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Rosas Blancas por Aiko_Huang

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Reconozco que tengo una adicción.

Soy adicto a la sensación de vértigo, esa que te hace sentir que levitas sobre el suelo, tu cabeza da vueltas y tu vista se desenfoca por unos instantes, sientes que tus manos cosquillean y tus sentidos se apagan poco a poco.

Amo el olor que queda en las manos, ese rastro que queda prendado en los dedos aun después de haberte lavado. Ese minúsculo dolor de cabeza y el sabor que deja en los labios. Lo amo porque me hace olvidarlo todo por unos instantes…

En un principio creí que esa era mi mayor adicción y para ser honesto hubiera preferido que así hubiera sido.






Era diecisiete de agosto y había salido a mi caminata mañanera como de costumbre, cuando estuve lo suficientemente alejado de la casa saque del bolsillo de la chaqueta mi cajetilla de Marlboro fusion blast para enseguida encender uno, y así consecutivamente seguí haciéndolo hasta que llegue a una floristería. El recuerdo de ChanYeol diciendo:

“– SeHun, por lo que más quieras, ve a ver lo de las flores para la decoración–.”

Llegó a mi mente de forma tediosa y molesta, así que sin mucho ánimo entre en la tienda después de acabar el cigarrillo que aún tenía en la mano. Habían demasiadas flores, algunas eran totalmente nuevas para mis ojos; me acerque a un estante donde habían unas muy bonitas en tonos violeta, cuando la más dulce de las voces hizo eco en mis oídos.

– ¿Puedo ayudarle?–. Volteé en la dirección de aquel hermoso sonido encontrándome con algo aún más hermoso.

Alto, azabache, de labios felinos y pequeñas líneas negras bajo sus ojos. Se veía tan fino e inalcanzable. Quería tenerlo, lo necesitaba.

– ¿Busca algo en especial?–. Salí de mi ensoñación al oírle hablar de nuevo.

– Sí–. Logre pronunciar. – Busco flores... eh... para la boda de un amigo–.

Asintió y empezó a mostrarme algo a lo que no puse atención. Cuando me acerqué a él una esencia a rosas profano mis vías respiratorias, así que sin pensarlo dos veces le pedí rosas blancas. Habló un poco más sobre números, fechas y algo que no alcance a escuchar porque todo el me abrumaba y adormecía como nada lo había hecho antes.

A regaña dientes salí de aquella tienda por una llamada de parte de ChanYeol, reclamando a qué hora iba a regresar.

Me retuve un tiempo demás en la puerta tomando valor y paciencia para entrar, cuando lo hube echo pase adelante yendo al estudio de un solo mientras le decía lo de las flores con la esperanza que me dejara en paz. Como era costumbre me quede en el estudio hasta que dieran las diez de la noche, cuando ChanYeol venía a sacarme para ir a dormir.







Habían pasado ya varios días en los que nada podía sacar la imagen, presencia y olor de aquel joven de ojeras. Me sentía frustrado, atado, desarmado de todas las formas existentes “¿Cómo podía ser posible?” No sabía siquiera su nombre pero, lo necesitaba. Necesitaba verlo de nuevo, hablarle, descubrirlo y hacerlo mio.

Salí de la casa en un descuido de ChanYeol, camine sin rumbo con mi cajetilla de cigarros en mano, pensando sin pensar; solamente teniendo aquella escena que se repetía una y otra y otra vez. “El” rodeado de colores y olores que le hacían un fondo imperfecto a su persona. “El” sonriendo hermosamente. “El” sin nombre ni apellido.

Cansando de no saber; me deje caer en una banca de un parque que no había visto nunca antes, con un cigarro a medio acabar en mano y la vista perdida en algún lugar. Un par de niños jugando llamaron mi atención y al voltear a ver el mundo pareció tomar un color más intenso, el día tomo importancia y yo empecé a creer en el destino y la suerte.

