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Desnudo ante los ojos del Halcón II. por ErzaWilliams

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Notas del capitulo:

¡Buenas tardes! Vengo con el tiempo justito para dejaros el capi antes de irme a trabajar así que solo espero que os guste mucho mucho mucho y como siempre, mil gracias por los reviews y por compartir vuestras emociones conmigo! Siempre es un placer, ya lo sabéis. 

¡Aquí os queda!

Se sentía el más fuerte. Le recorría la tremenda sensación de ser invencible, con una fuerza que sus venas amenazaban con explotar del poder que las recorría. Roronoa Zoro estaba respaldado por su capitán, el hombre al que le debía el camino abierto que había encontrado hacía años en dirección a su destino; sus compañeros, esos fieles e inseparables amigos a los que confiaría su vida y por los que sería capaz de darla sin dudar ni un segundo. Y también estaba él. La existencia sin la cual su mundo no sería igual. No le importaba reconocerlo, ya no. Necesitaba a Dracule Mihawk. Él le hacía fuerte, era parte de la esencia del propio cazador. Y allí estaba, con él, a su lado. Tener tantas cosas que proteger, tantos apoyos en los que confiar, tantas razones para ser fuerte, tantas promesas que cumplir y tantos sentimientos a los que dar rienda suelta le convertían, en ese momento, en el mejor espadachín que el capitán de la Marina Eros había visto nunca.

- No deshonres a la Marina – le advirtió el Vicealmirante, empujándole a luchar contra Zoro.

El capitán se quitó el abrigo y desenvainó la espada, que tembló ligeramente entre sus dedos. Zoro seguía avanzando hacia él, abriéndose paso entre los soldados que intentaban detenerle en vano. El cazador tiró de la espada para sacarla de uno de los marines que le estaban entreteniendo justo a tiempo para detener una estocada fuerte directa a su cabeza. Al fin Eros daba la cara. Cruzó su espada con el acero que buscaba atravesarle. Dio un mandoble para deshacerse del hombre empujándole hacia atrás. Luego, cargó contra él. Con una serie de estocadas directas, sin piedad, sin compasión. Cada una de ellas buscaba rasgar la vida de Eros en dos o más pedazos. Los mandobles de las infernales katanas de Zoro eran precisos, fuertes y rápidos, tanto que Eros apenas podía detenerlos mientras retrocedía a causa del impulso de cada ataque del cazador.

- Deberías saber que no saldrás de aquí con vida. –Eros empezó a intentar minar su fuerza a base de confusión -. Tanto tus compañeros como tú estais condenados a morir.

- No serás tú quién vea eso – le aseguró Zoro, sin dejar de cruzar la espalda con el capitán, al que cada vez le costaba más detener la fuerza del cazador.

- Si no somos nosotros, otros vendrán. ¡No podréis escapar siempre! – Eros alzó la espada con las dos manos para imprimir más fuerza a sus golpes.

- ¡Nosotros no escapamos, Eros, esa es la parte que no entendéis! – rugió Zoro, contrarrestando los mandobles sin mucha dificultad -. ¡Podeis venir a atacarnos cuanto queráis, podeis llamar a cuantos Shichibukais tengais, enviar todas las flotas que tenga la puta Marina, pero nosotros somos la tripulación del hombre que será rey de los piratas! ¡No teneis el poder de detenernos!

Zoro vislumbró en medio de la lluvia de ataques un punto ciego y dirigió hacia él la katana. Entonces, la hoja de la espada rebanó la mano derecha de Eros justo por encima de la muñeca. El alarido que profirió el marine podría haberse escuchado tanto en el cielo como en el mismo infierno.  Zoro tardó un par de segundos en acuchillarle la pierna izquierda para hacerle caer de rodillas al suelo. Ante él. Sin poder evitar poner un gesto de superioridad, el cazador se puso frente al marine, con la katana firmemente agarrada y un gesto de lo más orgulloso en él.

- Te dije que te mataría, por Sienna, y también por mí. Y soy un hombre de palabra.

- ¡No eres más que un jodido despojo humano, una puta escoria que debería haber matado hace mucho tiempo!

- Pero no lo hiciste. Y te equivocaste. Tu primer error fue interponerte en mi camino. Y el no haberme matado en aquel entonces será el último, y te costará la vida.

Zoro lanzó un mandoble directo a su pecho, provocándole una herida semejante a la que atravesaba el propio pecho del cazador. Eros gritó como un cerdo en un matadero mientras su sangre empezaba a brotar.

- ¡Maldito hijo de puta! – bramó.

