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Idénticos, pero distintos. por SonAzumiSama

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Notas del capitulo:

Como siempre, agradezco a los que me dejaron review en el capítulo original:

 

• En busca de fics geniales

• Dantaliana

• Eduardo

 

E, igual que antes, este episodio está dedicado a Akari Uchiha (espero que sigas por ahí <3).

Así que espero que les guste y ¡lean!

 

Episodio para Akari Uchiha.

 

CAPÍTULO IV

 

Lo suficientemente bueno

 

Dantalion recordaba que había sido en 2016; un día martes de octubre. Día dieciocho si mal no recordaba.

No había dejado de pensar en las palabras de William: «lamentarse sin arriesgarse me parece lo más patético que he visto en mi vida». Quizás tenía razón, de nada servía lamentarse de no ganar si ni siquiera había intentado correr hacia la meta.

Recordaba que se encontraba hablando con Solomon, sentados los dos en un lugar donde la soledad los acompañaba a ambos silenciosamente. William estaba ocupado con sus deberes de prefecto y Solomon lo esperaba, como siempre, mientras que Sitri… a Dantalion en realidad no le importaba lo que estuviera haciendo esa muñeca mal fabricada.

Dantalion iba a arriesgarse ese día, sin importar si lo rechazaba o no. Solomon debía saber sobre sus sentimientos, así, aunque no los aceptara, había dado un paso más que Sitri.

—¿Vamos a ver si ya William terminó? —Preguntó Solomon levantándose de su asiento—. Conociéndolo, es capaz de irse sin mí.

Cuando dio el primer paso para comenzar a caminar, Dantalion se levantó rápidamente y lo detuvo por el brazo.

—Solomon… —dijo algo ansioso y teniendo toda la atención del rubio, cosa que aumentó sus ansias.

Tragó grueso, suspiró profundo y finalmente se armó de valor.

—Tú me gustas —confesó con la voz un poco temblorosa—. Y, antes de que respondas que yo también te gusto, te agrado o algo semejante, quiero que sepas que no me refiero a ese tipo de gustar —lo tomó con fuerza de los hombros, mostrando lo en serio que iba.

Sitri estuvo buscando a Solomon y, cuando lo encontró de esa manera con Dantalion, decidió mantenerse escondido para ver qué era lo que ocurría.

—Solomon, yo te amo —prosiguió Dantalion—. Estoy profundamente enamorado de ti.

—Maldito —susurró Sitri cerrando con fuerza los puños.

Solomon lo observó directamente a los ojos por unos segundos y luego sonrió. Tomó el rostro de Dantalion y lo recostó en su pecho con mucho cariño y cuidado.

—Un alma que solo busca dar amor con la condición de también recibir amor —dijo acariciando la oscura melena de Dantalion—. Un alma llena de dolor que se alivia al estar cerca del ser amado. Solo con verlo, es feliz, aunque ignora que solo es un alma atormentada en busca de la felicidad. El amor es tan egoísta y posesivo que solo puede existir una definición para él: «el amor no es más que pedir que te lleguen a amar».

Ni Dantalion, ni Sitri supieron qué había sido todo aquello, pero de algo estaban seguros: no había sido un «también te amo».

 

 

Llegando el segundo día de abril; domingo, Dantalion dio suaves golpes en la puerta de la habitación de William, con el objetivo de hacer el trabajo y dejar todo lo ocurrido el día anterior, olvidado en el día anterior.

Cuando recibió la afirmación de William, abrió la puerta encontrándose con el otro gemelo sentado en la cama, comiendo galletas.

—¿Solomon? —se sorprendió adentrándose a la habitación y cerrando la puerta tras de él.

—Hola, Dantalion —saludó con una pequeña sonrisa.

—Solomon teme que me vuelva a caer un estante encima —dijo William, haciendo énfasis en las últimas palabras que representaban la mentira de Dantalion—, así que permanecerá aquí. Por mí está bien, solo si permanece en silencio y mientras tú no te distraigas.

—No prometo nada —advirtió Dantalion tomando asiento y haciendo reír a Solomon.

—Idiota —musitó William inentendible—. Como sea, empecemos que cada segundo es valioso.

Solomon permaneció en silencio viéndolos trabajar, mientras que Dantalion intentaba controlar los movimientos de los músculos de su cuello para no girar a ver al chico que le gustaba. En cuanto a William, intentaba concentrarse en el trabajo y no en sus celos.

Cuando Solomon terminó de comer sus galletas, sintió su boca un poco reseca y una terrible sed lo invadió. Se levantó en silencio y se dirigió a la puerta, llamando inmediatamente la atención de Dantalion.

—¿Ya te vas? —preguntó rápidamente.

—¡No te distraigas! —regañó William, golpeándolo entre suave y fuerte en la cabeza con un libro.

—En seguida regreso —respondió Solomon—. Solo iré a beber agua.

Una vez se retiró y la puerta fue cerrada, William tomó a Dantalion del cuello de la camisa de un modo amenazante.

—¿Se puede saber por qué le dijiste a Solomon que un estante me cayó encima?

—No le dije que te cayó encima, le dije que «casi» te cae encima.

—¡¿Y por qué le dijiste algo así?! ¡¿Sabes cuánto él exagera al preocuparse?!

—¡Es que…! —Suspiró apartando su mirada—. Sé que dijimos que lo olvidaríamos, pero para poder explicarte, debo mencionarlo. Ayer me gritaste de un modo tan fuerte que creí que la mansión entera te había escuchado, por eso me sorprendió que nadie entrara a verificar qué era lo que estaba sucediendo. Cuando le pregunté a Solomon si había escuchado algo de lo ocurrido, me dijo que no, para luego preguntarme si había sucedido algo. No le quise preocupar por tu comportamiento, así que le mentí.

Unas cuantas venas resaltaron en la frente de William ante ese relato.

—¿Y pensaste que decirle que casi muero aplastado era un mejor plan? —preguntó indignado.

—Bueno, si le hubiera dicho que me gritaste, estuviese sobre ti preguntándote las razones por las cuales actuaste así y supuse que no querrías hablar de ello. Además, no quería que se entristeciera si se enteraba que tú no quieres estar vinculado a él.

—Sabes perfectamente que eso no fue lo que quise decir —soltó la camisa de Dantalion, mientras llevaba unas de sus manos a su frente con cierto agotamiento.

—Pero así lo interpretaría él.

William lo miró por el rabillo del ojo. No quería admitirlo, pero Dantalion tenía razón.

—Pero solo pudiste decir que habíamos discutido por una tontería respecto al trabajo —dijo el rubio cerrando los ojos—. Él se lo hubiera creído, después de todo, tú y yo no nos llevamos bien. No era necesario decirle que casi se vuelve hijo único.

Dantalion guardó silencio por unos segundos, meditando sobre las palabras de William.

—Sí, ¿verdad? —dijo finalmente.

—Las neuronas se usan, no están de adorno. Y sé perfectamente que tú solo posees dos, pero de seguro esas te sirven un poco.

—¡Óyeme…!

Antes de poder responderle a William, la puerta se abrió dejando ver de nuevo a Solomon.

—¡Volví! —saludó con una enorme sonrisa.

—¡A la cama y en silencio! —ordenó William, haciendo reír a su hermano.

El trabajo prosiguió con tranquilidad y «profesionalismo» y la presencia de Solomon ni se sentía. Era como si solo estuvieran ellos dos.

Dantalion estuvo tentado a preguntarle a William más cosas sobre el idiota que le gustaba, pero con el gemelo mayor ahí presente, sabía que eso no era posible.

Cuando William comenzó a sentirse agotado, suspiró profundamente. La espalda le dolía y la luz de la pantalla de la laptop comenzaba a ser molesto para sus ojos. Fue en ese momento que supo que ya por ese día era más que suficiente.

—Acabemos por hoy —dijo mientras guardaba el trabajo—. ¡Hey, Solomon! Puedes ir a tu habitación con Dantalion. Yo estaré… —detuvo sus palabras de repente al voltear y ver a su hermano profundamente dormido. Ahora entendía por qué su presencia no se había sentido.

William suspiró con cansancio. Esa manía de Solomon de dormirse donde fuera, no se la quitaba nadie. Era mucho más molesto cuando lo hacía en los sillones de alguna de las salas de estar.

—¡Qué lindo se ve dormido! —soltó de pronto Dantalion, causando cierto disgusto en William.

—¿Y despierto no? —preguntó el rubio intentando hacer caso omiso a ese sentimiento que le oprimía por dentro.

—También —respondió Dantalion con una sonrisa.

El silencio se hizo presente por unos segundos, mientras que William miraba al pelinegro de reojo.

—Hey, Dantalion —le llamó quedamente—, si Solomon te gusta, ¿por qué no se lo has dicho?

—Ya lo hice —respondió con naturalidad.

—¿Y te rechazó?

—No, pero tampoco me aceptó.

—Habla con un poco de sentido, se te agradece.

—La verdad, no sé qué fue lo que me dijo —frunció la boca, mientras soltaba un suspiro—. Pero lo que dijo no fue ni un rechazo ni una aceptación.

—Bien —murmuró William—. Yo solo fingiré que eres normal.

Dantalion lo observó de reojo fingiendo enojo, pero al cabo de unos segundos, sonrió de lado con cierta sorna.

—¿Y tú ya te rendiste con el idiota que te gusta? —preguntó el pelinegro, aprovechando que Solomon se hallaba dormido.

—Creo habértelo dicho ya; él está enamorado de alguien más. No es mi estilo entrar en una calle ciega.

Dantalion le miró de reojo y sonrió.

—Tampoco es tu estilo rendirte, ¿no? —Dijo llevando su mirada al durmiente Solomon—. Después de todo, que haya un portero, no significa que no puedas anotar goles.

William lo observó sorprendido por unos segundos y luego apartó la mirada bruscamente.

—Si no te arriesgas, no sabes si vas a ganar —agregó Dantalion.

—Pero si me arriesgo no significa que no voy a perder.

—¿Qué vas a perder? —Preguntó Dantalion observándolo con una ceja alzada—. De ese chico no te pertenece ni su amistad. Nada vas a perder.

