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Todo por ti. por Sora17

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Notas del capitulo:

Primero que nada, aclaro que estamos en tiempo actual dentro de fanfic, la guerra de chechenia (1999-2009) , puse esa en lugar de la segunda guerra mundial, ya veran de que hablo a medida que avance el capitulo. Mas cosas que decir en notas finales!

El silencio entre los dos chicos se prolongó, pero de una manera pacífica y agradable.

Hannibal no parecía muy interesado en abrir una conversación y pasaba sus dedos por el pedestal de piedra que los escondía de la vista de cualquiera que pudiera pasar por ahí.

Mientras tanto, Will seguía alimentando a los cachorros por turnos hasta que se acabó la leche y los animalitos cayeron en ese sueño reparador de todas las criaturas cuando tienen la panza llena.

-¿Quieres ayudarme a ponerles nombre?- preguntó Will en ese momento, mirando al otro muchacho. Solo los iluminaba la luz de la linterna que Hannibal había traído.

Hannibal levantó la mirada hacia él y asintió, acercándose un poco más para mirar a los cachorros.

Señaló a uno de los perritos negros y le hizo una caricia.

-Este podría llamarse Bobby ¿Te gusta?-

Will asintió, entusiasmado, mientras los alimentaba los había revisado para saber cuáles eran hembras y cuales eran machos así que la decisión de Hannibal era acertada.

Señaló al otro perrito que también era de color negro, pero no tan oscuro, si no más bien de color marrón profundo.

-Esta será Chocolate…- pensó un poco y después acarició al único perro que era diferente de los demás, el que tenía manchas que lo hacían parecer casi un dálmata.

-Y este… Manchitas.-

Hannibal lo miró y sonrió casi sin darse cuenta, había un brillo muy hermoso en los ojos de Will cuando miraba a los cachorros.

-Esta pequeña de aquí podría ser Caramelo…- Hannibal sonrió algo avergonzado, mirando a una de las cachorritas rubias, le daba algo de vergüenza sugerir un nombre tan cursi, pero a Will pareció encantarle.

-Casi tan dulce como tu.- bromeó Will en un susurro, aunque se sonrojó mucho por decirlo y esperó con todas sus fuerzas que ese chico no lo hubiera escuchado.

-¿Y cómo le pondrás a su hermana?- preguntó Hannibal que si había escuchado lo anterior no dio muestras de darse por enterado.

-Bueno… Es dorada y ya usamos Caramelo así que creo que le pondré… Sol.- dijo Will animadamente mientras miraba a sus cachorros dormir.

-Bobby, Chocolate, Manchitas, Caramelo y Sol… Siento que no somos muy inventivos que digamos…- murmuró Hannibal con una pequeña sonrisa estirando sus labios. De a ratos miraba a los cachorros y de a ratos miraba a Will también, con un creciente interés.

-Son lindos nombres, y cuando crezcan un poco más las familias que los adopten serán quienes decidan sus nombres en realidad…- respondió Will volviendo a acomodar con cuidado la caja entre las raíces que había en el suelo tras el pedestal.

-¿Los vas a regalar?- preguntó Hannibal con curiosidad.

-Quiero que tengan una vida mejor de la que yo podría darles con el resto de mis callejeros.- Will suspiró y sacudió la cabeza, pero después le dedicó una sonrisa al otro chico.

-Estoy seguro de que algún día tendrás un parque enorme, lleno de todos los perros que quieras.- le dijo Hannibal y ninguno de los dos supo porque eso había sonado casi como una promesa, pero alegró el corazon de Will.

Se quedaron allí durante horas, hasta que el cielo comenzó a adquirir la tonalidad grisácea de la tarde a punto de dar paso a la noche y Will se levantó de golpe, dándose cuenta de que había perdido por completo la noción del tiempo.

-¡¡Dios mío, las clases!!-

-Ya terminaron hace rato…- dijo Hannibal tranquilamente sin levantarse de su lugar. 

-Es el primer día… Y me perdí todo…- Will suspiró y miró el techo, como preguntándole a un dios invisible que estaba haciendo con su vida.