- Eso es. Maldíceme. Será de la única manera que alguien recuerde que alguna vez exististe en este mundo.

- ¡No seré olvidado tan fácilmente!

- No te equivoques. Tú jamás tuviste el poder de quedar marcado por la historia, Eros. Solo eres polvo. Y morirás por nada.

- ¡No…!

Zoro empuñó la katana al revés y elevó el filo sobre la cabeza del marine. Con un gesto rápido y mortal, hundió la hoja de la espada en su carne y atravesó el cuello de Eros desde esa posición de superioridad. El espadachín ni siquiera parpadeó mientras los ojos abiertos del capitán le miraban aterrados y sin vida y la sangre inundaba la boca del hombre en los últimos estertores de su muerte.  

Instantes después, el cazador tiró de la espada para sacarla de la garganta del marine, con elegancia, como si estuviera desenvainando la katana. Estaba tan absorto mirando el cádaver de Eros que no fue consciente de la batalla que se libraba a su espalda. Hasta que el objetivo de otra espada fue matarle a él. 

Zoro se giró en redondo hacia su espalda. La espada atravesó la carne, del costado izquierdo hasta la espalda. La sangre del Shichibukai cayó, por primera vez, sobre la cubierta de un barco de la Marina.

- ¡¡Papá!! – gritó Airen, aterrorizado.

- ¡¡Mihawk!! – rugió Zoro, lanzándose hacia él.

- ¡No os acerquéis! – ordenó el pelinegro.

El Shichibukai se mantuvo de pie. Alzó despacio la mirada hacia el Vicealmirante, que había tratado de aprovechar la distracción del cazador con Eros para matarlo. Con un movimiento rápido, sujetó la muñeca del Vicealmirante e hizo fuerza. La suficiente para partirle los huesos. Éste soltó la espada con un improperio y retrocedió. Mihawk amarró la empuñadura para tirar del acero hacia fuera. Sus heridas se abrieron del todo y la sangre empezó a brotar. El pelinegro dio un paso hacia delante antes de mantener el equilibrio y mostrarse sereno y elegante como el pirata que era. El Vicealmirante buscó otra arma para defenderse. Mihawk miró su espada, clavada en la cubierta del barco. Consciente de que iba a ser incapaz de levantarla con semejante herida, se giró a medias hacia Zoro. El cazador respiraba entrecortado y le miraba con una expresión de pánico en los ojos. Mihawk trató de calmarle con la mirada y, de pronto, extendió la mano hacia él. A sabiendas de que no haría falta decir nada para que Zoro le entendiera a la perfección.

Y entonces, el espadachín se acercó despacio al Shichibukai. A cada paso, Zoro evocó un viejo recuerdo que, a pesar del dolor, había marcado un punto de inflexión muy importante en su vida. 

 

- Esa katana es especial para ti, ¿no es verdad? No deberías dejar que la empuñase otra mano que no sea la tuya.

- Mihawk, no le confiaría esta espada a cualquiera. Pero es la más ligera y te será sencillo defenderte con ella. Por favor.

 

Desenvainó con elegancia a Wado Ichimonji y, ante la atónita mirada de todos cuanto les rodeaban expectantes ante el enfrentamiento del Shichibukai y el Vicealmirante, Zoro puso la empuñadura de la katana en la mano de Mihawk. Hubo un roce de sus dedos, suave, corto, pero intenso. Luego, Mihawk sostuvo la katana con firmeza.

- La más ligera – susurró Mihawk.

- Ahora eres tú quien está en primera línea – le dijo Zoro.

El cazador dio unos cuantos pasos hacia atrás para apartarse y dejar espacio al Shichibukai. Quería quedarse a su lado y luchar con él, por supuesto, pero sabía que no era lo que Mihawk quería, por lo que se mantuvo al margen de aquel duelo de titanes. El Vicealmirante no tardó en aparecer de nuevo frente al pirata, armado de nuevo con su enorme espada.

- Deberías haber dejado que matara a ese despojo – le dijo, señalando con la espada a Zoro.

- Tu oponente soy yo – le dijo el Shichibukai, con la mirada encendida -. Voy a matarte por lo que hiciste. Te juro que lo haré.   

- Sabes a lo que te arriesgas, ¿verdad? – Miró de reojo a Airen.

- Ni se te ocurra – le advirtió -. O no podré evitar lo que mi hijo es capaz de hacer a cualquiera de tus hombres – presumió, con una sonrisa orgullosa.

