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Idénticos, pero distintos. por SonAzumiSama

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Notas del capitulo:

Como siempre, gracias a:

 

• Akari Uchiha

• Ana

• Dantaliana

• Eduardo

 

Por sus reviews.

Espero y les guste.

CAPÍTULO VIII

 

Todo como antes

 

Llegando el veintidós de abril, sábado, Dantalion se dirigía a la mansión de William en el asiento trasero de su auto. En sus labios se dibujaba una sutil sonrisa que no pasó desapercibida para el chofer.

—Se ve feliz, amo Dantalion —comentó, viéndolo unos segundos por el espejo retrovisor.

—¿Te parece?

—¿Sucedió algo con el joven William? —preguntó subliminalmente el hombre con una sonrisa que podía delatar las intenciones ocultas de su pregunta.

—¿Algo con William? —Preguntó retóricamente aumentando su sonrisa—. Digamos que algo así.

El chofer lo miró por unos segundos y negó con la cabeza. Mejor no se hacía ideas de nada.

—Ya llegamos —informó el hombre deteniendo el auto lentamente—. Lo vendré a buscar más tarde.

—Está bien. Adiós —salió del auto dirigiéndose a la puerta de la mansión.

 

 

William, por su parte, estaba recostado en la cama, abrazando la camisa de Dantalion, perdido totalmente en sus pensamientos.

Con Dantalion actuando muy infantil el día anterior, él estaba intentando descifrar por qué motivo, causa, razón o circunstancia podía gustarle un sujeto así.

Se estaba mentalizando de que solo debía soportarlo hasta que el trabajo terminara y así ya no tendrían ninguna excusa para pasar el tiempo juntos.

Cuando escuchó golpes en su puerta, salió de sus pensamientos y sacudió la cabeza enderezándose un poco.

—¡Adelante! —gritó.

Dándose cuenta entonces que tenía la camisa de Dantalion justo cuando éste giró la perilla y estuvo a punto de abrir.

—¡Espera! ¡Espera! ¡No entres!

Dantalion retrocedió cerrando lo poco que había abierto al sobresaltarse por repentino grito.

William abrió el armario y arrojó la camisa, cerrándolo e intentando recobrar la compostura para actuar de forma natural.

—¡Ahora sí, puedes entrar!

Dantalion obedeció, abriendo la puerta despacio y mirando su alrededor, buscando algo fuera de lo normal, pero nada parecía extraño.

—¿Qué estabas haciendo? —preguntó con una sonrisa burlona.

—Nada de lo que te estás imaginando —se sonrojó levemente William ante la sonrisa contraria.

—Yo no me estoy imaginando nada —se defendió Dantalion—. Eres tú el que se está imaginando lo que según me estoy imaginando.

—¡Mejor déjate de tonterías y vamos a trabajar! —se sentó frente al escritorio y Dantalion a su lado.

—¿Fuiste al hospital? —preguntó dejando su tono burlón y notándose preocupado.

—¿Hospital? —Preguntó confundido antes de recordar su epistaxis—. Ah… llamé al médico familiar —mintió.

—¿Y qué te dijo?

—Solo era estrés. Después de todo, los prefectos tenemos muchas responsabilidades. Y tener un idiota molestándome no ayuda en nada.

Dantalion sonrió culpable y revolvió el cabello de William.

—Lo siento. Te juro que te lo compensaré.

El rubio lo miró de reojo y regresó la mirada a la laptop que estaba aceptando la contraseña.

—Olvídalo —dijo—. No quiero nada de ti.

—¿Ni siquiera un masaje? Es bueno para aliviar el estrés.

—¡No! —respondió William cortante.

—Pago para que te hagan acupuntura —insistía Dantalion.

—¡Te dije ya que no!

—Y si… —volteó la silla de William hacia un costado, para quedar frente a frente, acercando un poco sus rostros— te quito el estrés de otra forma?

Varias venas sobresalieron en la frente de William. Empujó a Dantalion golpeándolo en todo el rostro con la palma de la mano para que se alejara.

—¡¿Sigues molestándome después de todo?! —reclamó, a pesar de que su hemorragia nasal no fue realmente por estrés.

—Perdón, no pude evitarlo —sonrió Dantalion travieso—. Intentaré no hacerlo a menudo.

—¿No hacerlo a menudo? ¿Simplemente no puedes dejar de hacerlo?

—Eso se ha vuelto imposible de hacer.

William lo miró de reojo enojado y regresó su mirada a la computadora para buscar el trabajo.

—¿Qué estabas haciendo antes de yo entrar? —preguntó Dantalion.

—Nada.

—¿Y por qué me dijiste que no entrara? Algo estabas haciendo.

—Si hubiera estado haciendo algo, no te hubiera dicho que entraras antes de decirte que no lo hicieras —señaló William con obviedad.

—Bueno, tal vez habías acabado de hacer algo. Quizás te estuviste «quitando el estrés» y todavía había evidencias de la «escena del crimen».

William lo miró enojado y Dantalion le dedicó una mirada y sonrisa burlona.

—Solo tenía algo en mis manos que no quería que vieras —respondió y rápidamente agregó cuando vio que la burlesca sonrisa de Dantalion había aumentado—. ¡Y no me refiero a eso!

—¿A qué te refieres? Yo no estaba pensando en nada.

—¡Sé perfectamente lo que estabas pensando! ¡Y ya concéntrate en el trabajo!

Dantalion sonrió, mirando a William por el rabillo del ojo.

Era tan fácil avergonzarlo que no podía controlarse.

Entonces pensó en que Solomon nunca se había sonrojado, o nunca lo había visto de esa manera. ¿Se vería igual de adorable que William si se sonrojaba? Apostaba que sí.

Observó un poco más a William y sonrió. Si nunca podría ver a Solomon de esa forma, iba a conformarse con su compañero de trabajo.

—¿Te estabas masturbando cuando yo llegué? —preguntó sacando a William completamente de sus casillas.

—¡No! ¡Y ya deja de hablar de eso! —respondió el rubio exasperado.

—¡Oh, vamos! No deberías avergonzarte por algo así. Es decir, es algo común que suelen hacer las personas… sobre todo nosotros los adolescentes.

William intentó no imaginarse a Dantalion auto-complaciéndose; no sería bueno para su imaginación mezclada con sus hormonas alborotadas.

—Concéntrate en el trabajo —pidió intentando sonar calmado.

Pero Dantalion no se iba a quedar con eso. Le gustaba molestarlo y con cada broma que hacía para provocar a William, no era suficiente. Algo dentro de él suplicaba por más.

—William —retomó de nuevo la conversación—, ¿por qué te avergüenza ver a otro hombre desnudo o que otro hombre te vea desnudo?

—¿Por qué no puedes concentrarte ya en el trabajo? —preguntó William perdiendo la poca paciencia que aún tenía.

—Vamos. Solo responde la pregunta.

—Ya te lo dije una vez. Solo me he mostrado desnudo frente a Solomon. Nos bañábamos juntos cuando éramos pequeños.

—Pero eso no explica nada.

—Solo me incomoda. No le busques explicación.

Dantalion sonrió burlesco y, con un tono escalofriantemente inocente, preguntó:

—¿Cuánto te mide?

Pero no le dio tiempo de reaccionar cuando William le propinó un fuerte golpe en la cabeza.

—¡Ya deja de molestar!

—Eso dolió —se quejó Dantalion masajeando su cabeza.

—Entonces, ya deja de provocarme o volveré a golpearte donde te golpeé ayer.

Dantalion recordó lo doloroso que había sido el rodillazo de William en su entrepierna. Se había quedado arrodillado en el suelo un buen rato, sosteniendo sus genitales y esperando que poco a poco se le pasara el dolor.