– Huang ZiTao–. Pronunciaron sus labios, dibujándose una sonrisa en ellos. Y nunca un nombre me pareció tan perfecto.

Pasamos horas hablando de quien sabrá qué. Mis manos picaban por tocarlo, aunque sea rosar su perfección con la punta de los dedos pero, es que simplemente no podía. “¿Cómo sería capaz de tocar su pureza con mis manos manchadas de escarlata?” Era simplemente impensable.

Los días pasaban y junto a ellos se acercaba un poco más el día de mi juicio, de mi condena y castigo eterno. Más pasar las tardes junto a él era como tomar aire fresco, un respiro de vida y libertad.








Habían pasado veintiún días exactos, ese día salí de casa apurado, molesto, arto. Vivir con ChanYeol era un martirio diario y solamente quería dejarlo, irme lejos y nunca volver a ver atrás pero eso era algo más que imposible, el me encontraría aunque me metiera bajo una piedra. Sin más opciones camine hasta aquel ya conocido parque, saque mi cajetilla de cigarros esperando sentado en la banca; llego a la hora de siempre se sentó al lado mio con su sonrisa impecable y empezó a hablar de su día en la floristería.

– ¿Qué harías si hoy fuera tu último día de vida?– pregunte en cuanto dejo de hablar. Se quedó en silencio contemplado algo que no llegue a saber cuándo respondió:

– Haría lo impensable–. Su tono estaba lleno de convicción – Haría lo que siempre quise hacer aun si fuera peligroso. Lo haría todo–. Sus ojos brillaban en un tono rojo y ardiente, sus labios rosa mate entre abiertos y sus mejillas teñidas de rojo fresa lo hacían llegar al borde de la perfección.

– Tao–. Le llame ligeramente, botando aquel tabaco a medio terminar, lamí mis labios para borrar la sequía de los mismos y roce sus labios con los míos en un toque fino y firme. Suspiro sorprendido o quizá aliviado, tomo rápidamente el control del contacto y fácilmente domino mi lengua, mis labios y mis sentidos.

Me sentí abstraído en el momento en que se alejó, perdido, sin suelo bajo mis pies y en un intento de contrarrestarlo saque otro cigarro enciéndalo de prisa. El me dominaba con tan poco… por él lo haría todo, aun si fuera peligroso.





El tiempo siguió pasando, mi condena se dictó, un anillo y un dije me marcaban como preso y él seguía siendo mi refugio de libertad. Estar con él era imaginar una vida tranquila, estable, como si fuera una persona normal.

Su cama se convirtió en mi lugar favorito, a gusto. La tibieza de sus besos me reconfortaba y no aprisionaba cómo lo hacían los de ChanYeol. El fino toque de sus dedos sobre mí piel, la dedicación con la que me trataba, haciéndome sentir querido incluso amado, no como objeto de pertenecía o fin para sellar un contrato. Si cierro los ojos puedo recordar cada detalle a la perfección, su aliento cálido rozar mi cuello, los gruñidos que soltaba cuando mordía con ansia sus hombros, puedo sentirlo aferrarse a mí, aferrarme a él. Porque él se había vuelto mi droga, mi necesidad para sentirme libre, mi adicción.

Pasaron dos años, los cuales aún me sorprende que hayan transcurrido realmente, cuando empezó a hacer preguntas;

“¿Por qué fumas tanto?”, “¿Qué significa ese dije?”, “¿Por qué no te quedas el fin de semana?”, “¿Quiénes son tus padres?”

Con gusto le hubiera dicho que:

• Fumo para evitar explotar y mandar todo a la mierda; para mantenerme en control y procurar de que ChanYeol no sospeche.
• El dije es mi marca de preso, de esclavo.
• Los fines de semana tengo obligado a asistir a las juntas de negocios como el futuro líder de la “empresa”
• Y... mis padres son los mayores narcotraficantes del país...

Pero ¿Cómo le decía eso sin ponernos a ambos en riego? ¿Cómo le decía que me habían obligado a casarme con el hijo del líder de un cartel en ascenso y que amenazaba con derrocar al de mi familia? ¿¡Cómo!? Cómo le decía que era la escoria de la sociedad...

