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Una promesa congelada por Miky15E

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Notas del capitulo:

Ya no modificaré día de actualización, pero la siguiente semana actualizaré dos veces porque tengo una semana de vacaciones xD. 

No puedo publicar más seguido porque no es el único fanfic que escribo y porque estoy en la universidad. Así que, aprovecho para decirles que si les agrada el HaruRin, pueden pasar a leer mi nuevo fanfic -también es temática Omegaverse-. 

¡Disfruten! <3

—¿Qué fue eso? —Pegó su espalda a la puerta del cubículo del baño, en donde se había encerrado.

El pecho de Yuuri se inflaba una y otra vez sin permitirle respirar debidamente, por sus ojos resbalaban un par de gotas cristalinas y su cuerpo entero temblaba lleno de miedo y desesperación. No sabía qué le sucedía y por qué esa persona lo tenía así, deshecho y con el corazón adolorido.

Sus pensamientos eran confusos; unos le dibujaban la bella apariencia del hombre que hace unos minutos vio y otros le traían recuerdos de un sueño que deseaba olvidar, pero por más que lo intentara, no podía. Y ni hablar de sus sentimientos y emociones que se desbordaban en su ser y le nublaban los sentidos.

¿Qué había encontrado en él para que lo tuviera mordisqueándose los labios? ¿Qué había descubierto en él para que se estremeciera y se sintiera caliente?, porque, sí, tal vez el calor que estaba surgiendo desde adentro y lo quemaba como un fuego ardiente era lo que lo descomponía. Ni siquiera cuando se comprometió o cuando le dio un casto beso a su novia le había provocado tanto.

Ahora, en ese espacio estrecho, sentía que las brasas de ese incendio se apoderaban de él centímetro a centímetro. Tragó saliva en un intento de regular su pulso, pero le era imposible. Ansiaba regresar y marcar… ¿Marcar? ¿Qué? ¿Marcarlo? ¿Por qué quería marcarlo? Obviamente ese desconocido era un alfa. Además, no estaba en celo o algo parecido para necesitar marcar a un omega.

—N-No —balbuceó conduciendo sus manos a su pantalón negro de mezclilla y no paró, continuó hasta tener su erección entre sus dedos.

Jamás, ¡jamás hizo eso en un baño! Y la razón no era porque Yuuri fuera un chico aburrido, el único motivo era porque sus deseos nunca lo habían excedido como para tocarse ahí, en su zona íntima. ¡Joder!, es que, ¿por qué le pasaba esto a él?

—Mn —jadeó en voz baja. Sacó por completo su miembro y lo acarició en un delicado vaivén de arriba abajo, pero no le fue suficiente. En serio, era torpe haciendo esto—. ¿Qué hago? —Y como si su mente activara un interruptor, comenzó a pensar en ese peliblanco.

Se lo imaginaba desnudo, recostado en su cama y rogándole que lo atendiera. En sus mejillas se coloreaba un rojo carmesí, sus labios entreabiertos exhalaban nubes de vaho caliente y su mirada ardiente y tierna lo llamaba con urgencia. Su cuello, sus brazos, sus tetillas rosadas, su abdomen, sus piernas, incluso su pene, todo era hermoso. Gemía el nombre de su amado, y ése era Yuuri.

De pronto, extendía sus brazos para alcanzarlo y separaba sus piernas, dejándole conocer los espacios más recónditos de su cuerpo. Volvía a aclamar por su Yuuri porque estaba excitado y anhelaba tenerlo en su interior, embistiéndolo con suma fuerza. Y no se contuvo más, el pelinegro exclamó un jadeo y se corrió.

—Es… imperdonable —murmuró aún con la respiración descontrolada.

Viktor y Yurio ingresaron al apartamento en el que residían. El primero corrió a su habitación tapándose la boca y llegó hasta su baño, en donde se inclinó, alzó la tapa del excusado y devolvió los alimentos.

—¿Estás bien? —Yurio se arrodilló detrás de su padre—. ¿Quieres ir al hospital?

—No, sólo vete de aquí —ordenó gruñendo. El rubio frunció el entrecejo y se levantó hecho una furia.

—Lo quieras o no, me quedaré.

—Las pastillas —indicó—, necesito el frasco de las pastillas que están en la repisa.

—¿Para qué? —preguntó. Probablemente en ese estado débil de Viktor, lograría que le confesara sus secretos.

