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Idénticos, pero distintos. por SonAzumiSama

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Notas del capitulo:

Mil y un gracias a:

 

• Akari Uchiha

• Eduardo

• Ana

 

Por sus hermosos reviews. ¡No tienen ni idea de cuánto los amo!

CAPÍTULO XIII

 

Destino

 

Era miércoles cinco de agosto del año 2015. Sus ojos color rojo-violetas apreciaban el mundo, mientras él se recostaba en el barandal de lo más alto de una escalera.

Las personas pasaban por detrás de él y algunas chicas se detenían para apreciar ese atractivo físico que poseía aquel chico. Aunque él no parecía prestar atención a nadie.

Veía a las personas pasar por la acera, y los autos que conducían por la calle, uno que otro excediendo el límite de velocidad.

Su rostro no tenía expresión alguna. Su cabello estaba algo desordenado y su rostro un poco demacrado, como si no hubiese dormido o comido en días. Siendo impresionante que, aun así, atrajera miradas coquetas.

—¿Qué haces, Dantalion~?

El pelinegro escuchó aquella molesta voz de aquel molesto rubio preguntándole aquello con una gran sonrisa, mientras sentía ser abrazado por la espalda.

—¿Sigues pensando que quieres enamorarte? —preguntó muy cerca del oído contrario con una voz coqueta y un tono un tanto burlón.

—Sí —respondió sin más y en un tono apenas audible.

El rubio entrecerró los ojos con tristeza y lo abrazó con mucha más fuerza, de una manera algo protectora y como si nunca quisiera que se fuera. Tal vez porque así era.

—Eres tú quien no se deja amar —susurró con dolor.

Dantalion solo se separó bruscamente del abrazo y comenzó a abajar las escaleras rápidamente, pero fue detenido por el brazo.

—¿Por qué no me aceptas? —preguntó presionando un poco más su agarre.

—Porque eres una molestia —respondió de manera fría y queriendo continuar su camino, pero el rubio no se lo permitió.

—¡¿No lo entiendes?! —Gritó un poco llamando la atención de varias personas, pero sin importarle—. ¡Nadie, que no sea yo, va a amarte! ¡Si las personas a tu lado llegasen a conocerte por completo, sé que se van a alejar de ti, pero yo no! ¡Yo me quedaré contigo para siempre! Solo acéptame… acepta mis sentimientos —suplicó con los ojos un poco nublados.

Dantalion los ojos abiertos y los puños fuertemente cerrados ante la rabia. No miraba al rubio y su respiración se agitó levemente.

—Si tu intención era ganarme, me has perdido —murmuró el pelinegro soltándose del agarre con brusquedad, pero siendo detenido de nuevo inmediatamente.

—Dices que quieres amar, pero no aceptas los sentimientos de la única persona que te amará eternamente. ¿Por qué? —susurró el rubio dolido.

—Creo habértelo dicho ya —respondió Dantalion mirándole enojado—. Porque eres una molestia.

Y dicho eso, se soltó del agarre.

—¡Dantalion! —Le detuvo de nuevo, pero sin sostenerlo esta vez—. Aun cuando no los aceptes, si alguna vez de casualidad necesitas algo, cualquier cosa, puedes venir a buscarme. Siempre estaré para ti.

El pelinegro no dijo nada, solo se retiró en silencio sin mirar atrás.

No sabía si ese era el día de «sal y sé cursi con tu pareja». Porque por todos lados veía a los chicos abrazar a sus novias por la cintura, a las chicas repartir varios besos por la cara de sus novios de manera cariñosa, a parejas tomadas de la mano muy juntos, compartiendo una bebida con dos sorbetes. Dándose obsequios…

No importa por donde mirara, su alrededor estaba impregnado de parejas.

Quiso escapar… y así lo hizo.

Corrió y corrió intentando no mirar su en derredor.

«¡Nadie, que no sea yo, va a amarte! —Recordó mientras sus piernas continuaban corriendo con fuerza—. ¡Nadie va a amarte! ¡Nadie va a amarte! ¡Nadie va a amarte! ¡Nadie va a amarte!»

Seguía escuchando esas palabras en su mente y le enojó, porque sabía que era verdad.

Aquel que menos merece amor, es el que más sediento está de él. Era por eso que quería amar y que lo amaran, aunque no lo mereciera. Porque estaba sediento.

Él jamás había recibido ni un poco de amor y quería saber cómo se sentía, quería poder ser como esas parejas que le presumían su felicidad al mundo. Él quería ser feliz… pero jamás lo sería, porque no se lo merecía.

Se enojó. Se enojó consigo mismo por ser quien era y eso lo llevó a ir a un lugar desolado y golpear con fuerza una pared. Quería que el dolor físico opacara su dolor emocional y no se detendría hasta que sus nudillos o la pared se rompieran. Alguno de los dos caería primero.

—¿Por qué tan molesto?

Se sobresaltó llevando su mirada al dueño de esa voz, encontrándose con un rubio de ojos verde leyendo tranquilamente.

Solomon Twining.

Fue ahí cuando lo conoció. Cuando comenzó a creer en el destino. Cuando supo que era ese rubio el que tenía la llave de su felicidad.

Él no merecía ser amado, pero merecía una oportunidad. Y lo supo ese día, cuando lo conoció a él. Sentía que el destino, por una razón en específico, lo había puesto en su camino.

 

 

—¡¿Dejas tranquilo mi cabello?! —regañó William enojado mientras caminaba por los pasillos de Stratford.

Era viernes cinco de mayo de 2017 y era sumamente irritante que su molestia andante personal comenzara a molestarlo a tempranas horas de la mañana.

—Quiero ver si te puedo controlar como el Ratatouille —dijo Dantalion mientras jalaba, sin fuerza, dos mechones de cabello del rubio.

—¡No seas imbécil, y ya déjame!

A pesar de ello, Dantalion continuó jugando con el cabello del rubio todo el trayecto hasta el aula.

Para extrañeza de William, Isaac no se presentó ese día a clases, por lo que Dantalion lo usó de excusa para permanecer a su lado y continuar jugando con su cabello.

—¡Ya déjame! —continuaba William intentando alejar las manos de más alto, pero éste no cedía.

Muchos de sus compañeros los miraban extrañados. Jurarían que esos dos hace un mes se llevaban mal y ahora hasta parecía que se tuvieran ganas.

—Sí iremos mañana, ¿cierto? —preguntó Dantalion aludiendo el festival, sonando bastante entusiasmado.

—Dije que iría si no te comportabas como un idiota, pero por cómo estás actuando, en este momento, es posible que me retracte.

—¡No, no lo hagas! ¡Ya dejo en paz tu cabello! —dijo rápidamente colocando sus manos sobre el escritorio, como un chico bueno y obediente.

William solo lo observó de reojo, llevando luego su mirada al frente tras la llegada del profesor.

 

 

Cuando la primera clase terminó, Mycroft Swallow apareció en el salón haciéndole señas a William desde la puerta para que se acercara, señales que el rubio acató de inmediato.

Dantalion permaneció en el asiento mirando a William desde la distancia.

«Sigo pensando que esa voz en su cabeza habla del joven William.»

Las palabras de Baphomet resonaron en su mente y le hicieron pensar por un momento, pero de nuevo descartó la idea. El sentimiento que sentía hacia el menor de los gemelos era solo de amistad. De eso estaba cien por ciento seguro.

Cuando los hombros de William fueron cuidadosamente abrazados por Swallow y las risas de ambos llegaron a sus oídos, inconscientemente cerró los puños y frunció el ceño.

«¿Por qué tanta confianza?», se quejó en sus adentros.

Y, si las miradas mataran, Swallow ya yaciera muerto en el frío suelo.

Las cosas empeoraron cuando el escondió un poco el rostro en el cuello de William mientras las risas aumentaban y no se detenían.

Dantalion se levantó enojado de su asiento dispuesto a separarlos, pero no fue necesario porque el abrazo se desvaneció y las risas fueron cesando poco a poco, por lo que volvió a su asiento, pero sin dejar de mirarlos por si de nuevo ocurría otro movimiento con exceso de confianza.

—Bueno, eso es todo —dijo Swallow después de terminar de reír—. Por cierto, ¿por qué el nuevo look?

—¿El nuevo look? —preguntó confundido William, mientras alzaba una ceja.

—Tu cabello —aclaró Swallow.

—¿Mi cabello? —Repitió William llevando sus manos a su dorada melena, notando que estaba llena de pequeñas trenzas—. ¡Este Dantalion!

Swallow rio ganándose una mirada de su rubio amigo.

—Bueno, te queda bastante bien. Deberías dejártelo —se burló Mycroft.

—¡Cállate! —ordenó William levemente sonrojado.

—Como sea. Nos vemos luego —se despidió Swallow riendo todavía mientras se retiraba del lugar.

William, furioso, fue directo a donde estaba Dantalion. No sabía que parte de «no actúes como un idiota» Huber no entendía.

Al llegar junto al mayor, le lanzó su mejor mirada de furia y señaló su cabello.

—¿Te parece gracioso? —regañó recibiendo solo un inocente encogimiento de hombros por parte del pelinegro—. Idiota.

William se sentó intentando desenredar las trenzas en su cabello, pero era un poco difícil.

—Deja que te ayude —se ofreció Dantalion, pero William se alejó un poco impidiéndoselo—. Yo puedo ver donde las tienes. Deja que lo haga.

