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Desnudo ante los ojos del Halcón II. por ErzaWilliams

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Notas del capitulo:

Bueno, como habréis notado, mantener el ritmo de publicación me está costando mucho u.u" Junio es un mes horrible para dar rienda suelta todo lo que tengo en la cabeza. Llevaba bastante tiempo con una idea rondándome y la final he tenido que dividirlo en dos capítulos porque era demasiado largo. En este primero veréis un poco cómo todo se tuerce de repente y se mostrarán sentimientos y miedos que llevaran a los chicos por un camino complicado.

Sin más, espero que os guste y que nos veamos todo lo pronto que me permitan mis deberes en la vida real (xD). 

Luffy no dejaba de comer. Alrededor de la fogata más grande, Nami bailaba con algunos de los cazadores mientras Brook animaba el ambiente con su música. Chopper comía algodón de azúcar a dos manos y Robin se mantenía sentada entre otros cuantos cazadores que parecían querer hacerle compañía. Y Usopp alardeaba, para variar, mientras Franky se hinchaba a cola. Zoro dio un trago a la jarra de cerveza que tenía en la mano y luego esbozó una media sonrisa. Cómo había echado de menos aquellas fiestas. Conocer gente y fiarse de ella por instinto era algo que Luffy se le daba demasiado bien. Aunque solía acertar. Y en ese caso, Zoro estaba más que de acuerdo con él. Después de todo, que su presente aceptase a su pasado y ver a ambos bebiendo alrededor de la misma fogata le hacía sentir bastante cómodo.

- Puedes salir ya – dijo entonces el cazador, mirando de lado hacia un árbol cercano.

Tras un gruñido al verse descubierto, Sanji salió de detrás de unos arbustos. Zoro le hizo un gesto para que se sentara a su lado, en el hueco que había dejado Satoshi instantes antes.

- ¿Estabas escuchando como un chismoso? – le preguntó.

- No me fio de los cazadores de piratas – se excusó el rubio en voz baja -. Creo que no es algo tan raro.

- Confío en Satoshi, Sanji – le dijo al cocinero -. Nos cubrimos las espaldas demasiadas veces como para no hacerlo.

Sanji arrastró el trasero para acercarse más al cazador, que le miró de reojo.  

- ¿Qué?

- Nada. –Sanji no pudo contener más la risa -. Roro-chwan.

- Oh, por favor, no jodas – farfulló el espadachín.

El rubio todavía se rió de él un poco antes de rozarle la mano en una caricia suave y cálida que puso patas arriba al cazador.

- ¿Y esto? – le preguntó en voz baja Zoro.

- Quiero tocarte – confesó Sanji.

- Pensé que te enfadarías conmigo por no haberte contado nada de mi pasado – añadió el cazador, tratando de ignorar una confesión tan directa.  

- Me enfadé – admitió el rubio -. Pero ahora ya lo sé, así que tampoco tiene mucho sentido echártelo en cara.

Zoro suspiró. Sus ojos se clavaron entonces en la figura que acababa de pasar por delante de ellos y se estaba sentado al lado de Robin, espantando a todos los demás cazadores que la estaban aburriendo. La comisura de sus labios se curvó en media sonrisa. Él siempre tan caballero.

- Se llama Masayuki, ¿verdad? – dijo de pronto el cocinero -. El chico de los ojos sakura que acababa de sentarse al lado de mi Robin-chan.

- ¿Tu Robin? ¿Qué pasa? ¿Ahora todos somos “tuyos”? – exclamó el espadachín, alzando una ceja, recordando cuando Sanji había proclamado que él era su marimo.

Sanji gruñó por lo bajo. No se había dado cuenta de que usaba una jerga tan posesiva al hablar. Pero a veces no podía evitarlo. Deseaba con todas sus fuerzas que fuera verdad, que Zoro le perteneciera como sus sentimientos le pertenecían a él.

- ¿Me estás ignorando? – desvió la pregunta el rubio.

El espadachín le miró de lado.

- Sí, se llama Masayuki y no, no te estoy ignorando – respondió Zoro al final -. ¿Qué pasa? ¿Quieres que te lo presente?

