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Desnudo ante los ojos del Halcón II. por ErzaWilliams

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Notas del capitulo:

¡Hola a tod@s! ¿Cómo estáis? Hacía mucho que no sabíais nada de mí, lo sé, debería haberos dicho antes que me iba de vacaciones y no me era posible actualizar (casi no he podido ni escribir). Han sido unas vacaciones largas, sí, pero este era el primer año que pasaba el verano sin alguien muy cercano que ya no está a mi lado y la verdad es que he tenido momentos difíciles. Pero bueno, no quiero hacer de esto ninguna excusa, de verdad. Simplemente ha sido un parón tanto en el fic como en mi vida y ahora quiero compartir un poquito de ambos con vosotros con este nuevo capítulo. 

No sabéis lo feliz que me hace ver que no os habéis olvidado de mí T.T Porque yo he pensado mogollón en vosotr@s y en si querríais matarme... o no... Bueno, sea cual sea el veredicto, el capítulo nuevo al menos está listo. Espero que lo disfruteis mucho y ¡ya estoy en casa, querid@s! ^^

El resto de la tripulación dejó de esperar al otro lado del claro. Lo atravesaron en un momento y Chopper apareció corriendo a su lado. Al levantar la chaqueta que Zoro sostenía contra el hombro del rubio y ver la herida, hizo una mueca de angustia antes de empezar a rebuscar medicinas en su pequeña mochila. El resto rodeó al cocinero y al cazador y miraban con gesto preocupado.

- ¿Estás bien, Sanji-kun? – preguntó la pelirroja en voz baja.

- Sí, estoy bien, Nami-san. –El rubio esbozó una sonrisa.

Al contrario de lo que Zoro había pensado, Sanji se acurrucó más a su lado en vez de pedirle a Nami unos cuantos mimos. Todos los compañeros se dieron la vuelta de manera que quedaron formando una pared alrededor de Sanji, Zoro y Chopper, en un intento por protegerles de cualquier posible ataque.

- ¿Qué pasa? – preguntó Zoro, al ver al reno dejar de pelearse con la herida del cocinero. 

- Tenemos que sacarte de aquí – informó el médico.

- Intenta curarme, Chopper – le pidió Sanji.

Zoro comprendió lo que Sanji pretendía.

- ¿Para qué? ¿Para levantarte en cuanto acabe? – gruñó el doctor.

- Qué malo es conocerse – respondió Zoro, con media sonrisa traviesa.

- Lo que tienes que hacer es descansar. Yo te curo, pero déjanos el resto a nosotros.

- No voy a quedarme sentado mientras vosotros me salváis, maldita sea – gruñó Sanji, intentando incorporarse en vano.

- Ha peleado con heridas peores en luchas mucho más duras – apuntó el cazador -. Cúrale y que mueva el culo de una vez.

- ¡Zoro! – le reprendió el doctor -. ¡No le animes a eso!

- Aunque no lo haga, él no te hará caso, Chopper, lo sabes.

- ¡Pues debería! ¡Podría abrirse la herida y sería peor!

- Si esa herida se abre, entonces yo la cerraré otra vez si es necesario – insistió el espadachín -. Pero no puedes pretender que un guerrero se quede mirando sin hacer nada. La sangre que corre por sus venas no lo permitiría. Y si tú se lo impides, su orgullo se resquebrajará. No quiero eso para Sanji, Chopper. Deja que lo haga.

El gesto de sorpresa de Sanji se vio mezclado solamente con un deje de cariño absoluto hacia el cazador.

- ¿Me vas a dejar pelear? ¿No me dirás que es mejor que me quede esperando y que tú te encargarás de todo?

- No eres ningún príncipe en apuros, rubio. Yo no voy a salvarte – respondió Zoro, esbozando una mueca orgullosa pero sincera -. Tal vez tengas que salvarme tú a mí, quién sabe.

Zoro le entendía. Comprendía el orgullo de hombre que tenía, aunque no estuviera de acuerdo con él. Aun así, le consentía sus caprichos a pesar de que eso pudiera hacerle daño porque, si eso sucedía, el cazador tenía intención de estar entonces a su lado. Zoro por su parte recostó al rubio con cuidado en el césped y le dejó con el doctor. Se puso de pie bajo la atenta mirada agradecida y dulce de Sanji. Pasó al lado de Luffy, cruzando la cadena que formaban sus compañeros y se plantó en medio del claro.

- ¡No sé por qué estás haciendo esto, Satoshi! ¡Pero sé que no vas a matarme porque no tienes cojones suficientes para hacerlo! – rugió el cazador -. Así que, será mejor que vengas aquí y des la cara, porque pienso partírtela en dos por haber herido a uno de los míos – siseó.

El interpelado no se hizo esperar. El aura de cientos de cazadores rodeó el claro. Ellos se pusieron en guardia.

- Usopp, Brook, Franky – susurró Luffy con seriedad -. Cuidad de Chopper y Sanji.

- Sí – asintieron los tres a la vez.

El pelinegro alcanzó a Zoro adelantándose también.

- Luffy. –La voz de Zoro fue apenas audible -. No quiero matar a ninguno.

El capitán y su segundo de abordo cruzaron una mirada intensa.

