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Nada está escrito por Lauradcala

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Fuimos a un restaurante local que se encontraba algo vacío por lo que nuestra comida llegó bastante rápido, cosa que mi estómago agradeció. Cuando llevaba la mitad del plato, detuve mi voraz apetito para hablar con Dante que, como siempre, me miraba divertido al comer.

– Nunca me cansaré de tu forma animal de comer – comentó.

Yo rodé mis ojos en fingida exasperación y sonreí.

– Mi madre te invita a su cumpleaños este sábado – dije antes de masticar otro bocado.

Nunca podría haber anticipado su reacción. Lucía realmente sorprendido y, podría asegurar, que estaba algo asustado.

–  ¿Seguro? – preguntó.

– Por supuesto, ella misma me pidió que te avisara – respondí.

– Vale, ¿a qué hora debo estar ahí?

– Bueno, la celebración es, por lo general, en la tarde, con las amigas de mi madre y los vecinos, pero como eres parte de la familia ahora, almorzarás con nosotros – expliqué.

–  ¿Tus padres y tú?

– Y el resto de la familia – completé.

–  ¿De cuántos estamos hablando?

– Quince personas, por lo menos, al menos para el almuerzo. Todos reunidos en el patio trasero de mi casa. La fiesta es en el frente porque hay más espacio, por lo general son los adultos hablando de cualquier cosa mientras que yo me escabullo a algún rincón con Jessie para burlarnos de cualquier cosa y evitar el aburrimiento.

–  ¿Quince?

– Sí, y te recomiendo llevar el estómago vacío, mi mamá se emociona un poco cuando cumple años.

– Básicamente, tengo que ir preparado para comer al mismo nivel cavernícola que tú – razonó.

– No, debes ir preparado para comer más que yo, habrá comida como para alimentar a todo un ejército, eso sin contar que te atacarán por ser el novato en el grupo.

Abrió los ojos como platos y tragó mientras yo me debatía entre la diversión y, sinceramente, la lastima.

– No te preocupes – le tranquilicé–. No creo que lleguen a molestarte mucho, mis padres lo evitarán.

–  ¿Por qué piensas eso?

– Porque se regodean en la imagen del misterioso chico que sacó de la oscuridad deprimente a su adolescente hijo de dieciocho años.

Me miró un momento antes de empezar a reír. Yo sonreí con la imagen.

– A ver si entiendo, ¿tus padres me quieren solo porque soy tu destinado? – preguntó incrédulo.

– Sí y no, te quieren porque, gracias a ti, no voy a terminar criando treinta gatos.

– O sea que, si yo no hubiese aparecido en tu vida, habrías terminado rodeado de felinos por el resto de tu vida.

– Gatos, perros, lo que sea que pudiese hacerme compañía mientras me atiborraba de helado – expliqué.

– Y ahora, ¿Cuáles son tus planes?

– Hacerte acurrucarte a mi lado como un perro mientras me atiborro de helado.

Su comisura se alzó en una sonrisa pícara.

– Que lastima que mis planes contigo en el sofá sean algo diferentes – comentó.

Tragué en seco y lo miré tratando de ser indiferente.

– Sí, bueno, ya veremos que hacer… – dije.

Él rió y seguimos comiendo mientras me preguntaba por ciertas cosas sobre mi familia, algo así como advertencias para no ser comido vivo por mis parientes. Una vez satisfechos, yo de comida y él de información, nos dirigíamos a mi casa en su camioneta. Cuando estuvimos en el porche de mi hogar, me giré para despedirme y me encontré con la sonrisa de Dante.

–  ¿A qué hora debo estar aquí el sábado? – preguntó.

– Ven poco antes de mediodía, mi familia ya estará completa para ese entonces y ya habrán armado conversación – respondí.

– Bien, entonces nos veremos el sábado.

Fruncí el ceño.

–  ¿Tengo que esperar casi una semana para verte? – pregunté casi involuntariamente.

Él sonrió con tristeza y acarició mi mejilla con el pulgar.

– Tengo trabajo atrasado, me distraje durante el fin de semana y estaré entregando sobre las fechas límite – explicó.