• Fumo para relajarme...
• Es la inicial del nombre de mi madre...
• Los fines de semana tengo junta en la empresa...
• Mis padres son homofóbicos...

Mentira tras mentira sentía perderlo un poco más, se fue alejando, las peleas empezaron y con ello me fui desmoronado junto a nuestra “relación” y me dolía tanto... me desesperaba a un nivel que ni el cigarro lograba calmarme, y así fue como ChanYeol empezó a sospechar.

Su voz me irritaba más de lo normal, empecé a subir el tono al hablarle hasta casi gritarle negándole el contacto físico más de lo normal...




El último día en que vi a Tao me despedí cómo lo haría cualquier día:

“– Ya me voy, si no vuelvo, recuerda que nos vemos en el hades–.”

Era una costumbre, en mi profesión salir a trabajar significa salir a arriesgar el cuello y tal vez no volver con vida. Fue una despedida adecuada, porque al poner un pie en “mi casa” me recibió un golpe directo al rostro por parte de mi “querido esposo” y luego de ese le siguieron muchos más.

Mientras sentía mi sangre correr y manchar mi ropa, las paredes, el piso, sus nudillos... temía más en el porqué, que en si podía llegar a matarme a golpes. “¿Se habría enterado?”, “¿Iría por Tao después?” me levante cómo pude cuando cesaron sus golpes.

– ¿Planeabas dejarme o solo era un entretenimiento? Sabes que no te libraras de mí aunque quieras, SeHun–.

Su tono estaba lleno de burla y sarcasmo. Apreté la mandíbula en signo de indignación “¿Entretenimiento?”, no podía gritarle que amaba a Tao más que a mí vida eso era como atarle la soga al cuello con mis propias manos, así que me tragué mis palabras y respondí de la manera más altiva que pude:

– Es más divertido que estar contigo–.

Me reí con todo el cinismo que guardaba, lamí la sangre de mis labios cómo buen sádico y camine cómo si de una pasarela se tratase hasta subir las escaleras para encerrarme en el baño, encender la ducha y rogar para que no se le ocurriera ir tras Tao.










Seis meses y medio transcurrieron hasta que ChanYeol dio con él. Siendo uno de los jefes tenía mis métodos para mantener oculto todo lo relacionado con Tao, pero en esto debes ser perfeccionista y yo cometí un único y gran error. Haber traído a la casa una rosa blanca.

– Compre rosas blancas para la reanudación de nuestros votos–. Me hablo ChanYeol desde la puerta del estudio a lo que yo ignore por completo. – Invité al chico de ojeras a la ceremonia, ya sabes, como agradecimiento–.

– ¿Qué?–. No pude evitar el deje de asombro que se escuchó en mi voz.

– Hay amor mio, antes no cometías errores tan absurdos–. Dicho esto se fue dejándome estático en mi lugar. 











Ocho semanas parecieron tan eternas cómo fugaces. Renovamos los estúpidos votos y continuamos como la más farsa de las parejas felices habidas y por haber, cuando en una jugarreta del destino una de las entregas salió mal y todo termino en medio millón de dólares en mercancía perdidos, ocho muertes, un trato roto y conmigo a cargo de dos carteles... al fin libre, no del todo, pero libre al fin y al cabo.

Estaban por cumplirse los diez meses desde que a última vez que vi a ZiTao, me había tardado más de lo que quería en acomodar de nuevo las cosas, sin ChanYeol tenía el doble de trabajo y encontrar a las ratas que nos traicionaron no fue tan fácil como esperaba.

Eran las dos de la madrugada cuando termine todos mis asuntos pendientes, tome mi celular, las llaves del auto y sin preocuparme en ponerme un abrigo salí del departamento, al que me había cambiado hace poco, con dirección a donde Tao vivía.