El rubio le miró enojado por unos segundos y luego dejó que algunas trenzas fueran desatadas por el pelinegro. A fin de cuentas, fue Dantalion a quien se le había ocurrido la grandísima idea de trenzar su cabello.

Durante la segunda clase, el pelinegro se dedicó a soltar las últimas criznejas y a aplastar varias veces seguidas el cabello de William y peinarlo con sus dedos, para alisar los pequeños rizos que habían quedado. Esperaba solo que William no se retractara de lo del festival.

Durante el resto de la clase, sus granates no se apartaron del rostro de su acompañante ni por un segundo.

«Esa voz en su cabeza habla del joven William.»

La afirmación de su mayordomo volvió a resonar en su mente.

«Si lo consideraste, es porque de algún modo algo de él te gustó, ¿no?»

Las palabras de Isaac también resonaron en su cabeza y casi podía jurar que aquellos dos se encontraban detrás de él susurrándole esas palabras con un cono en la boca para simular un megáfono.

Y sí, lo admitía, sí se quería acostar con él, pero ese lío en su cabeza empezó cuando estaba debatiéndose si el idiota que le gusta a William era Debbie Crawford o Dominic Brownley. Llegó a la conclusión que Debbie era el más acertado a la descripción que William le había dado y pensó que si un día estuvieran juntos, al menos Crawford tendría a alguien que sabía cómo besar.

Después de ello, recordó lo bueno que era William besando y quiso ser besado de esa manera otra vez. Y, a partir de ese día, comenzó a desear estar sexualmente con él.

Quizás solo quería saber si William era tan bueno en el sexo como besando. Usualmente las personas como él sorprendían en la cama y él quería ser el primero en averiguar si William asombraba al momento de sacudir el colchón. Si lo pensaba con cuidado, era solo un capricho que tenía y que comenzó cuando recordó los labios de William sobre los suyo.

Rozó sus labios con su dedo índice, recordando todas las veces que se habían besado.

Él había afirmado querer enamorarse. Quería saber cómo se sentía ser amado y los besos de William lo habían logrado.

Cuando se besaron, había sentido como si William lo amara por sobre todas las cosas, con un poco de salvajismo, pero con el suficiente cariño para sentirse amado. Incluso aquel rubio de ojos azules que se encontró en Paradise Park y que afirmó ser el único que lo amaría eternamente, no era capaz de darle esa sensación al besarlo.

¿Era por eso que le encantaba tanto los labios de William? ¿Por la forma en que lo besaban y le hacían sentir la única persona sobre el universo?

Y si con solo unos besos de William era capaz de sentirse amado, llegar más lejos todavía posiblemente sería aún mejor.

El rubio le golpeó la frente con su dedo índice un poco fuerte sacándolo de su trance.

—Deja de mirarme así —dijo William un poco molesto mientras se levantaba de su asiento y recogía sus cosas—. Fue bastante exasperante tener tu vista sobre mí toda la clase.

—¿Ya… ya acabó la clase? —preguntó volviendo completamente a la realidad.

—Sí —fue lo único que dijo comenzando a dirigirse a la salida.

—¡Espérame! —gritó Dantalion recogiendo sus cosas rápidamente para seguirlo—. Hoy también te traje el almuerzo —informó con una gigantesca sonrisa.

William estaba harto de la amabilidad de Dantalion. No soportaba seguir estando cerca de él y ocultar sus sentimientos al mismo tiempo. Era demasiado difícil. Demasiado doloroso.

Si las cosas no volvían a ser como antes, sus sentimientos nunca se borrarían.

—¿Y yo te pedí que lo trajeras? —dijo lo más cruel que pudo—. ¡Deja de hacer cosas innecesarias!

—Yo… —balbuceó Dantalion— solo quiero que comas conmigo.

—¿Motivo? —preguntó molesto.

—Te lo dije, me gusta estar contigo.

—¿y alguna vez te has preguntado si a mí me gusta estar contigo? ¿O solo piensas en ti?

Dantalion apartó la mirada. William siempre estaba malhumorado, pero parecía divertirse un poco cuando estaba con él, así que nunca creyó que le desagradara estar a su lado.

—Yo… —intentó decir, pero William lo interrumpió.

—¿Crees que me gusta ser arrastrado a cualquier lugar que se te plazca? ¿Qué entres por mi balcón como si mi habitación te perteneciera? ¿Aguantarte a tempranas horas de la mañana? ¿Crees que es agradable?

Dantalion detuvo su andar dejando que William adelantara el paso.

—Sí, tienes razón —murmuró deteniendo el caminar del rubio y logrando que éste girara a verlo—. Lamento haber sido tan molesto últimamente; me mantendré al margen. Y olvida lo de mañana. No tienes que venir conmigo a ningún sitio.

Dantalion le dedicó una última sonrisa para luego retirarse dejando solo a William.

El rubio suspiró y dio tres pasos, deteniéndose y llevando una de sus manos a su frente.

Ahora se sentía culpable.

Pero era lo mejor, mientras Dantalion se mantuviera alejado, sus sentimientos se calmarían.

Suspiró y sacudió la cabeza. Decir «no» era lo suyo, no tenía por qué sentir culpa por haber alejado a Dantalion.

Continuó caminando mientras le llegaban imágenes a la mente que no necesitaba en ese momento. Todo el tiempo que pasaron juntos y esa enorme sonrisa que Dantalion dibujada cuando estaban juntos. De verdad se veía feliz cuando estaba con él.

Intentó pensar en otra cosa, pero no podía. Los recuerdos inundaban su mente y no le dejaban en paz.

Se detuvo y suspiró con cansancio. Odiaba ese sentimiento de remordimiento. Odiaba estar perdidamente enamorado de Dantalion. ¡Oh, cómo lo odiaba!

Quizás el motivo por el cual se sentía culpable era por tratarse de quien él estaba enamorado, pero debía ser fuerte y mantenerse firme. Eso es lo que había querido desde un principio, que Dantalion se mantuviera alejado para que sus sentimientos dejaran de crecer y así arrancarlos de raíz y más nunca tener que preocuparse por ellos.

Pero fue mucho más difícil cuando el receso de la mañana acabó y entró a la tercera clase. Dantalion había ido de vuelta a su asiento, cumpliendo su promesa de mantenerse alejado. Mientras que William no podía dejar de mirarlo de reojo de vez en cuando.

No sabía si era su imaginación jugándole sucio o la completa realidad, pero el rostro de Dantalion parecía afligido. Quizás en verdad quería ir a ese estúpido festival. Después de todo, había aclarado nunca haber ido a uno. Tal vez siempre había querido hacerlo y realmente estaba emocionado por ir.

O posiblemente estaba afligido por una razón completamente distinta a esa.

Suspiró mentalmente.

La culpa es una de las peores emociones amargas que se puede sentir. Y hacer sentir mal a la persona que le gusta no se sentía nada lindo.

A pesar de que por fin iba a mantenerse alejado de Dantalion y mantener con él una relación de compañeros de clases, no podía evitar sentir esa amarga sensación. Después de todo, no podía negar que él también disfrutaba de la compañía de Huber, aun cuando éste actuara como un idiota.

Y volverse a acostumbrar a mantenerse alejado de él le iba a resultar difícil, porque había vuelto a acostumbrarse a la compañía del pelinegro.

En aquellos tiempos, fue muy fácil haberse mantenido alejado de Dantalion porque éste solo estaba detrás de Solomon. Y como Dantalion solo seguía al mayor de los Twining, había sido muy sencillo alejarse y hacer que Dantalion lo odiara. Pero ahora, que el pelinegro tenía puesta toda su atención en él y no en su hermano, sería realmente un obstáculo al momento de mantenerse apartado.

En cualquier segundo enloquecería.

 

 

En la hora del almuerzo, Dantalion se encontraba comiendo lentamente debajo del árbol. No sabía exactamente qué, pero algo le dolía. No tenía apetito y ni siquiera la exquisita comida de Baphomet que tenía al frente era capaz de despertarle el hambre.

Fue en ese momento que, teniendo su cabeza gacha, vio unos pies acercarse hasta detenerse frente a él.

Reconocía esos zapatos, pero no quería hacerse ilusiones, así que levantó la mirada y vio a William extendiendo una mano hacia él.

—Mi almuerzo —aclaró el rubio.

Dantalion entendió y de inmediato le dio el almuerzo extra que Baphomet había preparado —y el cual había acatado la orden de su amo mirándole sardónicamente al todavía creer que esa voz en su cabeza se trataba del menor de los Twining, a pesar de Dantalion aclararle que no era así—.

William tomó el almuerzo y se sentó a su lado a comer.

El pelinegro solo lo miró de reojo por unos segundos y llevó después su mirada a la comida al sentir el silencio algo incómodo.

—Dantalion… —comenzó suspirando fuertemente—, no es que me moleste tu compañía, porque de verdad no me molesta. Lo que me molesta es que actúes como un idiota.

—Lo lamento… —murmuró el pelinegro bajando la mirada.

—Solo quiero que entiendas —prosiguió William—, yo tengo muchas responsabilidades y me frustro con cualquier cosa, es por eso que siempre respondo de esa manera… por eso y porque es mi manera de ser. Solo te pido que no hagas cosas sin consultarme. No entres por mi balcón, no me fuerces a hacer algo que no quiero, no uses tu fuerza conmigo para conseguir lo que quieres. Considera también mis opiniones y no hagas lo que quieras solo porque te parece bien.