El Vicealmirante enarboló la espada y se lanzó contra el Shichibukai. Mihawk sabía que el marine trataría de aprovecharse de su herida y tomar ventaja, por lo que se mantuvo en una postura de guardia que dejaba su costado izquierdo protegido. El primer golpe fue directo a su cabeza. Mihawk levantó la espada para interponerla y la tremenda fuerza de la estocada le hizo retroceder. A esa le siguieron varias con la misma intención, y el Shichibukai las esquivó con cierta torpeza. En una de las arremetidas, Mihawk aprovechó para empujar al Vicealmirante y tomar distancia con él. Aferró más fuerte la katana, enormemente sorprendido de la fuerza que poseía. Cualquier otro acero se hubiera quebrado con golpes como aquellos, pero esa katana resistía firme todos ellos. Quien no sabía cuánto tiempo más resistiría, era Mihawk. A pesar de ser un hombre bastante grande, el Vicealmirante se movía con soltura. Y el Shichibukai iba perdiendo reflejos con el paso de los minutos, ante la pérdida de sangre. Consciente de que no debía alargar aquella contienda, Mihawk cambió la espada de mano, expuso su costado herido y se jugó la última carta a un cruce entre ambos. Las espadas ni siquiera chocaron. Era como si hubieran cortado el viento.

Y la garganta del Vicealmirante se desgarró. El hombre cayó al suelo, llevándose las manos al cuello en un vano intento por detener la hemorragia. Mihawk calculó que se desangraría en apenas un minuto. Una agonía que merecía. Que él había perseguido durante mucho tiempo. Era posible que aquella muerte no hiciera que Sarah descansara tranquila, porque conocía a su hermana y sabía que odiaba aquel tipo de venganzas y masacres. Pero él sí dormiría más tranquilo por las noches cuando aquel tipo diera su último suspiro de aliento.

Sin embargo, quizá no llegase siquiera a verlo. Mihawk clavó la katana de Zoro en el suelo de la cubierta del barcoy él mismo cayó de rodillas mientras tosía sangre.

Mierda. Estoy jodido, atinó a pensar.

Apenas pudo mantenerse erguido unos segundos. Su cuerpo venció hacia delante, sin responder a la voluntad de su dueño de no mostrar semejante debilidad ante nadie. Pero entonces los brazos de Zoro le rodearon desde la espalda, sujetándole del pecho, y evitando que cayese de boca contra el suelo.

- ¡Mihawk! ¡Mihawk! ¡Eh! ¡Aguanta, vamos! – bramó el cazador.

- Shh – musitó el Shichibukai -. Se van a dar cuenta de que me quieres.

- Si a estas alturas no se han dado cuenta ya de que te quiero es que son muy estúpidos – atinó a decir el espadachín.

Mihawk esbozó media sonrisa ante esa confesión tan inesperada en voz alta. Y entonces tosió. Un fino hilo de sangre se deslizó entre sus labios.

- Shh, tranquilo, respira despacio – le dijo Zoro al verlo, limpiándolo con suavidad con el dedo pulgar.

- Eternos, ¿eh? – musitó entonces el pelinegro -. Quizá exageré un poco cuando dije eso. Aunque pensé que tendría más tiempo para disfrutarte en esta vida…  

- No, Mihawk, no, no digas esas mierdas. No vas a…

De pronto, Chopper apareció corriendo al lado de Zoro, al igual que Airen, que se lanzó al suelo al lado de su padre. El reno dejó la mochila en el suelo y miró al cazador.

- Chopper…

Por alguna razón, el cazador no había esperado recibir ayuda. El reno acababa de recordarle que no estaba solo. Y su creciente desesperación comenzó a calmarse.

- Sujétale bien – le pidió.

Zoro afianzó su amarre en los hombros de Mihawk y le recostó contra su pecho. El Shichibukai abrió los ojos y vio de reojo al doctor.

- Siempre me ha hecho gracia tu médico - confesó.

- No hables – le aconsejó el reno.

- Es demasiado adorable cuando habla, parece un peluche – siguió balbuceando el pelinegro.

Chopper miró a Zoro. El Shichibukai empezaba a delirar. El cazador le pasó la mano por detrás de la nuca y le apoyó la frente en el hueco entre su hombro y su cuello.

- Shh. Tú sólo inspira despacio, tranquilo, eso es. Y pase lo que pase no se te ocurra dejar de respirar contra mi cuello, ¿entendido? Que yo note tu aliento sobre la piel, por favor – le pidió.

- Hueles a amanecer – musitó el Shichibukai -. A sábanas desordenadas. A fuego en una noche de nieve. Hueles a mí.

