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Desnudo ante los ojos del Halcón II. por ErzaWilliams

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Notas del capitulo:

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Debo reconocer que me da miedo asomar mi nariz por aquí...

Porque sé que me merezco una muerte lenta y dolorosa por haberos tenido abandonados tanto tiempo u.u No pondré excusas, solo diré que me ha resultado imposible no actualizar, sino terminar este capítulo a causa de muchas cosas que llevo detrás. Espero que me perdonéis y que la decepción de mi ausencia no haya supuesto que el fic y la historia os dejen de gustar u.u" 

Con todo mi cariño y dispuesta a sufrir vuestros reproches obvios y merecidos, os dejo este capítulo nuevo. :D

Lo había dicho. Había pronunciado esas palabras, después de más de dos años anhelando por ellas. A pesar de saber lo que Mihawk sentía, de estar completamente convencido y seguro de sus sentimientos, siempre había sentido que le faltaba escucharlo, de alguna manera. Era consciente de que el Shichibukai tenía otras mil formas de decirle que le quería, que le apreciaba a más no poder, que su existencia era única para él. Pero esas dos palabras pronunciadas con la devoción con que Mihawk acababa de decírselas hacían que mereciera la pena haber sido torturado.

Zoro esbozó la sonrisa más deslumbrante que Mihawk había visto nunca. Luego, el cazador se revolvió y tironeó con más fuerza que antes de las cadenas. Soltó un bufido desesperado al no poder deshacerse de ellas.

- Estate quieto – le espetó Mihawk –. Te harás más daño todavía.   

- Pues haz algo. Suéltame, por favor.

Mihawk veía el ansia en Zoro por lanzarse sobre él. Y el pelinegro también sentía esa necesidad dentro. Se levantó y se acercó al capitán, tirado en el suelo completamente inconsciente. Había sido lo suficientemente imbécil como para llevar consigo las llaves. Se las quitó del cinturón del pantalón, que se le había quedado a medio desabrochar. Recordar lo que pretendía le hizo querer matarle otra vez. Pero la impaciencia de Zoro porque le liberase logró que el Shichibukai dejase al marine y volviera junto al cazador. Mihawk se colocó delante de él y encajó la llave en el grillete que le sostenía del brazo derecho.

- No te fuerces – le dijo entonces -. Apóyate en mí. Yo te sujetaré.

- Lo sé – sonrió con dulzura el cazador.

El Shichibukai dejó asomar un esbozo de sonrisa en la comisura del labio y metió el hombro debajo del brazo del cazador para que, en cuanto el grillete se abrió, Zoro se apoyase en él.  Mientras Mihawk trataba de soltar el grillete que faltaba, el cazador hundió la nariz en su cuello, que le quedaba a la altura de la cabeza.

- Qué bien hueles – le susurró al oído.

El pelinegro sintió un ramalazo eléctrico recorrerle la espina dorsal al punto de provocar que casi se le cayeran las llaves de la mano. No sin dificultad al tener a Zoro respirando en su cuello, el Shichibukai terminó de desencadenar al espadachín. En cuanto la segunda cadena dejó de sostenerle, Zoro se dejó caer sobre el pelinegro con aplomo. Su cuerpo tardaría un poco en reaccionar. Pero Mihawk le rodeó la cintura y le mantuvo de pie sin siquiera hacer esfuerzo. Zoro pudo pasar los brazos alrededor del cuello del pelinegro y alzó la cabeza para mirarle a los ojos.

- Lo decía en serio – susurró -. No me importaría morir si tu cara es lo último que puedo ver.

- Antes de matarte a ti tendrían que acabar conmigo.

- No quiero que mueras por mí.

- También puedo vivir por ti. Así podrás ver mi cara cuando te despiertes por las mañanas el resto de nuestras vidas.

El Shichibukai levantó la mano derecha para acariciarle la nuca y el cazador ronroneó. Sus narices juguetearon. Sus sonrisas, tontearon. Con cuidado de no apretarle justo en la herida del labio inferior, Mihawk se inclinó hacia la boca de Zoro, que le esperaba tan ávida como de costumbre. Quizá más. Le importaba poco estar herido, solo quería perderse dentro de los labios del pelinegro. El cazador fue capaz de levantar uno de los brazos para llevar la mano hasta el pelo del Shichibukai y enredar allí los dedos. El sonido de los besos sobre los labios de ambos sustituyó al silencio y se llevó consigo cada golpe, cada punzada de dolor, cada grito ahogado. Zoro se aferró a la realidad que sentía darle calor contra el cuerpo en ese momento, era lo único que le importaba. El Shichibukai por su parte se sintió, de repente, pequeño al lado de Zoro. Como si el cazador le estuviera salvando de un final inevitablemente desastroso.

