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Imperceptible conexión por Ilusion-Gris

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Como ya era costumbre al llegar de la escuela, sin saludar a nadie, pasó derecho a su habitación y puso el pestillo para aislarse completamente. La mochila que colgaba de su hombro se deslizó lentamente de su brazo hasta caer al suelo.

No se molestó en llegar a la cama porque en cuanto dio los primeros pasos supo que no podría más y se derrumbó ahí mismo. Todo lo que soportó lo liberó a través de lágrimas. Cada pequeña acción, cada gesto, cada palabra, todo, porque todo dolía y él solo podía encogerse y abrazar sus rodillas mientras se rompía.

Neji tenía doce años y el mundo que se abría para él, era aterrador ante sus ojos.

Constantemente creía que todos le recriminaban los actos de su padre, sus errores eran los suyos, porque era su hijo y tenía miedo de las miradas que recibía por ello, como siempre atentos y deseosos a que cayera en el mismo hoyo. Sentía vergüenza, quería olvidar a aquel que le dio la vida, pero sobre todo, quería olvidar lo feliz que fue a su lado, porque lo que más dolía, era su ausencia.

[...]


—¿En verdad estarás bien tú solo? —dice con la mano en la barbilla del menor mientras le mira con preocupación.

—Tía, solo serán un par de horas —sonríe brillante —, además pronto dormiré, mañana tengo que estar listo para presentar exámenes. —Retuerce sus dedos detrás de la espalda por aquella excusa tan tonta que cubría una realidad diferente.

—Eres un chico muy estudioso, deberías venir con nosotros. Cuando seas mayor ya no podrás tomarte tantas libertades como ahora, y pienso que es mejor disfrutar cuando se es posible —habla con angustia. No le gusta que su sobrino pase tanto tiempo encerrado en casa.

—Hermano Neji. —La pequeña lo observa por detrás del vestido de su madre con timidez—. Será divertido, mis amigos estarán ahí y seguro te agradarán...

—Gracias —continúa sonriendo, pero cada segundo es más complicado mantener el borde de sus labios estirados—, no se preocupen, espero que disfruten la fiesta.

La mayor suspira con resignación y mira a su esposo esperando que intervenga para convencer al chico, pero él solo niega con la cabeza y la toma de los hombros para despedirse de Neji y dejar las últimas instrucciones en caso de emergencia.

El pequeño observa detrás de la ventana como suben al auto y se marchan. Deja de sonreír y las comisuras de sus labios caen dolorosamente. Gira para encontrarse con el silencio del hogar, todo está tan tranquilo y solitario, son pocas las ocasiones en que la casa se encuentra en ese estado y él ya no tiene que esconderse porque no hay nadie a su alrededor, pero la costumbre no le permite salir del todo.

Se acerca al mueble de la televisión, en la repisa que está más cerca al suelo busca un disco que hace mucho tiempo escuchó y que había sido olvidado por todos. Al encontrarlo lo observa con cierto temor, pero no duda en reproducirlo a pesar de ser consciente de que despertará algo en él y quizá no sea nada agradable.

Las primeras notas inundan por completo el lugar, el sonido de un piano que es acariciado delicadamente, tan frágil, una melodía que es sutil, suave y que de a poco va sintiendo en él. Porque sí, la siente, su respiración se acopla a ella y su cuerpo entero recibe el impacto.

Recuerda. Recuerda su infancia y lamenta la ingenua alegría de aquellos tiempos. Ahora ya no había una razón para abrir los ojos cada día, antes ni siquiera se detuvo a pensar en ello, pero comenzó a importar, descubrió que no tenía sentido el continuar así, prefería renunciar, pero tenía miedo a la muerte y a continuar viviendo.

Se va a sentar en el sofá mientras se sume en una especie de mundo que ha creado para no estar solo. Cierra los ojos y escucha el timbre. Se congela, sus músculos están demasiado entumecidos como para reaccionar y solo vuelve a escuchar aquel sonido que nada tiene que ver con la música que segundos antes le sumergía en melancolía.

No es su familia, de serlo habría escuchado el ruido del motor y teme cualquier otra situación. Con torpeza se acerca para observar por la mirilla alzándose de puntillas.

Una mujer con rasgos dulces está del otro lado, su cabello es castaño claro y lo lleva corto hasta los hombros, sus ojos son de un azul oscuro. Nunca la ha visto en su vida, pero va por las llaves que dejó sobre la mesa para abrirle.

—Hola, buenas tardes —saluda con voz temblorosa.

Ella sonríe, un gesto muy cálido que se siente reconfortante y le provoca imitarla.

—Mi niño —dice con ternura mientras lo observa y sus ojos se van cristalizando—. Lamento venir hasta ahora.

