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Nada está escrito por Lauradcala

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Me desperté cuando un escalofrío recorrió mi espalda, la sabana de había deslizado y el clima hacía mella en mi piel. Sí, me bañaba con agua fría todos los días en una ciudad donde parecía ser una nevera por si sola pero no podía dormir sin una cobija. Me removí un poco, intentando volver a encontrar el calor que me hacía falta, cuando un latigazo de dolor recorrió mi pierna a partir de mi tobillo. Había olvidado tener cuidado y había esforzado mi pie. Me detuve haciendo un gesto de dolor y terminé de despertarme por completo. Cuando me dí cuenta de mi entorno, noté que no había amanecido y que Dante no estaba a mi lado. Recorrí el cuarto con la mirada en su búsqueda y lo hallé amarrándose los cordones del tenis, vestido con ropa deportiva.
-¿Vas a salir? –pregunté con voz ronca.
Se sobresaltó y me miró sorprendido.
-Ángel, te has despertado –dijo.
-Bueno, sí, tenía frio. No has respondido a mi pregunta.
-Creo que desacomodé las cobijas al levantarme, perdona. Pensaba salir a correr un rato.
Torcí el gesto mientras fruncía el ceño.
-¿No quieres que vaya? –preguntó al ver mi expresión.
-En realidad, estoy en un dilema –respondí.
-¿Ah, sí? ¿Qué dilema podrías tener a las cinco de la mañana? 
Puso sus manos en su cadera y me regodeé en cómo se pegaba la tela de la camiseta a su piel con ese movimiento.
-Me debato entre las ganas de ir a correr contigo o arrastrarte bajo las sabanas y volverme a dormir mientras te abrazo –respondí mientras hacia un gesto pensativo.
Cerró los ojos e hizo un gesto casi de dolor, luego suspiró.
-No puedes salir a correr, Ángel. Te mandaron a descansar ese tobillo –dijo seriamente mientras fijaba sus ojos dorados en los míos.
-Bueno, solo tengo dos opciones, ¿Qué podría hacer, entonces? –gemí con tono lastimero.
Él puso sus ojos en blanco antes de reír suavemente.
-Eres un niño haciendo berrinche –dijo antes de quitarse los zapatos de una patada.
-Ven a la cama, me muero de sueño –demandé.
-Tú siempre te mueres de sueño –reprochó.
-No siempre –protesté.
-Cierto, también te mueres de hambre –se burló.
-¡Quiero dormir! 
Él rió y terminó de colocarse la ropa que se había puesto anoche para dormir antes de colarse dentro de la calidez de las mantas.
-Si vas a hacer esto cada vez que vaya a correr, voy a terminar gordo, Ángel –dijo mientras me atraía a su pecho con una mano en mi cintura.
-Solo lo haré cuando me despiertes –bostecé.
-Tienes el sueño bastante ligero –comentó en mi oído.
-Lo sé… 
Lo último que supe antes de volver a caer dormido fue que Dante había escondido su rostro en mi cuello antes de sentir su sonrisa en mi piel.
Cuando volví a despertar, el sol estaba en lo alto y parecía ser una mañana bastante brillante. Parecía porque las cortinas estaban cerradas e impedían el paso de la luz. Tallé mis ojos y miré a mi costado en busca de Dante, quien brillaba por su ausencia en la habitación.
-¿Dónde está…? –murmuré.
Sacudí mi cabeza algo ofuscado por la repentina desesperación por su cercanía que había aparecido en mí en el último fin de semana y me preparé para salir de la cama. Puse mis pies, con cuidado para no lastimarme más, en el suelo y suspiré cuando el frio alivió las punzadas que habían aparecido por el movimiento. Tomé impulso y me puse de pie, apoyando el peso en mi pierna sana para no esforzar la otra, y caminé hasta el baño entre saltitos y pasos cojos. Allí me lavé los dientes y la cara y salí a la sala, donde pude ver a Dante, apoyado sobre la barra de desayuno, revisando su teléfono mientras masticaba distraídamente una tostada y esperaba a que algo se friera detrás suyo. Lo observé un momento más hasta que sintió mi presencia y sus ojos conectaron con los míos. Frunció el ceño, pero al final no pudo contener una sonrisa y negó divertido con la cabeza.