- Vienen a cazarnos – hizo notar Robin.

- Lo sé – dijo solamente el espadachín, sin apartar los ojos de Luffy.

El ataque se cernió sobre ellos en ese instante. Los cazadores de piratas con los que habían comido, bebido, bailado y reído, estaban ahora atacándoles con toda la rabia que tenían dentro, blandiendo espadas y alguno, incluso escudos. Les rodeaban como si estuvieran en formación, y de dos en dos, de manera que uno repeliera cualquier acometida contra ellos y otro atacase directamente. Procurando defenderse sin atravesar a nadie de forma mortal, Zoro daba bandazos entre los cazadores sin saber cómo detener aquello. De pronto Sienna salió de entre la maleza y se lanzó directamente a por él. Sus espadas chocaron, haciendo saltar chispas. Esa mujer tenía una fuerza endemoniada.

- Sienna… no hagas esto… - gruñó Zoro por lo bajo -. Maldita sea…

Ella apretó los dientes e hizo más presión con la espada. Sus miradas se cruzaban enzarzadas en una batalla. Entonces Sienna se inclinó hacia su rostro y susurró una palabra que hizo que el espadachín recuperase ligeramente la cordura. Hizo fuerza para empujar a la mujer lejos de él y recuperar terreno. Ella dio un par de volteretas antes de ponerse de nuevo en guardia. El gesto de Sienna reflejó sorpresa durante un instante y advirtió a Zoro de que un ataque se acercaba por la espalda. El espadachín se giró para evitar el ataque pero era demasiado tarde. La espada se cernía sobre él y su brazo no llegaría a tiempo para interponer su katana entre el filo que le acechaba y su cuerpo. Entonces, Sanji apareció de la nada y se tiró encima de él, apartándole de la trayectoria de aquella acometida. Los dos cayeron al suelo rodando. El rubio hizo un sonido de dolor al caer sobre el hombro herido.

- Sanji, ¿qué…? – Por un momento, Zoro se había quedado confundido.

- Dijiste que te salvara yo a ti – bromeó el cocinero, sujetándose con fuerza el hombro.  

Zoro espabiló. Se levantó como un resorte, enrabietado, y se lanzó de golpe sobre Satoshi para devolverle el ataque con el que había intentado matarle. Cruzó la espada con él en unas cuantas estocadas directas hasta que le empujó hacia atrás, logrando que perdiera la posición de guardia un momento y así poder darle una patada directa al pecho, consiguiendo hacerle caer al césped. Rápidamente se colocó a horcajadas sobre él y le desarmó, lanzando la espada del cazador lejos de ambos.

- Te dije que te mataría si te atrevías – siseó el espadachín.

El claro quedó en repentino silencio. Todos se detuvieron ante la caída del líder del Clan Sombra. Zoro alzó la espada sobre el pecho de Satoshi con toda la intención. El pelirrojo no cerró los ojos mientras el filo caía sobre él. Zoro no podía negar la valentía que había en Satoshi. Entonces, la espada se clavó en el suelo al lado de la cabeza del cazador de piratas, que parpadeó un par de veces con sorpresa y le miró con un gesto confundido.

- ¿Qué cojones crees que estás haciendo, bastardo? – susurró el pirata.

- Mi trabajo – respondió Satoshi, con toda la serenidad que pudo.

- Mentira. Tú no me darías caza, ni a mí ni a los míos – insistió en voz baja Zoro -. ¿Qué mierda está pasando aquí?

- Valéis mucho dinero para el Gobierno, Zoro. Lo necesitamos, eso es todo.

- ¡Que no me mientas, joder! – rugió el espadachín, apoyándose en la espada, que se hundió más en el suelo -. Tú no eres tan ruin como para invitarnos a tu casa y luego hacernos esto.

- ¡No entiendes una mierda! – le espetó el pelirrojo -. Hace mucho que dejé de ser el hombre que conociste.

- Es posible que sea así, pero sigues sin poder engañarme. Y no hay cosa que me reviente más que una jodida mentira desesperada que nadie se creería.

Satoshi echó un vistazo disimulado a su alrededor. Toda batalla se había detenido. Los suyos no querían luchar a pesar de que estaban de su lado. Y la tripulación del hombre del sombrero de paja tampoco parecía tener ninguna intención de pelear. Chasqueó la lengua, molesto. Qué poco había durado aquella engañifa sin sentido.

- Vamos a cazaros – insistió, clavando la mirada en el espadachín otra vez.

- No – aseguró Zoro -. Pero tu puto orgullo cerrado que te lleva a no contarme nada va a conseguir que mi paciencia se agote, Satoshi. Y tú sabes mejor que nadie que cuando llego al límite, no me importa a quién tenga delante de la espada.

- ¡Entonces mátame! Presumes de que yo no podría hacerlo pero tú estás en la misma situación – le devolvió Satoshi el golpe.

- Es que no quiero hacerlo. A pesar de que has herido a alguien importante para mí – confesó Zoro -, no quiero tener que matarte. Todavía te considero mi familia. Porque el Clan siempre será una parte de mí.

