Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Tigre de Bengala por RyuStark

[Reviews - 200]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

“Me enamoré de su alma antes de llegar a tocar su piel. Si eso no es amor, entonces no sé lo que es.”

Raro.

Un chico muy raro. Eso es lo que era me miraras por donde me miraras. Y si esa no era la primera impresión que alguien tenía de mí, la segunda mejor y más acertada era loco.

Un tipo extremadamente loco que amaba solamente tres cosas en este mundo. A sus padres, el basquetbol y las hamburguesas de queso. Bastante peculiar, lo sé. Supongo que en ese entonces tenía prioridades distintas.

Muchos sueñan con ser millonarios, grandes profesionistas, viajar por todo el mundo, casarse. Sencillamente hacer algo que deje un recordatorio de que estuvieron en este mundo. Y luego estaba yo, soñando con pasar un solo día sin sentir que alguien me susurrara al oído lo solo que me encontraba.

Solía desear que entre tantas jodidas alucinaciones algo bueno me ocurriera. No esperaba ver que llovieran billetes del cielo o una mierda así, solo…algo distinto. Algo que hiciera más entretenida mi vida aburrida.

Me sucedió.

Ese algo que cambió mi vida radicalmente y para siempre me ocurrió un día de primavera. En una mañana que creí tan común como cualquier otra. Es un recuerdo que no soy capaz de olvidar aun con el paso de los años.

El día en que lo conocí.

>>>>

>>>

>>

>

Día ciento cinco: Kagami Taiga, 20 años, loco, muy loco, extremadamente loco y sobre todo muy aburrido.

“No olvides tomarte tus medicinas Kagami-kun” Leo en una pequeña nota que Kuroko me ha dejado pegada al refrigerador. ¿Qué carajos le pasa? ¿Quién cree que soy? ¿Un niñato? Bien, quizás olvido algunas cosas, pero no es para tanto. Y ahora que lo pienso hoy me siento de maravilla, así que lo siento Kuroko, pero no me tomaré esas estúpidas pastillas. Oh no.

Sonrío alegre por ese pensamiento, inclusive sintiéndome tan motivado que saldré. Sí, hace mucho que no lo hago. Correré un poco en el parque, me compraré un helado y luego practicaré mis tiros en alguna cancha desocupada. No necesariamente en ese orden claro.

De inmediato regreso a mi habitación donde escojo de entre toda mi colección de Air Jordan mis favoritos del día. Más unas calcetas de distinto tono. Algunos creen que es raro, pero yo creo que se ve bien. Y ahora sí, vestido y con mi balón bajo el brazo me decido a salir. Pero justo cuando estoy por hacerlo me quedo de pie frente a la puerta sintiendo una ligera comezón en el cuello.

No he salido mucho en los últimos meses, apenas si he ido al supermercado y de regreso a casa. No me gusta la forma en que todos me miran. Sé que es mi paranoia hablando, pero no puedo evitarlo. ¿Y si mejor me quedo?

¡Basta, basta, no eres un cobarde, puedes hacerlo!

Así que de una vez por todas abro la puerta y salgo. Lo mejor es que conforme camino fuera del edificio un sentimiento de felicidad aumenta en mí haciéndome olvidar todo lo demás. Eso es, no debo tener miedo que hoy es un gran día.

Me dedico a caminar de aquí por allá, comprándome un helado en el camino y atravesando avenidas hasta dar con un parque que me parece conocido. Creo que ya había venido por aquí antes. Entro a una cancha de basquetbol enrejada, dónde después de ver mi reloj que marca las diez de la mañana, me pongo a calentar y eventualmente a practicar mis tiros.

Quizás no sea el jugador del siglo, pero no sé si mañana tendré que enfrentarme contra el Michael Jordan alienígena por el control de la tierra. Y hay que estar preparados por si ocurre. Porque como diría papá, hombre precavido vale por dos.

Sonrío mientras boto el balón y hago un par de canastas divirtiéndome en grande, sintiendo mi cuerpo entrar en calor y comenzar a sudar ardiente. El sol quema delicioso, el aire está bastante fresco y los pétalos de sakura por el inicio de la primera vuelan más bellos que nunca.