Suspiré y asentí abatido. Dante rió suavemente y me acercó a él para besarme suavemente, con sus manos ahora en ambas de mis mejillas y las mías empuñando su camisa. Sus labios se movieron suaves sobre los míos en una cadencia casi dulce y paciente. Cuando se separó, presionó su frente contra la mía y me miró a los ojos.

– Nos veremos el sábado, sé bueno hasta entonces – dijo.

– Siempre soy bueno – repliqué.

Él enarcó una ceja, poniendo a prueba mis palabras y sonrió, alejándose luego de darme un beso corto. Tomé eso como una despedida y me bajé de la camioneta.

– El sábado entonces – dije y él asintió.

Corrí hasta la casa lo más cuidadoso que pude para no lastimarme y noté que la camioneta solo se alejó cuando estuve seguro dentro de mi hogar. Mis padres veían televisión en la sala, así que me asomé para saludarlos.

–  ¿Te divertiste? – preguntó mi padre con gesto burlón.

Rodé mis ojos al notar el doble sentido que mi padre le daba a la situación.

– Solo fuimos a comer – respondí.

– Bueno, hoy en dia cualquier cosa se come – murmuró él con pose pensativa.

–  ¡Papá! – exclamé.

Mi madre rió y mi padre se le unió momentos después, señal que tomé como adecuada para salir de allí. A menos que quisiera seguir escuchando las burlas de mis padres. Me tomó más tiempo de lo normal subir las escaleras, el analgésico que tomé en la mañana había terminado su efecto hacía rato y el dolor amenazaba con despertar, por lo que me vestí lo más rápido que pude y me acosté en la cama, dispuesto a no moverme hasta el dia siguiente.

En mi cama, comencé a pensar en el hecho de que tal vez mi mejor amiga no estaría para el cumpleaños de mi madre este año. Digo, ella estaba en otra ciudad estudiando, no iba a venir solo para el cumpleaños de una vecina, era ridículo. Mi celular sonó y, cuando leí el mensaje, supe que me equivocaba con la lógica de Jessie, otra vez.

“Tarado, ¿Listo para el sábado?” rezaba el mensaje.

Reí mientras negaba con la cabeza, esta chica era demasiado impredecible.

“¿Vienes?” pregunté de vuelta.

“¡Por supuesto! No me perdería el cumpleaños de Susan por nada, además este año será bastante diferente, hay gente nueva.”

“Si, el pobre de Dante va a tener un mal rato durante el almuerzo.”

“No solo él, ¿Sabes si tus primos traerán a sus destinados?”

“¿Andy y Madison ya están emparejados?”

“¡Seguro! Y parece que comparten gustos porque ambos están emparejados con chicos.”

“¡Demonios, Jess! Tu amistad con mi madre me pone de los nervios, ¡A mí no me dijo nada!”

“De seguro lo hizo y tú la ignoraste mientras te ibas a algún sitio de la nebulosa.”

“¡Yo no hago eso!”

“Si lo haces.”

“¿A qué hora estarás aquí?” pregunté para cambiar el tema.

“Llegaré poco después del mediodía, pero estaré con tiempo de sobra para la fiesta.”

“Nos veremos entonces.”

“¿Cómo sigue tu tobillo?”

“¿Quién te contó?”

“Hace un rato te quejabas de mi amistad con Susan, ¿Todavía preguntas quien me contó de tu esguince, señor tiro al blanco?”

“¿No tienen otro sujeto de quien hablar, aparte de mí?”

“Tú eres como un ataúd con piernas, ¡Nunca me cuentas nada! De alguna forma he de enterarme de tus andanzas.”

“Estoy mejor, por si realmente te interesa.”

“No hay necesidad de que seas así, soy tu mejor amiga, realmente me preocupo por ti.”

“Y por mis andanzas.”

“Especialmente por tus andanzas.”

Me reí, definitivamente no tenía remedio. Hablé con Jessie por una hora más antes de caer dormido. Seguramente me encontraría con una retahíla de insultos de parte de mi mejor amiga por haberla dejado hablando sola.

