Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Imperceptible conexión por Ilusion-Gris

[Reviews - 6]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

De un lado al otro, arriba y abajo. Sus pupilas danzan sin música al observar todo lo que le rodea.

—Quédate sentado aquí, ¿vale? —Pellizca su mejilla con el pulgar y el dedo índice—. Ahora vuelvo, cariño.

El ambiente es pesado, siente respirar polvo y entre aquella bruma, que quizá está en su cabeza, observa el corto cabello castaño alzarse en el aire.

—Quiero regresar a casa —pide con una fina línea surcando su frente.

—Lo haremos en un momento, pero tienes que esperar un poco más.

Aprieta entre sus brazos el cuello del oso de peluche.

—No tardes —murmura mirando al suelo.

Su madre pasa los dedos entre las hebras rojas del pequeño Gaara y él siente cuando se aleja, pero no hace nada para impedirlo.

Realmente odia la idea de permanecer ahí. A pesar de que si balancea los pies logra mover un poco el columpio. No es tan divertido cuando está solo.

Sabe que lo que está a punto de hacer no es nada bueno, por eso antes de que la suela de sus botas toque el suelo, gira la cabeza en todas las direcciones para comprobar que su madre no está cerca.

Baja con cuidado, como temiendo pisar lava, pero no hay nada de eso. Solo tierra firme.

Abraza a su amigo afelpado para darse un poco de valor y, con todo lo que le permiten sus cortas piernas, corre hasta escabullirse entre los árboles que estuvo observando con envidia por un largo rato.

—Solo daremos un paseo —le informa al peluche.

Gaara no es nada ingenuo y se asegura de memorizar la dirección que está tomando. Él tampoco es un chico rebelde, procura siempre escuchar con atención y después cumple los deseos de los demás por encima que los propios, en especial cuando los ojos grandes y azules de aquella mujer menuda le escrutan con tanto amor.

Él no hace más que sentir culpa, porque lo sabe, se esfuerza por controlar el monstruo que posee.

—No tienes que tener miedo, ella no se enojará, regresaremos pronto...

Quizá eso se lo dice a sí mismo. Sabe que no es correcto, procura no hacer ruido cuando sus botas rojas pisan una hoja o una rama, como queriendo ocultar su presencia. Su corazón late con fuerza. Y también asume que no quiere contarle a nadie lo que está haciendo, nunca.

Escucha unos arbustos agitarse y da un pequeño brinco.

—¿Quién está ahí? —pregunta con voz temblorosa.

No hay nadie más que él y eso por un momento le provoca más miedo.

Tal vez ya es hora de regresar, gira sobre sus pasos y logra ver a lo lejos el columpio ahora vacío meciéndose por el viento.

Ochenta y siete pasos. Solo eso recorrió, y solo eso tiene que volver a andar para llegar y volver a llenar el espacio que nunca debió dejar libre.

Si corre, en menos de tres minutos estará allí.

Lo sabe, lo tiene bien claro, pero no se mueve.

—¿Quieres venir conmigo? —Levanta al oso hasta que los dos botones negros quedan a la altura de sus ojos.

El peluche no responde, nunca lo hará, también lo sabe.

Lo deja caer.

Vuelve a girar y en esta ocasión no le importa saber el camino que tomará.

No es un buen chico, por más que lo escucha de los labios de su madre todo el tiempo, nunca estará de acuerdo. Cuando alguien se acerca y pronuncia "Es muy serio", ella sonríe con aquella dulzura y contesta "Es un buen niño".

Quiere regresar por el amigo que dejó abandonado, pero recuerda la frase frecuente de su padre: "Yo le enseñaré a respetar".

¿Qué quieren que haga con todo lo que quema dentro?

Continúa avanzando.

"Lo siento señora, pero tendrá que buscar otra escuela para Gaara". "Las madres de los demás niños no permitirán que se acerque a ellos, le tienen miedo". Un par de juguetes que partió en dos por ser demasiados ruidosos. Unas cuantas miradas que hicieron llorar, quizá más de cuatro golpes y solo un grito. No es demasiado. No se compara a lo mucho que él se contiene.

"Es mi culpa, cielo", le dice mientras lo mira con lástima. Sus pulgares haciendo círculos en sus mejillas mientras sostiene su cara en alto para que pueda observar su rostro. "No quiero jugar con Gaara", sus hermanos mayores cruzando los brazos y dándole la espalda. "Es pequeño, cambiará", su tío susurrando cuando cree que está dormido. Lo sabe.

Las hojas crujen al ser aplastadas. Esquiva las rocas que se empeñan en tirarlo.

Su amigo de felpa está desgastándose y ya su madre ha tenido que remendarlo más de tres veces. Pronto tendrá que deshacerse de él, ya está grande para tener un peluche. Tiene cinco, casi seis y poco le falta para entrar a la escuela de mayores. Una escuela donde tendrá que comportarse para no ser expulsado, al menos no de nuevo.