Luego miró a los cachorros que seguían durmiendo.

-Tengo que ir a casa… Pero no quiero dejarlos solos…- murmuró el joven, bastante angustiado.

-Ve a tu casa, yo les daré de comer una vez más y los dejaré abrigados… Mañana temprano volvemos y les damos de comer antes de ir a clase.- sugirió Hannibal levantándose por fin.

-De acuerdo, entonces supongo que… ¿Nos vemos una hora más temprano, en la entrada?- preguntó Will al fin, con voz un poco dudosa.

Hannibal asintió y ambos chicos salieron de la pequeña capilla, comenzando a caminar por el amplio parque que los separaba de los edificios del instituto.

-Dime algo… ¿A ti no te interesan mucho las clases no?- preguntó Will con curiosidad mientras caminaban, el cielo sobre ellos se oscurecía cada vez más rápido.

Al verlo leer y dibujar había intuido que se trataba de un chico inteligente y habilidoso, pero quizás solo era un artista, un soñador, de esos que no soportan las matemáticas ni las ciencias exactas.

-Realmente no…- respondió Hannibal con toda sinceridad.

-Te… Te va bien aquí ¿o… no?- Will insistía en saber, no le importaba ser amigo de un chico con malas notas, siempre sabía que podría ayudarlo a mejorar y quería pagarle a Hannibal de alguna manera toda la ayuda que le había dado durante aquel día.

-Si… Me va bien.- respondió Hannibal con cierta cautela que hizo a Will pensar que eso no debía ser del todo cierto.

-Si necesitas ayuda en alguna materia… No soy la gran cosa, pero puedo darte una mano… Y me prestas tus libros…- sugirió Will, mirando al otro chico con una sonrisa.

Hannibal pareció pensárselo y después asintió.

-De acuerdo, si necesito ayuda en algo… Te lo diré.-

Ambos jóvenes se sonrieron de manera un poco tonta y siguieron caminando hasta la salida.

Hannibal se despidió de Will rápidamente allí fuera y regresó a darles de comer a los cachorros una última vez, en tanto Will caminaba hacia su casa con una enorme sonrisa.

Sentía que acababa de conocer a la primera persona de la que realmente le gustaría ser amigo. Era una sensación simplemente maravillosa, una que lo hacía desear ya no aislarse y disfrutar de la compañía de alguien más.

Al llegar a casa su padre todavía no había regresado del trabajo, como siempre, así que le dio de comer a sus callejeros y después preparó la cena.

Cenó con Edward Graham, aunque hubiera sido lo mismo cenar en soledad, ambos estaban muy reconcentrados en sus asuntos como para hablarse demasiado y esa no era una novedad.

Y al irse a dormir, Will solo podía pensar en que al día siguiente volvería a ver a ese chico y a cuidar con él un montón de perritos adorables.

Y supo que el día de mañana tendría un verdadero motivo para saltar de la cama apenas sonase la alarma.

Para Hannibal, en cambio, el regreso a su casa no fue tan grato.

Al llegar, un montón de enfermeras corrían por toda la planta baja.

Hannibal fue de inmediato a buscar a su tío Robert, subiendo las largas escaleras de la mansión hacia una habitación donde pasaba la mayor parte de sus horas.

-¿Qué sucedió?- preguntó Hannibal con voz alarmada.

Su tío estaba sentado al lado de la cama donde descansaba una niña pálida y muy delgada, conectada a numerosos tubos y pantallas que marcaban sus constantes vitales.

-Movió una mano…- dijo Robert Lecter con voz conmocionada, levantando la mirada hacia Hannibal.

El chico se acercó a la cama y contempló a su hermana menor, con un dejo de dolor brillando en sus ojos de castaño rojizo.

-¿Mischa? ¿Mischa puedes escucharme?- le susurró dejándose caer de rodillas al lado del lecho de la niña.

Tomó la pequeña y huesuda mano con cuidado, apretándola suavemente para no dejar marcas en la frágil piel.

