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Desnudo ante los ojos del Halcón II. por ErzaWilliams

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Notas del capitulo:

¡Hol@! ¡Buenas (aquí) noches! Siento mucho la tardanza pero me acabo de incorporar recientemente al mundo laboral de forma indefinida y apenas tengo tiempo para dormir ._. Además, debo reconoceros que se me ha complicado un pelín el capítulo, pero al final no ha podido conmigo y aquí lo tenéis. Sólo espero que os guste. 

Era como una broma del destino. Algo cruel y retorcido. La situación era sencillamente surrealista para él. Por un lado, el amante que él había deseado tener, y uno de sus compañeros fieles. Por el otro, el hombre que le había hecho más fuerte y le había demostrado que se podía sentir mucho más por otra persona, sin condición; el que le había prometido que ellos serían eternos. Zoro pensó, por un momento, en todos los dolores de cabeza que le había dado estar cerca de Sanji y lejos de Mihawk. Con el Shichibukai todo era fácil. Con el cocinero lo habría sido de no ser por lo mucho que sentía por su mentor. Y ahora todo ese bucle de sentimientos acababa de darle una bofetada monumental en la cara al cruzar a los dos únicos hombres que había querido.

De pronto, Sanji tiró de Zoro en un intento por hacer que quedase detrás de él, haciendo amago de interponerse entre ambos. Como si tratase de proteger a Zoro de Mihawk.

- Aléjate – le dijo al espadachín.

Zoro no se movió. No daba crédito a aquel propósito de Sanji de apartarle del que él consideraba su mayor enemigo. El cocinero sabía lo orgulloso que era Zoro. Hacer algo como eso solamente podía enfadarle y sin embargo, Sanji se arriesgaba a eso con tal de poner tierra de por medio entre el Shichibukai y él. El espadachín alzó la vista hacia el rubio, que le miró interrogante cuando se quedó quieto en el sitio donde estaba de pie.

- Sanji, no hace falta que te pongas a la defensiva – susurró, sujetando la muñeca del rubio con la que éste le mantenía a su lado para zafarse suavemente del amarre -. No va a pasar nada.

- ¿Que no va a pasar nada? Zoro, ese hombre podría estar aquí para matarte – masculló el rubio.

- No va a matarme – aseguró él -. ¿Y por qué estás tan convencido de que no soy yo el que puede acabar con él?

- No es eso, maldita sea. – Se acercó lo suficiente a él como para rozarle con la palma de la mano la cicatriz que se veía bajo su ropa -. Lo único que quiero que esto no se repita otra vez.

- Pensar de esa manera te hace débil, Sanji – hizo notar Zoro.

- Es que no estoy pensando, joder. Es lo que siento – confesó.

El cazador se sintió en ese momento terriblemente culpable. Había intentado convencerse de no hacía nada malo queriendo a Sanji mientras que su corazón solamente echaba de menos al Shichibukai. Ahora, haber cedido ante el rubio se volvía en su contra, porque con Mihawk allí, Zoro era incapaz de negar lo que de verdad sentía.

- Tengo que decirte algo, Sanji – susurró el cazador, soltándose del amarre del rubio antes de acariciarle suavemente la mejilla.

Zoro volvió la mirada hacia Mihawk. Aunque su gesto era tranquilo, el espadachín pudo notar cómo una de las cejas del Shichibukai se crispaba ante la presencia del cocinero. El cazador trató de mantener la misma calma que veía en su mentor, que parecía haber captado solo con mirarle la intención que Zoro tenía.  

- No es posible – musitó de repente Sanji.

Aquella mirada entre los dos fue suficiente para que Sanji cayera en la cuenta de la razón por la que Zoro se mostraba tan sereno a pesar de tener frente a él a su eterno rival. Sanji se giró hacia el pelinegro y vio la misma actitud en él. Sabía lo que el cazador tenía que decirle. Y de alguna manera se dio cuenta de que lo había sabido todo ese tiempo.

- Dime que no – añadió, con la voz entrecortada.

Sanji tragó saliva imperceptiblemente, notando un nudo en la garganta del que no fue capaz de deshacerse.

- Sanji. – Esta vez fue Zoro quien quiso sujetarle de la mano pero el rubio dio un par de pasos hacia atrás para alejarse de él.

El rubio volvió a mirar al hombre que tenía unos metros más allá. Así que era él. El Shichibukai Dracule Mihawk. Él era quien le había arrebatado el alma que Zoro guardó bajo llave durante mucho tiempo. Era quien le había abrazado cada noche durante dos años. El que, seguramente, le había convertido en lo que era. Maestro y amante, debía reconocer el morbo que tenía eso. Pero seguía sin poder entender cómo Zoro había caído ante los ojos color miel del halcón. Por más que quisiera, solo veía un enorme pozo oscuro en ellos. ¿Sería que Zoro era el único capaz de ver en él? A pesar de que pudiera ser así, de que el cazador viera algo bueno en el Shichibukai, el rubio solamente veía en aquel hombre un peligro demasiado arriesgado de enfrentar. Sanji se sintió entre decepcionado y absolutamente sorprendido. Jamás habría logrado imaginar que pudiera haber algún día una relación entre el cazador y el hombre que había estado a punto de matarle.

- Sanji – insistió Zoro.