Brinco, encesto, corro, giro y hago tanto como puedo hasta sentir que me ahogo y que las piernas me duelen. Como necesitaba esto. Después de un rato por fin me tomo un pequeño descanso para beber agua de un bebedero que hay a lado de una banca.

Lo curioso es que mientras me inclino para dejar que el agua me empape el rostro, me percato que a lado de la banqueta hay un deslumbrante convertible negro.

Es un Alfa Romeo y del año. Carajo, esos autos solo se ven en las películas de acción. Busco con la mirada al dueño sin encontrar a nadie cerca. Ahora no sé si tener cuidado porque el maldito James Bond podría estar cerca y explotar medio parque, o si debería tomarle una foto y mostrárselo a Kuroko.

¡Ah, Kuroko! Ahora que lo recuerdo quedó de ir a verme para comer. Aún es temprano, seguro que todavía no llega, pero que bueno que lo he recordado. Pienso mientras miro una vez más mi reloj, notando que la boca se me va hasta al piso al ver que son más de las dos de la tarde.

¡¿A dónde carajo se fue mi tiempo?! ¡No puede ser Kagami, una vez más perdiendo la noción de todo a tu alrededor!

Berreo internamente a la vez que corro a la cancha por mi balón que se quedó abandonado. Ni siquiera me traje mi celular, seguro que cuando llegue Kuroko ya se habrá transformado. Algo así como enormes cuernos en su cabeza mientras escupe fuego y a su lado un cazo burbujeante donde me cocinará con su trinche gigante.

Una vez que tengo mi balón salgo corriendo tan rápido como puedo. A casa, tengo que ir a casa, a casa…¿A dónde? Me doy un par de vueltas de un lado para otro, pasando algunos edificios y regresando al parque, girando, corriendo, pasando una vez más. Y otra vez. Y una más.

Miedo.

Me detengo momentáneamente para mirar de un lado a otro. ¿Dónde…dónde estoy? No…no, no me pude haber perdido. No soy un niño, recuerda, recuerda, ¿Cómo regreso a casa? Busco con la mirada la salida comenzando a sentirme angustiado. ¿Qué dijo Kuroko que hiciera si algo malo me pasaba? Oh claro, llamarle. ¡Genial, si tan solo tuviera un puto celular!

Pero no es todo, también tengo mi pulsera con todos mis datos... ¡La cual deje en el lavabo! ¡De todos los días tenía que ser hoy maldita sea! Me jalo el cabello del enojo, solo para respirar hondo y dejarlo ir. ¿Debería tomar un taxi? Supongo que es lo más viable.

—Hey tú…tigre de bengala.

Tigre de bengala, ¿Qué? Por una extraña razón miro el dibujo de mi playera que es un tigre. ¡¿Yo soy tigre de bengala?! Rápido giro para encontrarme con quién me ha llamado, arrepintiéndome de inmediato.

Azul. Azul en sus más profundas gamas. Ojos azules como el cielo más bello y estrellado. Un azul tan bonito que debe ser de otro mundo.

Tanto el hombre de preciosa piel morena y traje caro como yo nos quedamos estáticos, él parecía tener algo que decir. Pero ahora ha cerrado la boca mientras me mira con tanta intensidad que podría atravesarme. Percibo una fuerte corriente de viento que vuela su cabello mientras él permanece quieto hasta que eventualmente sonríe.

Una sonrisa no engreída, ni maliciosa, sino una sonrisa tan alegre que puedo ver la dicha en sus ojos. Y lo peor es que me siento ridículo, asustado y patético. El pecho me golpea con tanta fuerza, porque por un segundo mi tétrica mente me ha hecho sentir algo imposible.

Algo prohibido para mí.

—¿Estás bien? —Me pregunta por fin cortando el silencio.

—Uh…sí. —Contesto algo temeroso, porque puede ser un tipo atractivo, pero no quita que sea un desconocido. Y hablar con desconocidos jamás ha sido mi fuerte.

—¿Seguro? Estaba en la cafetería de aquí enfrente bebiéndome un café, te vi a lo lejos dando un par de vueltas y me pareció que estabas perdido.

—¡No estoy perdido! —Le digo algo avergonzado y sacándole una sonrisa que internamente me provoca lo mismo.

