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Vinculados por koru-chan

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Capítulo dieciocho:


Entre la espada y la pared


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Era domingo en la mañana y el día comenzaba muy frío. Ajusté mi bufanda deslizándome por los peldaños de aquella estación descubriendo como el área estaba solitaria.


Caminé en línea recta bajo un  techo el cual me cubrió de las primeras gotas de lluvia las cuales, revolucionarias, se habían adelantado a caer aquella mañana cuando estaban pronosticadas para la tarde. Me senté, un par de metros alejado de la escalera, sobre una hilera de asientos de piedra e Introduje una de mis manos en mis bolcillos pensando que había escogido muy mal mis atuendos; una chaqueta de mezclilla no iba a juego con aquel débil clima primaveral. Suspiré sumergiéndome en la tela abrigadora alrededor de mi cuello hasta que esta cubrió mi nariz congelada. Me encogí de hombros sintiendo el fresco aire soplar poco solidario con mi entumida anatomía.


Luego de varios minutos miré mi teléfono; aún no era la hora que habíamos acordado con mis hermanas para encontrarnos en aquel lugar y, tenía la ligera impresión que no acudirían al encuentro.  Suspiré inquieto.


Quizá aún es demasiado pronto…—susurré en voz baja. Saber, de la noche a la mañana, que su madre estaba viva e internada en un centro de salud mental; sumándole, además, la aparición de este medio hermano que prácticamente desconocían era demasiada información para digerir.


Alcé mi cabeza cuando oí unos pasos provenir desde mi derecha. Miré con una pizca de esperanza que fuesen ellas y no cualquier persona ajena a aquella reunión mañanera. Mi problema de miopía no me dejó apreciar correctamente producto de aquella amplia distancia, pero pude distinguir que eran dos chicas las  que descendían las escaleras junto a paraguas empapados. Al aproximarse las reconocí: Eran ellas. Éstas se miraron después de comprobar que yo estaba ahí. Les sonreí haciéndoles señas con mi diestra una vez que me puse de pie.


Cuando se acercaron, no supe cómo saludarlas. En un inicio pensé en abrazarlas, porque eso deseaba, pero deliberé que sería demasiado invasivo y sólo me limité a sonreírles con aprecio. Katherine, me observó largamente; la chica de anteojos y fleco recto parecía una muchacha muy seria y eso me incomodó levemente. No sabía si ella era así—y su personalidad poco expresiva la disponía a mostrarse más fría—o sólo estaba un poco evasiva a la nueva noticia del paradero de su madre y a este encuentro con su desconocido hermano.


—Pensé que no vendrían—entoné para romper un poco la barrera de aquel primer encuentro a solas viendo como Lucy tomaba asiento donde yo había estado esperando con anterioridad el arribo de las menores. Arrastró con ella a su hermana quien no se había despegado de su brazo enfundado en acogedores abrigos.


—¿Por qué no?—cuestionó la embarazada cuando me acerqué para sentarme junto a ella.


—Porque todo es muy reciente; no nos conocemos en profundidad. Soy un completo extraño para ustedes y, si no hubiera sido por Akira y tu embarazo, jamás nos hubiéramos visto—articulé mirando el cielo nuboso. La lluvia sutil había amainado.


—No nos conocemos, pero, sinceramente, siento que te conozco de toda la vida. Eres mi hermano y pienso que tarde o temprano nos hubiéramos cruzado—le sonreí dulce viendo como Katherine miraba a Lucy con intensidad sin borrar aquel rostro introspectivo.


—Creo lo mismo—dijo Katherine dejándome apreciar su voz. La chica deslizó sus ojos hacia mí con determinación y, culpable, aparté mi vista de aquellos idénticos rostros.


—Perdón por nunca haberme acercado a ustedes. Creí, ingenuamente, que Kiyoharu… No lo sé.  Siempre le tuve miedo, aunque suene estúpido—esbocé con pesar alzando mi cabeza apreciando como poco a poco la estación se iba poblando.


