rio por el gesto pero su naturaleza era intuitiva y noble y no dudó en decir lo que el adulto necesitaba escuchar.
— Te amo papá.
Bruce le respondió con un beso cariñoso, era duro aceptar que durante mucho tiempo solo había deseado escuchar aquellas mismas palabras de alguien más. Pero ahora ya no lo necesitaba, ahora había una persona más importante en su vida, alguien por quien valía la pena luchar. Así que iría a ese absurdo desayuno, vería a Clark Kent a la cara sin sentir nada e incluso conseguiría un autógrafo para Dick.
— Vamos Richard, es hora de cenar.
— ¿Y puedo tener una Kryptonite?
Bruce rodó los ojos.
—Por supuesto que no.