- Sabes que el único con el que quiero estar es contigo – le espetó.

De nuevo, allí estaba ese lado directo y sincero que golpeaba a Zoro cada vez que salía.

- Si sigues haciendo eso, Sanji, sólo conseguirás salir herido – le advirtió en voz baja.

- No me importa – aseguró él.

- Pero a mí sí – insistió Zoro -. Sé que confías en ti mismo y tú sabes que siento algo por ti pero… - hizo una pausa demasiado dramática, pero no sabía cómo seguir – no puedes competir contra esa persona – confesó en voz baja.

- Eso no lo sabes. Deja que lo intente, Zoro – le pidió, con cierta desesperación.

- Sí lo sé, Sanji – respondió el cazador, con firmeza -. Sí lo sé. Y si lo sigues intentando al final nos harás daño a los dos.

El gesto del cocinero se quedó pálido durante unos instantes. Parecía estar realmente asustado ante aquellas palabras del cazador. Había pensado que todavía tenía una oportunidad con Zoro, hasta que el cazador le había detenido en su intento por seducirle. En ese instante comprendió lo que le pasaba, él también lo sabía, no era estúpido. Pero no quiso admitir que aquellos dos años y otro hombre le habían arrebatado al primer hombre que había querido con todas sus fuerzas. El rubio dejó caer la cabeza sobre el hombro del espadachín y le rodeó con el brazo izquierdo para pegarse a su cuerpo.

- Sanji… - musitó Zoro, cerrando los ojos un momento.  

- Déjame estar así – le pidió en voz baja.

- No te hagas esto – volvió a pedirle el cazador.

- Sólo un poco, por favor – susurró el cocinero.

El rubio se quedó allí unos minutos más. Y luego, se apartó despacio y encendió un cigarrillo antes de levantarse en silencio, meter la mano con elegancia en el bolsillo del pantalón y echar a andar hacia la fiesta. Zoro cogió el barril de cerveza más cercano y empezó a beber otra vez, sin freno ni contención ninguna. Tenía que divertirse y vivir la vida. Aunque en ese momento los sentimientos le pesaran más que cualquier losa de piedra que hubiera levantado antes.

Horas más tarde, la luz del alba amenazaba con sorprenderles a todos mientras dormían. Después de la apoteosis de la fiesta preparada entre cazadores y piratas, el claro del bosque era un concierto de sonidos raros, ronquidos, gente hablando en sueños, dientes apretados y balbuceos extraños. Zoro miraba crepitar las últimas llamas de la hoguera. Casi no tenían fuerza ya. Él solamente seguía bebiendo. Unos metros más allá, Sanji dormía tranquilo con la respiración pesada. El cazador sabía que, si se acercaba a él y le tocaba, el rubio respondería con toda la pasión que llevaba dentro. La idea estaba lejos de asquearle. Al contrario, le atraía de sobremanera. Zoro era consciente de que contaba con total libertad para hacerlo si quería, y no era precisamente que no quisiera. Pero había algo dentro de sí mismo que se lo impedía. No entendía la razón que le llevaba a mantenerse lejos de Sanji, a no satisfacer sus necesidades físicas con él. Cerró un instante los ojos y su subconsciente se apoderó de él. Zoro se llevó la mano al pecho y, por un momento, pudo sentir las caricias ardientes del Shichibukai recorriéndole la piel. Se mordió el labio inferior mientras descendía por la abertura de su camiseta hacia el centro de su cuerpo. Tras un escalofrío, el suave aroma del Shichibukai inundó el ambiente, cosquilleándole en la nariz.

Y entonces, el cazador volvió a abrir los ojos de golpe. Aquel olor no era solamente una reminiscencia de su mente perturbada por el recuerdo de Mihawk. Era real. Estaba convencido. Se levantó de un salto, dejando caer la jarra al suelo. Miró a todos lados y se dejó guiar por su instinto. Salió corriendo hacia el lado derecho del claro del bosque donde estaban. Sus ojos se acostumbraron rápido a la oscuridad. Y tras un frondoso árbol encontró recostada una figura que conocía demasiado bien.

