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Idénticos, pero distintos. por SonAzumiSama

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Notas del capitulo:

• Dantaliana

• En busca de fics geniales

• Ana

 

Fueron las que me dejaron reviews en el capítulo original. ¡Gracias!

Todo es tan diferente ahora. Opino que el fic está mucho mejor de lo que estaba antes, así que espero y les guste. ¡A leer!

CAPÍTULO III

 

El hermano de Solomon

 

La semana pasó tan rápido que ya era día viernes, treinta y uno. Era el primer fin de semana y el primer día en que iban a trabajar juntos. William se estuvo preparando mentalmente, mientras que Dantalion estaba feliz de poder ir a la casa de Solomon. Además de eso, le parecía muy atractivo permanecer lejos de sus hermanos y su hermanastra, aunque sea por un rato.

En Stratford, Dantalion le había dicho a William ir primero a su casa para ducharse y prometió ir a la mansión Twining después de eso, recibiendo una amenaza de muerte por parte de William si se atrevía a dejarlo plantado. Cosa que, obviamente, no iba a ocurrir.

Ahora, Dantalion se encontraba en el auto, yendo directo a la mansión de William. Su vista estaba perdida en el ambiente que la ventana le obsequiaba del mundo exterior, mientras que su mente divagaba entre pensamientos, teniendo en común al protagonista: Solomon.

No tenía idea de cuánto se tardaría haciendo ese trabajo. Solo esperaba que le sobrara tiempo para gastarlo con Solomon.

—Ya llegamos —informó el chofer sacándolo de sus pensamientos—. ¿A qué hora lo vengo a buscar? —preguntó cuándo Dantalion bajó del auto.

—Yo te llamaré —respondió el pelinegro, recibiendo un asentimiento del hombre.

—Como ordene.

El auto se alejó al momento en que Dantalion soltaba un suspiro. Cruzó la entrada principal y el enorme jardín, mientras curioseaba con la mirada el lugar. Ya había estado ahí una vez, pero había sido hace mucho tiempo.

Llegó a la puerta y llamó, siendo atendido por el mayordomo de la familia Twining, Kevin Cecil.

—¿Qué se le ofrece? —preguntó el hombre.

—Soy compañero de William. Vengo por un trabajo escolar.

—¿Del amo William? —preguntó retóricamente el mayordomo, antes de que la voz de William resonara desde el interior de la mansión.

—Kevin, déjalo entrar.

El hombre obedeció después de una reverencia, haciéndose a un lado para darle espacio a Dantalion.

—Llegas tarde —regañó William desde lo alto de las escaleras, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

—Pensaba tele transportarme, pero no sé qué pasó; mis poderes no funcionaron —bromeó Dantalion adentrándose a la mansión.

William cerró los ojos y dio la media vuelta con cierta superioridad.

—Sígueme —fue lo único que le dijo al pelinegro antes de comenzar a caminar.

—Como ordene, Su Excelencia —hizo una exagerada reverencia antes de seguir al rubio.

William, por más que se preparó mentalmente para ese día, sentía que todo su esfuerzo se había ido por el drenaje. Hace seis o siete meses aproximadamente, había estado completamente a solas con Dantalion en una habitación y había cometido una reverenda estupidez. Ahora volvía a estar en esa situación, aunque completamente sano.

Supo que no debía mostrarse débil ante Dantalion y mantener su actitud fuerte y elegante, solo debía tratar al pelinegro como siempre lo trataba.

—No quiero distracciones con nada —dijo William cuando entraron a la habitación—. Te quiero cien por ciento concentrado en el trabajo y es mejor que te lo tomes en serio —tomó asiento frente a la laptop mientras la encendía.

—Claro que me lo estoy tomando en serio —reclamó Dantalion tomando asiento al lado de William—. Para que te enteres, no fui a la práctica de básquet para venir a hacer tu adorado trabajo.

—No solo es mi trabajo —le recordó William—. Además, no es como si necesitaras entrenar.

—Entonces —murmuró Dantalion con una sonrisa arrogante—, ¿admites que soy el mejor deportista del colegio?

—Eres bueno en los deportes —admitió William—, y no necesitas entrenar para ganar un enfrentamiento, así como yo no necesito estudiar para aprobar un examen.

Dantalion sonrió de medio lado.

—¿Sabes? —Dijo—, como yo no te agrado y obviamente es mutuo, y vamos a pasar mucho tiempo haciendo este trabajo, propongo una tregua. Tratemos de llevarnos bien como las personas civilizadas que se supone que somos. Solo hasta que terminemos el trabajo, ¿te parece bien?

—Me parece bien —aceptó William, fingiendo no darle tanta importancia.

La puerta se abrió, dejando ver al otro gemelo con una pila de libros en sus manos. La sonrisa de Dantalion se agrandó al verlo y casi que sus pupilas se volvían corazones. ¡Cómo odiaba William esa cara de idiota que ponía Dantalion cada vez que miraba a su hermano!

—Te he dicho más de mil veces que a mi habitación no entres sin permiso —regañó William.

Sin responder, Solomon dirigió su mirada a Dantalion y le sonrió.

—¡Dantalion, ya estás aquí! ¿Cómo estás?

—Bien —se apresuró a responder sin borrar su sonrisa.

—Solomon —dijo William—, no sé si te diste cuenta, pero estamos ocupado. Te agradecería que me dijeras qué es lo que se te ofrece.

—Encontré libros que me prestaste.

—¿Encontraste? —Preguntó mientras se levantaba para acercarse a su hermano—. ¿Limpias tu habitación?

—Algo así.

—¡Vaya milagro! —Dijo William tomando el primer libro de la pila y una vena resaltó en su frente al leer el título—. Solomon —susurró con molestia—, este libro te lo presté hace tres años.

