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Vivo por y para ti por Verdadero98

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Notas del capitulo:

Gracias por sus comentarios, temía un poco que la historia no gustará, pero me alegra ver que el fic fue bien aceptado.


Como dije anteriormente, la narración es rápida y se usa timeskip.


Disfruten la lectura.

VIVO POR Y PARA TI


CAPÍTULO 2


El tiempo fue transcurriendo y con el pasar de los días, la relación entre ambas se estrechó hasta ser la más íntima del castillo. Natsuki Kuga profesaba una lealtad incomparable, y cuando la princesa ordenaba, ella cumplía su voluntad a cualquier precio. Su obrar era recompensado con la gratitud de quien idolatraba, porque aún cuando la heredera al trono no mostraba aprecio por prácticamente nadie (a excepción de su padre), a su caballero le tenía un profundo cariño. Shizuru consideraba a Natsuki su única amiga, su mejor amiga, su persona más importante.


Por eso, cuando la oji-verde cumplió 16 años, no pudo retrasarse más lo que ambas sabían sucedería tarde o temprano. Lo vieron venir desde la primera mirada cómplice que compartieron. Habían estado jugando con fuego, las llamas amenazaban con incendiarlo todo y ahora debían contener el incendio a manos desnudas.


Aquel día, Shizuru acorraló a la menor dentro de su habitación. Fue algo fácil, ya que el cuarto de Natsuki se encontraba dentro de la recamara real.


Entre esas cuatro paredes, la caballero podía darse el lujo de dejar su faceta fría, por eso le invadió el nerviosismo al darse cuenta de lo que sucedía.


La princesa acercó sus rostros. Le encantaba el olor de la otra aunque no sabía denominar dicho aroma. -Natsuki-. Su cálido aliento dio contra las mejillas que adoraba sonrojar con bromas indecentes. -No podemos seguir fingiendo demencia-. Le miró a los ojos, escudriñando en ellos hasta desnudar su alma. -Quiero que seas sincera conmigo-. Era innecesario pedir eso cuando Kuga había jurado no mentirle en nada.


-Siempre te soy sincera Shizuru-. Cuando estaban a solas le decía por su nombre.


-Te conozco, nunca me mientes-. Acarició su mejilla. -Pero tampoco sueles decirme lo que sientes-. La menor guardó silencio.


-Natsuki, ¿Te gusto?-.


-Sí-. Era una palabra cargada de seguridad.


-¿Me deseas?-. Si alguien les escuchase…


-Te deseo Shizuru-.


"¿Me amas?" Esa pregunta se quedó atascada en su garganta, porque estaba segura de que ejercía una fuerte atracción sobre la oji-verde, pero no sabía con exactitud hasta donde llegaba el cariño que le profesaban, y no quiso arriesgarse a escuchar una respuesta que podría romperle el corazón en mil pedazos.


-¿Me quieres?-.


-Más que a nadie-.


Le fue suficiente con saberse querida para decidir condenarles a las dos.


Sin pensarlo, probó por primera vez los labios que tanto había deseado besar. Natsuki le correspondió con la misma intensidad. Ninguna tenía experiencia pero podían aprender juntas.


El beso se rompió con un jadeo.


-Mi caballero, tengo una petición-. Susurró en su oído.


-Pídeme lo que quieras, lo cumpliré-. Conocía de antemano lo que le iban a pedir. Desde hace mucho tiempo Shizuru le veía con otros ojos.


-Quiero que seas mía esta noche-. Le estaba pidiendo pecar, ambas lo sabían, sin embargo, no les importó ni un poco.


-Si la princesa lo desea-. Le besó en la comisura de los labios. -Así será-.


Como siempre, la princesa obtenía todo lo que quería.


Salieron de la habitación con una sonrisa pícara en el rostro.


Y cuando se mostró la luna, Natsuki ingresó en la recamara real, tal y como solía hacer todas las noches, con la diferencia de que en esa ocasión no se dirigió a su cuarto.


Shizuru le observó con una sonrisa, le fascinaba la innegable belleza de la oji-verde y le encantaba como lucía en su papel de caballero; cada prenda, cada accesorio, cada cosa que la menor llevase encima, era escogido por la princesa. Tomó su espada y le recargó junto a la puerta; retiró el broche de plata para poder desprenderle la capa; después, le quitó lentamente la armadura, dejándole con los ropajes de lino negro que solía usar debajo. Sin aquel metal cubriéndole, su cuerpo parecía tan mortal como cualquiera, a la castaña le gustaba ser la única con el privilegio de ver su fragilidad, su parte más humana.