-De verdad que eres testarudo –comentó con una risita.
-Ya, buenos días a ti también –repliqué un poco molesto por su saludo.
Dejó lo que tenía en sus manos sobre la barra y corrió hasta donde yo estaba, poniendo sus manos en mi cintura y dejando un corto beso en mis labios.
-Buenos días, Ángel. No pretendía molestarte, solo me reí ante el pensamiento de que ordenaron reposar tu tobillo lastimado y tú no haces el menor caso –dijo.
-Me sentía solo –murmuré antes de morderme la lengua como castigo por soltar algo que suponía ser solo un pensamiento.
Él se vió sorprendido un instante antes de relajarse en una expresión extremadamente dulce.
-Me hubieses llamado, habría ido al instante –acarició mi mejilla con su pulgar.
-No sabía si estabas en casa, o que estabas haciendo, quería asegurarme.
Me incliné involuntariamente hacia la mano que sostenía en mi rostro y él rió.
-Luces como un cachorro, les encanta que les acaricies las mejillas y… -movió su mano detrás de mi oreja y rascó ligeramente, jadeé- aquí.
Fruncí el ceño ante la comparación de mí con un animal pero no me molesté en alejarme, su tacto se sentía agradable.
-Sabes mucho sobre perros –comenté con los ojos cerrados mientras él seguía con lo suyo.
-Sobre animales, en general, mi madre es veterinaria –explicó.
-¿Es por eso que tienes un perro? 
-Zeus fue un regalo de navidad para mi hermana, lloró mucho para obtenerlo.
Abrí los ojos de sorpresa.
-¿Tienes una hermana? –pregunté.
-Si.
-No me lo habías dicho.
-No se presentó la ocasión.
-Háblame de ella.
-¿Qué quieres saber?
-Lo que quieras contarme.
-Su nombre es Nahiara y es tres años menor que yo.
-No tiene un nombre común, ninguno de los dos lo tiene.
-Nahiara significa luna, mi hermana nació el 21 de Diciembre, durante el solsticio de invierno. Es la noche más larga del año.
-Tiene sentido, ¿y tú? 
-Yo nací el 1 de Noviembre, el dia de todos los santos.
-¿De ahí tu nombre?
-No, mi nombre se debe a que mis ojos le recordaron a mi madre un fuego ardiendo. Es bastante fanática a la literatura del viejo mundo y se acordó de ese escritor y sus siete círculos del infierno. De ahí mi nombre.
-Tiene razón, tus ojos no son comunes.
-No, son una rara combinación de los colores de ambas, solo yo los tengo, nadie más en mi familia siquiera se les parece.
-Me gustan.
Sonrió y yo le devolví el gesto fascinado.
-Y a mí los tuyos –dijo.
-¿Los míos? Son solo un gris común.
-Pero lucen como una tormenta cuando te enojas, o brillan como la plata pulida cuando sonríes, y parecen acero fundido cuando estas decaído. Son cambiantes, nunca son iguales cada que te miro. Me gustan.
Me sonrojé y él posó su frente sobre la mía sin abandonar su sonrisa, parecía feliz y eso me emocionaba. Nuestro momento se acabó cuando el olor a quemado inundó nuestras narices. Ambos giramos a tiempo de ver como la sartén botaba una gran cantidad de humo y el olor llenaba cada rincón del apartamento. Dante corrió a la estufa, tomó la sartén que estaba a punto de incendiar todo el lugar y la arrojó al fregadero antes de abrir el grifo y dejar que el agua arreglara el asunto, mojándose en el proceso. Cuando el peligro no se cernía sobre nuestras cabezas. Volteó a verme con un gesto de disculpa grabado en su rostro y yo comencé a reírme a carcajadas.
-¿De qué te ríes? –preguntó confundido.
