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Idénticos, pero distintos. por SonAzumiSama

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Notas del capitulo:

¡Hola! En este capítulo escribí algo que no estuvo incluido en la primera versión, pero que iba a agregar más adelante en forma de Flash Back, así que espero y les guste, porque estoy súper contenta de, finalmente, agregar cosas que quería, pero que no pude por la exigencia del celular (me refiero a que se ponía lento si escribía demasiado texto).

Y, como siempre, gracias a:

 

• Akari Uchiha

• Dantaliana

• Ana

• En busca de fics geniales

 

Por sus bellísimos reviews.

 

Disfrútenlo y ¡A LEER!

 

CAPÍTULO V

 

Delirios por la fiebre… otra vez… solo que esta vez…

 

Había llegado el décimo día de abril, lunes.

Dantalion permanecía recostado sobre su cama, mirando el techo sobre él. William le había dado toda la semana libre mientras estuvieran de vacaciones, para que despejara su mente y no se distrajera mientras hicieran el trabajo.

Los últimos dos días no había comido casi, le costaba conciliar el sueño y dudaba que pudiera mejorar en solo una semana.

Era Easter Holiday, y ese nombre solo le recordaba que Solomon tenía un nombre bíblico y que él era mucho más bueno que todos esos santos de los que tanto presumían algunas religiones. Era como si el mismísimo hijo del Rey David hubiera reencarnado y hubiera sido amado por Dios nuevamente. Así de santo era Solomon para él.

Soltó un largo suspiro, escuchando como alguien tocaba la puerta de su habitación, entrando luego, sin esperar respuesta.

—Amo —escuchó decir a su mayordomo—, ¿vendrá a comer?

—No —respondió enderezándose sobre su cama—. Iré a entrenar.

—Amo, no ha comido mucho durante todo el día —advirtió Baphomet con preocupación—. Debe pensar en su salud.

—Está bien. Compraré algo para comer.

Baphomet lo miró sabiendo perfectamente que era mentira. Lo único que comía Dantalion era alimentos preparados exclusivamente por su mayordomo. Para él, el resto de los cocineros solo eran aficionados.

El hombre suspiró y dibujó una sonrisa.

—Mejor yo le acompaño.

—No es necesario…

—Sí lo es —interrumpió Baphomet—. No lo dejaré ir cuando sé que no ha comido casi nada. Espéreme, iré a alistar la comida.

Sin poder refutar, Dantalion lo vio marcharse, dando por finalizada la conversación. No pudo evitar soltar una pequeña risita. Podía admitir, sin temor a contradecirse en el futuro, que las únicas personas que le importaban en la vida eran Baphomet, su mayordomo, y Solomon, el amor de su vida. Era una verdadera lástima que ya hubiera perdido a uno de ellos.

Finalmente acabó yendo junto a Baphomet a su entrenamiento de básquet en una cancha pública. Aunque su práctica se había cancelado el día viernes, el enfrentamiento con la escuela Misotf todavía seguía en pie y él quería pulir más su determinación e intentar dejar que su mente dejara de estar tan distraída. Sin embargo, ninguno de sus tiros acertó en el aro y eso le frustraba.

Baphomet lo veía de lejos, sentado entre los bancos para el público. Su amo no se encontraba bien, eso lo sabía perfectamente. Pero su terquedad era mucho más grande que su conciencia y él rara vez lograba hacer que entrara en razón.

Su corazón se detuvo por un segundo, cuando vio a Dantalion tambalearse y caer al suelo, sintiéndolo como en cámara lenta. Por suerte, sus piernas reaccionaron rápido y corrió rápidamente hacia él ayudándolo a incorporarse.

—¡Amo, ¿se encuentra bien?!

—Sí —respondió Dantalion con la respiración agitada—, me encuentro bien. Solo me tropecé.

—¡No mienta! —riñó Baphomet con los puños fuertemente cerrados, y sorprendiendo a su amo—. ¡Casi no ha comido y estoy seguro que tampoco duerme bien por la noche! —Lo tomó de los hombros y lo miró directamente a los ojos—. Sé perfectamente que le duele, porque también pasé por lo mismo. Pero aprendí que si me quejaba de lo malo, estaba dejando de lado todo lo bueno. Que si lloraba por cosas mediocres, no iba a tener tiempo para apreciar lo realmente importante.

Dantalion se había quedado mudo ante esas palabras. Mordió su labio inferior fuertemente y agachó la mirada, dejando que la sombra de su flequillo cubriera su rostro.

—¿El amor es algo mediocre? —preguntó en un murmullo y con la voz quebradiza.

—Claro que no. El amor puede llegar a ser de todo; compasivo, alegre, rencoroso, triste, vengativo. Incluso hasta egocéntrico, regocijándose de como otros sufren por su causa. Depende de usted de cómo asimilarlo. Porque, en este momento, el amor que siente le quiere hacer sufrir y usted se lo está permitiendo. Que el amor le haga sufrir, no debería ser excusa para que usted se odie a sí mismo.

—¿Y cómo hago para que deje de doler? —su voz sonaba agitada.

—Eso es lo peor, a veces no hay forma de evitarlo. Pero, sufrir por la pérdida de alguien no es nada malo, eso demuestra lo mucho que le importaba. Es como sonreír por lo que todavía permanece a su lado. Después de todo, no se puede disfrutar de la alegría sin antes haber conocido el sufrimiento.

Cuando su amo no dijo nada, Baphomet continuó:

—Cuando alguien acepta al amor en su vida, debe estar preparado para convivir también con el dolor. No hay que quejarse de la caída, después de acceder a ser empujado. De lo único que debería quejarse es de permanecer en el suelo cuando puede todavía levantarse. Así es el amor, albergando todas las emociones en él.

Dantalion abrazó a Baphomet y éste le permitió desahogarse todo lo que quisiera sobre su hombro. Todavía era joven; tenía toda la vida por delante.

 

 

—Entonces, a Baphomet también le rompieron el corazón —decía un más calmado Dantalion, caminando de vuelta a la mansión, seguido por su sirviente y mejor amigo.

Ya se encontraba un poco mejor después de que su mayordomo le había obligado a comer, aunque no tuviera apetito —incluso, le había dado la comida él mismo—.

—Sí —respondió Baphomet—, fue hace mucho tiempo.

—¿De verdad? ¿Y cómo sucedió?

—Salimos por mucho tiempo, y luego me dejó.

—Cuéntalo con más detalles —se quejó Dantalion con un puchero.

—Amo, mi pasado lo enterré y lo pisoteo cada día. No lo voy a desenterrar solo porque usted tiene curiosidad de saber qué pasó.

—Claro, tienes cicatrices y te avergüenza mostrarlas.

Baphomet le miró por unos segundos y luego sonrió.

—Estaba perdidamente enamorado de esa persona —dijo obteniendo toda la atención de Dantalion—. Pero un día se apareció diciéndome que debía partir y ya no podíamos seguir. A pesar de decirle de todo para impedirlo y de intentar buscar absurdas soluciones para hacer que funcionara a la distancia, me interrumpió diciéndome que su futuro era mucho más importante que el amor.

Dantalion guardó silencio por unos segundos. No sabía mucho del pasado de Baphomet, así que no sabía muy bien qué comentar.

—Y… ¿no volviste a enamorarte? —preguntó lo primero que se le vino a la mente.

—Yo era como usted.

—¿Cómo yo? —preguntó Dantalion confundido.

—Sí, joven y estúpido.

Unas cuantas venas resaltaron en la frente de Dantalion ante esa respuesta.

—Odiaba al amor y sentía que era mutuo —prosiguió Baphomet—, es decir, sentía que el amor también me odiaba. Cerré mi corazón y no le di la llave a nadie. Una vez tuve la oportunidad de volver a enamorarme y de hecho, creo que ya lo estaba haciendo, pero fui yo quien se alejó esta vez por miedo a salir lastimado de nuevo.