—No es estúpido—afirmó Lucy—. Yo oí, un par de veces, como él te trataba mal. Me tragué sus mentiras, pero no las digerí—abrí mis labios viendo como sus manos tatuadas se posaban sobre las mías las cuales, contraídas en un puño, estaban en mis muslos. Sus labios fruncidos y sus ojos fijos hacia los míos gritaban: Lo siento. Negué con mi nuca  y les sonreí a las chicas.


—Dejemos el pasado donde debe estar: Atrás y olvidado—tragué duro y suspiré continuando con el asunto que nos competía aquel día—. El centro médico donde está nuestra madre es un buen lugar, pero es desgarrador verla ahí. Yo llevo visitándola varios años y ha pasado por etapas difíciles—miré a ambas con una sonrisa triste—. Ahí… se supone que mi madre está mejorando. Está más tranquila. De hecho me ha dejado entrar a la habitación un par de veces y hemos hablado de forma lúcida—las chicas me miraban atentas.


—¿Te ha dejado entrar a la habitación un par de veces? ¿Cómo es qué…?—abrí mis labios para contestarle a la castaña embarazada, pero me censuré.


—Con mi madre… no tenemos una buena relación. Hay veces que ella no puede verme; tiene crisis difíciles—titubeé en voz muy baja.


—Pero tú no le has hecho nada, ¿cierto?—negué.


—Es algo complicado…


—Tú le recuerdas… algo doloroso—afirmó Kathy con su intuición latente mientras miraba el cielo amenazante.


—Sí—entoné sin saber qué más decir.


—Tú no tienes la culpa de lo que sea que le aterre a ella—verbalizó la tatuada mientras frotaba mi brazo.


—No la tengo—musité al aire como un hecho, mas no lo llegaba a sentir del todo así.


—¿Crees que ella no quiera vernos? Ha pasado mucho tiempo; quizás piense que la odiamos y que nos olvidamos de ella—observé a ambas. Kathy tenía la vista perdida en las nubes, pero estaba muy atenta en la interacción que tenía con su hermana. Mientras tanto, Lucy sólo me observaba con impaciencia ocultando el nerviosismo que sentía hacia aquel próximo encuentro.


—Ella quiere verlas; me ha preguntado mucho por ustedes. Anhela reencontrarse con sus hijas pequeñas, pero puede que también, para ella, sea una gran conmoción verlas. Haga lo que haga, deben entender su difícil estado—las chicas asintieron mientras escuchábamos como el tren se paraba frente a nosotros acarreando consigo una brisa fulminante.


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El viaje fue silente y tras media hora descendimos para encaminarnos un par de cuadras hasta el centro donde nuestra madre era cuidada.


Amable me saludó la enfermera de turno después que la encargada de la puerta nos hizo pasar y nos anunció a la cuidadora. Ésta, con una sonrisa, miró intrigada a los dos rostros idénticos de las chicas que venían conmigo. Mensualmente era solamente yo quien iba de visita y estaba atento a cada uno de sus tratamientos y mejoras de mí madre. Traer a nuevos visitantes era una grata noticia.


—Su madre estará feliz—articuló la morena muchacha—. Le he hablado de que vendrían—Lucy me miró extrañada.


—Hablé por teléfono para informar de esta visita y que me orientaran al respecto; tenía dudas de sí habría algún inconveniente al efectuarla—comuniqué hacia las menores mientras deslizaba mi mirada hacia la mujer de uniforme blanco para que me confirmara el hecho. Ésta, con su alegre rostro y semblante tranquilo, asintió introduciendo sus manos en sus bolsillos delanteros de su delantal mientras caminaba hacia el umbral que conectaba hacía un largo pasillo solitario.