—¿De verdad? —Solomon tomó otro libro de la pila y se lo mostró a su hermano con una sonrisa inocente—. Creo que este me lo prestaste hace cinco años.

William solo afincó con fuerza la tapa dura del libro que sostenía, en la rubia cabeza de su hermano ante esa respuesta.

—¡Voy a cortarte la cabeza! —amenazó entre dientes.

—¿Podrías tomar los libros? —Pidió Solomon—, pesan un poco.

—No pesaran si me los devolvieras a tiempo —tomó los libros y los llevó a su escritorio—. Ahora, si nos disculpas, estamos ocupados. Ve a limpiar tu habitación que buena falta que le hace.

—Está bien —llevó su mirada a Dantalion y le sonrió—. Nos vemos al rato.

—Sí —respondió Dantalion con un fuerte asentimiento de cabeza.

Una vez Solomon se retiró, William regresó a su asiento. Supo en ese momento que Dantalion iría a la habitación de Solomon cuando acabaran y eso… le desagradaba.

—¡Deja de babear y quita esa cara de idiota! ¡Hay que seguir trabajando! —dijo sonando más enojado de lo habitual.

—Es la misma cara que pondrás cuando te enamores —se defendió Dantalion.

—Te aseguro, Huber, que cada vez que estoy con la persona que me gusta, no pongo esa cara —sin darse cuenta de lo que dijo, continuó tecleando en su computador quedando todo en absoluto silencio.

Lo único que se podía escuchar eran las teclas presionadas por William. Dantalion suspiró para romper aquel silencio que se había ocasionado con las palabras de William. Había algo dentro de él que le desagradó al oír aquello, pero no quiso darle importancia.

—¿Te gusta alguien? —preguntó Dantalion.

—¿Qué? —preguntó el rubio al no escuchar la pregunta por estar concentrado en lo que escribía en la laptop.

—Acabas de decir que cuando estás con la persona que te gusta, no pones esa cara. ¿Eso quiere decir que te gusta alguien?

William volteó a verlo con un ligero sonrojo y después apartó la mirada con rudeza. No podía creer que de verdad había dicho eso.

—¡No lo puedes negar! —Dijo Dantalion con una sonrisa—. ¿Acaso ya tienes novia?

—Claro que no, estúpido.

—Pero sí te gusta alguien.

—¡Ya deja de molestar! —reclamó William aumentando su sonrojo.

—Una vez me dijiste que si te gustaba alguien, se lo dirías sin importar si te rechazaba o no. ¿Así que ya te declaraste?

—Hablo en serio, ya deja de molestar.

—Si te declaraste y no tienes novia, solo puede significar dos cosas; que te rechazó, o que no es una chica.

—Son ambas —respondió William un tanto hastiado—. Y ahora, te agradecería que te centres en el trabajo.

Dantalion guardó silencio por unos segundos, mirando fijamente a William. Había dicho lo anterior en broma, así que le sorprendió que de verdad se tratase de un chico.

—¿Lo conozco? —preguntó el pelinegro rompiendo el silencio.

—¿Ya podrías olvidar el temita? —se quejó William un poco cansado.

—Vamos, solo dime si lo conozco.

—Sí, sí lo conoces. Ahora, deja ya de preguntar estupideces.

—¿Es Isaac? —se atrevió a preguntar.

Esa pregunta le hizo presionar a William, con las palmas de sus manos, las teclas que no eran y varias a la vez.

—¿Qué clase de problemas tienes para pensar que se trata de Isaac? —preguntó el rubio mirándolo con cierto reproche.

—Siempre estás con él —respondió Dantalion, como si fuera obvio.

Él siempre está conmigo —corrigió William borrando las letras al azar que había presionado—. Además, el chico que me gusta es… —miró a Dantalion de reojo y luego la regresó a la pantalla— muy diferente a Isaac.

—Bueno, es natural que pensara que se tratara de él. ¿Y de verdad te rechazó?

—Sí, le gusta alguien más.

Todo quedó en absoluto silencio. William miró de reojo a Dantalion por unos segundos.

—Creí que te reirías —dijo.

—Claro que no —respondió Dantalion ofendido—. Yo más que nadie sé lo que se siente tener un amor no correspondido y no es cosa de chiste.

El silencio volvió a reinar nuevamente por unos minutos. Dantalion sentía algo en su interior que no le gustaba y algo le gritaba en la cabeza que averiguara el nombre de ese chico, aunque no fuera asunto suyo.

—¿Cómo es el chico que te gusta? —preguntó.

—Es el idiota más idiota de todos los idiotas.

Ante esa pregunta que no decía nada, Dantalion frunció el ceño.

—¿Me darías más pistas?

—¿Pistas? —Preguntó William alzando una ceja—. ¿Estás buscando un tesoro escondido? Confórmate con saber que es un idiota, idiota.

Ese último «idiota» fue dedicado a Dantalion que bufó por lo bajo.

—¿Cuándo terminaremos de trabajar por hoy?

William suspiró molesto.

—Primero, acabamos de empezar; y segundo, tú no has hecho nada.

—Eres tú el que no me ha dicho que hacer —reclamó Dantalion.

—Muy bien —jaló la silla allak donde Dantalion estaba sentado, hasta que quedó frente a la computadora—. Transcribe eso.

—Como ordene, Excelencia —comenzó a teclear con otra pregunta resonando en su mente, queriendo de verdad saber quién le gustaba a William—. ¿Y sabes quién le gusta al idiota que te gusta?

—Sí, sé quién es.

—¿Y cómo es?

—¿Para qué quieres saberlo? —cuestionó William.

—Curiosidad.

—Es otro idiota más —respondió el rubio soltando un fuerte suspiro—. Es necio, desesperante, siempre tiene una sonrisa de estúpido y no respeta la privacidad de nadie.

—¿Tanto lo odias?

—No —murmuró William—. No puedo odiarlo.