»Siempre me pregunté qué hubiera sucedido si le hubiera abierto la puerta a esa nueva persona y le hubiera permitido entrar. Posiblemente, todo hubiera salido bien. Desgraciadamente, el «hubiera» no existe.

»Una vez que una persona me lastimó, automáticamente pensé que todas harían lo mismo. Pero tarde descubrí que ninguna persona está hecha con el mismo molde —terminó de decir con la vista al frente y sin mirar ni una sola vez a su señor.

Sin saber qué decir, Dantalion también llevó la mirada al frente en total silencio.

—Amo… —le llamó en un susurro—, por favor, no cometa la misma estupidez que cometí yo. Si tiene la oportunidad de volver a enamorarse, hágalo. Y si esa persona le lastima también, no cierre su corazón, puede seguir enamorándose cuantas veces pueda. A pesar de que posiblemente sufrirá, siempre es grato recordar todo lo lindo vivido.

Dantalion meditó esas palabras por unos segundos. Posiblemente era lo que William estaba haciendo con el «idiota que le gustaba».

«¡¿Por qué pienso en William en este momento?!», se regañó a sí mismo, sintiendo sus mejillas arder levemente.

Sacudiendo mentalmente la cabeza, suspiró y llevó su vista al cielo.

—Supongo que voy a seguir sufriendo —dijo Dantalion de repente, obteniendo la atención de su sirviente—, pero no voy a intentar impedirlo. Seguiré mencionando el nombre de Solomon, hasta que deje de doler.

Baphomet lo miró sorprendido y sonrió.

Era la primera vez que oía algo tan sabio salir de la boca de su Señor.

Sin decir absolutamente nada, continuaron el camino, disfrutando cada uno de la silenciosa compañía del contrario.

 

 

A pesar de los consejos de Baphomet, durante toda la semana, Dantalion todavía se encontraba bastante mal. Había conseguido comer un poco más de lo que últimamente había comido, pero sus noches de insomnio seguían presentes. Fue cuando supo que debía distraer su mente con cualquier cosa para no pensar tanto en Solomon.

Sin saber por qué, lo primero que se le vino a la mente fue las descripciones que William le había dado del «idiota que le gustaba».

Físicamente; alto, pelinegro, piel clara y ojos encarnados. Emocionalmente, de acuerdo a William; es un poco presumido, siempre intenta impresionar al idiota que ama, es infantil y problemático de tratar, pero llega a actuar serio cuando surge la necesidad y se llega a preocupar por las personas que le importan. Otros datos de interés; estudiaba con ellos, está en básquet y fútbol, no se llevaba bien con William y su nombre empieza por «D».

Los únicos dos nombres que concordaban en ambos clubes eran Debbie Crawford y Dominic Brownley.

Dominic Brownley era alto y pelinegro con los ojos marrón oscuro. Era un buen estudiante, así como un gran deportista. Nunca había estado en problemas y su expediente era impecable. Y no estudiaba con ellos.

Debbie Crawford, por el contrario, tenía el cabello negro con los ojos verde agua. Era casi de la estatura de Dantalion, solo pocos centímetros más bajo, y era un excelente jugador en ambos deportes, pero malo en las asignaturas. Siempre estaba en problemas y no había mes en que no fuese castigado por William. Siempre se le oía murmurar un: «¡Malditas líneas en latín!». Y, a diferencia de Dominic, él sí estudiaba con ellos.

Debbie era el que más se asemejaba a la descripción de William. Pero no sabía si el color «encarnado» tenía algo que ver con el color de los ojos de Debbie.

«¿Y por qué no lo investigo? —Se reprendió a sí mismo en su mente, sacando su celular del bolsillo—. Y en un momento como este, ya no tengo Internet —reprochó guardándolo de nuevo—. Pero tal vez sí se trate de Debbie. Bueno, si algún día están juntos, al menos tendrá a alguien que sabe cómo besar».

Ante aquello, se perdió por un momento en sus pensamientos, recordando aquella lluviosa noche en la que William estuvo delirando por la fiebre y él se había dejado llevar por aquel rostro idéntico al de Solomon y, al final, sus labios había terminado por encontrarse.

Al principio, William era algo torpe al ser su primer beso, pero, de un segundo a otro, ya era todo un experto besando. Tan bien lo había hecho que al mismo Dantalion se le había dificultado seguir el ritmo de sus labios. Él había besado a muchas personas antes, pero nunca nadie lo había besado con esa pasión con la que William lo había hecho y, por un momento, había deseado volver a ser besado así.

Llevó sus dedos a su boca, rozando sus labios con la punta del dedo índice y pensando en aquella noche. No se refería que quería volver a besar a William, solo quería ser besado nuevamente de esa forma. Se preguntó si era algo hereditario, porque si era así, Solomon posiblemente también debía tener ese «talento» para besar.

Se regañó a sí mismo por pensar en el mayor de los gemelos. Había estado muy bien son haberlo tenido en sus pensamientos, pero ahora tenía que aparecer de nuevo. ¡Maldita frustración!

Soltó un suspiro agotador, mientras llevaba la mirada a la ventana del auto.

Ya eran 14 de abril, por lo tanto, día viernes. Ya se encontraba dirigiéndose a la mansión de William para hacer el trabajo y él se encontraba pensando en tonterías, en vez de preguntarse si podía ir a la casa del menor de los mellizos, actuar de forma indiferente ante Solomon y dejar de actuar como un niño travieso que rompió una reliquia familiar y se estuviera escondiendo de los regaños de sus padres.

Bostezó mientras sus ojos se nublaban. Esperaba poder estar concentrado en el trabajo, aun con el sueño que sentía. Solo de algo estaba seguro; sería un largo día.

Sabía que existía una alta posibilidad de encontrarse cara a cara con Solomon una vez estuviera en esa mansión. Y, cuando decidió que no quería ir, ya era demasiado tarde; estaba frente a la enorme casa.

Con un suspiro, llamó a la puerta y Kevin Cecil, el mayordomo de los Twining, le atendió.

—Ah, eres tú —dijo el hombre una vez abrió la puerta—. El joven amo te está esperando en su habitación. Puedes entrar.

Dantalion asintió levemente y, con un fuerte suspiro, se adentró a la mansión dirigiéndose al lugar de siempre. Le rogaba al universo no toparse con Solomon y, como si sus plegarias hubieran sido escuchadas, sintió alivio de no haber visto la cabellera rubia del mayor de los gemelos al llegar a la puerta de la habitación de William. No obstante, todavía había una enorme posibilidad de que ambos hermanos se encontraran en la misma alcoba. Con ese pensamiento, y obligándose a sí mismo a actuar como hombre, tocó suavemente, oyendo un «adelante» de William. Cuando abrió la puerta, con el corazón acelerado, se encontró solo con el menor de los Twining y agradeció al universo por ello.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —fue lo primero que dijo Dantalion, cerrando la puerta tras de sí tomando asiento.

—¿Qué? —dijo William encendiendo la computadora y sin darle tanta importancia al respecto.

—Si las paredes son a prueba de ruido, ¿cómo soy capaz de escucharte cuando me pides que entre?

—Si estás muy cerca de la puerta y grito lo suficientemente alto, puedes escuchar algo.

—Es decir, que si alguien hubiese estado cerca de la puerta guando me gri… —se detuvo abruptamente, como si algo lo hubiera silenciado de golpe—. Perdón, dijimos que lo olvidaríamos.

—Está bien, no pasa nada —dijo William tranquilamente—. Fue algo que sucedió y no será tan fácil de olvidar. Como mucho solo podemos fingir que no sucedió. Pero sí; si alguien hubiera estado cerca de la puerta ese día, me hubiera escuchado gritar.

Dantalion apartó la mirada con un ligero ardor en sus mejillas.

«Me hubiera escuchado gritar», esas palabras resonaron en su mente y no pudo evitar buscarle un doble sentido.