—No lloriquees niñato, no es regaño. Soy un policía y pareces perrito abandonado dando vueltas sin sentido. Por eso decidí acercarme para ver si estabas bien.

—¡¿A quién le dices niñato?! ¡Tú…tú…!

—Ah-ah no completes esa frase. No puedes ofender a un hombre de la ley o podría arrestarte sabes. —Me suelta socarrón.

—Huh, tú tienes de hombre de la ley lo mismo que yo tengo de hombre de la luna.

—¡Ah-já! ¡Lo sabía! —Exclama feliz.

—¿Sabías qué? —Pregunto entre curioso y molesto.

—Sabía que un chico tan lindo definitivamente no podía ser de este mundo. Así que la luna huh.

Abro la boca para decirle hasta de lo que se va a morir, pero por alguna razón termino cerrándola y abriéndola un par de veces más sin sentido. Oh dios. Quiero golpearlo muy fuerte en el rostro. Y lo haría, sino fuera porque siento mi propio rostro arder. ¿Acaba de coquetear conmigo?

—Aomine Daiki, mucho gusto. —Me dice tendiéndome su mano mientras sonríe de lo más entretenido seguramente por mi reacción.

Me lo pienso un par de segundos, pero al final mi cuerpo reacciona primero y tomo su mano para estrecharla. Odio el contacto con otras personas, pero extrañamente la mano de Aomine es cálida, áspera y grande encajando perfecta con la mía.

—¿Tú eres? —Pregunta con una ceja levantada.

—Taiga, Kagami Taiga. —Aomine parece anonadado y feliz ante mi respuesta.

—Carajo, un tigre de verdad huh. Así que vamos de sorpresa en sorpresa. Por cierto te vi jugar y eres bueno.

—¿Tú juegas? —Cuestiono emocionado. Y es que no a muchas personas les gusta el basquetbol hoy en día.

—¿Bromeas? Te acabaría en tan solo dos movimientos. Soy prácticamente un profesional retirado.

—Já. ¿Esperas que te crea? No me digas, ¿Así intentas ligar con todos los tipos que te cruzas huh? —Aomine me mira de lo más simpático, inclusive soltando una carcajada antes de sorprenderme al abrazarme por los hombros.

—¡Kagami-chan me rompes el corazón! —Me dice fingiendo indignación mientras yo no me atrevo a alejarlo.

—¡¿A quién carajo le dices Kagami-chan?! ¡Tú…tú Ahomine!

—¡Oh! ¡Ese insulto es nuevo! Pero te diré qué. Si logras ganarme en un juego aunque sea una vez probarás que soy un…

—Idiota. —Contesto sin pena.

—Bien, un idiota. —Me dice sonriendo y finalmente quitándome mi balón para botarlo un par de veces. —Pero si yo gano no solo aceptarás tener una cita conmigo, sino que admitirás que estás perdido como el niñato que eres. Y aquí entre nos, ni siquiera intentes negarlo que sabes que tengo razón. O fácilmente nos ahorramos esto si simplemente aceptas tener una cita conmigo. ¿Qué dices?

No sé si mirarlo enojado, indignado, avergonzado o feliz. ¿Me ha pedido una cita? ¡Vaya tipo nefasto y cínico! ¡Desvergonzado! ¡Imbécil! Pero entonces ¿Por qué me cuesta tanto dejar de sonreír mientras frunzo el ceño? —Ya comprobé que sí eres un idiota.

—Solo lo mejor para ti. ¿Qué dices?

Aomine y yo nos escudriñamos y retamos con la mirada y sé, de verdad sé que debo decir que no. Pero él es…diferente. Él luce…raro, atractivo, inusual. Tiene escrito en los ojos una clara advertencia de peligro. Una que es tan destellante que lejos de alejarte, quieres arrojarte al abismo sin importar las consecuencias.

—Bien, no habrá cita. Solo déjame probarte que eres un niñato perdido ¿Bien?

No puedo evitar sonreír un tanto divertido por la clara decepción en su mirada, la cual aprovecho para quitarle el balón. —Nunca dije que no, solo ya veremos ¿Bien? —Aomine una vez más sonríe y asiente antes de quitarse el saco, el chaleco, la corbata y arremangarse la camisa mientras entramos a la cancha en la que estaba practicando hace un rato.

