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Desnudo ante los ojos del Halcón II. por ErzaWilliams

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Notas del capitulo:

¡Hola, muy buenas! Por fin puedo estar aquí, pasar a leeros y a traeros un nuevo capítulo. Responderé a los reviews que me habéis dejado ahora mismo, en cuanto os deje el capi. Siento que el trabajo me mantenga algo alejada del fic. Ahora solo espero que os guste la continuación y poder quitaros ya la gusilla de leer ^^

¡Todo vuestro!

Luffy reunió a la tripulación con la vena de la aventura latiéndole con fuerza. Zoro iba a contarles algo que tenía que ver con la famosa isla perdida y la curiosidad estaba a punto de acabar con él. Por su parte, el espadachín se decía a sí mismo que centrar sus pensamientos en otra cosa que no fueran los ojos y los besos de Mihawk o el repentino sentimiento que le atormentaba hacia Sanji, sería un gran alivio mental para él. Después de la conversación con Sanji le resultaba imposible seguir manteniendo una distancia prudente con el cocinero. Y la sensación de calma que aun recorría su cuerpo después de acostarse con Mihawk no le ayudaba precisamente a centrarse en el cocinero.

Estos dos me van a volver loco.

En cuanto todos estuvieron en la cubierta, Zoro sacudió la cabeza imperceptiblemente, se centró primero él mismo y luego les puso a todos en antecedentes respecto a los objetos que estaban buscando y el peligro que había en la isla.

- Bueno, aunque Sanji tenga otras cosas que hacer – dejó caer la pulla -, parece que nosotros vamos a buscar el mapa y la Log Pose porque nuestro capitán está empecinado en ello – empezó el cazador.

- ¿Y cómo pretende nuestro capitán hacer eso? – farfulló Nami, cruzándose de brazos y mirando a Luffy, todo emocionado.

- Sé dónde están ambos objetos – respondió ante eso Zoro.

- ¿¡Eh!? – exclamó la mujer -. ¿¡Cómo!?

- Eso no importa. – El espadachín se apresuró a cortar ese tema de conversación -. La cuestión es que van a subastar los dos objetos en la ciudad.

- ¿Cuándo?

- Esta tarde.

- ¿Dónde?

- En el Ayuntamiento – contestó automáticamente Zoro.

- ¿Cómo es posible que sepas tú eso? – insistió la navegante.

- ¿A qué viene ese tonito de sorpresa? – gruñó el cazador, volviendo a desviar la conversación -. Lo que importa es que, detrás de la subasta, está la Marina.

La tripulación se quedó en silencio durante unos instantes.

- ¿Cómo que la Marina está detrás? – susurró Usopp.

- Como que son ellos quienes la han organizado para atraer aquí a piratas lo suficientemente imbéciles y con aires de grandeza que buscan tesoros imposibles para obtener la fama. – Luego señaló a Luffy -. O a estúpidos aventureros como nuestro capitán.

- ¿Todo esto es una trampa? – exclamó el tirador.  

- Sí. La isla entera está infestada de marines.

- ¡Ah! ¡Salgamos de aquí antes de que nos encuentren! – gritó Usopp, sudando de solo pensar en la Marina.

- Pues no lo parecía cuando estuvimos dando vueltas libremente por allí – apuntó Brook, ignorando a su compañero.

- ¡O antes de que Luffy les atraiga hasta nosotros con su sentido de buscar problemas! – insistió el tirador, para ser ignorado de nuevo.  

- Porque intentan pasar desapercibido. Aunque la ciudad está llena de piratas, no han querido capturar a ninguno para no alertar a los demás en caso de que hubiera escándalo – respondió el cazador.

- ¿¡Me escucháis!? – insistió Usopp.

- Cállate, no seas cagón – le espetó Zoro.

- ¿Y por qué dejarían campar a sus anchas a unos cuantos piratas pudiendo capturarlos? Va en contra de su lema de exterminarnos a todos – hizo notar Franky, pasando también de los gritos de Usopp.

- Porque están esperando para reunirnos a todos en el mismo lugar.

- Es una buena forma de que no escape ninguno – admitió Robin.

- ¿¡Lo veis!? ¡Nos van a cogeeeeer! – gimoteó el tirador.

- O sea que ese lugar es el Ayuntamiento – continuó Nami.

- Sí. Habrá una fiesta allí y se realizará la subasta – confirmó Zoro.

- Y después de la subasta oficial, habrá un espectáculo privado.

Zoro se giró hacia el otro lado de la cubierta. Sanji estaba apoyado en el quicio de la puerta, cruzado de brazos, vestido con un traje negro perfectamente planchado, una camisa blanca y una corbata de color verde oscuro.