—¿De verdad? Es sorprendente, porque yo a Sitri lo odio con toda mi alma.

—Tú y yo somos muy diferentes, Dantalion.

—Lo sé. ¿Y el idiota que le gusta al idiota que te gusta le gusta el idiota que te gusta?

—¿Podrías dejar de crear trabalenguas con eso?

—¿No entendiste lo que dije? —preguntó Dantalion divertido.

—Sí entendí; preguntaste si el idiota que me gusta es correspondido en sus sentimientos.

—¿Y lo es?

—No te sabré decir —admitió William—. Lo que sí te puedo decir es que el idiota que me gusta anda tras de él como el idiota que es.

—La verdad, dejando de lado el hecho de que me desagradas y todo eso, pienso que tú serías un buen partido.

—¿Un buen partido? —preguntó William alzando una ceja.

—Es decir, eres irritante, engreído, terco y no le caes bien a nadie, pero, si se te analiza, serías un buen partido.

—¿Y debo tomar eso como un cumplido? —se quejó el rubio con una vena en la frente a punto de estallar.

—Eres un buen estudiante —prosiguió Dantalion ignorando el comentario de William—. Y, a pesar de que eres pésimo en deportes y sacas las peores calificaciones en ese campo, siempre quedas de primer lugar en las demás clases. Eres competitivo y tienes una confianza en ti mismo que muchos envidian. Piensas en una carrera que tenga éxito en tu futuro y estás cien por ciento seguro de que lo vas a lograr. Es difícil encontrar a alguien que no le dé pereza estudiar y quiera seguir adelante.

Las mejillas de William se tornaron rojizas al escuchar esas palabras. Pero no iba a perder su actitud fuerte por unos simples halagos.

—¿Intentas decir que lo único bueno que tengo es mi inteligencia? —dijo con su actitud solemne.

—Si quieres interpretar de esa manera mis palabras, adelante.

—Mejor cállate y sigue trabajando.

Dantalion lo miró de reojo. No sabía por qué, pero algo le desagradaba al saber que a William le gustaba alguien y le desesperaba no saber quién era.

—Si comienzo a preguntar, ¿podría adivinar quién te gusta? —propuso el pelinegro con una sonrisa un poco traviesa.

—Déjate de estupideces.

—Vamos, ¿acaso tienes miedo de que adivine quién es?

—Con el tamaño de tu cerebro, jamás podrías adivinar de quién se trata.

—¿Es eso un reto? —Preguntó Dantalion con una sonrisa—. Porque si es así, entonces acepto.

—Está bien, adelante —accedió William—. No lo vas a lograr, pero será divertido ver cómo lo intentas.

Dantalion alzó una ceja y aumentó su sonrisa.

—Primera pregunta: ¿cómo es físicamente?

—Alto, pelinegro, piel clara —describió el rubio con los ojos cerrados y sin mucho entusiasmo.

—¿Color de ojos?

—Entre claros y oscuros. No te sabría decir.

—Color en específico —remarcó Dantalion.

William vaciló un poco antes de responder:

—Encarnados[1].

—¿Y eso qué es? —preguntó Dantalion confundido, sin apartar la mirada de la pantalla.

—Es un color, que tú no sepas cuál es, no es mi problema.

—Bien, bien —se resignó—. Aparte de la descripción «idiota», ¿qué otra descripción me podrías dar? ¿Cómo es emocionalmente?

—Es un poco presumido, pero debo admitir que tiene con qué presumir; siempre intenta impresionar al idiota que ama, aunque éste rara vez se sorprende; es infantil y realmente problemático de tratar, sin embargo, lo he visto actuar serio cuando surge la necesidad y, aunque parece desinteresado por los demás, se llega a preocupar por ellos.

—¿Estudia con nosotros?

—Sí.

—¿Y está en algún club o actividad?

—Sí, es básquet y en fútbol.

—Es decir que de verdad sí lo conozco —dijo Dantalion con cierta satisfacción.

—Posiblemente.

A pesar de que Dantalion pertenecía a esos dos clubes, en ningún momento sospechó que se tratara de él, porque en los equipos, sin contarse, eran cinco en total que pertenecía tanto a fútbol como a básquet.

—¿Y ustedes dos son amigos? —continuó preguntando.

—Para nada. Él me detesta.

Dantalion lo observó un instante de reojo con una sonrisa, regresando luego la mirada a la pantalla.

—Y te quejas de que te rechazó —bromeó sin borrar su sonrisa.

—¿En qué momento me he quejado? —preguntó William alzando una ceja.

—No dejas de llamarlo «idiota» a cada segundo.

—Es que eres un idiota —susurró en un audio inentendible, que Dantalion solo pudo oír «eres un idiota».

—Para ti todos somos idiotas —se quejó el pelinegro—, la persona que te gusta podría ser cualquiera.

—Te dije que no adivinarías.

—Es que tus descripciones son abstractas —reprochó Dantalion con un pequeño puchero.

—¿En qué momento fueron abstractas? —Preguntó William alzando una ceja y llevando su mirada a Dantalion—. Escucha con atención, Huber; es alto, pelinegro, piel clara, ojos encarnados, está en básquet y en fútbol y… es un idiota. ¿Eso qué tiene de abstracto?

—Es que no sé a qué te refieres con eso de «encarnado».

—En verdad que eres un idiota —suspiró William—. Eres demasiado lento.

—¿A qué te refieres? —preguntó Dantalion confundido.

—A que te estás tardando mucho en transcribir eso —respondió acercándose al monitor—. Y es mejor que lo estés haciendo bien, no quiero ver que hayas escrito nuestra conversación en el trabajo.

—No lo hice —se quejó el pelinegro con una especie de puchero que descontroló el palpitar de William.

—Pareces un niño. A veces no me puedo creer que tengamos la misma edad —intentó sonar natural para que Dantalion no se diera cuenta lo que había provocado su puchero en él.