El pelinegro se separó ligeramente de él al notar que respiraba entrecortado pero Zoro hizo una leve presión sobre su nuca para que no lo lograse.

- Cachorro… - atinó a mascullar él.

- Un poco más – pidió el cazador, con los labios enrojecidos y entreabiertos.

La lengua de Zoro entró en un juego de salivas dentro de los labios del pelinegro, a quien nada en el mundo habría hecho desaprovechar semejante invitación. Mihawk movió el brazo derecho sin darse cuenta y apoyó la mano directamente en la espalda desnuda del cazador. Éste gruñó contra su boca en un sonido de queja. El Shichibukai se apartó rápidamente.

- Perdona – susurró, al percatarse de que le había presionado sobre una de las heridas.

- No es nada – aseguró el cazador.

- Voy a limpiarte al menos esas heridas para que no se infecten – dijo entonces el pelinegro -. Siéntate.

Mihawk casi acompañó a Zoro hasta sentarlo en el suelo de piedra de la celda. Echó un vistazo alrededor y cogió la toalla con la que Eros había torturado al cazador y el cubo de agua, acercándolos hacia el espadachín. Luego se colocó a su espalda, de rodillas. Mientras Mihawk mojaba y escurría bien la toalla, Zoro miró un momento al capitán de la Marina tendido en el suelo, inconsciente, unos metros más allá. Parecía una simple piltrafa cuya vida podría arrebatar solo con apretarle el cuello con fuerza. Y sin embargo, le había permitido controlar su vida durante demasiado tiempo.

- ¿Por qué no me lo dijiste? – le preguntó entonces Mihawk.

Zoro alzó la mirada hacia el Shichibukai, por encima de su hombro.

- Le reconociste cuando le viste en Kuraigana, ¿no es verdad? – insistió el pelinegro.

- Sí – admitió el cazador -. Nunca olvidaría una cara asquerosa como esa.

Mihawk puso la mano en el hombro de Zoro, que sintió un agradable chispazo ante el contacto en su piel, y presionó con cuidado alrededor de una de las heridas, en el omoplato izquierdo del cazador.   

- ¿Por qué no dijiste nada? - quiso saber.

- ¿Y de qué habría servido? Si hubieras sabido que fue él quien me hizo aquello, ¿qué habrías hecho?

- Le habría abierto la cabeza en dos. No, mejor, se la habría cortado. Y la cabeza también. Para meterlas después en la comida del Vicealmirante. Por ejemplo. O podría haber sido peor – elucubró Mihawk -. Como fuera, este capullo no habría salido vivo de mi castillo – le aseguró.

- ¿Ves? – Zoro se permitió una risa divertida ante las ideas asesinas del Shichibukai -. No era eso lo que debía pasar, no en ese momento, Mihawk.

- ¿Por qué no? Probablemente nos hubiéramos ahorrado todo esto – gruñó.

- Eso no puedes saberlo. Además, no quería que te vieras involucrado en algo que me pertenece.

- Estoy involucrado contigo desde el día en que decidí que era inútil resistirme ti – dijo el Shichibukai -. Pero admito que éste era tu problema. Tu cuenta pendiente con el pasado. Lo único que no entiendo es por qué no hiciste nada entonces. Le tenías al alcance de la mano.

- Le tenía tan cerca que casi vomito – confesó Zoro -. Pero si hubiera hecho algo, habría tirado por tierra todos tus esfuerzos por protegerme. Y habría sido tu perdición.

- Ya eres mi perdición, por entonces lo sabía, ahora lo sé, y acepto las consecuencias de quererte, no me importa nada más. Tenías derecho a cerrar ese capítulo de tu vida, de la forma que considerases correcta.

- O sea que admites que era mi decisión pero opinas que debería haber matado a este capullo aquel día a pesar de que eso significase desencadenar tu propio infierno.

- Sí – afirmó el Shichibukai. 

- Pues mi opinión es que no – negó el cazador -. Muchas gracias por ofrecerte a bajar al averno por mí. Pero en aquel momento ya te quería demasiado como para permitirlo. Estás mal de la cabeza si crees que yo haría algo que pudiera destruirte de esa manera.