—Adelante—articuló gesticulando con su diestra para que nos encamináramos hacia el pasillo de pulcro piso. Y, antes que la chica de tez tostada y perfecto cabello recogido bajo siguiera a mis hermanas, me acerqué a ella discretamente para tenderle una bolsa de tela atiborrada de enseres; lo que siempre llevaba para su reposición y lo que la mujer me daba a conocer que le podría hacer falta—. ¿No vendrás?—entonó haciendo detener la plática y la marcha de las menores. Éstas, inmediatamente, se voltearon para observarme sin entender el  cuestionamiento de la chica.


—Tenía deseos de ser partícipe de este tan anhelado encuentro, pero, pensándolo bien, no quiero perturbar este momento tan importante—me dirigí a la uniformada—. Somos consiente de su delicado estado y no quiero ser yo el culpable de arruinarlo—acoté sin aliento.


—Tranquilo. Ella ya no tiene crisis con ataques de ira; estas son casi imperceptibles y muy aisladas—negué. Podía creerle a la mujer que estaba frente a mí porque pasaba gran parte de su tiempo estudiando a mi progenitora, pero yo era el detonante de su estado. Yo la había visto explotar con sólo mirarme. La muchacha suspiró y asintió rendida mientras dejaba apreciar aflicción en su rostro—. Está bien. Comprendo—susurró entendiendo mi punto. Si se descomponía por mi presencia, la visita esperada de sus dos hijas sería una pérdida de tiempo. Les daría su espacio.


Después de aquel corto intercambio de vocablos las vi retomar la marcha por aquel pasillo solitario mientras la mujer de atuendo impecable conversaba con las gemelas quienes se vislumbraban nerviosas.


Cuando las perdí  de vista me dirigí  a sentar a unos esponjados sofás donde, con anterioridad, estuvimos esperando a que la enfermera acudiera a nuestro encuentro.


Entretuve mi vista observando como otros parientes de pacientes acudían y esperaban cerca de mí a que un encargado fuese hacia ellos para llevarlos con su respectivo familiar. Personas llegaban y salían del edificio mientras yo permanecía ahí completamente ignorado y aislado en aquella amplia sala. Moví mi pierna inquieto por aquella agónica espera donde no sabía cómo les estaba yendo a las niñas…


Desesperado me puse de pie acercándome a un ventanal que daba hacia la entrada. Pegué mi frente en el cristal, cerré mis ojos y exhalé. No me martirizaría más; e impaciente me encaminé hacia el pasillo donde había perdido de vista a mis hermanas.


Sin un plan en mente, tracé mis pisadas hacia el cuarto de mi madre. Caminé por el corredor, después de atravesar un control de visitas, viendo enseguida un sinfín de cuartos. En la esquina doblé llegando a un extenso salón donde pacientes se desplazaban con ayuda de sus cuidadores, otros estaban sentados frente a la televisión y un par parecía arman un puzle de demasiadas piezas.


Cuando di con el cuarto me percaté que la puerta estaba entre abierta. Inspiré afirmándome de una pared adyacente escuchando las voces de las chicas conmocionadas y como mi madre hablaba entre cortado dichosa de aquel encuentro irreal. Mordí mi labio inferior sintiendo una infinita alegría la cual humedeció mis ojos. Sorbí mi nariz sonriendo y mientras limpiaba mis ojos oí:


—¿Cómo es que me encontraron?—hubo un largo silencio. Pensé que le contarían la historia de Akira y Lucy, pero simplificaron las cosas.


—Por Takanori—informó la tatuada. Tragué  duro; no esperaba mi nombre como respuesta de aquella pregunta.


—¿Y dónde está? ¿Por qué no vino con ustedes?—mis lágrimas salieron con más ímpetu de mis ojos. Y en silencio lloré cabizbajo dejando que mi flequillo cubriera mis dichosas lágrimas de felicidad por aquellas simples palabras.


Decidí que con aquel hecho estaba pagado. Me separé de la impoluta pared y, tras dar dos pisadas de regreso al salón, escuché como la puerta era abierta y unas pisadas se detuvieron detrás de mi espalda.