Sabía que sus testículos no aguantarían otro golpe como ese, pero molestar a William era tan entretenido que estaría dispuesto a asumir el riesgo.

Pensándolo de esa manera, no pudo evitar pensar que a lo mejor así se sentían las mujeres: «me dolió mucho dar a luz, pero lo haría otra vez».

Y él: «me dolió mucho el escroto cuando William me golpeó por molestarlo, pero lo haría otra vez».

Bueno… la verdad sí quería ahorrarse un golpe en ese mismo sitio, quizás debía protegerlo. Usar esas cosas que usan los jugadores de futbol americano.

Pero dejando eso de lado, Dantalion observó de nuevo a William y sonrió.

—No es mi culpa que no tengas sentido del humor —se defendió el pelinegro.

—Tú eres el que no ha crecido mentalmente. No le haces buen nombre al tamaño que tienes. ¿No tuviste infancia? ¿O tuviste demasiada que te pasaste de infante?

Sin William percatarse, la sonrisa de Dantalion había disminuido.

El pelinegro entrecerró los ojos con aflicción, pero se animó sonriéndole más ampliamente a William al momento que preguntaba:

—¿Y me regalarás algo para mi cumpleaños?

—Si sigues molestando con eso, sabrás porqué no es bueno hacerme enojar —advirtió William sin apartar la mirada de la computadora.

—Bueno, ¿qué tal si… —acercó su silla allak a la de William para abrazarlo por los hombros y hablarle muy cerca de un pequeño susurro— me regalas tu primera vez?

Sin esperárselo, Dantalion se cayó de la silla cuando el rubio lo empujó con todas sus fuerzas.

—Si no te he asesinado todavía, es porque eres necesario para este trabajo y mi nota perfecta está en juego. Pero rogarás por tu vida cuando terminemos.

—No tienes sentido del humor —se quejó de nuevo Dantalion, mientras se levantaba para volver a sentarse frente al escritorio.

—¿Podrías por favor concentrarte en el trabajo? —dijo William más como una orden que como una petición.

—Está bien, está bien, excelencia.

Dantalion sonrió de medio lado mirando de reojo a William.

—Todavía pienso que debería hacerte un masaje para librarte del estrés —dijo—. Después de todo, los masajes siempre terminan en sexo.

—¡Bien! ¡Ya me hartaste! —se levantó acercándose a Dantalion amenazante.

El pelinegro lo sostuvo rápidamente por las muñecas, soltándolas casi de inmediato y abrazando por la cintura al rubio para recostar su frente en el pecho, aprovechando que William estaba parado y él sentado, mientras las risas escapaban de su boca.

—Inmaduro —susurró William, soltándose del agarre y regresando a su asiento—. De nuevo, ¿te concentras en el trabajo?

Dantalion levantó las manos en son de paz con esa sonrisa que irritaba a William.

Durante el resto del trabajo, el pelinegro decidió comportarse como un niño bueno, solo para, al terminar, continuar molestándolo. Sintiendo un gran gozo de felicidad cuando William anunció que terminarían por ese día apagando la computadora.

—Ya puedes irte —dijo el rubio.

—Me quiero quedar —respondió Dantalion recostándose en el respaldo del asiento y girando sobre la silla.

—Te lo diré más claro: lárgate de mi habitación.

Dantalion lo observó de reojo con una sonrisa. Entonces su mirada se fue desviando por todo su cuerpo, sintiendo ganas de poseerlo.

—¿Sabes? Deseo tener sexo con alguien —soltó de repente.

William lo miró con disgusto y un ligero sonrojo en las mejillas.

—Entonces, busca a alguien y acuéstate con esa persona.

—Es que no es ganas de «acostarme» con el primero que se me cruce por el medio. Es ganas de estar con esta persona en específico y eso… en parte me disgusta.

—¡Si te refieres a Solomon, te juro que…!

—No hablo de él —interrumpió Dantalion—. Hablo de otra persona.

—¿Te estás enamorando de alguien más? —preguntó William con fingida indiferencia.

—No. Yo todavía amo a Solomon. Pero deseo a otra persona.

William lo miró por unos segundos y la regresó a la computadora que se estaba tomando su tiempo pata apagarse.

—Debe ser por lo que ha ocurrido entre Solomon y tú —dijo William sin mucho ánimo.

—¿Qué quieres decir?

—Has estado diciendo que no quieres volver a estar detrás de Solomon; mas sin embargo, aún estás enamorado de él y quieres volver a estar a su lado. Inconscientemente, buscaste a otra persona para olvidarlo o para distraer tu mente, pero como fue de manera inconsciente que lo hiciste, te sientes frustrado por ello, porque sabes que tus sentimientos no han cambiado. Tal vez sientes que lo estás traicionando.

Dantalion meditó esas palabras y suspiró.

—Sí. Tal vez tengas razón.

—Mejor habla con Solomon y deja de frustrarte. Tal vez interpretaste mal sus palabras, pero sé que todavía quieres estar a su lado, porque estoy seguro que has permanecido con él sabiendo que la posibilidad de ser aceptado era mucho más baja que la posibilidad de ser rechazado. Deja de complicarte la vida y habla ya con él.

Dantalion lo observó y sonrió alzando una de sus cejas.

—¿Y si fueras tú? —preguntó.

—¿Si fuera yo, qué?

—¿Y si fueras tú la persona con la que quiero acostarme? ¿Qué harías?

William sintió su corazón acelerarse, pero, supo controlarse y mirar enojado a Dantalion.

—¿Vienes a hacer un trabajo? ¿O hablarme de tus necesidades sexuales?

—Solo bromeaba —aseguró Dantalion—. ¿Cómo crees que eres tú con quien quiero estar? De seguro te habías emocionado.

—¿Emocionado por acostarme contigo? ¡Ya quisieras, engreído!

—El domingo no actuabas igual —dijo mirando de reojo el exquisito sonrojo de William—. Ni siquiera te quejabas. ¿Qué era lo que me decías? ¿«Continúa bajando»? ¿O algo así? —sintió un fuerte dolor en su cabeza cuando William tomó algún objeto del escritorio y se lo arrojó aterrizando en su cabeza. Pero, en vez de quejarse por el dolor, solo miró al rubio con esa sonrisa sardónica.

—¡Deja de hablar de eso!

—¿Por qué? —preguntó inocentemente—. El sexo es algo natural. Se usa para la reproducción. Sin él, ni tú ni yo estaríamos aquí.

—¡Sea natural o no, deja de molestar con eso!

—Bien, bien —se resignó, pero sin dejar su visaje burlón—. ¿Sabes ya que me regalarás de cumpleaños?

—Cinta adhesiva para cubrirte la boca.

—¡Pero qué lindo de tu parte! —fingió enojo mientras sonreía divertido.

—Cumplirás dieciocho. Actúa conforme a tu edad —hizo una pausa antes de agregar—. Aunque actuar como un adolescente frustrado por sus hormonas alborotadas es una forma natural de actuar para alguien de tu edad.

—¿Y tú? —Preguntó Dantalion sonriendo—. Solo nos llevamos un año. ¿No estás frustrado también por culpa de tus hormonas?

A pesar de que William quiso gritarle que sí y era su culpa y nada más que su culpa, se contuvo y contestó:

—¿Me has oído diciendo que quiero acostarme con alguien?

—Dijiste que estuviste a punto de ir muy lejos con el idiota que te gusta.

William se sonrojó ferozmente mientras que Dantalion sonrió victorioso.