- Tú te contuviste de llevar a cabo esa venganza que anhelas desde hace tantos años, de matar al hombre que te vendió, por mí. ¿Quién es el trastornado aquí, eh?

Zoro soltó una carcajada divertida.

- Creo que ambos estamos igual de locos – respondió el cazador con simpleza.

Mihawk se inclinó hacia él y le besó el hombro. Zoro tuvo que contener un jadeo de sorpresa ante ese suave roce. Volvió la cabeza hacia su hombro para mirar de cerca al Shichibukai y, en cuanto éste alzó la cabeza, aprovechó para besarle otra vez. Mihawk se movió para quedar frente a él y acercó la toalla a otra de las heridas que el cazador tenía en el pecho. Notaba su respiración pausada, su pecho subiendo y bajando despacio. Tragó saliva. Nunca había pensado que algo tan simple como eso pudiera hacerle sentir tan tranquilo y tan cómodo.

Si su pecho se hubiera detenido… pensó durante un instante oscuro.

- Zoro, yo estaba allí – dijo entonces el pelinegro -. Cuando este cerdo mató a tu amiga.

El espadachín contuvo el aliento un instante al escucharle hablar de Sienna y su muerte en la isla de los cazadores de piratas. Evitó mirar a Eros en ese momento.

- Fue tan estúpido, y tuvo tanta suerte – farfulló -.  Estaba allí, lo vi y no pude…

- Esa no era tu batalla, sino la mía – le interrumpió Zoro con suavidad -. Y la perdí. Ese peso solo puede ir sobre mis hombros, Mihawk.

- No debí dejar que llevase a cabo el estúpido plan de secuestrar a toda una jodida isla – continuó el Shichibukai.

- No estaba en tus manos evitar eso. No podías hacer nada.

- Eso no es excusa – hizo notar él.

- Mihawk, tú no la mataste – zanjó Zoro.

- Si la hubiera matado cargaría con la misma culpa que llevo encima por no haber hecho nada para evitarlo. Lo siento mucho – insistió el pelinegro -. Por todo. 

- De acuerdo, ya basta. Te he dicho que cargaremos con eso los dos juntos, ¿está bien?

El cazador se inclinó hacia él, aunque salvó la distancia pasando la mano por la nuca del Shichibukai para acercarle a sus labios. Le besó con suavidad, dándole dos besos muy suaves.

- Si crees que hay algo que debo perdonarte y necesitas escucharlo de mis labios entonces, atento: te perdono. Sea lo que sea lo que tengo que perdonarte, lo hago, Mihawk.

- No te merezco – susurró de pronto el pelinegro.

- Eso seré yo quien lo decida – respondió Zoro. Le besó otra vez -. No me importa si te merezco o me mereces o lo que sea. Yo solo sé que ya no quiero vivir sin ti.

- Pues habrá que salir de esta con vida – apuntó Mihawk -. Y cuanto antes salgamos de esta celda, mejor. – Le devolvió el beso antes de apartarse -. Vamos. Este bastardo no estará mucho más tiempo inconsciente.

Se levantó rápidamente, tendió la mano hacia Zoro y éste se sujetó a él para ponerse también en pie. Mihawk tuvo que hacer algo de fuerza para levantarle del suelo.

- ¿Estás bien? – le preguntó antes de soltarle la mano.

- Sí, esto no es nada. He estado peor, ¿recuerdas?

Mihawk intentó evitar la imagen de un cazador herido entre sus brazos en la puerta de la sala especial del castillo. Le soltó entonces y alcanzó la puerta de la celda de dos zancadas.

- Lo difícil va a ser salir por esa puerta sin que te vean – elucubró el Shichibukai en voz alta -. Habrá que dejarlos inconscientes a todos – añadió.

- No.

El pelinegro se volvió en redondo hacia el cazador. Estaba quieto en medio de la celda, con un gesto de lo más calmado en el rostro.

- ¿Cómo que no? – El gesto de Mihawk reflejó lo absurdo que le resultaba escuchar eso.  

- No puedes liberarme, Mihawk – insistió Zoro.

- Creo que es un poquito tarde para decir eso – soltó el pelinegro, apoyando las manos a ambos lados de su cadera.  

- Todavía no ha pasado nada, nadie se ha dado cuenta de lo que has hecho así que podemos aguantar un poco más.

