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Desnudo ante los ojos del Halcón II. por ErzaWilliams

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Notas del capitulo:

¡Hola a tod@s! Ya estoy de vuelta después de las navidades con vuestro regalo de reyes (atrasado, pero bueno) jajajaja Espero que hayais pasado las fiestas lo mejor posible y que el nuevo capítulo os arranque un poquito de la rutina para haceros sentir... 

Sin más ñoñeces que añadir, os dejo leer tranquilos. ¡Que os guste! ^^

“- Escúchame. No pasa nada, cazador. Venga quien venga, un Almirante, dos, o tres, o toda la puta Marina, seguiría sin importar. Porque aunque te descubrieran, no pueden detenerte ni ponerte una mano encima. No mientras estés aquí.

- ¿Por qué?

- Porque estoy yo.

- ¿No decías que no intentabas protegerme?

- ¿Prefieres que deje que te ejecuten? No puedo mirar hacia otro lado, Roronoa. Yo no permito que nadie toque algo que me pertenece.

- Soy un pirata. No necesito que me atesores de esa manera.

- No, claro que no, pero quiero que sepas que, después de girarme a mirarte, no tenías oportunidad contra mí. Tú eres mi hombre. Mi amante. Mi compañero. Nunca he dicho esto antes, Zoro, a nadie, así que escúchalo bien porque no lo repetiré. Eres la parte que me complementa. Eres mío, cachorro.”

 

Zoro abrió los ojos despacio. Trató de mover los brazos al notarlos entumecidos, pero las dos pesadas cadenas colocadas en dos puntos distantes del techo se lo impidieron. No supo calcular tampoco hacía cuánto tiempo había perdido el conocimiento. Las heridas que el látigo de cuero le habían provocado todavía escocían. Y hacía frío. Eran todas las sensaciones que podía notar. Tenía la cabeza ligeramente perdida todavía. Pero sabía lo que acababa de soñar. Lo recordaba con cada fibra de su ser. Ese momento que significó tanto para él ahora le quemaba en el pecho como una flecha envuelta en unas llamas que no se apagarían. No supo cómo, pero logró mantener la calma y respirar hondo antes de empezar a maldecir en todos los idiomas posibles. Hacerlo no serviría de nada, como había comprobado en aquella situación en Kuraigana tiempo atrás. Atrapado de igual manera que en la celda en la que se encontraba en ese instante.  

El cazador se encontró a sí mismo confundido por lo que estaba sucediendo, hasta el punto de llegar a cuestionarse todas y cada una de las palabras de Mihawk durante los dos años que había estado junto a él. ¿Cómo era posible que una confianza tan férrea como la que tenía en ese hombre flaquease ante una única mentira? Zoro no sabía si dejarse llevar por una rabia ciega ante lo que suponía era una traición o intentar lo difícil, que era pensar con la mente fría. Conocía a Mihawk. No le haría algo semejante. No sin una buena razón. ¿Pero cuál podía ser? ¿Qué podía llevar al Shichibukai a semejante punto de desesperación como para hacer aquello? Sus pensamientos divagaron hasta llegar a otro interrogante más preocupante: ¿y si él solamente estaba negando la realidad para no dejar que eso le hiciera daño? ¿Y si de verdad Mihawk había querido aquello desde el principio? ¿Qué podía sacar a cambio de entregarles a todos? Zoro sacudió la cabeza, molesto. Él no era la clase de persona que se complicaba con pensamientos como aquellos. El hecho de no ser capaz de mirar hacia delante y sentirse estancado en aquel momento y lugar, encerrado como un perro, apaleado como un saco de boxeo para el placer y divertimento de un bastardo, le hizo odiar al Shichibukai por convertirle en el despojo que estaba encadenado en aquella celda.

¿Qué me has hecho, Dracule Mihawk?

De pronto, un ruido sordo le puso en alerta. Habían abierto la pesada puerta de metal que daba a aquel oscuro calabozo lleno de celdas para prisioneros. Zoro levantó la mirada. Dos guardias atravesaron el corredor hasta el otro lado. Escuchó el chirrido de la reja metálica de otra de las celdas. Luego, sus voces reverberaron en la piedra.

- ¡Vamos, camina!

Los guardias volvieron por el pasillo, sujetando de los brazos a un hombre de estatura media, vestido con un pantalón negro y una camisa a medio cerrar. Llevaba la cabeza tapada con un pequeño saco y las manos atadas a la espalda. Él intentaba resistirse a caminar, aunque se le complicaba con los brazos retorcidos hacia atrás. De hecho, casi parecía que los guardias le llevaban en volandas. El hombre intentaba hablar, pero debía de ir amordazado bajo la capucha, por lo que Zoro apenas pudo distinguir una voz rabiosa quejándose.

- ¿¡Y tú qué miras!? – le gritó uno de los marines a Zoro al pasar por delante de su celda.

El espadachín le ignoró. En ese momento no podía quitarse de encima la sensación de conocer a aquel hombre de algo. Le resultaba extrañamente familiar. Los marines se apresuraron a llevarse al otro prisionero y el sótano volvió a quedar en silencio. Un silencio que le abrumó y le puso a pensar demasiado.  

¿Dónde estarán los demás? ¿Y Sanji? No está aquí, entonces ¿dónde? ¿Estará bien?

Sacudió la cabeza con vehemencia, apartando los pensamientos negativos que amenazaban con llenar su mente otra vez.

No. No. Es Sanji. Claro que estará bien, se autoconvenció a sí mismo.

Levantó la mirada entonces hacia las cadenas que le mantenían preso. Tironeó de ellas un par de veces para comprobar que estaban bien sujetas. Por el peso del metal dedujo que también se trataba de cadenas hechas de kairouseki. De ese que no podía cortar. Se burló un momento de sí mismo al recordar la razón de la cicatriz que adornaba su rostro atravesando su ojo izquierdo.

Solo soy un estúpido.

 

La expectación crecía en la cubierta del buque mientras Dracule Mihawk abordaba. Con su siempre expresión altanera y orgullosa y esa mirada capaz de atravesar a cualquiera hasta hacerlo temblar de miedo, el Shichibukai recorrió la pasarela hasta subir al barco en el que iban a viajar durante unos cuantos días. O al menos esa era la intención que los marines tenían. El Vicealmirante estaba en el puente de mando pero vigilaba los movimientos del pirata por el rabillo del ojo. Fue Eros quien salió a recibirle. Mihawk se percató entonces de una mancha de color escarlata en el antebrazo de la camisa del marine. Esa sangre debía ser reciente. Y no se equivocaría al deducir que era de Zoro. Disimuló la rabia que le provocaba la frustración de saber que ese bastardo le había puesto las manos encima a Zoro por su culpa y dejó de mirar la mancha de su sangre. El capitán por su parte se dio cuenta también de que estaba manchado y, con un gesto de asco, intentó sacudir la sangre de la camisa.