-¡Casi incendias todo el maldito edificio! –exclamé sin aliento, entre risas.
-¿Y eso que tiene de gracioso? 
-¡Eres peor que yo en la cocina!
-Te recuerdo que te he alimentado bastante bien los últimos dos días. Además, tú me interrumpiste mientras yo me encargaba del desayuno, te llevas parte de la culpa.
-¿Qué desayunaremos ahora?
-Pues…las tostadas están listas y el tocino está arruinado, ¿Quieres acompañarlas con queso y frutas? 
-¿Tienes miel?
-No, ¿Te sirve mermelada?
-¡Mermelada será!
-Ve a sentarte, ya llevas mucho tiempo de pie, yo llevaré nuestra comida a la mesa.
-Quiero ayudar.
-Ya ayudaste bastante, por poco nos matas, ahora ve y espera.
-¡Yo no fui quien dejó la sartén en el fuego y luego se olvidó de ella! –dije con gesto indignado.
-Me distrajiste, eres culpable, ahora ve a sentarte.
Le saqué la lengua y él me devolvió el gesto antes de guiñarme un ojo y darse la vuelta para organizar nuestro desayuno. Cuando terminamos de comer, Dante insistió en lavar los platos y me ordenó que fuese a ducharme y a meterme en la cama, iríamos a almorzar afuera y luego me llevaría de vuelta a mi casa, pero quería asegurarse de que descansaba mi herida un rato más. Le respondí rodando mis ojos, pero obedeciéndole igualmente. 
Cuando Dante mencionó que debía devolverme a mi casa, el pequeño pero certero golpe de la realidad me chocó. Había vivido en una pequeña burbuja de felicidad durante el fin de semana y me había olvidado de mis padres, mis estudios, mi vida cotidiana, todo. Por mucho que me doliera admitirlo, tenían razón, esta clase de sentimiento solo se entiende una vez que encuentras a tu destinado, esa sensación de sentirte completo, como si fuese esa pequeña parte que no sabías que te hacía falta, pero, una vez que la encuentras, se convierte en la más importante de todas.
Negué con la cabeza y dejé mis cavilaciones a un lado mientras deshacía el vendaje de mi pie, para no mojarlo, y me metía a la ducha para lavarme rápidamente. Cuando volví a la habitación, me vestí con la ropa que había traído en la mochila y me acomodé para rehacer el amarre que mantenía mi tobillo entablillado, el problema es que no recordaba cómo hacerlo. Lo repetí varias veces antes de tirarlo a mi lado y recostarme en la cama, totalmente frustrado. Dante entró a la habitación con gesto divertido.
-Creo que debería hacerle un funeral a la sartén… -dijo antes de callarse abruptamente y atrapar su labio inferior entre sus dientes cuando me miró.
-¿Qué pasa? –pregunté.
-Esa es una de las camisetas que te vendí el dia que nos conocimos –comentó con tono bajo.
Estiré la prenda para poder apreciarla, acostado como estaba, y confirmé lo que me decía. Sí, era la que me había llevado en la bolsa aquel dia.
-¿Cómo puedes acordarte de algo así? ¡Pasó hace meses! –exclamé sorprendido.
-Te lo dije, recuerdo cada momento que he pasado contigo.
Intenté responderle, pero las palabras murieron en mi garganta. Si seguía diciendo cosas como esas, iba a morir joven por un ataque cardiaco.
Dante me observó un momento más antes de notar las vendas que yacían a mi lado.
-¿Te quitaste el vendaje? –preguntó.
-No podía bañarme con él puesto, se mojaría –expliqué.
-Podrías haberte puesto una bolsa plástica.
-No sabía dónde podía encontrar una.
-Podías preguntar.
-Estabas ocupado llorando por tu sartén.
-¿Estas celoso de un sartén? –cubrió su boca para ocultar una sonrisa burlona, no tuvo el efecto deseado desde que sus ojos lo delataban.
-¡Claro que no!
-Una sartén nunca podría ser más importante que tú, Ángel –dijo riendo.