—Te iba a ir a buscar…—oí una voz susurrante. Alcé mi mirada limpiando mi rostro con el dorso de mi mano y me giré viendo la anatomía de Lucy  frente a mí observándome con congoja.


—No me pude contener el deseo de venir a ver cómo les iba—dije sonriendo contagiándole el gesto a la chica quien sacó de su pequeña mochila negra un paquetito de pañuelos.


—Vamos, entra. Ella preguntó por ti—inspiré decidiendo integrarme a aquel cuarto individual. Ella ingresó primero haciéndome un gesto silencioso con su diestra para que me animase.


Cuando mi madre cruzó su  vista con la mía, mi estómago se hizo un nudo pensando rápidamente desenlaces negativos por mi intromisión en aquella reunión de chicas. Pero ella, al verme, sonrió levemente en forma de saludo y estiró su zurda hacia mí. Di un par de pasos torpes titubeando el sí era correcto aceptar su mano. Pero sólo lo hice. La mujer mayor estaba sentada a los pies de la cama, tenía los ojos llorosos mientras Katherine frotaba su espalda con delicadeza susurrándole un par de palabras que no me di el tiempo de prestar atención.


Cogí su extremidad; esa que no tocaba desde que era pequeño. Su piel era suave y muy blanca; tenía pequeñas marcas de edad y una piel más ajada. Alcé mi vista viendo como susurraba un:—Gracias—esbozado en un hilo de voz mirando a las dos niñas quienes le sonreían. Me limité a imitar el gesto de mis hermanas mientras ella soltó mi mano para tomar la de Lucy y acariciar el rostro de Katherine. Percibí un calor en el pecho al sentirme, por unos minutos, amado por mi madre.


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La mañana se fue entre largas charlas de las vidas de las menores y con ello la hora del almuerzo llegó cuando las encargadas de la comida hicieron acto de presencia ingresando con un carrito frente a ellas atiborrado de charolas. Una de las mujeres, enfundadas en uniformes impolutos, dejó una bandeja cubierta sobre una mesa con ruedas dispuesta en un costado cerca de la puerta de la habitación. Luego la enfermera acercó el funcional mueble hacia la cama donde mi madre, autómata se sentó acomodando los almohadones tras su espalda mientras la muchacha descubría un variado menú.


—Pueden ir a los comedores a comprar algo o, si trajeron comida, podrían ir a almorzar sin problemas, allí—nos informó la encargada mientras le acercaba los cubiertos de plástico a mi madre.


—Pero, podríamos comer acá, ¿no?—cuestionó Katherine mirando a la enfermera por su aprobación y a nosotros para que la apoyásemos en su petición. Ambos asentimos y la cuidadora nos imitó sonriéndonos. Entonces, ella, salió del cuarto excusándose que volvería en unos minutos, pero sólo se fue para dejarnos algo de intimidad en aquel inusual entorno.


Sacamos nuestra propia comida y nos acomodamos de la mejor forma. En el suelo, sobre una alfombra mullida, nos sentamos Lucy y yo mientras que Katherine se apoderó de un sillón individual esquinado quedando cerca de nuestra progenitora quien, de su posición privilegiada, nos observaba dichosa de aquella reunión familiar mientras degustaba cada bocado con delicadeza.


Picotee mi ensalada hecha en casa oyendo como, de fondo, Katherine hablaba sobre su carrera universitaria con gran pasión. Observé a mi hermana quien le explicaba con gran detalle su malla curricular viendo como la mujer de más edad la escuchaba atentamente y le cuestionaba en algunos casos cuando no entendía tecnicismos propios de su área. En aquel recorrido llevé mis ojos a  Lucy quien bebía agua y frotaba su estómago con malestar; escasamente había ingerido su arroz acompañado de variadas verduras y trocitos de pollo. Más bien parecía que sólo había revuelto todo el contenido del recipiente individual y no había probado bocado alguno; su tez muy pálida la delataba.