—Te daré el juego de tu vida Kagami-chan. Uno que nunca olvidarás sin importar cuanto tiempo pase. —Me dice desafiante y rápidamente arrebatándome el balón sin que siquiera pueda evitarlo.

Aomine encesta dejándome pasmado, pero sacándome una sonrisa enorme al mismo tiempo. Lo sabía, sabía que él no era como los demás.

—Vamos tigre de bengala, entretenme si puedes.

—Vas a desear nunca haber dicho eso.

>>>

>>

>

Aomine no mintió cuando dijo que jamás olvidaría este partido. Porque he perdido, perdido colosalmente, perdido como nunca antes lo había hecho.

El hombre que parecía nada más que un mafioso rico resultó ser una bestia en la cancha. Porque en cuanto tomó el balón simplemente se transformó. Y debo admitir que aunque me derrotó, gocé cada instante. Jamás me había sentido tan vivo, tan lleno de energía y emoción. Cada canasta, cada brinco, cada choque y cada roce me tuvieron sin aliento y sonriendo hasta el final.

Ahora el mismo hombre salvaje ha vuelto a su juguetón ser y ha regresado para ofrecerme una botella de agua, seguido de sentarse a mi lado sobre el piso y recargarse contra la reja.

—¿Sueles venir seguido a este parque? —Me pregunta mientras se seca el sudor con una pequeña toalla que le presté.

—No realmente.

—¿Por eso estás perdido?

—¡No estoy perdido! Bueno…uh, quizás un poco desubicado. —Aomine sonríe de lado ante eso seguramente fingiendo que me cree. —No recuerdo muy bien el camino a casa, pero me sé mi dirección. Vivo en un edificio en la parte este y no tan lejos se ve la torre de Tokio.

—En ese caso ven, acércate. —Me dice mientras me indica que me pegue más a él. Lo miro dudoso, pero aun así obedezco pegándome a él hasta rozar nuestros hombros. —Mira ahí. —Me señala a los lejos por encima de los árboles. —¿La ves? Es la torre de Tokio. Y después de esos dos edificios grandes empieza la zona residencial. Lo mejor será que tomes un taxi y le des tu dirección. No es muy lejos, así que será un viaje barato.

Sonrío porque ahora que veo la torre a lo lejos logro que las ideas cuadren en mi mente. —Gracias. —Digo como no queriendo por las direcciones.

—No hay de qué. Por cierto, antes de que te vayas dime algo. Si pudieras describirte en una sola palabra, ¿Cuál sería? —Su pregunta me intriga por el momento tan inusual, pero él parece de lo más serio.

—Loco. —Contesto rápido y sin remordimientos, ya que seguramente lo tomará como un juego y no literal.

—Loco…eso es bueno. —Me responde contento.

—¿Ah sí? —Inquiero un tanto más relajado. —¿Por qué está bien estar loco?

—¿Por qué estarlo está mal? Sabes Kagami, hay millones de personas normales en este mundo creyéndose especiales, cuando no son más que uno entre el montón. Y luego hay algunos más… personas mágicas.

Mi madre me contó sobre esas personas. Se encuentran escondidos por todos los rincones del planeta. Disfrazados de normales, disimulando su especialidad y procurando comportarse como los demás.

Por eso, a veces, es tan difícil encontrarlos, pero cuando los descubres…ya no hay vuelta atrás. No puedes deshacerte de su recuerdo. Y no se lo digas a nadie, pero dicen que su magia es tan fuerte, que si te toca una vez, lo hace para siempre… Así que déjame aclararte que para mí, loco es sinónimo de magia. Pero no te preocupes, no le contaré tu secreto a nadie.

Eso último me lo susurra al oído, provocándome un rico escalofrío y un latente calorcito en el pecho. Aomine me sonríe tan bonito que no puedo hacer más que regresarle el gesto. Sería estúpido decirle que nadie me había dicho algo así de lindo.

Ugh, mierda, me agrada el tipo. Me agrada muchísimo. Y que sea tan guapo no ayuda en nada.