- Esto no va a salir – se quejó -. Iré a cambiarme – informó -. No te muevas – le ordenó a Mihawk -. Quédate donde puedan verte.

Mihawk procuró no responder para no provocar un enfrentamiento. Pero ignoró las palabras de Eros y se dirigió hacia la puerta de la bodega.   

- ¡Eh! ¿A dónde te crees que vas?

- Lo sabes perfectamente.

- Te he dicho que no te muevas – repitió Eros.

- No vas a impedirme verlo – zanjó el Shichibukai, avanzando hacia la puerta.

- Cuidado con lo que haces, Mihawk – le advirtió -. Ya sabes lo que está en…

- Cállate, que ya aburres – le interrumpió el pelinegro, cruzando la puerta sin terminar de escuchar cualquier palabra más que saliera de la boca de aquel bastardo.

El Shichibukai cerró la puerta a su espalda y bajó las escaleras despacio. Sentía como si estuviera acercándose a un agujero oscuro que le atraía pero a la vez era capaz de asustarle con su fuerza. Los guardias de la puerta de metal no fueron capaces de decirle nada para detenerle e impedir que entrase en la cárcel. Mihawk atravesó la puerta, pisando sobre el suelo empedrado y cerrando también esa puerta para evitar que nadie escuchase lo que solo Zoro tenía que oír de su boca.

Escuchó sus pasos acercándose. Sintió su presencia como si fuera un azote más contra la piel. Zoro levantó la cabeza y vio a Mihawk aparecer en su campo de visión por su izquierda. Dracule se puso frente a la reja de la celda. Zoro sintió por un instante que todo se quedaba congelado. El tiempo. El sonido. Cualquier movimiento. Los latidos de su corazón. Su propia respiración. Sus ojos repasaron la figura del Shichibukai como si nunca la hubiera visto aunque su memoria sería capaz de dibujarla con los ojos cerrados. Mihawk levantó el brazo derecho y lo apoyó en los barrotes, por encima de su cabeza. La luz que colgaba del techo titiló un instante y su brillo se vio reflejado en el anillo que el Shichibukai llevaba en el dedo medio de la mano derecha y en la daga que colgaba de su cuello. Mihawk sentía la mirada de Zoro en él como una espada que estaba a punto de atravesarle la garganta. Sin embargo, el cazador no le miraba a él. Sus ojos estaban posados en ese anillo. Mihawk siempre lo llevaba puesto, había sentido su tacto frío sobre la piel muchas veces. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?

Desvió la mirada. Por un instante, volvió a sentir cosquillearle en la nariz el aroma del césped mojado del cementerio de la isla vecina a Kuraigana. Se vio bajo el atardecer sentado frente a un frondoso árbol bajo el que descansaba la persona a la que había pertenecido el anillo que hacía juego con aquel que Mihawk llevaba siempre puesto. Recordar su nombre en la lápida hizo que le diera un vuelco el corazón.  

“Soy vulnerable cada vez que te miro, cazador.”

Por su mente empezaron a pasar una tras otra todas y cada una de las muestras que Mihawk le había dado de lo innegable que era su vínculo. Respiró hondo.

“Es encomiable tu empeño por proteger a aquellos que quieres. Parece que es algo que tenemos en común.”

Y entonces Zoro volvió a ser el de siempre. Ese que nunca miraba hacia atrás y se enfrentaba a lo que tenía delante. Recuperó la confianza en sí mismo y las dudas absurdas desaparecieron por completo tras encontrar un sentido a todo lo que estaba pasando.

Y en ese momento, con solo mirarle, Zoro odió y amó por igual al Shichibukai Dracule Mihawk.

- ¿Qué te han hecho? – susurró Mihawk, sin poder separar los ojos de las heridas que cubrían a Zoro.

El cazador no supo descifrar la posición del Shichibukai, por lo que decidió tantearle mostrándose ligeramente a la defensiva. Alzó de nuevo la vista y respondió automáticamente.

- Lo que tú les has dado oportunidad de hacer. ¿De qué te extrañas? ¿O acaso te estás lamentando?

- Intento vivir sin tener que lamentarme de nada de lo que hago.

- Esta vez parece que no lo estás consiguiendo – continuó Zoro, con la mirada clavada fieramente en el Shichibukai -. ¿A dónde nos llevan? – quiso saber entonces.

- Impel Down – respondió Mihawk.

El gesto de sorpresa mezclada con pánico que se dibujó en el rostro del cazador no le pasó desapercibido.

Eso es. Yo he provocado todo esto. Ódiame.

El espadachín tironeó de las cadenas inconscientemente. La cárcel más segura del mundo. Donde llevaban a los fugitivos antes de morir. Luffy había estado allí una vez. Era el lugar donde había perdido algo muy importante. Donde casi le habían matado. No podía ser que al final Luffy fuera a terminar en ese sitio maldito. No podía permitirlo.

- Si mal no recuerdo, tu capitán ya ha estado allí. – El Shichibukai puso en voz alta los pensamientos de Zoro.

- Y no debería volver – sentenció el cazador.

- No te preocupes. Esta vez, no tiene billete de vuelta. Porque le ejecutarán. – Mihawk intentaba ser todo lo cruel que pudiera con Zoro -. Y a ti también.

Ódiame más.

Zoro frunció el ceño y gruñó por lo bajo, molesto ante semejantes palabras. Iba comprendiendo que Mihawk no tenía intención de cruzar aquella reja para ayudarle precisamente. Tenía la sensación de que Mihawk intentaba alejarse de él. Eso ya había pasado antes. El pelinegro se había sentido tan horriblemente culpable de lo que le había sucedido en la sala especial y de su herida en el ojo izquierdo que había hecho lo posible por apartarse de su lado. En ese momento, Zoro se dio cuenta de que la situación era similar. Y el Shichibukai volvía a intentar alejarse por su propia cuenta, cargando él solo con una culpa que, en realidad, a ojos del espadachín, no le pertenecía.

- Luffy no morirá sin más. No morirá por nada – le aseguró.

- Sabes que es un hecho que en cuanto lleguemos a la prisión jamás vais a volver a ver la luz del sol.

- Si te dijeran que me ejecutaras tú, ¿lo harías? – pregunto de repente Zoro.

- Soy un asesino del Gobierno, una muerte más o una menos, ¿qué más me da? – Mihawk se encogió de hombros -. Lo haría. Pero no es un privilegio que vayan a darme a mí.

- Entonces dejarás que me ejecuten. Sin importar nada más. Como si no hubiera existido nada entre tú y yo.