- Pero aguantar en esta situación ¿para qué? – exclamó el Shichibukai.

La sola idea de tener que volver a encerrar al cazador le hizo sentir escalofríos.

- Para ganar tiempo. Si descubren que me has liberado mientras aún tienen a Airen, le harán daño para castigarte.

Mihawk se quedó sin aliento un instante y luego suspiró.

- Así que lo sabes – murmuró.

- Sí. Sé que has hecho todo esto por tu hijo. Y no vamos a dejar que haya sido en vano. Tienes que encontrarle antes de que yo salga de aquí.

- Sabes que le harán daño si te libero, pero no sé si te has dado cuenta de que si te dejo aquí mientras busco a Airen van a torturarte hasta dejarte medio muerto.

- Lo sé – asintió Zoro -. Y no me importa.

- ¡Pero a mí sí! ¿Cómo puedes pensar que voy a permitir eso? Salvar parte de mi alma mientras me arrebatan la otra, ¡es absurdo! Además, si hago eso, para cuando encuentre a Airen, ni siquiera yo podré alcanzarte en Impel Down. No puedes quedarte, Zoro. Es un suicidio.

Zoro sonrió con despreocupación.

- ¿Pero cuánto tiempo te crees tú que te va a llevar rescatar a tu hijo?

- Ni siquiera sé dónde está, cazador. ¿Cómo voy a encontrarle así sin más?

- ¿Como que no sabes…? – murmuró Zoro, visiblemente desconcertado de repente.

- No, no lo sé – suspiró, exasperado -. He hecho mis propias cábalas pero lo más seguro y más lógico es que le retengan en Mariejois. Porque si es allí, ni siquiera yo puedo llegar hasta él.

- Para, para, espera – le detuvo, alzando una mano -. Mihawk, ¿cómo crees que me he dado cuenta de que te estaban chantajeando con la vida de Airen? – le preguntó Zoro.

- Nunca te he considerado un estúpido – respondió Mihawk.

- No lo supe siempre, debo reconocer. Me di cuenta al ver el anillo que llevas puesto. –Lo señaló con la cabeza.

Mihawk lo miró un instante y jugueteó inconscientemente con el aro.

- ¿Por el anillo?

- Airen lleva colgado al cuello un anillo que hace juego con ese, ¿no es así?

- Sí. Es la alianza de su madre. La lleva desde que murió. Pero ¿cómo demonios sabes tú eso? 

- Porque lo he visto.

Mihawk empezó a hacer memoria. Zoro estaría hablando de aquella tarde en la isla cuando se cruzaron con el comandante de la guardia ciudadana. No sabía que el espadachín se fijase tanto en los detalles.

- No fue entonces. – La voz del cazador interrumpió sus recuerdos -. No me fijé en la isla. No sabía que Airen lo llevaba. Hasta hoy.

- No te estoy entendiendo, Zoro, ¿a qué viene este cambio de conversación? ¿Qué tratas de decirme?

- ¿De verdad estás tan cegado? – le devolvió él la pregunta -. Ven aquí.

Mihawk soltó un suspiro resignado y salvó la distancia con Zoro. El cazador le puso las manos en la cara, tapándole los oídos.

- Cierra los ojos – susurró -. Concéntrate.

- Zoro, esto no va a…

- Lo encontrarás – le interrumpió el cazador -. Hazme caso, confía en mí.

Mihawk cerró los ojos por complacer a Zoro, no porque pensara que aquello iba a servir de algo. Al principio pudo escuchar los latidos del cazador cerca. Seguía sin creerse que ese sonido le diera tanta calma. Sintió cómo se tranquilizaba, como sus musculos se relajaban lentamente, como si se estuviera permitiendo un descanso a sí mismo de la batalla que llevaba demasiado tiempo librando. Y entonces, lo sintió. Tenue. Como un suspiro que el viento se lleva. Pero ese suspiro le acababa de rozar la cara antes de desaparecer. Abrió los ojos de golpe. Su mirada se cruzó con la de Zoro, que parecía sonreír en suficiencia.

El pelinegro sujetó a Zoro de las muñecas para apartarle las manos de sus oídos.

- ¿Lo has sentido?

- No es posible – musitó el pelinegro, notando cómo su respiración se agitaba nerviosa.

- Mihawk, tu hijo está aquí – le confirmó.