—¡E-eso es un asunto completamente diferente! —tartamudeó William sin mirar a Dantalion a la cara.

—¿Diferente en qué? —preguntó sardónico—. ¿Me lo explicas? Es que no soy tan inteligente como tú.

—En que él es el idiota que me gusta, fue normal mi respuesta. Mientras que tú dices que quieres tener sexo con alguien solo porque lo deseas. Eso es tener las hormonas alborotadas.

—Así que lo que me intentas explicar es que solo le has dicho que sí al idiota que te gusta.

—Así es.

—¿Y qué hay de mí?

William se sonrojó ante esa pregunta, solo que esta vez no lo había dicho con la intención de molestarlo. Su voz se escuchó seria y la curiosidad relucía en sus ojos.

—¿Por qué no me detuviste esa vez? —agregó Dantalion esperando la respuesta.

—¿En serio me estás preguntando eso?

—¿Qué tiene de malo? Solo quiero saber el motivo de tu contradicción.

—No es contradicción, Huber. Analiza nuestra conversación y a ver si así te das cuenta.

—¿Cuenta de qué? —se confundió más el pelinegro.

—Ya terminamos por hoy. Vete.

—¡No cambies de tema! ¿Darme cuenta de qué?

—Ya te lo dije, analiza nuestra conversación y pon a funcionar esas oxidadas y empolvadas neuronas tuyas. ¡Y por favor, habla con Solomon! ¡Me enloquece que estés enloqueciendo! —suspiró—. ¿Te puedes ir ya? Yo quiero dormir un rato.

—¿Y si…?

—Atrévete a decir que durmamos juntos y te mataré aquí mismo —interrumpió William haciendo reír a Dantalion.

—Ya te estás anticipando a mis peticiones.

—Ya lárgate,

William se levantó de la silla y se arrojó a la cama con los ojos cerrados, sintiendo a los segundos a Dantalion arriba de él.

—Lárgate —le repitió sin abrir los ojos.

El moreno negó rápidamente con la cabeza, a pesar de William no lo veía, batiendo su cabello en el acto y escondiendo luego su nariz en el cuello de William.

—¡Levántate! —ordenó el rubio empujándolo levemente por los hombros—. ¡Si te quedas dormido luego no podré quitarte de encima!

—Déjame olerte un rato —pidió Dantalion sin moverse ni un centímetro.

—¡Ya te dije que eso es muy raro! ¡Pareces un perro!… en todo el sentido de la palabra.

—Es tu culpa por oler bien —se defendió el pelinegro.

—¿Mi culpa? ¡Eres tú el que parece un fetichista!

—¿Fetichista? —Susurró en el oído de William—. ¿Te gustaría que me vuelva fetichista de tu olor?

—¡P-por supuesto que no! —se sonrojó mientras intentaba apartarlo.

—¿En serio? Porque ya me lo estoy pensando y no suena nada mal.

—¡Quítate de encima, maldito pervertido!

—¿Pervertido yo? —Se enderezó un poco para mirarlo a los ojos—. Eras tú el que se estaba masturbando, incluso cuando sabía que yo venía para realizar el trabajo.

—¡Yo no estaba haciendo eso! —reclamó William sonrojándose todavía más.

—Por supuesto, ahora dime que nunca lo has hecho —se acercó al rostro de William y sonrió de medio lado—. Niégamelo.

—Quítate de encima —ordenó William intentando mantener la calma.

—Solo responde, ¿lo has hecho o no? Y no volverás a verme hasta mañana.

Ante la mirada desviada de William y su adorable sonrojo en sus mejillas, Dantalion sonrió.

—Te avergüenzas hasta con las cosas naturales de la vida. Seguramente piensas en el idiota que te gusta mientras lo haces.

William se sonrojó todavía más, sin mirarlo a los ojos.

—Te gustaría que fuera él —prosiguió Dantalion—. Deseándolo silenciosamente, queriendo abrir los ojos y encontrarlo ahí contigo.

—¡Ya cállate! —gritó William con el rostro totalmente rojo, que ni siquiera el cabello de Isaac era rival.

Y por primera vez, William deseaba que Solomon entrara e interrumpiera el momento.

—¿Sabes que decir «cállate» significa: «sé que tienes razón, pero no quiero que me lo restriegues en la cara»?

—¡Cálla…! —se detuvo abruptamente desviando de nuevo la mirada.

—¿Ves a lo que me refiero? —Se burló Dantalion—. Estuviste a punto de darme la razón.

—¡Cá…! —Se detuvo aumentando la sonrisa de Dantalion—. ¡Quítate de encima!

—¿Lo haces o no lo haces?

—¡¿Vas a seguir?! —Se hartó William sonrojado, recibiendo un agitado asentimiento de cabeza por parte de Dantalion—. ¡Quítate!

—¿Lo haces o no?

William se preguntó una vez más qué le pudo haber visto a un sujeto como Dantalion.

—¿Por qué haces esto? —preguntó un poco más calmado.

—Por esa expresión que pones.

—¿No hay otra razón?

—No, no lo creo —dijo el pelinegro, negando también con la cabeza.

William comenzaba a sospechar que todo era por Solomon. Dantalion solo buscaba distraer su mente después de lo ocurrido con su hermano y, por un momento, se sintió usado.

—Sí, sí lo hago —respondió sin mirar a Dantalion a los ojos y fuertemente sonrojado—, ¿feliz?

El pelinegro se sorprendió. Nunca se imaginó que William le fuese a responder. Pero, aunque lo hizo, ese divino sonrojo estaba presente y era eso lo que importaba.

—Cumple tu palabra —ordenó William—. Ya no quiero verte hasta mañana que no tenga otra opción.

Dantalion sonrió y se levantó.

—Soy un hombre de palabras. Nos vemos —avanzó hasta la puerta y se detuvo al tomar la perilla—. Ah, por cierto, si te vas a masturbar, hazlo por las noches o cierra con seguro si lo harás durante el día. Puedes hacerlo también en la bañera. También procura no hacerlo los fines de semana tan temprano. Recuerda que esos días trabajamos y te puede ocurrir lo que ocurrió hoy.

—¡Ya lárgate! —Le arrojó una almohada, pero no llegó a alcanzar a Dantalion, porque logró salir de la habitación antes de que sucediera—. ¡Qué molesto! —se quejó William cubriendo su sonrojado rostro con una almohada.

—¡Otra cosa! —Dijo Dantalion entrando de nuevo a lo que William apartó la almohada de su rostro, sorprendido de que regresó—. Deberías lubricarte al hacerlo, porque la fricción puede llegar a lastimar. Aunque eso deberías saberlo, ¿no?

—¡Voy a cortarte la cabeza! —amenazó William, arrojándole la otra almohada que tampoco llegó a tocar a Dantalion.

Esta vez Dantalion solo había entrecerrado la puerta para abrirla otra vez.

—¡Y no olvides los pañuelos! —cerró la puerta antes de oír las amenazas de William.

El moreno fue carcajeándose sin notar que Solomon había salido de su habitación y lo miró extrañado hasta que desapareció de su rango de visión.

Dantalion había decidido ir a su hogar a pie y, mientras caminaba por las calles, aún reía sin poder contenerse. Sentía que en cualquier momento se orinaría en los pantalones. Incluso las personas que pasaban por su lado lo miraban como un completo demente.

«Pero me acostaría con él», pensaban algunas chicas al ver lo atractivo que era aquel demente.

Logró calmar sus risas, pero su sonrisa aún estaba presente.

Recordó todo lo que había ocurrido con Solomon y su sonrisa se fue desvaneciendo hasta convertirse en una expresión de meditación.