Esas palabras que parecían tan sinceras llegaron al sentido común del cazador. Su entereza flaqueó. Zoro había visto a través de él con una facilidad insultante.  

- ¿Por qué debería contarte nada, eh? – susurró, desviando la mirada.

- Porque no tienes otra opción. Si la tuvieras no estaría pasando esto.

- Mis problemas son solo míos – insistió Satoshi.

- Lo serían si estuvieras solo, pero no lo estás – contestó Zoro, con firmeza.

- ¿¡Y qué pretendes hacer!? ¿¡Salvarme!? – se mofó el cazador, clavando la mirada en el pirata.

- No voy a salvarte, no soy ningún héroe – dijo el espadachín -. Quiero volver a pelear a tu lado, una vez más. Sólo eso.

- ¿Pelear? ¿Acaso crees que estamos en posición de oponer resistencia? – le espetó con frustración -. ¡Son cinco mil por lo menos, Zoro! ¡Cinco mil hombres entrenados y armados cuyo único objetivo es cortaros vuestras malditas cabezas!

El cazador pareció reaccionar al escuchar aquel grito desesperado de Satoshi. Su mente se mantenía fría, lo suficiente para atar los cabos de aquel ataque descabellado y absurdo.

- Marines – susurró entonces Zoro -. La Marina está aquí, ¿es eso?

El pelirrojo no pudo aguantar la mirada del espadachín y se tapó la cara con el brazo. Estaba realmente frustrado y se sentía tan patético que aquella era la única forma que encontró de intentar ocultarlo de los ojos del que todavía consideraba su hermano. Zoro gruñó por lo bajo y le agarró de la muñeca para apartar ese brazo de su rostro y sujetarlo contra el suelo, inclinándose aún más hacia él.

- Deja de compadecerte de ti mismo, maldita sea, y cuéntamelo – le exigió Zoro -. Estoy aquí, Satoshi.

No era casualidad. Ahora sabía que no podía ser cosa del azar que Zoro hubiera llegado hasta él en aquel momento. Satoshi cogió aire con fuerza y se resignó.

- Tienen a la gente de la villa – susurró -. Les retienen a todos. Hombres, mujeres, y niños. Ellos son la moneda de cambio, por vosotros.

- Así que es eso – masculló el espadachín -. La urgencia de la que hablaba Sienna anoche.

Satoshi asintió despacio, sintiéndose hasta cierto punto liberado.

- Os han hecho decidir qué vidas salvar – resopló Zoro, chasqueando la lengua molesto.

- Sí. Y no puedo jugar con lo que tienen entre las manos, Zoro. En este mundo de mierda el acto más injusto es que los niños, esos seres inocentes, tengan que cargar con pecados que no han cometido y vivir y sufrir e incluso morir en las estúpidas y absurdas guerras de los adultos sin poder ser libres porque quienes tenemos que protegerlos no somos capaces de hacerlo como es debido.

Zoro se apartó entonces de Satoshi, despacio. La situación estaba en un punto bastante delicado. Se puso de pie y miró a Luffy, que estaba unos metros más allá. Le bastaba con ver el gesto del pelinegro para saber en qué estaba pensando. El pelirrojo tardó unos instantes en incorporarse, con los hombros caídos como un hombre derrotado.

- ¿Lo entiendes ahora? Es vosotros o ellos, y la única opción que tengo en mis manos es daros caza como si no significases nada para mí – dijo Satoshi, antes de suspirar con exasperación y resignación -. Esto no debería ser así.

- No es momento para lamentarse – le cortó Zoro -. Capitán, ¿qué hacemos?

Luffy se llevó la mano a la nuca y se rascó mientras fruncía el ceño en un gesto más bien despreocupado.

- ¿Dónde están?

- Han ocupado un viejo cuartel abandonado al norte de la isla – respondió en ese momento Sienna.

- Entonces tendrán comida – siguió Luffy.

- ¿Quieres asaltar una base de la Marina… para comer? – preguntó Satoshi, bastante incrédulo.

- ¡Pues claro! ¡Tengo hambre! – se quejó el pelinegro.

- ¿¡Cómo es posible que…!?

La indignación del líder del Clan se apoderó de su voz y le hizo ponerse en pie de un salto para enfrentar a Luffy. El brazo de Zoro le detuvo en su empeño. Satoshi le atravesó con la mirada. Pero el espadachín se mantuvo de lo más calmado. El cazador no podía compartir aquella actitud con los piratas. Pero él no conocía a Luffy como lo hacía Zoro. El capitán se había enfadado al enterarse de que había niños enredados en aquella batalla. Él también había sido un niño, valiente y estúpido, que de no ser por un pirata que se atrevió a llamarle amigo, habría muerto sin dejar siquiera una prueba de su existencia. Los niños eran ingenuos, ilusos, pero llenos de sueños y esperanzas que Luffy se veía en la obligación de proteger.    

- ¿Por dónde se va? – preguntó entonces el pelinegro, ignorando a Satoshi.

- Yo os guiaré – sonrió Sienna antes de dirigirle una mirada comprensiva a Zoro.  

- No podéis ir solos – atajó Satoshi -. Ni siquiera sabéis lo que hay allí, o cómo es la base, ni a qué os enfrentáis.