- ¡Estuvo a punto de partirte en dos! – le cortó el rubio.  

- ¿Eso? Pasó hace mucho.

- ¡Hace mucho pero esa cicatriz no se borrará! – siguió Sanji, señalándole el pecho.

- Ese día, ambos intentamos matarnos el uno al otro, yo al menos tenía esa intención – trató de explicarse Zoro -. Pero él me venció, y eso sólo fue consecuencia de mi inexperiencia y de mi patético nivel como espadachín. Pudo matarme aquel día, Sanji, pero si estoy vivo, es porque no quiso hacerlo.

- ¡Joder, Zoro, en aquel entonces no valías nada! – siguió el cocinero -. Matarte era una pérdida de tiempo. ¡Pero ahora eres un pirata de los más buscados! Todos lo somos – le recordó.

- ¿Qué tiene eso que ver? ¿Qué quieres decir?

- Que estás poniendo en peligro a todos follando con un jodido Shichibukai, ¡eso estoy diciendo, inconsciente! – siseó Sanji sin poder ocultar su rabia.

Definitivamente, al rubio le había sentado extremadamente mal enterarse de que Mihawk era la persona a la que él quería. Era raro escuchar a Sanji hablar de aquella manera, como si no estuviera pensando con claridad.

- Nadie está en peligro – le aseguró -. Él nunca haría nada que pudiera…

- ¡No lo defiendas! Yo no me fío de él – insistió Sanji -. Trabaja para el Gobierno. Y si está aquí, es porque ha venido a hacer algo que le han ordenado, como haría cualquier perro. –Pasó la mirada de Zoro a Mihawk, que no se inmutó, y luego de nuevo al espadachín -. Vamos. Pregúntale qué hace aquí a ver si la mentira es suficientemente creíble. ¿O igual es que eres tan ingenuo como para pensar que solo ha venido hasta esta isla perdida en el culo del mundo para follarte?

Zoro se mostró aún más perplejo ante aquella actitud cerrada de Sanji. Estaba realmente molesto. Enfadado. Lleno de una rabia que casi asustó al espadachín. Y no podía culparle. Él le había dado esperanzas hasta cierto punto al ceder a sus deseos y eso le estaba pasando factura. Le había hecho demasiado daño. Se lo merecía. Pero en ese momento tenía que procurar que Sanji no hiciera ninguna locura.

- Sanji, escúchame, nuestra relación no es…

- ¿Es que no había otro puto hombre al que tirarte en todo el maldito mundo? – le cortó el rubio.

- No me hables como si fuera una jodida ramera – soltó Zoro, mostrándose ya ligeramente a la defensiva, cansado de los constantes ataques de Sanji.

- ¡No una ramera, un estúpido! Tenías que acostarte con un enemigo mortal, ¡no podía ser otro!

- ¿Y qué querías que hiciera si fue él quien…?

- Te pone cachondo el peligro, ¿es eso?- le interrumpió Sanji, como si no quisiera escucharle -. ¿O simplemente eres gilipollas?

- ¡Me enamoré de él! – respondió Zoro, con firmeza.

Sanji no pudo responder ante semejante confesión. Durante unos instantes no pareció encajar aquellas palabras, como si le hubieran dado el golpe más fuerte de su vida.  

- ¿Te enam…? – Ni siquiera pudo decirlo.

De pronto, Mihawk echó a andar hacia la salida del callejón. Sabía que en aquel momento la situación no tenía una solución clara. Esos dos necesitaban hablar solos. No había contado con una interrupción como esa en sus planes, pero se adaptaría como pudiera. Desde luego sabía que lo último que debía hacer era obligar a Zoro a elegir. Por eso lo mejor era darle tiempo. Sin embargo, en cuanto su presencia amenazó con desaparecer de nuevo, Zoro sintió una inusual angustia en el pecho. Si le perdía de vista quizá no volvería a tenerle delante hasta el día en que sus caminos se cruzaran para poner fin a una batalla que ninguno de los dos podía eludir. Sus destinos estaban conectados, quisieran o no. Pero no tenía que ser solo por una promesa de sangre.  

- No deberías haberme seguido – susurró Zoro.

- Menos mal que lo hice, sino, te habrías enredado otra vez con ese bastardo y a saber lo que habría pasado.

- Sanji, joder, que no te estoy pidiendo que confíes en él. Te pido que confíes en mí.

- ¿Confiar en ti? ¿Cómo hacerlo si estás embrujado por ese hombre, eh? Te tiene completamente convencido de que es el bueno de la película.

Esas palabras de desconfianza le hicieron plantearse durante un instante si debía seguir a Mihawk o no antes de arreglar aquello. Sin embargo, la sensación de desazón en su cuerpo creció cuanto más se alejaba la presencia de Mihawk de él. Y tuvo que tomar una decisión con el corazón latiéndole más fuerte de lo que su cabeza gritaba lo contrario.

- Lo siento, Sanji.

- ¿Qué? – El cazador dio varios pasos hacia atrás antes de darse la vuelta para echar a correr -. ¡No! ¡Zoro, ni se te ocurra…!

El espadachín se detuvo un instante. Se giró hacia el rubio y clavó una mirada decidida en él que desmoronó por completo a Sanji. Porque le conocía. Y sabía lo que Zoro quería.

- Lo siento – repitió el cazador.