- Es entonces cuando saldrá a la venta la gente de Luc – añadió el rubio -. Tengo que sacarlos antes de que lleguen a exponerlos como animales. Así que iré con vosotros hasta allí.

- Esto es una auténtica locura y lo sabéis – soltó entonces Nami -. Pero nada te va a quitar la idea de ir, ¿a que sí? – le preguntó la pelirroja a Luffy -. Ni siquiera la posibilidad de que nos capturen a todos y nos maten.

- ¡Eso eso! ¡Que nos quieren atrapar y matar a todos! – insistió Usopp, con un tembleque en las piernas que podría causar terremotos.

Luffy solo sonrió con ganas, contagiándole un poco de optimismo a Zoro, que esbozó una leve sonrisa divertida seguida de la aprobación silenciosa del resto de la tripulación. Nami puso los ojos en blanco y suspiró.

- Está bien, de acuerdo, vamos a ir.

- ¡Bien! – celebró Luffy.

- Pero lo primero – detuvo al capitán en su alegría – es cambiarse de ropa. No podemos presentarnos de esta manera en medio de la ciudad y en una fiesta de nobles y clases altas.

- ¿Y qué propones? – preguntó Chopper, ladeando la cabeza de una forma muy adorable.

- Fingir ser quienes no somos – resumió Zoro.

- Sí – admitió Nami -. Y contigo igual va a ser un poco complicado – soltó la pelirroja.

Zoro gruñó por lo bajo. Robin y Nami se encargaron de transformar al resto de sus compañeros en personas capaces de pasar de lo más desapercibido entre la gente de aquella ciudad. Sanji esperó a que el resto de la tripulación estuvieran listos. Se inclinó hacia la baranda, apoyando los dos brazos, y encendió un cigarro tranquilamente. Él también había echado de menos aquello. Aunque la vuelta a su vida de aventura no había sido tal y como esperaba. El desapego de Zoro era bastante molesto, y fue doloroso hasta que descubrió que tal vez los sentimientos del cazador solamente estaban ocultos bajo un amor incierto hacia Dracule Mihawk. Seguía sin poder creerse que fuera ese hombre precisamente el que le había apartado del corazón del espadachín. Sin embargo, todavía tenía la sensación de que las cosas no iban a terminar de esa manera. Y eso le envalentonaba lo suficiente para no darse por vencido con él.

Un rato después, al tercer cigarrillo, la puerta que daba a la cubierta se abrió y sus compañeros empezaron a desfilar vestidos con trajes de gala que les hacían parecer cualquier cosa. No pudo evitar incluso soltar una risotada al ver a Franky vestido por completo o a Chopper arrastrando sus pequeños pantalones. El último en salir fue el cazador, que iba tironeando de las mangas de la camisa por debajo de la chaqueta del traje que llevaba puesto. El rubio contuvo el aliento un instante. Se incorporó y le miró de arriba abajo mientras el espadachín caminaba directo hacia él.

- No estoy cómodo llevando solo una katana – farfullaba.

Sanji se dio cuenta de que en el cinturón del pantalón solamente llevaba colgada a Shushui, cuya vaina negra combinaba a la perfección con el traje y llamaba menos la atención que las tres que solía llevar consigo.

- ¿Y esto no me queda estrecho? – cuestionó Zoro, todavía tirando de las mangas de la camisa y arrugando la nariz un momento en un gesto de lo más adorable.

- Te queda perfecto – respondió el rubio.

Se acercó a Zoro, hasta quedar tan cerca de él como para respirar el olor de un perfume varonil que no sabía de dónde habría sacado el espadachín. El rubio le sujetó la corbata y deshizo el nudo, despacio. Luego la colocó de nuevo y volvió a hacer el nudo, procurando no mirar al cazador a los ojos. Notaba su ardiente mirada posada en él y si se cruzaba con ella posiblemente no fuera capaz de controlarse. Una vez hecho, Sanji le miró de arriba abajo otra vez.

- ¿Me estás admirando o estás desnudándome? – le preguntó Zoro en un susurro.

- Las dos cosas a la vez – reconoció Sanji -. Nunca pensé que un traje pudiera ser tan sexy y tan molesto a la vez – añadió el rubio, dando un resignado paso hacia atrás para alejarse del objeto de sus mayores deseos. 

Zoro alargó la mano para sujetarle de la muñeca e impedir que se separara de él. Le dio una suave caricia que hizo que Sanji contuviera un suspiro. Alzó la mirada hacia el espadachín y entonces éste aprovechó para besarle en los labios con dulzura causando una profunda mueca de estupor en el rostro del rubio.

- Ten cuidado – le susurró.

- ¿Quién te crees que soy yo? – sonrió a medias Sanji.

- Uno de los hombres de mi vida – respondió Zoro con firmeza. 