Mientras conducía marque el número que me sabía de memoria, sonreí como idiota pensando en que estaba a pocas horas de verlo. El pitido que indicaba que estaba llamando sonaba una y otra vez, pero nadie parecía tener intención de contestar. Seguí marcando las veces que me mandaba al buzón, un mal presentimiento se instaló en mi pecho, conduje más rápido y apreté el volante en un nerviosismo repentino. Sentía que algo muy malo ocurriría si no lograba llegar rápido.

Buscando calmarme observé la caja plateada que descansaba en los asientos de atrás, sonreí un poco más tranquilo al recordar su contenido; un bonito abrigo en color azul, el color preferido de ZiTao. Era el abrigo del que se enamoró cuando lo vio en aquélla tienda la última vez que salimos a almorzar. Volví a sonreí ante ese recuerdo pues era dos de mayo, el día de su cumpleaños.

Cuando el celular me mando a buzón por quinceava vez apreté el acelerador un poco más, pasándome unos cuantos rojos sin cuidado. Sentía que retrocedía en lugar de avanzar, debía llegar rápido, tomarlo entra mis brazos y proponerle irnos de país, irnos a Qingdao, al lugar en donde él vivió y creció. Conocer a sus padres y caminar tranquilamente de su mano por la calle, almorzar los fines de semana en familia y vivir tranquilos y felices.

Una nueva sonrisa de idiota enamorado se instaló en mis labios estando a unos pocos metros de llegar. Me estacione bajo las escaleras de emergencia, apague el motor, salí del auto y tome la caja plateada entre mis manos. Respiré un poco para calmarme antes y cuando estaba por dar el primer paso; una mujer gritó, dejando caer un recipiente con agua que cayó en el auto y salpicó en mi rostro.

Lleve mi vista hacia arriba, sintiéndome vacío de repente, sonriendo como lunático porque allí estaba él, sentado en las escaleras de emergencia cómo solíamos hacerlo para ver el atardecer.

No sé cuánto tiempo o lo que paso, había gente y mucho ruido, camine a la entrada del edificio cuando un oficial me aparto, me hice a un lado y los deje pasar subiendo las escaleras de servicio hasta el sexto piso, cuando llegue a su puerta esta se encontraba abierta así que entre sin más. Habían muchas personas.

– Oye tú, no puedes está aquí–.

– Este es el departamento de mi novio–. Conteste viendo confuso al hombre que me hablaba. Que se quedó callado por un momento.

– ¿Eres OSH?–. Preguntó, con una mueca en el rostro. Asentí convencido a lo que él me entrego una bolsa plástica, la tome y se fue dejándome solo.

Abrí la bolsa y dentro había una cajetilla de Marlboro fusion blast y una nota que ponía:

“Con tu llegada encontré el placer y con tu partida el delirio.
Nos vemos en el hades.
OSH”





Sonreí de nueva cuenta y salí del edificio; subí a mi auto y conduje hasta llegar a la autopista, corriendo el auto a todo lo que daba hasta salir de Seúl. Alejándome de los caminos principales hasta una carretera solitaria que pasaba cerca de un risco, sol estaba justo frente a mis ojos cuando pase por alto la valla de seguridad, desabroche el cinturón de seguridad y limpié las lágrimas que bajaban mojando mis mejillas.

– Nos vemos, Tao–. Susurré feliz, en llanto. Cerré los ojos reproduciendo el recuerdo de la primera vez en que lo vi, calmándome al ver esa sonrisa hermosa y sincera.


















Extraño sus besos, sus manos, sus labios sobre los míos, su sabor, su piel, sus ocurrencias y su actitud infantil, Extraño a Huang ZiTao.

Sabía que mi amor no era sano, sabía que tenía que dejarlo pero es que simplemente no podía, no podía dejarlo y es que ¡Lo amaba tanto!

Mi deseo por ser libre lo mato, mis mentiras, mi egoísmo, pero es que él era; mi adicción.

 

Si tan solo le hubiera dicho la verdad…











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