- No, no, esto no tiene sentido –insistió el Shichibukai.

- Yo le he visto.

- ¿Cúándo? ¿Dónde? – exigió saber.

- Hace unas horas. Aquí mismo. Lo tenían encerrado unas celdas más allá.

Mihawk hizo amago de darse la vuelta rápidamente para salir de la celda del cazador pero éste le detuvo.

- Ya se lo han llevado – le interrumpió en su carrera -. Pero sé que era él. 

- ¿Cómo puedes estar tan seguro? – siguió interrogándole.  

- Llevaba la cara cubierta pero me resultaba familiar porque tenía el mismo aura que tú. Fue entonces cuando vi ese anillo colgando de su cuello, aunque al principio no lo relacioné. Hasta que entraste aquí y vi tu alianza, idéntica a la suya. Ahí lo entendí todo.

Su corazón se aceleró más todavía. Airen estaba más cerca de lo que había pensado. Al alcance de una mano que sólo existía en ese momento para salvarle de aquel destino al que esa misma mano le había condenado.

- ¿Él está bien?

- No vi heridas demasiado graves en su cuerpo y se revolvía con fiereza así que está fuerte. Tranquilo. Es de tu sangre después de todo. Puede con esto. 

- Pero no lo entiendo, ¿por qué está aquí?

- Para obligarte a hacer lo que quieran. Les has demostrado que llegarías hasta donde fuera por él. Si haces ahora cualquier movimiento sospechoso entonces…

- Pretenden mantenerme atado de manos mientras ponen el filo de una de sus sucias katanas contra el cuello de mi pequeño – comprendió el Shichibukai.  

Aquel derroche de cariño hacia Airen hizo que la boca del cazador se torciera en una sonrisa comprensiva.

- Eh. –Le acarició la mejilla con suavidad -. No dejaremos que le hagan daño. Tranquilo.

- Si no le hacen daño a Airen te lo harán a ti. No tengo escapatoria, haga lo que haga os estaré condenando a uno de los dos.

- Yo me protegeré solo. No tienes que pensar en mí.

- ¿Acaso crees que puedo dejar de hacerlo? No puedo atacar sabiendo que eso sería como haceros daño a alguno de los dos.

- Olvidas lo que soy, Shichibukai. Y que no estamos solos.

El pelinegro recordó entonces el as bajo la manga del plan que había trazado. Sacudió la cabeza ligeramente, tratando de apartar cada preocupación a un lado y calcular una nueva ruta después de aquel giro de los acontecimientos.

- Vale, necesito dejar de pensar, joder – soltó, atrapando el rostro del cazador entre las manos antes de inclinarse a devorarle la boca.

Zoro respondió al hambriento beso cuando reaccionó. Abrió los labios para dejarle paso a la lengua del Shichibukai que pugnaba contra él para introducirse en su cavidad bucal. Tras aquel beso intenso que les dejó sin respiración, el cazador sonrió con suavidad, se apartó ligeramente del pelinegro hasta colocarse bajo las cadenas de nuevo y alzó el brazo para alcanzar uno de los grilletes que colgaban del techo para acercarlo a su muñeca.

- Ayúdame con esto.

- Ni se te ocurra – siseó el Shichibukai, sujetándole de la mano para detenerle -. No te lo permitiré. No vas a hacer esto.

- Pensé que era lo que habíamos decidido.

- No. Tú lo decidiste – le espetó Mihawk, manteniendo la calma fría de la que siempre presumía.

- Será solo hasta que encuentres a tu hijo y lo pongas a salvo – insistió Zoro -. Es lo mejor.

- ¿Lo mejor para quién? No, Zoro. Encontraré a Airen. Pero tú lo harás conmigo.

El cazador se planteó por primera vez esa posibilidad.

- No, escucha. –Sacudió la cabeza -. Si salgo de aquí no tendrás tiempo suficiente para…

- Si buscamos entre los dos, lo lograremos – le cortó Mihawk -. Dijiste que estabas aquí, ¿no? Pues no te separes de mi jodido lado.

Lo último que quería era dejar a Zoro en manos de Eros de nuevo, o de cualquier otro marine. La forma de protegerle era tenerlo cerca. Y estaba convencido de que, junto a él, todavía tenía una oportunidad de salir bien parado de aquella y de salvar a Airen.

 

- ¡Luffy espera! ¡Me prometiste que no liarías una guerra aquí dentro! – bramó Sanji cuando su capitán atravesó una pared a cabezazos.