—Este tipo de cosas no deberían aparecer por el esfuerzo de una de las partes por llamar la atención de la otra parte —dijo William—. Deberían surgir solas y, si en todo el tiempo que llevo conociéndolo, no ha surgido nada, por algo debe ser.

—Entonces, simplemente te rendiste.

—No —respondió William mirando fijamente el cielorraso—, una persona se rinde después de intentarlo. Yo simplemente no lo he intentado, porque sé perfectamente que sería un total fracaso.

—Así habla un cobarde —dijo Dantalion con cierta irritación dentro de él por esa manera de pensar de William.

—Existe un dicho que dice «es mejor “aquí corrió un cobarde”, que “aquí murió un valiente”». Prefiero permanecer aquí donde sé que esto que siento va a desvanecerse y no a que «me maten» y estar sufriendo luego como un pobre infeliz… así como tú.

Dantalion frunció el ceño y cerró los puños con fuerza. Sin embargo, no se defendió, porque sabía que algo de razón había en esas palabras.

—Además —continuó William—, los sentimientos de adolescentes son efímeros. No vale la pena luchar por ellos —se levantó de la silla y se sentó en la cama con sumo cuidado.

—No creo que sean efímeros —dijo Dantalion levantándose y quedando de pie frente a William—. Solomon es la primera persona de la que me he enamorado y lo siento de una manera tan verdadera que se me es difícil imaginar que sea pasajero.

—Sí, eso dicen todos los adolescentes.

—No seas odioso —reprochó Dantalion con un puchero.

—¿Tú no has estado antes una relación? —preguntó William con curiosidad.

—Formal, no. Todas fueron solo por una noche.

—¿Por qué será que no me sorprende?

Dantalion rio sin dejar de mirar el tranquilo rostro de Solomon.

William miraba al pelinegro de reojo y esa cara de idiota que tenía en ese momento. No pudo evitar pensar lo lindo que sería el ser la primera relación seria de Dantalion. Debía ser algo increíble.

—Me parece lindo que se quedara dormido mientras te cuidaba de que no volviera a caerte algo encima —dijo Dantalion sacando a William de sus pensamientos.

—Es normal. Anoche casi no durmió y no me dejó dormir bien a mí.

—¿A qué te refieres? —preguntó Dantalion curioso.

—Ayer, cuando salí de mi habitación, me abrazó preocupado.

 

 

—¡William! ¿Te encuentras bien? ¿No te ocurrió nada? —había preguntado Solomon, mientras revisaba el cuerpo de su hermano buscando alguna herida.

—¿De qué estás hablando? Estoy bien —respondió William con una ceja alzada en su confusión.

—Dantalion me dijo que casi te cae un estante encima.

«¿Qué a mí qué?», preguntó en sus pensamientos.

—Temí que tuvieses alguna herida, algún esguince o alguna fractura.

—Deja de preocuparte —apartó a Solomon con cierta brusquedad—, me encuentro perfectamente bien. Ahora, si me disculpas, tengo hambre.

 

 

Cuando la noche finalmente llegó y William moría por entrar en las tibias sábanas de su cama y dormir como un bebé hasta llegar el amanecer, entró a su habitación y se encontró a su hermano en pijamas y muy cómodo en su cama.

—¿Puedo saber el motivo de tu presencia? —preguntó William con una ceja alzada.

—Dormiré contigo.

—¿Razón? —volvió a cuestionar.

—Casi mueres hoy.

William quiso reclamar algo y echarlo de su habitación, pero al ver la tristeza reflejada en los ojos de su hermano, suspiró y no dijo nada para correrlo.

—¡Como quieras! —fue lo único que dijo, acomodándose en la cama, al lado de Solomon.

Eran muy pocas las veces que podían estar a solas los dos, por lo que las conversaciones entre ellos iban y venían y, a altas horas de la madrugada, fue que cada uno logró conciliar el sueño.

 

 

—Me levanté temprano porque ibas a venir por lo del trabajo, así que tengo sueño —terminó de relatar William con cansancio.

—Me hubieses escrito que no viniera.

—Te tengo noticias, Huber, no tengo tu número telefónico.

—Ah… sí —murmuró Dantalion llevando su mirada al gemelo durmiente—. Solomon sí lo tiene.

—Sí, pero no sentí ganas de pedírselo.

Dantalion permaneció con su vista fija en Solomon y no pudo evitar sonreír.

—Se preocupa mucho por ti, ¿no es así? —dijo—. De verdad te quiere.

—Solomon se preocupa demasiado por mí y exagera al hacerlo. Por eso te digo que no le andes diciendo cosas así.

—Bueno, eres lo único que le queda —dijo Dantalion—. Tal vez no quiere perderte como perdieron a sus padres.

Cuando la mirada de William se entristeció, supo que inmediatamente debía remediarlo.

—Además —prosiguió—, le dije que solo unos cuantos libros habían logrado golpearte, pero que te salvé antes de que te hicieras daño.

—Sí, muchas gracias —dijo William con notable sarcasmo—, ¡gran salvador! ¡Mi grande y valioso héroe! ¡Siempre estaré en deuda con usted, milord!

—Siempre estaré para servirle, Excelencia —Dantalion le siguió el juego con una juguetona sonrisa, inclinándose un poco y colocando su mano derecha en el pecho.

William suspiró y llevó su mirada a Solomon, que todavía dormía plácidamente sobre su cama.

—Sé que no te importa mucho el trabajo —dijo William de repente—, y que solo lo usas de pretexto para venir a ver a Solomon, pero hoy está dormido.

—Está bien —sonrió Dantalion—. Sí lo usaba de excusa, pero de ahora en adelante vendré con la única intención de hacer el trabajo.

—¿Y ese cambio de planes? —preguntó alzando una de sus cejas.

—Ese trabajo es muy importante para ti y sé que sacar una calificación perfecta lo es todo en tu vida.

—¡Como si te necesitara para ser el mejor de mi clase!

—No digas eso, es un trabajo en pareja. Además, me gustaría saber que se siente, por primera vez, ser el número uno de la clase.

—Bueno —dijo William arrogante—, eso es algo que solo puedes lograr a través de mí.

Dantalion rio y llevó su enamorada mirada a Solomon.

—Ya tendré tiempo de estar con Solomon, sin que Sitri esté metiendo sus narices.

—No es tan tarde. Todavía puedes despertarlo e irse los dos a su habitación.

—Pero se ve tan lindo dormido que despertarlo sería un pecado imperdonable —dijo Dantalion con esa cara de idiota que tanto odiaba William.

—Eres un verdadero imbécil —suspiró—. Aunque la verdad, no creo que se logre despertar. Él tiene el sueño muy pesado.

—¿De verdad?

—Sí, aunque, ¿por qué no les das un beso a «tu Princesa»? Tal vez se despierte con eso.

—Quizás funcione.

Dantalion se acercó a Solomon despacio con la intención de besarlo, pero William lo jaló por la oreja y le hizo retroceder.

—¡Ni siquiera lo pienses! —regañó a Dantalion al momento que lo soltaba.

—Solo bromeaba —se quejó el pelinegro con un puchero mientras masajeaba su adolorida oreja.

—Creo que ya deberías irte para tu casa.

—Sí, debería —llevó su mirada a la laptop y miró el brillo en la pantalla—. Dejaste la computadora encendida.

—¿Ah, sí? —Dijo con fatiga—. ¿Podrías apagarla?

—Claro —acató la orden de William, dirigiéndose de nuevo a él—. Bien, yo ya me voy. Nos ve… —calló sus palabras cuando vio a William durmiendo al lado de Solomon.

Se acercó despacio para admirarlos más de cercas, siendo el momento cuando Solomon se removió y abrazó a William, devolviéndole éste el abrazo.

Dantalion casi nunca usaba la palabra «adorable», pero tenía que admitir que ese era el adjetivo perfecto para describir aquella escena.

Sin poder evitarlo, sacó su celular y les tomó una fotografía, dirigiendo su mirada a Solomon. Si su rostro era bastante tranquilo cuando estaba despierto, dormido lo era aún más. Luego llevó su mirada a William y lo admiró en silencio por un largo rato. Cuando estaba dormido, sí que su rostro se tornaba pacífico y lograba parecerse más a Solomon.

Sin saber el motivo, lo contempló calladamente. No podía apartar su mirada de encima. Como si alguna fuerza le impidiera dejar de verlo.

William se movió somnoliento y abrió los ojos frunciendo el ceño cuando lo vio.

—¿Sigues aquí? —preguntó irritado y la paz que tenía su rostro mientras dormía se había esfumado por completo. Volvió a ser William.

—Ya me iba.

—Entonces vete —cerró de nuevo los ojos y se aferró más a Solomon escondiendo su rostro en el cuello.

Dantalion les tomó una fotografía más antes de decir:

—Nos vemos mañana —se retiró quedando silencio total en la habitación.

—¿Cuánto más fingirás que estás dormido? —preguntó William sin abrir los ojos y haciendo reír a Solomon que, al igual que su hermano, tampoco abrió los ojos.

—¿Qué crees que irá a hacer con las fotografías que nos tomó?

—Se me ocurren algunas teorías, pero no quiero mencionar ninguna.

—Dantalion no es esa clase de persona —rio Solomon.

—Tú apareces en la fotografía y él está enamorado de ti. Con eso ya es excusa suficiente.

La risa de Solomon se volvió a escuchar seguida de su voz formulando una pregunta:

—¿Y tú? ¿De quién estás enamorado?

—¡¿A ti qué te importa?! —se quejó William sonrojado. Había olvidado que minutos atrás Dantalion había mencionado al idiota que le gustaba.

Solomon se separó un poco del abrazo para mirarlo a los ojos. William también abrió los suyos al sentir la acción de Solomon.

—No quiero que nadie te lastime —le acarició la mejilla con dulzura—. No lo toleraría.

—Yo no dejaría que nadie me lastime. No seas paranoico.

Solomon unió sus frentes y entristeció la mirada.

—Es verdad. Eres lo único que me queda; no quiero perderte.

—¿Y tío Barton? —preguntó William alzando levemente la ceja.

—También le quiero, pero un hermano vale más que un tío, ¿no crees?