—Bien, será bueno que ambos nos vayamos. Se supone que estoy investigando un caso y en su lugar me quedé jugueteando contigo. —Habla levantándose, sacudiéndose y tendiéndome una mano para ayudarme.

Acepto la ayuda, sin poder evitar ponerme algo triste de que tenga que irse. No me es fácil relacionarme con los demás, pero cuando miro a Aomine me da esa sensación de que nos conocemos de toda la vida.

—Uh…gracias por quedarte, ayudarme y de paso jugar conmigo. —Una vez más Aomine me sonríe mientras me revuelve el cabello, claro hasta que quita su mano rápidamente.

—Lo siento, debes pensar que soy un confianzudo. Pero bueno, fue un placer conocerte tigre de bengala. Asegúrate de recordar el camino a casa la próxima vez.

Aomine se despide y comienza a salir de la cancha mientras yo me quede observándolo ansioso. ‘No te vayas’ Me gustaría decirle. Pero es estúpido, no nos conocemos, somos un par de extraños. Pienso conforme miro su espalda amplia y por un segundo una idea fugaz entre el caos de mi cabeza me hace respirar hondo.

¿Qué acaso no todos empezamos siendo desconocidos? Puede que esté equivocado, que sea una tontería y que mañana sufra por ello, pero ya no quiero tener miedo. Me aterra la idea de ser esta persona para siempre y el único que puede cambiarlo soy yo.

—¡Espera! —Le grito mirándolo detenerse y girar mientras lo alcanzo para encararlo. —Una cita. Perdí y te debo una cita. No me dijiste dónde quieres que sea y cuándo. ¿O ya no quieres tenerla? —Aomine se queda perplejo, pero igual de rápido sonríe encantado.

—¡Sí quiero! Digo, uh…carajo sí. Si quiero. Yo…mierda, a dónde tú quieras, te llevaré a dónde tú quieras. —Me dice de lo más feliz. En su voz profunda hay un toque de emoción, nervios y eufórica, justo como en la mía, la cual intentamos disimular a toda costa.

—Por aquí cerca hay un Maji Burger…¿Lo conoces? —Le pregunto.

—¡Sí, ese lugar me encanta!

—¡A mí también! Bien, te veo ahí…¿Puedes mañana por la tarde? ¿O quizás el viernes?

—Puedo los dos días.

Ambos sonreímos como un par de idiotas mientras yo asiento y le pido su celular para anotarle mi teléfono. —Cuando tengas tiempo llámeme o mándame un mensaje para ponernos de acuerdo en la hora. Pero eso sí, prepárate que después de la comida me darás la revancha y ahora si te ganaré.

—Eso me encantaría verlo… —Aomine me tiende su mano una vez más y acepto estrechándola para sellar el compromiso.

Estoy seguro que lucimos como unos totales estúpidos tomados de la mano, sin soltarnos por lo que sentimos una eternidad y son apenas segundos mientras nos sonreímos. Ay no…no. ¡Está pasando! ¡Eso que me contó mamá está pasando!

Ella dijo que cuando conoció a mi padre escuchó claramente una estúpida canción de amor sonar en su cabeza y en este momento definitivamente alguien canta en la mía. ¡Estúpida banda de rock de los 80s, cierren la boca!

—Creo que la gente comienza a vernos raro. —Menciona Aomine entre risas haciendo que lo suelte avergonzado. —Ven te acompaño a tomar un taxi, no vaya ser que apenas me dé la vuelta te vuelvas a extraviar y esta vez tus padres tengan que llamar a la línea de niñatos adorables y perdidos.

Este tipo idiota…Frunzo el ceño y le doy un codazo que lo hace reír, pero no quita que caminemos juntos hasta la banqueta, donde Aomine no tarda en detener un taxi para mí y abrirme la puerta.

—Nos vemos Bakagami.

—¡¿A quién le dices Bakagami, Ahomine?! —Le reclamo mientras entro al auto y él cierra la puerta.

—Nos vemos tigre de bengala. —Finalmente se despide con una bonita sonrisa que me saca otra igual.

—Me gusta tigre de bengala.