Quizás William tenía razón y él sentía que estaba traicionando sus sentimientos por Solomon. Tal vez por eso se sentía confundido respecto a William.

Él era feliz cuando veía a Solomon a su encuentro, solo para ver esas hermosas esmeraldas que tenía por ojos entrecerrarse, y esos delgados labios curvarse en una delicada sonrisa. Era feliz cuando sentía las caricias de Solomon en sus cabellos, cuando lo llamaba por aquel apodo que él mismo le bautizó. Era feliz cuando seguía a Solomon para todos lados, aun cuando éste no correspondía a sus sentimientos.

Era feliz…

Pero él tenía que arruinarlo todo, gritándole y diciéndole cosas que ni siquiera quería decir. ¿Qué más daba si Solomon creía que él no era lo suficientemente bueno? Él podría demostrarle que estaba equivocado y probar que ellos dos no podían hacer una mejor pareja. Pero, en ese momento, su mente le jugó sucio y le mostró imágenes de su pasado, ensombreciéndolo.

¿Y si Solomon solo aparentó amabilidad, pero en el fondo nunca lo soportó? ¿Y si para Solomon él era la peor persona del mundo? ¿Podría seguir tras del rubio estando consciente de ello?

«Habla con él», era lo que le había aconsejado William y mentiría si decía que no se moría por hacerlo.

Pero era demasiado cobarde como para atreverse. Quizás quedaría paralizado y no sabría qué decir, mientras su corazón latiría con fuerza y sentiría que en cualquier momento saldría del pecho.

«Te extraño —pensó nostálgico en el amor de su vida—. Extraño estar junto a ti».

«Me divierto mucho contigo. Me haces olvidar por un momento que Solomon está con alguien más.»

Recordó esas palabras de repente y llevó su mirada al cielo.

—William… susurró.

Recordó lo mucho que lo molestó antes de marcharse, y no pudo evitar que una fuerte carcajada volviera a resonar de su voz. Olvidándose casi mágicamente de Solomon y recibiendo miradas extrañas de los demás.

Recordó el mes que estuvieron trabajando y no fue tan malo como imaginó. De hecho, no era nada malo. Se divertía con el rubio como, o más, de lo que lo hacía antes… antes de que se convirtiera en el mocoso irritante que era ahora.

Fue después de que William se quedara en su casa y pescara un resfriado que comenzó a actuar así, sacando a Dantalion de sus casillas y volviéndose más y más insoportable. Pero, debido al trabajo, todo había vuelto a ser como era antes. Reía y bromeaba con él. Se divertía con él… y estuvo a punto de hacer muchas cosas con él.

Suspiró.

La confianza entre ellos dos había crecido demasiado en tan poco tiempo. No temía burlarse de él, solo para verlo sonrojado, sabiendo que su entrepierna corría peligro.

Sabía perfectamente que iba a disfrutar con William durante mucho, mucho tiempo.

 

 

En cambio el rubio, sentía ganas de matar a Dantalion, quemarlo vivo hasta que no quedara más que sus cenizas que esparciría por el desierto.

¡¿Qué demonios era lo que le sucedía?! ¡Sabía que no debía de haber aceptado besarlo ese domingo! ¡Ahora Dantalion no lo dejaría en paz con eso!

Temía que, en medio de sus burlas, terminara por decirlo en público y todos se enteraran de lo que estuvo a punto de ocurrir entre ellos.

Soltó un fuerte suspiro mientras pensaba que realmente sufriría una epistaxis por estrés. Entonces podría culpar a Dantalion y hacerlo sentir miserable.

—William —interrumpió Solomon sus pensamientos, sobresaltando un poco a su hermano.

—Solomon, ¿qué te cuesta tocar? —preguntó William sonando bastante agotado.

—Lo lamento —entró cerrando la puerta y tropezando con las almohadas en el suelo—. ¿Qué hacen aquí? —preguntó recogiéndolas.

—Se las arrojé a Dantalion —explicó William aún molesto.

—Ah, sí —se aceró colocando ambas almohadas sobre la cama y sentándose al lado de su gemelo—. Lo vi mientras se iba. Reía fuertemente. ¿Sabes el motivo?

—Sí, que es tan infantil que le entretiene verme enojado.

—Entonces, ¿te hace enfadar a propósito? —Preguntó el mayor ladeando un poco la cabeza—. Eso es firmar una sentencia de muerte.

—Me alegra que tú sí lo entiendas.

Solomon sonrió y observó la ventana que daba hacia el balcón.

—Parece que ustedes dos se han estado llevando bien últimamente.

—Claro que no. Él solo lo hace para distraer su mente de lo ocurrido contigo.

—Ah… eso… —desvió la mirada entrecerrándola un poco.

—¿Tú realmente crees que él es insuficientemente bueno para ti? —se atrevió a preguntar William mirando a su hermano de reojo.

—Por supuesto que no lo pienso —sonrió Solomon—. Él es un gran chico y su compañía siempre me era agradable. Me afectó mucho lo sucedido.

—¿Y por qué no se lo dices?

Solomon agrandó su sonrisa antes de responder:

—Se lo dije, pero no me creyó.

Ambos guardaron silencio, como si no tuvieran más nada que decir, hasta que Solomon habló de nuevo:

—¿Y tú? ¿Te encuentras bien? El que te hagan enojar no es bueno.

—Sí, tranquilo, estoy bien.

—Me alegro.

William sintió la mano derecha de Solomon posarse sobre su mejilla izquierda, siendo un frío metálico chocando sobre su piel lo que llamó su atención.

Se separó un poco y vio un anillo en el dedo índice de su hermano.

—Ese anillo… —susurró William.

—¿Lo recuerdas? —Preguntó Solomon con una sonrisa, mirando el pequeño grillete sobre su dedo—. Tú me lo regalaste.

 

 

Un pequeño y no tan realista William de tan solo ocho años, caminaba con un hombre muy parecido a él, haciendo imposible dudar que no se tratara de su hijo.

El cabecilla de la familia, el conde Thomas Twining, sostenía con fuerza la mano del niño, mientras éste lo jalaba queriendo visitar todos los lugares a la vez.

Solomon había caído enfermo y su hermano solo quería comprarle algo para animarlo al haber sido culpa suya.

Desde muy temprana edad, Solomon disfrutaba del té y William quiso prepararle uno mezclando varios tipos de plantas que desconocía. Solomon sonrió ante el dulce gesto de su hermano y tomó el té, el cual le cayó mal y terminó enfermo.

William fue regañado por su madre, quien hizo llorar y sentir culpable al pequeño, pero su padre intentó animarlo diciéndole que podrían ir a comprarle juntos un obsequio a Solomon para que se mejorara. Y así habían terminado en el Centro Comercial, buscando algo que el pequeño William pudiera regalarle a su hermano.

Se detuvieron frente a una joyería a lo que al hombre le llamó la atención aquel anillo de plata que reposaba detrás del mostrador.

Ese anillo —dijo Thomas acercando su rostro al vidrio para verlo mejor—. Se parece al anillo que Dios le dio a Solomon.

—¿Dios le dio un anillo a mi hermano? —preguntó un inocente William, haciendo reír a su padre.

—No, no a tu hermano —rio Thomas alzando al niño en sus brazos—. En una leyenda judía esotérica, al Solomon bíblico se le fue otorgado un anillo para dominar el mundo de los espíritus. Él usó ese poder para que los demonios construyeran el templo de Jerusalem[1]. Se dice que tenía el símbolo esotérico de la estrella de David, que era una estrella hexagonal. Lo recordé al ver este anillo.

—¡Entonces, quiero regalárselo! —dijo William decidido.