Se imaginó a William gimiendo y gritando, mientras suplicaba por más. Y, a lo que no le pudo hallar explicación, fue al repentino elevamiento de su temperatura con solo imaginar esa escena. Es decir, él sí sentía atracción por los chicos, pero no por todos y, definitivamente, William era la persona por la que menos sentiría esa atracción.

—Bájate de la nube y comencemos a trabajar —dijo William sacando a Dantalion de sus pensamientos.

—Ah… sí.

Una vez el trabajo comenzó, para Dantalion fue muy tortuoso estar frente a la pantalla encendida de una computadora con el sueño que tenía. No dejaba de bostezar a cada cinco minutos y sentía que en cualquier segundo sus ojos cerrarían y entraría cálidamente al mundo de los sueños.

—¿Una mala noche? —preguntó William una vez el trabajo había finalizado por ese día.

—Una mala semana de hecho.

El rubio no dijo nada, solo lo observó de reojo por unos segundos y evitó decir lo que pensaba.

—Hey, William —dijo de repente Solomon entrando a la habitación sin pedir permiso, como siempre solía hacerlo.

—Pienso colocar una trampa anti-Solomon para que dejes de entrar de esa manera —se quejó William, notando después el esfuerzo que hacía Dantalion por evitarle la mirada a su hermano—. Como sea, hablemos afuera —se levantó y sacó a Solomon fuera de la habitación, dejando al pelinegro a solas.

Dantalion se levantó llevando una mano a su pecho. Su corazón latía sin control y, por un momento, había olvidado cómo respirar. Cuando se sintió mareado, se arrojó a la cama y abrazó a una almohada, intentando controlarse.

Sorprendentemente, sus pensamientos sobre Solomon, fueron reemplazados por unos tan simples que no tenían nada que ver con el chico que le gustaba.

«¿Por qué esta cama huele tan bien? —se preguntó a sí mismo, mientras pestañeaba lentamente a causa del sueño que sentía—. Claro, tiene impregnado el olor del William.»

Sentía el cuerpo pesado y no quería moverse de ahí. El olor, la comodidad, el poco tiempo que había logrado dormir; todo se unía para evitar que quisiera levantarse.

Sus ojos se fueron cerrando hasta que finalmente cayó profundamente dormido.

—Danta… —William detuvo sus palabras cuando entró a la habitación y no encontró al pelinegro frente al escritorio.

Extrañado, recorrió la habitación con la mirada hasta detenerse en la cama, encontrando a Dantalion profundamente dormido en ella.

William no podía creer lo que estaba viendo y, por un momento, sintió ganas de despertarlo y sacarlo de su mansión a patadas, pero inmediatamente lo descartó cuando se acercó y lo observó más de cerca. No supo cómo alguien como Dantalion, que daba el aspecto de ser fuerte e independiente, podía verse tan indefenso y sumiso cuando dormía —y aún más con una almohada abrazada—.

Sintió cómo su corazón palpitaba más fuerte y como su cuerpo temblaba ligeramente. Siendo la primera vez que se enamoraba —y, para más colmo, no era correspondido—, esas sensaciones eran un poco molestas para él. Sin embargo, no apartó la mirada de Dantalion, mientras apartaba algunos mechones de cabellos que caían en su rostro.

«Quiero besarlo —cuando se dio cuenta de lo que pensó, sacudió la cabeza y se regañó a sí mismo—. ¡No digas tonterías, William!»

Sacudió la cabeza una vez más y le quitó los zapatos a Dantalion, para que no ensuciara la cama, sentándose luego a su lado con sumo cuidado, mientras recordaba unos minutos atrás cuando sacó a Solomon de su habitación para conversar.

 

 

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó William, una vez había cerrado la puerta de su alcoba.

—Creí que Dantalion ya se había marchado. De él quería hablarte.

—Sí, descubrí que sucedió algo entre ustedes que no me incumbe.

—Solo quiero saber cómo está él.

—¿Por qué no se lo preguntas a él directamente? —dijo William un tanto cortante y sin querer involucrarse en sea lo que sea que estaba ocurriendo.

—No creo que quiera dirigirme la palabra.

William observó a su hermano en silencio por unos segundos y suspiró largamente.

—No sé cómo se encuentra —dijo finalmente—. Lo único que sé es que no ha logrado dormir bien durante esta semana. Si tanto te preocupa, no es a mí a quien debes decírselo, es a él a quien debes demostrárselo.

Sin mencionar ni una palabra más, William entró a su habitación dejando a su hermano.

 

 

Era verdad que no quería involucrarse en todo ese enredo amoroso. Además, conociendo lo lame botas que era Dantalion, no tardaría en volver a estar detrás de Solomon como lo había hecho desde que ingresó a Stratford.

Decidió dejar a Dantalion dormir tranquilo y salir al balcón a leer un poco, pero, apenas intentó levantarse, Dantalion lo tomó del brazo y lo jaló para abrazarlo, arrojando la almohada que abrazaba, lejos del lugar.

William ni siquiera sabía qué pensar al respecto. Sentía como su corazón latía acelerado y como intentaba hacer reaccionar su cuerpo sin éxito alguno.

Cerró los ojos para tranquilizarse y suspiró profundamente para descolorar sus mejillas. Había sido un movimiento involuntario por parte de Dantalion y solo lo estaba abrazando. No había motivo para descontrolarse.

Abrió los ojos y sacudió al pelinegro un poco fuerte para despertarlo.

—Dantalion… —le llamó, pero no sirvió de nada.

El pelinegro seguía dormido y no parecía tener intenciones de levantarse.

Con un suspiro de resignación, William vio la posición en la que estaba y supo que podía levantarse y alejarse de Dantalion, pero el durmiente, apenas sintió que William se movía, lo abrazó más fuerte y escondió su rostro en el cuello del rubio.

William comenzaba a pensar que Dantalion en realidad no estaba dormido, pero al detallar su rostro, se dio cuenta que posiblemente había alcanzado ya la quinta etapa del sueño en tan poco tiempo.

Decidió esperar a que el mismo Dantalion se moviera y, en su espera, los minutos pasaron a ser horas y el pelinegro no se había movido en todo ese tiempo.

William había intentado despertarlo varias veces en ese transcurso, pero no lo había logrado… ya su paciencia se agotaba.

De repente dio un respingo cuando un sonido rellenó el silencio, tomándole unos cuantos segundos descifrar de dónde procedía, dándose cuenta de que se trataba del celular de Dantalion. William esperó un momento, esperanzado de que Dantalion reaccionara ante la insistencia de su aparato, pero, al ver que éste no estaba interesado en lo más mínimo en despertarse ante el sonido y contestar la llamada, metió la mano en el bolsillo del pantalón de Dantalion —esperando no tocar otra cosa que no debía—, sacó el ruidoso celular, que exigía atención, y miró la pantalla por unos segundos. Decidió contestar, seguro de que el pelinegro no se enojaría si lo hacía.

Abrió la llamada y el molesto sonido se detuvo, indicando que ya podía llevar el celular a su oreja y hablar con la otra persona detrás del celular.

—Este es el celular de Dantalion, ¿en qué puedo ayudarle?

¿Quién habla? —oyó la voz de una mujer al otro de la línea formularle esa pregunta.

—Soy Twining, un compañero de clases. Dantalion vino a mi casa a realizar un trabajo escolar, pero se ha quedado dormido y, por más que he intentado despertarlo, no sirve de nada.

Ya veo. Solo quería saber dónde estaba. Me alegro de que esté bien. Disculpa sus malos modales, últimamente ha dormido muy poco y debe estar cansado. Seguramente está causándote molestias.

—No se preocupe, no es ninguna molestia… —dijo, a pesar de sentirse frustrado de tenerlo arriba de él y no poder hacer nada para quitárselo de encima.

Bien —prosiguió la mujer—, le diré a «su prometida» que no se preocupe más, que no le está siendo infiel.

En ese momento, el mundo de William se detuvo.

¿Dantalion estaba comprometido? ¿Era por eso que Dantalion quería mantenerse alejado de Solomon? No era como si eso fuera problema suyo, pero no podía evitar que le doliera… y sí que dolía.