- Eso no es un problema – intervino Nami, jugueteando con su climatact, con el que había aporreado la cabeza de unos cuantos cazadores poco antes.

- ¿Acaso estáis locos o sois unos suicidas, eh? – insistió el pelirrojo.

- Ven con nosotros y lo comprobarás – sonrió con orgullo Usopp.

- Coge a unos cuantos hombres de confianza – le indicó entonces Zoro al líder -. Tenemos que pasar desapercibido y llevando a un regimiento como el que tienes ahí va a ser imposible.

- Nos van a matar a todos – sentenció Satoshi.

- No mientras yo esté aquí – le aseguró el espadachín.

Mientras el líder se resignaba y hacía lo que Zoro le había pedido, sin saber todavía por qué no le ponía en entredicho y le hacía caso, el espadachín se acercó a Sanji, que seguía sentado en el césped. Le tendió la mano y le ayudó a levantarse del suelo. Ambos quedaron extremadamente cerca y sus manos no quisieron soltarse de inmediato. Incluso se acariciaron un momento.

- ¿Estás bien?

- Pensé que no te preocupaba mi estado de salud – dijo el rubio, ladeando la cabeza.

- Sólo quiero saber si estás en condiciones de pelear – gruñó Zoro, apartando la mirada.

- Estoy en condiciones de volver a salvarte si es necesario – sonrió Sanji, acariciándole de forma furtiva y rápida el brazo.

Una vez que Satoshi eligió a los veinte hombres y mujeres de más confianza, todos echaron a andar detrás de Sienna. Satoshi la alcanzó para andar a la par que ella y, un rato después, Zoro se acercó a ambos mientras apartaba ramas y arbustos para caminar por el bosque espeso.

- ¿Quién os ha hecho esto, Satoshi? – quiso saber Zoro.

- ¿Cambiará algo el saberlo? – preguntó el pelirrojo.

- Es solo que… - Aún tenía la sensación de haber notado la presencia de Mihawk -. Necesito saberlo – atajó -. Por favor.

- Cuando Sienna me avisó fui al pueblo. Había un regimiento de marines y se estaban llevando a la gente. El que les dirigía y se atrevió a venir a chantajearme a la cara fue un capitán de la Marina con un nombre rarísimo.

- Eros, cabeza hueca – añadió Sienna, con un suspiro -. Se llama Eros.

Zoro contuvo el aliento un instante. Apretó la mandíbula y cerró los ojos un momento.

- ¿Qué te pasa? – le preguntó Satoshi al notar el cambio de color del espadachín.

- Eros es el hijo de puta que me vendió – confesó Zoro en voz baja.

- Nada sucede por casualidad – dijo el pelirrojo, restándole importancia a un hecho del pasado -. Ahora le tienes al alcance de tu mano. Y no es ningún obstáculo para la persona en la que te has convertido. –Le dio una palmada en el hombro -. Es el momento.

Zoro esbozó una sonrisa agradecida y siguió andando en silencio. Entre Satoshi y él las cosas siempre habían sido así. Bastaba con una mirada, un silencio o unas pocas palabras para entenderse por completo.

Poro después llegaron hasta la linde del bosque donde terminaban los árboles y se abría el claro en el que se asentaba la vieja base. Se agazaparon bien entre los arbustos y observaron a los guardias.

- No son tantos – farfulló Zoro.

- Ni siquiera podemos contarlos, y dentro hay un patio de armas donde seguramente haya cientos de ellos – le contradijo Satoshi.

- Eso sólo lo hará más divertido – insistió el pirata.

- Esto es una puta locura, joder, Zoro.

- Deja de ser agonías, maldita sea. No te pareces en nada al pirado de tu hermano – soltó el espadachín.

- No me compares con él – gruñó, dándole un codazo -. ¿Y bien? ¿Cómo pretendéis hacer esto, eh? No hay por donde entrar sin llamar la atención.

- Nunca dijimos que entraríamos sin llamar la atención – hizo notar Zoro.

Satoshi se giró en redondo hacia él con un gesto de estupor absoluto y entonces Luffy salió corrió hacia la base sin previo aviso, sin plan y solamente buscando la cocina del edificio.

- ¿¡Qué demonios…!? – exclamó el cazador.

- Sólo tenemos que seguirle – respondió Zoro -. Y hacer lo que siempre hemos hecho tú y yo. Cubrirnos las espaldas.

Esta vez fue el pirata quien le dio una palmada en el hombro al pelirrojo antes de salir también de entre los arbustos y seguir a su capitán y al resto de la tripulación, que ya se enzarzaban con los guardias en una pelea más entretenida que dura o complicada. Zoro se abrió paso entre ellos hasta alcanzar la puerta de la base. Satoshi y Sienna le siguieron. El espadachín esbozó media sonrisa cuando Sanji llegó a su lado y le devolvió una mirada de lo más intensa y ardiente. Volver a pelear juntos era algo que llevaba mucho tiempo deseando hacer. Sin previo aviso, Zoro partió en dos la puerta de madera. Tras ella descubrieron un escuadrón más de soldados sobre los cuales pasaron sin problema. En el vestíbulo había una enorme escalinata al segundo piso. De los laterales de la escalera aparecieron más guardias. Zoro ni siquiera se molestó en desenvainar más de una espada. En medio de la batalla, se acercó a Satoshi hasta chocar con su espalda.