Porque para el reino entero, ambas formaban una espada, donde Shizuru era la empuñadura y Natsuki la hoja.


Acusaban a la princesa de no tener escrúpulos, acusaban a la caballero de ser solo una vil marioneta con las manos manchadas de sangre


Y así como Natsuki era la única que veía belleza en la tormenta que podía arrasar el reino, Shizuru era la única que contemplaba vida donde todos veían el reflejo de la muerte.


Dos lados de una misma moneda.


Con delicadeza, le quitó su vestimenta y luego le pidió que hiciera lo mismo. Cuando ambas estuvieron desnudas, Shizuru le recostó en la cama, se colocó sobre ella y delineó sus curvas con los dedos. La mirada esmeralda le veía con cariño. Besó desde su cuello hasta llegar a sus labios. Disfrutó saboreando el fruto de lo prohibido.


Porque si alguien les encontraba, a Shizuru le quitarían su derecho al trono, mientras que a Natsuki le ejecutarían sin dudarlo. Era una posibilidad bastante trágica, pero harían lo que fuera necesario para evitar aquel fatídico final.


La princesa gozó con los primeros gemidos, era el sonido más maravilloso que había escuchado en toda su vida, y era placentero saberse culpable de aquella melodía. Sus manos recorrieron milímetro a milímetro de piel, marcándole como suya en cada mínimo tacto.


Deslizó su mano entre las piernas de Natsuki, palpó la creciente humedad que amenazaba con volverle adicta, observó la mirada de confianza que le dedicaban y tomó lo último de su caballero que le quedaba por reclamar. De inmediato sintió la sangre en sus dedos, como respuesta, le sonrió tiernamente y le besó con más ternura aún.


Quizá en el campo de batalla tuviese la brutalidad de un hombre, pero ahí, en la cama, sus mejillas tintadas de rojo le revelaban tan mujer como la propia princesa.


Sus piernas se aferraron a la cintura de Shizuru cuando llegó al clímax.


Oficialmente, le había entregado todo.


Fue su turno de poseer a la princesa y fue así como la heredera al trono dejo de ser doncella sin que nadie se enterase.


Al final, la castaña se recostó sobre su pecho, abrazándose a su cintura. La caballero siempre había velado por sus sueños, sin embargo, ahora era diferente, mientras dormía se sentía protegida por la seguridad que emanaba de Natsuki y le envolvía posesivamente. La oji-verde acarició su cabeza, pasó los cabellos castaños entre sus dedos, delineó su mejilla y al final dejo reposando la mano sobre su espalda.


Tal como se lo dijo Shizuru, no acostumbraba decir sus sentimientos en voz alta. Allá en la frontera del Norte, le habían enseñado muchas cosas, desde montar hasta más de un arte secreto, le instruyeron para ver la muerte como algo natural y le inculcaron las virtudes necesarias para ser un Kuga; sin embargo, había aprendido ciertas cosas por su cuenta y entre ellas se encontraba el mantener la boca cerrada sí quería sobrevivir en la Fortaleza.


Era una mujer de carne y hueso que debía afrontar la vida como si fuese de hierro. Siempre le dijeron eso, incluso cuando el rey llegó a su hogar para llevársela consigo, cambiando así su destino por uno no más piadoso.


Horas atrás, vio en la mirada de Shizuru la pregunta que tuvo miedo de decir en voz alta, le vio y entendió aquel temor. Entonces, llegaron a sus labios las 4 palabras con las cuales le daba a la vida el poder para matarle.


-Te amo, mi princesa-. Susurró en su oído.


A partir de ese momento, la caballero no volvió a dormir en su cama, porque a Shizuru le gustaba demasiado dormir sobre su pecho. Solo durante esas horas podían tocarse libremente, y no era que a Natsuki le desagradara, sin embargo, solía ver con cierta paranoia la puerta y temía que las paredes escuchasen lo que hacían por las noches, por esos motivos solo cerraba sus ojos el tiempo necesario para que su cuerpo no colapsara.


Con cada luna que pasaba, la oji-verde adquiría mordidas, rasguños y leves moretones que le marcaban como propiedad de Shizuru. Si era sincera, disfrutaba mucho con aquellas sesiones, todo el dolor físico de sus batallas no era nada comparado con ese placer regalo de los dioses. Por supuesto, también era consciente de que esas marcas eran la prueba definitiva para hundirle.


Solo podía agradecer que su armadura ocultase su mayor pecado.


Esa coraza de metal repelía las espadas que buscaban matarle y retenía sus pasionales secretos.




