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Hanami [YuTae] [NCT] por Kuromitsu

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Yuta limpió, con ayuda de una toalla de papel, el interior de uno de los vasos de cristal donde anteriormente había servido un whisky a las rocas. El hombre entrado en años que se lo había pedido estaba unos metros más allá, sentado junto a una muchacha que no aparentaba tener más de dieciocho, veinte como mucho. La diferencia de edad era obvia; sin embargo, no era algo de otro mundo. Apartó la vista cuando notó la mano del tipo adentrándose en la corta falda de la muchacha, y después de lavarse las manos comenzó a servir el siguiente trago de la noche.

Dentro de los suburbios donde tenía que trabajar a diario, era mejor no inmiscuirse y seguir con las labores. Hacer peligrar el puesto que tanto había demorado en obtener habría sido una decisión estúpida.

La banda que llevaba un par de canciones tocando sirvió como una distracción, y al ritmo de la música pronto olvidó el resto del ambiente. Solo fue consciente nuevamente del lugar donde se encontraba al recibir una nueva orden, que le obligó a levantar la cabeza y, con ello, a fijarse sin querer en la puerta que se abría en esos instantes para dejar pasar a una nueva pareja tomada fuertemente de la mano.

Casi dejó caer la copa que sostenía. La pareja estaba conformada por un desconocido, y TaeYong.

—¡Hey, tú! —por encima del estruendo de las guitarras eléctricas y la batería desenfrenada, logró escuchar al tipo que apretujaba contra sí a TaeYong. Fue incapaz de mirarle a los ojos, a pesar de que sintió sus orbes encantadores observándole fijamente—. Sírvenos la especialidad de la casa a mí y a mi muchacho, y que sea rápido, ¿entendiste?

Asintió y agachó la cabeza. TaeYong al menos había cumplido con llegar. Sintió cómo sus reservas de energía se agotaban al tenderles ambos tragos con una sonrisa estándar, cordial.

TaeYong seguía mirándole.

—¿Cuánto te debo? —señaló la cantidad correspondiente, y guardó celosamente los billetes que el cuarentón le tendió. Su horrible bigote y los signos de un inicio de calvicie le hicieron reír con amargura para sus adentros; los gustos del coreano (exceptuando a sí mismo, por supuesto) eran peores de lo que suponía—. Toma, un billete más a modo de propina.

Arrugó el billete por debajo del mesón, lejos de cualquier mirada intrusa, y lo botó al suelo. Al fin, miró a TaeYong. Su rostro, carente de cualquier tipo de culpabilidad, le perturbó por completo; más aún cuando con total descaro le vio apoyar el rostro en el hombro del desconocido.  

—…Debo ir al baño, es urgente —su voz sonó encantadora, similar a la que escuchó la noche anterior al besarle por primera vez. Se alejó un poco, coctelera en mano. TaeYong se retiró del banquillo donde estaba sentado, y el desconocido le lanzó un beso que resonó pese al ruido de fondo.  

—¡No te demores, preciosura!

Supo de inmediato que aquella era su oportunidad, y no la desaprovechó. Traspasándole la coctelera a su compañero —un chico extremadamente alto de sonrisa amable, con el cabello color negro llamado John Seo—, le indicó rápidamente que necesitaba dejar el puesto un segundo. Sin esperar su respuesta fue que marchó y logró internarse en el baño de uso exclusivo para los clientes, cerrando tras de sí.

En el claustrofóbico lugar de tan solo dos cubículos y un par de urinales, más un lavamanos y un sucio espejo de pared a pared, estaban solos.

—Sé que no tenemos nada —comenzó a decir, mientras TaeYong permanecía de cara al espejo, arreglándose invisibles cabellos fuera de lugar. Por mucho que se arreglara, lucía igual de perfecto que siempre—, y que lo de anoche para ti probablemente fue cualquier cosa, pero para mí no lo fue.

—Perdona, estoy ocupado. No puedo hablarte ahora.

Resopló y no dijo nada más, mientras le veía acomodarse el cuello de la camisa. Al hacerlo, notó una nueva marca violácea en la clavícula izquierda, que fue cubierta nuevamente por las prendas que llevaba encima.

Colocándose frente a la puerta, no dejó que TaeYong se marchase cuando este quiso hacerlo.

—Necesito volver allá, Yuta.

—Empújame entonces, porque no me moveré hasta que me digas qué se supone que significó para ti lo que tuvimos anoche —vio sus manos alzarse, listas para hacer lo que le indicaba. Antes de que eso pasara, prosiguió—. Y con eso me refiero a los besos que nos dimos en el parque, no a lo que sobrevino después. Dime que no significaron nada, y no te molestaré más. Nunca más.   

No tuvo oportunidad de demostrarlo, porque TaeYong le devolvió la mirada al fin, dejando caer los brazos a ambos lados. Estaba completamente desarmado, sin más escudos de por medio. Le sintió estremecer cuando acarició su mejilla con el pulgar derecho, e inspiró hondo.