Estaba decidido. No perdería a Zoro. No después de semejante confesión abierta por parte del cazador. No importaba cuantos hombres, cuantos Shichibukais se cruzasen en su camino. Él era el compañero de Zoro. Y lo seguiría siendo durante el resto de su vida.

El cocinero se inclinó hacia él y le besó en la mejilla con suavidad.

- Me alegro de saberlo – le dijo al oído.

Zoro se sintió un poco más tranquilo después de decir aquellas palabras en voz alta. Aunque no sabía lo que podía provocar con ellas ni si sería capaz de controlarlo. Pero en ese momento, le dio igual. La tripulación descendió del Sunny al completo y se dirigió hacia la muralla que rodeaba la ciudad para atravesarla por el hueco secreto que Luc les había enseñado esa mañana. Había mucho más movimiento que hacía unas horas. Se confundieron entre la gente que caminaba por las calles y llegaron hasta la mansión que albergaba el Ayuntamiento en pocos minutos.

El edificio era como un palacio. Tenía verja frontal y un precioso patio lleno de árboles y flores en el que estaba todo preparado para la fiesta. Como Nami había previsto, la gente no reparaba en lo diferentes que eran ellos debido a la ropa. Pudieron pasar perfectamente desapercibidos hasta entrar en el hall del Ayuntamiento. Allí había un gran vestíbulo con alfombras de color rojo oscuro y una enorme escalinata que daba acceso al piso superior. A ambos lados había puertas, una para entrar en la sala de la subasta y otra que llevaba a otra hilera de pasillos.

- Será mejor que nos separemos – dijo entonces Nami -. Tenemos que encontrar el mapa y la Log Pose antes de que salgan a subasta. O se puede montar una guerra en ese salón tan pequeño.

- Aquí hay un montón de guardias – hizo notar Sanji -. No entiendo por qué. Si la Marina también está aquí, ¿qué pintan ellos?

- Quizá la Marina no tenga nada que ver con lo que tú estás intentando evitar – le dijo Zoro en voz baja -. Los guardias son para ti.

Sanji comprendió a lo que Zoro se refería. Los guardias estaban preparados para la fiesta privada de después. El rubio pasó al lado del cazador, rozándole el brazo, y se separó de los demás para seguir a un par de guaridas que se estaban retirando disimuladamente por el pasillo lateral de la derecha. Ellos le guiarían por aquel lugar para obtener alguna pista sobre las personas que estaba buscando.

Zoro cogió aire con fuerza al verle marchar y miró una vez más a su alrededor. Echó a andar escaleras arriba para ver que encontraba. Había dos pasillos más que daban a una especie de laberinto de corredores llenos de gente fina y elegante. Arrugó el hocico y suspiró. Definitivamente, aquel ambiente no era para él. ¿Y dónde estaba el vino? Una fiesta sin eso no era fiesta ni era nada. Las conversaciones ajenas no le interesaban y había perdido de vista a parte de la tripulación cuando de repente sintió una presencia conocida en el ambiente. Frunció levemente el ceño al notarle. ¿Por qué estaba allí? Aunque la pregunta asaltó su mente, fue su corazón, tal vez, el que le guió tras la pista de esa presencia. Vio su sombra perderse en la esquina de un largo corredor desierto y la siguió. Escuchó una puerta abrirse y luego quedó arrimada con suavidad, esperando a que él llegase para atravesarla y cerrarla del todo tras su espalda.

El Shichibukai estaba de pie junto a la enorme ventana de la sala. La estancia parecía un salón de invitados, con un sofá grande frente a una mesa de centro y dos sillones individuales a los costados de la misma. La alfombra seguía el estilo clásico del resto de la mansión del Ayuntamiento y las cortinas aterciopeladas a juego cubrían  a medias las ventanas, recogidas a ambos lados del metal que las enmarcaba con un lazo del mismo color rojizo. El cazador se quedó un instante en el umbral, mirando la espalda del Shichibukai enfundada en un traje negro que le hacía parecer todavía más alto de lo que ya era. Se mordió ligeramente el labio inferior antes de coger aire disimuladamente. Salvó la distancia con el pelinegro, poniéndose a su lado. Mihawk le tendió una copa en silencio y Zoro la aceptó, notando cómo le cosquilleaba en el estómago la nostalgia de otro momento muy parecido a aquel, y que había sido preludio de una batalla que habían ganado juntos. Mirando hacia el jardín interior por la ventana, donde la gente parecía bailar, charlar, beber y disfrutar del buen clima y el ambiente de la fiesta, los dos tomaron un vino más que decente, en un silencio tan abrumador como agradable.

- Pensé que no volvería a verte. – Zoro no se dio cuenta de que había roto el silencio hasta que su propia voz reberveró en el aire.

- No podía irme sin despedirme de ti – dijo el Shichibukai, extrañamente melancólico para ser él.