Semanas después, la princesa quiso salir a conseguir vino, era un buen pretexto para pasear con Natsuki fuera del castillo. Le hubiera gustado tomar su mano, poder besarle a la luz del día, gritarle a los cuatro vientos cuanto le amaba, no obstante, ese era el único capricho que no podía permitirse.


La mayor entró en la tienda y su caballero se quedó montando guardia en la puerta, para que nadie entrará; Shizuru detestaba rodearse de quienes consideraba plebeyos cuando estos no eran sus sirvientes.


Natsuki mantenía su mirada fija en quienes pasaban, sus oídos atentos a lo que ocurría en la tienda y la mano sobre el pomo de su espada. Todos bajaban la mirada al pasar junto a ella, temían verle a la cara y terminar viendo a la muerte. Jamás le dirigían la palabra, ya fuese por estar aterrados de enfurecerle o por repudiarle, ella pagaba con la misma moneda silenciosa, al menos que quisiera apartarlos del camino de la princesa, ahí si decía unas cuantas palabras amenazantes.


Por eso fue bastante extraño que dos muchachos se pararan frente a ella. Primero no les reconoció, pues el único rostro al cual le daba importancia era aquel al cual juró proteger. Le vieron con desprecio, lo ignoró, no era nada nuevo el ser vista de esa manera. Hicieron ademan de entrar, atravesó el brazo.


-Prohibido el paso-. Dijo fríamente.


-Nadie te pidió permiso-. Al escucharle, le llegó un eco de memoria.


-Lárguense-. Ordenó. No tenía ganas de limpiar su espada ese día.


-Quítate del camino fenómeno-. Él intentó caminar, creyendo podría pasar el obstáculo, pero se topó con un brazo de hierro.


-Atrás-. Advirtió. No le hicieron caso, entonces, mediante un leve movimiento de su mano le tiró al suelo.


-Era cierto-. Dijo el otro con una mueca de repudio. -Te convertiste en sirviente de la princesa-. Ella escuchó con un semblante serio. -Maldita traidora, ni siquiera nos recuerdas-. Error, ya les recordaba, jamás se había llevado bien con ellos. -Abandonaste la Fortaleza para ser un asqueroso perro faldero-.


-Márchense-. Mientras no recibiera la orden de matarles, podía ser un poco tolerante si se callaban, pero…


-Eres solo su mascota; tu ama te da de comer sus sobras, te viste con el mismo metal que manchas de sangre vez tras vez y te ordena hacer trucos para entretenerle-. Tensó la mandíbula. Esas palabras eran una mentira de pésimo gusto, patrañas que inventaban para hacerle sentir degradada, cosa que no le importaba, lo que si le molestaba era que hablasen mal de su amada.


Natsuki comía en la misma mesa que Shizuru, compartía sus alimentos y bebía del vino reservado a la familia real. Vestía con armaduras que se forjaban especialmente para ella y capas de la mejor calidad. Recibía un trato noble y gozaba de deberle obediencia solo a su princesa.


-Eres una vergüenza para los Kuga-. Le escupieron, más no se movió de su puesto de guardia. Le habían enseñado que la disciplina debía reinar sobre las emociones. Era una verdadera Kuga y haría caso a sus enseñanzas.


Se molestaron más al ver su nula reacción. Él que había tirado al suelo se levantó al percatarse de cómo le miraban, desde arriba, en más de un sentido.


Porque quizá Natsuki fuese un siervo, pero era un siervo que estaba por arriba de prácticamente todo el reino, solo por ser la mujer que la princesa amaba.


-Renunciaste a tu herencia y te dejaste vender cual ganado-. No podían callarse. -Ahora te hundes en mierda mientras a ella la tienes puesta en un altar de flores-. Le miraban con un odio desmedido. -Te privas de vivir para poder morir por ella-. La ponzoña de sus palabras los envenenaba incluso a ellos. -¿Y cómo te paga? Haciendo que todo el reino te odie-. Querían golpearla, pero como no podían, solo soltaban puñetazos verbales.


-Vivo por y para la princesa-. Era una evidente declaración de que no le importaba lo que el reino sintiera por ella.


-No me cabe duda-. Vieron que su mano pasaba del pomo a la empuñadura. -Pero recuerda esto: Cuando se aburra de tus trucos de perro, se deshará de ti-. Le sonrieron cínicamente y se marcharon.


Natsuki suspiró, porque a diferencia de ellos, ella si se dio cuenta de que alguien había estado escuchando su montón de sandeces.


-Regresemos al castillo, ahora-.


-Como ordene, princesa-. Solo ella conocía el enojo que podía esconderse en esas sencillas palabras.


Resguardadas por la privacidad de la recamara real, Shizuru abordó el tema que hacía arder sus entrañas. Había escuchado hasta la última palabra y no sé iba a quedar con los brazos cruzados.