- Mihawk.

El Shichibukai giró la cabeza hacia él. Con una sonrisa tranquila pintada en la cara, le hizo una seña con el dedo para que se acercase. Zoro apenas tardó unos segundos en salvar la distancia y lanzarse sobre él. Le abrazó rodeándole el cuello con los dos brazos y se escondió en él. Mihawk envolvió su cuerpo con sus brazos e hizo una ligera presión, como si quisiera que sintiera que estaba allí. Zoro se apartó ligeramente buscando un ansiado beso que llegó con la más fogosa de las pasiones y las necesidades. Sus labios se volvieron uno hasta derretirse el uno en el otro. Zoro sintió que había vuelto a las puertas del paraíso.   

Pero en un instante, todo se volvió un caos. Zoro se giró demasiado tarde para ver su propia espada, empuñada por la mano de un rubio lleno de rabia e ira, que se dirigía directamente hacia él. Apenas pudo parpadear. En ese segundo, Mihawk le empujó con fuerza para alejarle de la espada, interponiéndose sin un ápice de duda. Entonces, el filo de Sandai Kitetsu atravesó el pecho del Shichibukai de lado a lado. Mihawk contuvo un grito antes de caer de rodillas sobre el césped, manchando el verde de rojo escarlata. Zoro, desde el suelo, alargó la mano hacia él, sin poder alcanzarle.

- ¡¡NO!!

Sanji, desde una posición más alta que el Shichibukai, empujó la espada para clavarla en el cuerpo del pelinegro hasta la empuñadura. Y después, la sacó de un solo golpe. Mihawk empezó a sangrar por la boca y tosió un par de veces antes de caer hacia delante y apoyar la mano en el suelo. Como si todo diera un giro inesperado, Mihawk se levantó con sus últimas fuerzas y logró arrebatarle la espada al rubio para devolverle la estocada clavándosela en el estómago.

- ¡BASTA! – Zoro no podía ni moverse, ni siquiera estaba seguro de que esos dos pudieran escuchar su voz ahogada en dolor en ese momento.

Sanji cayó al suelo de espalda, con los ojos cerrados. Luego le siguió el Shichibukai. Era como si todo su mundo se hubiera derrumbado en apenas unos minutos. Aún sin comprender qué había pasado, Zoro gateó hasta llegar a Mihawk. Pero cuando quiso hacerlo, sus ojos ya no podían verle. Y su aliento, se había consumido para siempre en manos de su nakama, quien también yacía sin vida unos metros más allá, lejos de su alcance.

 

Abrió los ojos de golpe y se incorporó de un salto. Sudaba por todos lados y su respiración estaba alterada, como si el aire no entrase en sus pulmones. Miró a su alrededor un par de veces para descubrir, ante su asombro, que solamente había sido una pesadilla. Todo el mundo dormía, como en su sueño. Pero él también había caído en brazos de Morfeo sin saber exactamente cuándo. Cerró los ojos un instante, aún con miedo a hacerlo y volver a ver aquella terrible imagen. Ver a Mihawk siendo asesinado por protegerle y encima, a manos de Sanji, el cual también terminaba muriendo, era un delirio demasiado macabro. El miedo había sido real. De eso estaba seguro. El cuerpo entero le temblaba y se sentía entumecido por el pánico que había experimentado dentro de aquella alucinación sin sentido.

Sin embargo, aun pensaba que la sensación de la presencia de Mihawk era real. Había creído que el Shichibukai estaba allí. Le había sentido de verdad, estaba absolutamente convencido de eso. Pero era imposible, solo había resultado ser una pesadilla horrorosa. Se amasó el pelo con la mano derecha y suspiró levemente.

¿Habrá sido el alcohol? Pensó por un instante.

Mientras Zoro lograba calmarse, escuchó un crujido a su espalda. Se giró como un resorte hacia el bosque. Chopper y Sanji acababan de llegar al claro. Cada uno llevaba una cesta en la mano. Ver al rubio allí de pie, tan normal, después de haber soñado cómo en un momento de enajenación Sanji podía provocar incluso la muerte de Mihawk, le causó un poco de desasosiego.