—TaeYong, yo te gusto, ¿verdad? —presenció un corto asentimiento que revolucionó su interior, dejando salir mariposas, tal como si siguiera siendo un adolescente sintiendo la magia del primer amor—. Pues tú me gustas también, bastante. Nos correspondemos. Puedo ir lento contigo, no hay apuros, pero tampoco hay necesidad de que vayas y te metas con otros tipos-

—¡¡Es mi trabajo!!

Parpadeó. El grito de TaeYong le hizo, por un instante, ver su fragilidad oculta. Su transparencia quedó nuevamente opacada cuando le vio recuperar la compostura, mientras intentaba hacer sentido a sus palabras.

—Ese tipo me paga por hora. Iré a su casa, le dejaré follarme hasta el cansancio y le acompañaré a donde él quiera. No tengo dónde más ir. Cuando su dinero se termine, me buscaré otro, y así, porque es mi trabajo.

Le escuchó reír y negar con la cabeza, con las pupilas acuosas.

—¿Verdad que toda tu imagen de mí se acaba de desmoronar? No te culpo, no soy perfecto. Nadie lo es —incapaz de reaccionar, se sintió empujado con suavidad hacia el lado. Desde el ángulo en que estaba, solo vio el reflejo de su cabello color azabache en el espejo mientras su mano de venas fuertemente marcadas se apoyaba en el pomo de la puerta—. No me malentiendas, pero fue… fue agradable conocerte, Yuta.

Ese día, las propinas escasearon. Erró en prácticamente todos los pedidos. Dejó caer más de un vaso, la coctelera terminó cayendo al piso y pasó varios minutos limpiando el contenido. En uno de los sofás apoyados en el rincón opuesto al que estaba, TaeYong permanecía sentado sobre las piernas del desconocido. Se besaban, se dejaban de besar y, por sobre todo, el alcohol parecía desaparecer en las fauces del tipejo, causándole una sonrisa bobalicona en el rostro.

Era imposible no mirarles, por mucho que se le revolviera el estómago al hacerlo.

Al momento de cerrar, le tocó rendir cuentas de lo que había quebrado y su compañero dejó que se marchase antes, justificándose en que no se veía en condiciones para limpiar el desastre ocasionado. Cuando salió, cualquier rastro de aletargamiento se fue con la brisa que corría de madrugada, porque el panorama que le recibió le obligó a actuar rápido.

—¡¿Por qué me rechazas, ah?! ¡¿No te das cuenta que me gasté toda la paga de esta semana en ti?! ¡¡Obedece y entra al auto!!

No importó que TaeYong le dijera que estaba bien, ni que el tipo en claras condiciones de ebriedad le amenazara a base de insultos y puños levantados que se alejara de allí ya que “tenía derecho a hacer con su chico lo que le viniese en maldita gana”, porque pese a las palabras nerviosas de TaeYong de que todo iba de maravilla, en medio de una de las peroratas del tipo que intentaba obligarle a subirse al auto logró leer sus labios.

Una sola palabra, fuerte y clara.

“Ayuda”

Como pudo le alejó de allí, ignorando el dolor en el rostro al recibir un puñetazo mientras lograba que TaeYong saliera corriendo al otro extremo de la calle. El tipo no les siguió: con tanto alcohol en el cuerpo, apenas dio dos pasos antes de desplomarse en el piso. No le auxilió, y se llevó a TaeYong consigo. Temblaba. No dejó de hacerlo ni siquiera al llegar al calor de su acogedor hogar, ni al servirle un té caliente y cubrir su escuálida figura con una manta.

En la madrugada, sus sollozos interrumpieron la quietud del lugar.

—Tranquilo, estás en casa. Estás en tu hogar. No tienes que refugiarte en otros, te cuidaré, te lo prometo.

—Doy asco. Estoy sucio, muchos hombres me han tocado por dinero. Yuta, doy asco.

Le tomó de las manos y, juntándola entre las suyas, se las besó. Las palabras de TaeYong se clavaron como agujas que envenenaron su corazón y su orgullo, sin embargo, dio lo mejor de sí para no prestarles atención.

Porque en el fondo, aún quería intentarlo pese a todo.

—Me demostraste ayer, bajo los cerezos, lo tremendamente dulce que eres. Y no me importa en lo que te desempeñes —susurró eso último sintiendo las astillas más fuerte que nunca antes, las que se apaciguaron un poco al ver los ojos rojos de quien le miraba fijamente—, porque eso no va a cambiar. Lo que haces no te define como persona, ni cambia mis sentimientos por ti de ninguna forma.

—¿Estás seguro? No quiero que te arrepientas, porque me gustas, Yuta. Mucho. Y si vamos a empezar algo necesito… que lo entiendas, que lo asimiles bien. ¿Estás realmente seguro de que esto lo que quieres?

Tuvo unos momentos para pensarlo. TaeYong definitivamente no era el único chico sobre la faz de la tierra, pero supo en el mismo instante que le vio por primera vez, revolviendo el agua con sus delgadísimos dedos, que era al único que quería. Esa inocencia, a pesar de todo, seguía impresa en su retina. Aquel era el verdadero TaeYong.

A base de tragarse su orgullo, y concentrarse en lo mucho que el de cabellos azabaches le hacía sentir, asintió.

—Seguro.

Y selló su promesa con un suave beso sobre sus labios.  


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