—Yo tengo diecisiete —aclaró el pelinegro.

—¿Eres un año mayor que yo? —preguntó sorprendido—. ¿Perdiste un año?

—Sí. En aquel entonces ocurrieron muchas cosas y repetí —respondió sin darle mucha importancia.

William no dijo nada. No tenía nada para decir.

De forma inconsciente, William intentó entretener a Dantalion con el trabajo. Quiso alargarlo para que se hiciera tarde, no tuviese tiempo de visitar a Solomon y «no le quedase más opción» que irse a casa a convivir con su familia. Pero Dantalion tenía claro el objetivo de ir a la mansión Twining y no iba a dejar que ese tedioso trabajo se siguiera interponiendo más.

—¿Podemos acabar por hoy? —Pidió un poco cansado—. Ya hemos hecho bastante y todavía queda tiempo para terminarlo. No pretendes acabarlo todo hoy, ¿verdad?

—Por supuesto que no —suspiró William, mientras guardaba el trabajo—. Puedes ir a visitar a tu «Princesa».

—¡No le digas así! —se quejó levantándose de su asiento y estirando su cuerpo con fatiga.

—A ver, oblígame —retó William, levantándose y arrojándose en su cama—. Ya lárgate de mi habitación, la tregua se acabó por hoy y no soportaré seguir viendo tu rostro.

—Créeme que es mutuo —se retiró de la habitación.

—Idiota —susurró William cuando se quedó solo.

La puerta se abrió nuevamente, dejando ver a Dantalion otra vez.

—¿Dónde está la habitación de Solomon?

—Deberías averiguarlo por ti solo —se quejó William—. Al lado de la mía —respondió cerrando los ojos.

—Gracias —dijo Dantalion saliendo de nuevo y cerrando la puerta tras de él.

Ahora su dilema era saber cuál lado era. Eligiendo al azar, tocó la puerta de la derecha, escuchando muy lejanamente un «adelante» con la voz de Solomon.

Su corazón se estremeció al oírlo y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro al saber que estaría completamente a solas con «su» Solomon sin ninguna muñeca interponiéndose entre ellos.

Entreabrió la puerta lentamente y encontró al rubio sentado sobre su cama leyendo, lectura que abandonó al abrirse la puerta.

—¡Dantalion! —Saludó de nuevo con una sonrisa—. ¿Ya terminaron el trabajo?

—Por hoy sí. ¿Puedo entrar? —preguntó con una pequeña sonrisa, mordiendo su labio inferior.

—Claro que puedes —respondió cerrando el libro en sus manos.

Dantalion agrandó su sonrisa y terminó de abrir la puerta entrando apresuradamente y, gracias a ello, se tropezó con varios libros que había sobre el suelo, perdiendo el equilibrio y cayendo fuertemente.

—¡Dantalion! ¡¿Te encuentras bien?! —preguntó Solomon un poco alterado.

—Sí, estoy bien —se enderezó un poco observando sorprendido todos los libros regados por el suelo, el escritorio y la cama. Muy pocos estaban sobre los estantes, donde se supone que debían ir.

Jamás había visto una habitación tan desordenada y nunca se imaginó que Solomon fuera así. Ahora entendía por qué William siempre se enojaba con él.

—¿Quieres que te ayude a limpiar? —se ofreció levantándose del suelo y cerrando la puerta.

—¿No te molesta? —preguntó Solomon con una pequeña sonrisa.

—Para nada.

Mientras organizaban los libros, Dantalion no se sacaba de la cabeza que a William le gustaba alguien. Sentía algo en su interior que jamás había sentido y no estaba seguro de qué era, pero sí sabía que le desagradaba.

—Oye, Solomon — le llamó en un pequeño murmullo.

—Dime.

No quería que su primer tema de conversación fuera de William, pero sentía ese cosquilleo en su interior de saber quién era «ese» que había logrado enamorar a William.

—¿Tú… —comenzó despacio— sabes quién le gusta a William?

—¿A William le gusta alguien? —preguntó Solomon sorprendido, dándose cuenta Dantalion que Solomon estaba igual de ignorante que él en ese asunto.

—Es decir, si hablásemos hipotéticamente sobre si a William le gustara alguien… que fuera un chico, ¿quién crees que sería?

—Oh, en ese caso… —meditó—. La verdad no lo sé —encogió sus hombros—. Tal vez Sitri —dijo al fin, no muy seguro.

—¿Sitri? —Dijo Dantalion confundido y algo hirvió dentro de él al escuchar ese nombre—. ¿Qué te hace pensar que es él?

—Una vez le vi preocuparse por él —respondió Solomon colocando algunos libros en los estantes—. Dos chicos lo estaban acosando y él corrió en su rescate. Se notó en su rostro el alivio de que Sitri estuviera bien.

Dantalion lo meditó por un momento. Sitri no pertenecía a ningún club de deporte —los consideraba poco elegantes—. Debía tratarse de alguien más.

—Ese es su trabajo como prefecto—dijo Dantalion ante la respuesta de Solomon—. Por eso no creo que sea Sitri.

—Bueno, también fue el primer nombre que se me ocurrió.

Dantalion rio mientras levantaba algunos libros del suelo y les limpiaba el polvo con un trapo.

 

 

William había comenzado a organizar en los estantes los libros que había traído Solomon, dándose cuenta que uno de ellos no era de él.

Sabía que debía ir a entregárselo a Solomon, pero no quería verlo junto con Dantalion. Así que solo lo apartó y ya se lo entregaría después.

Terminó de organizarlos y suspiró.

Sabía que era una mala idea ir a la habitación de Solomon en ese preciso instante, pero, si era cuestión de confesar, los celos lo invadieron y no podía parar de imaginar qué harían dos adolescentes encerrados solos en una habitación.