- Esto es demasiado sencillo – le dijo el espadachín -. ¿Dónde se supone que están quienes os derrotaron a vosotros?

- Nunca dije que nos derrotaran – apuntó Satoshi, dando un fuerte mandoble para deshacerse de varios enemigos a la vez -. No pudimos hacer nada porque tenían a la gente cautiva.

- Esto empieza a aburrirme – declaró Zoro, barriendo a unos cuantos soldados con una estocada -. ¿Dónde estará ese bastardo?

- Seguramente escondido. Ve a buscarle si quieres. Visto lo visto, aquí podemos apañarnos.

En ese momento, unos cuantos de los hombres de Satoshi entraron para apoyarles. Los cazadores estarían bien, y Sanji parecía desenvolverse perfectamente a pesar de la herida. El espadachín miró entonces hacia las escaleras. Sabía que Eros no estaba allí, podía sentirlo. Sin embargo, no sabía qué era, pero algo le atraía hacia arriba. Desde que habían entrado, aquel lugar despedía una fuerza extraña que le resultaba horriblemente familiar. Aprovechó la oportunidad y su cuerpo se movió en dirección al piso superior. Con cada paso, la sensación de estar acercándose a algo que deseaba con todas sus fuerzas se hizo más fuerte. Era como si un hilo invisible tirase de él hacia algún lugar incierto. Zoro se apostó en la esquina del pasillo cuando terminó de subir las escaleras. Echó un vistazo por si acaso había algún marine rezagado, pero estaba todo despejado. Echó a andar con paso firme y el corazón extrañamente acelerado. Sus pies se detuvieron frente a una doble puerta de madera maciza. Puso la mano sobre ella un instante. No comprendía qué estaba pasando en ese momento que alteraba todos sus sentidos.

Tras la puerta, una mano diferente también se apoyó en la madera. Sabía que podían sentirse. Aunque Zoro no supiera lo que era. Se sorprendió al pensar lo fácil que sería sujetar el picaporte, abrir esa puerta y acabar con toda aquella farsa. Sin embargo, le retuvo el recuerdo de la razón por la que estaba allí. Lo que la Marina había colocado en sus manos pesaba más que cualquiera de sus deseos egoístas. Aunque no había pensado que dolería tanto la separación de aquella simple puerta de madera.

Zoro por su parte alargó la mano hacia el picaporte de repente. Pero, en el último segundo antes de rozarlo, retiró la mano. Apoyó la frente contra la puerta y su respiración chocó contra la madera. Cerró un instante los ojos.

- ¿Zoro?

La voz de Sanji le sacó de aquel instante en el que se acababa de perder. Se apartó despacio de la puerta de madera y suspiró levemente. Como despidiéndose.

Estoy jodidamente obsesionado, maldita sea, se increpó a sí mismo. 

- ¿Qué haces aquí arriba? – preguntó el rubio -. Hemos acabado con todos ya. Uno de ellos nos ha dicho que las celdas donde retienen a los isleños están abajo.

- Perfecto – dijo solamente.

- Está bien, no importa si te has perdido – se mofó el cocinero -. De todas formas ya les han sacado a todos. Satoshi y sus hombres les van a escoltar de nuevo al pueblo.

Zoro se dio media vuelta y pasó al lado de Sanji sin responder. El rubio también miró un instante la puerta y frunció el ceño. Había algo en aquella habitación que hacía saltar todas sus alarmas. Sacudió la cabeza y siguió a Zoro, bajando las escaleras para salir de la base. Ya en el exterior se encontró con toda la tripulación en guardia a pesar de que parecía que habían acabado con todos los enemigos. Se puso al lado de Zoro, que estaba tenso, y él mismo notó una presencia bastante peligrosa. Aquello no había terminado.

En ese momento, un regimiento apareció de la nada rodeando la base frente a la puerta donde estaban los piratas. Luffy retrocedió protegiendo el saco de comida que llevaba colgado al hombro, mientras el resto se ponía de nuevo en guardia. Encabezando el grupo apareció Eros. Reconocería a ese bastardo en cualquier parte. Todavía tenía aquella nariz aguileña y esos ojos pequeños enmarcados en un rostro blanquecino y un pelo moreno largo recogido en una coleta baja en su nuca. Por un instante, Zoro arrugó la nariz pensando cómo demonios había podido pasar de acostarse con la belleza griega de Masayuki a estar entre los brazos de aquel hombrecillo sin encanto que, ahora, no le parecía mucho más peligroso que cualquier marine de rango bajo.

- Teníamos que entregaros aquí – le susurró Satoshi a Zoro -. Por eso ha venido.

- ¿Os habéis llevado a todo el mundo? – le preguntó, sin apartar la mirada del marine.

- Queda gente por sacar de los calabozos – respondió el cazador.  

- Entonces acabad de sacarles por otro lado. Haced un agujero en la pared o en el suelo si es necesario, pero evacuad esto cuanto antes.  

- Ha venido más gente para ayudar en esto. Nosotros nos quedamos con vosotros.