—Está bien —sonrió el hombre cumpliendo la petición del pequeño.

 

 

En cuanto llegaron a casa, William corrió a la habitación, que en ese entonces compartía con Solomon, y le extendió el pequeño estuche negro a su hermano.

—¿Qué es esto? —preguntó el mayor de los dos, enderezándose con dificultad para recibir el obsequio.

—Para que te animes —sonrió William despertando la curiosidad de Solomon.

El mayor abrió el estuche y se encontró con el anillo dentro. Lo sacó y se lo colocó, pero la talla era mucho más grande.

—No me queda, pero —dijo rápidamente cuando William entristeció la mirada— algún día creceré, ¿no?

El menor asintió fuertemente con una enorme sonrisa.

—Lo guardaré para entonces —colocó el anillo de vuelta en el estuche, sonriéndole a su hermano.

 

 

—Ya crecí y ya me queda —dijo con una sonrisa.

—Yo ya lo había olvidado —admitió William.

Solomon fingió enfado, pero con una juguetona sonrisa.

—¿Y qué hace Dantalion para hacerte enfadar? Aunque, supongo que no le debe resultar difícil. Tú te enfadas por todo.

William le jaló un mechó de cabello fuertemente, haciendo que Solomon gimiera de dolor.

—Me molesta con temas relacionado al sexo. Parece estar urgido.

Solomon rio mientras sobaba la parte de su cabeza donde su cabello había sido jalado.

—¿Él no ha intentado propasarse contigo? —preguntó William, mirando a su hermano de reojo.

—Por supuesto que no. ¿Qué clase de persona crees que es Dantalion?

—Ya te lo dije: un urgido.

Solomon rio y se recostó en el hombro de su hermano. William solo lo observó de reojo.

Entendía perfectamente por qué Dantalion lo amaba tanto. Solomon era alguien sumamente amable y comprensivo. Era una persona pacífica, comprensiva, compasiva y cariñosa con los demás. Nunca de enfadaba y una sonrisa siempre se dibujaba en su rostro. Muchos desearían pasar el resto de su vida con alguien como él.

Era normal que todos lo amaran. William estaba seguro que, si existiera, hasta el mismísimo Dios lo amaría. Incluso él lo amaba.

—¿Por qué Dantalion estaba encima de ti? —preguntó Solomon sacándolo de sus pensamientos.

—¿Huh? —dijo William un tanto confundido al regresar a la realidad.

—Cuando entré y él estaba arriba de ti. Dijiste que no era lo que parecía, pero si no era eso, ¿qué era?

—¡Ah! Te dije que se entretiene molestándome. Se acerca su cumpleaños y me hostigó para que le regalase algo, me amenazó con no soltarme hasta que yo accediera.

—Cierto… —susurró Solomon desviando la mirada—, su cumpleaños…

—No te hagas ideas equivocadas sobre Dantalion y yo —dijo William—. Él es solo alguien que está aburrido y quiere entretenerse.

—Está bien —sonrió Solomon despegándose del hombro de su hermano y acariciando su mejilla—. Tú ya dijiste que jamás te fijarías en alguien como Dantalion.

—Es correcto —dijo desviando la mirada para no ver a su hermano a los ojos.

Solomon era perfecto en todos los sentidos, ¿y cómo era posible competir con la perfección? ¡No es que estuviera dispuesto a competir con su mellizo! Es solo que…

Suspiró.

Él siempre estuvo orgulloso de quien era y no le envidiaba nada a nadie. Entonces ¿por qué en ese momento deseó ser Solomon, si era una sensación tan desagradable? ¿Por qué, si estaba orgulloso de sí mismo? ¿Por qué envidiaba tanto a Solomon?

Odiaba que lo que sentía por Dantalion controlara su forma de pensar, sus principios, sus ideales y hasta su forma de ser. Se odiaba a sí mismo en ese momento.

—Estoy algo cansado —murmuró William de repente—. Quisiera dormir un poco.

—Está bien —le sonrió Solomon—. Descansa.

—Sí.

Una vez William lo observó marcharse, dos lágrimas cayeron de sus ojos. No sabía por qué estaba llorando exactamente y no supo identificar el sentimiento. Solo sabía que quería llorar y no supo contenerse.

Se abrazó a sí mismo y se recostó en su cama soltando leves sollozos. Y así permaneció hasta quedar profundamente dormido.

 

 

El domingo veintitrés de abril llegó, y William no quería verlo. No deseaba estar cerca de él. Por primera vez en la historia, una persona no ansiaba ver a la persona que amaba.

No era exactamente por lo que sentía por Dantalion. No era porque sus sentimientos parecían incrementar cada vez que lo miraba. No era por el hecho de amar y no ser correspondido.

William sabía ya lidiar con todo eso —a veces—, así que ese no era el motivo por el cual no quería ver esos rojizos ojos.

La razón era la maldita actitud de Dantalion.

Sabía que llegaría molestándolo como los últimos días y él no sentía ganas de soportarlo por ese día. Pero, cuando una mano golpeó la puerta de su habitación, pidiendo permiso para entrar, sabía que Dantalion había llegado. Aun así, no dijo nada. Dejó que siguiera tocando cada vez más fuerte.

—¡William!

Pudo oír al otro lado de la puerta, mientras los golpes se hacían cada vez más insistentes. Ni una sola vez respondió.

—¡Voy a entrar! —advirtió Dantalion, abriendo cuidadosamente la puerta para verificar que todo estuviera en orden.

Se encontró con William acostado en la cama, mirando fijamente el cielorraso.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Dantalion entrando y cerrando la puerta tras de sí.

—¿Podemos no trabajar hoy? —pidió William casi que suplicándolo.

—¿Por qué? ¿Te sientes mal? —preguntó un tanto preocupado Dantalion del tono tan calmado que usó William.

—Es solo que no quiero soportarte por hoy.

Dantalion entrecerró los ojos y frunció ligeramente el ceño.

—¡Ya vine hasta aquí! ¡Trabajemos! —dijo el pelinegro un poco enojado.

William suspiró resignado y se levantó de la cama sin más opción.

—Solo prométeme no comportarte como un idiota mientras trabajamos.

—Está bien, está bien —sonrió Dantalion alzando las manos en rendición—. Prometo que seré bueno mientras trabajamos —se sentó frente al escritorio, sentándose William al lado.

—Más te vale —advirtió William encendiendo la computadora.

Dantalion cumplió su palabra y se mantuvo tranquilo mientras trabajaban, tal como lo había prometido. Pero en ningún momento prometió no molestar a William cuando terminaran de trabajar. Y no supo explicar el gozo que sintió cuando el rubio dijo que ya estaba bien por ese día.

Mientras William apagaba la computadora, Dantalion sacó una bolsa llena de galletas, hecha por su mayordomo, y las comenzó a comer lentamente, mientras veía la laptop apagarse.

Le extendió la bolsa a William llamando su atención.

—¿Quieres? Están hechas por Baphomet —le ofreció Dantalion mientras mascaba una de las galletas.

Cuando William estuvo a punto de introducir su mano para tomar una, el pelinegro apartó la bolsa para agarrar otra galleta y llevarla a su boca.

—Te pregunté si querías. En ningún momento dije que te daría.

El rubio solo le miró enojado por el rabillo del ojo, regresando la mirada a la computadora.

—Es broma. Ten —dijo Dantalion extendiéndole de nuevo la bolsa.

William lo miró de nuevo de reojo y regresó la mirada a la laptop, que parecía querer tomarse un buen tiempo en apagarse por completo.

—No quiero —soltó William logrando una expresión burlona en Dantalion.

—Hace un segundo querías.