—Sí, supongo… —soltó un suspiro y volvió a hundir su rostro en el cuello de su hermano.

William solía decir y repetir que odiaba los abrazos, pero la verdad admitía —solo para sí mismo— que los abrazos de su hermano eran de verdad relajantes. Como si tuvieran algo especial.

—¿Está en básquet y fútbol? —preguntó Solomon de repente.

William se sonrojó, sabiendo perfectamente a qué se refería su mellizo, pero supo mantener la compostura y actuar con naturalidad.

—¿Quién?

—«El idiota que te gusta».

—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó William un poco agotado.

—Dantalion mencionó algo parecido.

Unas cuantas venas resaltaron en la frente de William. Ya se encargaría de reclamarle a Dantalion hablar más de la cuenta.

—No estés tan pendiente de lo que dice ese idiota.

—¿Es Dantalion?

—Y ahora —volvió William a sonar hastiado—, ¿qué te hace pensar eso?

—También me preguntó cuál era el color encarnado.

—¿Y por qué lo relacionas?

—Porque los ojos de Dantalion son encarnados.

—¿Y qué tiene que ver Plutón con Mercurio? Si te preguntó cuál era ese color, es porque su cerebro está tan vacío que necesita llenarse de información, aunque toda esa información sea tan inútilmente innecesaria como esa que te preguntó.

El silencio reinó entre ellos por unos segundos. William sabía que si soltaba la siguiente pregunta, las sospechas de Solomon de que era Dantalion quien le gustaba aumentaría —Solomon era igual de inteligente que él— y eso era lo que menos William quería, pero de verdad necesitaba saberlo, así que, fingiendo desinterés, finalmente preguntó:

—¿Y se lo dijiste?

—¿Qué cosa?

—El color.

—Sí, le dije cuál era.

William sintió que su corazón se había detenido por un instante. Si Dantalion ya sabía cuál era el color encarnado y, suponiendo que no era tan idiota y había logrado deducirlo, entonces ya sabía perfectamente que «el idiota que le gustaba a William» no era nadie más que él.

No pudo evitar sentir cierta opresión en el pecho ante la indiferencia que mostró Dantalion ese día de trabajo. Si éste estaba consciente de que él era «ese idiota» y no mostró ningún interés en William, entonces William lo supo… a Dantalion lo único que le importaba era Solomon, lo demás le era irrelevante.

Aunque, el pelinegro también le había dicho que podía anotar goles, aunque hubiera un portero. Si Dantalion sabía que era él «ese idiota», ¿le estaba invitando a conquistarlo?

—William, ¿por qué lo detuviste? —preguntó Solomon sacando a William de sus pensamientos.

—¿Por qué detuve qué?

—Cuando le dijiste a Dantalion que tal vez si me besaba yo despertaría. Él estuvo a punto de hacerlo, pero tú le detuviste —explicó separándose para ver el rostro de su hermano, queriendo de verdad saber esa respuesta.

—Porque no quería que te besara —respondió con simpleza.

—¿Por qué no?

—Él pensaba que estabas dormido y no quería que se aprovechara de ti en esa situación. Si te quiere besar que tenga tu consentimiento y que estés muy consciente de ello.

Solomon sonrió ante esa respuesta y volvió a abrazar a su hermano. El silenció volvió a reinar y, unos minutos después, los dos estaban profundamente dormidos.

 

 

Dantalion, apenas llegó a su casa, se encerró en su habitación, se recostó en la cama y sacó su celular para observar las únicas dos fotografías que tenía en él. Haciendo «zoom» en una de ellas, centró su mirada en Solomon. Su rostro, despierto o dormido, siempre era calmado —a diferencia del de William—. Lo observó por un buen rato, deslizando luego la fotografía, centrándose esta vez en William.

Cuando estaba despierto, casi no se parecía a su mellizo, pero dormido, el parecido era asombroso. Si no fuera porque Solomon usaba el cabello más largo que el de William, serían gemelos idénticos… aunque tan distintos a la vez.

No supo por qué, pero contempló a William por un largo rato, olvidándose por completo de su alrededor. Sin notarlo, un ligero escalofrío lo recorrió de pies a cabeza, como si hubiese sido una corriente de aire fría que alborotó su sistema nervioso y le hizo acelerar los latidos de su corazón.

—Amo.

La voz de su mayordomo, Baphomet, fuera de la habitación, le hicieron despertarse de su ensoñación y bloquear el celular al momento que sacudía la cabeza.

—¿Q-qué ocurre? —preguntó mientras se enderezaba y regresaba por completo al mundo real.

—La cena está lista.

—Ah… —tartamudeó agitando de nuevo la cabeza—. Sí, enseguida bajo.

—Bien.

Suspiró profundamente intentando asimilar qué había sido eso de recién, pero, sin encontrar respuesta, lo vinculó con el hambre que sentía y bajó a cenar.

En el comedor se encontraba Astaroth, su madrastra; Lamia, la hija de ésta y los gemelos Amon y Mamon, medio hermanos de Dantalion.

El pelinegro se sentó en una de las sillas, alejado todavía un poco de la realidad y fue algo que no pasó desapercibido para la hermosa mujer que hacía el papel de la madrastra de Dantalion.

—¿Te ocurre algo? —preguntó Astaroth alzando una ceja.

—Nada… —respondió Dantalion mirándola por un breve segundo—. El colegio…

Le hubiera gustado haber dicho la verdad, pero la verdad era que ni el mismo Dantalion sabía que tenía.

Baphomet también lo notó, pero no dijo absolutamente nada al respecto.

 

 

Llegando el día lunes, tercer día de abril, Dantalion caminaba tranquilamente por los pasillos del colegio, buscando a Solomon con la mirada, pero no lo hallaba por ninguna parte. Ya sus clases habían terminado y no quería irse a su casa sin ver al amor de su vida.

—¡Hey, Huber!

Dantalion se detuvo y atendió al llamado, encontrándose con el capitán del equipo de básquet.

—Hola, ¿qué ocurre? —preguntó un poco desinteresado.

—Este viernes hay práctica de básquet. No puedes faltar.

—Oh… pero los fines de semana los tengo apartado por un trabajo escolar que tengo que hacer —explicó rápidamente.

—¿Y tienes que entregarlo cuanto antes? —preguntó el capitán con una mueca de desesperación.

—No, es para cuando termine el año escolar.

—Entonces —suplicó el capitán, uniendo sus manos como si estuviera orando—, ¿podrías no trabajar este viernes? Dentro de poco tendremos un enfrentamiento con el colegio Misotf y es muy importante.

—Están bien, hablaré con William al respecto.

—¿Con Twining? —Se extrañó el capitán—, ¿el gemelo con el que no te llevas bien?

—El mismo —rio Dantalion—. El profesor nos asignó hacer el trabajo juntos.

—Te compadezco —dijo el capitán divertido—. Bien, entonces, nos vemos el viernes.

—Nos vemos —se despidió Dantalion, observando cómo se alejaba trotando—. Bien, a buscar a William —dijo tras soltar un fuerte suspiro y emprendiendo su camino en busca de su compañero.

No fue difícil encontrarlo. Se hallaba en su casillero, junto a Isaac, guardando algunas cosas y sacando otras.

Dantalion seguía sin entender cómo era posible que esos dos se llevaran tan bien. Eran demasiado buenos amigos para ser tan diferentes. Quizás porque Isaac era el único capaz de soportar esa actitud de William y el rubio seguramente era consciente de eso y por eso le dejaba permanecer a su lado. O quizás la razón era muy diferente a esa.

Sintiendo una extraña y desagradable sensación en su interior, Dantalion sacudió la cabeza e ignoró por completo cualquier emoción que para él era incoherente. Se acercó a ellos despacio y un poco temeroso de recibir una riña por parte del rubio por cancelar el trabajo del viernes.

—Hey, William… —dijo lento, obteniendo la atención de los dos y ganándose una extraña mirada de Isaac que éste siempre le dedicaba y que Dantalion nunca supo interpretar.

El rubio lo observó por un segundo y apartó la mirada de vuelta a su casillero con un ligero sonrojo en las mejillas. No dejaba de pensar en que Dantalion supiera cual era el color encarnado.

—Dime… —respondió William un tanto nervioso y sin poder mirarlo a la cara.

—No creo que este viernes pueda ir a tu casa a trabajar. ¿Te molesta si esta semana solo trabajamos sábado y domingo?

—Sí, tranquilo, no hay problema.

Dantalion no ocultó la sorpresa al recibir esa respuesta. Juraría que William le regañaría por no ir a realizar el trabajo y arriesgar su calificación perfecta.

—Oye, Dantalion… —murmuró William con un ligero temblor en la voz y su corazón latiendo tan rápido que sentía que saldría del pecho—, Solomon me dijo que le habías preguntado cuál era el color encarnado… y me dijo que te había respondido.

Dantalion alzó una ceja confundido.

—Sí le pregunté —dijo—, pero nunca me respondió. Recuerdo que en ese momento colocó sus dedos sobre mis ojos y eso fue todo. No entendí por qué hizo eso.

William volteó a verlo y pestañeó varias veces seguidas, preguntándose si la idiotez de Dantalion era real o si solo la fingía.

Debió sentirse aliviado de que el pelinegro no supiera que era él el idiota que le gustaba, pero, en cambio, lo único que sintió en su interior fue enojo y ganas de golpear aquel rostro que tanto le gustaba.

—¡No existe nadie más idiota que tú! ¡Vámonos, Isaac! —cerró el casillero con fuerza y adelantó el paso con grandes pasos firmes y el cuerpo tensado.

—S-sí —dijo Isaac siguiendo a William, no sin antes conectar mirada con Dantalion y dedicarle de nuevo esa extraña mirada.

Huber se había quedado de pie sorprendido y sin saber qué demonios había sido todo eso. En ese momento supo que William podía ser más complicado que una mujer —y ya intentar entender a una mujer era demasiado difícil—.

Cuando salió de su trance, sacudió la cabeza y trotó para alcanzarlo.

—¡Espérenme! —gritó.