- No es necesario. Podemos con esto.

- Ya lo sé. Pero vamos a pelear a vuestro lado hasta el final.

- Satoshi, tienes que proteger a esa gente – insistió Zoro.

- Tengo una familia entera dispuesta a eso – le recordó el cazador -. Estarán bien. Ahora, déjame luchar a tu lado otra vez.

- Haz lo que quieras – suspiró Zoro.

Su mirada volvió a cruzarse con la de Eros. Durante un instante, pudo ver una sonrisa malévola asomando en la comisura de sus labios. Hacía mucho tiempo que no pensaba en venganza. Desde que le había visto en el castillo de Mihawk y había podido controlarse se sentía mucho más dueño de sí mismo, como si aquella prueba hubiera sido puesta por el jodido destino. Pero aquella sonrisa activó un resorte en su interior que le hizo saltar. El espadachín gruñó por la bajo y se lanzó contra los marines. Literalmente, se lió a espadazos con ellos para abrirse camino hasta Eros. Solo quería llegar frente a él y atravesarle la garganta.

Sin embargo, alguien se le adelantó. Precipitándose, Sienna se lanzó contra el marine por un lado, aprovechando que el capitán estaba enzarzado con uno de sus compañeros cazadores. Eros se deshizo del cazador con facilidad y luego cruzó la espada con Sienna justo cuando ella pretendía darle una estocada en el pecho.

- ¡Sienna, no, aléjate! – le advirtió Zoro mientras se ocupaba de los marines que intentaban llegar a herirle.

La mujer hizo caso omiso y siguió atacando al capitán de la Marina. El nivel de su técnica era alto, al contrario de lo que parecía a simple vista. El espadachín trató de darse toda la prisa que pudo en librarse de los marines que iban contra él, con un ojo puesto en Sienna y Eros. Tras una batalla en la que Sienna estuvo en clara desventaja, la mujer dio una estocada que consiguió rozar el brazo del capitán. Pero el precio de hacerle sangrar fue que Eros lograse desarmarla con un golpe certero en la empuñadura de la espada y una posterior patada en el estómago.

Al ver la situación, Zoro se deshizo del último marine y corrió hacia ellos lo más rápido que pudo. Pero el capitán se hizo rápidamente con el control de la situación cuando levantó a la desarmada cazadora y la puso frente a él, sujetándola con un brazo por el cuello y haciendo fuerza mientras la amenazaba con un puñal que acababa de sacar de su cinturón.

- ¡Ni se te ocurra acercarte más! – gritó, apoyando el filo del arma contra el cuello de Sienna.

- No vas a poder esconderte siempre detrás de ella, Eros, y cuando dejes de hacerlo, perderás la vida – bramó Zoro, deteniéndose en seco a unos cuantos metros de ellos.

- Todavía lo recuerdas, ¿no es verdad? – dijo entonces el marine -. Lo que te hicieron aquellos hombres.

Su sonrisa de victoria pintó en su rostro una mueca que revolvió el estómago del espadachín.

- No fuiste suficientemente hombre para intentar destruirme tú mismo, me daría vergüenza ser tu – siseó el espadachín, procurando mantener la calma, aunque aferraba la empuñadura de su espada cada vez con más fuerza.

- ¿Crees que me mancharía las manos con alguien de tu calaña? Claro que no. Follarte fue divertido, lo reconozco, pero de ahí a darte la importancia suficiente para encargarme personalmente de ti… 

- Te juro que en cuanto la sueltes, en cuanto te tenga a la distancia de mi espada, te mataré – rugió Zoro, respirando con agitación ante las provocaciones de Eros. Sabía que no debía darle ese gusto, pero no podía evitar revivir aquel infierno al tener delante al culpable de ello. 

- Nunca jures en falso – le advirtió -. Y si quieres a tu amiga, ven a por ella.

El movimiento de Eros fue muy rápido. El puñal atravesó el pecho de Sienna, cerca del corazón. Ella dejó escapar una exhalación de aire ante la sorpresa del ataque.

- ¡¡Sienna, no!!

Con otro movimiento, sacó el puñal, provocando que la herida empezase a sangrar a borbotones. Luego colocó la punta en la espalda de Sienna y la atravesó, saliendo bajo su pecho. Sienna dejó de hacer fuerza con las manos sobre el brazo de Eros y éste la empujó hacia delante, sacándole de un tirón el puñal del cuerpo. Zoro vio caer el cuerpo de la mujer sobre el césped con la herida abierta. Su sangre no tardó en cubrir el verde del suelo. El espadachín se lanzó junto a ella, cayendo de rodillas, y la cogió entre sus brazos sin demasiado cuidado. La apoyó contra su hombro y le apartó el pelo de la cara para mirarla a los ojos. Su mirada transparente y siempre sonriente ahora se llenaba de lágrimas de dolor y, tal vez de miedo. Zoro hizo presión en su hombro en un intento por decirle que se mantuviera fuerte y que supiera que él estaba allí.

- Oye, preciosa, tú siempre quedándote con todo el protagonismo.

Eso le arrancó una sonrisa cansada a Sienna. Zoro se inclinó y le besó la frente.