—Pero ahora no.

Dantalion intentó no reírse mientras sacudía un poco la bolsa que aún se extendía hacia William.

—Agarra —insistió nuevamente, pero el rubio solo cerró la laptop que por fin se había apagado.

—Te dije que no.

Dantalion tomó una galleta y la sostuvo entre sus dientes. Se acercó a William para abrazarlo por arriba de los brazos e impedirle cualquier movimiento.

—¡¿Q-qué crees que haces?! —preguntó el rubio alarmado y sonrojado.

—Ten —dijo Dantalion, acercando la galleta entre sus dientes a la boca de William.

—¡N-no! ¡Ya suéltame!

—Toma la galleta y te suelto.

—¡¿Por qué tienes que ser alguien tan infantil?! —se quejó William intentando librarse de los brazos de Dantalion, pero, como siempre, no tenía la fuerza para lograrlo.

Suspiró y, con un enorme sonrojo, que al pelinegro le fascinó, tomó la galleta con sus dientes.

—Ya suéltame —dijo, pero Dantalion no lo soltó; ni a él ni a la galleta—. ¡Lo digo en serio! ¡Suéltame!

Al ver que el pelinegro no le hacía caso, William se removió como intentando deshacerse del abrazo.

—¡Dantalion! —gritó hartándose.

El pelinegro salió del trance del cual había entrado al tener a William tan cerca. Lentamente soltó al rubio y a la galleta, sacudiendo la cabeza para regresar por completo al mundo real.

El rubio mantuvo la mirada desviada con un ligero sonrojo. Comió la galleta en total silencio, pero no pudo disfrutar mucho de su delicioso sabor.

Dantalion, por su parte, intentaba alejar los pensamientos que se le cruzaron por la mente de querer volver a besar a William al haberlo tenido así de cerca de su rostro, pero fue inútil cuando lo miró de reojo comiendo aquel bizcocho.

—Wils, ¿te puedo hacer una pregunta?

—¿Qué es eso de «Wils» —se quejó el rubio terminando de comer la galleta.

—Un diminutivo de «William».

—¡Ya sé que es un…! —se detuvo abruptamente y suspiró—. Olvídalo, ¿qué es lo que quieres?

—¿Soy bueno besando?

—¿Disculpa? —se desconcertó William mirándole con un leve sonrojo.

—Solo recordé que me dijiste que quizás las personas que me habían besado sintieron pena por mí y me gustaría saber a través de ti si soy bueno besando.

—No seas idiota.

—¿En serio beso mal?

William desvió la mirada mientras se intensificaba su sonrojo.

—No besas mal —susurró apenas.

Dantalion, a pesar de haber escuchado, acercó su silla allak a la de William, mientras éste aún le evitaba la mirada.

—¿Perdón? No pude oír bien.

—No besas mal —susurró un poco más elevado, pero no lo suficiente.

—Habla más alto; no puedo oírte —dijo acercándose un poco más.

—¡Te dije que n…! —Cuando giró para confrontarlo, el rostro de Dantalion y el suyo estaban más cerca de lo necesario, mientras que el pelinegro mantenía su expresión burlona—. ¡Aléjate de mí! —empujó la silla de Dantalion y las ruedas le ayudaron a alejarlo—. Ya vete a casa.

—¿Por qué? ¿Acaso quieres masturbarte?

—¡¿Qué eso es lo único que tú piensas?! —se sonrojó de nuevo mirándolo molesto.

—Te lo pregunto porque eres hombre y ayer me confesaste que lo haces. Después de todo, lo estabas haciendo ayer antes de que yo llegara.

—¡Que yo n…! —se detuvo suspirando profundamente—. Contigo es imposible.

Dantalion sonrió, echándose lentamente hacia atrás en su silla.

—Y entre el idiota que te gusta y yo, ¿quién besa mejor?

—¿Para qué quieres saberlo?

—Quiero saber si en algo soy mejor que ese idiota.

—Lástima por ti —dijo William cerrando los ojos—, los dos besan igual.

—¡Oye! —Fingió ofenderse Dantalion—. ¡Miénteme de vez en cuando y di que yo beso mejor!

—Siempre soy sincero —le recordó William—. No dejaré de serlo solo por temor a que te ofendas.

—Bien —dijo Dantalion girando la silla allak de su compañero, atrayéndola hacia sí, acercando a su vez su rostro al del rubio—. Tal vez debería besarte de nuevo para que tomes una decisión.

—William —dijo Solomon entrando a la habitación y quedando sorprendido desde su lugar.

Cuando Dantalion giró su silla a un costado y se acercó a William, quedó a espaldas contra la puerta y, al Solomon entrar, vio la espalda y la nuca del pelinegro inclinándose hacia su hermano. Desde su ángulo solo pudo interpretar una sola cosa.

William se separó de Dantalion rápidamente empujándolo, mientras el corazón de este último saltaba descontrolado con solo haber oído la voz de Solomon.

—¿Qué te he dicho? —reclamó el menor con enojo e intentando actuar natural.

—Que… que no entre a tu habitación sin permiso —dijo Solomon fingiendo indiferencia ante lo que había acabado de ver.

—¿Y puedo saber por qué no lo cumples?

—Porque lo olvido —sonrió Solomon, irritando más a su hermano.

—Pues, yo te lo haré recordar —le arrojó una mirada asesina que Solomon respondió con una sonrisa—. ¿Qué es lo que quieres?

—Aquí está el libro con el que me amenazaste de muerte si no te lo devolvía en una semana.

—¡Ah! —Se levantó y se acercó a su hermano—. Parece que amenazarte de muerte sí funciona. Lo haré más seguido.

—No digas eso —se quejó Solomon.

William colocó el libro en su escritorio y miró de reojo a Dantalion, quien intentaba, por todos los medios posibles, no conectar mirada con el mayor de los gemelos. Él había visto el dolor que se había reflejado en el rostro del pelinegro cuando Solomon se hizo escuchar en la habitación. La sonrisa burlona desapareció de sus labios y juraba que casi estuvo a punto de derramar lágrimas de sus hermosos ojos rojizos.

Suspiró y, como buen chico enamorado, decidió intervenir.

—Solomon, ¿podemos hablar afuera un momento? —tomó el brazo de su hermano y lo arrastró con él.

—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó Solomon cuando salieron de la habitación.

—¿Podrías hablar con Dantalion? —pidió William en casi una súplica.

—Él me pidió que me mantuviera alejado.

—Lo sé —suspiró William—. Pero a veces se distrae mucho y me ha dicho que ha estado frustrado. Además que él te extraña. Estoy seguro que hablando las cosas irán mejor. Y sé perfectamente que estás preocupado por él.

—Lo estoy —confirmó Solomon—. He querido hablar con él, pero me evita y creo que solo necesita espacio.

—Solo encáralo. Tómalo de los hombros y oblígalo a escucharte.

—No es mi estilo.

—Pero sí el mío. Así que lo haces a mi manera o te rajo la garganta.

Solomon llevó una mano a su cuello y miró preocupado a su hermano.

—No digas esas cosas —pidió sintiendo un escalofríos.

—Entonces habla con él —ordenó William.

—Esperaré a que esté más tranquilo.

—Si esperas a que ocurra eso, se hará una eternidad. Él puede estar tranquilo, pero se derrumba cada vez que te ve.

—¿Dantalion… te preocupa? —preguntó Solomon haciendo sonrojar a William.

—¡P-por supuesto que no! —negó inmediatamente—. ¡Me preocupa mi calificación perfecta en este trabajo! ¡Además, la razón por la que me ha estado molestando, es para mantener su mente distraída de lo que ocurrió contigo! ¡Y ya estoy harto de que me estén involucrando en su pelea amorosa! Así que solo te pido que hables con él —abrió centímetros de la puerta para soltar en una súplica—. Hazlo por mí.