-¿Les conoces?-. Lanzó la primera pregunta cual daga. Daba vueltas por la habitación, hecha una furia.


-Primero no les reconocí, pero sí-. Permanecía de pie, recargada contra la pared. Pensó que quizá si debió cortarles las lenguas apenas abrieron sus insolentes bocas.


Se detuvo frente a Natsuki. -¿Quiénes son?-. Sus ojos carmín ardían.


-Takeda Masashi y Tate Yuuichi, habitantes de la frontera del Norte-. Raramente salía a la luz aquel lugar. Shizuru afiló su mirada.


-¿Por qué te dijeron esas cosas?-. En otra situación, estaría enfurecida por los falsos que le levantaron, pero en ese momento le enfurecía que hubieran agredido a Natsuki.


-Porque me consideran una traidora-. Soltó con amargura. La palabra "Traidora" siempre le había molestado en exceso.


La princesa suavizó su voz. -Eres la mujer más leal que conozco-.


-Pero les enfurece que mi lealtad no este con ellos-. Ahí recaía el problema. -Me acusan de no recordar, cuando ellos parecen haber olvidado que siempre se llevaron mal conmigo-. Dejó salir un gruñido. -Creo que ahora disfrutan injuriándome con lo que creen un verdadero motivo-.


-Natsuki…-. Fue un susurro.


-¿Qué sucede Shizuru?-. No recibió respuesta. -Si te he incomodado, lo lamento, no volveré a hablar de esas cosas-.


-No ha sido eso-. Apretó los puños. -Natsuki, ellos mencionaron una herencia, dijeron que renunciaste a ella, que te vendieron-. Hablaba con un dolor que nadie imaginaba fuese capaz de sentir. -¿Es así como llegaste a mi lado? ¿Cómo una esclava a la que despojé de su destino?-.


La oji-verde le miró a los ojos. -No-. Tomó sus manos. -Llegué a ti como una chica cargada con su lealtad, valentía y sinceridad-. Acarició sus dedos. -Llegue a ti con la espalda erguida, la cabeza en alto y mirada fiera-. Dejo sus manos para poder abrazarle. -El rey me trajo, pero me quede aquí por ti-. Besó su cuello. -Me quede contigo para convertirme en el caballero que te protege-. Susurraba en su oído. -Para ser la mujer que te ama-.


Un escalofrío de placer recorrió todo el cuerpo de la princesa.


-Te amo Natsuki-. Se aferró a ella.


-Entonces todo está bien. El reino entero puede decir que soy tu mascota, tu esclava, tu verdugo, pero solo tú y yo sabemos la verdad-. Le besó con necesidad de su calor. -Nuestra verdad-.


Fue cuestión de días para ver dos cuerpos ahorcados en la plaza principal. Las personas podían temer a Natsuki, podían odiarle, despreciarle, repudiarle con toda su alma, sin embargo, quien lo hiciera saber sufriría la ira de Shizuru.




Cuando Natsuki cumplió 17 años, Shizuru le hizo dos regalos. El primero fue una espada mandoble, hecha de plata, con dos esmeraldas en la empuñadura y una funda igual de magnifica. El segundo regalo fue un cachorro de lobo, de pelaje negro y ojos de un verde intenso, muy similar al de la mirada de Natsuki.


Desde ese día, Kuga caminaba por el reino con un cuchillo de guerra en su cinturón y su espada siempre en su espalda. Los pueblerinos no veían su pulsante filo, pero el tamaño de la funda hablaba por sí solo. Algunos se preguntaban como una mujer tan joven era capaz de blandir tal hoja, sin embargo, cuando le veían desenvainarle con una sola mano, quedaba claro que poseía fuerza más que suficiente.


Bautizó su mandoble como "Fulgor plateado", por otro lado, a su pequeño lobezno lo nombró como "Dhuran".


A diferencia de su espada, Dhuran se mantenía en el castillo. El animal poseía una inteligencia asombrosa y crecía a un ritmo acelerado. Su presencia, al igual que la de Natsuki, resultaba intimidante, así que el lobo dormía en la remara real, con sus puntiagudas orejas en guardia permanente.


La caballero le adiestró para que obedeciera únicamente su voz y la de la castaña. En poco tiempo, Dhuran tuvo el tamaño de un caballo, esa fue la señal para permitir que el mundo supiese de su existencia. Y así, la mañana que salió del castillo flanqueando el lado izquierdo de Shizuru, mientras Natsuki custodiaba el derecho, el pueblo estuvo seguro de que nadie podría siquiera soñar con tocar a la princesa.


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