Gracias por cuidar de él.

La voz de la mujer lo trajo de nuevo a la realidad y tuvo que sacudir la cabeza para recuperar la compostura.

—No hay por qué agradecer. Cuando despierte, le diré que lo llamó.

Muchas gracias. Adiós.

—Adiós…

William colgó la llamada y colocó el celular en la mesa de noche.

—¿Prometida? —murmuró sin poder creérselo todavía.

Llevó la mirada a Dantalion que aún dormía plácidamente arriba de él.

—¿Vas a casarte?

Mientras llevaba su mirada al techo, pudo sentir cómo su pecho se oprimía y cómo sus ojos comenzaban a arder levemente, con ganas de llorar. Pero no se lo permitió. El «Gran William Twining» no lloraría por perder algo que ni siquiera era suyo. Así de bajo no iba a caer.

No quiso seguir pensando en eso, así que solo cerró los ojos con la esperanza de dormir un poco, aunque estuviera en una posición bastante incómoda. Sin embargo, en ese momento, Dantalion abrió los ojos y miró a William con los ojos somnolientos y pestañeando lentamente.

Después de unos segundos, se acercó a él, llamando la atención del rubio, y se posicionó arriba con una mano a cada lado de la cara de William.

—¿Finalmente despiertas? —preguntó el mellizo con una ceja alzada y mirándole con cierto reproche.

No obstante, el pelinegro no dijo nada, solo escondió su nariz en el cuello de William y aspiró fuertemente su aroma.

—¡D-Dantalion! ¡¿Qué crees que haces?!

Cuando William intentó separarlo, tocó su piel y notó la alta temperatura que éste tenía. Para una persona que no había descansado casi nada, era normal caer enfermo.

—¡Estás ardiendo en fiebre! —Riñó William con preocupación—. ¡Apártate! ¡Necesito…!

—Bésame —interrumpió Dantalion, callando abruptamente las palabras de William.

El rubio se quedó mudo y miraba sorprendido a su acompañante, sin saber siquiera qué pensar ante semejante petición.

—¿Qué…? —fue lo único que pudo articular sin salir de su asombro.

—Bésame —repitió Dantalion, acercando sus labios a los del rubio, esperando a que éste accediera y devorara sus labios como lo había hecho aquella noche.

El cerebro de William tuvo que trabajar a mil por horas para analizar la situación y hallar una explicación coherente; Dantalion tenía fiebre, estaba más dormido que despierto, estaba delirando y, una vez más, lo estaba confundiendo con su hermano.

—¡¿De qué estás hablando?! —Dijo finalmente, después de sacar su conclusión—, ¡yo no soy Solomon!

—Lo sé, eres William.

Esas palabras sorprendieron al rubio, quien no pudo volver a articular palabra. Su corazón latía como un completo desquiciado y no podía parar de sentir como su cuerpo se estremecía y temblaba ligeramente.

Dantalion estaba consciente de que él era William y no su hermano gemelo… Dantalion estaba consciente.

—Tú y yo una vez nos besamos —prosiguió el pelinegro—, y, hasta ahora, nadie me ha besado como lo has hecho tú. Quiero volver a sentirlo… la forma en la que tus labios se movían sobre los míos… esa sensación de que el destino de la humanidad depende de ese beso y solo de eso.

William lo miraba a los ojos con la respiración agitada y perdiendo poco a poco el control de su descontrol. Su mente se iba quedando en blanco y apenas y podía procesar todo lo que estaba ocurriendo.

—Bésame, William —pidió Dantalion de nuevo—, bésame como esa ve…

Y la frase quedó hasta ahí.

Los labios de William cubrieron por completo los de Dantalion callándolo bruscamente. Ya había perdido el control de todo lo que lo caracterizaba, se olvidó de todo, incluso de la fiebre de Dantalion, y se dejó llevar por la oportunidad que el momento le ofrecía.

Cuando sus lenguas se encontraron, se inició una batalla dentro y fuera de las bocas, mientras los brazos del rubio se abrazaban fuertemente al cuello del pelinegro.

William no quería detenerse; quería saborearlo por completo, tocarlo, besarlo, lamerlo y morderlo por todos lados y que no quedase lugar en el cuerpo de Dantalion que él no hubiera conocido. Quería ser de Dantalion y que Dantalion fuera de él… era lo único que deseaba en ese momento.

Cuando sus bocas se separaron por un segundo, el labio inferior del pelinegro fue capturado por los dientes de William, quien lo jaló hasta que la distancia le obligó a soltarlo, dejándole una pequeña marca. Y, aunque le había dolido, eso era justo lo que Dantalion quería; que lo besara con esa pasión y con esa fiereza, que le fuese imposible seguir el ritmo de ese beso. Como si William disfrutara de besarlo solo a él.

Se le imposibilitaba imaginarse a Solomon besando de esa manera, era demasiado tranquilo para besar con ese salvajismo con el que lo hacía William y en ese instante, no extrañó a Solomon en lo más mínimo. Por el contrario, agradecía que fuera William que estuviera ahí con él. Dos cosas que jamás creyó posible; no desear estar al lado del amor de su vida y querer estar junto con el chico con el cual no se llevaba nada bien.

William estaba haciéndole sentir algo que ni siquiera el mismísimo Solomon podría igualar en cien años, aunque practicara todo el día y todos los días.

Con Solomon jamás había sentido ese deseo carnal, con William, en ese momento, no podía contenerse… no quería detenerse. Esos labios sabían cómo hacer su trabajo y animaban a los suyos a intentar imitarlos. Ya no soportaría ni un segundo más de esa manera. Era un deseo demasiado fuerte como para ignorarlo.

Dantalion abrió los primeros tres botones de la camisa contraria, desnudando un poco sus hombros, para poder llevar sus besos a esa zona sin ser obstaculizado por esas estorbosas prendas.

Lamía su piel, probando el sabor que ésta poseía y, ni siquiera la carne que Baphomet preparaba para el almuerzo, se podía comparar con el sabor de esa piel. Sentía ganas de devorarlo.

Sin poder evitarlo más, mordió el hombro derecho de William, oyendo cómo éste gemía de dolor y de placer. Luego, con un poco más de gentileza, y como si lo quisiera mimar después del mordisco tan doloroso que le había dado, lo lamió y lo besó, succionándolo luego para dejarle la marca de «Dantalion estuvo aquí».

—William… —susurró en el oído del más pequeño—, deseo tu cuerpo.

El rubio se estremeció al escuchar aquello y, después de repentina afonía que le había dado debido a todo lo que estuvo ocurriendo, a penas y podía gemir, finalmente logró articular palabra:

—¿Mi… cuerpo?

—Déjame hacerte el amor —pidió besando su mejilla, hasta llegar a sus labios y rozarlos con los suyos.

No quiso besarlos hasta no recibir la aprobación de William para poder continuar.

Un poco de razón le había llegado al rubio y supo que debía negarse. Si llegaban a despertar desnudos, serían muy incómodo los días que tenían que hacer el trabajo. Además de que no podía permitirse entregar su virginidad a alguien que no correspondía sus sentimientos por medio de una simple calentura. Pero no escuchó sus propios pensamientos y decidió que sería un «me equivoco ahora y me arrepiento después».

—Adelante, hazlo —accedió finalmente, sabiendo que se iba a arrepentir de todo eso.

Pero dejó de pensar cuando Dantalion besó sus labios y terminó por abrir el resto de los botones que aún seguían abotonados.

Llevó sus labios al pezón derecho de William y lo cubrió completo con su boca, para succionarlo y entregarle un placer al rubio que, posiblemente, jamás había sentido. William solo pudo arquear la espalda y enrollar sus piernas en las caderas de Dantalion, rozando ligeramente ambas entrepiernas, que ya se encontraban bastante erectas.