Una vez que llegó hasta ellos, se posicionó al lado de William y caminó junto a él inclinándose un poco para intentar conectar miradas, pero William seguía con su mirada al frente y su ceño fruncido.

—¿Por qué te enojas? —preguntó completamente confundido.

—¡Porque se me da la gana!

William ya no soportaba estar enamorado de semejante imbécil. Si no descubría la causa del por qué le gustaba alguien sin arrugas en el cerebro, iba a enloquecer. Aunque tampoco sabía por qué le daba indirectas a Dantalion para que adivinara esa información, después de todo, William no quería que Dantalion se enterara que era él «el idiota que le gustaba». En ese momento agradeció que el pelinegro fuera un idiota que no sabía cómo usar el cerebro.

Cuando regresó a la realidad, escuchó que Dantalion e Isaac conversaban animadamente entre ellos sobre un Kilmo-no-sé-qué. De seguro una de las tonterías de ocultismo de Isaac.

—¡Twining! —Le llamó Swallow desde la distancia—, ¿puedes venir un momento?

«¡Yo ya me quería ir a casa!», se quejó en sus adentros con cansancio.

—¡Por supuesto! —Respondió dirigiéndose luego a sus dos acompañantes—. Si ven a Solomon, díganle que estoy con Swallow.

—Está bien —respondieron al unísono antes de que William se retirara.

 

 

Isaac, después de un rato, se había retirado a su casa y Dantalion supo que Sitri también lo había hecho. Feliz de ello, buscó a Solomon por todo el colegio hasta finalmente encontrarlo.

—¡Solomon! —le llamó acercándose corriendo.

—¡Hola, Dantalion! —respondió al saludo con esa sonrisa tan característica de él.

—William me dijo que te dijera que estará con Swallow.

—Oh, bien —le sonrió aún más—, ¿quieres acompañarme mientras lo espero?

Dantalion no se negó a la petición de Solomon, y terminaron sentados en una banca conversando entre ellos.

William finalmente había terminado y buscaba a su hermano para poder llegar a su casa, darse una ducha, comer y hacer sus deberes. Lo divisó a lo lejos con Dantalion y se fue acercando por detrás con fatiga.

—Dantalion, ¿no has pensado que eres tú quien le gusta a William?

El menor de los gemelos se detuvo a pocos metros de ellos y se le aceleró el corazón. Si Solomon decía algo que no debía, él mismo se encargaría de asfixiarlo con una almohada.

—¿Ya…? —Murmuró Dantalion—, ¿ya sabes que a William le gusta alguien?

—No eres muy bueno para guardar secretos, ¿verdad? —preguntó Solomon con una sonrisa haciendo sonrojar a Dantalion.

—Yo… —murmuró de nuevo—, no creo ser yo quien le guste. ¿Por qué pensaría algo así?

—Porque tú también estás en básquet y fútbol. ¿No has pensado en ello?

—La verdad es que no —respondió desinteresado—. Pero, sea como sea, no creo que sea yo quien le guste.

—Y si fuera así, ¿qué harías? ¿Lo rechazarías?

—Bueno… —Dantalion desvió la mirada y rascó su nuca—, yo estoy enamorado de ti. Debería tener eso en cuenta.

Cansado, William frunció el ceño y comenzó a acercarse lentamente, sacando un libro de su bolso.

—Eso está bien —dijo Solomon—. La verdad, no me gustaría que fueras tú quien le gustara a William. Él lo es todo para mí y no me gusta arriesgarme o apostar por él sí sé que puede salir perjudicado.

Dantalion frunció el ceño levemente.

—¿Te refieres a que yo…?

Antes de que pudiese terminar, un libro lo golpeó en la cabeza y después a Solomon. Voltearon a ver al responsable y se encontraron al otro mellizo muy molesto.

—¿William? —dijeron al unísono con sus manos en el lugar lastimado.

—¿Podrían, por favor, dejar el condenado temita de quien me gusta? Porque les tengo noticias a los dos; no es asunto de ninguno de ustedes —hizo una pausa, llevando su mirada al rostro de su hermano—. Y tú, ya vámonos, tengo hambre.

—Está bien. Nos vemos, Dantalion —se despidió Solomon con una sonrisa antes de seguir a su hermano.

—Sí, hasta luego… —murmuró mientras los veía alejarse.

Dantalion suspiró con tristeza. Aquellas palabras fueron peores que un puñetazo en la boca del estómago. Se sentía dolido y quería solo encerrarse y no volver a ver el sol más nunca.

Cuando llegó a su mansión, entró con el ánimo decaído y sin querer ver a nadie.

—Amo, bienvenido —saludó Baphomet inclinándose con respeto.

—Ah… hola… —desvió la mirada y suspiró—. No tengo hambre —informó—. Estaré en mi habitación haciendo los deberes. Diles a todos que no me molesten.

Baphomet pudo notar el ánimo de su amo caído y frunció levemente el ceño. Sin embargo, no dijo nada y solo se reverenció de nuevo.

—Como ordene.

Dantalion entró a su alcoba y se arrojó a la cama mirando el cielorraso con tristeza.

—Solomon… —murmuró.

Pasó horas en la misma posición, solo moviendo sus párpados al pestañear y su pecho al respirar. No tenía ganas de hacer nada.

—Amo, ¿puedo entrar?

Al escuchar la voz de Baphomet al otro lado de la puerta, se enderezó tomando su cabeza ante el repentino dolor de cabeza que sintió.

—Sí, adelante.

El hombre entró mirándole preocupado.

—¿Todavía no tiene hambre? —preguntó.

—No.

Baphomet frunció la boca. Se sentía mal ver a su amo en ese estado y sin saber exactamente qué le ocurría.

—¿Ha sucedido algo? —preguntó finalmente, acercándose hasta sentarse en la cama al lado de su Señor.

Dantalion guardó silencio. Sentía un fuerte dolor en el pecho que le oprimía los latidos del corazón.

—¿Vale la pena seguir tras de alguien con quien en el fondo sabes que nunca estarás?

Baphomet se sorprendió ante esa pregunta. Ahora entendía la actitud de su Patrón. En un momento así, Dantalion posiblemente quería escuchar palabras de consuelo, pero era mejor decirle la verdad.

—No, amo, no vale la pena.

Dantalion suspiró y se arrojó de nuevo a su cama, sin importarle el fuerte dolor de cabeza que sintió al hacerlo. Cubrió sus ojos con su brazo y no mencionó ni una palabra más.

Baphomet lo observó con tristeza. Sabía que su amo quería ser amado, pero el amor lleva tiempo en formarse y suele ser mentira que solo existe un verdadero amor y que ese es el primero. Es posible que cuando la persona que ama lo lastima, deje de creer en el amor y piense que no volverá a enamorarse, pero el amor puede nacer, morir y renacer tantas veces como sea posible. Quizás se sienta de un modo diferente, porque no todo el amor es exactamente igual. Y ese amor que sintió por aquella otra persona ya no volvería jamás.

Pero su amo era muy joven todavía para entender eso.

 

 

Día marte, cuatro de abril; Dantalion llegó al colegio saludando a ambos gemelos con un simple «hola» y siguió de largo, extrañándolo a los dos. Aquel saludo había sido frío y neutral y la cara de idiota que siempre ponía al ver a Solomon no había aparecido como cada mañana.

—¿Y a éste que le dio? —preguntó William alzando una de sus cejas.

—También me gustaría saberlo —respondió Solomon un tanto desconcertado.

Dantalion estuvo distraído durante las clases y apenas había prestado atención a lo que decía el profesor. No tenía ganas de nada, solo de llorar hasta deshidratarse.

Durante la hora de almuerzo, Dantalion se sentó debajo del árbol observando detenidamente el cielo sobre él.

—Dantalion, ¿te ocurre algo?

Al escuchar la voz de Solomon interrumpiendo la soledad que había encontrado, llevó su neutral mirada hacia él y lo observó sin pronunciar palabra alguna.

—¿Te encuentras bien? ¿Te ha sucedido algo? —preguntó de nuevo con preocupación.

Dantalion lo seguía observando en silencio y así permaneció por unos segundos más, sin decir absolutamente nada.

—Dant…

—¿Por qué crees que me ocurre algo? —habló finalmente interrumpiendo las palabras que Solomon estuvo a punto de decir.

—Hoy has estado actuando extraño.

—¿Por qué? ¿Por qué no he ido tras de ti moviendo la cola y besando el suelo por dónde pisas?

—Dantalion… sabes que no es eso —dijo Solomon mirándolo con tristeza—. Estoy preocupado por ti.

—Pues, no deberías —respondió cortante Dantalion—. No deberías fingir que te sientes bien estando a mi lado.

—¿De qué estás hablando?

—Solomon, sabes perfectamente lo que siento por ti y estoy harto de que actúes como si no pasara nada.

—Dantalion, yo…

—Además —prosiguió Huber sin darle tiempo a Solomon de terminar la frase—, sé perfectamente que jamás vamos a estar juntos. Que por más que estés consciente de lo que yo y Sitri sentimos por ti, tú decidas hacerte el sordo, el mudo y el ciego, mientras nosotros dos sufrimos como los propios imbéciles que somos. ¿Por qué simplemente no dices que perdamos la esperanza, porque lo que esperamos nunca va a suceder? ¿Tan difícil es dejar de jugar con lo que sentimos?

—No estoy jugando con ninguno de los dos.

—¿Oh? ¿De verdad? —Preguntó sarcástico mientras se levantaba para hablar frente a frente con él—. Si hace poco dijiste que no querías que yo fuera la persona que le gusta a William porque temes que saliera lastimado.

—¿Y eso que tiene que ver? —preguntó Solomon confundido.

—¡¡¡Que si no soy lo suficientemente bueno para él, no soy lo suficiente bueno para ti!!! —gritó furioso—. ¡¡¡Y si piensas eso, solo dime que no te espere más, porque si es por mí, te esperaría toda la vida sin dudarlo!!!

—Dantalion, no dije que no fueras lo suficientemente bueno para William…

—Solomon, ya déjalo —bajó el tono de su voz y agachó la cabeza con tristeza—. No seguiré tras de ti. No… me dirijas más la palabra o me será muy difícil todo esto.