- Perdóname, cielo, perdóname – musitó.

Ella negó con la cabeza. Levantó la mano para aferrarse a la muñeca del espadachín un instante. Eros por su parte aprovechó el revuelo que se formó para dar media vuelta y salir corriendo del claro hasta perderse en el bosque. Zoro miró hacia el lugar por el que aquel cobarde había salido por patas, pero no podía perseguirle en ese momento. No podía dejarla sola en ese momento. Ella se convulsionó ligeramente entonces y tosió, soltando algo de sangre por la boca. Zoro le taponó la herida de la espalda con el brazo que pasó por detrás de ella y la del pecho con la otra mano. Buscó a Chopper con la mirada, que se acercaba corriendo. Sin embargo, a unos cuantos pasos de ellos, el médico se detuvo. Su gesto se contorsionó un instante y el espadachín comprendió, con horror, que no había nada que pudiera salvar la vida de Sienna. 

- ¡Sienna! ¡No, no, no! ¡Sienna! – La voz a gritos Satoshi resonó por el claro con desesperación.

El cazador se lanzó al lado de la mujer. Acercó las manos a ella pero no supo qué hacer. Zoro nunca había visto el gesto de terror que ahora cruzaba la cara de Satoshi. El espadachín entonces apoyó a la cazadora contra el pecho del pelirrojo y en cuanto él la rodeó con los brazos, él se puso de pie para alejarse un poco de ellos.

- Satoshi… - Esbozó una sonrisa cansada.

-¡¡Sienna!!

Zoro apartó la mirada. No quería recordarla así. Pero al abrir los ojos, sus manos seguían manchadas con la sangre de esa valiente mujer que había considerado una guerrera igual que él. El espadachín se apartó del claro y se refugió entre los árboles. Se apoyó contra el tronco de uno de ellos y cerró con fuerza de nuevo los ojos, intentando contener las lágrimas. Entonces sintió una mano aferrándose suavemente a él, entre la muñeca y la mano. Echó la cabeza hacia atrás y respiró hondo un par de veces. Él siempre sabía dónde encontrarle. Y tenía la capacidad de saber cómo reconfortarle también.

- Voy a matarle – aseguró.

- Algún día – susurró Sanji.  

El rubio se quedó apoyado al árbol también, al lado de Zoro pero sin agobiarle con su presencia, fumando en silencio mientras trataba de ayudar al espadachín a cargar con el peso que la vida acababa de poner sobre sus hombros.

 

La puerta se abrió sin hacer ruido. El hombre que estaba frente a la ventana abierta, dejando entrar la brisa marina que movía algunos mechones de su pelo negro, no se movió. Habían zarpado hacía apenas diez minutos, cuando Eros regresó al buque de la Marina gritando como un desquiciado que debían abandonar aquella isla de inmediato. El capitán había llegado lleno de sangre y herido en un brazo. Apenas le habían curado y se hubo cambiado la ropa, el marine se personó en el despacho personal que le habían asignado a su invitado.

- ¡Todo esto ha sido culpa tuya! – bramó.

El interpelado ni se movió. El Marine insistió.

- ¡Si hubieras salido a pelear…!

- Un plan tan absurdo como ese nunca habría dado resultado – le cortó el pelinegro.

- ¿¡Qué tenía de malo mi plan, eh!?

- Nunca debiste secuestrar a inocentes. Eso con la banda de Sombrero de Paja no funcionará jamás.  

- Teníamos que haberles matado desde el principio y punto – zanjó -. ¡A todos!

- ¿Ahora la Marina se dedica a asesinar como si fueran mercenarios?

El capitán sólo gruñó por lo bajo. Estaba tan enfadado que no tenía intención de controlar lo que decía.

- Les has subestimado al meterles en el mismo saco que el resto de piratas. Has intentado hacerles caer en su vanidad y eso te ha llevado a semejante desastre.

- Todos son iguales, arrasan, secuestran, roban y matan, esa es la vida que llevan y nuestro trabajo es detenerlos y matarlos a ellos.

- Tu trabajo, no el mío. Es patético que tengáis que depender de otros piratas para hacer lo que tenéis que hacer.

- No te equivoques. No dependo de nadie. Y tu único trabajo es obedecer.

El pelinegro se dio la vuelta al escuchar aquellas palabras. El capitán tragó saliva imperceptiblemente cuando los orbes color miel del pirata se clavaron con fiereza elegante en él. Además, su gesto calmado con los brazos cruzados frente al pecho le hacía parecer todavía más imponente de lo que ya era.

- No tientes a la suerte conmigo – le advirtió, con un tono suave.

- ¿O qué? – Trató de mostrarse envalentonado -. ¿Vas a intentar matarme?

- No. Soportaré un poco más ver tu cara de bastardo amargado sólo para estar presente cuando esos piratas a los que has intentado cazar hoy acaben contigo.

- Nunca llegarán a mí – hizo notar Eros.

- Encontrarán la forma de hacerlo. Son mucho más listos que tú y ha quedado demostrado después de tu absurdo intento de usar a una banda de cazadores de piratas para hacer tu trabajo sucio sin tener en cuenta que, entre ellos, hay un cazador de piratas. Eso ha sido bastante estúpido por tu parte. No es que pensara que eras más inteligente – atajó -, pero tampoco que tu inconsciencia llegase hasta semejante punto.