- Pensé que odiabas las despedidas – sonrió el cazador.

- Y las odio. Pero tú no.

Zoro esbozó una sonrisa dulce. Al verla, Mihawk no pudo evitar alargar la mano para rozarle la mejilla. Sin embargo, se detuvo antes de hacerlo. Ese gesto sorprendió al cazador. Esperaba una caricia suave del Shichibukai, pero en el último segundo su roce se había alejado de una forma frustrante. El pelinegro dejó la copa sobre la mesilla y se giró a medias para darle la espalda al espadachín. La culpa le hacía incapaz de permitirse tocar ni un poco al cazador. Y Zoro se dio cuenta.

- Mihawk, ¿qué pasa? Esta mañana no podías dejar de tocarme, parecía que tus manos estaban pegados a mi piel – le recordó -. ¿Por qué ahora…?

- Veo que ya no eres capaz de percibir nada – le interrumpió Mihawk.

- ¿Percibir? ¿A qué te refieres? – Zoro empezaba a estar bastante confundido.

- Estás atrapado, Zoro – respondió el pelinegro, girándose bruscamente hacia él con un gesto de lo más indescifrable -. Todos lo estáis.

- ¿De qué estás hablando? – El espadachín cada vez entendía menos.

- Habéis caído en la trampa – le dijo el Shichibukai.

- Ha sido a propósito. Ya lo sabíamos.

- No – le cortó Mihawk -. Sabíais lo que la Marina quería que supierais. Porque eso era parte de la trampa.

La mente de Zoro empezó a atar cabos rápidamente a pesar de que notaba cada vez más cómo sus sentidos comenzaban a embotarse poco a poco.

- Lo que me dijiste – susurró Zoro, casi incapaz de pronunciarlo -, ¿era lo que la Marina quería que me dijeras?

- Te ha costado un poco más de lo que esperaba llegar a esa conclusión – respondió el pelinegro, manteniendo una posición distante.

Todo desde el principio había sido una trampa. La subasta. La trampa. La Marina. Y él, era un Shichibukai. Un pirata aliado del Gobierno. El espadachín trató de mantener la calma pero su corazón había empezado a latir demasiado rápido como para permitir que su cerebro se tranquilizara.

- Ahora, la tripulación de Monkey D. Luffy, sois prisioneros de la Marina en nombre del Gobierno Mundial – le informó Mihawk.

- ¿Todos? – atinó a preguntar -. Eso es imposible. Pueden ser un poco idiotas, pero no atraparíais a ninguno de ellos así sin más.

El Shichibukai le señaló la copa que sostenía en la mano. Zoro la miró y contuvo el aliento un momento. 

- ¿Qué has hecho? – susurró el cazador.

- ¿Tú que crees? – le devolvió la pregunta el pelinegro.

- Que me has vendido – afirmó Zoro -. Como si fuera una puta barata.

Mihawk sintió una fuerte patada en medio del estómago ante aquellas palabras. Irónicamente, acababa de darse cuenta de que aquella comparación entre lo que él acababa de hacer y lo que le había sucedido hacía años con ese amante que le entregó a unos piratas a cambio de una recompensa era de lo más acertada. Y eso le hizo sentirse, por primera vez en su vida, como la peor mierda del mundo.

- Tú no eres una… - se atrevió a susurrar.

- ¡No! – le interrumpió Zoro -. No te atrevas. Solo respóndeme. ¿Acostarte conmigo también fue parte de la trampa? – siseó.

Mihawk no pudo darle una respuesta. Si decía que sí, estaría soltando una mentira tan grande como jamás la había dicho. Aunque de esa forma lograría que Zoro dejase de confiar en él por completo, cosa que no quería que sucediera pero consideraba necesario en ese momento. Sin embargo, si por el contrario le decía que no había sido parte de la trampa, que todo eso había sido verdad, entonces el espadachín podría darse cuenta de su debilidad por él. Ninguna de las dos opciones le salvaría, por lo que optó por el silencio. Zoro por su parte aplicó la ley del que calla otorga y soltó una risa sarcástica, mostrándose molesto consigo mismo por permitir que Mihawk le engañase y le hiciera sentir estúpido.  

- Me arrepiento de haber confiado en ti. No sabes hasta qué punto – le aseguró el cazador -. Creí que eras un hombre de honor, Dracule Mihawk. Y me equivoqué.

La decepción, la rabia, el odio y el dolor de Zoro afectaron al Shichibukai de una forma que no había podido prever. No esperaba sentirse como lo hacía, como si de verdad el mundo hubiera dejado de girar para él. Jamás había tenido ese sentimiento. Y aquel maldito cazador de piratas le había hecho experimentar ese dolor tan molesto por primera vez en toda su vida.

