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Hanami [YuTae] [NCT] por Kuromitsu

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Yuta se acostumbró pronto al proceso que empezaba una vez TaeYong volvía a casa. Se hizo un hábito el mantener algodones y alcohol cerca, y una toalla de baño para envolverle en ella apenas le terminaba de duchar con agua caliente. En medio de las gotas que brotaban desde la regadera, nunca vio alguna correspondiente a lágrimas por parte de su novio. Su rostro permanecía impasible cada vez que le ayudaba a quitarse la ropa, y apenas tiritaba ante el contacto del agua que aseguraba de regular en temperatura lo más pronto posible. No volvió a verle con medias rosadas ni con ninguna ropa que no correspondiera a las propias, y las marcas violáceas que se mostraban en su piel como muescas en un mapa empezaron, de a poco, a desaparecer. Con todo, supo que TaeYong estaba mucho mejor. Y eso se sintió como el mejor de los alivios.

Sin embargo, no fue suficiente para eliminar la sensación de que no era más que un estorbo en su vida.

No importó cuánto le repitiera que le cuidaría y que dejara las cosas en sus manos: los resultados decían una cosa muy distinta, y TaeYong era demasiado inteligente como para no darse cuenta. Los trabajos que encontró de forma esporádica —que variaron desde atender en un estacionamiento, hasta repartir volantes navideños en plena nevazón— apenas ayudaron a pagar las cuentas más básicas del mes, como el agua y el servicio eléctrico. TaeYong se encargó de lo demás, con una sonrisa infaltable.

A pesar de ello, en navidad se las ingenió para regalarle una billetera de cuero con apliques metálicos. Cuando su novio se fijó en el pequeño pétalo de flor de cerezo que permanecía en el sector donde debían ir las tarjetas, ya seco por el paso del tiempo, fue la primera vez después de mucho en que le vio sonreír hasta que sus ojos se transformaron en dos rendijas. Recibió su regalo con alegría —un perfume con notas masculinas que sin embargo le hizo evocar al tiempo de primavera, como una dulce brisa—, y después de llevarle a la cama se aseguró de cuidar de él mientras le escuchaba gemir, al entrar una y otra vez en su interior, siempre a un ritmo suave para apreciar de mejor manera a su delicado y frágil novio.

Le cuidó de igual manera durante la celebración de año nuevo, invitándole a disfrutar del espectáculo en uno de los templos más cercanos, en donde —además de ser un destino gratuito— disfrutó con él, la primera persona con la que terminó el año y la primera también con la que le dio la bienvenida a los tiempos nuevos que estaban por venir. Cuando tuvo la oportunidad, pidió con todo el corazón que TaeYong estuviera feliz. Nada más y menos que eso, sin ningún tipo de condición, sin siquiera pensar el cómo o el con quién. Solamente lo deseó.

Y de cierta forma, se hizo realidad.

Amaba ver sus sonrisas al despertar, el sonrojo de sus pómulos cada vez que le besaba en público, la manera en que apoyaba el rostro en su hombro, la infinita dulzura con la que decía unos pequeños pero significativos “te amo”. Alentado por lo mismo, empezó a pasar menos tiempo en casa con tal de encontrar un trabajo: el inicio de la primavera se venía encima, y con ello el cumplimiento del primer año a su lado que merecía una celebración más que especial. Necesitaba reunir dinero, tanto para que TaeYong dejara de realizar su “trabajo” como para comprarle un regalo como correspondía.

Ordenando sus cosas en una de sus tantas tardes libres, recordó la fotografía que había visto hace un tiempo y, por sobre todo, su mente hizo hincapié en el perro de raza pequeña que aparecía en el encuadre y que parecía ser propiedad de su novio. También recordó su emoción cada vez que pasaban por una tienda de mascotas, y la manera distinta en que brillaban sus pupilas por el instante que duraban aquellas visitas, con la mirada siempre fija en los cachorritos que se amontonaban en uno de los mostradores.

Con su meta establecida, realizó más trabajos esporádicos que de costumbre. Se esforzó en cada tarea que le asignaron para así limpiar su nombre de a poco pero de forma definitivamente, y cuando la primavera llegó se encontró, de pronto, con un trabajo estable de vendedor en una tienda de calzado que fue lo suficiente como para utilizar su primera paga en obtener comida y todo lo necesario para el nuevo cachorrito café que acababa de adoptar, de raza mestiza, al que llevó acunado en su brazo derecho durante todo el trayecto a casa. En el otro brazo llevaba tanto la comida para el perrito que no hacía más que mirarle con sus ojos profundos —similares a los de TaeYong, motivo en específico por el que lo había escogido—, como también un pequeño regalo que había visto desde hace un tiempo en una joyería de renombre. Con el brazalete de plata que llevaba bien envuelto en la bolsa, esperaba tomar ánimos y decirle al fin las intenciones que tenía para el futuro con él.

Que tal vez no sería este, ni el próximo año, pero esperaba algún día sellar su relación en un nivel más allá.

Se encaminó hacia el departamento, haciendo malabares entre todos los elementos que llevaba encima, apurándose para llegar a casa antes de que dieran las siete de la tarde que era el horario mínimo al que llegaba cada día desde que había entrado a trabajar establemente. Esta vez, quería disfrutarle más en la víspera de su primer aniversario, mucho más de las cada vez más escasas horas que se veían al día. La verdad, estaba siendo un trabajólico últimamente.         

Tal vez por eso fue fácil de ignorar la manera en que sus ojos se mantenían ensombrecidos pese a sus sonrisas.

Tal vez por eso no notó lo forzado de sus muecas, ni reparó en su falta de lágrimas.

—¡Estoy en casa!

Con el grito, el pequeño cachorro lanzó un ladrido y se sobresaltó. Cuidadosamente le depositó en el suelo, y después de acariciarle en ansias de calmarle se aproximó al dormitorio. No pudo evitar hacer un pequeño puchero al no encontrarlo allí. Revisó una vez más su celular: las siete en punto. TaeYong debería haber estado en casa.

Recorrió el lugar una última vez y se cercioró de que, pese a que lo hubiesen estipulado con anterioridad, su novio no había cumplido la promesa de juntarse en casa poco antes de las siete.    

—¿Huh?

Algo rectangular de color blanco le llamó la atención. Reposaba sobre la mesa en la que compartían desayuno a diario, como si siempre hubiera estado ahí. Se acercó, lo levantó entre ambas manos y con presteza retiró la hoja que estaba en su interior, doblada en dos partes.

Era solo una página.     

—…No…

Ambos elementos cayeron al piso, y abandonó el departamento a toda carrera.

 


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