Esta vez, echó a correr para cruzar el callejón sin que nada pudiera detenerle. Sanji apretó los puños con fuerza y la mandíbula, haciendo que sus dientes rechinaran. ¿Hasta dónde llegaba lo que Zoro podía sentir por un hombre como ese? Se sentía traicionado, aunque sabía que era solo culpa suya por haber intentado ver algo real en su relación con el cazador cuando lo cierto era que aquellos dos años no habían pasado en balde. Les habían cambiado mucho. Él podía sentir todavía lo mismo por Zoro, o incluso más que entonces. Pero el espadachín había relegado sus sentimientos porque se había enamorado de Dracule Mihawk. ¿Significaba eso que nunca le había amado de verdad? ¿O que Zoro siempre había pensado que él no sentía nada cuando estaban juntos? Quizá también tenía la culpa de haberle hecho pensar que le odiaba y que no le gustaba estar con él.

Soltó una sonrisa resignada y se dio la vuelta mientras encendida un cigarrillo. Como no iba a ganar nada quedándose allí, volvió directamente al lugar donde se había separado del resto, pero los demás no estaban allí. Entonces, de repente, Luc pasó corriendo a su lado como una exhalación de aire gélido. Sanji tuvo los reflejos suficientes para sujetarle del brazo y detenerle en seco. El príncipe estaba totalmente desencajado. Respiraba entrecortado y su gesto de preocupación provocaba angustia.

- Luc, ¿qué…?

- ¡Es hoy, Sanji, es hoy! – gritó. Luego tragó saliva y se acercó a él lo suficiente para poder susurrarle casi contra los labios -. Los parásitos van a salir hoy de caza. Van a matar a mi gente – musitó con desesperación -. Tengo que volver a nuestro campamento, lo siento, no puedo ayudaros.

Luc trató de echar a correr de nuevo pero Sanji le retuvo.

- ¡Suéltame! – le exigió.

- Escúchame antes – le pidió -. Los barcos de abastecimiento que vimos antes. Posiblemente no trajeran solo abastos. Sino también a la gente que iba a participar en la cacería – dedujo Sanji -. Si es así, habrá cientos o miles en ese bosque, armados, esperando para mataros.

- ¡Con más razón tengo que irme! – insistió él -. Sanji, tú no sabes lo que les hacen. –El príncipe tragó saliva -. A los que cazan pero no mueren. A ellos les…

- No pienses en eso – le cortó el rubio -. No vamos a dejar que eso pase.

Luc frunció el ceño un instante.

- ¿Vamos?

- No vas a ir solo. Y no hay discusión posible. Venga.

Sanji le soltó e hizo un gesto con la cabeza, indicándole a Luc que fuera él delante. El rubio necesitaba ocupar su mente con otra cosa. Y si encima podía pelear y patear unos cuantos traseros pensando que eran el de Dracule Mihawk, todavía mejor.   

 

- ¡No te vayas!

Mihawk no había escuchado una súplica tan desesperada desde hacía mucho.

- Por favor.

Dracule se detuvo y esperó hasta que Zoro le alcanzó, apareciendo delante de sus ojos tras una carrera. Sus miradas se cruzaron de nuevo, esta vez a una distancia mucho más corta. Zoro alargó la mano para rozarle el brazo. Se aferró a él despacio y, al comprobar que era de verdad, dio un paso para salvar la distancia que le separaba del pelinegro. Sus bocas se buscaron ávidas. El primer choque entre ellas fue eléctrico, casi doloroso. Necesitado. Zoro alzó los brazos para rodear el cuello del Shichibukai y pegar su cuerpo por completo al de Mihawk. Sus manos se entrelazaron en la nuca del pelinegro para evitar que pudiera separarse de su boca. Zoro notó las manos de Mihawk asiendo su cintura con tanta fuerza que sus dedos se le clavaban en la piel.

- Zoro. – Se separaron apenas un par de centímetros -. No empieces algo que no puedes terminar – le advirtió Mihawk, ante el peligro que suponía aquel juego de lenguas que habían empezado sin darse cuenta.

- Si vuelves a pronunciar mi nombre de esa manera no voy a poder evitarlo – le dijo el cazador.

- Siempre me ha gustado ese poco autocontrol tuyo ante mis palabras, cazador – sonrió Mihawk.

Volvieron a besarse, esta vez, más despacio, disfrutando de otra manera el tenerse de nuevo cerca. Más calmados, se separaron un poco, aunque ni Mihawk soltó la cintura del cazador ni éste apartó demasiado los brazos de sus hombros.

- Parecía que querías huir de mí – dijo Zoro.  

- No. No quería que tú huyeras de lo que has dejado ahí detrás.

- Si pretendías que me quedase con él, te equivocaste de método al salir de mi vista de aquella manera.

- ¿Y qué podía hacer? ¿Acercarme a darte un beso y una palmadita en el culo delante de tu amante rubio para despedirme? No me pareció el momento, aunque habría sido gracioso – reconoció -. Pensé que necesitabas hablar con él a solas.  

- Sanji no va a entenderlo, ni ahora ni nunca. Ya viste como reaccionó – masculló, visiblemente preocupado.

Mihawk trató de calmarle acariciándole la mejilla. Zoro cerró los ojos un momento, extasiado en aquella caricia. Como si todos sus males se hubieran ido corriendo solo con el roce del Shichibukai.  