Solo está delirando, se dijo el cazador, aunque esas palabras estaban haciendo que su corazón desbocado por el miedo se calmara de sobremanera.  El Shichibukai movió entonces la mano derecha, buscando la mano de Airen. El pelinegro fue al encuentro de la mano de su padre y la estrechó con fuerza, entrelazando los dedos con los suyos.

- Papá, por favor, aguanta – le pidió con la voz entrecortada -. Eres la única familia que me queda.

- No – musitó el Shichibukai -. Hay alguien que te está esperando.

- ¡Eso no es razón para que te mueras, maldito bastardo egoísta! – le gritó.

Mihawk esbozó media sonrisa divertida antes de cerrar despacio los ojos.

- ¿Papá?

- ¿Mihawk? – Zoro sintió que su sangre se congelaba en sus venas durante un instante.

- Tenemos que llevárnoslo. Ahora – le dijo Chopper al cazador.

Zoro alzó la mirada entonces hacia Luffy. Después de todo, el barco era suyo, él era el capitán y era quien tenía la última palabra. Zoro podía plantearse la posibilidad de desobeceder a su capitán si la decisión que tomaba era abandonar al Shichibukai a su suerte; estaba dispuesto a cualquier cosa por él, si era sincero, incluso a algo tan doloroso como aquello. Pero en realidad, su mente estaba tranquila. Porque sabía, en el fondo, que no tenía que plantearse ningun absurdo como aquel. Porque Luffy jamás le habría hecho elegir entre sus amigos y el Shichibukai. Esa convicción de poder confiar tan ciegamente en Luffy era lo que hacía que le admirase tanto y que le siguiera allá donde aquel hombre quisiera llegar.

- Nos vamos – dijo Luffy al final -. Todos.

El cazador pasó el brazo del Shichibukai por encima de sus hombros y se levantó. Chopper adoptó su forma adulta para poder ayudarle a cargar con el pirata, que ya estaba en un estado de profunda inconsciencia. Todos los miembros de la tripulación fueron descendiendo hasta el barco. Luffy se quedó el último. Era su deber como capitán proteger al resto de la tripulación. Una vez que no quedaba ninguno de los suyos en aquel buque de la Marina, el pelinegro se lanzó sobre su propio barco.

- ¡Franky, zarpamos! – le gritó al cyborg.

- ¡A la orden, capitán!

Franky cogió el timón inmediatamente y se puso en marcha para sacar a la tripulación de aquella trampa mortal donde les habían metido. Zoro y Chopper entraron rápidamente en dirección a la consulta del médico para tratarle. Airen se apresuró tras ellos, sin querer separarse ni un momento de su padre.

- ¿Airen?

El pelinegro se detuvo en seco. La voz llegó desde el otro lado del barco. Airen se giró despacio y su mirada se cruzó con dos orbes azules cargados de ansiedad y cierto miedo.

- Rain… - susurró -. ¿Qué estás…?

El peliazul corrió hacia él y se estrelló contra Airen, haciéndole trastabillar. Rain empezó a llorar contra el hombro del pelinegro mientras le abrazaba con toda la fuerza que tenía. Airen le rodeó en cuanto reaccionó y, su primer reflejo fue besarle el pelo.

- Tranquilo, pequeño. Siento mucho haberte preocupado, pero ya estoy aquí.

- Crei que no llegaría a tiempo – sollozó Rain -. Pensé que no podría… que no volvería a…

- Eh, no calma, por favor. No voy a volver a dejarte, te lo juro.

- Ha sido muy valiente – dijo entonces Nami -. Él nos ha ayudado con el Sunny. Si no hubiera liberado el barco, no habríamos podido largarnos de esta manera. 

Rain no dejaba de sollozar abrazado a él. Airen le obligó a separarse levemente de él. Le acarició las mejillas, llevándose parte de las lágrimas con sus dedos. Y sonrió para Rain.

- Estoy muy orgulloso de ti. Lo has hecho muy bien, Rain.

- Airen…

- Eres un valiente, vida mía. Deja de llorar. Sigo vivo gracias a ti.

El peliazul no pudo ni responder. El pelinegro entonces se inclinó hacia él y le besó con suavidad. Rain se dejó besar pero siguió sin calmarse, por lo que se abrazó con fuerza de nuevo a Airen, amenazando con no volver a soltarle. El pelinegro le acarició el pelo despacio.

- ¿Qué ha pasado? – le preguntó entonces Rain con la voz llorosa -. ¿Mihawk?

Airen no sabía cómo contestar a esa pregunta.