- ¡¿Dónde están los demás?! – gritó el pelinegro, mosqueado.

El pasillo se llenó de marines en menos de diez segundos. Sanji se enfrentó a ellos para evitar que dieran la alarma al ver libre al pirata que custodiaban. El rubio maldijo en voz baja. Sabía que no debería haber liberado a Luffy el primero. Era obvio que se prepararía una guerra si ese idiota echaba a correr por todo el buque buscando a sus amigos. Pero por mala suerte era el primero con el que se había encontrado. Incapaz de dejarle entre rejas, el rubio había tenido que sacarle de allí. Aunque quiso hacerle prometer que mantendría la calma, al final Luffy había decidido que era más rápido buscar sin esconderse de los marines.

- ¡Así solo lograrás que te capturen otra vez!

- No van a engañarme, ¡les voy a patear el trasero! – aseguró.

Miró a ambos lados del pasillo y decidió que iría por la derecha. Sanji se dio un golpe con la palma de la mano en la frente y suspiró. Él se giró y, tras perder de vista a su capitán, echó a correr hacia la izquierda. Entre los dos cubrirían más terreno del buque. Evitó unos cuantos grupos pequeños de marines que corrían desesperados buscando a su capitán pero finalmente dieron con él. Se enfrentó a unos cuantos, pero según los derrotaba aparecían más. Aquello parecía no tener fin por lo que optó por seguir corriendo. En el cuarto pasillo en el que giró, encontró una enorme doble puerta de madera. Se lanzó sobre ella pensando que sería un despacho, para poder esconderse del regimiento que le perseguía. Trató de abrir la puerta pero estaba cerrada. Los marines le alcanzarían. Gruñó por lo bajo antes de darle una patada justo al lado del quicio. La puerta cedió y le dejó paso. Entró en la estancia y cerró rápidamente tras su espalda. Escuchó a los marines pasar corriendo al lado de la puerta y ninguno se detuvo. Respiró hondo un instante entonces. Justo antes de que a sus oídos llegase un jadeo ahogado.

Se dio la vuelta despacio. Aquello era una habitación. En medio, sobre una moqueta de color rojo, había una enorme cama con las sábanas revueltas, como si hubiera habido una guerra en ella. El suelo estaba lleno de ropa tirada descuidadamente, incluso había prendas que estaban rotas. Entonces escuchó un chapoteo. Alzó la mirada hacia la puerta que había a la derecha de la cama, que estaba abierta. Por ella empezaba a escurrir agua, empapando la moqueta. Sanji se puso de pie. Un nuevo chapoteo, más fuerte que el anterior. Sin hacer ruido, el rubio se acercó despacio a la puerta y se asomó levemente. De rodillas, inclinado sobre la enorme bañera, había un hombre de al menos noventa kilos y metro ochenta. Bajo él pudo distinguir el cuerpo de otro hombre, mucho más pequeño. Sus enormes manos rodeaban el cuello y la nuca de su víctima, obligándole a mantener la cabeza bajo el agua que empezaba a desbordar la bañera. El hombre trataba de defenderse arañándole las muñecas y los antebrazos como podía. El que reconoció como un marine por la ropa que llevaba a medio poner, estaba haciendo una presión ininterrumpida sobre el otro hombre, lo que le hizo deducir que aquello no era un interrogatorio o una tortura, sino que intentaba ahogarlo por completo. El más pequeño se revolvía y movía los pies con desesperación, aunque cada vez con menos fuerza.

- Ahora que tenemos a la tripulación de Monkey D. Luffy tú ya no nos sirves para nada, muchacho – le decía el marine -. Eres una aberración que debe morir.

Por inercia, el rubio atravesó la puerta de golpe y se lanzó contra el marine. Cuando llegó lo suficientemente cerca, apoyó las manos en el suelo con cuidado de no resbalar, le rodeó el cuello con las piernas desde la espalda y lo levantó por encima de sí mismo hasta hacerle caer con aplomo contra el suelo del baño. Una vez estuvo allí, le dio una patada contra el cuello que le dejó inconsciente. El otro hombre había dejado de moverse y estaba inclinado sobre la bañera con la cabeza bajo el agua. Sanji se levantó rápidamente, empapado, para llegar al lado del hombre y sacarlo de la bañera. Le puso boca arriba, pasando el brazo por detrás de sus hombros para incorporarle.