- ¿Y qué reacción esperabas? No sólo soy el enemigo. Soy el hombre que te hacía gozar mientras él se aferraba a tu recuerdo durante dos años.  

- No lo digas así. Bastante mal me hace sentir el no poder responder a unos sentimientos tan de verdad como sé que son los de Sanji.

Mihawk ladeó la cabeza ante aquellas palabras que llamaron su atención.

- ¿No lo has hecho? – susurró, con una mezcla entre sorpresa y una pequeña sonrisa absolutamente complacida.

- ¿Qué significa esa cara? – farfulló Zoro al verle sonreír con suficiencia -. No. No ha pasado nada con Sanji.

- ¿No ha querido? No fue esa la sensación que me dio al verle hace un momento intentando detenerte desesperadamente a pesar de lo que confesaste – dijo el pelinegro.

- No. Él ha querido. Desde que nos reunimos. Y ha habido varias ocasiones en las que he estado a punto de hacerlo – confesó -. Pero no he podido.

Mihawk se mantuvo en silencio unos segundos antes de soltar una carcajada divertida pero completamente feliz.

- ¿De qué te ríes? – gruñó en voz baja Zoro -. Es frustrante, ¿sabes? No sólo sé que Sanji me quiere, es que encima a mí me pone cachondo, mucho – reconoció -. El condenado sabe cómo hacerlo después de todo.  

- Haberlo hecho entonces. Haber cedido.

Zoro gruñó otra vez sin decir nada.

- ¿Acaso te da miedo que acostarte con Sanji te provoque sentimientos por él?

Zoro no pudo responder. El Shichibukai había leído completamente en él. Parecía ver sus miedos a través de él y eso le provocaba escalofríos. Y una sensación de vulnerabilidad que nunca antes había experimentado. Mihawk pareció darse cuenta, de nuevo, de lo que estaba sintiendo, por lo que pasó la mano derecha por la nuca del espadachín para llevarle contra su hombro mientras la otra todavía reposaba en su cintura. Zoro sintió como se le cortaba la respiración ante aquel gesto tan tierno del pelinegro, que fue acompañado de una caricia en el pelo que estuvo a punto de hacerle ronronear. Se dejó apoyar contra el pelinegro y rodeó la cintura del Shichibukai con los dos brazos.

- Creo que todavía no te has dado cuenta de que no importa lo que suceda con Sanji – le susurró al oído, haciendo que el cazador cerrase los ojos del placer -. Que da igual que te acuestes con él o con otros miles. Eres un pirata y eres libre de hacer cuanto te plazca, no hay cadenas que te aten a nada. Ni siquiera a mí. Y no importa porque, cuando yo vuelva aquí, a tu lado, tú lo dejarás todo para venir conmigo. Pase lo que pase, sé que siempre vas a acabar entre mis brazos. Y tú sabes por qué, ¿verdad?

- Porque nosotros seremos eternos – musitó Zoro.

- Sí, cachorro. Seremos eternos – respondió el Shichibukai, besándole el pelo con dulzura. 

Cerró los ojos. Escuchar aquella forma de llamarle le arrancó la sonrisa más sincera que había esbozado en meses. Contra el calor del pecho de Mihawk se sentía tan a gusto que le parecía una sensación irreal. Se sentía como en casa.

- Te he echado de menos, Mihawk.

- Y yo a ti, cazador.   

El espadachín ignoró entonces las advertencias del pelinegro y volvió a besarle con toda la pasión que había estado guardando dentro.

- No puedo resistirme a ti – le dijo entre besos.

- Ven conmigo – susurró entonces Mihawk.

En la mirada de Zoro no hubo ningún asomo de duda. Siguió al Shichibukai entre callejones cada vez más alejados del centro de la ciudad hasta que llegaron a una hilera de casas en una calleja realmente apartada y solitaria. Mihawk se agachó para coger una de las macetas que adornaban la puerta del edificio y de ella sacó una pequeña llave.

- ¿Cómo has…?

- Ese lugar es una especie de pensión para invitados. – El Shichibukai abrió la puerta, dejándole paso -. Tú decides.

- No tengo mucho tiempo – le advirtió.

Estaba preocupado de que Sanji pudiera volver a encontrarse con el resto de la tripulación y les contara lo sucedido. Mihawk le rodeó por detrás, poniendo una mano en su pecho y otra directamente sobre su entrepierna, haciendo una fuerte presión sobre la media erección de la que presumía el cazador.

- No nos hace falta mucho tiempo – susurró el pelinegro contra su nuca, provocándole un escalofrío justo antes de morderle la oreja.

Mihawk le dio un suave empujón en la espalda para hacer que cruzase el umbral. Apenas cerró la puerta tras de sí, acorraló al cazador contra la pared, sujetándole los brazos por encima de su cabeza antes de besarle intensamente y con fuerza. Tras unos minutos con sus cuerpos pegados, sudando, con los labios bañados en sus propias salivas, el Shichibukai se separó unos cuantos centímetros del cazador, soltándole despacio los brazos mientras ambos intentaban recuperar un ritmo normal en sus respiraciones.

- ¿Por qué paras? – pudo preguntar Zoro.

- Porque no somos animales salvajes, cazador – susurró contra sus labios, sacándole la camisa del pantalón y deslizando las manos lentamente por debajo de la tela.  