Apoyó esa mano en su rostro, besándola y dejando caer un par de lágrimas, la ilusión de que ella un día fuera a despertar era una constante que marcaba la vida de Hannibal.

Volver a ver el rostro sonriente de su hermana y el brillo de sus ojos era todo lo que colmaba sus sueños.

-¿Solo eso? ¿Cómo la movió?- preguntó Hannibal a su tío, sin despegar la mirada de Mischa.

-Apretó las sabanas… Lo vi yo con mis propios ojos… Hannibal, quizás eso signifique que vaya a despertar… Que aun haya esperanzas, digan lo que digan los doctores..-

El corazon del joven se estremeció dolorosamente al escuchar esas palabras, era su deseo más profundo.

-Mischa… Algún día encontrare a quienes nos hicieron esto… Y los haré pagar… Te lo prometo…- le susurró Hannibal a su hermana, lo bastante bajo como para que su tío no lo escuchase.

El padre de Hannibal, quien había sido Conde de Lituania y su esposa, se habían mudado a Estados Unidos cuando Hannibal tenía once años y su hermana menor Mischa seis.

La vida de la familia había sido agradable, el Conde Lecter se volvió embajador de Lituania en Estados Unidos y su elegante y alegre esposa se codeaba con lo más alto de la sociedad americana.

La infancia de Hannibal había sido relativamente tranquila, hasta el día en que su padre decidió viajar como parte de un comité de personas que negociaban por la paz en la república separatista de Chechenia.

La familia entera se había trasladado prácticamente al centro del conflicto, y aunque el Conde Lecter creía que se había asegurado de tener a su familia en un lugar seguro y lejos de los problemas, un día, un grupo de separatistas había atacado a la familia Lecter y a las demás familias de otros embajadores.

Hannibal solo podía recordar el sonido de las bombas cayendo, los gritos de su madre y su elegante vestido prendido fuego.

Después de eso, los separatistas los habían tomado como rehenes.

Pero nadie pagaría nunca el rescate.

El Conde Lecter era uno de los tantos muertos durante el atentado y figuraba como desaparecido en todas las listas oficiales.

Hannibal y Mischa crecieron en un ambiente muy parecido al de los niños judíos en los campos de concentración. Se ayudaban y se cuidaban entre ellos, pero un día, uno de los separatistas le había hecho… Algo a Mischa.

Algo que Hannibal no quería ni podía recordar, pero que la había lastimado mucho.

Los golpes dejaron sumida a la niña en un sueño comatoso.

Un mes después, Robert Lecter por fin pudo encontrar y rescatar a sus desgraciados sobrinos.

Hannibal en ese entonces, de 14 años, ni siquiera era capaz de hablar y su hermana estaba muy delicada, al borde de la muerte.

Robert Lecter se hizo cargo de ellos junto con su esposa, acogiéndolos como si fueran sus propios hijos. Ahora él era el nuevo embajador de Lituania en tierra estadounidense y tenía una posición acomodada como político, filántropo y artista.

Pasaron muchos meses hasta que Hannibal fue capaz de abrirse otra vez al mundo, aunque su mente había cambiado por completo por todo lo vivido, y su tío, además de convertir todo un piso de su mansión en un hospital perfectamente equipado para Mischa, había mandado también a su sobrino a la escuela.

Hannibal era brillante, pero esa alegría se veía siempre opacada por que Mischa no despertaba.

Llevaba tres años dormida y los pronósticos de los doctores no eran nada alentadores.

Robert Lecter veía el sufrimiento en los ojos de su sobrino y sufría también porque sabía que no podía hacer nada por él tampoco.

Tan inútil se sentía el buen hombre que había accedido al deseo de Hannibal de vivir con él en Estados Unidos mientras fuera embajador.

Su esposa, Lady Murasaki, permanecía en Francia y cuidaba del castillo donde Hannibal y Mischa habían pasado sus primeros meses luego de ser rescatados por Robert.

Para Hannibal, Estados Unidos representaba una cierta paz y también la posibilidad de algún día poder vengarse del hombre que había lastimado tanto a su hermana menor como a él.