-No quería molestarte.
-Ya, y por eso has tenido tu pie expuesto a magullarse más.
-No me he movido de la cama desde que salí del baño.
-Haré el vendaje por ti.
-¿Sabes vendar?
-Mi madre es veterinaria, algo tuve que aprender.
-¡No soy un animal!
Me indicó que me acomodara mejor en la cama mientras buscaba un botiquín en su closet, luego volvió a mí y se sentó al borde de la cama con mi pie en su regazo.
-No dije que lo fueras, pero el principio es casi lo mismo, ajustar e inmovilizar sin cortar la circulación sanguínea –dijo.
-Bueno, espero que funcione.
-Yo también. Eso, o tendrán que cortarte el pie mañana.
-¡¿Qué?!
Él rió y sacó un envase pequeño del botiquín.
-No te van a cortar nada, relájate, sé lo que hago –me tranquilizó.
-Contigo nunca se sabe.
-¿Desconfías de mí?
-No…
-Entonces relájate.
Asentí y le dejé hacer. El ungüento que Dante puso en mi tobillo se sentía caliente, al contrario que el que usó la enfermera ayer, pero el pequeño masaje que hacía para que el gel se absorbiera, logró relajarme completamente. Me había sumido en un estado somnoliento y no había notado que el vendaje estaba terminado hasta que tocó ligeramente mi rodilla y me preguntó si estaba bien. Asentí lentamente mientras desviaba la mirada algo avergonzado, ¡Pude haberme dormido con solo tocarme el pie! Bueno, yo me quedaba dormido con casi cualquier cosa, en realidad, pero su toque se sentía exquisitamente bien y eso era diferente. Dante guardó el botiquín y se recostó en la cama junto a mí.
-Faltan un par de horas para ir a almorzar, ¿Qué quieres hacer? –preguntó suavemente y me devolvió a mi estado somnoliento.
-Dormir… -suspiré.
Él puso sus ojos en blanco.
-Tú siempre quieres dormir –replicó.
-Es Domingo, déjame ser flojo.
-¿Esa es tu excusa?
-Si.
-¿Y qué haces el resto de la semana?
-Utilizo el nombre del dia correspondiente y me lanzo directamente al colchón.
-No puedo creer que seas un corredor, no pareces salir del colchón nunca.
-Contrario a lo que parece, no duermo mucho, me despierto con facilidad y me cuesta conciliar el sueño.
-Increíble…
-Bueno, las apariencias engañan.
Su dedo empezó a trazar figuras en mi espalda y mis ojos comenzaron a cerrarse casi involuntariamente.
-¿Crees que la flojera sea contagiosa? –murmuró en mi oído.
-Probablemente –susurré.
-Entonces, creo que sufriremos del mismo mal juntos.
Sonreí y me dejé vencer por el sueño. 
Nos despertamos pasado mediodía y fuimos a almorzar a un restaurante local. Dante me ayudó a caminar todo el tiempo que estuve de pie, colocando una mano en mi cintura y prácticamente sosteniendo todo mi peso en su brazo. Me sentía un poco culpable, pero él no parecía hacer esfuerzo alguno. Comimos entre conversaciones aleatorias y luego nos dirigimos a mi casa, que estaba sola. Mi madre ha debido arrastrar a mi padre a alguna cita improvisada, aprovechando que yo no estaba aquí. Me utilizaban de excusa para ponerse románticos. Sonreí ante el pensamiento. Mi sonrisa se borró cuando vi a Dante frente a las escaleras con el ceño fruncido.
-¿Qué pasa? –pregunté.
-Tienes escaleras.
Me reí.
-Bueno, ciertamente necesitábamos una forma de llegar al segundo piso –dije casi sarcástico.
-No, me refiero a que no puedes subirlas.
Resoplé.
-Estoy bien, de verdad –dije.
-No, voy a dejarte en tu cama, sube a mi espalda –ordenó.
-Dante, de verdad, no es necesario, puedo subir por mí mismo.