—Te queda bien. Ahora largo antes de que te arrastre a otro partido de tres horas. —Dice antes de darle unos golpecitos al auto indicándole al taxista que es hora de partir. El hombre arranca mientras yo me volteo para no dejar de ver a Aomine, que permanece de pie y me mira fijo cómo diciéndome ´Pronto nos volveremos a encontrar’ hasta que eventualmente me alejo demasiado.

Sonrío como un tonto inclusive estrujándome el corazón. No lo conozco, no sé nada de él, podría no ser más que una falsa ilusión. Un tipo malo que me rompa el corazón y juegue conmigo. Y sin embargo estoy seguro que pase lo que pase nunca me arrepentiré de haberlo conocido.

>>>

>>

>

Nadie me dijo que ese día mi vida no solo cambiaría, sino que se transformaría en una nueva. Porque aun cuando llegué a casa y Kuroko me dio la regañada de mi vida, ni siquiera así pude dejar de sonreír. Ni mucho menos cuando le conté a mí mejor amigo sobre este hombre raro, terriblemente guapo y un burlón de primera que me ayudó a volver a casa.

Los ojos de Kuroko delataban que no sabía si era verdad del todo, o si era un producto de mi imaginación, pero decidió pasarlo. Y aunque normalmente eso me hubiera desanimado no lo hizo. Porque sabía que él era real. Así que esa noche cuando recibí un mensaje suyo, grité contra mi almohada por horas de lo feliz que estaba e inclusive me quede dormido abrazando mi celular.

Al día siguiente me desperté muy temprano, porque ni siquiera en mis sueños me libré de él. Así que cuando la hora de la cita llegó, yo era un desastre. Uno horrible, despeinado y nervioso al que él miro como si fuera la obra de arte más bonita hecha en el mundo.

Y yo…yo simplemente me enamoré de él. Porque conforme el tiempo pasaba y lo iba conociendo mejor, entendía cada vez más porque a simple vista parecía frío y serio. Cuando en realidad era todo lo contrario. Estar con Aomine Daiki era tan desconcertante como adorable. Era mi persona favorita. Aún lo es.

Tan adulto, tan hombre, tan torpe, tan raro, tan lindo, tan amable, tan loco…tan mío.

Imposible, era la palabra para definirlo. Me puso el mundo de cabeza, me abrazó, borró mis miedos y nunca más me dejó ir. Porque solo un loco como yo pudo haberse enamorado de otro igual. Y ahora ese hombre imposible y loco es con él que tengo once años de conocernos y diez de casados, cinco hijos y los mejores recuerdos en mi memoria que sigue tan clara como el primer día.

—Oh Kagami-chan, ¿Me estás seduciendo?

Apenas si puedo rodar los ojos sin dejar de sonreír mientras siento como Daiki se acerca a mí, abrazándome por la espalda y pegándome contra su pecho.

—A ti hasta porque me da el aire crees que te estoy seduciendo.

—No sé si los has notado Taiga, pero que aires tan candentes los que levantas.

—Eres un idiota.

—Viniendo de ti no me ofende bebé.

Le gruño haciéndolo reír, besarme el cuello y estrujarme con más fuerza mientras yo continuo decorando el precioso pastel que hice.

—Es lindo, ¿Ese eres tú? —Me señala Daiki un muñequito que he colocado en el pastel.

—¿Cómo lo sabes?

—Quizás por el grandísimo trasero de azúcar y cuando digo grandísimo me refiero a colosalmente enorme.

—¡Ahomine! —Le digo dándole un codazo a la vez que tomo el muñequito y lo presiono con más fuerza hundiéndolo en el pastel. —Está normal exagerado.

—Sí tú lo dices, pero guárdalo, ese nadie aparte de mi se lo puede comer.

—Lo que digas pervertido, después de todo es tu pastel, el cual por cierto no se supone que deberías estar viendo.

—También se supone que deberías estar desnudo y con un moño y no me estoy quejando ¿Qué no?

—¡Sueñas demasiado! —Ambos nos reímos a la vez que yo me giro para finalmente encararlo, abrazarme a su cuello y besarlo. Y estoy seguro de que haríamos muchas cosas indebidas de no ser porque escuchamos algo caerse en la sala, seguida de varias risas y gritos que nos hacen suspirar.

—Tú trae el pastel mientras yo intento domarlos.