Nada más entrar en claro del bosque, el reno se tapó la nariz y empezó a marearse.

- Chopper, ¿estás bien? – le preguntó el cocinero.

- Ese olor… - pudo mascullar el médico.

Sanji olfateó el aire. Luego hizo una mueca de desagrado.

- ¿A qué demonios huele aquí?

Zoro también olió el ambiente y notó lo que estaba causando mareos en el médico. En ese momento, un grito contenido les sacó de su momento de olfateo. Luffy se revolvía en el suelo, incluso tenía espasmos, como si estuviera defendiéndose de algo o de alguien. Sanji corrió hacia el capitán y se dejó caer a su lado. Durante un instante, no supo que hacer. Ver a Luffy en aquel estado le provocó un terrible y repentino miedo que se agarró a su estómago. Cuando empezó a moverse con más violencia, le sujetó de los hombros con fuerza y le sacudió.

- ¡Luffy! ¿Qué te pasa?

- Es una pesadilla – respondió entonces Zoro -. Y creo que sé con qué está soñando – añadió de forma muy seria.

- No puede ser que… - musitó el rubio, comprendiendo lo que estaba pensando el cazador.

- Despiértale – le apuró el espadachín.  

- ¡Luffy! -  Sanji volvió a zarandearle.

El cocinero también suponía el tipo de pesadillas que tendría Luffy y debían de ser horrorosas. Sin querer pero de forma efectiva, el rubio le clavó las uñas en los hombros al capitán y consiguió, a través del dolor físico, hacer que abriese los ojos de golpe, lo que provocó que se le escapasen un par de lágrimas contenidas. Sanji sintió un ramalazo de ternura al verle así. El capitán apoyó entonces la cabeza contra el hombro del rubio para esconder la cara. Pero el cocinero podía notar su respiración agitada que no era suficiente para opacar los sollozos que se le escapaban. Sanji tragó saliva un momento y luego, puso la mano sobre el pelo negro del capitán. Le dio un par de caricias en la nuca de una forma delicada, dulce. Y Luffy se tranquilizó.

- ¿Qué está pasando? – preguntó cuándo se apartó del rubio como si no hubiera pasado nada.

- ¿Estás bien? – se aseguró Sanji.  

- He tenido una pesadilla – susurró Luffy.

- Yo también – intervino Zoro, que acababa de ponerse en pie -. Y creo que no  ha sido algo casual. ¿No lo hueles? Hay algo raro en el aire.

Luffy también olfateó y asintió con la cabeza. Un grito de Usopp hizo que el capitán se levantara de un salto y corriese hacia él para despertarle. Zoro entonces miró a su alrededor. Aquello era realmente extraño. Franky y Brook dormían plácidamente. Lo que quisiera que fuera lo que había en el aire parecía no provocarles pesadillas como a los demás. ¿Tendría algo que ver que uno era un esqueleto y otro un cyborg y no les afectaban los olores? Echó otro vistazo y vio que faltaba alguien.   

- Estáis todos despiertos.

La voz de Nami llegó desde el otro lado del claro. Llevaba el pelo mojado y una toalla en la mano, lo que les hacía suponer que había estado en el manantial que había un par de kilómetros más al sur. Gracias a eso, se había librado de sentir en la piel, vívidamente, sus pesadillas más horribles. 

- ¿Dónde estabais? – quiso saber Zoro.

- Dándome un baño, he sudado en la fiesta y ahora estoy perfecta – sonrió la pelirroja.

Los ojitos de tonto enamorado de Sanji al imaginarse a Nami en el manantial desaparecieron cuando Zoro volvió la mirada hacia él, esperando una respuesta a su pregunta.

- Nosotros nos adentramos en el bosque. Chopper vio unas plantas medicinales y quería ir a recogerlas así que le acompañé – explicó Sanji. – Dios, aquí cada vez huele peor – se quejó.

- Huele a algo que nos hace soñar con nuestros peores miedos – dijo Zoro, sintiendo un escalofrío al recordar su pesadilla.