Los besos de Dantalion volvieron a sus labios y se besaron de nuevo con intensidad. Ya no había razón que se interpusiera entre ellos.

—Dantalion, te amo —confesó William en medio de tanto placer, sin importarle si Dantalion estaba o no consciente de todo lo que estaba ocurriendo entre ellos —. Eres tú… eres tú el «idiota que me gusta». El color encarnado es el color de tus ojos.

El pelinegro lo miraba de cerca y directamente a los ojos. Y, a pesar de semejante revelación, su rostro no mostraba más que solo placer.

—¿De verdad?

—¿Tengo cara de estar bromeando? —dijo William ofendido.

—No… —Dantalion sonrió—, no la tienes.

Y de nuevo, sus labios se encontraron y las palabras comenzaron a sobrar. Ya ambos sabían lo que querían, no tenían por qué contenerse.

—William… —murmuró de nuevo Dantalion con la respiración agitada—, ¿soy la primera persona con la que estás?

—Sí…

—¿Y te sientes bien que así sea?

—Sí… —era lo único que William podía responder. Ya casi no le quedaba cordura.

—¿Está bien si continúo?

—Sí…

Dantalion sonrió y lo besó de nuevo, llevando luego sus labios al cuello y hundió su nariz para sentir ese exquisito aroma que William desprendía.

—¿Te he dicho que me gusta tu olor?

—Sí —respondió William algo impaciente de que Dantalion prosiguiera—, ya lo habías dicho.

—De verdad me encanta.

Dantalion pasó su lengua por el cuello del rubio, entregándole a William un placentero cosquilleo que le hizo gemir.

No podía esperar más a que Dantalion le quitara la ropa y lo hiciera suyo. Se moría por sentirlo deslizándose dentro de él y poco le valió su orgullo en ese momento. Pero, de un momento a otro, todo el peso de Dantalion cayó sobre su cuerpo, deteniendo bruscamente todo movimiento, y confundiendo completamente a William.

—¿Dantalion? —le llamó sacudiéndolo, pero éste no cedía—. Dantalion —le llamó de nuevo, pero obtuvo el mismo resultado.

Logró sacar el rostro de Dantalion de su cuello y apartó los mechones del flequillo que le cubrían la cara, solo para descubrir que el pelinegro se hallaba profundamente dormido.

William no podía creer lo que estaba viendo. Suspiró enojado y casi que quiso estrangular a Dantalion. Pero, después de calmarse, agradeció que nada de lo que estuvo ocurriendo hubiera continuado. Habría llegado a ser un total desastre si hubieran llegado a la «peor» parte.

Recordando que minutos atrás Dantalion ardía en fiebre, llevó una mano a la frente de su acompañante para medir la temperatura, y ya ésta había bajado. Posiblemente por haber sudado por lo de recién.

La salud de Dantalion no era ya un problema, el verdadero problema se hallaba ahora dentro de sus pantalones. Podía ver cómo su erección se alzaba gloriosa, haciendo una notable tienda con su pantalón. El mudo testigo y la pobre víctima de todo lo que había ocurrido.

Quería deshacerse de ella con un baño de agua fría, pero cuando intentó levantarse, el peso de Dantalion se lo impidió. Éste no se despertaba y moverlo era casi que imposible.

Sabía que existía otra manera de deshacerse de ella, pero la verdad es que no quería hacerlo. Si Dantalion despertaba, lo encontraría en pleno acto y sería sumamente vergonzoso. Pero, viendo que ya no tenía opción, abrió sus pantalones con la mano derecha, puesto a que parte de la izquierda era aplastada por Dantalion y solo podía posicionarse sobre la espalda del pelinegro y no ir más lejos. Con un ligero sonrojo en sus mejillas, tomó firmemente su hombría y gimió un poco fuerte al sentir lo sensible que estaba.

Volteó a ver a su acompañante, asegurándose que seguía dormido, y comenzó a acariciarla con lentitud, sin apartar la mirada de Dantalion. Si bien lo tenía así de cerca, debía aprovecharlo.

Mientras más pasaban los segundos, más aumentaba la velocidad y más sentía estar cerca del final.

Con su mano izquierda logró agarrar la nuca de Dantalion y besó sus labios. Atrapó entre sus dientes el labio inferior del pelinegro, lamiéndolo y succionándolo con desesperación, mientras aumentaba más la rapidez de su mano.

Sacudió un poco más su entrepierna, hasta soltar un fuerte gemido sobre los labios contrarios, tras haber llegado a ese deseado clímax.

Avergonzado por lo que había hecho, cerró sus pantalones y su camisa, volviéndose hacia Dantalion. Observó los labios entreabiertos y no pudo evitar besarlo de nuevo, pero con más delicadeza que segundos atrás. Hundió su nariz en los cabellos oscuros de Dantalion y cerró los ojos para dormir. Ya era de noche y quería descansar. Solo esperaba que Dantalion se moviera durante la noche para no dormir tan incómodo.

 

 

Y así llegó el día sábado, 15 de abril.

Los ojos rojizos de Dantalion se abrieron, sin prestar la más mínima atención de dónde se encontraba. El único pensamiento que había llegado a su mente fue el haber descansado por completo. Como si fuera un bebé recién nacido.

—Hasta que finalmente despiertas.

Esa voz puso los cinco sentidos de Dantalion a funcionar por completo, y llevó su mirada al dueño encontrándose a sí mismo aplastando a William con su cuerpo.

—Buenos días —saludó el moreno con una sonrisa.

—Buenas tardes —le respondió William evidentemente enojado—. ¿Te quitas de encima?

—Claro.

Dantalion se alejó de William, pasándose a un lado de la cama y estirando su cuerpo, mientras el rubio se levantaba para darle movilidad a su cuerpo. Se sentía bien sentir el cuerpo tan liviano.

—¡Qué bien dormí! —Expresó Dantalion enojando a William más de lo que ya lo estaba—. Tu cama es realmente cómoda.

—¿Mi cama es cómoda? ¿O yo soy el cómodo? —dijo el rubio mirándole con reproche—. ¡Dormiste toda la noche sobre mí y ni siquiera te movías! ¡No pude cenar ayer porque me jalaste y no me querías soltar! ¡Y ya son la una de la tarde y no he podido desayunar!

Dantalion se enderezó y desvió la mirada con cierta vergüenza.

—Lo lamento —se disculpó sincero—. No había podido dormir bien esta semana y… —hizo una pequeña pausa y suspiró—. Esto no es una excusa, solo una explicación… yo… de verdad lo siento.

—Está bien, no te preocupes por eso.

William desvió la mirada y guardó silencio. Era solo cuestión de tiempo de que Dantalion recordara lo que estuvo a punto de ocurrir entre ellos.

—¿Ocurre algo? —preguntó el pelinegro al ver la mirada preocupada de William.

—Ah… no, yo… —guardó silencio de nuevo, por dos breves segundos—. ¿Cómo estás?

Dantalion alzó una de sus cejas sin entender la pregunta.

—¿A qué te refieres?

—Pregunto cómo te sientes.

Dantalion observó un punto indefinido de la habitación en pura señal de confusión, y luego regresó la mirada a William buscando una respuesta.

—¿Referente a Solomon? —preguntó lento, intentando adivinar a qué se refería el rubio.

—No, idiota. Ya te dije que lo que ocurre entre Solomon y tú no es asunto mío. Me refiero a que ayer tenías fiebre. Pregunto cómo te sientes hoy, referente a tu salud.

—¿Tenía fiebre? ¿De verdad?

—Sí —respondió William con una ceja alzada—. ¿No lo recuerdas?

—No, de hecho no. Solo recuerdo que me recosté en tu cama y que tenía mucho sueño. No recuerdo haberme sentido con fiebre.

—¿Es lo único que recuerdas? —preguntó William con cierta lentitud.

—Sí, ¿por qué? ¿Ocurrió algo más?

—No, solo que me abrazaste y luego no me querías soltar. Pero, dejando eso de lado, ¿cómo te sientes ahora?