Zoro rodeó el cuello del pelinegro con los brazos antes de volver a besarle con más suavidad. Mihawk no tardó en desabrocharle el pantalón para deslizar la mano por dentro de la ropa. Zoro soltó un gruñido gutural desde la garganta que se perdió entre los labios del Shichibukai, quien esbozó una sonrisa complacida en la comisura de los labios. El espadachín repitió el movimiento del pelinegro bajo los pantalones de Mihawk que, por su parte, no pudo contener un jadeo de placer e impaciencia mientras pasaba la mano por la nuca del espadachín, enredando los dedos en su pelo y apoyando la frente contra la de Zoro.

- Tú y yo somos uno, cachorro – gimió de forma contenida Mihawk -. Nada ni nadie podrá cambiar eso.

El cazador cerró los ojos ante semejante palabras y solamente sintió. Se dejó llevar por Mihawk como solía hacerlo. En aquel momento todo daba igual. Zoro no podía pensar con claridad si aquello estaba bien o mal o si era moral o si estaba traicionando a alguien. Respondía únicamente a sus deseos más profundos, a sus anhelos más desesperados, a la necesidad de volver a sentir entre los brazos de aquel hombre que le había hecho más fuerte convirtiéndole en una persona capaz incluso de amar.

 

Evitando a los guardias con facilidad gracias a Mihawk, Zoro caminó en silencio detrás del Shichibukai por las calles de la ciudad amurallada. Había pasado aproximadamente una hora lejos del resto de la tripulación y tenía que volver con ellos. Solo, nunca habría sido capaz de volver al barco, por lo que Mihawk se había prestado para guiarle hasta allí a pesar de las negativas del cazador. Nada más salir del muro que rodeaba la ciudad, donde podían estar a salvo, el silencio entre ambos terminó mientras caminaban rumbo al Sunny.

- ¿Y exactamente qué estáis haciendo aquí? – Mihawk acababa de darse cuenta de que no le había preguntado eso todavía al cazador.

- Buscamos una isla perdida. Son las aventuras favoritas de Luffy.

- Eishiak, ¿verdad?

- Creo que se llama así, sí.  

- Entonces buscáis un mapa y una Log Pose que les robaron a la tribu guerrera que vive en el bosque – añadió Mihawk.

- Exactamente – confirmó Zoro -. Estás bien informado.

- Yo siempre. Y es más, te diré algo que querrás saber. Va a haber una subasta aquí, en la ciudad. En el edificio del Ayuntamiento, para ser exactos. Lo que buscáis, está ahí – dijo entonces el Shichibukai.

- ¿Cómo puedes saber eso también? – exclamó Zoro, bastante sorprendido.

- Porque ha sido idea del Gobierno atraer a todos los piratas posibles hasta aquí utilizando la vieja leyenda de Eishiak.

Zoro se giró en redondo hacia el Shichibukai al escuchar semejante confesión.

- Ese plan apesta a trampa desde lejos.  

- Es que es una trampa, cazador – sonrió el Shichibukai -. Y déjame decirte que habéis caído como los demás.

- Nosotros solo veníamos a preguntar. Ni siquiera sabíamos qué buscábamos hasta que llegamos aquí.

- Olvidaba que sois esa clase de piratas – se burló inocentemente el pelinegro -. Bueno, al menos ahora vosotros estáis prevenidos. La mayoría de los estúpidos que han venido hasta aquí, cayendo de pleno en la trampa, no tienen ni idea de que la isla está infestada de marines dispuestos a darles caza y matarles.  

- No será la primera vez que nos metemos en un nido de víboras semejante – aseguró Zoro, emocionado ante la promesa de encontrarse con enemigos a los que patear el trasero.

Mihawk se detuvo entonces. En el horizonte ya se veía el barco. Zoro cogió aire con fuerza y suspiró. No quería pensar más de la cuenta por lo que, sin perder tiempo, se volvió hacia el Shichibukai y le dio un último beso. De esos dulces y húmedos que saben a amargo, de los que eres incapaz de separarte hasta que te das cuenta de que no puedes quedarte toda la vida pegado a esa boca, por más que quisieras morir entre esos labios.  

Zoro echó a andar hacia el barco sin mirar atrás. El Sunny seguía amarrado, aunque había movimiento en la cubierta. Subió con rapidez por la escala y vio a todos sus compañeros de cháchara como siempre. Sonrió con suavidad, pensando que allí estaba todo cuanto necesitaba en ese momento. Pero entonces echó otro vistazo. No. No estaban todos.  

- ¿Y Sanji?

- Le vimos salir de la ciudad con Luc, pero no ha vuelto todavía – respondió Chopper, que en ese momento pasaba por delante de él con unos cuantos botecitos de medicina.

Zoro frunció el ceño. ¿Se había ido con el príncipe? ¿A dónde? Sacudió levemente la cabeza y se sobresaltó cuando Luffy le asaltó repentinamente por la izquierda, apareciendo muy cerca de él.

- Joder Luffy, no hagas eso – gruñó.

- Hablemos.

La seriedad de Lufy era preocupante. Él nunca se mostraba así. Zoro tragó saliva imperceptiblemente y siguió a su capitán hasta el mascarón de proa del barco. Ninguno de los otros miembros de la tripulación dejó de hacer lo que estaba haciendo, sin poner la oreja para saber lo que pasaba.