Robin aún estaba dormida cuando su voz asustada les sobresaltó. Sus gritos eran realmente desgarradores. Sanji hizo el amago de correr hacia ella, pero esta vez el espadachín fue más rápido que el rubio en llegar hasta ella. Se agachó junto a morena y la sacudió por el hombro con suavidad.

- Robin, vamos, despierta.

Debería haber supuesto que no era tan fácil sacar a alguien de sus pesadillas. La mujer siguió revolviéndose, cada vez con más fuerza. Zoro pasó el brazo bajo los hombros de Robin y la incorporó, acercándola más a su cuerpo. Con la otra mano, le acarició la mejilla para apartarle el pelo de la cara. Estaba sudando y se retorcía como si estuviera sufriendo una auténtica tortura. Zoro hizo presión en su brazo con la mano y la zarandeó con cierta fuerza controlada.

- ¡Robin!

La arqueóloga gritó y abrió los ojos a la vez. La primera reacción de la morena fue la de lanzar sus brazos hacia el cuello del cazador para aferrarse con fuerza a su alrededor, mientras su respiración agitada le golpeaba contra el pecho. Zoro solamente atinó a cerrar los brazos en torno al cuerpo delgado de la mujer y la acunó con suavidad.

- Era una pesadilla, nada más – susurró contra su pelo -. Tranquila. Estamos aquí, Robin. 

Por acto reflejo, la besó el pelo en un intento por calmarla que surtió más efecto del que los dos habían pensado.

- Gracias, cazador – musitó la arqueóloga cuando recuperó la respiración.

Se apartó despacio de ella y vio unas cuantas lágrimas recorriendo su rostro blanquecino. Por alguna razón, ver a esa mujer fuerte y valiente, capaz de enfrentarse a un Shichibukai, a un dios, e incluso al Gobierno Mundial al completo para salvarles a ellos, llorando por culpa de un mal recuerdo le provocó cierta ternura. Todo el mundo podía llorar, y eso lo había aprendido bien. Después de todo, el llorar no significaba que fueras débil. Sólo que habías sido fuerte demasiado tiempo. Zoro sujetó su rostro con las dos manos y le limpió las lágrimas, ante el gesto absolutamente asombrado de Robin.

- Tenemos que pelear – le dijo el espadachín -. Te necesitamos concentrada.

Robin esbozó media sonrisa y asintió. Zoro se puso de pie y le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Cuando estuvo de pie, la morena le dio un beso de lo más dulce en la mejilla. Unos metros más allá, el cazador pudo ver a Sanji de pie, mirando hacia ellos con una expresión indescifrable en la cara. El rubio no entendía por qué Zoro tenía aquella debilidad repentina por Robin. El cazador miró disimuladamente a la mujer. Hasta cierto punto, aquel pelo negro como el ébano y esa piel blanquecina le recordaban tremendamente a Mihawk. Tal vez por eso la trataba de forma diferente. Pero esa explicación tan sentimental y horriblemente tierna no podía dársela.

De pronto y sin previo aviso, desde algún punto del bosque, un ataque se cernió sobre ellos. Ninguno pudo preverlo. El desconcierto que les provocó el hecho de no haber sido capaces de sentir y prevenir el ataque incluso habiendo despertado el Haki, les volvió demasiado lentos como para esquivar aquella arremetida que parecía tener un objetivo muy claro y directo.

- ¡Luffy! – gritó Zoro al darse cuenta de la trayectoria del ataque.

El capitán apenas logró darse la vuelta para ver un enorme arpón metálico frente a él. Sanji era el que más cerca estaba de él, y reaccionó lanzándose sobre Luffy para apartarle. Pero no pudo esquivar el ataque. El arpón atravesó el hombro derecho de Sanji sin piedad.

- ¡Sanji! – rugió Zoro, sintiendo que se le cortaba la respiración durante unos instantes.