Mihawk trató de pasar por alto aquel intento de provocarle alguna reacción amistosa en él. Aunque no comprendía qué intentaba Zoro haciendo eso. 

- Exactamente.

- Te quedarás de pie, al lado de los marines que disfrutarán con el espectáculo, con los brazos cruzados frente al pecho y esa mirada impenetrable que tan bien se te da poner para ocultar al verdadero Dracule Mihawk tras ella. Y verás caer mi cabeza contra el suelo separada del resto de este cuerpo que tantas veces has abrazado antes.

Le costó mantenerse impasible ante esas palabras, que evocaron semejante despropósito de momento en su mente y le provocaron escalofríos de verdad.

- Por cómo lo has dicho, deduzco que preferirías no ver mi cara antes de morir ejecutado. Es lógico después de todo.

- No. Eso sería lo último que querría – dijo de pronto el cazador -. No me importaría morir si tu cara es lo último que puedo ver.

Mihawk perdió el aliento como si le hubieran arrancado los pulmones de cuajo del pecho. Zoro forcejeó con las cadenas un poco para acomodarse en la medida de lo posible, y el Shichibukai trató de mantener la firmeza y la determinación con la que había bajado a aquella cárcel. Debía hacer que Zoro le odiase. O aquel círculo de chantaje, control y muerte por parte del Gobierno jamás terminaría.

- Tengo que salir de aquí – murmuraba para sí el cazador.

- No puedes. – Mihawk se recuperó de la impresión que le había provocado las palabras de Zoro y continuó con su postura torturadora -. Estás encadenado con kairouseki en una celda de un buque de guerra con más de quinientos marines, un capitán y un Vicealmirante.

- Y un Shichibukai – añadió Zoro.

- Así es – susurró Mihawk -. Un Shichibukai que te matará si intentas escapar. No puedes huir, Roronoa. No esta vez.

- Oh, venga ya, ¿tú? ¿Matarme a mí? ¿O ejecutarme? ¿Quieres dejar de decir tonterías? – le espetó -. Y ya de paso, deja también esa actitud de perro del Gobierno conmigo, haz el favor. No te pega nada.

El gesto de Zoro era tan despreocupado que Mihawk se encontró completamente desconcertado ante aquella actitud del cazador. No era lógico. No era racional. Ni siquiera era la respuesta emocional que esperaba del hombre al que acababa de traicionar. Debería mostrarse desafiante, rabioso, orgulloso, frío, con instintos asesinos hacia él. Sin embargo, parecía el mismo cazador tranquilo, cálido y echado para adelante que él conocía. No lo entendía. Y el hecho de no poder comprender qué se le pasaba por la mente a ese cazador loco le ofuscó.

- ¿Se puede saber a qué vienen esas confianzas, eh? ¿Y esa cara? – farfulló.

- A ti no te gusta ver mi cara de pensar demasiado, de complicarme la vida. Te gusta más el rostro que pongo cuando todo se reduce a luchar y vivir. Y eso es lo que estoy haciendo. Luchar. Y vivir.

El Shichibukai tragó saliva disimuladamente. Recordaba haber dicho esas palabras, con total claridad, una noche en la biblioteca del castillo de Kuraigana, en la que un tema existencial cambió para siempre el rumbo de su relación. Pero lo último que Mihawk hubiera esperado era que Zoro enarbolase sus propias alegaciones como armas contra él y menos, en un momento como aquel.

- No hagas eso – le pidió.

Zoro ladeó levemente la cabeza al ver que su estrategia surtía efecto.

- ¿Hacer qué?

- Intentar que me sienta culpable por no poder responder a las promesas que hice – contestó el Shichibukai.

- Nada más lejos de mi intención – negó el cazador -. No soy tan rencoroso.

- ¿Y cuál es tu intención? – exigió saber el pelinegro.

Necesitaba saberlo. Le ponía realmente nervioso no saber en qué pensaba Zoro. Y no comprendía aquella forma de actuar, ni la razón de que recordase aquellas cosas en ese momento. El gesto del cazador se suavizó entonces justo antes de mirarle a los ojos para responder: 

- Decirte que todavía creo firmemente en que nosotros seremos eternos.

El Shichibukai se quedó sin respiración otra vez. No podía pensar con claridad ante semejantes palabras. Había esperado una actitud enfadada, irracional, rabiosa, algo con lo que podía lidiar y que usaría en su favor para empeorarlo todo con palabras crueles que le alejasen de él y atrajeran todo su odio. Sin embargo, eso se había vuelto en su contra al encontrarse con semejante forma de actuar del cazador. Podía imaginar muchas reacciones de parte de un hombre traicionado y entregado a la muerte. Pero jamás que, en el umbral de su cautiverio, recordase con tanto cariño el sentimiento por el que iba a ser destruido. El cazador definitivamente no dejaría de sorprenderle nunca. Mihawk tuvo que concentrarse en su postura y su objetivo final para no dejar que Zoro se diera cuenta de cuánto le admiraba en ese momento. Porque lo que tenía que hacer era conseguir que ese hombre dejara de creer que le quería.  

- Te odié – reconoció entonces Zoro ante el silencio del Shichibukai. -. En la isla, juro que te odié. Pero no podía acabar de creer algo así, a pesar de que lo estuviera viendo. Porque tengo esas palabras que tú me dijiste tan grabadas a fuego dentro de mí que incluso he llegado a pensar en si te habrían hecho daño a ti.

- Pues te equivocaste. – Mihawk mantuvo la distancia con el cazador todo cuanto pudo -. Estoy perfectamente, gracias por preocuparte con tanto fervor del causante de tu desgracia.

- Me preocupo de quien me importa. Pero no, tú no eres así, no tienes miedo al dolor. Y además, eres el mejor espadachín del mundo – proclamó el cazador -. Era una tontería pensar en que alguien podría hacerte daño a ti. Y si no es a ti, entonces hay algo más. O alguien – musitó en un tono confidente.

- No hay nada – le cortó el Shichibukai ante la insinuación que acababa de hacer -. Deja de actuar como si me conocieras de verdad.

- Vamos, Mihawk, no intentes pretender ser arrogante. A mí no puedes engañarme. Yo lo sé todo de ti. – Hasta cierto punto, Zoro estaba presumiendo.

- Si lo supieras todo entonces sabrías quién soy y a qué me dedico. Y aceptarías que te he traicionado a cambio de nada. Porque eso es lo que vales. Nada.

- Tú no tienes el poder de traicionarme, Mihawk. No puedes hacerme eso – sentenció Zoro, encogiéndose de hombros y haciendo sonar las cadenas.