- Estará bien – respondió de pronto Usopp -. Estoy seguro.

- Está en las manos del mejor médico que podría haber encontrado – añadió Brook.

- Gracias. A todos – pudo decir Airen.

- Será mejor que os acompañe dentro – dijo Robin con suavidad -. Querréis poneros cómodos antes de cenar, ¿no?

- Yo preferiría quedarme con mi padre – respondió Airen.

- Halconcito, si entras en la consulta de Chopper ahora mismo, te pateará fuera – le dijo Sanji entonces -. Es demasiado pequeña para tanta gente allí. Además, Zoro está con él. No está solo. Si aceptas un consejo, deberías cambiarte y comer algo. Tú también has pasado por mucho en este tiempo, ¿no es verdad?

- Y creo que hay alguien que ahora mismo te necesita y por quien sí puedes hacer más que mirar – añadió Nami, guiñádole un ojo.  

Airen bajó la mirada hacia Rain y suspiró antes de asentir. Una ducha y una buena cena les iba a venir muy bien después de todo lo que había pasado. Los dos acompañaron a la arqueóloga por los pasillos de la cubierta inferior del Sunny, hasta la habitación de invitados.

Mientras tanto, Chopper lidiaba con un sangrado masivo que a duras penas era capaz de contener. Zoro le ayudó en todo cuanto el médico le indicó que necesitaba, pero le resultaba insuficiente. Necesitaba hacer más. Porque la sensación de no poder hacer más que esperar a que Chopper pudiera salvar la vida de Mihawk era horrorosa. Se le aferraba al pecho y le cortaba la respiración. Incluso las manos le temblaban. Y no podía controlarlo. Era involuntario a él. El miedo que le provocaba la sola idea de que Mihawk pudiera dejar de respirar le estaba volviendo loco.

- Chopper, no deja de sangrar – musitó el cazador.

Chopper podría jurar que nunca había visto a Zoro tan nervioso y asustado.

- Sí, tranquilo, ha parado – le dijo, sin apartar la mirada de la herida que estaba tratando -. Aunque veas tanta sangre en la cama, la hemorragia está controlada.

- Joder, menos mal – suspiró el espadachín.

- Acércame el otro maletín – le pidió -. Voy a cerrarle la herida del todo.

- Sí, sí, el maletín – repitió en voz baja Zoro, dándose la vuelta para buscarlo.

Le dejó el maletín en el suelo y el médico se encargó del resto. La habitación estaba en completo silencio, roto solamente por los movimientos de Chopper y la respiración pesada de Mihawk. Zoro se debatía entre las ganas de aferrarse a su mano y el evitar que el médico le viera demostrando de esa manera sus sentimientos.

El médico se bajó de la cama unos minutos más tarde, limpiándose la frente.

- Ya está – suspiró -. Zoro, ahora tú. Siéntate aquí.

- ¿Eh?

- Tienes una herida en el brazo.

- No es nada – le restó importancia el cazador.

- Tengo aguja e hilo preparados, Zoro, no seas cabezota – le pidió el reno -. Ven.

El espadachín suspiró con resignación y se dejó caer en una silla cercana. Chopper limpió la herida del brazo que Mihawk le había hecho antes de coserla y vendarla.   

- ¿Qué hago ahora? – susurró Zoro entonces.

- Creo que lo mejor será asearle para quitarle la sangre. Luego podemos llevarle a tu dormitorio, si te parece bien. Porque tengo que limpiar a fondo esta sala.

- Claro.

Zoro se levantó con cierta sensación de cansancio encima. Entró en el baño con unas toallas y las hundió en agua caliente para empaparlas bien. Salió de nuevo a la sala cargando con ellas. El doctor estaba recogiendo sus materiales ya. El pobre reno tenía manchas de sangre en su pelaje. Verle así le hizo agradecer en el fondo del alma el tener al mejor médico del mundo junto a él.

- Si quieres puedes darte un baño, Chopper. Yo me encargo de él.