Pasó por el lado de Solomon siguiendo de largo.

—¡Dantalion, espera! —Intentó detenerlo, pero Dantalion hizo caso omiso—. Dantalion… —murmuró.

Durante toda la semana estuvo así, llegando el viernes, séptimo día de abril. Casi no dormía, casi no comía y no había vuelto a dirigirle la palabra a Solomon, ni siquiera para saludarlo.

Se veía más delgado y unas leves ojeras abultaban sus ojos, haciéndolo ver muy demacrado. Aun así, sabía que ese día tenía práctica de básquet y debía ir, aunque no sabía si podía dar el cien por ciento como siempre lo hacía.

Mientras se cambiaba el uniforme escolar por el deportivo, escuchó una voz detrás de él que conocía muy bien.

—¿Esta es tu forma de ganar «la guerra»?

—Sitri —dijo Dantalion con voz baja y sin voltear a verlo—, ¿tú estás tras Solomon porque estás enamorado de él? ¿O porque te gusta competir conmigo?

—La respuesta es bastante obvia —respondió rápidamente—; porque lo amo.

—Entonces, ¿por qué te preocupa que no esté tras él? ¿No deberías estar feliz?

—No me molesta que hable de su hermano cuando estamos juntos, pero que hable de ti es bastante irritante.

—No te preocupes por ello, dentro de poco lo dejará de hacer —se giró quedando frente a frente con Sitri—. Te daré un pequeño consejo, linda muñeca.

Sitri frunció el ceño tras esas palabras y lo miró enojado, cerrando fuertemente sus puños.

—No persigas algo que sabes que no vas a conseguir. Yo ya lo entendí, falta ahora que lo entiendas tú —se acercó a Sitri y se inclinó a su altura para susurrarle al oído—. Y otra cosa, dijiste que no te molestaba cuando hablaba de su hermano, pero «su hermano» se llama William, llámalo como tal —pasó por un lado, dando por terminada la conversación.

—Hey, Dantalion —llamó el capitán del equipo con una sonrisa—, la práctica fue cancelada.

—Pero, ¿no tenemos un enfrentamiento dentro de poco? —reprochó Dantalion. De verdad quería desahogarse un poco con esa práctica.

—Sí —asintió el capitán—, pero no te preocupes. Contigo seguramente ganaremos. Bien, nos vemos luego.

Dantalion se quedó ahí parado sin saber qué hacer. Que él fuera siempre la razón de que ganaran, no quería decir que tenían derecho de holgazanear. Además, desconocía si en el próximo enfrentamiento podía dar todo de sí en el estado en el que se encontraba.

Suspiró y fue en busca de William. Ya distraería su mente con otra cosa.

Cuando lo encontró, subiendo unas escaleras, se acercó rápidamente antes de perderlo de vista.

—¡Hey, William! —Lo llamó logrando obtener su atención—. Al final sí podremos trabajar hoy.

—Ah, está bien —respondió desinteresado—. Yo tengo que terminar un asunto aquí. Nos vemos más tarde en mi casa.

—De hecho —habló rápidamente Dantalion—, me gustaría que esta vez trabajáramos en mi casa —pidió casi en una súplica. No tenías ganas de estar cerca de Solomon.

William lo observó con una ceja alzada y luego se encogió de hombros con desinterés.

—Swallow me tenía que pasar algunos archivos, así que traje el trabajo conmigo. Iré en cuanto termine aquí.

—Oh, si ese es el caso, te esperaré. Estaba pensando ir al gimnasio a practicar un poco. Búscame allá para irnos juntos.

—Está bien. Nos vemos al rato.

—Nos vemos.

Dantalion se retiró y William permaneció ahí por unos segundos viéndolo hasta que lo perdió de vista. Sabía que algo había sucedido entre Dantalion y Solomon, pero no se atrevía a preguntar, sobre todo por no ser asunto suyo y por tener sus propios problemas que atender.

 

 

Huber intentaba encestar el balón en el aro, pero su concentración estaba en otro lugar y fallaba cada vez que lo arrojaba. Ya no sabía si su sudor era por cansancio o por la frustración de no poder anotar.

—¿Y se supone que eres el mejor deportista de Stratford?

Al escuchar la voz de William, Dantalion detuvo todo movimiento mientras volteaba a verlo.

—No estoy concentrado al cien por ciento —explicó—. Tengo muchas cosas en la cabeza.

—Bueno, esas cosas no son mi problema. Mi único asunto contigo es el trabajo que estamos haciendo juntos. Así que mejor ya vámonos antes de que se haga más tarde.

—Está bien. Vámonos —se acercó al rubio, pero William retrocedió.

—No te me acerques demasiado. Apestas a sudor.

—¿Y no quieres un abrazo de compañeros de trabajo? —se acercó de nuevo con los brazos abiertos, dispuesto de verdad a abrazarlo.

—¡No te atrevas, Huber! —amenazó William alejándose cada vez más.

—Vamos, ¿le negarás un abrazo a tu compañero designado? —dijo divertido intentando rodear al rubio con sus brazos.

William supo que ya no tuvo escapatoria cuando sintió la pared detrás de él deteniéndolo. Cerró los ojos fuertemente como si estuviese a punto de recibir una bala. Más que sentir asco por el sudor, estaba nervioso porque Dantalion lo fuera a abrazar.

Cuando no sintió nada y escuchó una buena carcajada del pelinegro, abrió los ojos y lo encontró frente a él con los brazos bajados.

—Tenías que haber visto tu cara —apoyó sus manos sobre la pared detrás de William, a cada lado de éste, y se inclinó para mirarlo directamente a los ojos—. Tengo que admitir que te viste muy lindo.

El rubio se sonrojó y apartó a Dantalion de un empujón, sintiendo su corazón acelerarse como un desquiciado total.

—Ya déjate de tonterías y vámonos —dijo con la mirada desviada e intentando detener sus nervios—. Quiero adelantar ese trabajo.

—Sí, vámonos —respondió Dantalion siguiendo a William cuando éste comenzó a caminar.

Fue cuando cayó en cuenta que estaba sonriendo, sorprendiéndose a sí mismo. Era la primera vez que sonreía en esa semana.

Borró su sonrisa inmediatamente y volteó el rostro con algo de brusquedad, recordándole a sus emociones que estaba triste por causa de Solomon. No debería estar carcajeándose como si nada ocurriera.

Observó a William de reojo, preguntándose cómo había sido posible que lograra hacerlo reír cuando no había ni podido sonreír en toda la semana. Es decir, se trataba del chico con el cual llevaba una mala relación, ¿por qué de repente rio por su causa?

Sacudió levemente la cabeza para dejar de pensar en ello. No había sido nada, solo algo momentáneo.

Llegaron a la salida y esperaron por pocos minutos al auto de los Huber, que se detuvo justo frente a ellos.

Dantalion, con una divertida sonrisa, le abrió la puerta y le indicó que entrara, como todo un caballero lo haría con una dama.

William le miró con una ceja alzada y negó con la cabeza, impresionado del infantilismo de Dantalion.

—William, ¿a dónde vas? —preguntó Solomon cuando vio a su hermano a punto de subir al auto del pelinegro.

—Iré a hacer el trabajo con Dantalion en su casa. Llegaré en la tarde.

Tras terminar esas palabras, William sintió como Dantalion colocaba una mano en su espalda y como lo empujaba levemente dentro del auto para que terminara de entrar, para luego subir él, sin darles tiempo a los hermanos de despedirse.

Durante el camino, William lo miraba de reojo de vez en cuando, observando cómo éste miraba por la ventana pensativo. Se sentía un poco incómodo por el silencio que había entre ellos.

—¿Quieres preguntarme algo? —dijo Dantalion al sentir varias veces la mirada de William sobre él.

William se sobresaltó y llevó la mirada a la ventana con algo de rudeza.

—No… nada —respondió en un murmullo que no sonó tan convincente.

Dantalion lo miró de reojo por unos cuantos segundos. William era el gemelo de Solomon, supuso que debía contarle lo sucedido. Suspiró para simplemente decir:

—No iré más tras Solomon, si es lo que te preguntas.

William lo observó por unos segundos y luego regresó la mirada a la ventana. Dantalion volvió a observarlo de reojo y sonrió.

—¿No dirás nada?

—¿Qué quieres que diga? —preguntó William indiferente.

—No lo sé. Solo pensé que dirías algo.

—El motivo del porqué decidiste dejar de ser el perro de mi hermano, no es asunto mío. Ya te lo dije, mi único problema contigo es el trabajo que estamos haciendo.

—¡Qué frío! —rio Dantalion, sorprendiéndose otra vez a sí mismo.

No entendía por qué seguía riendo con William si se supone que estaba deprimido por Solomon.

Finalmente divisó la mansión desde la ventana y agradeció haber llegado. Sentía que ya las cosas se estaban tornando raras en ese auto.

Ambos entraron a la casa, siendo recibido por el mayordomo del lugar.

—Amo, bienvenido —saludó Baphomet con una reverencia, posando luego su mirada sobre el rubio—. Oh, usted es el joven William, ¿cierto?

—Ah… sí, ¿Baphomet, no? Cuanto tiempo.

—Es un placer verle de nuevo —se reverenció el hombre con una sonrisa—. ¿A qué se debe su grata visita?

—William vino a hacer un trabajo escolar —respondió Dantalion—. Estaremos en mi habitación.

—Bien. ¿Les llevo algo para comer?

—Ah… claro —respondió Dantalion.

Una vez subieron a la habitación, William no pudo evitar mirar de reojo a la cama y sonrojarse. En ese lugar él y Dantalion se habían besado y todavía no olvidaba lo bien que se sintieron sus labios sobre los de él y el haber amanecido a su lado.

 

 

Había llegado el diez de septiembre de 2016, día sábado. El Sol se alzó gloriosamente por el Este, reflejándose en las gotas de rocío y escabulléndose por los transparentes ventanales e iluminando los interiores de los hogares.

Dantalion abrió sus ojos sintiendo un cuerpo sobre él, mientras que él mismo lo abrazaba como si le estuviese protegiendo de todos los pecados que habitaban sobre la tierra. Se trataba de un cuerpo tan pequeño y delgado, como si realmente necesitara de esa protección.