Despegué mis labios para preguntarle, cuidadosamente, si se encontraba bien, pero callé viendo como se levantó discreta y salió sin decir hacia donde iba. A las mujeres no les llamó la atención aquel actuar siguiendo en su particular charla. Me disculpé informándoles a las presentes que tenía que ir a hacer una llamada y, tras tomar una botella con agua y una toalla de mano que saqué de mi mochila, salí en busca de mi hermana. Fue fácil dar con ella, sólo me dirigí hacia los baños donde la encontré de inmediato al oír como devolvía lo poco y nada que había ingerido en aquel día.


Empujé la puerta hacia dentro encontrándome con aquel lugar vacío. Miré los cubículos abiertos y me detuve en el primero; el único cerrado y donde provenían aquellos sonidos de arcadas.


Toqué la puerta cuando al otro lado estuvo todo en silencio y el estanque del inodoro era vaciado.


—Soy Takanori—emití tocando con mis nudillos la madera en tono rosado crema. La chica abrió. No me había dado cuenta de lo delgada que se veía a diferencia de su hermana. Me aparté dejando que se acercara a los lavamanos; estaba sudando y sus ojeras la hacían ver famélica. Luego que enjuagó su boca y rostro le tendí la toalla junto a la botella de agua de una reconocida marca. Secó su rostro y cuello. Y luego de inspirar y cerrar sus ojos—quizá suprimiendo una nueva sensación nauseabunda—bebió el agua de la botella como si hubiera pasado días en el desierto sin una gota de aquel vital líquido. Suspiró mirando su reflejo; lucía agotada.


—Estoy harta de esto—murmuró—. Hasta me cuesta tomar agua. Esta criatura me quiere matar—me miró con sus ojos aguados, mas no derramó ninguna lágrima.


—Esto es así, cariño—entoné con pesar palpando su malestar a flor de piel—. No soy una persona que sepa mucho sobre los síntomas del embarazo, pero, generalmente, estos malestares dan sólo los primeros meses. ¿Te has ido a hacer un chequeo? El médico te debería guiar paso a paso en este nuevo camino—articulé—. ¿Cuántos meses tienes?—terminé cuestionando con preocupación. Quizás estaba recién empezando con aquellos síntomas y tendría que soportar largamente y por lo escuálida que se veía me inquietó de sobre manera.


—Dos y medio o ¿algo así?—hizo una mueca de medio lado dubitativa. Parecía ignorar aquel detalle tan relevante.


—¿No has ido a medico?—negó rodando sus ojos para luego terminar mirándome con incomodidad—. Debes ir. Él te orientará como es debido—vi temor en la mirada de la menor.


—No quiero ir sola—declaró—. Me siento algo perdida porque tampoco sé dónde ir, cuánto debo pagar o sí debería ir al servicio público o privado—mordió su labio inferior mirando el suelo confundida. Suspiré pensando que sólo era una niña; y los niños no deberían tener bebés independiente de su apariencia o su edad “madura”


—Tranquila. ¿Te parece si te hago una cita?—asintió—. Los gasto correrán por mi cuenta… —acaricié sus brazos descubierto con cariño.


—Esto ni siquiera te incumbe. Dios, ¿qué hubiera hecho si tú no hubieras aparecido?—dijo entre quebrado limpiando una lagrimilla que se le escapó de la línea de agua de sus ojos.


—Me incumbe; eres mi hermana, ¿no?—asintió acercándose a mi pecho mientras yo la recibía enternecido.


—Sí, pero quién debería estar presente, llamando, preocupado de los gastos y sabiendo cómo me encuentro es Reita—se despegó de mi cogiendo de nuevo la botella entre sus pequeñas manos dibujadas con tinta detalladamente—. Ese idiota… No he sabido nada de él desde la última vez que lo vi cuando fueron a mi casa. Pasé como estúpida con el teléfono cerca, pensando, ingenuamente que lo tendría un poco más atento, pero no; todo estaba en mi cabeza—hice una mueca de medio lado.