Todas las alertas del espadachín que todavía quedaban despiertas saltaron a la vez un instante después. Estaban cerca. Al otro lado de la pared. Y eran muchos más de los que había pensado. Zoro no tuvo tiempo para reaccionar antes de verse acorralado. Y algo le decía que aunque hubiera querido, no habría podido hacer nada en el estado de desastre mental y sentimental en el que se encontraba.

- ¡Roronoa Zoro! – La voz atravesó la puerta justo antes de que esta se abriera de un fuerte golpe -. Mantén las manos alejadas de tu katana. Y no te muevas.

El cazador puso los ojos en blanco un momento. Como si pudiera ir a ninguna parte en esa situación.

- Estás detenido bajo la potestad del Gobierno Mundial. – El Vicealmirante se hizo grande bajo el marco de la puerta, lleno de orgullo ante las palabras que estaba pronunciando por fin -. Desarmadlo y esposadlo.  

- Sí, señor.

Esa voz le dio escalofríos. Se giró en redondo hacia el capitán que acababa de atravesar la puerta con paso firme y directo hacia él. Zoro suspiró imperceptiblemente. ¿En serio tenía que ser ese bastardo el que le detuviera? Eso lo hacía todavía más frustrante. Eros se plantó frente a él con aires de grandeza y superioridad y una sonrisa que Zoro juró que borraría algún día de su cara. Tuvo que apretar los dientes y hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no matarlo en ese momento al recordar la sangre de Sienna manchando sus manos justo antes de expirar.

- Volvemos a vernos – dijo Eros -, pequeña ramera errante.

- Espero que no hayas olvidado lo que te dije en la isla del Clan Sombra – susurró en voz baja Zoro, de una forma de lo más amenazante.

- ¿Cuándo? ¿Antes o después de matar a esa zorra cazadora de piratas? – se burló el capitán.

Mihawk tuvo que contener un gruñido de molestia al escuchar semejante provocación por parte del capitán. Buscaba que Zoro se cegara y le atacase. Eso le daría el pretexto necesario para poder someter al cazador por la fuerza. El Shichibukai no supo cómo intervenir para evitarlo. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no era necesario. Zoro se dio la vuelta, para darle la espalda al capitán. Y con una elegancia desmedida, colocó ambas manos a la espalda, mientras mantenía la mirada clavada en Mihawk. Sus ojos en ese momento hablaban más que cualquier palabra que el viento acabaría por llevarse. Pero sus miradas, heridas, culpables, incapaces de encontrar la confianza y la complicidad que un día se habían transmitido, quedarían grabadas a fuego en ellos. Dejando una cicatriz más en cada uno.

Tras esposarle apretando las cadenas lo más fuerte que pudo alrededor de sus muñecas y quitarle a Shushui del cinturón y enarbolarla como si fuera un trofeo de su victoria sobre el cazador, el capitán le dio un golpe fuerte en la rodilla para hacerle caer al suelo, en señal de rendición y en un intento por humillarlo. Zoro se arrodilló y alzó la mirada de nuevo, esta vez altivo, hacia Mihawk. Ahora que estaba realmente atrapado se daba cuenta de que las cosas eran así de verdad; que no podía seguir pensando ingenuamente que, tal vez, el Shichibukai aún tenía un movimiento que nadie esperaba debajo de la manga. Zoro supo que no podía esperar nada de Dracule Mihawk.

- Nunca pensé que hubiera tanta diferencia entre tú y yo. Ambos seremos piratas, pero te he perdido el respeto como tal después de esto.

- Quizá nunca debiste respetarme, Zoro.

- ¡No pronuncies mi nombre! – A pesar de elevar el tono, Zoro no perdió la compostura -. No vuelvas a hacerlo. Escucharlo de tus labios me hace sentir tanta rabia que podría partirte la cabeza en dos sin pensarlo.

Le había defendido tanto delante de su capitán, había sacado la cara por él sin dudar un solo momento, y al final parecía que todos tenían razón. Mihawk era un Shichibukai. Y cuando el Gobierno tiraba de la correa, él ladraba. Darse cuenta de eso le hizo sentirse, además de traicionado, terriblemente decepcionado por el hombre del que se había enamorado hasta estar a punto de perderlo todo.

- Sigues siendo un inconsciente. Sabes que no podrías hacerlo. No puedes vencerme todavía, cazador. Esa es la triste realidad.

- No, Mihawk, eres tú el que todavía no lo entiende. Deberías ser quien mejor sabe de lo que soy capaz. Tú me convertiste en lo que soy porque yo te lo pedí. Porque hay algo más grande que tú y que yo. Mi familia. Ellos son mi vida. Y por ellos, jamás volveré a ser derrotado. Ni por ti, ni por nadie.