El rubio cayó al suelo con aplomo, llenándolo de sangre. Todos se dirigieron rápidamente hacia él. Pero no llegaron a alcanzarle. El arma iba unida a un cable que no habían visto. Apenas intentaron llegar a él, el cable se tensó y empezó a arrastrar al rubio hacia atrás. Él se aferró al arpón para que la fuerza del arrastre no le desgarrara el hombro hasta arrancárselo. 

- ¡Sanji! – gritó de nuevo el capitán, con un tono espantado.

Luffy se preparó para estirarse e intentar sujetar al rubio.

- ¡No!

El grito de Zoro detuvo al capitán, que cuando quiso volver a mirar, ya era tarde para agarrar a Sanji. El rubio había desaparecido entre la maleza y ya no se oía ni un solo ruido aparte de los sonidos normales de la naturaleza. El claro quedó en silencio entonces. Como si no hubiera pasado nada. El escándalo despertó a Brook y Franky. Chopper les explicó lo que había pasado mientras Luffy se dirigía directamente hacia Zoro.

- ¿¡Por qué has hecho eso!? – le increpó -. ¡Si no me hubieras detenido…!

- Si no te hubiera detenido habrías partido en dos al cocinero – le cortó Zoro, tratando de mantener la calma -. Si ellos tiran hacia allá del arpón que llevaba insertado en el cuerpo y tú de las piernas de Sanji hacia nosotros, podrías destrozarle.

- ¡Pero ¿por qué Sanji ha…?! – Luffy parecía bastante agobiado. Después de todo, era la primera vez que les pasaba algo así desde que habían vuelto a encontrarse. El capitán necesitaba tiempo para acostumbrarse de nuevo a que esas cosas pasaban constantemente, pero siempre lograban salir airosos de situaciones incluso peores.

- Porque el arpón estaba hecho de kairouseki – respondió el cazador. Reconocería ese tono de color del metal en cualquier parte -. Iban a por ti y no tenían intención de capturarte, capitán.

- ¿Qué quieres decir? – preguntó Robin.

 - Que así es como actúan ellos – musitó el espadachín en voz baja, cerrando las manos en puños hasta clavarse las manos en las palmas -. Nunca entregan la presa viva. Para qué cargar con todo el cuerpo si con entregar la cabeza es suficiente.

- Hablas como lo haría… - pudo decir Robin, dándose cuenta de la gravedad de las palabras de su compañero.

- Un cazador de piratas – confirmó Zoro, apretando con fuerza los dientes.

- Entonces, si hubieran atrapado a Luffy… lo habrían matado – comprendió Usopp.

- ¿Pero por qué nos atacan ahora? – preguntó Nami, mirando a todos lados.

- Porque nos están dando caza – dijo Zoro, con un tono oscuro y enfadado -. Y no entiendo a qué cojones viene esto.  

- Por ahora salgamos a buscar a Sanji – propuso Brook, que ya estaba al día de lo que había sucedido.

- Podríamos perdernos en el bosque – inquirió Chopper.

- No necesariamente – atajó el espadachín -. Hay que seguir el rastro de la sangre.

- ¿Y eso lo dice alguien que se pierde hasta en el barco? – exclamó Nami.

- Te olvidas de algo, pelirroja. – Zoro levantó la mirada hacia ella -. Yo soy un cazador. Puede que mi sentido de la orientación apeste – reconoció por primera vez -, pero sé seguir un rastro.

- Vamos – les interrumpió Luffy, colocándose bien el sombrero en la cabeza -. No hay tiempo que perder.

Zoro se apresuró a coger las katanas antes de acercarse al borde del claro por el que había desaparecido Sanji. Su sangre había manchado esa zona. Y podía ver un pequeño rastro. Aunque éste se perdiese, el olor de la sangre perduraba en la zona. Y podía seguirlo. Apartando arbustos, ramas y demás maleza que encontraba en su camino, el cazador se adentró cada vez más en el bosque, con todos sus compañeros siguiendo el camino que él marcaba. A su caminar, el espadachín podía sentir los latidos de su corazón golpeándole en la garganta. Tenía un nudo en el estómago bastante preocupante. Sabía que no era sólo porque Sanji fuera su amigo, era consciente de que tenía miedo a perder al cocinero de una forma más personal. Eso hacía que su cabeza volviera a ponerse patas arriba. Y no quería pensar en eso.