Maldiciéndose a sí mismo, tomó el libro y fue directo a la habitación de su mellizo.

 

 

—¿Y tú quién crees que le guste a William? —Preguntó Solomon—. Hipotéticamente hablando.

—Alguien que pertenezca a los clubes de básquet y fútbol.

—¿Insinúas que tú le gustas a William? —preguntó Solomon con una media sonrisa y una ceja alzada.

—¡¿Qué?! ¡Claro que no! —negó rápidamente.

William jamás entraba sin tocar, pero por esta vez lo haría, así, si estaban haciendo algo, los atraparía con las manos en la masa —una cosa bastante estúpida, lo sabía—. Cuando giró la perilla y abrió solo un poco, lo primero que escuchó fue la voz de Dantalion.

—Además, si yo fuera quien le gustara a tu hermano, aunque lo dudo, sería una lástima, porque no estoy interesado en lo más mínimo en él.

William aflojó un poco el agarre en la perilla y recostó su frente en la puerta. Jamás se había sentido tan idiota como en ese momento.

—William tiene un carácter fuerte —dijo Solomon—, pero no es un mal chico.

—No digo que sea una mala persona —respondió Dantalion—, solo que para mí, él es solo tu hermano, nada más.

Sin hacer el más mínimo ruido, William cerró la puerta y regresó a su habitación. No lo negaba, sentía ganas de llorar, pero no lo haría, no se rebajaría a ese nivel.

Volvería a ser el mismo William Twining que era antes de enamorarse de ese cabeza de chorlito. Solo se concentraría en sus estudios, en ingresar a Oxbridge, en su carrera de político, en ser el próximo Primer Ministro más joven, su trabajo literario luego de retirarse y su camino directo a la fama. Los sentimientos iban y venían y podía tener muchos de ellos o el mismo, sentido de una forma diferente con sensaciones nuevas, mientras que futuro solo tenía uno.

Se olvidaría para siempre de Huber, aunque tuviera que verlo cada fin de semana.

 

 

—Por cierto —dijo Dantalion un poco cansado de tanto limpiar—, ¿tú sabes cuál es el color encarnado?

Solomon, estando al lado de Dantalion, solo colocó sus dedos índice y medio sobre los párpados cerrados del pelinegro. Cuando Solomon apartó sus dedos, le dedicó una sonrisa al confundido Dantalion, quien pestañeó varias veces seguidas sin entender aquella acción, sin embargo, no preguntó nada al respecto.

Una vez terminaron de limpiar, Dantalion se arrojó a la cama de Solomon completamente agotado y sin entender por qué las sirvientas de esa mansión no se encargaban de acomodar ese desorden. ¿Para qué le pagaban?

—Ya es muy tarde —dijo Solomon mirando el cielo arrebolado desde la ventana de su balcón.

—Entonces, ya debería ir a casa —dijo Dantalion con cierto reproche, pero sabía que el siguiente día volvería a estar muy cerca de Solomon.

—Bien, te acompaño a la salida —se ofreció el rubio con una sonrisa.

Dantalion le sonrió de vuelta, levantándose rápidamente de la cama y sacando su celular para llamar a su chofer.

 

 

William cubría su rostro con la almohada, recostado sobre su cama. Sentía ganas de golpearse a sí mismo por haberse enamorado de un imbécil y, todavía más, sin saber exactamente por qué.

Dantalion era un idiota; las únicas dos neuronas que tenía apenas y le funcionaban; tenía una actitud exasperante y era muy problemático de tratar. Tenía una alta figura y un rostro bastante atractivo que volvería loca a cualquier chica; una encantadora sonrisa que iluminaba todo al agrandarse; una voz grave y —¿por qué no?— seductora que se mezclaba perfectamente con el viento y llegaba como una dulce melodía a sus oídos; una mirada arrebolada que era capaz de entregarle un bello atardecer o un resplandeciente amanecer, incluso a mitad de la noche…

—¡Ya! —se regañó a sí mismo enderezándose de golpe y arrojando la almohada lo más lejos que pudo—. ¡Es suficiente, William Twining! ¡Una cosa es que estés enamorado de un «sin-cerebro» y, otra muy distinta, es que actúes como una colegiala en su primer enamoramiento! ¡Déjate de estupideces!

Se arrojó a su cama de nuevo y suspiró.

«Si yo fuera quien le gustara a tu hermano, aunque lo dudo, sería una lástima, porque no estoy interesado en lo más mínimo en él (…) para mí, él es solo tu hermano, nada más». Y de nuevo recordó esas palabras que tanto le dolieron.

—Sí… —murmuró—, déjate de estupideces.

 

 

Dantalion no había podido entrar a su mansión más feliz. Había pasado gran parte de su tiempo junto a Solomon y, aunque había terminado agotado por ayudarlo a limpiar, no podía quejarse.

—Amo, llegó bastante tarde —dijo su mayordomo Baphomet al verlo entrar—. ¿Fue un trabajo largo?

—No tanto, pero pasé mucho tiempo junto a Solomon, por eso llegué tarde.

—Oh —sonrió Baphomet—, ahora lo entiendo.

—Estoy hambriento; prepárame algo de comer.

—Como ordene —se inclinó en una reverencia viendo partir a su amo a su habitación.

Dantalion comenzó a desvestirse apenas cruzó su alcoba, dispuesto a darse una larga y bien merecida ducha mientras esperaba a que la comida estuviera completamente lista.

Entró a la bañera con hidromasaje y se relajó con una pequeña sonrisa que no se molestaba en ocultar.

«Te aseguro, Huber, que cada vez que estoy con la persona que me gusta, no pongo esa cara».

Su sonrisa se desvaneció y sus ojos se entrecerraron. Era cierto, a William le gustaba alguien y, aunque intentó convencerse de que eso no era asunto suyo, no podía dejar de pensar en ello.