El menor no sabe qué responder, no sabe quién es y por qué se dirige a él con tanta confianza, pero la verdad es que no se siente incómodo como cuando se está con un extraño, el ambiente es demasiado ligero y en ese momento solo se pregunta por qué no es capaz de reconocerla si ante su presencia la tranquilidad le invade.

—No te quitaré mucho tiempo. —Limpia una lágrima y respira profundamente—. Ha sido un viaje largo y estoy muy cansada, pero no puedo demorarme aunque así lo quisiera.

Percibe un aroma extraño, uno que le es familiar.

—¿Puedo ayudarla en algo? —pregunta con inocencia.

La mayor contrae el rostro como evitando echarse a llorar, sus ojos detallan las facciones del castaño y lleva una mano para cubrir su boca. Niega con la cabeza y por fin se decide a extender sus brazos y tomar las mejillas del chico.

—Neji —susurra.

Sus manos se sienten demasiado frías contra su piel, tan heladas que comienza a notar que pierde calor con aquel toque.

—¿Se siente bien? —Comienza a asustarse, ella parece que sufre y el castaño no sabe exactamente qué hacer.

—Cielo —acuna su rostro—, las cosas no han sido sencillas para ti, lo sé, pero no estás solo, nunca has estado solo. Yo te estaré siempre agradecida, siempre... —No puede retener más el llanto y deja caer su cabeza—. Cuida... cuida de ti y deja de esconderte, no tienes que ocultar cuando te sientes triste, no tienes que aparentar nada, eres un niño con sentimientos preciosos, nadie te culpará por seguir viviendo ni por disfrutarlo, inténtalo. 

Puede que el cielo quiera llorar.

Él quiere consolarle.

Sus dulces lágrimas como agujas perforan su piel y le ignora.

No importa el dolor, quiere quedarse sintiendo su llanto sobre él.

Porque no tiene a nadie, igual que él, y necesita estar ahí.

Necesita darle las fuerzas que ya no tiene.

Quizá mañana el cielo olvide que estuvo ahí, pero él jamás lo olvidará.

Siempre recordará que por un instante su dolor también fue el suyo, y el de él dejó de existir.

[...]

—Neji. —El chico siente como acarician su pelo, abre los ojos y descubre el rostro de su tía—. Te quedaste dormido, querido. Deberías ir a dormir a tu habitación, ahí descansarás mejor.

Se levanta aturdido e intenta orientarse sin mucho éxito. ¿Qué estaba pasando?

—Vamos, hijo. —Su tío lo observa a un lado de su esposa—. ¿Te sientes bien? —pregunta al notar como sus movimientos son bastante torpes.

—Sí —pronuncia con poca seguridad—, yo solo... No me di cuenta que ya era tan tarde.

La mayor no puede evitar dudar al ver su cara de confusión. Neji normalmente hace todo perfectamente, sin margen de error y encontrarlo en el sillón abrazando un cojín como un niño pequeño le recuerda que a pesar de su actitud, en realidad, no es más que un niño que necesita de ellos. Quiere darle un abrazo, pero el chico no está acostumbrado a ese tipo de muestras de afecto y no quiere incomodarlo más.

—¿Tienes hambre? Te trajimos un pedazo de pastel, puedes pasar a comerlo antes de subir a tu habitación.

—Gracias, pero en realidad solo tengo sueño. Buenas noches, espero se la hayan pasado bien —dice levantándose de un salto y se aleja con una mueca que intenta ser una sonrisa.

Se escuchan sus pasos en las escaleras y el golpe de la puerta al cerrar. Los mayores se preguntan en silencio si deberían ir a comprobar que su sobrino realmente esté bien, pero deciden darle espacio.

[...]

Enciende la luz y se detiene a analizar que todo esté en orden porque de repente le ataca la idea de seguir soñando. ¿Qué fue eso? ¿En qué momento se durmió? No tiene ninguna forma de comprobar que aquella visita extraña no fue más que producto de su imaginación. Saca el aire con lentitud y se convence así mismo que no fue más que una extraña pesadilla.

Recuerda que lleva tiempo sin escribir en su diario y de la mesa a un lado de su cama abre el primer cajón y levanta el fondo de madera dejando al descubierto una libreta vieja y desgastada.

Es especial, escribe desde que tiene siete años, las primeras páginas contienen pequeños textos donde describe lo que hizo en fechas importantes, es algo burdo, pero era joven y conforme avanza en las páginas, todo se vuelve más detallado. Más descriptivo y más pesimista. El último par de años las palabras solo reflejan autodesprecio.