—No me siento mal.

William hizo una pequeña mueca con la boca. No quería demostrar estar preocupado por Dantalion, pero no podía evitarlo. Soltando un fuerte suspiro, se acercó al pelinegro y colocó una mano en su frente para medir su temperatura.

Dantalion no pudo evitar sonrojarse un poco. Se sentía bastante extraño que el «Gran William Twining», con quien no llevaba una buena relación, estuviese asegurándose de que todo estuviera bien con su salud. No sabía por qué, pero se sintió feliz en ese momento y los fuertes latidos de sus corazón era la prueba de ello.

—Bien, fiebre ya no tienes —dijo William, retirando la mano—. Aun así, deberías descansar un poco más cuando llegues a casa. No me conviene que mi compañero se enferme justo cuando hay un trabajo por medio —explicó las razones de su preocupación, a pesar de que Dantalion no se las pidió.

«Así es —pensó Dantalion un poco decepcionado—, soy su compañero de trabajo. Es la única razón por la que está preocupado —inmediatamente, sacudió la cabeza mentalmente y se regañó a sí mismo—. ¡¿Y qué esperabas, Dantalion Huber?! ¡Ustedes no se llevan bien! ¡Es normal que sus preocupaciones tengan un beneficio para él mismo!»

—No vuelvas a pasar tanto tiempo sin dormir —dijo William sacando al pelinegro de sus pensamientos—. Debiste estar muy cansado y te forzaste demasiado. Era obvio que en algún momento ibas a caer enfermo.

—La verdad es que tuve mucho insomnio. Pero tu cama es realmente cómoda. La próxima vez que no pueda dormir, vendré y dormiré contigo.

—Ni siquiera lo pienses —amenazó William, escuchando luego reír a Dantalion—. Yo iré a lavarme los dientes.

—Será mejor que me vaya.

—¿No quieres quedarte a desayunar? —ofreció rápidamente William—, bueno, en este caso, sería almorzar.

—No quiero molestarte más de lo que ya lo he hecho. Además, debería ir a casa. Deben estar preocupados por mí.

William recordó la llamada del día anterior. Después de todo lo que había ocurrido, lo había olvidado por completo… además de otro detalle.

—Ah, sí. Una mujer te llamó ayer preguntando por ti. Como no despertabas, decidí responder.

—¿Una mujer? —Preguntó retóricamente mientras tomaba su celular de la mesita de noche para revisar los registros de llamadas—. ¡Ah! ¡Ella!

William lo observaba en silencio. Sabía que la vida de Dantalion no era asunto de él y ni siquiera debía sentir celos de esa información que había recibido de aquella mujer, pero no podía evitar enojarse al saber que Dantalion le pertenecería a alguien más. Era un sentimiento estúpido y solo debía ignorarlo, pero era difícil cuando sentía que por sus venas corría un líquido de fuego que le quemaba acelerando su corazón que latía desenfrenado; queriendo salirse de su pecho, abrazar a Dantalion y reclamarlo como suyo, aunque no lo fuera.

Sentirse así, no era propio de William Twining. Pero, a fin de cuentas, seguía siendo humano.

—No sabía que estabas comprometido.

Esas palabras salieron de su boca, a pesar de no quererlo.

Presionó con fuerza sus labios y se regañó a sí mismo mentalmente. No podía creer que le haya reprochado a Dantalion el estar a punto de casarse, cuando ellos dos ni amigos eran. Pero, la contestación de Dantalion, lo dejó desconcertado:

—¿Qué yo qué?

William creyó que, quizás, Dantalion estaba perdido en sus pensamientos y no había escuchado bien la pregunta. No creía que Dantalion hubiese olvidado estar comprometido —el rubio sabía que era un idiota, pero no a tal límite—.

—La mujer que te llamó anoche —comenzó su explicación William, con la mirada desviada, pero intentando mantenerse indiferente—, ella dijo que le diría a tu prometida que no le estabas siendo infiel.

—¡Ah! —Captó Dantalion inmediatamente—, no estoy comprometido.

William estaba confundido, pero sabía que hasta ahí debía dejarlo.

«Su vida privada no es mi problema», pensó.

—¿Entonces…?

«¡¿Qué fue lo que te acabo de decir?!», se riñó William a sí mismo por atreverse a continuar con el tema.

—Esa quien crees que es «mi prometida», es mi hermanastra; una niña de diez años que jura y perjura que se casará conmigo algún día, porque, supuestamente yo se lo prometí, cosa que nunca hice. Siempre está tras de mí si llego muy tarde a casa, preguntándome dónde estaba o si le estaba siendo infiel. Es una molestia con la cual voy a tener que lidiar cuando llegue a mi hogar.

William pudo sentir como ese fuego líquido en sus venas se iba enfriando y como su corazón comenzaba a regular sus latidos. Se sintió de verdad aliviado que ese compromiso de Dantalion solo se tratase del juego infantil de una niña.

—Bien, como sea —respondió el rubio, restándole importancia y fingiendo indiferencia—. Puedes quedarte a lavar los dientes. No te mataría hacer aunque sea eso, ¿verdad?

Dantalion rio y asintió con la cabeza.

—Como usted diga, Su Excelencia, pero ve a asearte tú primero —se acostó nuevamente en la cama con una sonrisa traviesa—, yo me quedaré un rato más en esta cama.

—¡Pero no te duermas de nuevo, porque despertarte es un verdadero problema!

—¡Como ordene! —respondió Dantalion con la misma sonrisa traviesa.

William torció los ojos y negó levemente con la cabeza antes de tomar algo de ropa y entrar al baño.

Mientras sentía como las gotas iban cayendo por su piel, recordó cada beso y cada caricia que compartió con Dantalion la noche anterior. Estuvieron a punto de tener sexo y, si no fuese por Dantalion que se quedó dormido, hubieran llegado hasta el final.

No podía creer su propia actitud cuando Dantalion le pidió besarlo. Pero el pelinegro lo llamó por su nombre, no por el de Solomon. Eso fue lo que hizo que William perdiera por completo el control.

Debía reforzar mucho más su fuerza de voluntad. No podía permitirse arrojarse a los labios de Dantalion cada vez que se le presentase la oportunidad. Él no era así.

Terminándose de asear y de vestir, llegó a su habitación, encontrando a Dantalion todavía sobre su cama y con los ojos cerrados.

—Es mejor que no estés dormido —le regañó William.

—No lo estoy.

Dantalion abrió los ojos y se enderezó sobre la cama. Sentía unas ganas enormes de quedarse recostado un rato más, pero sabía que posible no iba a ser.

—Bien, iré a lavarme los dientes.

Se levantó yendo directo al baño, mientras estiraba su cuerpo con fatiga.

Cuando terminó de lavar sus dientes, lavó su cara y la secó con una toalla. Una vez la retiró, miró su reflejo en el espejo empañado y notó algo extraño en su labio inferior. Parecía una pequeña mancha.

Limpió el espejo con la misma toalla para tener una mejor visión de sí mismo y se dio cuenta que se trataba de una pequeña herida que parecía haber sangrado un poco.

—¿Y esto? —se preguntó a sí mismo, tocando la herida con la punta de sus dedos.

«Bésame.»

Ese pequeño y fugaz recuerdo le llegó de repente.

Se quedó observando extrañado un punto indefinido, intentando de descifrar qué era lo que había sido eso.

«Tú y yo una vez nos besamos, y, hasta ahora, nadie me ha besado como lo has hecho tú. Quiero volver a sentirlo… la forma en la que tus labios se movían sobre los míos… esa sensación de que el destino de la humanidad depende de ese beso y solo de eso.»

Otro recuerdo un poco más claro llegó a su mente, pero no lo suficiente como para entender qué fue lo que había ocurrido.

«Bésame, William, bésame como esa ve…»

Cuando esa escena retrospectiva llegó a él, se quedó mirando el espejo completamente sorprendido.