Durante toda la semana, mi madre estuvo de tienda en tienda comprando las cosas necesarias para su fiesta de cumpleaños. A mi padre realmente no le importaba pero creo que su tarjeta estaba a punto de romper a llorar. El viernes en la noche, mi padre y yo fuimos arrinconados y obligados a armar adornos en donde la estética masculina realmente no cuadraba muy bien, pero ambos sabíamos que debíamos encontrar la forma de hacerlo funcionar si no queríamos enfrentar la furia Susan. El sábado en la mañana, realmente me libré de tener que subirme a colocar adornos en el techo y las paredes por encontrarme aun en recuperación, pero definitivamente no estuve exento de ayudar a picar vegetales en la mesa para el almuerzo. Cuando el reloj dio las nueve, fuimos enviados a bañarnos y vestirnos porque en cualquier momento llegarían los miembros de la familia y no tendríamos tiempo de cambiarnos luego. Me vestí con un jean clásico oscuro y una camisa blanca que remangué hasta mis codos. Me coloqué un par de botas casuales y bajé a la sala, donde mi madre ya lucía un vestido veraniego debajo de su delantal y removía algo de una olla con un cucharon. Mi padre usaba pantalones de vestir y una camisa que no remangó como yo, sino que dejó las mangas largas.

A las diez y media empezó el caos.

Cuando mis padres se casaron, quisieron vivir por su cuenta en otra ciudad que los separara de sus familias pero sin estar demasiado inalcanzables, por lo que realmente no nos veíamos tan frecuentemente, así que las fechas especiales eran la excusa perfecta para ponerse al dia con todos.

El primero en entrar a la casa fue tío Lucas, quien abrazó a su hermanita en un abrazo de oso. Literalmente un abrazo de oso. Mi tío era un hombre bastante fornido, por lo que la silueta de mi madre casi desapareció entre sus brazos. Detrás de él venía su mujer, Jennifer, quien lucía un vientre de embarazo bajo un vestido largo que la hacía lucir bastante dulce. Tío Lucas y tía Jenn habían decidido explorar el mundo y vivir aventuras antes de establecerse realmente, por lo que habían logrado concebir teniendo casi cincuenta años, pero cualquiera que los viese pensaría que son más jóvenes por el aspecto tan jovial que siempre llevaban consigo. Detrás de mis tíos venían mis abuelos: Joanne y Peter, quienes abrazaron a su hija con los ojos aguados. No alcanzamos siquiera a tomar la puerta para cerrarla cuando el siguiente grupo llegó. Tía Clara, la hermana mayor de mi madre, venia acompañada por tío Alex y sus hijos, los mellizos de veinte años: Madison y Andy. Estos a su vez, venían acompañados de sus parejas, Jaden y Nicholas. Luego de abrazar a la cumpleañera, mis primos me rodearon en un abrazo. En realidad me alejaron del grupo y me preguntaron por mi destinado. No estuvieron satisfechos hasta que no les juré que iba a venir para el almuerzo.

Una vez finalizaron los saludos, comenzamos a organizar las mesas en el patio trasero ya que no cabríamos en el sencillo comedor que teníamos adentro de la casa. Sacamos mesas, que decoramos con manteles, y sillas que organizamos metódicamente para poder estar cómodos, lo cual fue un poco difícil porque ahora esperábamos a tres personas más de lo que era usual. Estábamos poniendo los cubiertos y servilletas cuando el timbre sonó de nuevo y mi padre fue a ver quién era. Los gritos llenaron la casa cuando mi abuela paterna, Samantha, llegó en compañía del hermano menor de mi padre, tío Charlie, su esposa Rose y, el menor de la familia, mi primo de quince años, David. Los recién llegados llegaron al patio y la ronda de saludos se formó otra vez. Pronto, estábamos ubicando las fuentes de comida y las conversaciones comenzaron a fluir. Estaba colocando las jarras de jugo y llenando los vasos cuando el timbre sonó, silenciando las conversaciones hasta el punto de que podría haberse escuchado una hoja caer.

Fruncí el ceño al sentirme observado y levanté la cabeza para encontrarme a cada miembro de mi familia observarme con picardía y curiosidad.

–  ¿Qué? – espeté.

– Bueno, ya estamos completos, solo hace falta alguien y, podría asegurar, que realmente espera que seas tú quien le abra la puerta – dijo mi padre sin intentar ocultar la burla en su expresión.