—¡Hazlo ya! —gritó. Yurio no agregó más a esa conversación poco agradable y obedeció al mayor saliendo en busca del pedido—. Mierda, ¿quién es él? —Se reincorporó tambaleándose y giró la llave derecha del grifo de agua. Le echó un vistazo a su semblante en el espejo frente a él y no lucía como quería—. No, no, no —negó agitando su cabeza de un lado a otro.

Viktor se cepilló los dientes y abandonó la recámara, topándose a su hijo a la mitad del pasillo con un vaso de agua y el bote de pastillas. Siguieron juntos rumbo a la sala, ambos en un rotundo silencio.

—Perdón por lo de hace un momento —dijo sentándose en el mueble grande. Yurio se acercó y le entregó el vaso y el medicamento.

—¿Por qué no me tienes confianza? ¿Estás enfermo? —cuestionó quedándose como estatua delante de su padre, quien ingirió dos cápsulas con un trago de agua.

—No, es migraña.

—¿Ah? ¿Migraña? —replicó bufando y se cruzó de brazos. Estaba enfadado y Viktor se dio cuenta, pero no lo regañó porque sabía que era su derecho enojarse—. ¿Crees que me trago tus malditas excusas, viejo? No soy el niñito de cinco años que tomabas por pendejo. ¡Te estoy exigiendo una puta explicación!

—Yurio, hoy no. —Se recargó en el respaldo del sillón dispuesto a descansar, pero su problemático hijo se lo impidió jalándolo del cuello de la camisa.

—Escúchame, Viktor Nikiforov, sé que yo soy un estorbo en tu vida y no me consideras importante. Me vale una mierda si soy adoptado porque ni me parezco a ti y tú no hablas de mi mamá, pero si te estás muriendo a causa de una enfermedad, escúpelo ya. —Los ojos iracundos de Yurio se posaron sobre los del peliplata, que respingó de inmediato ante la conclusión.

—¿Adoptado? —carcajeó y el rubio enardeció más—. Tu madre se murió en el parto y no eres adoptado, tigrecito —murmulló dulcemente. Su hijo lo liberó y Viktor se aprovechó para abrazarlo de la cintura y hundir su rostro en el flacucho abdomen del contrario—. Te preocupo mucho, lo sé. Perdóname por no estar contigo, pero no te odio ni me eres innecesario.

—¿Entonces?

—Entonces te amo porque soportas que un inexperto padre crie a un mocoso como tú. —Yurio le propició un golpecito en la melena y Viktor sonrió—. Soy consciente de que no te digo lo que quieres oír y eso es porque te he obligado a vivir en diferentes países, aunque tú mereces estabilidad. No deseo causarte dolor, Yurio.

—Eres infantil, maldito viejo. —Chasqueó los dientes al avergonzarse de sus propios reclamos. También él era infantil.

—¿Estás sonrojado? —Yurio lo alejó y se dio la media vuelta—. ¡Mi hijo es una lindura! Anda, déjame verte.

—¡Púdrete! —declaró y se apresuró hacia su cuarto.

—Sólo te miento, Yurio —masculló borrando la sonrisa de sus labios—. Es mi manera de protegerte.

De los bolsillos internos de su chaqueta sacó un botecito café con una etiqueta blanca y una jeringa empaquetada, misma que desenvolvió para succionar el líquido del frasco e inyectarse en el muslo izquierdo. Exhaló al sentir que los efectos de esa medicina se propagaban en su organismo, pero la imagen del pelinegro reapareció.

Esa tarde, el sol se ocultaba y los últimos rayos se filtraban en el enorme ventanal del comedor. En el centro de la mesa alumbraban unas tabletas que le pertenecían a Yurio, sus supresores del celo. Nada raro, a excepción de la pequeña cajita que Viktor llevaba en sus manos.

La caja metálica tenía una apariencia simple y su dueño siempre la cargaba con él, por lo que se convirtió en un objeto pesado y a veces prefería olvidarlo. Al menos, era lo que Viktor Nikiforov pensó durante años, hasta el instante en que ese chico lo miró y sintió que sus piernas se hacían gelatina.

—Eres tú. 

Notas finales:

 

 

No se preocupen, sé que tienen muchas dudas, pero se irán aclarando poco a poco. ¡Lo prometo! 

 

Nos leemos pronto. :D


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