Ahora todo era cuestión de esperar el momento oportuno. Ahora todo era cuestión de tener la fuerza suficiente como para poder por fin vengar a su familia.

Robert Lecter no tenía ni la más mínima idea de los planes que se fraguaban bajo el semblante aparentemente apacible de su sobrino, pero de haberlo sabido no hubiera podido dormir en meses.

Hannibal no se separó del lecho de su hermana aquella noche, pero el movimiento de su mano no se volvió a repetir.

Al día siguiente el muchacho estaba ojeroso y cansado, pero llegó a la hora que le había prometido a Will.

Y cuando llegó, Will ya estaba ahí, esperándolo con una sonrisa radiante que enseguida mejoró un poco el ánimo de Hannibal.

-No sabría decir si estas contento de verme o que lo estas porque verás a los cachorros…- comentó Hannibal mientras ambos entraban en el instituto en donde apenas comenzaban a llegar los profesores.

Will soltó una leve risa.

-Diría que por ambas cosas.- confesó el joven de manera un poco impulsiva.

Lo cierto era que tenía que admitir que se había pasado la noche entera soñando con Hannibal.

Era algo extraño, pero realmente no se había dado cuenta hasta que lo vio otra vez, lo enormes que eran sus ganas de volver a charlar con él.

Hannibal por su parte, después de ese primer comentario elocuente, guardó silencio como siempre, pero entre ellos el silencio no era para nada incomodo, como si hubieran tenido una conexión perfecta desde el momento en que sus miradas se habían cruzado.

Hannibal otra vez volvió a colarse en la cocina para calentar leche para los cachorros, esta vez con ayuda de Will, quien distrajo hábilmente a la cocinera diciéndole que era nuevo y que quería saber cuál era el menú de todos los días en la cafetería.

-La próxima vez intentaré acordarme de traer un termo con leche.- le aseguró Will a Hannibal entre risas cuando ambos pudieron escapar rumbo al enorme parque del instituto y después a la pequeña capilla abandonada.

-Debió ocurrírseme eso hoy antes de salir de casa.- respondió Hannibal mientras buscaba la caja con perritos.

Los animalitos ya estaban despiertos y chupeteaban a sus hermanos, buscando la comida de una madre.

Will sacó la caja afuera y se sentó, mirando el cielo lejano, junto con el otro muchacho, ambos apoyados en el fresco y verde césped.

Notó que dentro de la caja había un montón de tela de buena de calidad acurrucando a los cachorros, y se dio cuenta de que se trataba de la chaqueta del uniforme que Hannibal había llevado puesta el día anterior, aunque ahora traía una nueva.

El gesto de volverse a su casa sin su chaqueta a pesar del fresco de la noche, solo para dejar protegidos a los perritos, conmovió aún más el corazon de Will.

Hannibal era perfecto.

Solo lo conocía hacia un día, pero en su mente ya lo catalogaba como alguien perfecto, o al menos como la persona más perfecta a sus ojos que había conocido hasta el momento.

El cielo comenzaba a teñirse de hermosos colores que anunciaban la llegada del amanecer, y Will se sintió en ese momento completamente satisfecho.

Como si lo tuviera todo en la vida.

Comenzó a alimentar a los perritos con una sonrisa soñadora en su rostro mientras disfrutaba de esa sensación tan nueva y extraña.

De a ratos miraba a Hannibal, a sus ojos tan especiales y pensativos.

No sabía por qué un chico como él, con su aspecto y su dinero, se ocupaba de cuidar a un montón de cachorros y de ayudar a alguien como él en lugar de andar por ahí presumiendo y conquistando chicas.

Pero eso lo hacía especial. Él era especial, y eso definitivamente le gustaba a Will Graham, y mucho.

 

 

Notas finales:

espero que les haya gustado y espero leer sus bellas palabras que animan mis dias XD espero actualizar pronto mis otros ff pero ahora estare con este, asi que disfrutenlo mientras dure el hype de la nueva historia xD besos!


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