—¡No lo digas como si fueran bestias salvajes! —Le contesto.

—Vamos Taiga, no les decimos tigrecitos precisamente porque tiren bombones y corazones. Sabes que te sacaron tu lado más salvaje.

—Pero si muérdete la lengua Daiki. También son tus hijos y te sacaron lo chiflado.

—Eso nos lo sacaron a ambos. Ahora el pastel, que aunque es mi cumpleaños, si los bebés no reciben pastel ahora mismo seguro que nos atan, prenden en fuego y nos comienzan a bailar alrededor. Pero eso sí, apenas se duerman ¿Sabes qué me cobraré mi regalo cierto? —Me dice con un coqueto y estúpido juego de cejas, que me hace reír y empujarlo para que se vaya.

—¡Vengan aquí! ¡Y no me hagan traer las cadenas! ¡Ah! ¡Taiga, se me están amontonando!

Por supuesto que me rio ignorándolo y terminando de decorar el pastel, para finalmente colocarle unas velitas y llevarlo a la sala. Donde miro que a pesar de sus exageraciones Daiki ya ha sentado a nuestros hijos en el comedor, unos juntos y otros encima de él.

Mi marido reparte besos, mordidas fingidas y abrazos por igual sacándome un pronunciado suspiro y una linda sonrisa. Y pensar que empezamos con los gemelos, dos años después nos llegó uno más y al siguiente otro. Y hace tres el último…bueno, eso está por verse.

—¡Pastel, pastel! —Gritan emocionados y picando los muñequitos en cuanto se los pongo al frente.

—¡Oe, no le metan los dedos, es mío! —Les reclama su padre.

—¿Cuántos cumple papá?

—Dieciocho. Ahora menos plática y más acción. —Aclara Daiki haciendo a los niños reír y comenzar a cantar.

Miro embelesado a mi familia, sintiéndome un tanto nostálgico, pero ante todo demasiado feliz. Aun a veces me pregunto si es posible ser así de dichoso y de esa misma manera Daiki y mis hijos se encargan de decirme que lo es. Quizás no todos los días son miel sobre hojuelas, pero no cambiaría ni uno solo.

—¡Taiga me están robando los muñecos de azúcar! —Se queja Daiki.

—Ya, ya. Cada uno tiene el suyo. —Aclaro para los niños, incluyendo al más grande llamado Daiki. —Ah, pero falta uno. —Digo mientras coloco un muñequito más en el pastel.

—Tigre de bengala, ese sobra. Somos siete.

—Ocho. Somos ocho. —Le digo con una sonrisa. Daiki de inmediato me levanta una ceja como no entendiendo mientras yo me recargo en mi asiento.

—¡¿Vamos a tener un hermanito?! —Pregunta uno de los gemelos haciendo que Daiki abra la boca hasta el piso. Supongo que después de todos estos años, sigue sin entender las indirectas justo como la primera vez.

—¡Oh carajo! ¡¿Es en serio?! —Me pregunta extasiado y demasiado feliz.

—Sorpresa Ahomine, bebé en camino. —Menciono con una sonrisa, mirándolo levantarse y venir hacía mí. Mi marido me abraza con tanto cariño que me saca un pronunciado suspiro y que le regrese el gesto.

Nuestros hijos corren a nuestro alrededor, algunos se abrazan a nuestras piernas y yo me siento tan alegre y hasta algo emotivo que siento algunas lágrimas acumularse en mis ojos. ¡Tantos años y sigo siendo un sentimental carajo!

Y más cuando Daiki me murmura un sinfín de historias, incluyendo la nuestra al oído mientras me estruja con fuerza haciéndome sentir el hombre más especial del mundo.

—Gracias Taiga, por esto. Por todo. Por darme los mejores años de tu vida.

—Eso debería decirlo yo Daiki. Por cierto, ¿Cómo haces para lucir tan guapo conforme el tiempo pasa huh? —Le pregunto, escuchándolo reírse y separarse para besarme. Porque quizás aún no tiene canas ni arrugas, pero los años han pasado por Daiki. Y si me lo preguntan, si antes era encantador, ahora es la clase de hombre que compone fantasías prohibidas, pecaminosas y muy tentadoras. Y lo mejor….es todo mío.