«La verdad no lo sé. Tal vez Sitri».

—¿Sitri? —murmuró y, de nuevo sintió algo arder dentro de él—. Si realmente es Sitri quien le gusta, ¡vaya que tiene muy malos gustos! —Se hundió más en la bañera cubriendo sus hombros con el agua—. No sabía que le gustaran afeminados.

Guardó silencio por unos segundos, y luego golpeó el agua con fuerza.

—¡¿Qué es lo que tanto me molesta?! —se quejó infantil—. ¡La sola mención de Sitri hace que mis nervios se alboroten! —Suspiró y volvió a enderezarse, descubriendo sus hombros—. Pero ya no te preocupes por él —se dio ánimo a sí mismo con una enorme sonrisa—. Tienes a Solomon de lunes a lunes, a diferencia de esa marioneta.

Pero, a pesar de ello, todavía no podía sacarse a William de la cabeza y ese tema de saber quién le gustaba. Su mente se mantuvo ocupada en ello y fue algo que Baphomet notó cuando lo vio bajar.

—¿Ocurre algo, amo? —le preguntó colocando los platillos frente a él.

—No, nada —respondió Dantalion sacudiendo un poco la cabeza—. Solo asuntos respecto a los clubes y eso.

—Oh, bien —respondió el mayordomo con una sonrisa.

A pesar de intentar olvidarlo, la mente de Dantalion no podía dejar de pensar en que a William le gustara alguien. Durante el resto del día, ese pensamiento ocupó su mente hasta llegar la noche y ni siquiera saber que estaría de nuevo con Solomon al siguiente día, lo había hecho olvidar aquel asunto.

—Voy a enloquecer —murmuró enrollado entre sus sábanas.

Para su buena suerte, su sub-consciente no le jugó sucio y no le hizo soñar con ello.

 

 

Llegando el siguiente día, sábado primero de abril, la frustración del día anterior había desaparecido de Dantalion y una sonrisa muy bien curvada adornaba su rostro, mientras se dirigía a la mansión Twining.

Saber que volvería a pasar tiempo a solas con Solomon, era una sensación indescriptible. Casi que sentía ganas de restregarlo en el rostro afeminado de Sitri.

Cuando llegó, tocó el timbre siendo recibido nuevamente por el mayordomo de la casa, Kevin Cecil, quien había recibido órdenes estrictas de su amo William de que si el «idiota cabeza de chorlito» llegaba, lo dejara entrar directo a su habitación.

—Oh, eres tú —dijo Kevin—. Mi amo te está esperando en su habitación. Pasa.

Dantalion asintió y fue directo a la habitación de William. Tocó la puerta de la alcoba del rubio, esperando una respuesta del otro lado.

—Adelante —pudo escuchar muy lejanamente.

Cuando abrió, observó a William sentado frente a la computadora, encendiéndola, y lo notó extraño. Era común que ese rubio siempre tuviese una expresión de odiar al mundo entero sin motivo aparente, pero esta vez esa expresión parecía más pronunciada. Como si no se molestara en ocultar el enojo que sentía.

Dantalion tomó asiento, mirándolo fijamente.

—¿Te ocurre algo? —se atrevió a preguntar.

—¿Te preocupa? —le respondió William con una pregunta, bastante molesto.

—¡Por supuesto que no! —apartó el rostro con rudeza y un poco de superioridad.

—Entonces deja de preguntar tonterías y trabajemos.

Dantalion tragó saliva, mirando fijamente a William. Sabía que estaba enojado, pero no sabía por qué. Sabía que algo le ocurría y, ciertamente no le preocupaba, pero sí le intrigaba.

Y le resultó más extraño todavía cuando trabajaron muy rápido y apenas habían logrado adelantar algo. Además, de que William muy poco le había dirigido la palabra.

—Puedes ir a visitar a tu adorado Solomon —dijo William—. Fue para eso que has venido, ¿no?

Dantalion se sorprendió un poco ante aquello. No podía ser por eso que estaba enojado, ¿verdad?

—William… —quiso hablar, pero el rubio lo interrumpió.

—¿Oh? ¿Ahora soy William? Pensé que para ti yo era «el hermano de Solomon», ¿o me estoy equivocando?

Dantalion abrió los ojos de la sorpresa. ¿Era por eso que William estaba tan enojado?

—¿Solomon te dijo…?

—Solomon no me dijo nada —interrumpió—. Ayer fui a entregarle un libro y lo escuché de ti.

Dantalion alzó una ceja totalmente confundido. Era una estupidez enojarse por tonterías como esas.

—¿Y por qué te enojas? —preguntó el pelinegro—. ¿Acaso no eres su hermano?

—¡No! —respondió casi que en un grito y bastante frustrado.

—¿Cómo qué no? —Preguntó Dantalion confundido— ¡Ustedes dos son gemelos! ¡Es obvio que son hermanos!

—¡¡¡Pero no soy «el hermano de Solomon», soy William!!! —Se levantó de su asiento, mientras que Dantalion permaneció en el suyo en silencio, siendo observado por la furiosa mirada de William—. ¡¡¡No soy de las personas que necesitan estar vinculadas a alguien para definirse!!! ¡¡¡Posiblemente a ti te encante que te llamen «el chico enamorado de Solomon», pero no me arrastres a tu mundo donde necesitas definirte a través de alguien más!!! ¡¡¡No me vuelvas a llamar de esa manera nunca más!!!

—Will…

—¡¡¿Crees que puedes llamarme como te dé la gana?!! ¡¡¿Etiquetarme de un modo tan estúpido como ese?!! ¡¡¡Que te quede claro, chico enamorado de Solomon, soy William Twining, el mejor estudiante de mi clase; no el hermano, tío, abuelo, sobrino o primo de nadie!!!