Las risitas misteriosas sonaron aquí y allí entre mis tíos. Resoplé y me dí media vuelta para dirigirme a la puerta. Cuando abrí, me encontré a Dante vestido casualmente elegante con jeans oscuros y camisa blanca debajo de un blazer negro. Llevaba un paquete en las manos y sonreía tímidamente.

– Hola – saludó.

Sonreí y le abrí para que pudiese pasar.

– Hola – saludé de vuelta.

–  ¿Llego a tiempo? – preguntó.

Me reí al notar que estaba un poco nervioso.

– Relájate, no van a hacerte daño, solo van a torturarte un poco – le dije.

– Ya… ¿Eso en que me tranquiliza?

– Vas a estar bien.

–  ¿Dónde está tu madre? Me gustaría felici…

Se vió interrumpido cuando oímos un chillido, seguido de una figura borrosa. En cuestión de segundos, Dante tenía a mi madre colgada del cuello sollozando ligeramente. Me miró con la interrogante en su rostro pero yo estaba tanto o más perdido que él, así que solo suspiró y la abrazó lo mejor que pudo, deseándole un feliz cumpleaños.

Mi padre apareció por el pasillo, seguramente alarmado por el grito de mi madre, pero cuando vió lo que ocurría se relajó. Seguramente tenía alguna idea de lo que pasaba por la cabeza de su mujer porque yo no. Luego de unos momentos, se acercó a ella y la alejó de Dante al tiempo que la rodeaba con un brazo y frotaba su cintura para calmarla.

– Lo siento, yo… – balbuceaba mientras se sonrojaba.

Yo me cubrí la boca para evitar burlarme. Dante le ofreció el paquete que traía en sus manos.

– Feliz cumpleaños, señora White, espero que le guste – dijo lo más educado posible.

–  ¡Oh, cielo! No tenías por qué molestarte y, por favor, llámame Susan. Ángel envejece pero yo no – dijo guiñándole un ojo.

Dante rió y yo fruncí el ceño.

– Eso no tiene lógica, mamá – dije.

– Deja a tu madre en paz, es su cumpleaños – regañó mi padre.

Luego de eso se marchó a la cocina con ella, seguramente para llevar las últimas bandejas con comida a la mesa. Dante se giró hacia mí y me sonrió.

– Puedo ver por qué eres así – comentó.

–  ¿Así como?

– Diferente.

–  ¿Raro?

– Único.

Me sonrojé y desvié el tema.

–  ¿Listo para que te coman vivo? – pregunté.

–  ¿Están todos ya?

– Todos y cada uno de ellos.

Suspiró.

– Bien, vamos a que me coman vivo – dijo.

Me adelanté para guiarle el camino hasta el patio trasero y, en cuanto pise el césped, Andy me empujó a un lado mientras que Maddie arrastraba a Dante a donde estaban las mesas. Gruñí cuando mi pie lastimado se torció ligeramente y me apoyé contra la pared un momento. Dante se soltó amablemente del firme agarre de mi prima y se acercó a mí con gesto preocupado.

–  ¿Estás bien? – preguntó suavemente.

– Sí, no los hagas esperar.

Negó con la cabeza y me rodeó por la cintura para soportar parcialmente mi peso mientras me guiaba a una de las sillas vacías, luego se giró a mi familia que lo miraba sorprendido. Andy tenía el ceño fruncido y lucía contrariado.

– No lo empujé tan fuerte – se quejó.

– No, pero Ángel tiene un tobillo desguinzado, no debe esforzarse mucho mientras se recupera – explicó Dante.

Gemí en cuanto terminó de hablar y me golpeé la frente con la palma de la mano.

– No sabes lo que hiciste– le susurré por debajo.

En un segundo, todos estaban sacando su vocación de médicos para comentar los mejores remedios para ayudar con mi “problema”. Mis abuelas estaban debatiendo fuertemente acerca de que el frio o el calor eran la mejor opción en una comprensa. Mis primos tomaron el anzuelo para burlarse de mí mientras que mis tíos intentaban controlarlos.

– Lo siento – murmuró Dante algo aterrado.

– Bienvenido a la familia – le palmeé la espalda.

Madison se giró como un resorte en cuanto nos escuchó murmurar y sacó a relucir su sonrisa maliciosa, la cual nunca esperarías de una cara tan bonita. Los mellizos eran rubios como su padre y habían sacado los ojos cafés de su madre. Aunque Maddie disfrutaba colorear su cabello con mechas multicolor, las de este año eran azules.