 

 

Cuando los gemelos habían salido de la habitación, Dantalion llevó una mano a su pecho para intentar regular sus desenfrenados latidos que se alteraron al oír la voz de Solomon.

Podía bromear con William sin problema, pero cuando veía u oía a Solomon, sus sistemas no funcionaban como era debido; su corazón latía frenético, sus pulmones olvidaban respirar y todo su cuerpo se paralizaba.

Él más que nadie quería estar cerca de su Solomon. Volver a sentir sus caricias, volver a ver esa sonrisa, volver a escuchar su voz hablándole dulcemente. Pero no sabía cómo comenzar su disculpa por todo lo que le dijo.

William había dicho que su probabilidad de estar con Solomon era entre un cinco o diez por ciento y eso creó un dilema en él; ¿Luchaba por esa probabilidad tan baja? ¿O se rendía por el noventa o noventa y cinco por ciento restante? Pero una verdad sin errores era que él de verdad estaba sufriendo sin Solomon…

En ese momento, detuvo todo pensamiento para analizar eso último. ¿Realmente estaba sufriendo? Cuando estaba con William se olvidaba de absolutamente todo… incluyendo a Solomon.

Se preguntó si realmente molestaba a William para distraer su mente y no extrañar a Solomon, o por otra cosa.

Pero William era otro enigma. No entendía por qué comenzó a actuar de esa manera tan irritante después de haberse quedado en su casa aquella lluviosa noche… cuando se besaron por primera vez bajo los efectos de la fiebre de William.

«No me digan que… —pensó Dantalion asustado— recordó lo que ocurrió entre nosotros y por eso comenzó a actuar así.»

—Hazlo por mí —escuchó decir a William.

—¿Ocurrió algo? —preguntó Dantalion saliendo de sus pensamientos, mientras el rubio cerraba la puerta tras de él.

—Nada —se sentó de vuelta soltando un suspiro.

Dantalion lo observó de reojo mordiendo su labio inferior. Si William recordaba lo que había ocurrido aquella vez, entonces debía pensar en una buena forma para disculparse. Quizás escribir en el cielo: «William, ¿me perdonas por haberte besado mientras delirabas por la fiebre?»

No. William lo mataría si hiciera eso.

—Hey, William —le llamó quedamente—. ¿Tú… recuerdas la noche que dormiste en mi casa?

—Sí, ¿por qué?

—¿Recuerdas todo lo que sucedió? —preguntó nervioso.

—¿Lo que sucedió? —repitió alzando una ceja y centrando sus recuerdos en ese día —. Tuve una discusión con Solomon, salí a despejar mi mente, la lluvia me sorprendió, corrí a mi casa, mi manga se atoró, me invitaste a entrar, me ofreciste alojamiento, te pregunté donde dormiría y desperté abrazado a ti. Resumido, es lo que recuerdo. ¿Por qué? ¿Ocurrió algo más?

—Ah… no, no, nada. Solo que recordé ese día de repente.

Si William no recordaba nada, ¿por qué comenzó a actuar así? Pensó en la posibilidad de que solo fingía no recordar, pero no tendría motivos para hacer algo así, a parte de su orgullo, que era razón suficiente para fingir tal cosa.

Aun así, pensó en otras posibilidades, hasta que recordó una pequeña escena que nunca supo si había sido un sueño o había ocurrido en la vida real:

 

 

—Dantalion, te amo —le escuchó decir a Solomon que estaba entre sus brazos.

—Yo también te amo… Solomon —le respondió con todo el cariño posible.

—No soy Solomon, soy William.

—¿William?

 

 

Y eso era todo lo que recordaba. Si eso había sucedido en verdad…

Miró a William de reojo y descartó la idea por ridícula. Era una tontería siquiera creer algo semejante.

—¿No piensas hablar con Solomon? —preguntó el rubio sacándolo de sus pensamientos.

—¿Ah? ¡Ah! —dijo Dantalion regresando por completo—. Quiero hacerlo, pero… —se detuvo sin saber cómo continuar.

—¿Pero…? —le animó a seguir.

—No lo sé —admitió colocando la bolsa de galletas en el regazo de William—. Acábatelas —cruzó los brazos sobre el escritorio y escondió su cabeza entre ellos.

El rubio frunció la boca y desvió la mirada.

Si Dantalion solo le gustara, no habría problema. Pero estaba enamorado de él, ¿desde cuándo, cómo y por qué? No lo sabía, pero eso no importaba ahora. Lo que de verdad era importante es que no soportaba verlo sufrir… lo odiaba.

—¿Sabes, Dantalion? —dijo, llamando la atención del pelinegro—; para mí sí eres lo suficientemente bueno para Solomon. La verdad, no me molestaría tenerte de cuñado.

Dantalion se enderezó sorprendido.

—¿He obtenido… tu bendición? —preguntó sin salir de su asombro.

—Llámalo como quieras —musitó molesto comiendo una de las galletas.

Pero la verdad, sí que le molestaría ver a Dantalion con Solomon. Él aceptaría una relación entre ellos si llegara a pasar, pero en su interior no podría soportarlo… y estaba consciente de ello.

Dantalion miró de reojo a William y ladeó un poco la cabeza.

—¿En qué estábamos tú y yo? —preguntó como si estuviese intentando recordar—. ¡Oh, cierto! —Se acercó a William y giró ambas sillas para que quedaran frente a frente, acercando peligrosamente su rostro al del rubio—. Te iba a besar para que tomaras una decisión.

—No te atrevas —advirtió William mirándole enojado.

—Ya me atreví a besarte antes, ¿crees que no me volveré a atrever? —se acercó aún más, viendo ese sonrojo que tanto le gustaba—. Además, me gustaría que tomaras una decisión.

«Aléjate —pensaba William—. Si continúas, yo…»

—No tolero que digas que besamos igual —continuaba burlón Dantalion—. Quiero ser mejor que él.

«Él solo está jugando —seguía pensando William con el corazón descontrolado—. Solo lo hace para molestarme.»

Dantalion sonrió de medio lado y, decidido a dejar de bromear, quiso alejarse, pero William lo tomó del rostro y unió sus labios.

Al pelinegro apenas y le dio tiempo de reaccionar. Estaba sorprendido.

Él no tenía intenciones de besar a William, y no era que le molestase, pero solo lo hacía para verlo sonrojado. Nunca se esperó algo así del mismísimo William Twining.

De un momento a otro, dejó de pensar y comenzó a corresponder el beso. Sus lenguas intentaban explorar la cavidad bucal contraria, con una desesperación que le podría hacer creer a cualquiera que los labios de su compañero eran la única salvación. La respiración de ambos se aceleró e inevitablemente pequeños gemidos chocaban y eran reprimidos por la boca del otro.

William se separó lentamente, quedando sus rostros muy cercas y su pecho subiendo y bajando, llenando y vaciando así sus pulmones de oxígeno. Se reprendió a sí mismo por haber besado a Dantalion y se obligó a remediarlo de inmediato.

—No he cambiado de opinión —dijo el mellizo enarcando una ceja con superioridad—; besan igual.

Dantalion negó con una sonrisa.

—Imposible. Pruébame de nuevo, seguro que beso mil veces mejor —volvió a tomar los labios contrarios en un beso mucho más apasionado que el anterior. Un beso que incitaba a ir un poco más lejos.

William correspondió por un momento, separándose casi de inmediato con la cabeza gacha y su respiración aún algo agitada.