El médico aceptó su propuesta al verse las manchas y entró en el baño. Zoro se sentó sobre la cama, sin preocuparse de las manchas de sangre que estaba dejando en sus pantalones. Con las manos ligeramente temblorosas todavía, el cazador cogió la camisa del Shichibukai, que Chopper había rasgado desde la herida, y acabó de romperla para quitársela, y con la tela, la mayor parte de sangre. La piel blanquecina del Shichibukai manchada de rojo escarlata le daba escalofríos. Prefería ver aquellos músculos cubiertos por sudor bajo una respiración agitada. Apoyó una de las toallas en el cuello del pelinegro y la deslizó despacio hacia sus hombros, sin hacer demasiada presión, y continuó por todo su pecho. Necesitó las tres toallas para poder limpiarle por completo. El médico salió del baño cuando Zoro acababa de pasar la última toalla bajo el cuello del Shichibukai. Con Chopper en su forma grande, Zoro incorporó muy despacio al pelinegro y lo levantaron de la cama. Se movieron despacio hasta cambiarle de habitación. Zoro notaba la piel caliente de Mihawk en las manos y contra el cuerpo, donde le llevaba apoyado. Eso le tranquilizaba de sobremanera. El médico le indicó cómo dejarle sobre la cama con cuidado y entre los dos lograron acomodarle.

- ¿Se pondrá bien? – le preguntó Zoro, sin apartar los ojos de Mihawk.

El médico se tomó unos instantes para responder.

- Si sobrevive a esta noche, sí.

Zoro cerró un momento los ojos y respiró hondo en un intento por calmarse a sí mismo.

- Ve a cenar con los demás – le dijo entonces el cazador.

El doctor quiso recomendarle que comiera algo, pero a sabiendas de que Zoro no le haría caso, prefierió no decir nada.

- Avísame si pasa cualquier cosa – le pidió.

- Gracias, Chopper – murmuró, como si no estuviera escuchándole.

El médico salió y la habitación quedó en completo silencio. La luz de la luna de esa noche entraba por la ventana que había sobre la cabecera de la cama, y era la única en ese momento que iluminaba ligeramente la estancia. La piel de Mihawk parecía más pálida todavía bajo esa luz azulada. Zoro se acercó despacio y se sentó con cuidado al lado las piernas del Shichibukai. Alcanzó su mano, aferrándose a ella con suavidad.

- Estoy aquí – susurró en voz muy baja -. Estoy aquí, Mihawk.

 

Sanji terminó de fregar todos los platos y cerró el agua con un suspiro. Miró de reojo hacia la barra. La cena de Zoro seguía allí. ¿Qué podía hacer? Debería haber supuesto que el cazador no subiría a cenar con los demás. Y seguramente no quisiera hacerle caso y comer algo. Por otro lado, tampoco sabía si quería entrar en esa habitación. Cruzar aquella puerta sería como ver hecha realidad una de sus peores pesadillas. Quería evitarse eso, pero sabía que tratar de ignorarlo solo prolongaría inútilmente un dolor que, creía, no se merecía. Cogió una bandeja, colocó encima la cena del cazador después de calentarla de nuevo y salió de la cocina hacia el piso inferior.

Por él.

Zoro no se había movido. Seguía con la mirada clavada en el gesto de Mihawk mientras dormía y movía los dedos despacio acariciándole la mano, esperando una reacción. Había visto tantas otras veces ese rostro al despertar que debería saber cada rasgo de memoria. Pero no se cansaba de mirarlo. Se inclinó hacia su mano y la besó. Luego apoyó la frente contra los dedos del Shichibukai, buscando una caricia. Dos toques suaves en la puerta le hicieron levantar la cabeza. Ésta se abrió y en el umbral apareció Sanji, que llevaba consigo una bandeja humeante y caliente. Zoro se levantó y se acercó a él. El cocinero dejó la bandeja sobre la mesa y miró hacia la cama.

- ¿Cómo está? – susurró Sanji.

- Sobrevivirá si aguanta un poco más – respondió Zoro -. ¿Ya han cenado todos?

- Hace un buen rato. Están durmiendo. Son más de las cuatro de la madrugada.

- ¿Y qué haces despierto?

- No podía dormir sabiendo que seguirías despierto y que no habías comido nada – confesó.

- Te lo agradezco, Sanji, pero no tendrías que haberte molestado – le dijo, señalando con la cabeza hacia la comida -. No tengo hambre.

- Después de lo que ha pasado hoy, tienes que reponer fuerzas. Sino, no podrás cuidar de él.

Zoro le puso la mano entre el hombro y el cuello y le hizo una caricia suave. Luego, se inclinó y apoyó la frente contra la del rubio. Sanji contuvo el aliento un instante y cerró los ojos.

- ¿Puedo pedirte algo más? – susurró entonces Zoro.

- Lo que sea – respondió Sanji automáticamente.

- ¿Puedes quedarte con él? – preguntó, apartándose levemente del cocinero -. Necesito ducharme y…

- Ve – le interrumpió el rubio con suavidad.

- No quiero que se quede solo y pueda pasarle algo – añadió el cazador.