A veces no quiere escribir y dibuja algo, a veces solo ve lo que ahí está, como hoy, hoy quiere tomar un tiempo para analizar los sentimientos que plasmó. Acomoda las almohadas de su cama contra la pared para poder recargar su espalda, con cuidado sube al colchón y en sus rodillas que están cerca de su pecho apoya la libreta para comenzar desde el inicio. Quizá es como un ritual para él, porque lo ha leído tantas veces y cada vez descubre algo nuevo.

Algo se forma en su rostro, no es exactamente una sonrisa, pero puede parecérsele y es lo más sincero que ha expresado en mucho tiempo. Su interior se vuelve transparente. 

Amaba a sus padres, amaba vivir, era feliz, o al menos hasta que cumple ochos años, porque a partir de ahí lo que escribe comienza a cambiar. Al llegar el final de cada día hace la misma pregunta. «¿Ellos me aman?».

«No hay gritos, nunca gritan, pero algo anda mal. Al llegar de la escuela ni siquiera me miraron, hoy tenían que ir por el festival de verano, lo olvidaron. Solo estaban sentados en la mesa, perdidos».

Cuando tuvo nueve años solo llenó cinco páginas, de ellas, cuatro son de dibujos y una sola página contiene unas cuantas palabras.

«Él dijo antes de salir: "recoge la mierda que dejaste en el jardín". En un marco de madera que nos regaló el maestro pidió que con una manta y acuarelas dibujáramos a nuestra familia, la dejé secando al sol y mi padre la vio antes de irse. Mi madre escuchó y antes de ir tras él me miró como queriendo decir algo, pero no lo hizo y se fue».

Su padre asesinó a un hombre, no, no a cualquiera. Mató a su madre con una navaja. Se enteró por labios de sus compañeros.

«Avanzo y avanzo, cada día. ¿Realmente es hacia el frente? No hay manera de que esté retrocediendo, porque el tiempo avanza en línea recta, no hay curvas, no hay retorno».

[...]

—Has estado muy callado, ¿algo anda mal?

Sus ojos se abren más y observa al hombre que siempre ha intentado protegerlo.

—No, todo sigue como siempre —responde con tranquilidad.

Ha dejado de disfrazar su pena, abraza su soledad y espera poder vivir con ella.

—Sabes que puedes decirme cualquier cosa, a mí, a tu tía, a quién más confianza le tengas.

—Tío —su voz sale suave, pero clara—, ¿yo no seré como él?

Está con la mitad del cuerpo dentro de la habitación, sosteniendo el pomo de la puerta con la mano y al escucharlo irrumpe por completo el espacio que su sobrino siempre ha mantenido intacto.

—Neji —se asegura de que el pequeño le mire—. Tu padre tenía un problema y se negó a pedir ayuda, pensó que podría hacerlo solo.

—¿Cómo sé que no estoy mal?, ¿quizá también estoy loco y no me he dado cuenta? —Está asustado, el miedo no puede ignorarlo y ya ha dejado de ocultarlo.

—No lo estás, crecí con él y siempre hubo una diferencia. —Intenta explicar.

—Fue... —traga saliva—, ¿fue mi culpa?

"¿Cómo podría serlo?", piensa con tristeza. Después de dos años su sobrino al fin le permite conocer lo mucho que le afectó la muerte de su madre y el destino de su padre.

—No es tu culpa.

El castaño siente como aquella presión en su pecho lentamente desaparece. Aún teme por el futuro, pero quiere intentarlo, quiere intentar vivir, tiene derecho y desde que abrió la puerta a esa mujer, también le abrió la puerta al mundo. 

[...]

—Veré a mis amigos, ¿me acompañas? —le pide aun sabiendo la respuesta.

—Tengo que estudiar para entrar a la universidad que elegí. —Ni siquiera despega la vista de los libros que está leyendo.

—Mi amigo, el chico del que te hablé...

—¿El que tanto admiras? —le interrumpe para evitar que la conversación se extienda más de lo necesario.

Hinata suspira.

—Llevará a su mejor amigo, es una persona muy interesante, estoy segura que se llevarán muy bien. Vamos, hermano. —La sensación de que tiene que hacer que los chicos se conozcan ha sido abrumadora y no puede sacarla de su cabeza, al menos no hasta que lo logre.

—Será en otra ocasión, ya encontraré el momento de conocer a las personas que te hacen tan rara.

Sabe que insistir es tonto, Neji no muestra muchos deseos por socializar y también sabe que sus prioridades son otras, a su manera es feliz. No lo entiende, pero eso no significa que deba cambiar algo.

—Será algún día —musita.

Notas finales:

Gracias por leer, en verdad muchas gracias, la historia está por terminar. Cuando la historia nació en mi cabeza, nació como un one-shot, ahora se convirtió en una historia corta y estoy feliz por ello. Nos seguimos leyendo.


 


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