- ¿Qué es lo que pasa?

- Eso debería preguntarte yo a ti.

- ¿De qué demonios estás hablando?

- El Shichibukai y tú.

Zoro contuvo el aliento un instante pero mantuvo la calma. Reconocía que no se sentía preparado para hablar con Luffy de su relación con Mihawk.

- Has hablado con Sanji – gruñó.

- No. Te he visto. Al pasar por delante de un callejón, hace un rato. Te estabas besando con Dracule Mihawk.

Cerró los ojos un momento y respiró hondo.

- ¿Tú también me has seguido?

- No. Fue casualidad – le aseguró -. ¿Te acuestas con un Shichibukai, Zoro?

Luffy parecía hasta cierto punto decepcionado. Eso le dolió. El cazador suspiró con resignación. Negarlo una vez llegados a ese punto era una estupidez.

- ¿Es un problema?

- A mí no me importa. Creo que el Ouka Shichibukai son gente peligrosa, pero yo también confié mi vida a uno de ellos – le dijo, mientras recordaba por un instante a Boa Hancock -. Aun así, podría ser un enemigo que intenta utilizarte - añadió.

- La Marina es un enemigo. El Gobierno es un enemigo. Pero él no nos ha hecho nada, Luffy.

Luffy no iba a decirle que Mihawk era uno de los obstáculos a los que se había enfrentado dos años atrás, en la Gran Guerra.  

- No. Todavía – hizo notar el capitán.

Zoro nunca le había visto tan preocupado. Entendía que esa faceta suya hubiera cambiado después de lo que había sucedido. Pero en ese caso, solo era perder el tiempo. 

- No, Luffy. Mihawk no nos atacará.

- ¿Ni aunque se lo ordenen?

- Mihawk ya me protegió de la Marina una vez – le confesó -. Se enteraron de que estaba en su castillo y fueron a por él. Y no les permitió encontrarme. Por eso hablo con tanta seguridad de él.

- De acuerdo, puedo aceptar que tal vez a ti no quiera hacerte daño. Pero a nosotros…

- Tampoco lo hará. Él sabe que sois importantes para mí. Que sois todo lo que tengo. Y es un hombre de honor.

- Presumes de conocerle bien – hizo notar Luffy.

- Viví dos años con él, capitán – le recordó Zoro.

- Con el hombre al que querías matar – dijo el pelinegro.

- Superar a Mihawk sigue siendo mi meta, eso no ha cambiado.

- Yo solo quiero saber que sigues a mi lado.

- Si hubiera pensado, por un momento, que estar con él iba a ponernos en peligro, no lo habría hecho. Sabes que soy la clase de persona que piensa con la cabeza. Si supiera que es capaz de haceros daño, le habría matado.

- ¿Podrías?

Zoro no dudó.

- No me cuestiones así, capitán. No pongas en duda mis principios y mi lealtad, por favor.

Luffy respiró hondo y asintió. Jamás habría puesto en entredicho la lealtad de su primer compañero en aquella vida de aventura que había elegido. Le puso la mano en el hombro a Zoro y le miró de forma cómplice, lo cual hizo que el cazador se tranquilizara. Zoro siempre había tenido muy claras su prioridades. Su capitán y sus compañeros eran su vida. Sus metas, sus destinos, sus batallas, todo eso era su vida entera. Nunca habría sido capaz de sacrificar eso por nada ni por nadie. Ni siquiera por Dracule Mihawk.

En ese momento, la escala golpeó contra el casco del barco, advirtiéndoles de que alguien subía. Era Sanji. El rubio saltó a bordo del Sunny bajo la atenta mirada de todos.

- ¿Y tú de dónde vienes? Te estábamos esperando – le gruñó Nami.

- Lo siento, pero sólo he venido a cambiarme. Tengo que salir otra vez.

El rubio cruzó la mitad de la cubierta pero la pelirroja le detuvo, plantándose delante de él con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Sanji mantuvo la mirada y Nami se dio cuenta entonces de que había una mancha de sangre en su hombro, bajo la chaqueta.

- Sanji, ¡estás sangrando!

- ¿¡Eh!? – exclamó Chopper, poniendo atención rápidamente ante un posible herido.

- No es mi sangre – se apresuró a decir Sanji. Luego cogió aire con fuerza -. Es de Luc, pero no os preocupéis, él también está bien.

- ¿Pero se puede saber qué ha pasado? – exclamó Usopp.

- He estado en el bosque. –Sanji sacó el mechero para encender de nuevo el cigarrillo que llevaba entre los labios -. ¿Recordáis las cacerías de las que Luc nos habló? Que había gente que se juntaba y les perseguía para matarles como si fueran sus presas sólo por diversión.

El ambiente se volvió tenso un instante. Todos intercambiaron miradas sobrecogidas.

- Junto a los barcos de abastecimiento han llegado de otras islas para la cacería de hoy – añadió Sanji con tono grave.

- Por eso Luc ha salido corriendo de repente – comprendió Robin.

- El bosque se ha convertido en un campo de caza hoy. Teníais que haberles visto correr, huyendo desesperados por conservar lo único que todavía no les han quitado, su vida. Cada vez estoy más convencido de que los humanos somos todos escoria – susurró Sanji.