William también abrió los ojos con pesadez. Sentía la nariz un poco congestionada y el cuerpo lo sentía agotado.

Llevó sus ojos al cuerpo que abrazaba y los dos conectaron miradas.

Guardaron silencio con la mente totalmente en blanco, hasta que se dieron cuenta en la posición en la que estaban, separándose rápidamente al enderezarse.

Ambos recordaron rápidamente todo lo que había sucedido la noche anterior, pero William prefirió fingir que no recordaba nada. Si Dantalion pensaba que había estado delirando por la fiebre, entonces que lo siguiera pensando.

—¿Qué ocurrió anoche? —le preguntó lentamente.

Dantalion abrió los ojos sorprendido. Por un momento pensó que William lo iba a reprender por todo lo que había sucedido.

—¿No recuerdas nada de lo que pasó? —preguntó Dantalion sin poder creerlo todavía.

La cara de William expresó terror y señaló a Dantalion amenazante.

—¡Es mejor que me digas ahora mismo lo que me hiciste, maldito pervertido!

—¡¿Perver…?! —Se indignó Dantalion—. ¡Yo no te hice nada! ¡Lo único que hice fue cuidarte después de que te desmayaste, malagradecido!

William le miró con desconfianza y su cuerpo tensado se fue relajando poco a poco hasta que soltó suspiró.

—Voy a creerte —dijo—, pero si me entero de que me hiciste algo, no te la voy a perdonar, Huber.

Dantalion apartó la mirada, rogando porque William no recordara absolutamente nada.

—Ya debo regresar a casa —prosiguió el rubio—. Solomon y Kevin deben estar preocupados por mí.

—Quédate a desayunar —ofreció Dantalion levantándose de la cama—. Te gustaron las galletas de Baphomet, así que te gustará también su comida. Yo iré a buscar tu ropa. Puedes bañarte y lavarte los dientes mientras está el desayuno…

—Ya detente —le interrumpió William—. Puedo asearme cuando llegue a mi casa.

—Déjate de formalidades —se quejó Dantalion—. Pasaste toda la noche aquí, no te matará quedarte un poco más.

—Sí, pero…

Antes de continuar, la puerta se abrió dejando ver a un chico que no pasaba de los once o doce años de edad. Tenía una apariencia bastante extraña; sus ojos eran dorados, su cabello era color negro, a excepción del flequillo que era blanco y su peinado le hacía lucir como si tuviese orejas de algún animal. El reflejo del Sol hizo brillar un pequeño pendiente dorado en su oreja izquierda. Algo sorprendente para la edad que aparentaba.

—¡Dantalion! —le llamó con una gran sonrisa, mientras otro chico se asomaba detrás de él.

Ambos tenían un gran parecido, de hecho, William juraba que eran gemelos. La diferencia era que el otro chico tenía el cabello totalmente blanco y los ojos azules, pero el rostro, la estatura y el peinado, eran iguales.

—¿Ustedes qué hacen aquí tan temprano? —se quejó Dantalion al verlos—. Pensé que volverían en la tarde.

—No queríamos arriesgarnos de que volviera a llover, así que decidimos volver más temprano —habló el peliblanco con una pequeña sonrisa.

El de cabellos negros miró a William con una sonrisa burlona y habló dirigiéndose a Dantalion:

—Pero de saber que estarías con un chico, hubiéramos tocado antes de entrar.

—Cierto, cierto —apoyó el otro—. Debiste colocar un calcetín en la perilla.

Unas venas resaltaron en la frente de Dantalion y un gran sonrojo se pronunció en las pálidas mejillas de William. Para ser tan jóvenes, sí que decían vulgaridades.

—¡Lárguense de aquí antes de que los saque yo de una patada! —amenazó Dantalion asustando a los chicos, logrando que se retiraran de la habitación rápidamente.

—¿Y se puede saber quiénes son esos dos? —preguntó William todavía sonrojado.

—Mis hermanos —respondió Dantalion.

—¡Ah! No sabía que tenías hermanos.

—Bueno, de hecho son mis medios hermanos; es una historia un poco complicada. También tengo una hermanastra. Pero, dejando eso de lado —tomó al rubio del brazo y lo introdujo al baño de la habitación en contra de su voluntad—. Báñate y lávate los dientes. Yo traeré tu ropa.

Antes de que William pudiera quejarse, Dantalion se retiró dejándolo solo.

El rubio suspiró y decidió obedecerlo, solo por esa vez.

Mientras las gotas de la regadera caían por su piel, no dejaba de pensar en cómo le había devorado la boca a Dantalion la noche anterior y cómo sus traviesas manos le invitaron a llegar más lejos.

Cubrió su rostro con sus manos, intentando descolorar sus mejillas del evidente sonrojo que se había formado. No pudo evitar pensar que, si Dantalion le hubiese seguido el juego, en la mañana hubiera amanecido desnudo junto al pelinegro y él ya no sería virgen.

¿En qué estuvo pensando exactamente? Si mientras se besaban, Dantalion solo estuvo pensando en Solomon y no en él. Las grandes mentes científicas se burlarían de él si supieran lo idiota que se vio al hacer aquello.

—¿De verdad estoy enamorado? —susurró con nostalgia.

¿En qué clase de triángulo amoroso había entrado? Él enamorado de Dantalion y Dantalion enamorado de Solomon. Un enredo donde ni Dantalion se enamoraría de él, ni Solomon, posiblemente, se enamoraría de Dantalion. Mirara por donde mirara, aquello terminaría en un desastre.

Cerró la regadera y se cubrió con una toalla, mientras tomaba un cepillo de dientes que, supuso, era de Dantalion, para lavar sus dientes. Cuando terminó, salió del baño y vio su ropa sobre la cama.

No sentía ganas de quedarse ni un minuto más en ese lugar. Tal vez podría convencer a Dantalion de que le dejara ir sin objeciones.

—William, ¿estás listo? —preguntó Dantalion desde el otro lado de la puerta, al momento que William se terminaba de abotonar el último botón de su camisa.

—Lo estoy.

Dantalion entró a la habitación estirando con fatiga su cuerpo.

—Oye —le llamó el rubio—, de verdad he pasado mucho tiempo aquí. No quiero causar más molestias. Quisiera regresar a casa.

—Primero, no es ninguna molestia y segundo, ya le dije a Baphomet que te quedarías a desayunar. No puedes rechazar su esfuerzo, ¿verdad?

William hizo una mueca con la boca y luego suspiró apartando la mirada hacia un lado.

—Escucha —prosiguió Dantalion—, una vez desayunemos, personalmente te llevaré sano y salvo a tu casa, ¿te parece bien?

William suspiró nuevamente ante la gran insistencia que mostraba Dantalion para que se quedara un rato más. Y, a pesar de que William no quería seguir allí por el descubrimiento de sus nuevos sentimientos, sintió que no tuvo más opción que aceptar el desayuno.

—Está bien —accedió—, pero una vez que terminemos de desayunar, iré a casa —dijo firmemente.

—Soy un hombre de palabras —aseguró Dantalion con una pequeña sonrisa.

William apartó la mirada con un pequeño sonrojo en sus mejillas y su corazón golpeando sobre su pecho. Nunca antes se había enamorado, así que todo era un poco incómodo para él.

—Bien —habló Dantalion sacando a William de su trance—, es mi turno de asearme. Puedes esperar en el comedor, estoy seguro que Baphomet ya casi termina de cocinar.

—Ah… claro.

William salió de la habitación y suspiró nuevamente. Casi sentía que sus piernas fallecerían en cualquier segundo. Miró a los alrededores y se dio cuenta que no tenía ni la menor idea de dónde estaba el comedor.

Se regañó a sí mismo por semejante idiotez y llevó su mano a la cabeza, como si ésta le fuera a explotar.

—Hey, hey.

William llevó la mirada a esa voz y se encontró con los dos niños que anteriormente habían entrado a la habitación de Dantalion. Ambos se acercaron con curiosidad al rubio y lo detallaron de cerca con una sonrisa.

—¿Tú eres «uno más» de las conquistas de nuestro hermano? —preguntó el de cabellos negros con una sonrisa traviesa.

«¿Uno más?», se quejó William en sus adentros.

—No, solo soy un compañero de clases —respondió con varias venas palpitándole en la frente.

—Oh… ¿es así? —respondió en peliblanco—. ¿Y qué haces aquí?

—Estaba lloviendo y Dantalion me pidió quedarme.

—¿De verdad? —dijo el pelinegro—. Es extraño que nuestro hermano sea así de caritativo. ¿No será que solo quiere algo más de ti?

—¡¿Qué están parloteando ustedes dos?!

Dantalion abrió la puerta de la habitación de golpe, sobresaltando a los tres. Estuvo a punto de desvestirse cuando escuchó las voces de esos dos entrometidos acosando a William y escuchó cada palabra de lo que dijeron.

—¡Tal como dijo William, él es un compañero de clases; ni uno más, ni uno menos! ¡Se quedó porque pasó por el frente de la casa en plena lluvia y le dije que entrara para que secara su ropa y, obviamente, no podía ir a ningún sitio con esa tormenta! ¡Ahora, lárguense antes de que los muela a golpes a los dos!

—¡Síííí~! —ambos corrieron asustados, sin mirar atrás.

—Parece que traes a muchas personas por aquí —dijo William, sonando más como un reproche que como una burla.

—Eso no es cierto —se apresuró a defenderse Dantalion—. No estés muy al pendiente de lo que dicen esos dos. Ve y espérame en el comedor, yo iré en un momento.

—Sí, sobre eso, no tengo ni la menor idea de dónde está el comedor.

—Ah… claro. Vamos, te llevaré a él.

William asintió y comenzó a caminar al lado del pelinegro, sin mencionar ni una sola palabra. Observaba a Dantalion de reojo sin dejar de pensar en las palabras de ese niño pelinegro; «¿Tú eres “uno más” de las conquistas de nuestro hermano?».

Apartó la mirada hacia a un lado, intentando no seguir pensando en eso. No iba a dejar que esos nuevos sentimientos lo controlaran. Después de todo, él no era cualquier persona, él era el «Gran William Twining».