"Será nuestro nuevo hogar", le dedica una de sus mejores sonrisas, la más falsa y mejor ensayada. Se han mudado, se han separado de papá por su culpa. Ya no verán a Temari ni a Kankuro porque ahora están muy lejos, tan lejos que tuvo que dormir tres veces en el camino a aquí. Las cajas apiladas y sin un solo mueble, solo dos almohadas, al menos tienen eso para recargar la cabeza y no despertar con las mejillas frías.

"Todo está bien cariño, no llores". Había tenido razón, los días eran más tranquilos, pero eran muy solitarios. Ella tendría en algún momento que salir a conseguir un trabajo y él iniciaría con las clases, prometiendo que olvidarían la tristeza con afanes.

"Encontrarás amigos cuando entres a la escuela". ¿Para qué quiere amigos? No ha logrado nada bueno con su familia, nunca ha logrado agradarle a alguien más que a su madre.

Corre y deja muy atrás a su amigo silencioso, también al columpio que rechina y a ella.

Su padre podrá ser muy duro, sus hermanos lo podrán hacer a un lado e ignorarlo, pero sabe que ella los extraña y él también, un poco, no tanto como su madre. Quizá si desaparece será mejor. Lo sabe.

Una parte de él nunca se mueve del lugar donde su madre le deja para ir a hablar con su nuevo profesor. Le ha pedido un momento para hablar de: "Gaara es especial y ocupa mucha paciencia, pero es un buen niño". Ambos están en la que sería su escuela, en el área de juegos de los niños menores y que él especialmente no podría visitar por ya no pertenecer ahí. Para él hay una cancha de baloncesto, una para jugar fútbol e incluso tienen una especial para béisbol. Una escuela grande, pero aún no inician las clases y nadie le llamará la atención por balancearse mientras espera.

Aunque ya no está ahí, el portón está abierto y el pelirrojo aprovechó para escapar.

"Es un buen chico", probablemente eso estará diciendo su madre una y otra vez.

[...]

A un lado hay una zona deshabitada, un terreno sin dueño y que utilizan como una ruta alterna en caso de emergencias, las rejas que siempre impiden cruzar del otro lado, hoy se han recorrido para permitir ingresar un camión especial que se encargará de llevar toda la basura que se generó de podar los campos y los árboles. Todos están ocupados como para notar que un niño aprovecha la rara ocasión de huir por ahí.

Para cuando Karura repara en que su pequeño pelirrojo no está donde lo dejó, su cabeza estalla en pánico.

El portón abierto, el monte, la carretera a la distancia, los cinco minutos en que apartó la mirada.

Es lo más aterrador que ha experimentado, es como un mazo golpeando su corazón.

No hay tiempo para pararse a pensar, no se puede permitir un segundo más y se lanza de lleno hacia el frente, con brazos y piernas luchando por cortar el aire. Su garganta está cerrada, como si tuviera algo atorado que le impidiera gritar "Gaara", pero todo su ser lo hace en su lugar.

Ve a lo lejos un bulto café que reconoce, lo alcanza en un suspiro y se detiene para estrujarlo entre sus manos. 

Cuando le encuentra lo lleva a casa de la mano. No le dice nada. No le aclara si estuvo bien o mal. Nada.

Es consciente de su condena. Ya no puede fingir que puede evitarla.

Intentó minimizar los daños, intentó creer que juntos podrían.

Lo ama, pero no es suficiente.

El rojo carmín nunca podrá ocultarlo.

Llega la hora, para ambos, de incorporarse a la sociedad, pero ninguno sale del pequeño departamento.

Una semana, dos, tres, un mes, dos meses.

"No es tú culpa, Gaara", acaricia su cabeza cubierta de suave terciopelo. "Pronto encontrarás nuevos amigos".

Vierte en su mano todo el contenido del frasco que el psiquiatra le ha prescrito desde que llegó a la ciudad.

"Te amo, cariño", descubre una sonrisa mejor que las demás, aquella parece perfecta.

Se mete todas las pastillas a la boca y traga con ayuda de su propia saliva.

"Papá vendrá por ti, no temas", le da un beso en la frente.

No tiene miedo, sabe que el medicamento la ayuda a respirar con tranquilidad y que después de un rato le contará historias y si tiene suerte quizá le cantará la canción que ya no debe escuchar acostado en su regazo.

Pero nada de eso pasa, ella se duerme y no despierta.

[...]

Ella mintió en tres cosas; su padre nunca lo buscó, fue su tío el que llegó por él, pero se quedaron en esa ciudad; Gaara nunca fue un buen chico; y sí fue su culpa.

Ahora ya no entiende nada.

Ella tuvo razón en lo más importante; sí lo amó; y sí encontró un nuevo amigo.

No sabe. Incluso a pesar de continuar existiendo, apenas y logra saber algo.

.

.

.

De haber permanecido en ese columpio, un niño de cabello castaño más oscuro que el de su madre se habría acercado a él y habrían subido juntos al tobogán. Su madre le habría observado reír y ella misma se encontraría riendo entre lágrimas. Habría sabido que tomó la decisión correcta. Habría.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).