-Ángel, no seas testarudo y sube a mi espalda, mañana podrás caminar más pero hoy no, dale tregua a tus músculos para que puedan curarse.
Suspiré cuando me di cuenta de que no iba a ganar la discusión y me subí a su espalda. Dante subió los escalones y pude sentir una risita brotar en su garganta cuando llegamos al rellano del segundo piso.
-¿Qué? –pregunté.
-¿Puedo suponer que, la puerta que tiene el letrero de no molestar, es la de tu habitación? –preguntó con tono burlón.
-Era de mis padres, cuando crecí ya no necesitaron explicarme porqué la necesitaban y la pedí en vez de dejar que la botaran –expliqué.
-¿Por qué guardar algo así?
-Bueno, no podía botar al pequeño letrero que, seguramente, me salvó de un trauma psicológico.
-Vale, entiendo.
Dante entró a mi habitación y me dejó en mi cama antes de darle un pequeño vistazo al sitio. Estaba ordenada, por lo que deduje que mi madre aprovechó mi ausencia para divertirse haciendo una limpieza general. Mis libros de texto estaban organizados en mi escritorio junto a mi computador, mi mesa de noche no estaba llena de cosas aparte del par de fotografías que tenía allí (una de mis padres mirándose a los ojos, que tomé cuando no me veían, y una de mi cargando a Jessie cuando teníamos catorce años), la guitarra yacía al otro lado de la cama. Dante dejó la mirada ahí por un rato.
-¿Podría escucharte tocar, algún dia? –preguntó de repente.
-¿Te gustaría escucharme tocar? 
Él asintió entusiasmadamente, le sonreí.
-Seguro, si quieres podría hacerlo ahora –respondí.
-No, aun estas habituándote a ella de nuevo, déjame escucharte cuando ella vuelva a ser una parte de ti –dijo casi con reverencia.
-¿Te gusta la música, Dante?
-Bastante.
-Entonces, me aseguraré de acostumbrarme a mi guitarra rápido, así podrás escucharme tocarla.
Él se acercó y, apoyando una mano en la pierna que no estaba herida y la otra en mi mejilla, me besó lentamente mientras cerraba los ojos, saboreando cada instante en que nuestros labios permanecían unidos. Se separó cuando notó que mis manos habían ido a parar a su cabello y mis dedos intentaban aferrarlo más a mí.
-No hagas eso, Ángel –susurró con los ojos cerrados.
-¿No te gusta? –pregunté decaído.
Abrió los ojos y ardían en los míos.
-Me tienta demasiado, estamos en tu habitación, en tu casa, y la sola idea de que tus padres podrían entrar en cualquier momento me devuelve a mi adolescencia, pero sigues herido y no puedo ceder a mis impulsos –dijo atropelladamente, como si algo le detuviera aun el hablar.
-¿Te gusta que te agarre el cabello, entonces? 
-Me encanta.
Sonreí de lado y llevé mi mano a su cabeza, enredando mechones entre mis dedos y jugando con ellos, él cerró los ojos y gruñó bajo, luego se alejó.
-Debo irme, tengo trabajo pendiente –dijo.
Yo fruncí el ceño y dejé que mi labio inferior sobresaliera un poco.
-¿Estás haciendo un puchero, Ángel? –preguntó burlonamente.
-¿Y que si estoy haciendo un puchero? –repliqué con altivez.
-Es lindo.
Dejó un beso corto en mis labios que hizo desaparecer el gesto infantil de ellos y se puso de pie.
-Me voy, antes de que me hagas colar dentro de tus sabanas. Nos vemos mañana y no olvides descansar tu tobillo –dijo mientras se alejaba hacia la puerta y se quedaba en el umbral de mi habitación.
-Está bien, mamá.
-Estoy seguro de que tu mamá hace desaparecer tus pucheros con métodos bastante diferentes a los míos, descansa, Ángel.
Y se marchó, dejándome la sensación de que mi habitación era demasiado grande para mi solo.