- ¡Soy perfectamente consciente de lo que he hecho! ¡Y no está mal hecho! Es simplemente que no ha salido como yo esperaba. ¿Por qué iban unos piratas a salvar a un pueblo entero, eh?

- No se trata de las personas que han salvado, imbécil. Se trata de quien no han podido salvar.

- ¿La mujerucha esa? ¿Qué pasa con ella?

- Que haberle robado la vida en un arrebato de megalomanía, cobardía y orgullo frente al espadachín te costará caro.

Él había estado allí. Escondido. Sin dejar que nadie sintiera su presencia. Observando. Aunque menos impasible de lo que pensó que estaría. Cuando aquella mujer había muerto, él sintió cierta lástima por ella. Y por lo que su muerte provocaría en el pirata del pelo verde.

- ¿Y qué? ¿Acaso crees que esos cazadores van a venir a vengarse? –Soltó una carcajada divertida - Pues adelante! ¡Entonces sí que aniquilaré todo su asqueroso pueblo!

- No. No serán ellos. – Mantuvo un instante el misterio, cosa que fastidió de sobremanera a Eros -. Nunca había visto semejante rastro de dolor en la cara de Roronoa Zoro como cuando sostuvo el cuerpo muerto de esa mujer entre sus brazos.

Por un momento, se vio reflejado a sí mismo en aquella mirada oscura llena de ira, rabia, rencor, odio y sobre todo, ansias de venganza que había visto en el cazador de piratas.

- ¿¡Y por qué debería importarme eso!? – insistió el capitán -. ¿Acaso crees que unos piratas van a venir a vengar la muerte de una cazadora de piratas? ¡Venga ya! Yo sí que te creía más listo.

- Lo consideras algo imposible, igual que hiciste con la posibilidad de que se aliasen para rescatar al pueblo. Y de la misma forma, te equivocarás de nuevo. Es lo único que sabéis hacer. Eso, y secuestrar las cosas o personas importantes para la gente con el fin de chantajearlos – farfulló, dejando entrever por primera vez parte de la rabia que llevaba mucho tiempo escondiendo.

- Hablas por experiencia, ¿verdad? – se mofó Eros, captando al vuelo la ira del pirata.

- No sabes las ganas que tengo de que Zoro te separe la cabeza del cuerpo – siseó el pelinegro, procurando mantener la calma frente a ese bastardo.  

- No lo conseguirá jamás. Está lejos de llegar a mi nivel, de poder hacerme algo a mí.

- ¿Quieres apostar? – preguntó, con un tono juguetón y victorioso.

- Claro que no. De todas formas, aunque vengan con todo lo que tengan, a mí no podrán ponerme ni un dedo encima. ¡Ni tocarme un pelo! ¡No se atreverán!

- Parece que olvidas que son los piratas que desafiaron el Gobierno Mundial en Ennies Lobby – le recordó -. No sólo se atreverán. Nadie podrá protegerte – le aseguró -. Has firmado tu sentencia de muerte.

Por un instante, las palabras de ese hombre calaron hondo en Eros que, de pronto, empezó a ponerse nervioso. Pero luego pensó que no debía dejar que ese hombre que tenía delante notase su preocupación, por lo que trató de controlar de nuevo la situación, zanjando la conversación.

- Piensa lo que te dé la gana, Shichibukai. Pero más te vale traerme la cabeza de Monkey D. Luffy y de toda su tripulación completa o ya sabes cuáles serán las consecuencias: tú también perderás algo que te importa. Así que, ve preparándote para entrar en acción – le ordenó -, Mihawk.

Dracule mantuvo un gesto sereno, imperturbable. El capitán al final no pudo mantener la mirada con el Shichibukai y se dio la vuelta para salir de la estancia. La soledad de aquel despacho solamente rota por el sonido de las olas rompiendo con fiereza en el casco del buque le hizo sentir como si estuviera encerrado en el último rincón oscuro de la prisión más segura e inexpugnable del mundo. Y también le llevó a pensar que no había nadie fuera de esa cárcel que pudiera sacarle de ella. Porque ni siquiera sabían que estaba encadenado en medio de una total y absoluta pesadilla. 

Notas finales:

Bueno, como veis, he vuelto con un capítulo un poco truculento ._. Pero respondiendo a vuestros deseos, ya sabéis dónde está Mihawk por lo menos. Ahora la historia ya vuelve a tenerle. 

Os doy mil gracias y más por seguir ahí al pie del cañón, de verdad. Y vuelvo a pediros perdón por no avisar de que iba a estar en standby en verano, reconozco que lo hice muy mal u.u" Espero que podáis perdonarme.

Por cierto, los reviews que me habéis escrito para el capítulo anterior los asiduos, los de siempre, mis queridos lectores presentes, los leeré ahora mismo y los responderé sin dilación, ¡gracias gracias gracias!

Sin más, me despido. Ahora me toca recuperar el ritmo normal tanto en mi vida como en el fic. Espero veros prontito a tod@s. Un abrazo.

Erza.


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