—Podrías llamarlo tú. Él dijo que iba a estar contigo para lo que necesitaras, ¿no? Akira es algo indiferente, pero estoy seguro que está preocupado de ti. Además estaban algo distanciados, quizá no quiere incomodarte en tu estado…—ella bufó mirándome con un gesto duro.


—Lo estas justificando. Estoy segura que no le importamos. Además, después de lo que le dijo mi padre… seguro se asustó—rodó sus cuencas—. Mi padre no nos puede obligar a casarnos y claramente dejaré que vea al niño. No le prohibiré eso, pero en él no veo interés—entonó muy apagada—. Me gustaría que tuviera interés en mí… No, al menos en el bebé. No quiero andar detrás de él para que lo quiera—frotó su frente débil.


—No quiero justificarlo, pero está preocupado, sino no hubiera ido a hablar conmigo. Quizá yo ni sabría a estas alturas. Hay que darle tiempo, posiblemente…


—Lo estás haciendo de nuevo. Yo creo que te contó porque sabía que yo era tu hermana y, así, dejarte a ti con la responsabilidad—negué.


—No, para nada. No me dio muchos datos de ti. De hecho me enteré en el minuto que pasó todo al igual que él. Fue una sorpresa para todos.


—Ya no sé qué pensar…


—Ustedes deben hablar de su relación y del futuro de esta—la chica bufó.


—¿Relación?—me miró fastidiada como si yo fuese estúpido y no entendiese—. Nunca tuvimos una. Sólo nos acostábamos y ya.


—Bueno…—me rasqué la mejilla incómodo—. Akira es bastante así—contrajo su mandíbula con ira cerrando sus ojos.


—Reita me gustaba y mucho; por eso, me sentí importante cuando se fijó en mí. Ni me importó etiquetar lo que teníamos. Sólo pensé en lo que yo sentía y me cegué sin poder ver que Reita ni caso me hacía—se rió sin humor observando su reflejo nuevamente. Repasó con la yema de sus dedos sus ojeras. Estaba sin una gota de maquillaje—a diferencia del día que la fuimos a visitar con Akira—; aparentaba menos edad de la que en realidad tenía—. De hecho—me miró analítica—, envidié como te contuvo después del encuentro con mi padre. Era... tan dulce. Parecían tan cómplices… Reita me hacía caso cuando había tomado de más o estaba caliente—despegué mis labios pasmado con aquel deslenguado desplante de la menor—. ¿Cómo es que tú y él se conocen… tan bien?—afirmó sus cadera sobre la cerámica del lavamanos de aquel baño solitario mientras cruzaba sus brazos y me estudiaba con su mirada de tono canela intenso.


—Lo conocí por medio de su padre cuando Akira tenía trece años—sonreí recordando aquel desastroso día. La chica asintió expectante—. Un tiempo después que me fui de aquella casa.


—¿Eras amigo del padre de Reita?—la menor entrecerró sus ojos sin encontrar conexión y luego de unos segundos al ver mi mirada incómoda y mi gestualidad nerviosa captó la respuesta a esa pregunta—. Tú eres pareja del padre de Reita—formó una “o” grande con sus labios deslavados de un guinda mate.


Era—corroboré viendo como aquella “o” se hacia pequeña terminando por deshacerse—. Espero que no te moleste esto ni que me veas diferente por tener otro tipo de “preferencias." Sé que Kiyoharu tiene un pensamiento y forma de ser despectivo hacia las personas como yo. Así que no dudaría que tú tuvieses el mismo rechazo—la chica negó con su cabeza.


—Sé cómo es mi padre, pero yo no pienso así. Para nada—asentí algo dubitativo; sentí miedo que sólo lo dijera por cordialidad—. Así que ahí estaba su cercanía… Eres su padrastro—me sonrió la chica.