- Claro que puedo. Eres un ser inferior a mí, puedo pisarte las veces que me dé la gana como un insecto diminuto. – El Shichibukai señaló la celda -. ¿Necesitas más demostración que ésta?

- No soy inferior a ti. Soy la persona que elegiste para darlo todo. Porque soy yo, y soy especial.

A Mihawk le costó mantener la concentración, la compostura y la distancia con Zoro después de que le recordase eso. Aquel había sido uno de los momentos más dulces que recordaba con el cazador. Esas palabras las había dicho después de que Zoro le poseyera a él por primera vez. Y recordaba haberse quedado dormido muy cerca de él, con el brazo apoyado sobre su pecho y los dedos entrelazados con los suyos. Solo con que lo mencionara, ya se le había puesto el vello de punta. Cada vez le resultaba más difícil disimular y hacer que la barrera que trataba de construir entre ellos no se derrumbase como un castillo de naipes.  

- ¿Cómo puedes estar tan ciego? – susurró.

- Porque confío en ti – afirmó el cazador.

- ¡Esa confianza te destruirá! – bramó el Shichibukai.

- Que lo haga. Pero eso no cambiará el hecho de que te quiero. – Zoro hizo una breve pausa, como si esperase que sus palabras tuvieran efecto en Mihawk -. Te lo dije una vez pero lo repetiré si es lo que quieres. Ya no puedo dudar de lo que sientes, de lo que sentimos. De nuestro vínculo. Y nada ni nadie podrá destruir eso.

- ¿Es que no entiendes que te he mentido, engañado y entregado a una muerte segura? ¿No te das cuenta de que no eres nadie, Roronoa?

Lejos de creerle, el cazador esbozó una sonrisa de suficiencia que se clavó en el pecho del Shichibukai. Mihawk ya estaba gastando los últimos cartuchos que tenía para intentar convencer a Zoro de que tenía que odiarle, no profesarle un amor incondicional como estaba haciendo. Y estaba resultando completamente inútil.

- Sé que soy la persona por la que serías capaz de hacer cualquier cosa. Sé que dejarías que te destruyesen por mí. Lo habrías perdido todo antes que hacerme esto – aseguró -. Pero – añadió en voz mucho más baja y confidente - hay algo que tienes que proteger más allá de mí, ¿no es cierto?

Mihawk escuchaba los latidos de su corazón en sus oídos. Los notaba en la garganta. Ya era la segunda insinuación que Zoro hacía. No podía ser casualidad. Entonces su mente solamente pudo procesar un hecho en ese momento, bajo la mirada comprensiva y suave del espadachín. Zoro lo había descubierto todo. No sabía cómo, ni por qué. Pero el cazador era consciente de lo que había provocado en realidad la situación en que se encontraba. Ahora, era Mihawk quien estaba completamente desnudo frente a los ojos del cazador de piratas.

- Zoro, yo no… - intentó decir el pelinegro, pero incluso la voz le falló.   

- Sí, lo sé – le interrumpió con dulzura Zoro, con media sonrisa al escucharle pronunciar de nuevo su nombre -. Lo sé, Dracule.

¡Confiesa! Eso gritó su subconsciente. Pero su razón le recordó que no debía. Hacerlo supondría perder aquello por lo que había estado luchando incluso en contra del bienestar de Zoro. Mihawk se dio la vuelta para darle la espalda a la reja de la celda y dejar de mirar al cazador, en un vano intento por poner en orden sus prioridades.

- ¿Hasta cuándo, Mihawk?

Aquella pregunta hizo que no pudiera pensar más. Se mantuvo de espaldas pero cerró los ojos un instante.

- ¿Hasta cuándo piensas seguir luchando solo? – insistió Zoro.

El Shichibukai abrió los ojos de golpe. Tragó saliva con dificultad, calmándose antes de responder con otra pregunta.

- ¿Pones en duda mi capacidad para terminar con mis enemigos?

- No me atrevería a poner en entredicho tu capacidad para acabar con quien sea. La conozco perfectamente – se burló el cazador -. Pero Mihawk, ahora… - La voz del espadachín se volvió una cuarta más firme – ahora yo estoy aquí.

Mihawk cerró los ojos con fuerza. De haber podido, en ese momento el Shichibukai habría besado al cazador hasta desgastarle los labios o comérselo entero, lo que pasara antes. Pero ese instante de ensoñación, de ver una pequeña luz de esperanza en las palabras de Zoro, se vio interrumpido cuando la puerta de los calabozos se abrió de golpe, dejando ver la figura del capitán Eros en el umbral. A Mihawk no le quedó más remedio que recuperar la compostura delante de ese hombre, que entró con paso firme y un gesto arrogante y divertido, seguido de varios marines a modo de guardaespaldas. Se plantó delante de Mihawk, que estaba de espalda a la puerta de barrotes y sonrió con una mueca estúpida.

- ¿Qué? ¿Interrumpo algo?

Ninguno de los dos respondió. Eros pasó al lado del Shichibukai y sacó el manojo de llaves que llevaba consigo para abrir la doble puerta de la celda. Dejó la reja abierta de par en par, como si quisiera restregarle a Zoro una libertad que podía ver y casi sentir pero no le dejaría alcanzar.

- Mira, gírate y míralo. – En su tono había orden -. ¿Acaso no es magnífico? Una pieza como esta no se tiene entre los dedos todos los días.

Hablaba de Zoro como si fuera un trofeo de caza. Eso le revolvió el estómago. Por acto reflejo, el Shichibukai se giró a medias de nuevo hacia Zoro. Para Eros, el hecho de tenerle arrodillado, encadenado y herido era similar a aceptar que el cazador estaba rendido. Sin embargo, a ojos del pelinegro, toda la humillación que Eros pretendía hacerle pasar era insignificante. El marine no podía rebajar al cazador a ese nivel. Cada vez que le miraba, Mihawk tenía la sensación de que Zoro se iba alejando de la definición de hombre para acercarse a la de dios.

Con un gesto de la mano de Eros, dos de los marines que iban con él pasaron al lado de Mihawk para entrar en la celda. Entre los dos cargaban con un enorme y pesado caldero lleno que dejaron en el suelo, no muy lejos de Zoro. El cazador ni siquiera se molestó en mirar aunque supo rápidamente que no era nada bueno solo con fijar los ojos en Mihawk.

- Bueno, ahora llega mi parte favorita. – Dio una palmada al aire -. Puesto que te has negado en rotundo a darme una respuesta a la única maldita pregunta que te he hecho, vamos a probar otro método de… conversación.

El capitán se volvió hacia el pelinegro con un gesto triunfal en la cara.

- Estás invitado a quedarte, Mihawk – le dijo entonces.

