XIV: Cuatro razones porque…
Contra todo pronóstico, Sasuke se había enamorado.
No era una muchacha de curvas pronunciadas, voz risueña y grandes ojos que derrocharan ternura. No era una muchacha educada y elegante, como su padre hubiera aprobado sin dudas. Menos era delicada en su caminar ni en sus formas de actuar.
De hecho, tampoco era una muchacha.
A Uchiha Sasuke lo había enamorado un muchacho.
Un joven de sonrisa confiada y soñadora, de mirada penetrante y llena de convicción. Un joven radiante en su forma tan espontánea de caminar por el sendero de la vida.
Alguien con muchos pros y contras a su favor.
A Sasuke le gustaba ser observado por ese par de irises que humillaban con enorme facilidad el cielo despejado en una mañana de verano, cuando más azul y brillante éste era. Ver su reflejo en aquellas lagunas que derrochaban sinceridad lo llenaba de paz.
Disfrutaba, también, oír la estruendosa risotada que muchas veces por asuntos banales aquel dejaba fluir al exterior, obteniendo así mucho más que sólo su atención. El rompe tímpanos, como la llamaba, era el mejor remedio para curar las penas y olvidar los problemas; ser absorbido por el tronar melodioso de aquella risa le significaba un placer ambivalente.
La manera de ser, sencilla y bondadosa en extremo, jugaban a favor de quien le había robado el corazón. Siempre más que dispuesto a ayudar, incluso llegando al extremo de convertirse en mártir sin titubear, eran aspectos de aquella magnética personalidad que Sasuke amaba y odiaba en ambas partes. Aunque a veces sentía que ese odio dejaba al amor en el piso de un punta pie; él no prestaba ayuda a nadie que a sus ojos no se lo mereciera, así que siempre entraban en disputas absurdas por eso.
De carácter valeroso y osado, demasiado imprudente, aquel prefería caer en batalla antes que rendirse cuando algo se proponía. Como cuando se propuso conquistarlo, sin saber que ya era demasiado tarde para ello.
Y esas eran sólo algunas de las artimañas que Uzumaki Naruto había utilizado vilmente para seducirlo, arrojándolo al abismo más recóndito de su ser, allí donde, dormido, había permanecido aquel sentimiento con el que nunca consideró algún día tener que lidiar.
Vaya ironía.
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