– Entonces, novio de Ángel… – empezó ella.

Eso atrajo la atención de todos.

– Me llamo Dante – aclaró él.

– Ok, Dante, ¿Cómo conociste a Ángel? – preguntó.

– Me compró una camiseta en el almacén donde trabajaba – explicó él.

–  ¿Lo ayudaste a vestirse? – preguntó ella.

–  ¡Madison! – regañó mi tía.

– Bueno, no es como si los destinados no se vieran sin ropa todo el tiempo, ¿no? – justificó ella.

– Tenías razón con lo de comerme vivo – murmuró Dante para que solo yo lo oyera.

– Están empezando… – dije mientras tomaba de mi vaso.

– Estoy segura de que ese tipo de cosas no están bien para que Dante las responda – volvió a regañar mi tía a su descarrilada hija.

Mis padres llegaron en ese momento, dando inicio al almuerzo familiar. Toda la familia tenía curiosidad por Dante puesto que era la novedad del momento. Todos habían conocido ya a Jaden y Nicholas, así que podían tomarse un respiro. Aun así, Dante encontró un momento para conversar conmigo.

– Tenías razón con lo de alimentar a un ejército – dijo sorprendido.

– Bueno, sí. Deja espacio para el postre – comenté.

–  ¿Postre? – preguntó aterrado.

– Sí, probablemente sea el famoso flan de dulce de leche de mi madre, todos lo adoran – expliqué.

– No creo poder comer nada más el resto del dia.

– Te dije que vinieras con el estómago vacío.

– No comí nada en la mañana, así que estaba bastante hambriento, pero no creo que eso sea suficiente para estar a la altura de tanta comida.

–  ¿Hay algún problema, cielo? – preguntó mi madre en frente de nosotros.

Dante la miró algo apenado, seguramente temiendo ofenderla.

– No mamá, Dante estaba comentando que no sabía cómo podría comer tanta de tu comida – salí al rescate.

Creo que no funcionó por la forma en como estaba mirándome de reojo.

– Oh, no es necesario que comas hasta reventar, eso déjaselo a Ángel – sonrió ella.

–  ¡Mamá! – exclamé.

– Ángel… – regañó mi padre.

– Si si, no molestar a mi madre en su cumpleaños – repetí ofuscado.

– En realidad, Susan, estoy fascinado por su comida. Ángel me había hablado de sus habilidades en la cocina, pero si soy sincero, siempre pensé que estaba exagerando, ahora veo que no – halagó Dante.

Mi madre se sonrojó y le restó importancia con un ademan de la mano.

– Puedes venir a cenar cada que quieras – invitó ella.

– Tengo curiosidad por esa lasagna de la que Ángel no para de hablar – dijo Dante.

– Es realmente adicto a ella, parece un perro, puede olerla a kilómetros y devorarla en segundos – dijo ella divertida.

– Es culpa tuya, mamá. Esa lasagna es directamente traída del cielo a mi plato – me defendí.

Ella se rió.

– Vas a elevar las expectativas de Dante hasta el techo – dijo ella.

– Y aumentar aún más el ego de tu madre – murmuró mi padre por lo bajo.

– Papá… – regañé en el mismo tono que había usado hace un rato.

– No molestar a tu madre en el dia de su cumpleaños – recitó él con gesto solemne.

– Buen chico – me burlé.

Dante rió a mi lado por la escena que estábamos montando y nosotros nos unimos a él. Cuando terminamos de comer, me levanté para ayudar a recoger la mesa, pero Dante me lo impidió yendo él en mi lugar. Mis padres trataron de detenerlo pero se negó y llevó varios platos antes de que pudiesen impedírselo. Cuando Dante se giró y desapareció por la puerta del pasillo, tía Clara se levantó de su asiento con el rostro totalmente rojo por la rabia mientras señalaba el sitio donde Dante había estado un momento antes. Luego me miró fijamente.

–  ¡Ángel! ¡¿Cómo pudiste?! ¡ESTA PROHIBIDO! – rugió.

–  ¿Qué? – pregunté confundido.