Eros tenía toda la intención de torturar a Zoro sin piedad. E iba a hacer que él lo presenciara en silencio y sin mover ni un solo músculo de su cuerpo. Aunque estuviera gritando por dentro por hacerlo.  

- Después de todo, esto no habría sido posible sin tu colaboración, ¿verdad, Shichibukai? – añadió el capitán.

Nunca antes en toda su vida le había pesado tanto sobre los hombros el título de Shichibukai como en ese momento. Eros empezó entonces a caminar alrededor de Zoro.

- ¿A ver? ¿Esto duele?

El capitán arañó la piel del cazador en las zonas de la espalda donde estaba herido. El espadachín apretó los dientes, su respiración se agitó y contuvo un grito de dolor en la garganta. Mihawk por su parte se clavó las uñas en las palmas de las manos, pero siguió quieto como una estatua.

- ¿Sientes eso? No es nada comparado a lo que voy a hacerte – le advirtió a Zoro -. Si solamente te rindieras sería mucho más sencillo.

Intentaba sugestionarle para que sintiera miedo incluso antes de hacerle lo que quisiera que tuviera en mente. Zoro por su parte no se movía. Solamente miraba a Eros cuando éste se paseaba por delante de él, y lo hacía como un auténtico cazador miraría a su presa antes de acabar con ella. Con miradas llenas de un fuego que ese bastardo no podía apagar.

- Vamos, responde y se acabará todo. Te prometo que no te torturaré más, ¿vale? Como acto de buena voluntad – le dijo -. ¿Dónde está Kuroashi?

Así que aquella era la pregunta. El gesto incrédulo de Mihawk no pasó desapercibido. ¿De veras ese imbécil estaba intentando que Zoro delatase a uno de los suyos? El Shichibukai puso los ojos en blanco un momento y evitó resoplar para no mosquear a Eros más de lo necesario. Zoro mantuvo la calma, como si estuviera metido en su propio subconsciente y no estuviese escuchando al marine.

- ¿No? – se respondió el capitán a sí mismo -. De acuerdo. Recuerda que esto has sido tú el que lo ha elegido con tu silencio y tu cabezonería.

Eros se agachó al lado del enorme caldero y sacó de su interior un cubo más pequeño cargado con un líquido que, ante la ausencia de olor, Mihawk reconoció como agua. El marine se quitó entonces la toalla que llevaba rodeándole el cuello y, con la misma mano con la que la sostenía, obligó a Zoro a echar la cabeza hacia atrás todo cuanto su cuello le permitió, valiéndose de su pelo verde para ello. Las cadenas tintinearon. El cazador ni siquiera gruñó ante el gesto brusco. Miró unos instantes al techo y luego sus ojos se cruzaron con los de Eros.

- Me encantaba cuando me mirabas desde esta posición – se burló el capitán.

Segundos después, cubrió el rostro del cazador por completo con la toalla. Y entonces empezó a echar el agua del cubo que tenía en la otra mano sobre el espadachín, directamente sobre su rostro tapado. La toalla comenzó a empaparse y llegó un momento en el que el agua impidió la entrada de aire en el cuerpo de Zoro. El cazador empezó a revolverse, incapaz de mantenerse quieto ante la asfixia que le provocaba la toalla sobre la boca y la nariz, y el agua que no dejaba de caer sobre él. Su pecho subía y bajaba de una forma rápida y exagerada, en un intento por coger aire. Zoro se aferró por primera vez a las cadenas con fuerza. Luchando por sobrevivir. Mihawk no supo exactamente de dónde sacó la fuerza para no moverse en ese momento. Quizá la horrible idea de que esa misma tortura pudieran aplicarla contra ese pequeño que había heredado los ojos de los Hawk fue lo que le detuvo para no lanzarse contra Eros y atravesarle la garganta solamente con su pequeña daga.   

Cuando el agua se terminó, Eros dejó caer el caldero y tiró de la toalla con brusquedad para quitársela. Zoro echó la cabeza hacia delante por instinto y empezó a escupir el agua que había entrado por su garganta hasta casi asfixiarlo.

- ¿¡Dónde está Kuroashi!? – bramó en cuanto le soltó.

Zoro trató de recuperar el aliento sin ponerse nervioso. Eros volvió a agarrarle por el pelo y acercó los labios a su oreja mientras el cazador respiraba todavía por la boca.

- ¿No vas a responder?

Solo obtuvo silencio de nuevo. Eros le soltó el pelo con brusquedad y frustración, y Zoro echó la cabeza de nuevo hacia delante.

- Sabía que eras masoquista, pero no hasta este extremo. ¿Qué te hace pensar que ese bastardo puede librarse de esta, eh? Caerá. Y suplicará. Es más, estoy convencido de que si él estuviera en tu posición, habría cantado hace tiempo con tal de salvar su culo. Esa es la clase de gente que te rodea, ramera.

- No te atrevas a comparar a Sanji con una escoria como tú – soltó de pronto el cazador -. No le conoces. No sabes la clase de hombre que es.

- Pues no, no lo sé ni tengo ningún interés por saberlo – admitió.

El espadachín esbozó media sonrisa fastidiosa en la cara.

- No le conoces pero le buscas con tanta desesperación porque lo que sí sabes es que sería capaz de cualquier cosa por nosotros y por eso tienes miedo de él.

- ¡Yo no tengo miedo de nadie! – gritó el capitán -. Quiero coger a ese bastardo para ponerlo en una celda frente a ti y matarle lenta y tortuosamente mientras tú observas sin poder hacer nada. Pero mientras tanto, me voy a entretener mucho contigo – le aseguró.

Eros se agachó a llenar de nuevo el cubo pequeño. Mihawk clavó la mirada en el capitán, incapaz de creerse que aquella tortura fuera a continuar. Entonces Zoro hizo un movimiento brusco con los brazos para que las cadenas hicieran un ruido que llamó la atención del Shichibukai. El pelinegro posó los ojos en el cazador al instante. Zoro pudo ver un claro gesto de preocupación y rabia en los ojos del halcón que le delató por completo.

- No me mires – le pidió en apenas un susurro.

El Shichibukai sintió una patada en el estómago otra vez. La respuesta de su mente fue automática.

¿Cómo no voy a hacerlo? Eres lo más hermoso que he visto nunca.

Eso era exactamente lo mismo que estaba pensando él. Incluso en aquella situación, siendo cruelmente torturado, manteniéndose fiel a sus principios y sus compañeros, el cazador tenía un aspecto de lo más valiente y superior. Zoro se dio cuenta de que Mihawk había recordado sus palabras y le dedicó una sonrisa tan suave y encantadora como llena de significado para ambos.