William cayó nuevamente a su asiento con la respiración agitada y dejando asombrado a Dantalion que lo observaba en silencio. El rubio cubrió su rostro con sus manos, sintiendo como si la cabeza le fuera explotar en cualquier momento.

—Lárgate de mi habitación —murmuró William—. No quiero seguir viendo tu rostro.

Dantalion suspiró y mordió levemente su labio inferior. No quería irse y dejar a William con ese ataque de ira.

—William —susurró el pelinegro—, ¿tus padres hacían comparaciones entre los dos? —alargó su brazo para acariciar los cabellos de William, pero se detuvo a mitad de camino, retrocediendo lentamente.

—Por supuesto que no. ¿Qué clases de padres crees que tuve?

—Entonces, ¿por qué te encuentras tan enojado?

—¡¡¡Por ti!!! —Gritó William de nuevo, golpeando el escritorio y llevando su mirada a Dantalion—. ¡¡¿No entiendes cuándo te digo que te largues?!! ¡¡¡Quiero estar solo!!! ¡¡¡Hubiese preferido mil veces hacer este trabajo con Isaac, que saca las peores calificaciones, que contigo!!! ¡¡¿No entiendes que no tolero que estés cerca de mí…?!!

«Y que no seas mío», terminó en su mente, mientras respiraba con cierta dificultad.

—¡¿Crees que eres el único que está disgustado por la distribución al azar del profesor?! —gritó también, aunque no tan fuerte como William.

—¡¡¿Y tú de qué te quejas?!! ¡¡¡Aceptaste felizmente hacer el trabajo en mi casa porque estarías con Solomon, así que no finjas descontentos, Huber!!! ¡¡¡Así que si tanto quieres verlo, entonces ve y lárgate de mi habitación!!! ¡¡¡No soporto tu presencia!!!

Dantalion cerró la boca lentamente y, por primera vez, no discutiría con William. Se levantó de su asiento y se retiró sin mirar atrás.

William suspiró con fuerza y se arrojó en su cama. ¿Desde cuándo permitía que sus emociones lo controlaran? Fue una estupidez actuar así frente a Dantalion. Pero, ¿tan enamorado estaba para permitirse perder el control de esa forma? ¿Cuándo fue que se enamoró de Dantalion exactamente? Convivió con ese idiota durante todo un año y pasaron de curso, siendo uno de los primeros días de ese año escolar cuando conocieron a Sitri, cuando salió de su casa siendo atrapado por la lluvia, cuando Dantalion le ofreció alojamiento y cuando ocurrieron cosas que le hicieron descubrir que estaba enamorado del pelinegro. Desde ese día, seis o siete meses aproximadamente habían transcurrido. Pero, por más que lo meditaba, no sabía en qué momento exacto se enamoró de ese «sin-cerebro».

Suspiró sabiendo que no debió gritarle a Dantalion así. Iban a pasar mucho tiempo al lado del otro y las cosas no podían ir de esa manera entre los dos. Estuvo a punto de proponer que él se encargaría de hacer todo el trabajo y de colocar su nombre, ¡pero, ni hablar! Odiaba ese tipo de estudiantes.

Ya se encargaría de arreglar las cosas con ese idiota. Si iban a pasar medio año juntos, haciendo ese tedioso trabajo, entonces era mejor llevar las cosas en paz.

 

 

Dantalion tocó la puerta en la habitación de Solomon, sin dejar de pensar en todo lo recién ocurrido. Por un momento sintió ganas de volver a la habitación de William y permanecer con él, pero cuando escuchó el «adelante» de Solomon al otro lado de la puerta, lo descartó de inmediato.

Entró con una pequeña sonrisa, que borró inmediatamente cuando observó algunos libros sobre el escritorio y el suelo. Tomó el puente de su nariz sin poder creer lo que veía.

—Hola, Dantalion —saludó Solomon con una sonrisa, pero su saludo no fue devuelto.

—Solomon… —murmuró Dantalion—, ¿no limpiamos ayer tu habitación?

—Sí, lo hicimos —respondió el rubio de manera tan natural y tranquila que, para sorpresa de Dantalion, lo irritó un poco.

—¿Y por qué están esos libros fuera de sus lugares? —preguntó de nuevo, sin soltar el puente de su nariz.

—Ah… no lo sé. Comencé a leer y una cosa pasó a la otra.

Y nuevamente, Dantalion se hallaba organizando los libros en los estantes, con unas cuantas venas en su frente a punto de estallar. Ahora entendía que las sirvientas no eran las culpables del asunto.

Nunca imaginó que pudiera enojarse con Solomon, pero ahí estaba, sintiendo cierta irritación dentro de él.

Pero dejando eso de lado, Dantalion no se sacaba de la mente lo que había ocurrido en la habitación de William y esa manera tan fuerte en la que le había gritado. Algo dentro de él le hacía sentir culpable y quería regresar a la habitación del menor de los mellizos.

—Solomon… —murmuró despacio—, ¿no oíste nada de lo que ocurrió en la habitación de tu her… —se detuvo abruptamente por un segundo y luego corrigió—, de William?

—No —respondió Solomon—, las paredes son a prueba de ruido.

—Es decir, que si entra un asesino y le quita la vida a alguien, ¿ustedes no se enteran hasta que sienten el olor putrefacto?

El silencio de Solomon le dio la razón a Dantalion. El rubio le miraba como si se hubiese dado cuenta de algo importante.

—No me mires así; solo estoy bromeando —dijo Dantalion ante la expresión de Solomon.

—¿Ocurrió algo en la habitación de William? —preguntó el rubio.

—Nada —respondió Dantalion sin querer preocuparlo—. Es solo que William intentó tomar algo en lo alto de su estantería de libros, pero ésta se vino abajo y casi le cae encima.