El fervor de sus palabras posiblemente hubiera amedrentado a unos cuantos marines. Pero no lo haría con Dracule Mihawk.

- Valientes palabras para un hombre encadenado.

- No hay cadena lo suficientemente fuerte para mantenerme preso. Y eso también lo sabes mejor que nadie.

- Es encomiable tu empeño por proteger a aquellos que quieres – reconoció Mihawk. Sus ojos de halcón se clavaron en el cazador con fuerza -. Parece que es algo que tenemos en común – añadió de pronto, bajando medio tono la voz.

Zoro apenas pudo procesar lo que el Shichibukai acababa de decirle de aquella forma tan misteriosa como confidente. Mihawk se dio cuenta de que debería haberse callado. Tras llegar hasta allí, mostrar debilidad era lo último que debía hacer. Pero ante Zoro, todas y cada una de sus defensas caían en saco roto.

- ¡Lleváoslo! – ordenó entonces el capitán.

Mientras Zoro se ponía de pie con elegancia, sin hacer siquiera un ademán de resistencia, el Vicealmirante se acercó a Mihawk, interrumpiendo el contacto visual entre el cazador y el Shichibukai. El pelinegro se dio la vuelta hacia la ventana de la habitación para poder respirar hondo sin que nadie le viera. Aquello le había resultado mil veces más difícil de lo que había imaginado. Incluso sabiendo que Zoro no pasaría demasiado tiempo en aquellas manos asquerosas no se hacía a la idea de verle enjaulado como a un animal por su culpa.

- Mihawk, falta uno – le dijo entonces el Vicealmirante.

- ¿De qué hablas? – gruñó por lo bajo, tratando de contener sus emociones como había hecho hasta el momento.

- Sanji Kuroashi – insistió el marine -. ¿Dónde está?

- ¿El cocinero? ¿Por qué tendría yo que saberlo? – continuó Mihawk con toda la calma.

- No me devuelvas la pregunta – se quejó el hombre -. Respóndeme.

- No puedo dar unas explicaciones que no tengo.

- No me vaciles como si fuera estúpido, maldito pirata – gruñó el Vicealmirante -. ¿Dónde está Kuroashi?

- Yo no me he movido de aquí – respondió el Shichibukai, manteniendo su postura -. No tiene nada que ver conmigo.

Ante esa irrefutable verdad, el marine gruñó por lo bajo.

- Como llegue a enterarme de que has tenido algo que ver en esto… - le advirtió.

- Deja de echar balones fuera y admite que el haber perdido a uno de miembros de la tripulación de Sombrero de Paja es un error vuestro – le cortó Mihawk -. Se huele a kilómetros que sois marines, no sería raro que el cocinero se hubiera dado cuenta de eso y hubiese tenido tiempo de escapar.

- ¿Te atreves a poner en entredicho nuestro trabajo?

- Sí. ¿Cómo no hacerlo cuando necesitáis de un pirata para atrapar a más piratas? Sois unos inútiles – sentenció Mihawk.

- ¡No estás en posición de dar lecciones de moral, Shichibukai! – le cortó el marine -. Esto no es culpa nuestra, por si no te has dado cuenta, ¡todos los demás han caído! ¿Me estás diciendo que Kuroashi es el único que no es imbécil?

- Ninguno lo es. No olvides que has jugado sucio, Vicealmirante, muy sucio. Y ten en cuenta una cosa más. Si has conseguido atrapar al cazador de piratas es gracias a mí. Él no se habría fiado ni habría caído en tu estúpida trampa de no ser porque bajó su guardia conmigo.  

- ¿Cómo estás tan seguro de que no hubiera caído ante más de mil marines? – siseó el marine, empezando a mosquearse.

- Porque le conozco bien. – En la comisura de sus labios se adivinó una sonrisa orgullosa -. Yo le entrené – confesó -. Y no importan mil o diez mil. Roronoa puede con eso y con más. Así que agradece que todos tus hombres siguen de una pieza y deja de joderme.

Mihawk pasó al lado del Vicealmirante con un gesto airado y salió de la habitación con paso seguro.

- ¡Mihawk! – voceó el marine  desde dentro de la estancia -. ¡Vuelve aquí! ¡No hemos terminado!

- No me des órdenes – respondió el pelinegro sin detenerse ni girarse a mirarle -. Y ni se te ocurra seguirme.

El Vicealmirante gruñó otra vez y corrió hasta la puerta de la habitación para asomarse al pasillo.

- ¡Más te vale volver al barco inmediatamente! – resonó la voz del marine por todo el corredor. 

El Shichibukai siguió caminando, como si le hubiera ignorado. Bajó la escalinata del Ayuntamiento con toda la calma que pudo, procurando no mostrar ni uno solo de sus nervios alterados.