Dantalion lo miró esperanzado y feliz.

—¿Eso significa que puedo permanecer a tu lado?

William se sonrojó ferozmente y apartó la mirada con brusquedad.

—Cállate. Solo te estoy diciendo que, si me quieres acompañar, sepas cuando es el momento de bromear y cuando no —hizo una pausa mirándole de reojo—. Y sí iré a ese festival.

—No tienes por qué —se apresuró a responder Dantalion.

—Iré no porque me lo pediste, es porque pienso que quizás deba relajarme un poco —llevó la mirada a su almuerzo—. Además, hoy tenemos que reunirnos para hacer el trabajo. Las cosas no pueden ir raras entre nosotros.

Dantalion asintió con firmeza y con una enorme sonrisa.

—Sí, tienes razón —dijo el pelinegro llevando su mirada a sus alimentos y mordió su labio inferior—. ¿Puedo seguir trayéndote el almuerzo?

—Si gustas…

Dantalion sonrió y procedió a comer cuando milagrosamente el apetito había vuelto.

William se maldijo a sí mismo. Había preferido seguir con esa tontería de disfrutar la compañía de Dantalion mientras pudiera y no mantenerlo alejado para dejar de sentir eso que sentía por él.

No sabía desde cuándo se había vuelto tan débil. Era cierto lo que decían: el amor te vuelve idiota.

Suspiró llevando su mirada al cielo y sintiendo que ese día se parecía a cuando conoció a Dantalion, porque aquel día Isaac también había faltado.

 

 

Era día lunes siete de septiembre del año 2015. Recordaba haber llegado al colegio fatigado y dirigiéndose inmediatamente a su puesto. Los estudiantes hablaban animados rellenando la paz del lugar con sus voces tan irritantes, mientras él solo quería callarlos. Pero, para su desgracia, él no era prefecto en aquellos tiempos, por lo que carecía de autoridad.

William intentaba no pensar en nada, pero había algo que le molestaba; se sentía observado. Abrió los ojos para fijarse en su entorno y lo encontró: un chico de cabellos negros que lo miraba como si fuera el Mesías.

El rubio no le dio importancia y cerró de nuevo los ojos intentando distraer su mente con cualquier pensamiento para no prestarle atención a sus compañeros de clases.

—¡Silencio! —le escuchó decir al profesor quien entraba al aula con un semblante serio.

Todos observaron al pedagogo y aquel chico lo hizo con una gran sonrisa, sentándose al lado del rubio.

—¿Me recuerdas? —fue lo primero que escuchó decir de su voz, pero él solo alzó una ceja y le miró indiferente.

—No —le respondió dispuesto a prestar atención a la clase y no a aquel idiota.

Pero de vez en cuando lo veía por el rabillo del ojo y la tristeza que tenía el pelinegro en su rostro. Por alguna razón le resultaba familiar, como si ya lo hubiera visto con anterioridad. Tal vez entonces sí lo conocía.

Sacudió luego la cabeza para dejar de pensar en ello. Quizás solo estaba confundido.

Pero cuando salió del aula y fue detenido bruscamente por aquel chico gritando un «¡Espera!», la familiaridad se había vuelto un poco más fuerte. Pero no estaba de humor ese día para soportar las idioteces de un idiota.

—¿Otra vez tú? ¿Qué quieres? —se quejó.

—Solomon… ¿de verdad no me recuerdas?

William giró los ojos con cansancio. Ahora entendía que solo era un malentendido.

—No soy Solomon —se soltó del agarre enojado de ser confundido con su hermano.

—¡William!

Y, como si lo hubiera invocado, Solomon apareció detrás del chico, quien giró inmediatamente.

—¡Hey! ¿Dantalion era?

—¡Solomon! ¡La próxima vez que hagas un nuevo amigo, asegúrate de aclararle que tienes un hermano gemelo! ¡Sabes que odio que me confundan contigo! —dijo mientras pasaba por el lado de su hermano.

—No deberías enfadarte por cosas como esas —dijo Solomon con esa calma que lo caracterizaba.

—Yo me enfado con lo que quiero —continuó caminando, escuchando como aquellos dos imbéciles entablaban una conversación.

—¡Qué pequeño es el mundo! —Le escuchó decir a su hermano—. No pensé que te volvería a ver.

—Yo tampoco.

Cuando escuchó a Dantalion decir aquello, se sorprendió y detuvo sus pasos, pero sin mirar atrás.

—Es decir, luego de aquel día, he querido verte de nuevo y… me alegra volver a encontrarte.

William se giró esta vez mirando extrañado al pelinegro. Esa voz la había escuchado antes, pero no recordaba dónde y la apariencia le resultaba bastante familiar. Pero por más que lo intentase, no podía saber de quién se trataba.

Sacudió la cabeza para proseguir su camino. Si lo había olvidado, entonces aquel sujeto no era nadie importante.

 

 

No entendió cómo había podido olvidarlo, después de preocuparse por ese idiota al caer por aquellas escaleras.

Era bastante irónico aquello. Tanto que había ido William a buscarlo a ese mismo lugar y, al final, terminó siendo Dantalion quien había ido a él.

«¡Estaban destinados a encontrarse!».

Recordó las palabras de Isaac y lo descartó de inmediato. El destino no existía. Él perfectamente lo sabía.

Aun así, habían sido demasiadas coincidencias que le habían ocurrido con Dantalion. Por más que intentó alejarse de él, y vaya que se había esforzado en hacerlo, ahora eran mucho más cercanos que antes. Como si algo estuviera forzándolos a estar juntos. No de un modo romántico, pero juntos al fin.

—Dantalion —le llamó suavemente.

—Dime.

—¿Por qué corriste a ayudarme ese día cuando estuve a punto de caer?

—Si te soy sincero, no lo sé. En aquel tiempo no me importaba mucho lo que le sucediera a los demás, pero cuando vi que estabas a punto de caer… —hizo una pausa para buscar las palabras correctas, pero no las consiguió—. No lo sé. Creo que mi cuerpo se movió solo.

William lo observó de reojo.

—Entiendo que querías evitar que me lastimara, pero creo que debiste intentar buscar el equilibrio y no caer de espaldas para protegerme. Solo tú te pones en peligro por un completo desconocido.

—Te dije que no sé por qué lo hice. Vi que caías y… por alguna razón temí a que salieras lastimado. Por eso te protegí.

—Idiota… —murmuró William llevando la mirada al cielo—. Dantalion, ¿tú crees en el destino?

—¿Destino? —dudó un momento para buscar la mejor respuesta—. Cuando conocía a Solomon creí en él. Pensé que el destino lo colocó en mi camino por algún motivo, pero ahora que está con Camio, sé que no es así.

—¿Y si… —murmuró William— lo colocó en tu camino para acercarte a alguien que Solomon conoce?

William se regañó mentalmente ante lo ridículo que se escuchaba en ese momento.

—¿Tú crees? —cuestionó dudando de lo dicho por su acompañante.

—S-solo es una idea —aclaró William un poco ruborizado—. Yo no creo en el destino ni nada similar. El único destino que existe y que todos compartimos por igual es la muerte.

—Sí —sonrió nostálgico llevando su mirada al cielo—, tienes razón.

—Como sea, la hora del almuerzo está a punto de acabar. Vámonos.

—Ah… sí.

Dantalion se levantó siguiendo a William cuando éste comenzó a caminar.

—¿Puedo volver a sentarme a tu lado? —preguntó el pelinegro esperanzado.

—Haz lo que quieras —dijo William desviando la mirada.

Dantalion sonrió feliz y casi que caminaba dando pequeños saltos.

William simplemente sentía estar enloqueciendo con cada segundo más.

 

 

Durante la hora de clases, el rubio no podía dejar de mirar a Dantalion por el rabillo del ojo.

¿Por qué se encontraba tan feliz? ¿Cuál era el motivo? ¿Por qué tenía una gran sonrisa en su rostro? William creía que Dantalion exageraba con esa actitud. Es decir, tampoco eran amigos de la infancia y perderlo resultase una decadencia en su futuro.

Dantalion, por su parte, mantenía su sonrisa mientras miraba al profesor explicar la clase, pero sin prestarle mucha atención.

Estaba tan sumido en su mundo de rosas que solo logró salir de ahí cuando el apellido de William fue mencionado por el pedagogo.

—¿Twining? —dijo por segunda vez el hombre frente a los estudiantes sacando al rubio de sus pensamientos.

—¿A-ah? ¿Sí? ¿Qué ocurre? —tartamudeó William.

—¿Podrías decirnos quién fue William Henry Fox Talbot? —repitió el profesor, con la seguridad de que William conocía la respuesta.

—¡Ah, por supuesto!

El rubio se levantó de su asiento teniendo la mirada fija de todos sus compañeros, pero sin duda, la más incómoda era la del chico sentado a su lado.

—Fue un físico británico y uno de los iniciadores de la fotografía. En 1834, ideó un procedimiento para obtener fotografías sobre papel, bautizado «talbotipia». Y en 1851, ideó otro para realizar fotografías instantáneas.

—Perfecto como siempre, Twining —felicitó el profesor.

William asintió levemente con la cabeza en modo de agradecimiento, mientras regresaba a su asiento un poco sonrojado cuando Dantalion aplaudió silenciosamente y le regalaba una gran sonrisa.

Bajó las manos del pelinegro hacia el escritorio para que se detuviera, mientras el profesor continuaba explicando los procedimientos del ya fallecido físico británico.