Pero eso no fue todo. Los recuerdos siguieron bombardeándolo sin piedad y sin darle tiempo de analizar las cosas. Solo llegaban para confundirlo más, en vez de aclararle la situación.

«William… deseo tu cuerpo.»

«Déjame hacerte el amor.»

Ese último recuerdo lo dejó petrificado. No era posible que él y William… ¿o sí? No, no era posible. Es decir, los dos amanecieron vestidos y, para hacer esa actividad entre dos personas, había que desnudar ciertas partes del cuerpo y «esas partes» estaban completamente cubiertas con sus ropas, así que no era posible… ¿o sí lo era?

Sacudió la cabeza con fuerza y salió del baño para encarar a William y pedirle una buena explicación de lo que su mente le hacía recordar de repente.

—William… —llamó asustado y rezándole a todos los dioses de todas las religiones que solo fuera una jugarreta de su mente.

—¿Qué ocurre? —preguntó William con desinterés, mientras tendía su cama.

Normalmente eran las sirvientas que hacían ese trabajo, pero William quiso asegurarse de que no estuviera «manchada», después de todo se había tocado el día anterior y eso traía consecuencias.

—¿Tú…?

Intentó tranquilizarse. Debía tener la leve esperanza de que existiera otra respuesta coherente, ¿y quién más coherente que el realista William Twining?

—¿Tú sabes cómo me hice esto? —señaló la pequeña herida en su labio.

William volteó a verlo y su rostro no mostró alteración alguna. Su carácter fuerte y esencia indiferente permanecieron en él al momento que se dio la media vuelta para continuar con su cama y responderle con naturalidad:

—Anoche te enderezaste por un segundo cuando dormías. Tenías fiebre y, supongo que mareaste, por lo que volviste a caer y te golpeaste fuertemente con la mesa de noche. De hecho, me sorprende que siguieras dormido después de eso.

Dantalion sintió un poco de alivio al oír eso, pero esos pequeños recuerdos no dejaban de aparecer en su mente. No quería creer que de verdad él y William hayan tenido «ese» tipo de contacto físico.

—¿Estás seguro de que eso fue lo que sucedió? —siguió cuestionando Dantalion, no muy convencido de la explicación que el rubio le había dado.

—¿Tú qué crees que fue lo que ocurrió? —preguntó William irritado.

—No lo sé. ¿No pasó nada raro entre nosotros?

—Define «raro» —dijo con su característica indiferencia.

—Ya sabes… algo… raro.

—¿Algo sexual? —preguntó William sin tapujos.

—Sí, eso…

—¿Crees realmente que yo dejaría que algo pasara entre nosotros? —volteó a verlo con arrogancia en su mirada y superioridad en su expresión facial—. Que te quede claro, Huber, ni en mis peores pesadillas estaría con alguien como tú.

No supo exactamente por qué, pero esas palabras fueron un puñal directo al corazón de Dantalion. No obstante, supo perfectamente cómo ignorarlo y seguir con su interrogatorio:

—Entonces, ¿no ocurrió nada?

—¿Querías que algo ocurriera?

Las mejillas de Dantalion se tornaron levemente rosa y giró su rostro con rudeza.

—¡Por supuesto que no!

—Entonces, despreocúpate.

William volvió a su labor, mientras que Dantalion no dejaba de pensar en esas escenas retrospectivas que llegaban a él.

«Entonces, ¿solo fue un sueño? —Se preguntó en sus adentros—. Pero, ¿por qué yo soñaría algo así? ¿Desear a William? ¿Querer hacerle el amor?»

—Deja de traumarte —dijo William al ver que Dantalion seguía divagando entre sus propios recuerdos y torturándose con ellos—, ya te dije que no ocurrió nada.

—Sí, yo te creo, es solo que… —calló por un momento y decidió ignorar todo lo que su mente intentaba mostrarle—. No es nada.

—Tómate el día libre y descansa un poco. Ya trabajaremos mañana.

—Ah… sí, está bien. Yo… —sacudió la cabeza para alejar todo pensamiento incoherente y finalmente su mente pisó tierra firme—. Muchas gracias por todo. Nos vemos mañana.

—Sí, nos vemos.

Una vez Dantalion salió de la habitación, William cayó a su cama y llevó una mano a su pecho con alivio. Su corazón latía a mil por horas y sentía que desfallecería en cualquier segundo.

¿Cómo había sido capaz de morderlo y dejarle una marca? Bueno, la verdad es que el día anterior, no estaba pensando en nada lógico, así que ni siquiera había pensado en esa pequeña herida que le había hecho a Dantalion. Además, el pelinegro también le había hecho una marca en el hombro, pero él podía cubrirla con su ropa; Dantalion no podía hacer esa gracia.

Se arrojó a la cama sintiéndose débil; por todo lo ocurrido el día anterior, por esa méndiga marca en el labio de Dantalion y por no haber ingerido nada la noche anterior.

Fue directamente al comedor después de ordenarles a las sirvientas que le prepararan el desayuno… o el almuerzo.

Masajeó su hombro con pesadez. Se sentía fatigado y con el ánimo por el suelo.

No pudo evitar recordar la noche lluviosa que había dormido en la mansión de los Huber y compararla con lo que había ocurrido el día anterior.

Aquella noche, Dantalion no había sobrepasado ningún límite porque creía que a quien besaba era a Solomon; pero el día anterior Dantalion le había pedido incluso hacer el amor, y estaba completamente consciente de que se trataba de William.

El rubio no quiso hacerse ideas raras, pero, por un momento, creyó que existía la posibilidad de que Dantalion lo deseara sexualmente, pero rechazó la idea por ridícula.

—Te diste una buena siesta —comentó Solomon entrando a la habitación y sacando a su hermano menor de sus pensamientos.

—Fue otra cosa —respondió William con desánimo—. Una historia demasiado fastidiosa como para contarla.

Solomon sonrió, pero no dijo nada.

Sabía lo que había ocurrido, no completamente, pero sí estaba consciente de una pequeña parte de la historia.

William siempre había sido muy madrugador y el hecho de que no se hubiera levantado, preocupó a su hermano. Solomon había subido a la habitación de su mellizo y lo que encontró no fue exactamente lo que esperaba; esperaba encontrarlo dormido, pero no con Dantalion arriba de él. No fue una imagen muy grata que digamos. Pero, conociendo a su hermano, estaba seguro de que no hablaría nada al respecto y así dejó el tema.

 

 

Dantalion se las había arreglado para salir de la casa sin toparse con Solomon, ni con el mayordomo de los Twining.

Mientras se dirigía a su mansión, miraba por la ventana del auto, completamente perdido en sus pensamientos.

Los recuerdos siguieron llegando a su mente y fueron muchos más completos que la primera vez.

No parecía que fuese sido un sueño, pero era casi imposible que entre él y William hubiera ocurrido algo. Pero, ¿por qué había soñado de esa forma con William? No negaba que recientemente había deseado volver a besarlo, pero no era motivo suficiente para soñarlo. Solo había sido un pensamiento momentáneo. Incluso sus pensamientos se había mezclados y hasta había soñado que el «idiota que le gustaba a William» se trataba de él y eso, era absurdamente ridículo.

Aun así, todo se había sentido tan real. Cada caricia y cada beso que compartieron. Las palabras que dijo, las palabras que le escuchó decir a William. Absolutamente todo se había sentido demasiado real, demasiado… placentero.

Pero sus recuerdos llegaban hasta cuando le dijo a William que le gustaba su aroma. No recordaba más; no sabía si al final había sido o no un sueño húmedo.

—Joven amo, ya llegamos.

Ante el llamado de su chofer, Dantalion salió de sus pensamientos y sacudió levemente la cabeza.

—Ah… sí —apenas y pudo murmurar.

Dantalion bajó del auto, yendo inmediatamente a la mansión mientras se perdía de nuevo en sus pensamientos.

Apenas puso un pie dentro, una pequeña niña pelirroja saltó de las piernas de su madre y fue corriendo a abrazarlo con lágrimas en los ojos.