—¡¿Y William está bien?! —se preocupó Solomon levantándose para ir a socorrer a su hermano, pero Dantalion lo detuvo del brazo rápidamente.

—Tranquilo, él está bien —dijo el pelinegro con una sonrisa—. Como mucho, solo lo golpearon algunos libros, pero nada más. Ha dicho que estaba algo cansado y por eso hemos terminado un poco antes de lo que terminamos ayer. Dijo que se recostaría a dormir un rato.

—Ya veo… —sonrió Solomon—. ¿Tú lo salvaste?

—Sí. Lo jalé justo antes de que el estante se estrellara contra el suelo. Por eso me pareció extraño que nadie hubiera abierto la puerta exaltado.

—Muchas gracias por salvarlo —le dedicó una sonrisa sincera a Dantalion, que éste le devolvió.

No le gustaba mentirle a Solomon, pero no quería preocuparlo con el extraño comportamiento del menor de los dos.

Cuando finalmente había terminado de organizar los libros —otra vez—, Dantalion movió su cuello en círculos. Sí que era agotador.

—¿Te acompaño a la salida? —se ofreció Solomon con una sonrisa.

—Ah… no es necesario esta vez —respondió Dantalion devolviéndole la sonrisa—. Hoy no esperaré a mi chofer. Iré a un lugar cerca de aquí antes de ir a casa.

—Oh, está bien. Entonces, nos vemos mañana.

—Sí —amplió su sonrisa—. Nos vemos.

Una vez salió de la habitación de Solomon, se dirigió a la de William, dando dos golpes suaves antes de abrir sin esperar confirmación. Echó un rápido vistazo a la habitación, encontrando a William acostado en la cama, con los ojos fijos en el techo.

—Hey, William —entró cerrando la puerta y acercándose lentamente hasta sentarse al lado del rubio en la cama, pero William no giró a verlo en ningún momento—. De algún modo me hiciste sentir culpable y lo lamento. Tienes razón, no eres «el hermano de Solomon», eres William Twining, el prefecto de nuestra aula y el mejor estudiante de ésta misma, el realista amante de la ciencia, alguien seguro de sí mismo e insoportablemente terco. No debí llamarte de ese modo. De verdad lo lamento.

—Ya déjalo —dijo William enderezándose—. Vas a terminar por darme un beso de disculpas y es lo que menos quiero.

—Brincos dieras —rio Dantalion.

—¿Brincar de felicidad por ti? Brincos dieras al verme brincar por ti.

Dantalion rio de nuevo, mientras William suspiraba.

—Escucha —dijo William de nuevo—, no fue nada en tu contra. Los prefectos tenemos muchas responsabilidades y últimamente me he sentido muy estresado. Todo ese estrés lo he estado acumulando y solo faltaba el momento para que terminara por explotar y terminé haciéndolo contigo. Nada de eso me importa, de verdad. No me importa si para ti soy «el hermano de Solomon» o «tu futuro cuñado»; solo necesitaba una excusa para gritarte y desahogarme y la encontré.

—¿No tienes a nadie con quien hablar? Solomon, por ejemplo.

—Solomon no sirve para psicólogo, créeme.

Dantalion volvió a reír.

—La próxima vez —prosiguió William— solo me guardaré todo. No volveré a gritarte de esa manera.

—No lo hagas —dijo rápidamente Dantalion—. Es mejor desahogar todo ese estrés y no acumularlo, o será peor. Así que si quieres desahogarte, llámame y grítame todo lo que quieras que yo te escucharé.

William se sonrojó y apartó la mirada.

—No seas idiota —murmuró—. ¿Sabes? Me he sentido muy mal hoy, tal vez mañana podamos olvidar el asunto.

—¿Y por qué mejor no lo olvidamos hoy? —Propuso Dantalion con una sonrisa—. Además, sé que dices que fue producto de tu estrés, pero aun así… —tomó a William del mentón y unió sus labios a la frente del rubio, dándole un beso corto—, discúlpame por haberte llamado de esa manera.

El sonrojo de William fue muy difícil de ocultar. Su pálida piel hacía que se pronunciara mucho más.

—¡¿Q-qué se supone que fue eso?! —preguntó avergonzado.

—Un beso de disculpa —se levantó con una media sonrisa adornando su rostro—. Ahora me gustaría verte brincar por ello.

—Te regalaré una regadera para tus raíces[2].

Dantalion rio mientras se acercaba a la puerta.

—Nos vemos mañana, Excelencia —se despidió con una sonrisa.

—Idiota —murmuró William, antes de ver a Dantalion retirarse.

El pelinegro salió y se recostó de la puerta soltando un fuerte suspiro. Y ambos, al mismo tiempo, llevaron su mano al lugar del beso; Dantalion a sus labios y William a su frente.

El fuerte latir de sus corazones golpeaba con fuerza, aunque la diferencia era que William sabía perfectamente por qué sus latidos habían aumentado y Dantalion lo desconocía completamente. Pero, sin prestar atención, el pelinegro se dirigió a la salida ignorando ese extraño sentir dentro de él, mientras que William no pudo evitar sonreír.

Sintió que, si ese había sido el resultado de haber perdido el control de sus emociones, entonces se alegró de haberlo hecho.


[1] Encarnado: colorado, rojo, purpúreo, escarlata, granate, rubí, carmesí o carmín.

 

[2] Es posible que muchos lo entendieran, pero es mejor aclararlo. Cuando una persona dice, por ejemplo, «no importa cuánto tiempo pase, lo voy a esperar», otra persona es posible que le responda «te saldrán raíces de tanto esperar», o una persona misma puede decir «he esperado tanto que me saldrán raíces». Como mencioné, es posible que lo hayan entendido, pero es mejor aclararlo por si acaso.

Notas finales:

Espero y les haya gustado. No tengo mucho que decir más que gracias por leer.

¡Nos seguimos leyendo! ¡Besos!


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