El rubio no entendía por qué el pelinegro actuaba de esa forma. Tenía entendido que Dantalion odiaba cuando él respondía perfectamente las preguntas de los catedráticos y presumía su inteligencia con los demás —al menos tenía con qué presumirla—. Pero esta vez hasta le había aplaudido —en silencio, pero lo había hecho—. Aunque, siendo sinceros, él no entendía ni su propia actitud; primero logrando alejar finalmente a Dantalion y luego volviéndolo a acercar.

Sabía que el amor volvía idiota a las personas, pero él ya estaba abusando de ello.

 

 

Cuando las clases finalizaron, Dantalion se acercó a William con una enorme sonrisa, esa que no había borrado en toda la clase.

—¿Tienes cosas que hacer con Swallow? ¿O te irás directo a tu casa? —preguntó inclinándose a la altura de William.

—Me voy a mi casa —empujó el rostro de Dantalion para que se alejara.

—Bien, yo tengo que hacer unas cosas con los clubes. Nos vemos más tarde en tu casa, ¿bien?

—Bien —respondió el rubio restándole importancia.

—Entonces, nos vemos —se despidió trotando.

—Sí, adiós —alcanzó a decir William para luego suspirar.

Sentía que ese sentimiento le estaba cortando por la mitad cada neurona. O era solo que la idiotez de su amigo Isaac y la idiotez de Dantalion resultó ser contagiosa, porque cada día sentía volverse más idiota.

—¡William! —escuchó a su hermano decir su nombre seguido de un abrazo por la espalda.

—¿Qué te he dicho de los abrazos innecesarios? —se quejó el menor soltándose del agarre.

—¿Nos vamos? —preguntó Solomon sonriendo.

—Sí, quiero llegar rápido a casa.

 

 

—Lo siento —había dicho Solomon rompiendo el silencio que había en el auto.

—¿Qué hiciste? —regañó el menor.

—Intenté hablar con Dantalion —explicó—, pero él no quiso escucharme. Solo se fue.

William apartó la mirada con el ceño ligeramente fruncido. Sabía que era cuestión de tiempo para que Dantalion accediera a hablar con Solomon.

—Está bien, déjalo —habló el menor con indiferencia—. Por el trabajo acordamos llevarnos bien, así que no hay prisa. Cuando terminemos, siéntete libre de secuestrarlo si gustas.

El auto se detuvo y William se bajó de él sin mirar a su hermano.

 

 

En tanto Dantalion, entraba a su mansión con una gran alegría dibujada en todo su rostro que no se molestaba en ocultar ni un poco.

—¿Esa sonrisa tiene nombre? —preguntó Baphomet al ver entrar a su amo.

—¿Por qué lo preguntas? ¿No puedo simplemente estar feliz sin razón?

—No es que no puedo. Solo que es un poco inusual que usted sonría de esa forma… y sin razón.

—Solo estoy feliz porque sí. Y ya deja de imaginarte cosas que no son —advirtió Dantalion sabiendo lo que pasaba por la mente de su mayordomo.

—Yo no me estoy imaginando nada —aclaró el hombre ganándose una mirada desconfiada de su amo.

—Como sea. Me iré a duchar. Prepárame algo de comer, tengo que ir dentro de poco a la casa de William —subió un escalón y se devolvió de golpe hacia Baphomet—. ¡A realizar un trabajo! —terminó de decir, aclarando el objetivo de su visita a la mansión Twining.

—¡Cómo ordene! —se inclinó.

—¡Deja de imaginarte tonterías!

—Amo, ya se lo dije, no me estoy imaginando nada.

—Te conozco y sé que mientes. Así como sé lo que te estás imaginando, por eso ya basta —terminó de subir yendo directamente a su habitación.

Baphomet rio y negó con la cabeza. Estaba seguir que esa sonrisa sí tenía nombre y no era precisamente «Solomon».

¿Cómo lo sabía? Instinto, no más.

 

 

Dantalion estaba bajo la regadera, sintiendo esas pequeñas gotas resbalar por su cuerpo desnudo, mientras su voz cantaba a todo volumen con una pasión indescriptible.

Baphomet, quien había dejado ollas sobre las estufas encendidas esperando a que llegaran a su punto exacto de cocción, entró a la habitación con ropa limpia para organizarla en el clóset de su amo, sorprendiéndose al escucharlo cantando a viva voz.

Nunca, en todo el tiempo que llevaba conociéndolo, lo había oído cantar —y no sabía que lo hiciera bastante bien—.

Comenzó a organizar la ropa mientras escuchaba aquel concierto que su amo daba en la ducha.

Escuchó como el agua de la regadera se iba silenciando y luego oyó la puerta deslizadora abrirse en medio de la voz de Dantalion que no había detenido su canto, hasta que abrió la puerta del baño y se encontró a su mayordomo acomodando la ropa.

—¿Ahora canta en la ducha? —preguntó, pero de un modo curioso, no burlón.

Dantalion solo se sonrojó y apartó la mirada avergonzado.

—No sabía que cantaba —prosiguió el hombre sin apartar la mirada de la ropa que doblaba o sostenía de los ganchos.

—Todos con voz cantan. Que algunos lo hagan bien y otros mal es un asunto diferente —respondió el de ojos rojos acercándose al armario para agarrar su ropa.

—Me refiero a que no sabía que su voz se oía bien al cantar —aclaró el hombre guardando la última prenda y girándose hacia su amo quien estaba terminando de secar su cuerpo para comenzar a vestirse.

—No suena bien —negó Dantalion sin ver a su mayordomo.

—Sí, sí suena bien —contradijo Baphomet—. Creo que enamoraría a cualquier chica con su voz. Claro, si le interesaran las mujeres.

—Solo me estás molestando.

—No lo hago, amo. Si canta en presencia de alguien más, creo que tendría la misma opinión que yo.

—Eso no es cierto.

—¿Por qué no canta frente al joven William y le pide su opinión?

—¡Sabía que tenías un motivo oculto tras tus halagos! —dijo Dantalion señalándolo amenazante con su dedo índice.

—No lo digo por eso. Lo digo porque dentro de un rato irá a la casa de ese joven, ¿no?

—Sí, sí iré. Pero no pienso cantarle. Mínimo me daría un codazo en el estómago para que me calle.

Baphomet guardó silencio y luego se encogió de hombros restándole importancia.

—Bien. Iré a ver cómo está la comida —hizo una reverencia y se retiró.

Dantalion lo vio salir de la habitación y suspiró. Solo a Baphomet se le ocurría decir que su voz se escuchaba bastante bien al cantar.

Dejando pasar el tema, se dio prisa en terminarse de vestir. Si llegaba tarde, William descargaría toda su ira sobre él.

 

 

Baphomet escuchó los pasos de su amo bajar por las escaleras justo cuando él ya estaba colocando los platillos sobre la mesa.

Dantalion entró al comedor y se sentó listo para devorar los alimentos y poder irse a realizar el trabajo.

—Quiero una licencia —dijo de repente el de ojos encarnados, comenzando a picar la carne sobre su plato.

—¿Una licencia? —Se extrañó el mayordomo—. ¿Una licencia para qué?

—Para matar —respondió un tanto sarcástico—. ¿Para qué más? Para conducir.

—Pero ya tiene usted un chofer. ¿Para qué quiere una licencia de conducir?

—Ya tengo dieciocho —explicó Dantalion con obviedad—, ya soy mayor de edad.

—La mayoría de edad se cumple a los veintiuno —dijo Baphomet con una ceja alzada.

—Pero con dieciocho ya puedo sacar una licencia —defendió Dantalion todavía firme en su decisión.

—Ya lo sé. Y contraer matrimonio también.

—Qué matrimonio ni que ocho de cuarto.

—No diga eso —dijo Baphomet con tristeza fingida—, la señorita Lamia está muy emocionada con su futura boda.

—No digas tonterías y no me cambies de tema. Con dieciocho años ya puedo sacar mi licencia y quiero sacarla.

—Bien. Ya que es muy apegado a las reglas, no debería ingerir alcohol hasta los veintiuno.

Dantalion lo miró amenazante, para luego regresar la mirada a su plato.

—Quiero también mi propio auto —prosiguió el de ojos rojos, llevándose un bocado a la boca.

—Sigo sin entender muy bien exactamente porqué.

—Las dos veces que salí con William, lo cargué hasta su casa. A él no le gusta ejercitarse, por eso tiene muy mala condición física y se cansa muy rápido. Me gustaría que, cada vez que salgamos, se sienta cómodo. Así no tenga que usar su energía física y esté siempre descansado.

—Ah… todo es por el joven William —dijo Baphomet con un tono ligeramente burlesco.

Dantalion se sonrojó y apartó la mirada bruscamente. No se había dado cuenta que sus inmensas ganas de tener su auto propio era por William. ¿En qué demonios estaba pensando?

—N-no solo es por eso —se apresuró a responder—. No quiero llamar al chofer siempre que quiera ir a algún sitio. Y quiero ir al colegio en mi propio auto.

Baphomet le miró con una ceja alzada y luego sonrió.

—Está bien —dijo—. Quizás la semana que viene podamos ir a sacar su licencia. Este lunes después de clases podría ser. ¿Tiene planes con el joven William para ese día?

—No y ya deja de molestar con eso.

Baphomet rio ante lo testarudo que era su amo. Quizás no era amor lo que sentía por William, pero era algo más que amistad. Podía apostar su vida en eso.

