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Hanami [YuTae] [NCT] por Kuromitsu

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Verle se transformó en casi una rutina para Yuta. Era fácil divisarle apenas despuntaba el sol, tendido en la misma porción de césped, en un momento del día donde no hacían más que saludarse con la mano y esbozar una sonrisa a lo lejos antes de que se viera en la necesidad de partir en búsqueda de una nueva oportunidad de trabajo. Al regresar, con el brillo tenue de la pocas estrellas que dejaba entrever la contaminación lumínica, juntaba todas las monedas restantes de sus ahorros para comprarle un café y quedarse a su lado unos minutos, en un mutismo total, sintiendo como si TaeYong no se encontrara allí sino que mucho más lejos.

A pesar de ello, al verle sonreír con timidez, la sensación desaparecía por completo y era sustituida por las ganas de acercarle y apoyar la barbilla en su cabellera color azabache; simplemente, quedarse allí por unos cuantos momentos. Cuando al fin se atrevió a hacerlo, al octavo día, TaeYong no se negó.   

Había noches que, sin embargo, no le encontraba por ningún lugar: por ejemplo, la noche en que justamente —con el reluciente delantal de barman bajo el brazo y una sonrisa de oreja a oreja— tuvo dinero para al fin invitarle a algo más que un burdo café de la tienda más cercana. Al llegar al rincón del parque donde siempre le veía, ahora totalmente vacío, de pronto el haber tenido una cena decente no fue tan satisfactorio como llevaba pensando desde hace semanas y, tratando de eliminar aquellas ideas al llegar a su solitario departamento, esperó que el sueño barriese esas sensaciones de su cuerpo. Sin embargo no mejoró durante todo el transcurso de esa agitada noche, ni tampoco cuando a la mañana siguiente tampoco le vio aunque, de cierta forma, no terminó siendo algo completamente negativo. Fue, más bien, el empujoncito que necesitaba, y que se materializó al dejar sus nervios de lado para invitarle por teléfono a que se encontraran por la noche en el mismo parque de siempre. Escuchar su voz se sintió como si hubiera sido bañado en un bálsamo tranquilizador y, al colgar, tuvo que tratar de mantener la compostura mientras servía el primero de los tragos de la jornada en su nuevo trabajo en el bar.

Sin embargo, tal como se lo indicó el cliente al que se lo estaba sirviendo, fue imposible reprimir la sonrisa ante la expectativa de verle y realizar lo que llevaba deseando fervientemente durante los últimos días.      

Fue bajo los cerezos, aún en plena floración, que Yuta besó a TaeYong por primera vez. Y por segunda, y por tercera; todos besos en medio de la noche que ocultaba sus manos entrelazadas de la luz pública, como si se tratase de un muro entre ambos y el resto de las parejas que se apostaban en el parque a esas horas, encontrando así el espacio necesario para poder disfrutar de la tersura de los labios de quien tenía a su lado. Trazando el pulgar derecho por la línea de su mandíbula antes de tomarle por la barbilla para besarle otra vez, se aseguró de recordar cada detalle: la suavidad con la que parpadeaba, la dulzura de su pequeña sonrisa, la manera en que su propio corazón saltaba de alegría cada vez que besaba a TaeYong.

Mas, no terminó allí. Al levantarse y caminar juntos, el espacio entre ambos disminuyó hasta que sintió la mano derecha que tenía en el bolsillo siendo acariciada por los dedos de TaeYong, contacto que evolucionó para después hasta ser arrastrado tras la presión demandante ejercida sobre ella. Le siguió, traspasando las calles hasta llegar a la estación de metro más cercana. No pudo decir palabra al reconocer el barrio de tintes de neón al que estaba siendo forzosamente guiado, y ante los ojitos seductores de TaeYong, que una vez más hicieron de su mente un desastre, desembolsó el dinero de su paga diaria en el mesón del lugar al que entraban y salían parejas constantemente. Intentó decir algo, un “pero” ante el agobiante aroma a sexo que estaba impreso en las paredes, pero fue inútil. Cuando la puerta de la habitación número 302 se abrió, ya no pudo negarse de ninguna forma al recibir un apasionado beso que despertó hasta al más oculto de sus instintos.  