Dantalion intentó buscar de nuevo sus labios, pero William lo detuvo por los hombros.

—Es suficiente. Ya te dije que los dos besan igual. Si seguimos, se saldrá de control.

Dantalion sonrió de medio lado y se alejó.

—Fuiste tú quien me besó —se defendió sin borrar su media sonrisa.

—Insistías tanto en que tomara una decisión que solo lo hice para ver si habías «mejorado» un poco, pero sigues besando igual.

—¿Acaso beso mal? —preguntó el moreno con una sonrisa socarrona y mirándolo de reojo—. Creí haber escuchado de ti que no lo hago mal.

—No lo haces mal, pero tampoco lo haces bien.

Dantalion sonrió y cerró los ojos.

—¿Qué va a saber alguien que solo ha besado a dos personas en su vida y se masturba minutos antes de que yo llegue a realizar el trabajo?

—¡¿Vas a seguir con eso?! —se sonrojó William fulminándolo con la mirada.

—En todo caso —prosiguió Dantalion ignorándolo—, si dices que besamos igual, entonces, ¿el idiota que te gusta también besa más o menos bien?

—No voy a seguir soportándote ni respondiendo preguntas estúpidas. Ya vete a casa.

—Está bien —aceptó Dantalion sin queja alguna y levantándose de su asiento.

William lo miró extrañado. No era común que el moreno se comportara de esa forma.

—Pero antes… —prosiguió Dantalion desnudándole el hombro izquierdo e inclinándose para succionarlo.

—¿Q-qué crees que haces? —se alteró William sonrojado y usando toda su fuerza para intentar alejarlo.

—La marca ya estaba desapareciendo —susurró en el oído del rubio—, solo quería marcarte de nuevo.

Dantalion se enderezó con su expresión burlona para ver el sonrojo de William, que estaba seguro que tenía, y no se había equivocado. El rubio lo miraba con las mejillas encendidas y sus verdes ojos estaban juzgándole como si fuera el ser más despreciable del planeta.

—Bien, ahora sí me voy. Nos vemos —se despidió con una sonrisa y se marchó dejando a William desconcertado, enojado y sonrojado.

El rubio no sabía qué pensar exactamente. Se cuestionaba una y otra vez qué carajo le había visto a alguien como Dantalion. El chico era atractivo —demasiado para su gusto— y eso era comprensible. Pero pensándolo con detalle, Dantalion no parecía ser alguien que valía tanto la pena. Ni siquiera era para que alguien se tomara tantas molestias.

Era demasiado inmaduro, arrogante y muy problemático de tratar. Es como si no tuviera ninguna otra cosa a su favor más que su físico.

Pero William sabía que era algo más que solo el atractivo de Dantalion. Sabía que había algo más que le había visto para terminar locamente enamorado de él, pero no sabía qué era.

Entonces recordó el rostro de preocupación de Dantalion cuando sangró por la nariz, cuando se lastimó el tobillo, incluso cuando se resfrió en su casa e intentó bajarle la fiebre con una toalla húmeda. Sin poder evitarlo, su corazón latió con fuerza.

Dantalion era un completo imbécil, de eso no cabía duda. Pero sabía ser atento cuando se lo proponía y eso le gustaba a William… y eso debía dejar de gustarle o perdería el control. Así como lo había perdido minutos atrás cuando Dantalion se acercó con la intención de besarlo.

«Él solo está jugando. Solo lo hace para molestarme», es lo que había pensado William cuando Dantalion estaba así de cerca. Pero, cuando vio que éste se iba a alejar, tomó su rostro y lo besó.

«No importa si es solo por molestarme. ¡Bésame!», y eso lo que pasó por su mente al tomar los labios ajenos entre los tuyos.

Si continuaba de esa manera, no sabía dónde iba a acabar.

Solo tenía que aguantar hasta que el trabajo terminara, la tregua se rompiera y todo volvería a ser como antes. Ya no tendría motivos para estar cerca de Dantalion.

Solo un poco más…

Dejó las galletas en el escritorio y fue directo al armario, tomando la camisa del pelinegro. Recordó cuando éste se quejó por no encontrarla por ningún sitio y lo frustrado que sonó al respecto.

Se incomodó al pensarlo y decidió que tal vez debería devolverla.

Por otro lado, Dantalion ya le había dicho que estaban personalizando la nueva camisa, así que estaba bien.

Pero moralmente hablando, lo correcto sería regresarla y fingir que no había ocurrido nada.

Pero fetichistamente hablando… mejor lo dejaba hasta ahí.

Llevó la camisa a su nariz y sintió el aroma de Dantalion envolver cada poro de su piel.

Se suponía que tenía que dejar de sentir todo eso por Dantalion y conservar esa camisa no ayudaba en nada. Y, por más que lo pensara, se le era imposible deshacerse de ella. Porque, si bien no podía tener a Dantalion, bien podría fingir que lo tenía.

Eso era a lo único que podía aspirar…

 

 

Dantalion había llegado a su mansión y se había encerrado en las cálidas paredes de su habitación.

Observaba el cielorraso sin nada más que hacer.

Sintió ganas de llamar a William y molestarlo. Pero más que nada, oír su voz. Tomó su celular para llamarlo y entonces recordó que ellos jamás habían compartido números telefónicos.

Frunció la boca en una mueca y bloqueó el celular colocándolo en la mesita de noche.

Recordó cada sonrojo de William, de los cuales era el responsable, y sonrió.

Era muy entretenido pasa tiempo con él, a pesar de la personalidad tan difícil de tratar que tenía el menor de los gemelos. Pero, a pesar de ello, la compañía de William era agradable, ya estuvieran bromeando o hablando de algún tema serio.

Se atrevía a decir, sin miedo a equivocarse en un futuro cercano, que la compañía de William era un poco más agradable que la de Solomon —solo un poco—. La mayoría de las veces que estaba junto a Solomon, éste leía sin prestar mucha atención a su entorno. Dantalion nunca se llegó a quejar de ello, él siempre estaba encantado de observar a Solomon sin importar lo que estuviera haciendo. Y si llegaban a hablar, pero por muy cortos lapsos y de temas insignificantes.

En cambio con William hablaba de cualquier estupidez, bromeaba con él y se burlaba para molestarlo. Era una relación un poco más normal que la que tenía con Solomon.

Le hubiera gustado haberse enamorado de una persona así, con una relación un poco más… normal.

Aunque, después de todo, a William lo veía como un amigo, así que era natural actuar de esa forma con él. Solomon era el amor de su vida y contemplarlo en total silencio era la felicidad más grande de todas.

Quería hablar con él, de verdad ansiaba hacerlo. Sintió su corazón golpear con fuerza con solo pensarlo.

Quizás William tenía razón. Quizás había malinterpretado las palabras de Solomon. Quizás debería hablar con él y que todo volviera a ser como antes.

Pero le dijo muchas cosas al amor de su vida, le gritó y le había mirado con furia. Se sentía tan avergonzado de haberlo hecho, que no podía mirarlo a la cara otra vez.

Tal vez el viernes podía ir a la habitación de Solomon, después del trabajo, hablar con él y así todo volvería a ser como antes —y ver si así dejaba de tener esa clase de deseos hacia William—. Al fin y al cabo, extrañaba estar cerca de Solomon.

—Sí —dijo decidido y con una gran sonrisa—, hablaré con él el viernes. Tendré toda una semana para prepararme —sonrió aún más abrazando una almohada con fuerza—. Todo muy pronto volverá a ser como antes.


[1] Jerusalem: Jerusalén en español.

Notas finales:

Gracias por leer. Los amo.


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