IV: Todo de ti
Sasuke era una persona muy reservada, adusta, impasible, apática e incluso fría y desconsiderada. La mayor parte del tiempo su boca era dominada por el sarcasmo hiriente y franco; palabras que sólo podían ser comparadas con el bruno de sus irises carentes de sensiblería falsa y barata. Su sonrisa se sesgaba en un gesto que expresaba todo menos simpatía, amabilidad y contento. Y sus modos eran poco más que irreverentes y descarados.
Sí, Uchiha Sasuke no era precisamente un modélico de ser humano, y lejos estaba de ser «perfecto», clasificación desmerecida que terceros le atribuían. Sin embargo, y como en toda persona, existían en él cualidades suficientes para atraer la atención de la única persona en la que deseaba tuvieran efecto.
Y Naruto lo sabía. Él se sentía dichoso de ser parte del pequeño círculo que conocía la versión más humana de Sasuke. E incluso más allá. Podía hasta afirmar que era el único que había visto una faceta de Sasuke que de ser expuesta callaría hasta al más escéptico en cuanto a su naturaleza estigmatizada por sus modos. Y lo más increíble era el evento que desencadenaba tal efecto tan común en las personas. Menos en él.
Sasuke también se sonrojaba.
Mas no era un sonrojo producto de una extenuante actividad física; algo completamente normal y que de hecho le ocurría. Ni por consecuencias de una fogosa noche de sexo, que también eran muy frecuentes entre ellos. Esos escenarios no permitían destacar un simple sonrojo como algo extraordinario en nadie, mucho menos en alguien como Sasuke, por ser imposibles de suprimir para cualquier ser humano.
Aquello que sólo él y nadie más (exceptuando a los miembros de la familia Uchiha) sabía era que Sasuke se sonrojaba cuando le hablaban de tomates para la comida. El arrebol que tomaban sus mejillas era delicioso, y sólo por pronunciar un escueto «tomate» como parte de la respuesta, sin importar en base a qué elaboración culinaria éste estaría presente. No obstante, aquello que lo volvía particularmente especial era que ipso facto desplegaba un carácter tan sumiso y cariñoso, propiciado por el exceso de irracional felicidad, que cualquiera pensaría que había sido reemplazado por otra persona completamente diferente.
Por eso a Naruto no le dolía el bolsillo cuando llamaba para pedir comida a domicilio, evidenciando así sus nulos talentos culinarios, cuando era su turno de «cocinar». Y esos días, Sasuke siempre arribaba con una sonrisa, anticipando gracias a la experiencia lo que esa noche cenarían.
—Estoy en casa.
La voz de Sasuke, anunciando su llegada, propició que Naruto se levantara del sofá, apagara la televisión y se acercara a recibirlo con un beso. Un contacto que no fue prolongado ni denotó exceso de concupiscencia, mas sí estuvo sellado por una sonrisa en ambos lados.
—Bienvenido. —Y tan pronto lo dijo, no pudo evitar agregar—: Adivina qué cenaremos hoy.
La sonrisa en Sasuke se pronunció al tiempo que volvía a tomar los labios de Naruto en un nuevo beso, igual de inocente que el primero, pero esta vez acompañado de la leve risa contraria y el sonrojo de sus pómulos.
Sí, Sasuke podía ser muchas cosas, pero con todos sus defectos y virtudes, Naruto lo quería a su lado.
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