Cuando terminó de comer, se despidió rápidamente de su mayordomo y se fue con la misma velocidad al auto, pidiéndole al chofer que condujera un poco más rápido.

Baphomet rio y negó con la cabeza mientras recogía los platos sucios de la mesa. Emocionarse para ir a realizar un trabajo escolar, no era muy propio de su Amo. Estaba seguro que esa emoción era por encontrarse con alguien… alguien que quizás tenía un nombre que empezaba por la letra «W».

 

 

Cuando el auto se detuvo, Dantalion bajó corriendo apresuradamente sorprendiendo a su chofer.

William estaba de pie en su habitación, estirando su cuerpo ante la fatiga que tenía. En ese momento, solo quería dormir por horas y horas, pero sabía que no era posible.

El sonido de su celular lo sacó de sus pensamientos. Observó la pantalla y era una llamada entrante de Dantalion.

Extrañado, abrió la llamada para hablar con su compañero.

—¿Aló? ¿Ocurre algo? —preguntó al contestar.

¿Puedo subir por tu balcón?

—¿Qué? —preguntó confundido por la pregunta de Dantalion.

Estoy afuera de tu mansión, al frente de tu cuarto. Te pregunto si puedo entrar por tu balcón.

William alzó una ceja y fue directamente hacia la ventana que daba al balcón. Al mirar hacia abajo, vio ahí a su compañero dedicándole una enorme sonrisa.

El rubio lo miró irritado.

—¿Por qué no solo entras por la puerta? —preguntó a través de la llamada.

No quiero toparme con tu mayordomo. Él no me agrada —explicó Dantalion sin borrar su sonrisa.

—En serio eres un idiota. Un día de estos te vas a lastimar escalando por esta cosa. Entra por la puerta.

Ya te lo dije, no quiero ver a tu mayordomo. Tiene algo en mi contra.

William suspiró cansado. A veces sentía ganas de estrangular a Dantalion hasta que ya no respirara.

—Solo entra de una maldita vez y hagamos el trabajo.

¿Por el balcón?

—¡Por donde se te de la regalada gana! ¡Solo entra ya!

William cortó la llamada, enojado. Y Dantalion aumentó su sonrisa, guardando su celular para poder comenzar a escalar.

Una vez dentro de la habitación, William no había querido perder tiempo y comenzaron a trabajar de inmediato. Y, mientras trabajaban, abrieron la boca solo para decirse información respecto al trabajo y, sorprendentemente, Dantalion actuó con madurez.

Al acabar, supieron que podían dejar de lado el profesionalismo y volver a entablar una conversación normal como seres humanos.

—¿No quieres hablar con Solomon? —se atrevió a preguntar el rubio en un tono neutral mientras apagaba la computadora.

—¿Para qué? —Respondió con otra pregunta—. ¿De qué serviría?

—¿No tienes curiosidad sobre lo que te quiere decir?

—Si se trata sobre su noviazgo con Camio, entonces prefiero no escucharlo. Ya he sufrido demasiado al respecto y no soy un masoquista.

William le observó de reojo mordiendo su labio inferior. No sabía por qué seguía pensando que debía aprovechar la atención de Dantalion todo lo que pudiera antes de que todo se acabara.

No era propio de él pensar de esa manera, pero no podía evitarlo. Quería la atención del pelinegro solo para él.

—¿Y si a partir de mañana trabajamos en tu casa? —propuso fingiendo indiferencia, pero sintió que un leve nerviosismo en su voz lo había traicionado.

—¿Trabajar en mi casa? —dijo Dantalion confundido—. ¿Por qué propones eso?

—Aunque entres por el balcón, a Solomon le fascina entrar a mi habitación sin preguntar. Aquí estás más propenso a encontrártelo y te necesito concentrado al cien por ciento en el trabajo.

Bien, no había mentido. Solo había ocultado parte de la verdad.

Dantalion mordió su labio pensativo. ¿Sería buena idea llevar a William a su casa teniendo a Baphomet asegurando que sentía algo por ese rubio?

—La verdad, no me gustaría que fueras a mi casa todos los fines de semanas y luego te regreses. Yo ya lo hice costumbre estos últimos días, pero puede resultar molesto para ti.

—Tengo chofer. No me molestaría ir y venir —contradijo rápidamente William fingiendo indiferencia.

Dantalion lo meditó un poco y sonrió enorme al recordar que ese lunes iría a obtener su licencia de conducir.

—¿Qué tal a partir de la semana que viene? —propuso entusiasmado.

—¿Por qué? —preguntó William alzando una ceja.

—Por nada especial. Pero con la condición de que yo te vendré a buscar y luego te traeré de vuelta.

—No es necesario. Ya te dije que tengo chofer.

—¡Vamos! —dijo Dantalion infantilmente.

William frunció la boca.

—¿Y si solo me traes de vuelta? —propuso a su vez como si estuviera negociando.

Dantalion mordió su labio inferior meditándolo y luego asintió aceptándolo. Era mejor eso que nada.

—Me parece bien. ¿Es un trato? —estiró su mano con una sonrisa.

William desvió la mirada devolviéndole la sonrisa y le complació tomando su mano en un fuerte apretón. Momento en el que su celular sonó con una llamada entrante, pero inmediatamente volvieron a colgar.

El rubio se extrañó y lo agarró para revisar el registro de llamadas.

—¿Quién era? —preguntó Dantalion curioso.

—No lo sé, no tengo el número registrado. Pero si es importante y es conmigo, volverán a llamar.

Llevó luego la mirada a las ochenta y seis llamadas que Dantalion había hecho preocupado por el bienestar de William.

Entrecerró los ojos con cierta culpa. Tal vez debía agradecerle por su atención.

—Dantalion… —murmuró sonrojándose—, gracias por haberte preocupado por mí el miércoles. A pesar de que realmente no tenía nada, yo… quiero agradecerte.

Dantalion sonrió colocando una mano sobre la cabeza rubia de su acompañante.

—No tienes nada que agradecer. Además, me alegró saber que en realidad no tenías nada.

William le miró de reojo sintiendo como la mano de su compañero alborotaba su cabello. A pesar del contacto físico, el rubio odiaba que Dantalion revolviera su cabello de esa forma. Era un gesto de cariño, como si estuviese tratando con un hermano menor y eso le disgustaba.

—Por cierto, salgamos el domingo también —dijo el pelinegro apartando la mano.

—¿El domingo? ¿Para dónde?

—No lo sé. Elige tú esta vez el lugar a donde quieres ir.

William lo meditó por un rato.

—¿Qué te parece al centro comercial? —se decidió finalmente.

—¿Al centro? —se extrañó Dantalion.

—Sí, es un lugar agradable. Y tengo tiempo que no voy. Desde que fui la primera vez a su reinauguración, he ido unas pocas veces.

—¿Fuiste a su reinauguración? Yo también, aunque no fui porque quería ver el lugar. Fui porque me sentía mal, salí de casa y caminé sin rumbo alguno hasta llegar ahí y… —dejó sus palabras en el aire, mirando fijamente su mano derecha.

—¿Pasó algo? —preguntó William extrañado.

—No, nada… —sonrió con nostalgia acariciando su mano—. Ese día yo tenía una herida en la mano.

William se tensó un poco al escuchar esa pequeña información y tragó grueso.

—¿De casualidad esa herida la tenías en la parte dorsal? —preguntó un tanto nervioso.

—Sí —sonrió Dantalion todavía más—. Recuerdo que la mayor parte de la sangre ya se había secado, pero la herida todavía goteaba un poco. Yo me encontraba sentado y entonces alguien… —se detuvo de golpe llevando inmediatamente su asombrada mirada a William, quien ya lo miraba de la misma manera.

—¿Entonces…? —preguntó el rubio algo asustado.

—Entonces… esa persona… —balbuceó Dantalion sin poder apartar su mirada de William.

 

 

Era un día lunes del año 2012. Septiembre ya estaba en su día veinticuatro y ya Autumn Break[1] había llegado. Los estudiantes estaban felices de poder disfrutar de sus vacaciones antes de que las clases volvieran a empezar.

El centro comercial, que se encontraba en mal estado, había decidido cerrar sus puertas para regresar con una nueva y mejor imagen; siendo ese día el de su reinauguración. Muchas personas estaban emocionadas por ver los nuevos cambios que había sufrido.

La única persona que no estaba emocionada era aquel que se apellidaba «Huber». Caminaba cual zombi y sus ojeras abultadas bajo sus rubíes no ayudaban en absoluto. Una herida en su mano derecha goteaba dejando un camino rojo detrás de él.

Se sentó apoyando sus antebrazos en las piernas cuando sintió que las fuerzas se acabaron y no podía dar un paso más.

El fuego rojo en sus ojos era opacado por las lágrimas que amenazaban con salir, pero que todavía no se atrevían a hacerlo.

No podía ver bien. Todo estaba borroso y distorsionado para él. Pero, a pesar de tener la mirada algo gacha y los ojos completamente nublados, sentía la curiosa mirada de aquellos que pasaban por el frente y proseguían su camino. Quizás muchos mirándolo con pena.

Podía sentir como sus tibias lágrimas se enfriaban dentro de sus ojos y aún seguían indecisas sobre si salir o no. Sentía ya que hasta ahí había llegado. No podía más. Estaba harto. Si una vida tranquila se hallaba fuera de su alcance, entonces bien podría rendirse en ese absurdo camino.