- Aquí acaba la jugada, Vicealmirante – susurró para sí mismo -. Ahora, continúa la partida.

Salió del edificio público con paso firme hasta perderse en las calles de la ciudad amurallada.

 

Hacía un rato que había perdido de vista las paredes recubiertas de papel pintado, la luz natural que entraba por las ventanas y el alegre sonido de la fiesta y la gente divirtiéndose. En el más sepulcral de los silencios, Sanji descendía por las escaleras ocultas que los dos guardias acababan de usar para escabullirse. Aquello parecía ser el principio de un pasadizo hacia un sótano. Cuando la luz desapareció, Sanji se guió por los pasillos gracias a las antorchas que colgaban de la pared. Tenía toda la pinta de ser una cárcel. Avanzó sin hacer ruido hasta llegar a un cruce de pasillos. Los guardias estaban allí apostados y en ese momento hacían un cambio con otros dos. Éstos les tendieron las llaves de las celdas que había a ambos lados del sótano, donde Sanji podía escuchar reverberar algunos gemidos y sollozos que seguramente provenían de la pobre gente a la que había ido a rescatar.

Cuando los guardias hicieron el relevo, el rubio no dudó. Se lanzó contra los dos soldados que quedaban en custodia y de dos fuertes golpes les dejó inconscientes, sin hacer siquiera un ruido. Les robó las llaves con facilidad y se dedicó a abrir las celdas una a una, diciendo solamente que iba de parte de Luc. Ellos, dos mujeres, dos hombres y un niño pequeño, se apresuraron a salir de sus celdas abiertas para seguir a aquel hombre que decía ser un enviado de su príncipe para salvarles. Los adultos podían caminar, aunque uno de los hombres lo hacía apoyado en el otro. El pequeño por el contrario estaba herido en una pierna. Sanji se agachó a su lado y le miró muy fijamente a los ojos, intentando transmitirle toda la calma que pudo.

- Has sido muy valiente – le dijo entonces, con una sonrisa tranquilizadora -. Ahora, nos vamos.

El rubio se quitó la corbata, deshaciendo el nudo para poder usarla para vendar la herida del pequeño antes de levantarlo entre sus brazos y salir de la celda donde le tenían apartado del resto. Con los cinco a su lado, Sanji recorrió el pasillo de vuelta a la escalera. Pero, por alguna razón, el número de guardias en el corredor había aumentado de repente. Al llegar al cruce, tuvo que detenerse con todos tras él. No podía pasar por allí mientras siguieran los guardias y menos con esas cinco personas indefensas con él. Miró al pequeño, que se aferraba a la solapa de su traje como si fuera su última esperanza de sobrevivir.

- Pss. Pss.

Sanji dio un respingo al escuchar un bisbiseo repentino que hizo un poco de eco en las paredes de piedra. Se giró hacia el otro lado del pasillo de las mazmorras, de donde provenía la voz. Tras la esquina apareció un muchacho de estatura media con el pelo corto de un color que a la luz de las antorchas parecía morado. Le hizo una seña con el dedo en cuanto Sanji clavó la mirada en él. El cocinero no se movió. El chico insistió, moviendo esta vez toda la mano indicándole que se acercara.

- No tienes otra opción – le dijo en voz baja -. Por ahí os atraparán a todos.

El cocinero gruñó por lo bajo. Seguía sin confiar en ese desconocido y tenía demasiadas preguntas que hacerle como para poder fiarse, pero el ruido de las suelas de las botas de los guardias contra el suelo de piedra, acercándose a unas velocidades exageradamente rápidas le hizo cambiar de opinión. Después de todo, tenía que poner a salvo a aquellas personas. Y además, sería más fácil acabar con aquel chico si suponía alguna amenaza antes que enfrentarse a un ejército de soldados que no dudarían en matarles a todos.

Sanji dio media vuelta y echó a andar a toda prisa detrás del extraño muchacho. Él se movía como si supiera exactamente a dónde iba. Era como un mapa con patas. Les guió por un laberinto de pasillos del que Sanji jamás habría sido capaz de salir. Si lo pensaba con la cabeza fría, ¿de verdad había pretendido salir de las mazmorras con esas cinco personas por el hall principal del Ayuntamiento? Se sintió retrasado por un instante y agradeció en silencio que hubiera aparecido aquel desconocido que realmente parecía querer ayudarles.