Como estaba prácticamente discapacitado por mi tobillo, me quedé mirando el techo, absorto en mis pensamientos, hasta que unos toques en mi puerta me devolvieron a la realidad. Miré y la sonrisa de mi madre cubrió el panorama.
-¿Sabes? Cuando te dí permiso para pasar una noche fuera, no pensé que te tomarías todo el fin de semana –dijo cruzándose de brazos.
-Bueno… -rasqué mi cuello intentado escaparme.
Ella rió un poco y se sentó a mi lado.
-Te preguntaría si la pasaste bien, pero la venda en tu pie es más que respuesta suficiente –comentó burlona.
-No es lo que estás pensando mamá –resoplé.
-¿No se pusieron muy salvajes y terminaron en el suelo?
-¿Qué? ¡No!
Ella soltó una risita.
-¿Entonces? –preguntó.
-Fuimos a la feria, me caí de una plataforma de tiro al blanco –expliqué.
-Eres torpe, cariño.
-Sí, no necesito que me lo recuerdes.
-¿Es grave?
-Solo un esguince, estaré bien.
-No deberías caminar hasta la universidad, al menos hasta que te recuperes.
-¿Y en que voy a ir?
-Tu padre puede llevarte antes de ir al trabajo y recogerte al salir.
Fruncí el ceño.
-Tendría que despertarme más temprano.
-Dormir menos no va a matarte, son solo un par de semanas.
-¿Tengo otra opción?
-Podrías ir en taxi pero sería desperdiciar el dinero sin sentido.
-No nos falta dinero, mamá.
-Que estemos bien económicamente no es excusa para desperdiciar el dinero así como así.
-No es desperdicio.
-No hagas berrinche, Ángel, es más practico así; además, así podrías usar el tiempo libre para estudiar, se acercan tus exámenes finales, ¿No?
-Si…
-Bueno, aprovecha.
Suspiré, me había ganado.
-Está bien...
Mi madre me miró un poco y su rostro de iluminó al acordarse de algo.
-Invita a tu destinado el sábado –dijo emocionada.
-¿El sábado?
Ella frunció el ceño.
-No habrás olvidado el cumpleaños de tu madre, ¿O sí? –preguntó.
Me mordí el labio y levanté las cejas en un intento de lucir inocente. Ella negó con la cabeza.
-Creo que tu cerebro no se desarrolló del todo, cariño. Eres demasiado distraído –suspiró.
-¿Lo siento? 
-Supongo, no hay nada que se le pueda hacer.
-Le diré entonces –sonreí.
Mi madre entrecerró los ojos con sospecha y sonrió.
-Tu marca se completó, ¿cierto? –comentó.
Me tensé.
-Yo…no lo sé, yo… no he mirado –balbuceé.
-No es necesario, tus ojos te delatan –dijo con una sonrisa.
-¿Mis ojos? 
-Brillan, tu mirada se ilumina nada más nombrarte a ese chico –acarició mi mejilla- estoy tan feliz por ti, cariño, pensé que nunca pasaría y mírate ahora, encontraste a tu alma gemela.
Bajé la cabeza, repentinamente avergonzado, y ella aprovechó para revolverme el cabello.
-Disfruta del sentimiento, Ángel, es lo mejor que vas a experimentar en tu vida –besó mi frente y se marchó de mi cuarto.
Sacudí la pena de mi interior y tomé mi celular, lo había ignorado durante el fin de semana y los mensajes acumulados me lo confirmaban. Abrí el chat grupal, pues es el que más mensajes sin leer tenia, y me puse al dia con las noticias. Al parecer, las chicas querían organizar un baby shower para Noah dentro de un mes, cuando faltasen un par de semanas para dar a luz. Noah no estaba muy seguro y Jeremy era bastante ambiguo, pero al final, se dejaron llevar por el entusiasmo femenino.
“¿Los dejo solos un momento y arman una fiesta?” envié.
“En realidad, contábamos con que no aparecieras.” Respondió Noah.
“¡Cretino! ¿Te unes al baby shower?” preguntó Jessie.
“Parece que la mamá no me quiere allí.” Respondí.