—¡Dantalion! ¡Estaba muy preocupada por ti! —lloriqueó la pequeña, limpiándose las lágrimas en los pantalones de Dantalion.

—Sí que has llegado bastante tarde —dijo la mujer que segundos atrás consolaba a la niña desde el sofá de la sala de estar.

Dantalion llevó la mirada a aquella que era su madrastra, cruzando sus rojizos ojos con los dorados de aquella hermosa mujer, que todavía podía hacer desviar la mirada de los hombres al caminar junto a ellos debido a su enorme atractivo físico. Tenía un cuerpo que, según el criterio de muchos hombres, había sido tallado por los mismos dioses. Debido a su linaje egipcio, el color de su piel era un poco oscuro, resaltando el color dorado de sus ojos, y su cabello era negro y muy largo. Era como la reencarnación de alguna diosa de la belleza.

Dantalion la observó un rato más, todavía perdido en sus pensamientos, hasta que cayó en cuenta que ya había llegado a su casa.

—Estaré en mi habitación —dijo—. Agradeceré que no me molesten —eso último se lo dijo a la niña, a la cual apartó para poder proseguir su camino.

Llegando a su alcoba, se arrojó a la habitación sin dejar de pensar en ese sueño tan real que había tenido.

«Déjame hacerte el amor.»

¿Hacerle el amor a William? ¿En qué estuvo pensando?

Sacudió la cabeza y se levantó para darse una ducha. Pero, cuando fue a desnudarse, vio que unas gotas de algo blanquecino manchaban sus pantalones.

—¿Esto qué es?

Tomó un poco con su dedo y lo acercó a su nariz para olerlo. Cuando el olor no le resultó familiar, lo lamió sintiendo que ese sabor ya lo había probado antes.

—¿Esto es semen? —se preguntó entre sorprendido y confuso.

Si lo asociaba al sueño que había tenido, era normal tener semen en la ropa. Pero, para asegurarse, revisó el medio de sus piernas y se extrañó que no estaba manchado.

—Entonces, ¿de quién…? —se detuvo un momento meditándolo—, ¿de William? ¿Habrá tenido un sueño húmedo? —lo meditó por un rato más, pero luego lo descartó—. No, no tendría sentido que me haya salpicado de esa forma. Pero, ¿entonces cómo…? ¿Será otra cosa? —probó un poco más y no se había equivocado—. No, esto es semen, y si no lo es, sabe igual.

Observó sus pantalones un rato más y después sacudió la cabeza para restarle importancia.

—¡Da igual! —se dijo a sí mismo y procedió a desvestirse para entrar en la ducha.

Mientras sentía las gotas desplazarse por su piel, no podía olvidar ese sueño que había tenido y de cada palabra que se había dicho.

«Deseo tu cuerpo.»

Había pasado mucho tiempo desde que había estado con alguien en una cama. Como hombre, tenía ciertas necesidades, pero, ¿soñar con William? ¿Qué carajo pasaba por su mente?

«Déjame hacerte el amor.»

¡Lo había sentido tan real! ¡Tan…! Placentero…

Incluso había sentido ganas de hacer ese sueño realidad sin importar que fuera con William.

Con ese pensamiento en su mente, sacudió fuertemente la cabeza. ¿Estar con William? ¿Con ese egocéntrico e insoportable realista? ¡Por supuesto que no! ¡Ni ahora, ni en un millón de años! ¡Definitivamente, no!

Aun así…

Tocó la herida en su labio y recordó la escena de su sueño en el que William le había mordido. No lo negaba; el chico sí que sabía besar jodidamente bien y, no lo negaba, quería volver a sentir que lo besaban de esa forma, pero eso no significaba que quisiera besar a William de nuevo… ¿o sí?

«Deseo tu cuerpo.»

¿Esas palabras resultaron ser ciertas? ¿Serían los besos de William capaces de hacerle a Dantalion desearlo por completo? ¿Por un breve momento el deseó…?

—¿El cuerpo de William? —Completó la frase en voz alta—. No, no es posible —se dijo a sí mismo, intentando convencerse—, yo todavía estoy… enamorado de Solomon —terminó de decir, con una mano sobre su pecho, mientras su corazón latía con fuerza.

«Deseo tu cuerpo.»

—¡Arg! ¡Voy a enloquecer! —alborotó sus cabellos, salpicando agua por todos lados.

Ya harto de sentir aquella frustración, se terminó de duchar, se vistió y se retiró lo más rápido posible de su mansión, dejando sorprendido a todos los que vivían en ella. Arreglaría ese problema de una vez por todas.

Corrió lo más rápido que pudo, hasta estar frente a frente a una puerta. La tocó con fuerza y desesperación, escuchando casi inmediatamente una voz responder ante el llamado con fastidio:

—¡Ya voy! ¡Ya voy!

Cuando la puerta se abrió, dejó ver a un chico rubio de ojos azules, tan alto y atractivo como Dantalion.

—¿Da…? —su frase no pudo terminarla cuando sus labios fueron capturados por los del pelinegro y era conducido dentro de la casa.

El rubio se había sorprendido, pero no tardó mucho en seguirle el juego.

Le mostró una sonrisa burlona al momento en que el beso había finalizado.

—Llevo mucho tiempo sin verte —dijo el rubio—, ¿y así es como me saludas?

—Nunca he sido una persona que le gusta perder el tiempo —respondió Dantalion, estampando al rubio contra la pared.

—Bueno, no estoy en posición de quejarme —sonrió tomando el rostro contrario entre sus manos—. No tienes ni la menor idea de lo mucho que me alegra que me hayas buscado de nuevo.

—No te emociones —advirtió Dantalion rápidamente—. Nada ha cambiado.

—Me buscaste, eso es suficiente para mí.

—Conformista…

El rubio rio y volvió a besar los labios de Dantalion, mientras que el pelinegro solo se dejaba besar. Si era un problema de sexo, entonces con sexo lo iba a arreglar.

Pero no era igual. El rubio no besaba como lo hacía William. El salvajismo era semejante, pero la pasión, el hambre, el deseo, la desesperación, la intensidad… el sabor… todo era diferente. La lengua de William era suave y dulce, la del chico solo sabía a vino. No era agradable.

Dantalion se alejó y apartó la mirada. Sabía que seguir sería una pérdida de tiempo.

—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó el chico con una ceja alzada.

—Nada… es mejor que yo me vaya.

—¿Por qué? —preguntó un tanto alterado—. No es la primera vez que lo hacemos.

—Lo sé, pero…

Dantalion no continuó la frase, porque no sabía ni qué decir.

El rubio tomó el rostro de su acompañante y acarició la pequeña herida que tenía en su labio.

—Puedo ver que te estuviste divirtiendo antes de venir. Dime, ¿acaso te dejaron con las ganas? Porque si es así, no me molestaría ayudarte con ese problema —llevó sus manos a los pantalones de Dantalion con la intención de desbotonarlo, pero fue detenido abruptamente.

—Mejor me voy —y, sin decir más, se retiró de la casa.

—¡Dantalion! ¡Espera! —intentó detenerlo, pero fue inútil.

Dantalion caminó de regreso a su hogar con lentitud.

¿Por qué no era igual? Aquel chico no se acercaba ni un centímetro a lo bien que William besaba.

Por supuesto que seguía enamorado de Solomon, su corazón todavía latía con fuerza con solo pensar en su nombre; pero al recordar a William, solo podía desear besarlo y no contenerse hasta llegar lo más lejos posible… y lo más loco de todo era que jamás había sentido esa atracción por Solomon.

¿Estaba enamorado? Por supuesto que lo estaba, pero de querer quitarle la ropa y hacerlo suyo, jamás lo había deseado.

Tal vez deseo y amor eran dos cosas completamente distintas. Y Dantalion debía aprender a controlar ese deseo si no quería que todo acabase siendo un desastre.

Notas finales:

Espero y les haya gustado. Nos estamos leyendo.


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