—Si bueno, quién te viera a ti. Te conocí cuando eras un niñato rebelde y en apenas un parpadeo te convertiste en todo un hombre delante de mis ojos. Y en uno precioso debo aclarar. Dichoso aquel que comparta su vida contigo.

—Dichoso tú en ese caso. —Le digo mientras le acaricio el pecho, sacándole una muy coqueta sonrisa.

—Y luego dices que no me seduces Kagami-chan.

—Tantos años y nunca lograste dejar el Kagami-chan, aun cuando soy un Aomine.

—Es inevitable Bakagami. Kagami-chan una vez, Kagami-chan para siempre. Pero mejor dime, ¿Cuándo les daremos la noticia a todos del nuevo bebé?

—Uhm, mañana es la fiesta de los hijos de Kise…— Menciono recordando que después de adoptar a su primer bebé, dos años después la vida recompensó a los Kasamatsu por su larga espera, con el embarazo inesperado de Kise. ¿Quién lo diría? Tan solo tuvo que dejar de buscar, para que llegara a él lo que tanto quiso.

—Kise le hace fiestas a sus hijos hasta porque babean.

—Nosotros somos iguales, así que cierra la boca. No podemos mañana, por lo que yo diría que el fin de semana cuando vengan todos a casa será buen momento. No sabes lo feliz que se pondrán mis padres. —Menciono contento, ya que este fin de semana haremos una fiesta debido a que me gradúo de la escuela de cocina y ahora de paso le agregaré la sorpresa del nuevo bebé. ¡Será una maravillosa celebración con toda la familia!

—Ya lo creo, pero seguro que tu padre me hace una maldita llave con eso de que me la paso rellenando a su hijo adorado. —Por supuesto que le adelanto esa llave mortal, escuchándolo gruñir entre risas.

—Pervertido, no hables así frente a los niños.

—Me rindo, me rindo. Ah, carajo, casi se me sale hasta el alma. Aunque sabes que no miento. Y ahora que lo pienso, ¿Niños, no quieren ir a visitar al tío Tetsu mientras sus padres celebran? Pueden jugar con sus primitos, el tío Akashi y Nigou. —Por supuesto que nuestros hijos niegan y lo ignoran colosalmente antes de seguir jugando.

—No cabe duda que también sigues siendo un pervertido. —Digo entre risas.

—Y tú un niñato adorable. —Me dice mientras ambos nos sentamos en el sillón y rápido somos aplastados con un exceso de cariño por todos nuestros hijos. —Pero sobre todo sigues siendo mi precioso tigre de bengala. —Daiki me hace sonreír una vez más y rozar tiernamente mi nariz contra su mejilla.

—Solamente tuyo.

—Te amo Taiga.

—Y yo a ti Daiki. Te amé hace once años, te amé ayer, te amo hoy y te amaré siempre. —Aomine y yo nos besamos como si fuera la primera y la última vez. Porque el amor no entiende de tiempo. Cuando llega, llega, no importa si conoces a esa persona desde hace años o de sólo un simple cruce de miradas. El amor es algo tan poderoso que escapa al control del tiempo y no se puede medir con nada.

Justo como el amor que nos tenemos este hombre salvaje y su siempre leal tigre de bengala.

Notas finales:

Perdón, no tengo palabras para disculparme por la tardanza, tuve muchas situaciones familiares que me impidieron estar por aquí. Pero aquí está el final que les prometí. Algo simplemente feliz una vez más. El cómo se conocieron y cómo están en un presente. Dichosos, con un montón de hijos (Fight me! Haha) y totalmente enamorados.

Si fuera por mí escribiría tigre de bengala por siempre, pero se acabó. Kagami siguió y seguirá con una mente más clara que el agua y aun cuando el tiempo pase ni él, ni Daiki olvidarán jamás lo que vivieron juntos. Espero que ustedes tampoco.

No me queda más que despedirme y decirle que los amo. Gracias por el apoyo de inicio a fin. Por ahora en cuanto a trabajos AoKaga; En estos días publicaré la secuela/final de Stay a While (Omergaverso) y algunas sorpresas más.  Así que por ahora, ¡Nos vemos muy pronto, lo juro! <3


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).