Tomó a TaeYong y vació sus deseos al succionar la piel de su cuello, haciéndole jadear. Se presionó contra su cuerpo, le quitó la ropa. Con ayuda de sus manos logró encontrar el camino directo hacia sus suspiros, realizando movimientos rítmicos que endurecieron más el miembro ajeno que tenía en la mano derecha. Escuchó sus palabras ahogadas siendo pronunciadas en un idioma al que no entendía, y que no fue necesario tampoco entender, pues su rostro perlado en sudor lo decía todo e incluso más. Intentó besarle, TaeYong no se lo permitió, y en cambio le vio cerrar los ojos en cuanto —con ayuda del lubricante de cortesía, y el envoltorio cuadrado que llevaba en su billetera como mera precaución— pudo enterrarse en su interior.

El dejar de estar bajo el influjo de sus ojos cautivadores fue lo que le permitió a Yuta observar el cuerpo de TaeYong con total libertad, y gracias a ello al fin pudo notar los incontables moretones que se escondían en su blanquísima piel: marcas violáceas en la parte interior de sus muslos, las nalgas, la espalda. Todas, con la inconfundible forma de dientes ajenos. Hizo como él y simplemente cerró los ojos al embestirlo nuevamente, tratando de concentrarse en cómo se sentía su cuerpo de bien más que en las conjeturas que hacía su mente.

Le trató con cuidado, y se aseguró de no sumarse a la lista de hombres que habían dejado claros chupones en aquel cuerpo de aspecto tan frágil; ante todo, no quería ser un simple número más en la lista. Cuando llegó al orgasmo, TaeYong le siguió poco después con un grave gemido que sacudió por completo sus sentidos, y al salir de su interior le abrazó con fuerza. Acarició su espalda. Besó el cartílago de su oreja, y luego siguió la línea de su mandíbula pacientemente a base de pequeños besos hasta llegar cerca de sus labios. Inclinándose para acercarse a aquella boca que fervientemente deseaba, sus intentos quedaron de pronto en nada porque le escuchó hablar sin rastros de cansancio alguno

—¿Estás satisfecho?

—Sí —respondió ante la voz carente de color de TaeYong. Su boca estaba allí, tentándole—. Solo necesito tus…

—Genial, porque tengo cosas que hacer.

Al salir de la sorpresa inicial no demandó que se quedara; ni por todos los cafés baratos que le había invitado tenía el derecho a hacerlo, ni menos por la dulzura con la que se habían besado por primera vez. Le vio cubrir su desnudez en un segundo, aunque los moretones en su piel siguieron de forma fantasma en la retina de Yuta. Justo cuando le vio tomar su abrigo, extendió el brazo hasta tomarle de la muñeca y acarició la superficie suave de sus dedos con una sensación extraña, amarga en el pecho. Como pudo, se las ingenió para sonreír con naturalidad.

—Mañana en el bar en que trabajo tendrán una banda que es bastante buena, de rock alternativo, empiezan a las seis de la tarde. Te serviré tragos gratis.

“Quédate” le hubiese querido decir.

El contacto de sus dedos se deshizo, pues TaeYong esbozó apenas una sonrisa y un ademán de despedida con la mano antes de irse. Yuta alcanzó uno de los cigarrillos que llevaba dentro de su abrigo y se lo llevó a la boca, hasta que recordó que se encontraba en un motel y que las reglas internas no lo permitían. Además, cada minuto extra allí sentado era más dinero que debía desembolsar. Rápidamente se vistió y dejó atrás la habitación en que había unido su cuerpo con el de Lee TaeYong, quien no se veía ya en ninguna parte.

Sin embargo, al preguntar —con la mente todavía puesta en lo que acababa de suceder— cuánto dinero saldría el tiempo gastado allí, la voz calma de la mujer que les había atendido al principio le informó que ya estaba todo cubierto. Traspasó la puerta para llegar al exterior, con las piernas temblorosas.

Además del casero, no le debía dinero a nadie. Era parte de un principio largamente puesto en práctica, incluso en momentos donde sus fondos se reducían básicamente a cero. Ahora, con un trabajo estable, no había excusa para no pagarle a TaeYong la mitad del dinero gastado. Era lo justo.

Y, más que nada, resultaba la excusa perfecta para volverle a ver. 


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