Mordió su labio con fuerza para no soltar ningún sollozo, aunque fue en vano. Un gemido escapó de sus labios y su respiración se agitó un poco, mientras las lágrimas aún permanecían aferrándose a sus ojos para no salir. Se estaba conteniendo para no llorar.

Fue cuando alguien caminó hasta él y se detuvo al frente, arrodillándose para limpiar su herida con el agua de un envase que había  recién comprado, pues pudo oír cómo se rompió el sello que mantenía la tapa completamente cerrada.

El de cabellos negros solo se paralizó.

No sabía qué decir o qué hacer exactamente. Estaba sorprendido. Sus lágrimas distorsionaban su visión y solo pudo distinguir una cabellera rubia, pero no podía ver su rostro.

Pudo sentir la delicadeza con la que limpiaba la herida y los pequeños cortes que se hallaban en los dedos de cada mano. Los cuales no sangraban, pero se notaba que hace minutos atrás lo habían hecho.

Un pañuelo secó sus mojadas manos y luego fue amarrado gentilmente sobre la herida más grande. Los pequeños cortes fueron cubiertos por tiras adhesivas sanitarias que el rubio había sacado de su bolsillo.

Al terminar, se colocó de pie y el pelinegro le siguió con la mirada, siendo aquel momento cuando sus lágrimas finalmente cayeron y pudo ver con mejor claridad, pero el Sol le cegó al levantar la mirada y le impidió ver el rostro contrario.

El rubio colocó un poco de agua en el hueco de su mano para pasarla por las mejillas empapadas del pelinegro para que sus lágrimas ya no estuvieran ahí.

Terminó de lavar toda su cara y el flequillo de Huber fue colocado detrás de su oreja, acariciando con suma gentileza su mejilla. Siendo ese él último detalle que hizo antes de que el rubio se marchara sin pronunciar ninguna palabra.

El pelinegro lo vio alejarse poco a poco y luego observó sus manos curadas. No sabía que sentía en ese momento, pero, sin duda, la confusión era la que predominaba.

Sus fuerzas regresaron y rápidamente se levantó y corrió a toda prisa para intentar alcanzarlo.

«No te agradecí. No puedes irte después de hacer eso y luego no decirme nada. ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas? ¿Por qué lo hiciste?» Esas y más preguntas cruzaban por su mente mientras veía como la espalda de aquel chico se alejaba más y más.

Cuando estuvo un poco más cerca, una multitud se atravesó impidiéndole el paso y lo perdió de vista. Rodeó a la muchedumbre, pero, cuando logró salir de ésta, ya aquel rubio no estaba.

Observó sus manos y sus lágrimas cayeron de nuevo.

«¿Te volveré a ver?», pensó mientras sus lágrimas resbalaban por sus mejillas y caían en sus temblorosas manos.

 

 

—¡¿Ese eras tú?! —preguntó William bastante asustado por el relato.

Dantalion lo observó sorprendido y pestañeando seguidamente.

—William… —murmuró.

—¡No te me acerques! —advirtió el rubio levantándose de su asiento y alejándose del pelinegro.

Ya las coincidencias estaban siendo muchas. No quería creer en el destino, un realista no cree en el destino. Es absurdo siquiera pensar en la creencia de que la vida de todo ser humano está escrita. No, no, no y NO. El destino NO existía.

—William… —murmuró Dantalion de nuevo, mientras se levantaba y se acercaba a paso lento hacia el más pequeño.

—¡Aléjate! —Repitió el rubio, pero su compañero no parecía querer ceder a sus órdenes—. ¡Lo digo en serio, Dantalion, no te acer…!

No pudo terminar la frase al sentir cómo el pelinegro lo jalaba de la muñeca y lo atraía a su cuerpo, enredándolo en un cálido abrazo.

—Fuiste tú… —murmuró Dantalion con la voz algo quebrada, pero feliz—. Todo este tiempo has sido tú…

William se sonrojó ferozmente, pero no intentó separarse del abrazo.

—¿Por qué te comportas así? —preguntó con la mirada desviada.

—Te quería agradecer —respondió Dantalion en un susurro—. Ese día ya estaba harto de todo y… pensé en la solución más fácil.

William abrió los ojos sorprendido y colocó gentilmente sus manos sobre los hombros de Dantalion. Le aterraron sus palabras.

—Pero tú llegaste e hiciste todo aquello. Yo… lo vi como una señal —continuó Dantalion abrazándolo con más fuerza—. Pero te fuiste sin decir nada y no pude ver tu rostro. Ni siquiera me habías dicho tu nombre.

Dantalion se separó del abrazo y acunó el rostro de William entre sus manos, mirándolo sus esmeraldas con mucha ternura y gratitud.

—¿Por qué lo hiciste? —quiso saber.

William apartó la mirada y guardó silencio sin saber qué responder. Ni siquiera él sabía por qué lo había hecho.

—No lo sé —respondió finalmente—. Era solo un niño y te vi ahí sentado a punto de llorar. Creí que era la herida que te dolía y… —se detuvo abruptamente por unos segundos, y continuó—, creo que mi cuerpo se movió solo —terminó de decir, apenas murmurando.

Dantalion sonrió ante esas palabras y unió su frente a la de William, logrando que lo mirara a los ojos.

—¿Y por qué no me hablaste? ¿Por qué te marchaste sin decirme nada?

—Porque creí que querías estar solo.

—En ese momento era cuando menos quería estar solo —confesó Dantalion, abrazándolo y recostando su mentón en la cabeza rubia de su acompañante. Se sentía tan bien estar cerca de él.

William desvió la mirada y suspiró. Sabía que no debía preguntar semejante cosa, pero no podía quedarse con la duda.

—¿Sería diferente? —preguntó quedamente.

—¿Qué cosa? —se confundió el pelinegro, separándose un poco para verlo a los ojos.

—Si te hubiera dicho mi nombre, ¿te hubieras enamorado de mí? ¿De mi amabilidad como lo hiciste con Solomon?

Dantalion abrió los ojos sorprendido y desvió la mirada meditándolo. Al rato solo sonrió y unió de nuevo sus frentes.

—Es lo más probable —dijo medio en serio y medio en broma—. Pero no sucedió, así que no te preocupes, no me enamoraré de ti por haber sido amable conmigo en aquel tiempo. Yo estoy enamorado de Solomon y nunca voy a enamorarme de ti —aseguró con una sonrisa.

William solo agachó la mirada para que Dantalion no pudiera ver la tristeza en sus ojos.

—Sí… es un alivio —dijo el rubio mordiendo con fuerza su labio inferior.

Dantalion lo observó por un buen rato y se inclinó buscando su mirada. Cuando la encontró se enderezó de nuevo, siendo seguido por los verdes ojos de William.

—¿Recuerdas cuando sangraste por la nariz? —preguntó Dantalion con una sonrisa.

William no pudo evitar sonrojarse, recordando el motivo por el cual su nariz había sangrado.

—S-sí.

—¿Recuerdas que coloqué un pañuelo sobre tu nariz para limpiarte?

—Sí, ¿qué pasa con ello?

Dantalion sacó el pañuelo de su bolsillo y se lo mostró con una sonrisa.

—Es el mismo pañuelo que tú ataste sobre mi herida. Lo he conservado desde entonces.

William miró sorprendido a Dantalion y luego al pañuelo. Sintió sus manos temblando y su corazón palpitando con fuerza. Agradeció que sus piernas no desfallecieran en ese momento.

—De alguna manera, te llevaba conmigo teniendo este pañuelo —confesó con una sonrisa—. Siempre has estado a mi lado, recordándome seguir adelante y no arrojarme al primer precipicio que vea.

William mordió de nuevo su labio inferior y pidió mentalmente que Dantalion se detuviera o sus lágrimas comenzarían a rodar por sus mejillas y eso era lo que menos quería.

—¿Lo quieres devuelta? —preguntó Dantalion sacando a William de sus pensamientos.

—Claro que no. Quédatelo. Sabré yo para qué has usado esa cosa —respondió William recobrando la compostura.

Dantalion rio y recostó su frente de nuevo en la del rubio, cerrando los ojos.

—William… —murmuró—, gracias. Muchas gracias de verdad.

William apartó la mirada sonrojado.

—¿Y cómo te hiciste esa herida? —preguntó buscando un nuevo tema de conversación.

—Recogiendo vidrios rotos.

William se extrañó y se apartó de Dantalion para mirarlo a los ojos.

—¿Cómo te cortas la parte dorsal de la mano recogiendo vidrios rotos?

—Siendo tan idiota, como para lograrlo.

—Eso sí te lo creo —aseguró William haciendo reír al pelinegro—. Y Dantalion… gracias por… por haberme protegido al caer por las escaleras… —dijo avergonzado.

—Te tardaste mucho —rio el de ojos rojos—, pero de nada…

William se sonrojó todavía más y solo atinó a responder:

—Ya quítate. Estar parado mientras tengo todo tu peso sobre mí es agotador.

El pelinegro, con una sonrisa, lo llevó hasta la cama y lo recostó gentilmente en ésta para posicionarse arriba y esconder su rostro en el cuello.

—¡Apártate! ¡Te quedarás dormido y luego no te podré mover!

—No me dormiré —aseguró Dantalion.

—¡Sí, sí te dormirás!

Dantalion rio y se acostó al lado, recostando su cabeza sobre el pecho de William.