- ¿”Haberles visto”? ¿Estás diciendo que tú los has visto?

Sanji se giró en redondo hacia Zoro, con la mandíbula apretada. ¿Se atrevía a pedirle explicaciones después de todo?

- Sí – contestó -. Fui con él. He estado allí, he visto cómo los masacraban sin poder hacer nada. Ha sido imposible detenerlos a todos – maldijo en voz baja -. Luc está herido pero se recuperará. Y tengo que hacer algo por él. No os preocupéis, vosotros podéis seguir buscando el mapa sin mí.

- Espera – le detuvo entonces el espadachín -. ¿A dónde te crees que vas tú solo?

- A buscar a las personas de la tribu que han secuestrado – respondió, casi con fiereza. Estaba muy enfadado, posiblemente por la situación que había vivido -. Esos cabrones que se creen con derecho a jugar con la vida de los demás matan a gente a sangre fría pero no a todos. A los que solo hieren se los llevan. – Miró a sus compañeros uno por uno durante unos instantes -. Y los subastan – confesó -. Los venden como cualquier mercancía al mejor postor.

Volvió a hacerse un silencio muy elocuente entre la tripulación.

- Le prometí a Luc que los encontraría. Que salvaría a su gente porque él no puede hacerlo. Y eso es lo que voy a hacer.

- ¿Quieres ir solo? – preguntó entonces Luffy, interviniendo por primera vez en la conversación.

- Llamaré menos la atención – respondió, encogiéndose de hombros.  

- ¿Cómo vamos a dejar que vaya solo? – preguntó Zoro, casi con un gruñido.

- Si es lo que quiere hacer, está bien. Nosotros buscaremos el mapa y luego nos reunimos aquí – resolvió el capitán.

Sanji solamente asintió antes de dirigirse hacia su habitación. El resto de la tripulación regresó a sus quehaceres justo como estaban haciendo antes de la conversación. Zoro dio un par de vueltas sobre sí mismo, tratando de poner en orden sus pensamientos de forma inútil. Al final, sin pensar, siguió a Sanji hasta su dormitorio. Abrió la puerta si llamar antes. El rubio estaba de pie al lado de la cama, con la camisa fuera del pantalón y todos los botones desabrochados. Sanji alzó la mirada pero no la cruzó con la de Zoro. Entonces empezó a desabrocharse el cinturón del pantalón.

- ¿Estás bien?

El cocinero le dio la espalda y no hubo respuesta. El espadachín gruñó por lo bajo, atravesó la habitación de dos zancadas y le puso la mano en el hombro.

- Sanji.

El rubio se zafó del amarre.

- Estoy perfectamente. Sal ahora mismo de mi dormitorio – le exigió.

- Vamos, Sanji, mírame, maldita sea – le pidió.

Pero el cocinero solamente le ignoró. Zoro se acercó aún más a él y entonces vio, justo en la nuca pegada al pelo, una mancha de color rojizo. Sujetó al rubio por los hombros para obligarle a girarse hacia él, le apartó la camisa del cuello casi arrancándosela y le levantó el pelo con la mano. Sanji pudo sentir la respiración agitada de Zoro golpearle contra la clavícula y tuvo que tragar saliva ante el contacto tan inesperado como repentino.

- Apártate – le exigió, manteniendo la calma cuanto podía.

- Te has acostado con él – susurró Zoro, mostrando una incredulidad que Sanji no esperaba.

- ¿Y qué si lo he hecho? Niégame que tú te has acostado con Mihawk, vamos – le provocó.

Zoro encajó como pudo el golpe.

- No es lo mismo.

- ¿Por qué no es lo mismo? ¿Porque no hay amor? – se mofó el rubio -. No me vengas ahora con esas, ¿quieres? Te acostabas conmigo sin que hubiera nada más que tu satisfacción y tus caprichos como razón para hacerlo.

Sanji intentó darse la vuelta pero Zoro le mantuvo sujeto por el hombro y la solapa de la camisa, obligándole a mirarle de nuevo de frente, directamente a los ojos.

- Me acostaba contigo porque te quería – le confesó en voz baja.

- Pero ya no me quieres – hizo notar el rubio.

- Te quiero, claro que te quiero, pero…

- Cuando hay un pero – le interrumpió Sanji -, se acabó todo.

- Son sentimientos diferentes. Pero que te hayas acostado con el príncipe solo me hace pensar que era lo único que buscabas de mí.

- ¡No! Sabes que eso no es cierto.

- ¿Pensabas en mí mientras lo hacías?

- No tienes derecho a preguntar eso.

- ¿Pensabas en mí? – insistió Zoro, acercándose todavía más si era posible a Sanji.

- ¡Sí, maldita sea! – confesó el cocinero -. Sí, lo hice. ¡Pensé en ti, en cada una de tus malditas caricias, en todas tus estúpidas sonrisas, en tus jodidas embestidas y en cada mirada con las que me quemabas cuando lo hacíamos!

Zoro soltó entonces al cocinero con un suspiro resignado. Su corazón había empezado a latir un poco más fuerte ante aquella confesión.

- Sanji esto no puede seguir así. No quiero destrozarte de esta manera.

- Entonces acéptame.