El capitán volvió a colocar al cazador en posición, con la cabeza echada hacia atrás. Mihawk hizo amago de dar un paso adelante pero luego volvió a detenerse. ¿Qué le estaba pasando? ¿Desde cuándo era tan débil? En ese momento, el Shichibukai solo se odiaba a sí mismo. Por todo.

- Pienso torturarte hasta que no puedas más. Hasta que grites y supliques que te mate, maldito bastardo – le amenazó Eros de nuevo.

- Creo que poco puedo hacer para impedírtelo - dijo entonces Zoro, con una sonrisa de perversa complacencia que hizo que hasta Mihawk se estremeciera.

Mihawk se obligó a sí mismo a mirar. Después de todo, aquello era culpa suya. Merecía sufrir como lo estaba haciendo por haber sido capaz de traicionar al cazador y llevarle hasta semejante punto. Cuando Eros le destapó de nuevo la cara, Zoro repitió el movimiento de inclinar la cabeza hacia delante y echar el agua que se había quedado en su garganta para poder respirar. Esta vez, tosió para acabar de expulsar todo el líquido. Le costó más que antes recuperar el aliento, al punto de que jadeaba para poder hacerlo.

Basta.

Eros seguía gritando. Profiriendo barbaridades mientras repetía el proceso otra vez. Como si eso fuera a funcionar.

Ya basta.

Y otra más. A Zoro cada vez le costaba más recuperarse. Estaba ya completamente empapado de agua, que resbalaba desde su frente para caerle por la nariz y acabar en sus labios entre abiertos. De vez en cuando, Zoro tiritaba ante el frío que hacía en la celda y el agua, que estaba a una temperatura bastante baja también.

¡Se acabó!

Mihawk se dio la vuelta para salir de la celda. Y de esa forma llamar la atención de Eros para que dejase al cazador tranquilo al menos cinco minutos. Conociendo la vanidad y el orgullo del capitán, el hecho de que amenazase con irse surtió el efecto que esperaba.

- ¿Qué pasa? ¿No te gusta el espectáculo que te estoy regalando?

- Me aburre – respondió fiero el Shichibukai -. No vas a conseguir nada de él de esa forma.

- ¿Y qué forma propones para que hable?

- Ese es tu trabajo. Yo ya hice el mío.

- Acabará hablando – aseguró Eros -. Todos lo hacen.

- Él no es como todos – insistió el pelinegro, intentando entretener al capitán cuanto pudiera -. Ya deberías haberte dado cuenta.

- ¿Y en qué se diferencia de cualquier pirata mugriento y asesino?

- En que a él no le asusta el dolor. No le da miedo lo que puedas hacerle. Con tus estúpidas torturas solamente estás hinchando más su orgullo cada vez que se resiste a ti.

- Es posible, pero mientras más le torturo, más se me hincha otra cosa a mí, ¿sabes?

Mihawk se giró despacio hacia Eros. Con una mirada asesina en sus ojos de halcón. ¿Qué era lo que acababa de decir? El capitán ignoró la mirada del pirata y se movió hasta quedar de lado junto a Zoro. Le sujetó la barbilla con los dedos y le obligó a alzar la mirada hacia él. El cazador no pudo evitarlo, mientras todavía respiraba entrecortado por el último ahogamiento del marine.

- Me ponía muy cachondo que me mirases así, con la respiración entrecortada, mientras me envolvías la polla en esa preciosa boca que tienes – reconoció, acariciándole el labio inferior con el pulgar.

Zoro no encontró las fuerzas para responder. Tantos intentos de asfixiarle con el agua le habían dejado un poco atontado.

- Fue una pena tener que deshacerme de ti, pero lo hice sin dudar a cambio de ascender dentro de la Marina.

- Entonces no fue a cambio de dinero – murmuró Zoro.

- Por supuesto que no, a mí eso me sobra – se mofó el marine -. El título de capitán me queda perfecto, ¿no te parece? Aunque quiero más, está claro. Y esa posición me la dará el entregaros ahora a tus estúpidos compañeros y a ti a los altos mandos del Gobierno Mundial.

Eros se agachó entonces al lado del espadachín, que mantuvo la mirada fija en el marine. Estaba divirtiéndose tanto a costa de Zoro que incluso pasaba por alto que tenía los ojos del Shichibukai clavados en la nuca como una espada a punto de atravesarle. La voz del cazador resonó entonces en la mente de Mihawk en forma de recuerdo lejano.

- ¿Acabaste con él?

- No. Se fue antes de que pudiera hacerlo. Ese maldito bastardo se rió de mí todo cuanto quiso. Y aún lo estará haciendo, seguramente. Desde entonces, no he dejado que nadie me tocase de esa manera.

- A pesar de todo disfrutaba de follarte, ¿sabes? – reconoció Eros entonces -. Igual que debieron hacerlo aquellos piratas a quienes te entregué para que te mataran en mi lugar – añadió, con una sonrisa triunfal.

Por primera vez, el cazador suspiró con resignación. Bajó la mirada un instante, dejó caer los hombros como si estuviera derrotado y luego se atrevió a levantar los ojos hacia Mihawk. El pelinegro esperaba esa mirada con un gesto de total estupefacción en el rostro, aunque solo Zoro pudo darse cuenta de ello. Necesitaba saber si aquello de lo que presumía Eros era cierto. Y los ojos teñidos de silencio del cazador le dieron la respuesta. Tenía delante al traidor que había hecho que Zoro fuera incapaz de dejarse amar durante años.  Y ahora sabía que la razón que Eros había tenido para herir de semejante manera a Zoro era lo más banal y superfluo que existía en el mundo. Un título que no servía para absolutamente nada, que solo llenaba el orgullo de un vanidoso y ambicioso ser sin honor ni dignidad ninguna. Eso era todo. Mientras que Eros vivía de sus podridos principios, aquel episodio había marcado un punto de inflexión importante en la vida del cazador de piratas. Recordar la forma en que Zoro se había sentido, cómo había llorado involuntariamente la noche en la que intentó hacerlo suyo por primera vez, con esas lágrimas cristalinas resbalando por su rostro moreno; evocar el cómo se tensaba su cuerpo y temblaba ante sus caricias por miedo y no por placer, provocó que la vena del cuello del Shichibukai se hinchase, amenazando con explotar de la rabia que acumulaba por momentos.  

- Dime, Roronoa, ¿disfrutaste con lo que te hicieron? – le preguntó al oído el marine -. Seguro que gemías pidiendo más como la ramera que eres mientras te montaban entre todos. ¿O lo hicieron por turnos? Qué lástima no haber podido quedarme a ver ese espectáculo – se lamentó.