—Ahora más que nunca quiero estar a tu lado —murmuró el pelinegro—, así que, por favor, déjame estarlo, porque todavía… no quiero estar solo.

William se sorprendió e instintivamente abrazó a Dantalion escondiendo su nariz en sus negros cabellos. Esas palabras lo hacían feliz, pero esa felicidad le ocasionaba tristeza. Esa felicidad le dolía.

—¿Solo quieres estar conmigo por limpiar tu herida?

—No —respondió el pelinegro buscando su mirada hasta encontrarla—. Ya me sentía bien estando a tu lado, aun sin saber que fuiste tú aquel chico. Yo quiero estar contigo porque me gusta estarlo, no por otra cosa.

William no dijo nada. Solo apartó la mirada.

—¿Sabes? Es bastante gracioso —dijo Dantalion.

—¿Qué cosa?

—Que ese día cuando lavaste mi herida, yo no pude ver tu rostro. Y cuando te salvé de caer por las escaleras, tú no pudiste ver el mío. Es irónico, si lo piensas.

—Sí, bastante irónico.

William suspiró mientras se perdía en sus pensamientos. Recordó cuando estaba curioseando el Centro Comercial y vio a un chico a punto de llorar, con una herida que había manchado su mano de un rojo intenso.

Las personas que pasaban por el frente lo observaban y lo ignoraban. Se veía tan solo, que por un momento quiso ir a hacerle compañía, pero de seguro quería estar en soledad.

Presionó el envase de agua entre sus manos, sintiendo lo fría que ésta estaba, mientras llevaba su mirada a la herida sobre su mano. Podía ver que aun chorreaba un poco de sangre, pero no era tanta.

Debía hacer como las demás personas: ignorarlo y seguir su camino, lo sabía. Pero, para cuando se dio cuenta, ya estaba caminando hacia aquel chico y no pudo detenerse.

Suspiró al recordarlo y observó detenidamente a Dantalion y sí, definitivamente era el rostro de ese mismo chico.

Se preguntó por qué entre él y Dantalion ocurrían tantas coincidencias. Él sabía que era simples casualidades, que no había motivo alguno para que ellos dos se encontraran, pero… ¿por qué quería creer que sí existía algo? ¿Qué todo aquello sucedió por algo? Era absurdo pensarlo y él lo sabía, pero, algo muy en el fondo de él, que negaba su actitud realista, quería creerlo.

—Dantalion… —murmuró sacudiéndolo un poco, pero éste ya estaba en los brazos de Morfeo—. Menos mal que no dormirías —se quejó con una mueca, aunque también se le hizo adorable.

Se levantó con cuidado de no despertarlo y salió de la habitación. Necesitaba tomar aire fresco después de lo de recién.

 

 

«El destino no existe, el destino no existe, el destino no existe, el destino no existe», se repetía en su mente, mientras se hallaba en la parte trasera de su mansión, sentado bajo la sombra de un árbol.

—¿Qué haces? —preguntó Solomon acercándose a su hermano, obsequiándole una sonrisa.

—Nada… solo pensando —respondió mientras Solomon tomaba asiento a su lado—. ¿Tú crees en el destino? —preguntó repentinamente.

Solomon lo miró sorprendido y luego sonrió.

—Sí, sí creo en él. ¿Y tú?

—Sabes bien que no. Es absurdo pensar que nuestro camino está escrito.

—No necesariamente tiene que estar escrito —dijo Solomon llevando la mirada al cielo—. Dicen que el destino es el encadenamiento de los hechos. Apenas nacemos vamos moldeándonos hasta ser quienes somos. Forjamos nuestro ser dependiendo de las circunstancias que vamos viviendo cada día de nuestras vidas y nosotros mismos vamos forjando nuestro propio destino, dependiendo de cómo somos y cómo pensamos. Tú, por ejemplo, estás tan firme en que serás el primer ministro, y te esfuerzas en sacar las mejores notas.

—¿Me esfuerzo? —Interrumpió William con burla—. El esfuerzo es para inútiles. Mi inteligencia es natural.

—Sí, está bien —rio Solomon—. La cuestión es que esa es la decisión que tomaste, ese es el destino que tú mismo estás creando. Una persona que prefiere tomar otro rumbo, tendrá un destino diferente. Como dices, lo inevitable existe y sucederán cosas que no podrás evitar, pero es posible que esas cosas sucedan gracias a tus acciones. Siendo posible que, si hubieses hecho cosas diferentes, hubiera ocurrido todo diferente.

—Solomon, sabes perfectamente que odio uses filosofía conmigo —se quejó William haciendo reír a su hermano—. ¿Y… conocer a alguien? ¿Crees que este predestinado?

—Supongo que es repetir lo mismo que ya dije. Es posible que tus mismas acciones te lleven a conocer a alguien. Aunque también es posible que sea por causa de las decisiones de esa otra persona o demás personas involucradas. A menos que se trate de algo independiente de las acciones humanas, como lo que hace la naturaleza.

William apartó la mirada pensativo, llegándole las palabras de Dantalion a la mente:

«Ese día ya estaba harto de todo y… pensé en la solución más fácil. Pero tú llegaste e hiciste todo aquello. Yo… lo vi como una señal.»

Si nunca se hubiese acercado a limpiarle la herida a Dantalion, él seguramente…

Negó levemente con la cabeza para sacarse esos pensamientos y descartarlo. Sintió escalofríos con tan solo imaginarlo.

—¿Sientes que conociste a alguien por destino? —preguntó Solomon sacándolo de sus pensamientos.

—No, solo intenté buscar conversación para que no hubiera un silencio incómodo.

Solomon rio recostándose en el hombro de su hermano.

—Se siente como si hubiera sido años que estuvimos por última vez así los dos —murmuró el mayor de los dos—. En Stratford es raro cuando coincidimos horas libres.

—¿Te sigues quejando por eso? Tenemos el receso y la hora del almuerzo.

—Bueno, ya no es así. Ahora solo estás siempre con Dantalion.

William se sonrojó y apartó la mirada.

—No es que haya pedido que aparezca; simplemente me sigue. ¡Y es tu culpa por no hablar con él!

—Te dije que él no quiere escucharme.

—¡Entonces los encerraré a ambos en una habitación hasta que se arreglen entre ustedes!

—¿Me dejarías a solas con Dantalion en una habitación? —Preguntó Solomon con sorna y leve picardía—. Una vez dijiste que no confiabas en su decencia.

William apartó la mirada, sonrojado. Pero más que avergonzado, estaba celoso de todas las imágenes que cruzaron por su mente.

—Déjate de tonterías —regañó—. Si hablas con él, yo podré librarme de su compañía y nuestra relación será solo de dos compañeros de clases que están realizando un trabajo.

—¿No te gusta pasar tiempo con él? —preguntó Solomon levantando la mirada hacia William, sin dejar de recostarse sobre su hombro.

—Es demasiado molesto. No lo soporto. Siempre me molesta por cada tontería.

Solomon rio.

—Conmigo no era así.

—Obviamente actúa diferente con la persona de la cual está enamorado.

Solomon soltó una pequeña risita y cerró los ojos, sintiendo solo el viento abofetear ligeramente su cara.

—Deberías darle el «sí» —dijo William de repente.

—¿Tú crees? —preguntó Solomon sin abrir los ojos.

—Deberías al menos intentar estar con él. Así sabrás si lo que sientes por él va más allá de solo cariño.

—Sí… —murmuró abriendo los ojos—. Tal vez.

 

 

Después de un buen rato de convivir con su hermano, William regresó a su habitación encontrándose con el aún dormido Dantalion y suspiró.

Se acercó a él hasta sentarse a su lado. Se acomodó un poco sobre él, de manera que su rostro quedara arriba del rostro de Dantalion a una distancia prudente.

Sabía que le desagradaría ver a Dantalion y a Solomon en una relación, pero…

—Si ustedes dos son felices, yo también lo seré —murmuró uniendo su frente a la de su compañero.

—William… —murmuró Dantalion entresueños, llamando la atención del rubio—. Quédate. A tu lado de verdad soy feliz. Aunque no merezco esa felicidad, déjame tenerla.

Las lágrimas del rubio comenzaron a rodar por su rostro y cayeron en el rostro de Dantalion. Odiaba cuando decía ese tipo de cosas. De verdad lo odiaba.

—Cállate —murmuró sabiendo que Dantalion no lo escuchaba.

Sin darse cuenta, Morpheus tendió sus brazos hacia él, y cayó dormido junto al pelinegro.

 

 

Dantalion se despertó, encontrándose con un dormido William a su lado. Talló sus ojos y bostezó, mientras intentaba reordenar sus pensamientos y entender en qué situación se encontraba. Cuando finalmente recordó todo lo que había sucedido, no pudo evitar sonreír.

Observó el pañuelo, que no había soltado mientras dormía, y luego miró fijamente el rostro del chico a su lado. No podía creer que de verdad fuera él el dueño original de ese pañuelo que tanto había cuidado todo ese tiempo.

—Muchas gracias —murmuró mientras besaba la frente del rubio y se levantó con cuidado para no despertarlo.

Se levantó con cuidado para no despertarlo y salió por el balcón de un salto.

De camino a su casa, no dejó de pensar en todo lo que había descubierto ese día y, sobre todo, en algo que de verdad lo había dejado pensando:

«Si te hubiera dicho mi nombre, ¿te hubieras enamorado de mí? ¿De mi amabilidad como lo hiciste con Solomon?»