- ¡Oye! ¡Reacciona!

El aliento del rubio se escapó en un grito de sorpresa ahogado al ver el rostro del hombre que mantenía junto a él.

Maldita sea, este hombre es…

Por más que le mirase, no encontraba un solo rasgo distinto al de ese Shichibukai. El pelo negro como el ébano, la tez blanca y firme, la barbilla afilada, las cejas pobladas, la frente ancha. Era la viva imagen de Dracule Mihawk. Aunque bastantes años más joven que el Shichibukai. Sanji llevó entonces los dedos hasta el cuello del muchacho. Y descubrió que su corazón no latía. Le tumbó rápidamente en el suelo y le miró un instante. Sabía lo que tenía que hacer, pero ver el reflejo de Mihawk le distraía. Sacudió la cabeza para centrarse y se inclinó hacia él. Le tapó la nariz con los dedos y le abrió los labios con la otra mano. Se inclinó sobre él e introdujo aire en su cuerpo antes de empezar con la reanimación cardiopulmonar que Chopper les había enseñado a hacer adecuadamente. Colocó las manos sobre el lado izquierdo del pecho del muchacho y presionó una vez tras otra, contando en voz baja.

- Vamos. No te dejes matar por un insecto como ese – le dijo el cocinero.

Repitió la maniobra de nuevo. Y el pelinegro reaccionó. Echó el agua de más que había tragado, empezó a coger aire ruidosamente y se incorporó de un golpe. Sanji le sujetó por los hombros para mantenerle incorporado y le acarició la espalda desnuda tratando de calmarle.

- Respira despacio. – El muchacho pareció hacerle caso -. Eso es.

Le costó un poco recuperar un ritmo respiratorio más o menos normal. El chico clavó la mirada en el hombre que yacía tendido en el suelo.

- Ese hijo de puta… - balbuceó.

- Intentaba matarte. Lo que no sé es por qué – dijo Sanji -. Dijo que ya no te necesitaba ahora que tenía a mis compañeros.

- ¿Eres miembro de la tripulación de Monkey D. Luffy?

- Sí – asintió el rubio -. ¿Y tú? ¿Quién eres?

Los ojos de Sanji subían y bajaban por la anatomía del muchacho de una forma descarada. El muchacho se sentó bien en el suelo y se echó unos mechones húmedos de su pelo negro hacia atrás. Con ese gesto, el rubio pudo constatar que, definitivamente, estaba mirando al Shichibukai.

- ¿Qué pasa? ¿Te gusta lo que ves? – le preguntó el pelinegro al cazar su mirada indiscreta recorriendole.

- Perdona, pero es que estoy sorprendido. Cuanto más te miro más te pareces a él – susurró el rubio, sin poder creerlo todavía.

- ¿Qué? ¿Me parezco a Dracule Mihawk? – atajó el muchacho, alzando una ceja.  

Sanji se quedó un momento sin respuesta ante una pregunta tan acertada. ¿Cómo sabía en lo que estaba pensando?

- Eres idéntico, su viva imagen – confirmó al final el rubio.  

Airen suspiró con cierta sonrisa resignada.

- Será porque soy su hijo - confesó.

- Bueno, eso explicaría que os parezcais… - Se detuvo un instante al quedarse sin aliento -. ¿¡Espera qué? ¿¡Cómo!? ¿¡Su qué!? – exclamó el rubio.

- Su hijo – repitió. Cogió aire con fuerza de nuevo -. Me llamo Airen Hawk. Y el Shichibukai Dracule Mihawk es mi padre.

Notas finales:

Lamentablemente, siento deciros que no sé cuándo será la próxima actualización, solo puedo prometer intentar no faltar durante tanto tiempo esta vez, de verdad. Como ya os he dicho en muchas ocasiones, sois la parte interactiva y principal que da sentido a que esta historia tenga vida y os agradezco a todos vuestro apoyo y vuestras ganas :3

Hago un paréntesis para decir, a quienes me habéis escrito en el anterior capítulo, que os iré respondiendo sin falta, es que si tengo que hacerlo antes de publicar, me eternizo, pero juro que contestaré a vuestro entusiasmo, a vuestros ánimos y espero leeros prontito de nuevo ^^

Con mis más sinceras disculpas de nuevo y esperando que la historia os siga enganchando, me despido :) ¡Nos leemos! 

Erza.


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