- No puedo desterrar lo que siento por Mihawk – susurró -. No puedo ir cambiando de sentimientos o de corazón dependiendo de si estoy contigo o con él.

- Entonces solo hay una forma de solucionar esto – zanjó Sanji -. Olvídame.

Zoro contuvo el aliento un instante. No esperaba semejante solución drástica aunque debería haberse esperado que las cosas acabasen llevando semejante rumbo. Había tensado demasiado la cuerda después de todo. Y Sanji había acabado asfixiándose.

- ¿Qué quieres decir? – se atrevió a preguntar.

- Que no hagas cosas como venir a reclamarme por el polvo que acabo de echar con otro – le espetó -. Deja que haga mi vida y que te saque de ella a mi manera. Olvídame – repitió.

- Si eso es lo que necesitas de mí…

- Qué amable de tu parte querer darme lo que se supone que necesito – le cortó Sanji.

- No puedo hacer otra cosa – se disculpó Zoro.

- Podías, claro que podías, pero no, no lo has hecho – insistió el cocinero -. Vamos, no me pongas esa cara ahora – añadió al ver el gesto serio del cazador -. Te resultará fácil, tranquilo.

- ¿Fácil? ¿Te crees que me resulta fácil quedarme de pie mirándote sin intentar acercarme a ti?

- Sí, te tiene que resultar fácil porque si no, lo harías. Te plantarías delante de mí y me empotrarías contra la pared hasta dejarme inconsciente – soltó Sanji -. Así que no me vengas diciendo que es difícil para ti controlarte, por favor. Y ahora – zanjó -, sal de mi habitación.

Sanji se dio media vuelta pero Zoro le sujetó de la muñeca para evitar que se alejara. El rubio gruñó por lo bajo pero esta vez no se zafó del amarre.

- Joder, es que no sé qué voy a sentir, Sanji – confesó entonces Zoro en voz baja -. No lo sé. Y me asusta.

El rubio resopló disimuladamente y se giró a medias hacia él.

- ¿Te asusta darte cuenta de que me quieres?

- Me asusta no poder quereros a los dos – susurró el cazador como respuesta.

- No quieres elegir.

- No – admitió el cazador.

- Y no tienes por qué hacerlo – dijo el rubio, mirándole a los ojos -. Eres libre, Zoro, ambos lo somos.

Las palabras de Mihawk le golpearon con tanta fuerza como acababan de hacerlo las de Sanji.

- Mira, yo no soy tú, no puedo decirte qué vas a sentir y qué no – continuó Sanji -. Sólo te diré que yo te quiero. Que dormimos pared con pared. Y puedo oírte respirar por las noches. No sabes hasta qué punto deseo sentir esa respiración contra la piel, Zoro.

Le pasó la mano por la mejilla con suavidad. Zoro estuvo a punto de perderse en esa caricia.

- Eres adorable cuando haces eso – le susurró el rubio, inclinando la cabeza para apoyar la frente contra la del cazador -. Cuando te miro siento que puedo esperar – le dijo entonces -. Por ti, esperaré un poco más.

- No puedo pedirte eso – se sorprendió Zoro.

- No lo has hecho – hizo notar Sanji.

- ¿Y Luc? – atajó el cazador.  

- No me he acostado con Luc. Es verdad que fue él quien me hizo esta marca, pero fue porque yo le pedí que me lo hiciera. Para provocarte. Fue algo desesperado por mi parte después de verte con el Shichibukai – reconoció -. Y aunque pensé que no serviría para nada, al final no ha sido así del todo. Me alegro de haber removido algo en ti. Y de saber que todavía piensas en mí, Zoro.

Sanji le besó en la mejilla, cerca de la comisura del labio. Zoro cerró los ojos un instante. Luego, el cocinero se separó de él y se dirigió al baño para darse una ducha rápida. Tenía un objetivo claro en ese momento y su prioridad era hacer honor a su promesa con Luc. Zoro por su parte salió de la habitación sin detenerse una segunda vez a mirar la puerta del baño. O la atravesaría sin volver a dudar un instante.

Una vez en la cubierta, se apoyó en la barandilla del barco y respiró hondo. El aire del mar le entró en los pulmones, pero Zoro sintió que, aun así, se le hacía difícil respirar. Luffy volvió a aparecerse a su lado de la nada, sobresaltándole.

- ¿Qué te pasa ahora? – preguntó el capitán.

- No estoy de acuerdo con esto – dijo Zoro, ofuscado.

- Somos todos mayores, Zoro – hizo notar Luffy -. Cada uno tiene que hacer lo que tiene que hacer. Lo sabes mejor que nadie.

El espadachín resopló. A veces Luffy era mucho más maduro que él incluso en su inconsciencia e inocencia.

- Sigues queriendo encontrar ese dichoso mapa, ¿verdad? – le preguntó Zoro.

- Sí.

- Y seguirás queriendo encontrarlo aunque te diga que es una trampa de los marines, ¿me equivoco? – continuó el espadachín.

- No. Todavía lo quiero con más ganas – sonrió el capitán.

- Entonces vamos. Sé dónde está lo que buscamos. 

Notas finales:

Os puede parecer un corte de capítulo raro pero todo tiene su sentido, ya sabéis, el dramatismo del escritor xD 

Espero que os haya gustado mucho y sobre todo espero leeros a todos pronto. Un abrazo enorme. 

Erza.


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