Suspiró intentando despejar su mente.

Al llegar a su hogar, entró a la mansión, yendo directo a la cocina, sabiendo que Baphomet estaría ahí.

—Hey —le saludó.

—Amo —dijo rápidamente el mayordomo—, llegó bastante tarde.

—Sí, surgieron cosas —se sentó en una de las sillas con la mirada desviada, pensando todavía en la pregunta de William.

Dantalion había respondido en broma que quizás sí se habría enamorado de él, pero ahora no dejaba de pensar en esa pregunta seriamente. ¿De verdad habría sido diferente?

—¿Quiere algo de comer? —preguntó Baphomet sacándolo de sus pensamientos.

—No… —respondió algo alejado de la realidad todavía—. Bueno, la verdad sí, pero también quiero hablarte de algo.

—Por supuesto, ¿de qué se trata?

Dantalion tuvo que tomar aire para lo que estaba a punto de decir. Después de lo mucho que Baphomet se había burlado de él los últimos días, era un tanto incómodo hablar de su compañero con él.

—De William —finalmente murmuró, con las mejillas sonrosadas.

—Ah, continúe —pidió mientras comenzaba a buscar los utensilios que usaría para prepararle a su amo la cena.

Dantalion le miró con cierto reproche y luego suspiró.

—Estoy pensando seriamente en despedirte —dijo de una manera en la que era imposible pensar que se trataba de una broma. Parecía más una advertencia.

No obstante, Baphomet no se lo tomó en serio y lo observó con una ceja alzada por unos segundos, regresando luego la mirada a las estufas.

—¿Y qué quería decirme del joven William? —preguntó ignorando lo recién dicho por su amo.

—Hace unos años —comenzó Dantalion observando su mano donde anteriormente hubo una herida. Ahora no quedaba rastros de ella, ni siquiera una cicatriz—, creo que tenía trece o catorce años, no lo recuerdo, yo… herí mi mano por recoger vidrios rotos. Salí de casa para… despejar mi mente, supongo. Llegué al centro comercial y me senté, con la herida desangrándose. Decidí ese día… —se detuvo un momento y tragó saliva— ponerle fin a todo.

Baphomet detuvo todo lo que estaba haciendo y giró a verlo rápidamente, sorprendido.

—¿A qué se refiere? —preguntó lentamente, como temiendo que algo le fuera suceder a su amo.

—A lo primero que pensaste —le respondió, haciendo que su mayordomo tragara grueso—. Pero, en ese mismo momento, llegó alguien y limpió mi herida y luego la ató con este pañuelo —le mostró la susodicha tela y sonrió—. No pude ver su rostro, pero recordaba perfectamente el color rubio de su cabello. Yo lo vi como una señal… sus acciones, no su cabello. Pero esa persona solo se fue sin decirme nada. Y hasta hoy desconocía la identidad de esa persona.

—¿Hasta hoy? ¿Quiere decir que hoy lo supo?

—Sí —sonrió mirando el pañuelo—, era William.

—¡¿De verdad?! —se sorprendió el hombre.

—Sí, qué loco, ¿no? —Rio—. Como dos años después, aproximadamente, yo iba caminando por Paradise Park y vi que alguien estuvo a punto de caer. Instintivamente corrí para abrazarlo y caer yo de espalda para protegerlo, sin tener ni la menor idea de que se trataba del mismo chico del centro comercial. Pero esta vez fui yo quien se fue sin decirle mi nombre… y lo dejé preocupado.

»Pero William me preguntó algo que me ha dejado pensando; me preguntó que si él me hubiese dicho su nombre esa vez que limpió mi herida, yo me hubiese enamorado de él, en vez de Solomon.

—De hecho, a mí me parece más extraño que se haya «enamorado» del joven Solomon —confesó mirando el pañuelo que su señor llevaba en sus manos y analizando las anécdotas que acaba de oír.

—¿Por qué es extraño? —preguntó confundido Dantalion.

—¿El joven Solomon es rubio? —preguntó de vuelta, sin responder la pregunta del de ojos rojos.

—Por supuesto. Él y William son gemelos.

Baphomet se sentó en una de las sillas de la isla, mientras dejaba los alimentos sobre la estufa.

—Me siento ofendido que usted lo diga sin tomarme en cuenta, pero dice que la primera persona, sin contarme, en ser amable con usted fue el joven Solomon, pero en realidad fue el joven William ese día, ¿cierto?

—Ah… s-sí, creo que sí —titubeó Dantalion.

—¿Cree? —alzó una ceja al cuestionar—. ¿No cree usted que la razón por la que dice haberse «enamorado» del joven Solomon fue porque la escena le pareció familiar?

—¿Familiar?

—Dijo usted que no pudo ver el rostro del joven William en aquel entonces, solo recordaba su cabello rubio y lo bien que se sintió ser tratado por primera vez de esa manera. Cuando conoció al joven Solomon, quizás su mente le hizo llegar la imagen de los cabellos rubios y la amabilidad que mostró el joven William y creyó haberse enamorado del joven Solomon, cuando en realidad, solo tuvo un choque de emociones que se mezclaron y le confundieron.

Dantalion desvió la mirada pensativo. Tenía que admitir que era una buena teoría, pero…

—No, yo estoy enamorado de Solomon. Lo sé.

Baphomet alzó una ceja sin creérselo.

—¡Y no me mires así! —Reclamó señalando a su mayordomo con el dedo—. ¡Yo estoy seguro de eso!

—Y yo sigo pensando que usted no está enamorado del joven Solomon y que esa voz en su cabeza habla del joven William.

—¡Y otra vez la burra al trigo! —expresó Dantalion hastiado—. ¡Ya te dije que él me gusta, pero solo como amigos!

—Amo, ¿no siente como si algo los quisiera ver a ustedes dos juntos?

—No, todo ha sido una coincidencia.

—¿Igual que la coincidencia de que usted se quiera acostar con él?

—¡¡¡No saques ese tema a flote!!! —ordenó ruborizado—. Y sí, está bien, es difícil de creer que todo sea solo coincidencias. Pero estoy enamorado de Solomon. Estoy seguro de ello.

Baphomet lo observó en silencio por unos segundos, costándole creer que su amo no viera lo que parecía ser obvios. Luego soltó un largo y profundo suspiro.

—Bien —se levantó para revisar los alimentos—. ¿Puedo preguntar qué clase de relación llevaba con el joven William antes del trabajo que están haciendo?

—Una muy mala —respondió haciendo muecas de desagrado con la boca—. Me parecía la persona más insoportable del planeta.

—¿Ahora sí le agrada?

—Es que todo ha vuelto a ser como era antes de que él me pareciera insoportable. Antes nos llevábamos mal.

—Y prefiere salir a celebrar su cumpleaños con él en vez de con el joven Solomon —comenzó a colocar los platos frente a su amo, quien desvió la mirada.

—Déjame en paz —fue lo único que dijo como defensa.

Cuando terminó de comer, Dantalion pensaba en todo lo que le había dicho a su mayordomo mientras cepillaba sus dientes. Él llegó a creer en el destino… hasta que Solomon comenzó a salir con Camio.

Sacudió la cabeza y escupió la espuma de su boca. Lavó su cara sintiendo un horrible cansancio sobre sus hombros.

Baphomet de verdad era bueno sacando conclusiones con pocos relatos de una historia. Debería trabajar de escritor.

«¿Y si… lo colocó en tu camino para acercarte a alguien que Solomon conoce?»

Se sorprendió y alzó la mirada rápidamente al recordar las palabras de William.

Observaba su reflejo en el espejo delante de él. Pequeñas gotas resbalaban por todo su rostro y goteaban de su flequillo.

Sacudió la cabeza para sacarse esas ideas. Solo necesitaba dormir y olvidarse de todo y de todos. Fue a su habitación y se sentó en su cama observando el pañuelo en su mesita de noche. Lo tomo y sonrió.

—Gracias William… —se acostó en su cama abrazando el pañuelo contra su boca.

Recordó ese día que William limpió su herida. Había llegado a casa caminando con las puntas de sus pies intentando no hacer ruido. Llegó hasta su habitación y observó el pañuelo atado en su mano. Parecía ser de tela fina. Bastante caro. Decidió conservarlo y llevarlo siempre consigo.

Ahora que lo pensaba, jamás dejó que alguien tocara ese pañuelo. Cada vez que lo veía en la mano de alguien, se lo arrebataba como si fuera su mayor tesoro. Quizás así fuera.

No dejaba que nadie lo usara para nada y él mismo lo lavaba. La primera vez que dejó que alguien lo usara fue cuando William había sangrado por la nariz.

¡Pero eso no decía absolutamente nada! ¡Solo estaba haciendo una pequeña observación!

Suspiró y colocó de nuevo el pañuelo en su mesa de noche.

Pensándolo bien, la única diferencia entre ese día que William limpió su herida y cuando conoció a Solomon fue que con Solomon tenía el pensamiento de que quería enamorarse. Con William no.

¿Estaba tan desesperado por querer amar y ser amado que creyó haberse enamorado?

Sacudió la cabeza y apagó la luz decidido a dormir. Mañana iría con William al festival, debía estar bien descansado.

Una gran sonrisa se dibujó en su rostro al recordarlo y se acurrucó más en su cama. Y con esa misma sonrisa, cayó profundamente dormido.


 [1] Autumn break/Receso de otoño.

Notas finales:

Mil gracias por leer. ¡Un beso enorme!


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