—Es ahí —dijo Dantalion señalando una puerta y sacando a William de sus pensamientos—. Yo iré en un momento.

—Sí, está bien.

William lo observó alejarse y suspiró cuando lo perdió de vista. Sintiera lo que sintiera, él era capaz de controlar cada emoción que tenía.

Entró al comedor y, nuevamente, se encontró con aquellos dos entrometidos. Tensó su expresión al verlos y les mantuvo firme la mirada, mientras que aquellos dos lo miraban con una sonrisa una tanto arrogante y un tanto burlona —quizás era la sonrisa natural de ambos—.

—Con permiso —se sentó en una de las sillas e intentó esta vez no hacer contacto visual con ninguno de los dos.

—Hey, te llamas William, ¿verdad? —preguntó el peliblanco con una sonrisa, quien tenía una mirada más dulce y compasiva que el contrario.

—¿Cómo lo sabes? —cuestionó mirándolo desconfiado.

—Dantalion mencionó tu nombre hace un momento —explicó haciendo quedar a William como un idiota.

—Ah… claro.

—¿Cuál es tu apellido? —preguntó el pelinegro esta vez.

—Twining… William Twining me llamo.

—Mi nombre es Amon Huber, un placer conocerte —se presentó el pelinegro, con una sonrisa y alzando la mano a modo de saludo.

—Yo soy Mamon Huber. Encantado —siguió el otro.

—Ah… sí.

—Queríamos pedirte perdón por lo de hace un momento —se disculpó Amon—. Nuestro hermano no suele actuar de esa forma con nadie y por eso nos extrañamos. Pensamos en lo más obvio.

—Está bien —dijo William con un pequeño sonrojo—. No hay problema.

—¿Eres muy amigo de Dantalion? —preguntó Mamon.

—No realmente. Él está enamorado de mi hermano, así que suele seguirme para todos lados para no desaprovechar el estar cerca de él.

—Sí, escuchamos que él está enamorado —dijo Amon—, pero se nos fue muy difícil de creer. Aunque eso explicaría por qué te dejó quedarte.

—¿Y no tendrás una fotografía de él? —Preguntó Mamon—. Nos gustaría conocerlo.

—Las tengo en casa. No tengo ninguna en este momento. Pero somos gemelos; solo imagínense a alguien parecido a mí con el cabello un poco más largo y con más cara de idiota.

—Oh, ¿es usted el joven William? —se hizo escuchar una voz, antes de que Amon y Mamon pudieran decir algo.

William volteó a verlo y se encontró a un hombre que aparentaba rodear los treinta años de edad, bien parecido y con una expresión amable y educada. Se acercó a la mesa, colocando algunos platillos sobre ella, para luego dirigirse de nuevo al rubio presente con una reverencia.

—Mi nombre es Baphomet Satanachia, soy el mayordomo de la casa. Un placer conocerlo.

—William Twining, un gusto —le devolvió el saludo con la misma amabilidad que mostró el hombre e inclinando un poco la cabeza.

—Espero y la comida sea de su agrado —se inclinó de nuevo y se retiró para traer más platillos a la mesa.

Los dos niños continuaron haciéndole preguntas a William curiosos, hasta que Dantalion llegó y se arrojó a una de las sillas agotado.

—¿Te han estado molestando? —preguntó dirigiéndose a William y aludiendo a sus dos hermanos.

—Ah… no.

William apartó la mirada al recordar de nuevo todo lo que había sucedido la noche anterior y la forma en la que sus labios bailaron un perfecto compás con los de Dantalion. Suspiró mentalmente para deshacerse de esos pensamientos. Ya se encargaría de borrar esos sentimientos por completo. Tampoco es que fuera la gran cosa.

 

 

Era increíble que ya hubieran pasado entre siete u ocho meses aproximadamente desde ese día y sus sentimientos por Dantalion siguieran vigentes. Al parecer, no eran tan poca cosa como él lo creía.

—¿Te molesta si tomo una ducha primero? —preguntó Dantalion sacando a William de sus pensamientos.

—Ah… no. Prefiero que te quites ese olor a sudor que llevas encima.

—¿Y de verdad no quieres un abrazo de tu compañero? —abrió los brazos de nuevo con una burlesca sonrisa.

—Si te atreves, será lo último que hagas.

Dantalion rio y comenzó a desvestirse, haciendo que William le diera la espalda para no mirarlo.

—¿También te da vergüenza ver a otro hombre desnudo? —preguntó Dantalion con una ceja alzada.

—Cierra el pico…

Dantalion soltó una risilla mientras negaba con la cabeza, terminándose de desvestir e impresionándose nuevamente por seguir riendo.

Cuando finalmente el pelinegro entró al baño, el rubio pudo relajarse y tratar de quitarse ese calor que había subido a su rostro. Se sentó en la cama y curioseó todo con la mirada; no había cambiado mucho desde que él estuvo ahí. Sus ojos se detuvieron sobre la cesta de ropa sucia y pudo ver el uniforme deportivo que Dantalion recién se había quitado encima de todas las demás prendas. Escuchó las gotas de la regadera en el baño y, asegurándose de que no hubiera nadie cerca que pudiese entrar y atraparlo con las manos en la masa, se acercó despacio a la cesta y tomó la camisa mirándola por unos segundos. Se llamó a sí mismo «demente» por lo que estaba a punto de hacer, pero poco le importó sus pensamientos hacía sí mismo. Aspiró el aroma de la camisa, empañada en sudor, y pudo oler a Dantalion en ella. Para muchos eso podía ser desagradable, pero para William era una fragancia mejor que cualquier perfume que hubiera aspirado en su vida.

La observó por unos segundos nuevamente y suspiró. Ya hasta parecía un pervertido haciendo aquello.

Cuando Dantalion salió del baño, con solo una toalla en la cintura, se encontró con William sentado en la cama, evitando todo tipo de contacto visual.

—Deberías quitarte esa vergüenza que sientes —aconsejó Dantalion buscando la ropa que usaría—. Es bastante extraño que te comportes de esa manera.

—No es extraño —defendió William—, es solo que tu mentalidad adaptada a las ideas que te inculcaron están equivocadas.

Dantalion alzó una ceja y luego negó con la cabeza mostrando una sonrisa. Las cosas de William sí que le causaban gracia… aún después de lo ocurrido con Solomon.

—Ya puedes voltear; estoy vestido.

William echó un rápido vistazo para comprobarlo y después se levantó de la cama con el solo objetivo de hacer el trabajo.

—Bien, cada segundo es valioso. Comencemos.

—Amo —la voz de Baphomet se hizo escuchar desde el otro lado de la puerta, llamando la atención de ambos adolescentes—, aquí les traje la comida.

Los dos cruzaron miradas y Dantalion sonrió en señal de súplica, para decir:

—¿Podemos trabajar después de comer?

—No hay problema. Mientras comamos rápido.

William había olvidado lo exquisito que cocinaba Baphomet. Casi hasta sintió ganas de hacer el trabajo todos los fines de semanas en esa casa, pero se abstuvo de proponerlo.

Posando su mirada en Dantalion, se dio cuenta de que éste se estaba obligando a sí mismo a comer. Supo en ese momento que el pelinegro sí que estaba afectado por lo ocurrido con Solomon, y lo confirmó más todavía cuando comenzaron a hacer el trabajo y Dantalion estuvo distraído en todo momento. Apenas y respondía un simple «ajá» cuando William le preguntaba o decía algo y eso, sin duda, molestó al mellizo.

—Terminemos por hoy —dijo cansado—. Sé que siempre andas en las nubes, pero me parece que esta vez andas en el espacio exterior. Y es mejor que regreses, no sobrevivirás sin oxígeno.

—¿Qué? —preguntó Dantalion confundido y sin haber escuchado muy bien.

—Que una vez que arregles las cosas con Solomon, trabajamos.

Dantalion, una vez guardó todo y apagó la computadora, se levantó de su asiento y se arrojó a la cama.

—Ya te dije que dejaré de estar detrás de Solomon.

—Eso no es mi problema —dijo William cortante y sentándose al lado del pelinegro—. Lo único que te exigiré es que te concentres cuando estemos trabajando.

—Tranquilo, yo ya veré cómo despejo mi mente y te prometo que mañana trabajaré mejor.

—De hecho, ya comenzaremos las vacaciones de Easter holidays[1], tómate la semana libre, pero el viernes tendrás que ir a mi casa y es mejor que hayas despejado tu mente.

—Está bien —sonrió y recostó la cabeza sobre el hombro de William, sorprendiéndolo—. ¿Me dejas permanecer así un rato?

William se sonrojó y apartó la mirada con cierta brusquedad.

—Solo por un momento; no te acostumbres.

Dantalion rio y escondió su rostro en el cuello de William. Al hacerlo, aspiró el aroma del rubio y se unió más a él, sonrojando todavía más a su acompañante.

—¡Hey! ¡¿Qué crees que haces?! —reclamó William intentando apartarlo.

—¿Usas algún perfume? —preguntó Dantalion, sin ceder a los empujones de William.

—No —respondió William sin detener sus intentos.

—¿Este es tu olor natural? —siguió cuestionando Dantalion queriendo oler esa fragancia todo el día.

—Sí.

—¿Y por qué hueles tan bien?

—¡No lo sé! ¡¿Tal vez porque me baño todos los días?! —respondió ya un tanto hastiado y sintiendo que su corazón saldría del pecho.

—De verdad —se aferró más a William y lo sostuvo fuertemente para que éste no se alejara—. Hueles bien.

—¡Bien, suficiente! —lo tomó por los hombros y lo logró alejar—. Esto es demasiado raro.

—¿Tú crees? —Se extrañó Dantalion—, solo te estoy oliendo.

—Eso es lo raro.

William suspiró, intentando calmarse. Por un momento sintió ganas de arrojarse a los labios de Dantalion y eso… no volvería a ocurrir.

—Ya debo ir a mi casa —dijo sin mirarlo a los ojos.

—Está bien, te acompaño.

—No es necesario —dijo rápidamente William—, llamaré a mi chofer.

