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Hanami [YuTae] [NCT] por Kuromitsu

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Si TaeYong hubiera querido hacer una lista de las cosas que le atraían de Yuta, le habría tomado ciertamente demasiado tiempo. A rasgos generales, lo primero que se le venía a la mente era la razón por la que mantuvo aquella hoja entre sus pertenencias cuando le vio en el parque, demasiado lejos para preguntar por qué le estaba mirando, demasiado asustado como para acercarse.

La simple y objetiva razón de que Yuta era sin lugar a dudas extremadamente atractivo. Sin más ni menos. Sus ojos eran perspicaces, su sonrisa tenía rastros de egocentrismo al levantar tan solo una de las comisuras de sus labios, y su cuerpo tenía la altura justa, con una complexión ligeramente musculosa que le hacía envidiable. Si Yuta se lo hubiera preguntado, le habría respondido con la verdad: que sí, simplemente se había prendado de él por el físico.

Pero eso era tan solo el principio. En Corea también había estado con chicos atractivos, por algo denominado “amor” que se esfumaba en el momento que debía salir con la verdad.

“Trabajo en el comercio sexual”

Más de un golpe recibido, y ni hablar de las palabras que herían mucho más. Pronto se cansó de todo eso, y en consecuencia el dinero ganado comenzó a aumentar exponencialmente, sin más que hacer que trabajar y trabajar.

Con ello, también, los riesgos crecieron.

Prostituirse en Corea era increíblemente complicado. Partiendo por algo tan frustrante como la falta de clientes fieles, los que dejaban de contactarle en cuanto las cosas en sus supuestos felices matrimonios comenzaban a ir mejor —o dejaban embarazadas a sus inocentes esposas—, hasta llegar al miedo que le invadía cada vez que debía concertar una cita en un lugar clandestino. La presencia de drogas, de enfermedades sexuales, de que la policía estuviera siguiendo sus pasos.

Empezar a trabajar en algo más común, como sus ex compañeros de colegio hacían, era imposible. Veía a sus clientes en todos lados. En más de una oportunidad había recibido toqueteos públicamente, sin poder hacer más que agachar la cabeza y tragarse las lágrimas. Para todos era el mismo TaeYong, el fácil. El que se encamaba con cualquiera solo por dinero. El que era capaz de vender su dignidad a cambio de una comida caliente. El que daba asco.

Aunque no podía condenarlos. Después de todo, solo decían la verdad.

—¿Estás bien?

Ni siquiera se sobresaltó al escuchar la voz de Yuta a sus espaldas, aunque sí se estremeció cuando sintió una nueva ráfaga de viento en sus brazos desnudos.

—Son casi las cinco de la mañana, TaeYong, ¿pasó algo? —negó con la cabeza, fijándose en el cielo con escasas estrellas. Desde la silla de mimbre era muy tranquilizador admirarlas—. Mírate, apenas llevas una camiseta sin mangas, debes estar muerto de frío…

—Estaba solo pensando.

—¿Pensando en qué?

Cuando el rostro de Yuta apareció a su lado, entonces, todo pareció desmoronarse. No pudo reaccionar apropiadamente cuando sintió sus musculosas extremidades abrazándole desde los hombros, ni menos al sentir entre sus cabellos un beso suave y cálido.   

Esa era una de las razones más poderosas por las que Yuta le atraía. Su forma tan simple y pura de eliminar todos sus miedos, como si ejerciera algún tipo de magia sobre su resquebrajado organismo.

—…Estaba pensando en que te quiero.

Por un par de segundos se mantuvo en silencio. Yuta tampoco dijo nada, y dudó.

—¿Está mal que te quiera, pese a que llevamos tan poco? —reiteró, sintiendo su corazón latir con una punzada—. Es decir, vuelvo del trabajo y acá estás, siempre con una sonrisa, un beso, un “¿cómo estás?” que me hace feliz. Pero no puedo ofrecerte nada, y aun así te quiero a mi lado, y…

—Ven, vamos por un buen desayuno.

Pese a las quejas en voz alta para que le dejara hablar el resto de las cosas que pugnaban por salir —las dudas de no ser suficiente, de que se fuera, de que aún podían volver a ser totales desconocidos y así Yuta encontraría alguien a su altura—, su novio no hizo ni una pizca de caso. Se sintió arrastrado por él hacia la cocina, donde le miró cocinar un par de huevos fritos para ponerlos en tostadas, sin más que hacer que cruzarse de brazos. La cafetera pronto estuvo lista y recibió su correspondiente tazón humeante.

En medio de aquella abnegada atención, lo repitió pese al nudo en su garganta.

—Yuta, te quiero. Pero no soy suficiente para ti.

—¿Y a quién le importa quién es suficiente y quién no? —le escuchó responder con una paciencia infinita—. Eso no tiene razón de ser. Lo único que importa es que me quieres. Y yo te quiero de igual forma.

—¿De verdad? —preguntó, cerrando los ojos al sentir la mano derecha de Yuta acariciando su pómulo.

—Te quiero, TaeYong. Te quiero, y no hay nada de malo en ello. Terminemos de desayunar, ¿sí?

Asintió, y pronto todo quedó atrás. Entre risas, devolvió sus besos y escuchó las historias que tenía para contar del bar en que trabajaba. Aprendió más de él que antes, como lo mucho que amaba salir de campamento en verano, o las expediciones a lugares nevados que quería realizar el próximo invierno. Pero pese a todo, como siempre, la sensación dolorosa en su pecho permaneció allí.

Aunque esa mañana no pudo mencionárselo. Solo yació tranquilamente entre sus brazos después de tomar una ducha juntos, esperando que los latidos que tenía debajo de su oído y los besos que recibía en la frente fueran suficientes para eliminar el dolor que cargaba dentro. Y todo fue a final de cuentas, inútil.    

Porque aunque lo quisiera, y Yuta fuese el hombre al que su corazón había escogido, ya estaba muy roto para sanar apropiadamente.  


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