“¡Papá! ¡Soy un hombre, tarado!” exclamó Noah.
“Controla tus hormonas, damita.” Tecleé.
“Ángel, por favor…” suplicó Jeremy.
Me reí, el pobre debía estar sufriendo lo insufrible teniéndolo al lado.
“Está bien. Noah, ¿Puedo ir a tu celebración?” pedí.
“Supongo que Jessie se volvería loca si digo que no…” respondió.
“Menos mal que lo tienes claro, bonito.” Escribió Jess.
Una notificación me avisó que Jessie estaba hablándome por el chat privado, así que dejé que siguieran planeando el homenaje al futuro bebé y abrí la conversación con mi amiga.
“Un pajarito me avisó que pasaste el fin de semana en casa de cierto chico caliente.” Saludó.
“Tu amistad con mi madre me asusta.” Respondí.
“Tengo que enterarme de tus cosas y, como tú no vas a contármelas, es más sencillo hablar con Susan.” 
“¿De mí?”
“¡Por supuesto! Eres un tema de lo más interesante.”
“Lo sé.”
“Bájale a tu ego y cuenta.”
“No hay mucho que decir, dormí en su apartamento, mi marca se completó, fuimos a la feria, me esguincé un tobillo. Un fin de semana bastante normal.”
“¡¿QUE?!”
“Que fue un fin de semana bastante normal, ¿No estas prestándome atención, Jess?”
“No seas tarado, Ángel, ¿Cómo así que tu marca se completó?”
“Pues eso, Jess, pensé que había quedado claro.”
“¡Dios mío! ¡Esto es la noticia del año! ¡Tú, enamorado!”
“No he dicho eso.”
“No te hagas, todo el mundo sabe lo que significa una marca completa, y tú eres un maldito suertudo, mira que tener de destinado a semejante dios griego.”
“No dirás lo mismo cuando encuentres al tuyo, se supone que tu alma gemela es un dios para su pareja.”
“Creo que encontré a la mía…”
“Eres una pecadora, Jess, mira que desear el destinado del prójimo…”
“Es Carlie…”
“¿Tu amiga de la universidad?”
“Si…”
“¿Cómo lo sabes?”
“Porque mi pensamiento al despertarme y el ultimo al ir a dormir es ella.”
“Joder, Jess, ¡Eso es genial!”
“Eso creo…”
“¿Cuándo cambiaron nuestros papeles? Solías ser tú quien se emocionaba con este enredo del destino.”
“Es que, creo que hay la posibilidad de que ella no sienta lo mismo.”
“Estas alucinando, sabes que los destinados se corresponden sin importar qué, es absurdo siquiera que pienses lo contrario.”
“Es que está distante conmigo, Ángel, ¿Habré hecho algo mal?”
“¿Hablaste con ella?”
“No…”
“Ya, y yo soy el tarado.”
“¡No me regañes! ¿Qué debo hacer?”
“Habla con ella, o dale su espacio, puede que estés armando una tormenta innecesaria.”
“Está bien…”
“Animo, Jess, todo va a estar bien.”
“Vale, confiaré en lo que dices.”
“¡Por supuesto! Siempre tengo la razón.”
“Engreído.”
“Tonta.”
“Te quiero.”
“Y yo a ti.”
“Vaya, estas demostrando sentimientos, tener destinado te sienta bien.”
“No me provoques, Jess.”
Ella rió y yo sonreí a la pantalla, extrañaba a esa chica y deseaba que las vacaciones llegaran pronto para verla.

Notas finales:

N/A: ¡Hola! ¿Me extrañaron?
Este capitulo estaba pensado para subirlo el 5 de Diciembre como regalo de cumpleaños de mi para ustedes, o sea, yo cumplí años y quería que ustedes fuesen felices conmigo, pero... Fue un día ajetreado y no pude traerselos así que tocó hoy, pero por ahí dicen mejor tarde que nunca ¿No?
Espero que lo disfruten y me dejen su opinión. 
Nos leemos después


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