—No lo hagas trabajar más de lo necesario —dijo Dantalion con cierto reproche.

—Es para eso que le pagamos.

—No seas necio. Deja que te acompañe.

—Como quieras —accedió con un suspiro.

—¿Te puedo oler en el camino? —pidió Dantalion en un tono bastante burlón.

—¡No! ¡Te dije que eso es muy raro!

William se sonrojó de nuevo, siendo su piel pálida un obstáculo al momento de intentar ocultarlo y la carcajada que Dantalion soltó, no ayudó en absoluto a que sus mejillas se enfriaran.

—¡Tuviste que haber visto tu cara! —dijo Dantalion en medio de sus risas—, ¡solo estaba bromeando!

—¡Ya cállate!

Al momento que Dantalion finalmente detuvo sus risas, una sardónica sonrisa permaneció dibujada en sus labios.

—Aunque sí que hueles bien.

—¡Déjate de bromas y vámonos!

William salió de la habitación con sus mejillas coloradas y sin mirar atrás.

—No estaba bromeando —murmuró Dantalion con una sonrisa—, sí me gusta cómo hueles.

Cuando ya ambos estaban en el auto, William observaba el mundo exterior desde la ventana. No pensaba en nada en específico, pero estaba tan absorto que no había escuchado la pregunta de Dantalion, hasta que éste lo tocó por el hombro.

—¿Q-qué ocurre? —preguntó todavía un poco ido.

—¿Por cuál letra empieza su nombre? —el pelinegro repitió la pregunta sacando una confusión bien notable en William.

—¿El nombre de quién?

—Del idiota que te gusta —aclaró Dantalion—. Dijiste que podía preguntar hasta que adivinara.

—¿Sigues con eso? —Preguntó William regresando la mirada a la ventana—. Ya te dije que no ibas a adivinar.

—No seas aguafiestas, ¿por cuál letra empieza su nombre? —insistió Dantalion.

—No te hartarás, ¿cierto?

—No —respondió totalmente decidido a adivinar quién era aquel idiota.

—Bien —suspiró—. Comienza por la letra «D».

—¿Por la «D»? —Dantalion lo meditó por un buen rato, hallando unas coincidencias en ambos clubes en los que él estaba—. Hay dos chicos que están en básquet y fútbol y los dos empiezan por «D».

—¿De verdad? —dijo William desinteresado.

—Sí; Debbie Crawford y Dominic Brownley.

—Y Dantalion Huber —completó William.

El chofer los miró a ambos por el espejo retrovisor, sorprendido de que el joven William se le estuviera confesando a su amo en ese momento. No pudo evitar sentir ganas de saber cómo reaccionaría su Señor ante aquello.

—Sí, pero no estamos hablando de mí —respondió Dantalion con obviedad.

El chofer llevó su mirada a William, quien permanecía mirando el mundo exterior con sus ojos reflejando una leve tristeza.

«Pobre chico», se compadeció el hombre en sus pensamientos.

—Dantalion, ¿te puedo hacer una pregunta? —dijo William después de un rato de permanecer en silencio.

—Dime.

—¿Tu idiotez es de nacimiento? ¿O los síntomas aparecieron con el tiempo hasta convertirse en la enfermedad sin cura que ahora es?

El chofer tuvo que presionar fuertemente sus labios para no soltar una carcajada y no ganarse un merecido despido.

—¿Cuál es tu insistencia en llamarme idiota? —se quejó Dantalion frunciendo el ceño y mirando a William con reproche.

—Te lo dejo de tarea —respondió William al divisar su casa y sintiendo como el carro frenaba lentamente hasta detenerse por completo—. Nos vemos el viernes, ¡y no faltes!

Antes de poder bajar, Dantalion lo sostuvo por el brazo, impidiéndoselo.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó William.

—Gracias —dijo Dantalion dedicándole una sonrisa sincera.

William alzó una ceja y le miró confuso sin saber a qué se debía repentino agradecimiento.

—¿Gracias por qué?

—Toda la semana había estado amargado y sin querer saber nada de nadie. Hoy es la primera vez que no solo sonreí, sino que también reí en estos cinco días que llevo atormentándome y fue todo por ti. Por eso, gracias.

William se sonrojó y se soltó del agarre con brusquedad.

—Y preguntas por qué te llamo idiota.

Terminó de salir del auto dirigiéndose a su mansión bajo la atenta mirada del chofer.

Dantalion rio, sintiendo como el auto volvía a arrancar, mientras que muy disimuladamente, su chofer le miró por el espejo por unos segundos. Era cierto que su amo debía aprender a captar las indirectas.

 

 

William se arrojó a su cama soltando un suspiro. Abrió su bolso y sacó de él lo que había hurtado de la habitación de Dantalion.

—Al final, me traje su camisa.

Se reprochó a sí mismo por lo que había hecho, pero, ya que estaba en su poder, la acercó a su nariz y aspiró su aroma. Todavía podía sentir la fragancia de Dantalion sobre ella. Casi era como si el mismísimo Dantalion estuviera ahí a su lado. La observó por un rato y se sonrojó con lo que había pasado por sus pensamientos. Dejó la camisa a un lado y sacudió la cabeza para tranquilizarse y borrar todo pensamiento absurdo de su mente.

Él sabía que era sumamente normal que los adolescentes se «auto-complacieran» a sí mismos, pero él jamás lo había hecho y no iba a comenzar en ese momento. Pero por otra parte… sí había soñado cosas semejantes en el pasado con Dantalion —ya sus sueños era incapaz de controlar—, así que hacerlo en la vida real, no sería muy diferente.

Sacudió de nuevo la cabeza y se regañó a sí mismo. No debía pensar en esas tonterías.

Observó una vez más la camiseta, y no le apartó la mirada por un largo rato, hasta que decidió que era suficiente. Se levantó para colocarle seguro a la puerta y regresó a la cama donde la camisa de Dantalion lo esperaba en silencio.

La tomó y la abrazó con fuerza y con los ojos cerrados, aspirando de nuevo su fragancia, mientras se recostaba en el colchón. Sentía el aroma del chico que le gustaba, envolverlo y deleitarlo por completo. Para cuando abrió los ojos, la camisa había desaparecido, él estaba tendido en su cama y Dantalion estaba sobre él, mirándole con lujuria.

—Dantalion… —susurró William al verlo ahí.

—Voy a sumergirte en un momento de placer —le susurró el pelinegro muy cerca de sus labios.

Escabulló una de sus manos por debajo de la camisa de William hasta encontrar su pezón izquierdo y pellizcarlo levemente, logrando un gemido por parte del rubio.

—¿Te gusta lo que te hago? —preguntó con cierto tono de arrogancia.

—¿Tengo que responder? ¡Continúa! —ordenó sintiendo como la mano de Dantalion de trasladaba a sus pantalones.

—¿Ansioso? —se burló el pelinegro.

—Ya deja de parlotear.

—Eres muy mandón, ¿sabías?

—Y tú muy lento, ¡hazlo ya!

—Como ordene —sonrió de medio lado y se acercó a sus labios—, Su Excelencia.

Abrió los pantalones y liberó su intimidad de la fricción de la tela.

—¡Dantalion! —gimió William fuertemente al sentir como aquellas caricias se deslizaban por todo el centro de su placer.

Quiso buscar los labios contrarios, pero Dantalion se alejó con una sonrisa burlesca.

—Así no es divertido —dijo el pelinegro.

Aumentó el movimiento en sus manos y susurró de nuevo sobre los labios de William:

—Solo cierra los ojos y disfruta.

William obedeció y se dejó llevar por el momento. Aquella mano se movía cada vez más rápido y él solo era capaz de curvar la espalda.

Su voz era la infiel delatora de lo mucho que lo estaba disfrutando, quien no dejaba de gemir cada vez más alto. Era un deleite que jamás en su corta vida de dieciséis años, había sentido. Si bien había llegado a soñar algo parecido, sentirlo en la vida real era una experiencia aún mejor.

Mantenía sus ojos cerrados fuertemente y su respiración se agitaba con cada gemido que se escapaba de sus labios, al sentir el aumento de velocidad que hacía la mano al recorrer con suma velocidad toda la extensión de su sexo.

Podía incluso oír los susurros de Dantalion cerca de su oído; esa voz tan grave que combinaba perfectamente con la personalidad del pelinegro, a pesar de que éste no le diera buen uso a esa potente voz y actuara de modo infantil. Pero, sin importar del modo que actuase, su voz seguía siendo perfecta para él. Esa que era capaz de encender cada foco dentro de William con solo mencionar su nombre. Una voz que lo enloquecía en ese momento al oírlo susurrando tan cerca, que le había retorcerse y pedir por más, desvaneciendo aquel aire de superioridad y volviéndolo tan dócil y sumiso ante sus susurros.

Se retorció de placer, mientras sentía que en cualquier momento iba a estallar. Y, por más que quisiese tocar a Dantalion, no se atrevía a hacerlo.

Mientras más alto gemía, más aumentaba la velocidad, hasta que no pudo más y terminó por esparcir su orgasmo, sintiendo una corriente eléctrica al hacerlo.

Cuando su respiración regresó a la normalidad, abrió los ojos y se encontró solo en su habitación, abrazando la camisa de Dantalion y sosteniendo su entrepierna con su propia mano. Para ser un realista, su imaginación sí que sabía cómo fantasear a lo grande.

Llevó su mirada a la camisa que abrazaba y se sonrojó. Era increíble que fuera capaz de hacer algo semejante. Siempre que tenía ese tipo de problema, lo solucionaba con una ducha fría, pero jamás de «esta» manera. Pero, aun así, fue un momento entre él y algo que le pertenecía a Dantalion. Era como, si de algún modo u otro, el pelinegro estuviera ahí con él.

Cerró sus pantalones y colocó la camisa en su clóset. Si eso era lo más cerca que podía permanecer de Dantalion, entonces se la quedaría. No suponía que fuese un gran problema para Dantalion, ¿verdad?


[1] Easter holidays/Semana Santa.

Notas finales:

«Peliblanco» es una palabra aceptada por la RAE, aclaro.

Como sea, espero y les haya gustado. Nos leemos.


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