Mihawk sentía que no le entraba el aire en el pecho. Escuchar hablar de aquella forma a ese cerdo con ínfulas de rey de su pequeño cachorro era algo que estaba empezando a cegar todos sus sentidos, incluido el que controlaba sus emociones y le volvía un ser lógico y racional, dejando paso a la parte más primitiva y animal que había en él y que solamente rogaba por lanzarse contra Eros y partirle el cuello en dos de un único movimiento. Sería tan sencillo que era incluso insultante para Mihawk que ese capullo siguiera respirando el mismo aire que él.

- Habrías acabado igual que ellos – dijo entonces Zoro, enfrentándole.  

- ¿Participando? – se burló Eros.

- Muerto – respondió el cazador, cortándole la burla en seco.

 

- ¿Qué hiciste?

- Sobreviví a ellos.

 

Ante aquella rebeldía que aun persistía en Zoro y era tremendamente molesta para él, Eros le golpeó directamente en el abdomen, haciéndole perder el aliento de nuevo. El espadachín tosió un momento y el capitán soltó una risotada.

- Seguro que se descuidaron contigo pensando que te habían matado a polvos, ¿a que sí? – siguió el marine, volviendo a ponerse de pie -. Por suerte, yo no soy como esos inútiles. Te tengo perfectamente dominado, de forma que estás rendido a mí y a todos mis deseos. Todo para mí.

El marine le acarició con suavidad la mejilla con el dorso de los dedos. Zoro apartó la cabeza bruscamente del roce.

- Ahora sí debes largarte – le dijo entonces a Mihawk, echándole de allí.

Eros rodeó entonces al cazador hasta ponerse detrás de él. El cuerpo del marine le cubrió la espalda. Sus manos se apoderaron de su pecho y su cintura. Zoro cogió aire con fuerza, tratando de mantener la calma. Lo sabía. Lo supo desde el principio. Eros no se resistiría a poseerle ahora que volvía a tenerle a su merced.

El Shichibukai por su parte no se movió de donde estaba. Eros levantó la mirada por encima del hombro de Zoro hacia él.

- Vaya, vaya – dijo al verle inmóvil -. ¿No me digas que este espectáculo te aburre menos que la tortura? Porque si es lo que quieres, puedes quedarte a ver cómo se doma una fiera como esta.

Mihawk no mostró ningún tipo de reacción. Zoro no supo que pensar ante esa pasividad. Sabía que el Shichibukai no podía hacer nada en ese momento. Pero tampoco quería que se quedase allí plantado como si de verdad aquello no le afectase en absoluto.

- Pero sólo puedes mirar, ¿has entendido? – añadió Eros -. El placer de follarle hasta correrme cuantas veces quiera dentro de él es sólo mío.

El pelinegro siguió sin responder. Entonces Eros empezó a mover las manos por el cuerpo herido del espadachín. Recorrió los huecos de sus músculos con la izquierda y con la derecha rebasó el límite de su cintura hacia abajo. El cazador dejó caer la cabeza hacia delante y cerró los ojos. Incluso sobre la ropa, el roce de las manos del marine era de lo más desagradable. Y la sensación empeoró cuando se trató de notar sus labios sobre la piel. Apretó los puños intentando aguantar. La insistencia del capitán por tocarle haciendo presión sobre ciertos puntos era desquiciante. Zoro rezaba para tener la oportunidad de separarle la mano con la que le estaba tocando del resto del cuerpo. Eros se inclinó hacia su nuca y le lamió el cuello antes de morderle ligeramente la oreja.

Y de pronto, Zoro se revolvió. No aceptaba semejante tortura. No podía hacerlo. Deseaba tan fervientemente resistirse a que aquello sucediera que tironeó de las cadenas todo cuanto pudo, sobresaltando a Eros aunque sin lograr que se apartase de él.

- ¿Ahora si vas a resistirte a mí? – se sorprendió el marine.

- Preferiría morir antes que dejar que me tocases otra vez, hijo de puta – respondió el cazador con rabia.

- Pues no vas a tener esa suerte – le dijo Eros, obligándole a levantar la cabeza para forzar un beso en los labios.

El cazador gruñó asqueado ante el roce y entonces, aprovechó para morder con fuerza al capitán en el labio inferior. Eros gritó de dolor, apartándose mientras se tocaba la mordida y su mano quedaba manchada de sangre. Le rodeó lleno de rabia y se colocó delante de él. Golpeó un par de veces al cazador con furia, rompiéndole también el labio con los puños. Zoro solamente esbozó una sonrisa resignada.

- La has cagado pero bien, pirata – siseó el marine.

Eros se dejó de tonterías en ese momento. Se colocó de nuevo detrás del pirata con brusquedad. Sujetó el pantalón del cazador, amenazando con bajarlo de un solo golpe, mientras jugueteaba con la cremallera de su propio pantalón. Zoro no supo qué más podía hacer para evitar aquello. Sentía una desesperación contra la que no podía luchar inundándole el pecho. No quería quedarse quieto. No podía resistir en silencio mientras le robaban el recuerdo más dulce que tenía de lo que era hacer el amor. Aunque fuera idealista. No importaba. El único recuerdo que quería conservar era el de Mihawk cubriéndole la espalda con su cuerpo mientras le hacía suyo, se lo comía a besos y le derretía a base de caricias. Cerró los ojos con fuerza, incapaz de ver una salida al pozo de oscuridad donde Eros pretendía volver a meterle.

Entonces, el marine se detuvo y Zoro abrió los ojos de golpe al escuchar pasos sobre el suelo de piedra. Alzó la mirada para ver al Shichibukai caminando hacia él con paso firme y elegante. Llegó hasta el cazador encadenado y se dejó caer de rodillas frente a él. Pero con la mirada baja, como si fuera incapaz de mirar a Zoro a los ojos. Cuando pareció reunir el valor suficiente para levantar la cabeza, alzó también la mano derecha hacia el espadachín y éste pudo notar que le temblaba. Apenas le rozó levemente la mejilla, Zoro movió la cabeza para acomodarse contra esa cálida mano. Como si le estuviera diciendo que no tuviera miedo de tocarle. Que no iba a romperse. Que su roce era el único que permitía y anhelaba con cada fibra de su ser. Que todavía estaba allí para él. Mihawk comprendió todo cuanto el cazador quería decirle con el gesto. Le acarició con suavidad y deslizó la mano hacia su nuca. Inclinó la cabeza, cerró los ojos, y apoyó la frente contra la de Zoro.

- Estoy aquí – musitó el cazador, alzando la comisura del labio herida.

El pelinegro tragó saliva. Sus respiraciones se juntaron en un instante en el que saltaron unas chispas capaces de calentar el frío de la celda.

- ¿Qué cojones te crees que estás haciendo? – gruñó Eros al ver cómo Mihawk le interrumpía.