Cuando llegaron a un callejón sin salida después de al menos veinte minutos andando, el muchacho se detuvo y presionó una de las piedras de la pared. Entonces ésta cedió y ante sus ojos se abrió una pequeña puerta por la que la luz del exterior inundó las mazmorras. Se apresuraron a salir y el sol les cegó durante unos instantes. Sanji le tapó los ojos al niño con la mano y le susurró al oído que los abriera despacio cuando estuvieran fuera. Él parpadeó rápidamente para acostumbrarse antes a la luz y poder ver dónde estaban. Era el patio trasero de la mansión. No había nadie en ese lado, ya que la fiesta era en el jardín delantero. Por un momento no pudo creerse que de verdad estuvieran fuera. Para terminar de ponerse a salvo del todo, esta vez fue el rubio quien dirigió a la gente hacia el punto de encuentro en el que había acordado dejar a esas personas para que las recogieran gente de su tribu que estarían esperando ya. El muchacho, lejos de dejarles, siguió con ellos, pegado como una lapa. Sanji llegó hasta el punto ciego de la muralla diez minutos después de salir de las mazmorras. Allí estaba la guardia personal del príncipe Luc para escoltar a su gente hasta el poblado. Uno de los guardias cogió al niño también entre sus brazos, con cierta oposición momentánea por parte del chico a separarse de Sanji. Ellos cogieron el relevo a la hora de proteger y guiar a los recién puestos en libertad, y les sacaron definitivamente de la ciudad a través de una secreta grieta en la muralla.

El rubio cogió aire con fuerza después de ver cómo desaparecían entre los primeros árboles del bosque y luego se volvió hacia el muchacho con gesto resuelto. Al verle a la luz del día pudo distinguir una piel blanca como la leche y unos ojos azules como el mismísimo cielo. El mismo color que parecía habitar en su pelo, que lejos de ser morado, era de un azul profundo que no pasaba desapercibido.

- ¿Y bien? ¿Se puede saber quién eres y por qué nos has ayudado, chaval?

- No es de mí de quien necesitas las respuestas – respondió el chico -. Acompáñame.

- ¿A una trampa segura? – Sanji alzó una ceja, sorprendido por la ingenuidad que parecía tener ese chico.

- No te queda más remedio que arriesgarte. Así sois los piratas, ¿no? – sonrió el peliazul.

Antes de que Sanji dijera nada más, el muchacho se dio la vuelta y echó a andar de nuevo hacia el centro de la ciudad.

- Y por cierto, mi nombre es Rain – añadió el muchacho, con una inusual, confiada y deslumbrante sonrisa.

Sanji respiró hondo un momento y al final, un extraño impulso le llevó a seguir a aquel desconocido llamado Rain. Total, el resto estaba en la subasta consiguiendo el mapa y la Log Pose de Eishiak, por lo que todavía tenía tiempo para dar un paseo. Callejearon uno al lado del otro hasta detenerse en uno de los barrios más apartados y menos concurridos, en la parte más alta de la ciudad, donde comenzaba la montaña. Desde allí podía ver casi toda la provincia y la muralla que la rodeaba. Incluso el mar.

De repente, todos sus sentidos se alarmaron ante una presencia extraña y poderosa que su instinto reconocía haber sentido antes. Se volvió hacia la entrada del callejón donde estaban y vio la figura esbelta y orgullosa del Shichibukai recortada sobre el asfalto. Por un momento notó como si el aliento no quisiera entrarle en el pecho.

- Dracule Mihawk. 

Notas finales:

Hasta aquí el capítulo y no tengo mucho más que añadir (creo xD). Ahora, hablemos de vosotros :D

Primero dejad que os diga que me ha sorprendido gratamente ver reviews de gente nueva. Muchísimas gracias por aparecer y por dejarme leer vuestras opiniones, sabéis que estoy encantada de hacerlo y me ha hecho mucha ilusión! 

Y segundo, vereis, me ha dado por pensar una cosa. Durante los dos fics que algunos habéis seguido desde el principio, algunos de vosotros me habéis ido preguntando cosillas sueltas sobre mí o los fics, y yo he respondido de mil amores, pero yo nunca os he preguntado nada sobre vosotros. Y eso es como para matarme. Sois mis lectores fieles, mis alegrías cuando el número de reviews aumenta con vuestras críticas constructivas y vuestras emociones. Asi que hoy me presento aquí, ante vosotros, con un bloc de notas y un montón de preguntas que aquí os dejo, a vuestra elección claramente responder o no (alguna fijo que ya las habéis respondido por el camino de los fics jajaja). Por ejemplo, podeis contarme cosas sobre vosotros, como de dónde sois; o cosas sobre el/los fics, cómo llegasteis hasta él/ellos, cuál es vuestra pareja favorita o cuál odiáis, en qué momento me habéis querido/odiado más (me la juego aquí xD), qué os parece que falta o sobra en la historia, o cómo os gustaría que todo terminase. Son algunas que se me han ocurrido sobre la marcha pero podéis escribirme sobre lo que queráis y será un placer leeros y conoceros un poquito más (que ya era hora tambien xD).

Sin más que decir, os espero en el siguiente capítulo. ¡Nos leemos, querid@s!

Erza. 


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