- Lo entiendo. Ve a ducharte tranquilo, de verdad.

- No tardo nada. Gracias, Sanji.

Zoro le dio un beso en la mejilla que hizo que el rubio suspirase en cuanto el cazador desapareció dentro del baño. Se sentía como un completo estúpido. Miró al Shichibukai tendido sobre la cama. Y no pudo odiarlo. Por más que intentara pensar en todo lo que ese hombre había cambiado en sus vidas, por mucho que quisiera culparle de que Zoro no le quisiera como él mismo quería al cazador, aunque quisiera echarle en cara que el espadachín estaba herido por su traición… No era capaz de hacerlo. Se sentó en el borde del colchón, dándole la espalda al Shichibukai. Apoyó los codos en las rodillas y juntó ambas manos a la altura de sus ojos.

- Has hecho todo cuanto has hecho por amor – susurró -. Eres una persona increíble, Dracule Mihawk.

Apenas cinco minutos después, Zoro salió del baño, envuelto como siempre en una toalla anudada a la cintura. Todavía le caía agua por el cuerpo, consiguiendo que Sanji soltase una sonrisilla resignada. Nunca dejaría de desear a ese hombre. Aunque supiera que no podía tenerlo.

- ¿Cómo está? – fue lo primero que preguntó.

- Su respiración sigue siendo tan pesada como cuando Luffy duerme – respondió -. ¿Tú cómo estás?

- Bien. De una pieza.

En ese momento, el rubio vio una pequeña mancha en el costado de la toalla blanca que Zoro llevaba anudada a la cintura. Y reconoció el rojo escarlata con apenas mirarlo.

- Zoro, por dios, estás sangrando – exclamó en voz baja el rubio, acercándose de dos zancadas a él.

El cazador miró a su costado. El agua que resbalaba por su espalda llevaba consigo parte de la sangre de las heridas que Eros le había hecho en la espalda con el látigo.

- No me había dado cuenta. Tampoco importa.

- Sí, sí importa. No puedes estar así. Siéntate ahí – le señaló una banqueta con un cojín que había en un rincón -. Vuelvo ahora mismo.

Sanji salió en dirección a la sala de Chopper. Buscó entre las medicinas del doctor hasta encontrar algodón y desinfectante. Volvió al dormitorio de Zoro y encontró al cazador esperando pacientemente por él en el lugar donde le había dicho que se sentase. Se acercó a su espalda y primero le secó las heridas con otra toalla limpia antes de empezar a desinfectarlas con cuidado.

- Gracias, Sanji – susurró de nuevo el cazador -. Por todo.

- Es lo mínimo que puedo hacer.

- Haces más que suficiente – le aseguró.

- Zoro, creo que hay algo que debes saber – dijo entonces el rubio, manteniendo siempre la voz baja -. Puede que no sea el mejor momento, lo sé, pero se trata de él. – Señaló a Mihawk de lado.

Zoro cogió aire. No tenía el cuerpo para una conversación existencial, pero Sanji parecía realmente agobiado por aquello que quería contarle, por lo que sacó fuerza de flaqueza para escucharle.

- ¿Qué pasa?

- En la isla donde os capturaron a todos, yo me encontré con él. Mihawk me contó todo. Cómo te había traicionado. Lo que pretendían hacer con vosotros. Y su intención de hacer que le odiaras.

- Supongo que fue un encuentro de lo más intenso, ¿eh? – comentó el cazador.

- Me sorprendió mucho, la verdad. Pero me convenció. Hasta el punto de aceptar el plan que él tenía para salvarnos a todos.

- ¿Fue idea suya? – preguntó el espadachín, sorprendido por un momento.

- Sí. Él me hizo prometer que os diría que era todo cosa mía y que no me había ayudado nadie. No quería ponerte en peligro pero tampoco podía enfrentar a la Marina. Eso me hizo dudar y sospechar de él.

- ¿Y cómo te convenció?

- Tú me convenciste – respondió Sanji -. Si tú confiabas en él, si de verdad en algun momento habías hecho algo tan descabellado como eso… tendrías tu razón para ello. Y por eso lo hice.

- Confiaste en mí – sonrió a medias Zoro.

- Siempre – dijo el cocinero -. Y admito que le prometí que te mantendría alejado de la verdad. Porque pensé que eso también alejaría a Mihawk de ti. Pero al encontrar a Airen comprendí que estaban chantajeándole y por eso había actuado de aquella forma. Y supe que no podría callarme algo así. Porque no es justo.

Zoro se giró entonces hacia él, haciendo que dejase las tareas de cura de sus heridas.