- No tienes ningún derecho a tocarlo. Igual que yo, en realidad – susurró el Shichibukai. 

- No digas eso – murmuró el cazador.

- ¿De qué estás hablando? Apártate, ¡vamos! – vociferó el capitán ante el repentino movimiento del pirata.

- Podría morir tranquilo si me besaras ahora – continuó Zoro con apenas un hilo de voz.

- No, no vas a morir, cazador. No mientras dependa de mí. Porque no puedo perderte – confesó el pelinegro. 

- Mihawk…

La sonrisa de Zoro en ese momento iluminó cada sombra que pesaba sobre el Shichibukai.

- ¡Mihawk! ¡Es mi juguete, mi trofeo! ¡Y no pienso compartirlo con un puto pirata como tú! – gritó Eros, insistiendo en un tono de lo más infantil.

Mihawk abrió los ojos de golpe. El cazador notó como de repente se le cortaba la respiración y, por un instante le costó mantenerse consciente. Zoro cruzó la mirada con el pelinegro, que seguía frente a él. Era lo más cerca que había visto nunca los ojos de un usuario del Haki del Rey. Había sentido semejante poder en sus propias carnes más de una vez, y seguía siendo tan impresionante como aterrador. El nivel del Haki del Shichibukai estaba todavía muy lejos de su alcance. Al recuperar el aliento cuando Mihawk parpadeó y la fuerza de Haki desapareció, escuchó un sonido sordo tras él. Eros había caído redondo al suelo de la celda, golpeándose con fuerza. Zoro trató de mirarle, pero el pelinegro le acarició la nuca haciendo que se volviera hacia él. Sus ojos se encontraron entonces solos por primera vez. Sin nadie mirando. Sin nadie presionando. Solo ellos. Y eso se notaba en el ambiente. Mihawk llevó el pulgar de su mano derecha hasta los labios del cazador para limpiar la sangre de la herida que Eros le había provocado. Zoro le besó el dedo y ronroneó mientras acomodaba de nuevo la mejilla contra la mano del pelinegro, mostrándose de lo más calmado, como si no estuviera encadenado en una celda de kairouseki dentro de un buque armado de la Marina rumbo a la cárcel más segura del mundo.

- ¿Estás bien? – murmuró el pelinegro.

- ¿Por qué ahora? – quiso saber Zoro.

- Puede que tú no tengas límite y seas capaz de soportar cualquier cosa, porque eres más fuerte de lo que imaginaba. Pero yo no – susurró -. Al ver cómo te revolvías intentando que no te tocase porque aun eres lo suficientemente estúpido como para creer en que eres mío… - Cogió aire con fuerza -. No he podido más.  

El Shichibukai inclinó la cabeza hacia el hombro izquierdo de Zoro. Pero antes de apoyarse contra él, pidió permiso de la forma más sumisa y culpable que el espadachín había visto nunca.

- ¿Puedo?

Zoro sonrió despreocupadamente y asintió con firmeza. Cuando Mihawk se recostó en su hombro, cerca del hueco del cuello, el cazador le besó el pelo, hundiendo la nariz en sus mechones negros y respirando su olor con los ojos cerrados. Mihawk notaba la piel del cazador sudada y sus músculos tensos al estar sujeto por las cadenas.

- Te estaba torturando más a ti que a mí, ¿no es verdad? – susurró Zoro.

El aliento del cazador rozándole la oreja le provocó un escalofrío. Pero también fueron sus palabras las que le pusieron de punta el pelo de la nuca. ¿Acaso Zoro estaba más preocupado por él que por sí mismo? Cada vez estaba más convencido de que el vínculo que tenían les volvía unos locos inconscientes a los dos. Pero era cierto que lo había pasado mal, muy mal, tanto como jamás imaginó que lo haría. Habría preferido mil veces antes sentir un dolor físico incomparable a cualquier cosa antes que ver lo que acababa de presenciar como testigo e instigador. Pensar eso era lo que de verdad le mataba por dentro.

- Lo siento – musitó contra el hombro desnudo del cazador.

- Shhh, no digas nada. No más culpabilidad, por favor. Mírame – le pidió.

- Deberías odiarme, cazador. – Mihawk evitaba alzar la vista hacia él -. Así se acabaría todo.  

- Es que no quiero que nada se acabe mientras sea contigo. Además, ya te he dicho que te odié – sonrió el espadachín -. Pero eso no es nada comparable a lo mucho que te quiero.

El pelinegro apretó la mandíbula. No era digno del amor del cazador. No podía evitar pensar que era demasiado, que nunca podría responder a semejantes sentimientos por mucho que le amara. Al final, Mihawk levantó la cabeza y miró al espadachín, aunque con una mirada cargada de culpa y de arrepentimiento.

- Y estoy orgulloso de ti, Shichibukai – añadió con una sonrisa de lo más sincera.  

Mihawk negó con la cabeza con fuerza después de mostrar una mirada de lo más confundida ante esa confesión.

- ¿Qué podría haber hecho yo para merecer eso? – quiso saber.

- Intentar proteger lo que amas a costa de lo que sea.

- No – se negó el pelinegro -. A ti te quiero. Y no he podido protegerte.

Zoro se quedó un instante sin palabras. Debía reconocer que eso no se lo esperaba. Y su gesto de asombro no pasó para nada desapercibido. Al igual que no lo hizo la consiguiente muestra de emoción que se pintó en su rostro.

- Dilo otra vez – pudo pedir.

- Zoro…

En su voz había cierto tono de reproche. No era el momento de pedirle que hiciera eso. Entre otras cosas, porque lo había dicho sin pensar. Sólo tal y como lo sentía. Y hacer eso para él era extremadamente complicado aunque no lo pareciera.

- No – le cortó el espadachín -. Dilo otra vez y hazlo como tú sabes que quiero escucharlo, por favor.

Mihawk le cogió el rostro entre ambas manos y le miró directamente a los ojos. Tenía que concederle al menos eso. Le acarició las mejillas. Disfrutó de sentirlas cálidas contra los dedos. Podía ver el ansia de la espera en la mirada del cazador. Eso le hizo sonreír a medias. Respiró hondo con suavidad como si se armase de valor y entonces, confesó.

- Te quiero, cachorro.

Dracule Mihawk se rendía ante Roronoa Zoro, definitivamente.

Notas finales:

Como habréis podido comprobar, me he explayado pero bien, ¿eh? Es larguísimo este xD El próximo quizá tenga que esperar un poquito más, de ahí que haya hecho este largo como concesión, sin cortarlo por el medio (que me lo plantee, pero me pareció incluso cruel xD). 

Deseando que os haya gustado muchito, espero vuestros reviews. ¡Gracias a los de siempre! ^^ Nos leemos, querid@s. 

Erza.


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