 —Ya no. Ahora sólo somos… amigos. Somos cercanos por este suceso que nos une. De hecho en el pasado no tuvimos una convivencia amena; ahora lo he ido conociendo más—le sonreí tímido.


—Tienes mucha experiencia paterna. ¿Podrías compartir tus conocimientos con una primeriza?—sonrió bebiendo agua mientras yo negaba.


—Conocí a Akira cuando era preadolescente. Tener un bebé es diferente—me carcajee contagiándole la risa a la menor. Frené paulatinamente mi gesto observando a la chica detenidamente mientras intentaba arreglar su lisa melena castaña. Esperaba, quizás, rechazo de su parte. Tal vez no algo tan marcado como la homofobia explosiva de su progenitor, sino algo más discreto. Pero no lo obtuve. Pensé, equivocadamente, que aquellas chicas habían tenido una formación arcaica, pero no eran así, al parecer, y eso me llenó de alivio.


—Quizás…—su gesto se colocó serio—, tú podrías ser mi puente para llegar a Reita. Quiero que esté conmigo en este proceso y, si se da, poder afianzar esta rara relación. ¿Crees que podríamos intentarlo como pareja?—fruncí mi mandíbula en una sonrisa falsa—. Podrías hablarle de mí; sinceramente, lo necesito mucho ahora. Normalmente soy bastante dura y no me dejo quebrar por nada, pero esto, lo del embarazo, me tiene superada. Ayúdame—entonó en un hilo de voz y me sentí horrible por mi hermana menor. Miré esos ojos suplicantes y tragué en seco.


Sabía a ciencia cierta que el bajista no quería nada ni con el bebé ni con la chica, pero yo quería que ella, como mi hermana menor, estuviese feliz y tranquila en esta difícil instancia. Pero ¿cómo hacerla feliz cuando aquello implica a alguien que no siente precisamente amor por ella? Akira me había confesado que en realidad gustaba de los chicos y que esto, lo que pasó con Lucy, había sido un error.


Estaba entre  la espada y la pared. Era feliz porque al fin había podido reencontrarme con mis hermanas y, además, que una de ellas iba a tener un bebé. Pero a la vez me destrozaba el alma haber visto derrotado a Akira al haberse enterado de aquella noticia la cual derrumbaba aquella apuesta que había hecho sobre los escenarios. Él quería triunfar en la música y, no tener que dedicarle la vida a un ser que nunca pidió en un puesto laboral que odiaría por un error de niños.


Quería el bienestar para Lucy y el de Akira, pero ¿había que pisotear a uno de los dos por la felicidad del otro?


—Haré lo que esté en mis manos. Quiero lo mejor para ti—le sonreí recibiendo un efusivo abrazo de la menuda y tatuada gemela.


 

Notas finales:

Hola. 

¿Cómo les va?

¿A mí? Bueno, les contaré a continuación mi miseria: 

Hubo un desorden en mi vida que no me dejó continuar con la edición de este capítulo, por ello—seguro nadie se dio cuenta—no lo subí la semana pasada porque colapsé. Fue extraño porque de hecho hice sinapsis y pude aclarar un par de cosas con respecto a la trama que tenía al debe, pero cuando me faltaban 2000 palabras por editar de este capítulo no pude más. (Culpa mía por hacer un capítulo de más de 4000 palabras. Sí, de nuevo) Y miré varios días el Word abierto sintiéndome frustrada por no poder seguir editado. Me desanimé mucho. Y es chistoso porque ni siquiera me desmotiva mi historia. Sólo soy yo y mis miserias.

En fin.

¿Qué tal el capítulo?

¿Qué problemas vendrán ahora con Takanori de cupido?

Yuu en algún punto aparecerá…

Gracias por seguir acá; las adoro mil. <3

Nos leemos pronto, bellezas. 


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