El último rastro de sangre desapareció frente a Zoro repentinamente. Pero volvió a aparecer unos metros más allá. Las gotas de sangre fueron haciéndose más grandes. Hasta que llegaron a un charco. La sangre que había allí continuaba hacia un nuevo claro de aquel bosque que parecía encantado. El rastro se volvía un reguero que denotaba que Sanji había estado parado en aquel lugar y luego, habían tirado de él arrastrándole sobre el césped. Los ocho se plantaron en el límite del claro y alzaron la mirada hacia el espacio despejado de maleza que tenían delante. El sol se colaba entre las ramas de los árboles laterales, dándole un aspecto apacible. El lugar estaba coronado por un enorme y frondoso árbol cuyas raíces incluso sobresalían del suelo. Entre ellas vieron un cuerpo recostado, inmóvil. El pelo rubio del cocinero destacaba entre los verdes que le rodeaban. Y el color de su sangre también.

- Sanji – pudo musitar Chopper, visiblemente preocupado.

- Ahí está – musitó Zoro, dando unos cuantos pasos hacia delante a toda prisa.

- Espera. –Nami le sujetó del brazo para detenerle -. Fíjate en la situación, Zoro. Es un claro. Una vez ahí fuera, somos un blanco fácil.

- De eso se trata. Es una trampa, es obvio – dijo el cazador.

- ¡Entonces si lo sabes no salgas, retrasado! – le dijo ella.

- ¿Y qué pretendes que hagamos? ¿Nos quedamos mirando y esperando? ¿A qué, eh? – le espetó Zoro.

- Hay que buscar otra forma de entrar ahí y sacar a Sanji, es la prioridad – coincidió Usopp -. Si nos lanzamos a lo loco, nos atacarán antes de llegar a él.

- Esa es la cuestión, que no podemos esperar.

El cazador volvió a intentar entrar en el claro.

- ¡Espera! – insistió ella -. Pueden matarte o hacerte lo mismo que a Sanji.

- A mí no me pasará nada – aseguró, con una confianza desmedida.

- ¡Eso pensamos todos! Que no nos pasaría nada, ¡y mira la situación! – repitió Nami, empezando a desesperarse.

- Zoro. –Robin le puso una mano en el brazo -. Te han traicionado esta vez – le dijo directamente.

Parecía que Robin lograba calmar a Zoro. Pero no era suficiente para detenerle.

- Son cazadores, deberíamos haberlo supuesto – dijo entonces Franky con seriedad -. No puedes cambiar la naturaleza de alguien.

- Eh, Franky, eso no es justo. Yo fui un cazador – le dijo Zoro con firmeza -. Aunque ahora sea un pirata, hay algo que todavía me queda de cazador. Y es que no se traiciona a la gente que confía en ti. No se decepciona a las personas que quieres. Nunca se le da la espalda a la familia – añadió -. Y a pesar del tiempo que ha pasado, si Satoshi todavía me considera su familia, entonces sé que no me traicionaría.

- ¿Y cómo llamas tu a esto? – le preguntó con suavidad Brook.

- Quiero creer que es porque no tenía otra opción – respondió sin un ápice de duda en la voz.

- ¿De qué estás…? – empezó a preguntar Usopp.

Zoro no quiso escuchar más. Se apartó de ellos y entró en el claro del bosque a pasos veloces para evitar que nadie le detuviese otra vez. 

- ¡Haz lo que quieras! ¡Deja que te maten! – gruñó Nami al verle salir.

El cazador echó un vistazo a su alrededor mientras caminaba y una vez quedó satisfecho de mirar, corrió hacia el cocinero a toda velocidad sin mirar atrás un instante. El lugar se mantuvo tranquilo en el tiempo que Zoro tardó en atravesarlo. No hubo ni un solo ataque. Ni un solo ruido que pudiera advertir de una arremetida enemiga. Zoro llegó hasta Sanji y se dejó caer con aplomo a su lado. Le costó unos segundos pensar en cómo tocar al rubio. Tenía la cabeza hacia un lado y su respiración era realmente pesada. Comprobó que el arpón metálico ya no atravesaba su hombro. Al sacarlo habían provocado una hemorragia bastante fuerte; la sangre parecía fluir como una fuente, sin parar. Zoro pasó el brazo derecho por los hombros del cocinero y le incorporó levemente, llevándole hasta su pecho para apoyar allí su cabeza. Sanji hizo un sonido de molestia y abrió los ojos despacio.