- Soy consciente de que estoy tirando piedras contra mi propio tejado pero… - continuó el cocinero -, no puedo negar lo innegable, Zoro. Lo que he visto entre vosotros escapa más allá del entendimiento y supera cualquier otro sentimiento. Incluidos los míos. Yo te quiero. Y te querré siempre – le confesó -. Pero tú no puedes hacer eso. Eres libre de permanecer atado a Mihawk y esa es tu decisión.

Zoro no supo que contestar. Y prefirió que Sanji siguiera hablando porque quizá si le interrumpía, el rubio no volviera a encontrar el valor para decirle todo lo que estaba pasando en ese momento por su mente y por su corazón.

- Hace unas horas, recordé el día que me hirieron en la isla de los cazadores de piratas. En ese momento me besaste, y por un instante creí de verdad que tenía una oportunidad de recuperarte de quien quiera que fuera aquel que te había hecho sentir tantas cosas hasta alejarte de mí en esos dos años. Pero antes, en el barco, después de todo lo que había pasado ya, cuando le dejaste a Mihawk tu katana en un gesto tan absolutamente vuestro, me di cuenta de lo contrario.

- Sabes que nunca he querido hacerte daño, ¿verdad? – atinó a decir Zoro, incapaz de pensar en qué más podía decir en ese momento.

- Claro que lo sé, te conozco muy bien, Zoro. Para mí, tú eres la piedra que se ha cruzado en mi camino, y que más he querido, y durante un tiempo traté de tropezar contigo mil y una veces. Pero no puedo tratar de romper la piedra con la cabeza. Eso no es vivir. Tengo que seguir adelante y dejar la piedra atrás.

- Sanji, eres alguien muy importante para mí y siempre vas a tenerme a tu lado, pase lo que pase. Y no sé si debería decir esto pero sabes que daría mi vida por ti. Sin dudar ni un instante.

- Lo sé – sonrió levemente Sanji -. Igual que lo harías por todos.

Zoro asintió. El rubio notó como cada vez le costaba más mantener la compostura frente al cazador, por lo que rompió el último as bajo su manga en ese momento. Miró al espadachín directamente a los ojos y susurró. 

- ¿Puedo despedirme de ti?

- Ven aquí.

Zoro le rodeó con los brazos, contra su cuerpo desnudo, y le besó. Aunque hubiera deseado que fuera un instante eterno, Sanji lo disfrutó como si fuera a durar exactamente eso, un instante. Por un momento, por su mente pasaron todos y cada uno de los momentos que había vivido con Zoro. Las peleas por estupideces, las voces por orgullo, el cariño que se había negado a sentir por no querer admitir que quería al cazador con más fervor del que llegó a imaginar que querría a nadie, los sentimientos acumulados tras dos años separados. Y ahora, podía ponerle fin a todo. Con aquel beso que sabía a alcohol y a recuerdo, Sanji le dijo adiós al que, hasta el momento había sido, el gran amor de su vida. Y al separar sus labios de los del cazador, se había acabado. Acarició la mejilla de Zoro con suavidad y se apartó de él. El rubio tuvo que contener las lágrimas en los ojos hasta que salió de la habitación, cerrando tras de si la puerta con suavidad y un sonido que marcaba un vacío insalvable entre ambos. 

Zoro se giró despacio hacia la cama. Tenía una sensación extraña después de terminar con la relación que había llevado con Sanji hasta ese momento. Sabía que Mihawk jamás le hubiera pedido que hiciera aquello por él. Pero Zoro estaba cada vez más convencido de que, por mucho que quisiera, la idea de acostarse con Sanji y no con Mihawk era imposible. Tenía sentimientos por Sanji, sí, de un profundo cariño y cierta admiración, pero no eran comparables a lo que había entre el Shichibukai y él. Y eso no iba a cambiar por mucho tiempo que pasara o muchas cosas que sucedieran, jamás.

El cazador alcanzó la cama y, con cuidado, apoyó las rodillas sobre el colchón para pasar por encima del cuerpo del Shichibukai. Se recostó a su lado, entre él y la pared. Se colocó de costado para poder mirar a Mihawk. Le besó el hombro, dejando los labios apoyados contra su piel, y entrelazó los dedos con los de su mano. Cerró los ojos y le suplicó, en silencio.

Por favor. Despierta.  

Notas finales:

¡Nos leeremos pronto espero! ¡Y gracias de nuevo!

(Qué malo es vivir con prisa, seguro que algo se me olvida deciros... ya me acordaré xD)

Erza.


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