- Sé más delicado – se quejó en voz baja.

- Sabes que eso no se me da bien – sonrió el espadachín, visiblemente aliviado al recibir respuesta del cocinero.

Zoro mantuvo a Sanji apoyado contra su cuerpo y con todo el cuidado que pudo, le quitó la chaqueta negra que llevaba puesta. Con ella, hizo presión en el hombro que tenía herido, tratando de detener la hemorragia de la herida que había provocado el arpón de kairouseki. 

- Ha pasado algo – pudo decir Sanji -. Van a cazarnos, Zoro– musitó. Alzó la mirada medio apagada hacia el espadachín -. Vete.

- No hables más – le ordenó -. Guarda fuerzas.

- Tú siempre me decías que no me callara – se mofó el cocinero -. Que te gustaba escucharme jadear – añadió, entre dientes, haciendo una mueca cuando el espadachín presionó más en la herida.  

Zoro le acarició la mejilla con suavidad con la mano libre. ¿Acaso era momento para eso? Lo mismo pensó Sanji de la caricia tan suave que acababa de recibir.

- Ahora sólo quiero sacarte de aquí – confesó Zoro.

- ¿Tan grave es? – comprendió Sanji.

- Te pondrás bien – respondió solamente el cazador.

- Gritaste mi nombre, ¿verdad? Cuando me hirieron – susurró de repente el rubio. El espadachín no iba a contestar -. Siento haberte preocupado.

Zoro tragó saliva, pero el nudo en su garganta se mantuvo allí donde estaba. Enredó los dedos en su pelo rubio para apartárselo de la cara y poder ver el gesto de sorpresa que se había pintado en su cara. No podía. Era imposible imaginar siquiera que aquellos ojos no iban a volver a mirarle. Se negaba a ver morir a Sanji. A vivir una vida en la que su compañero de aventuras y de viaje no estuviera durmiendo en el camarote de al lado. Zoro se agachó para besar al rubio en un arrebato de temor repentino e incontenible. Al romper el contacto, apoyó la frente contra la del rubio y le acarició los labios con el dedo pulgar, tratando de esbozar una sonrisa tranquilizadora.

- No te mueras, ¿entendido? – susurró contra su boca.

- No puedo hacerlo ahora – respondió Sanji, cerrando un instante los ojos, con un gesto de felicidad pintado en la cara -. No antes de tenerte otra vez.

Zoro respiró hondo y no pudo contestar a eso. No era el momento de hacerlo, ni de pensar más en ello. Solamente se dejó llevar por las emociones que estaba experimentando en aquella coyuntura. Y volvió a besar los labios del cocinero con una dulzura tan suave que logró alejar de ellos en un solo instante los dos años que les habían mantenido separados. Zoro recordó en el sabor de aquella boca una época de su vida que, a pesar de no echar de menos, le había marcado hasta llevarle a dónde estaba. La forma de Sanji de responder a sus besos demandantes era, sin embargo, completamente diferente a cómo rememoraba. Abría la boca para rozarle con la punta de la lengua con cierta desesperación. Le succionaba los labios y casi no quería ni respirar, como si aquello fuera un sueño del que despertaría con solo suspirar. El espadachín le acarició la cara con suavidad, pidiéndole en silencio que aguantase porque, en cuanto salieran de allí, algo iba a pasar. Más allá de razones o cualquier lógica. 

Notas finales:

Bueno, hace mucho que no nos vemos y solamente quería decir que espero que tod@s esteis bien, que ojala sepa algo de vosotr@s pronto y que gracias por leerme, amig@s. 

Un abrazo.

Erza.


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