Todos la miraban sorprendidos. Justo en ese momento, Dante apareció y se sobresaltó cuando se vió apuntado por el dedo acusador de mi tía.

–  ¡Tú! ¿Cómo te atreves a arrastrar a mi sobrino a lo prohibido? ¿Quién demonios eres? – exclamó ella.

– Querida, tranquilízate – intentó tío Alex.

–  ¡Esto no es algo para estar tranquilos! ¡Por Dios! – exclamó ella.

Dante frunció el ceño en confusión y me miró buscando respuestas, negué con la cabeza al no tener ninguna. Mis padres salieron al escuchar el alboroto.

–  ¿Qué está pasando aquí? – preguntó mi madre.

–  ¡Y todavía preguntas! ¿Cómo pudiste, Susan? ¿Cómo permites semejante aberración en tu casa? – preguntó mi tía con tono irónico.

–  ¿De qué hablas, Clara? – preguntó mi padre.

–  ¡De tu hijo rompiendo la regla de oro con este sujeto! ¡Él tiene una destinada!

Todos contuvieron el aire al tiempo ante las declaraciones de mi tía. Cuando la comprensión pasó por mi mente, se hizo a un lado para darle paso al enojo. Me levanté y me acerqué rápidamente a Dante, que no había dicho nada desde que habían comenzado a acusarlo, simplemente estaba ahí con una expresión de tristeza; Lo tomé del brazo y lo arrastré más cerca de la mesa al tiempo que le daba la vuelta y sacaba la camisa de sus pantalones. Me miró sorprendido un momento antes de darse cuenta de mis intenciones y asentir, dándome permiso de que continuara. Levanté la tela para dejar al descubierto la marca que rezaba mi nombre, luego corrí mi cabello y exhibí la que decía DANTE en mi cuello. Todos estaban visiblemente anonadados, sin mencionar que mi tía Clara boqueaba por aire y su sonrojo ahora debía ser debido a la vergüenza.

–  ¿Algo que decir, tía? – dije con algo de desprecio.

–  ¡Ángel! – regañó mi madre a mis espaldas.

– No es necesario… – dijo Dante mientras tomaba mi hombro para relajarme.

– Si es necesario, ¿Cómo se atreven a pensar que podría romper la regla más importante? Además, siempre podría haber preguntado primero en vez de ir por ahí señalando a los demás – remarqué con fastidio.

– Lo siento, Ángel, yo… – balbuceó mi tía.

– No soy yo quien merece una disculpa – espeté enojado.

Mi tía tuvo la decencia de bajar la cabeza un poco y asentir antes de volver la mirada a Dante con expresión arrepentida.

– Lo siento mucho, Dante. Entré en pánico al pensar que pudieses perjudicar a mi sobrino con algo tan grave como romper la regla principal – dijo ella.

– Es apenas entendible, Clara, no hay problema, no estoy molesto – respondió él con la sonrisa derriba aviones.

–  ¿Por qué tienes dos marcas? – preguntó tía Jenn.

Dante suspiró y negó con la cabeza.

– No lo sé – respondió sinceramente.

–  ¿Quién es Susette? – preguntó Maddie.

Dante dudó a mi lado y yo lo miré, sonriendo ligeramente para demostrarle mi apoyo.

– No tienes que responder si no quieres – murmuré cerca de su oído.

Él asintió, sin embargo respondió.

– Susette era mi destinada antes de Ángel.

Las expresiones de sorpresa volvieron a los rostros de mi familia. Mis padres tomaron asiento en la mesa y nos dejaron a Dante y a mí allí en frente de todos como si fuésemos un espectáculo para admirar. Con mi familia, bien podríamos serlo.

–  ¿Qué le pasó? – preguntó David.

– Tuvimos un accidente y murió – respondió él con calma.

– Ahora todo tiene sentido. Luego del accidente, quedaste mal de la cabeza y por eso te emparejaron con Ángel, entiendo – comentó Andy.

Todos estallaron en risas, incluyéndome, y la tensión que había estado ahí entre nosotros se esfumó en un santiamén. Luego de eso, el tema quedó zanjado y Dante fue acogido como un integrante más de la familia. Cuando el atardecer empezó a caer, las sillas habían abandonado el patio trasero y rodeaban el jardín delantero de la casa, mientras que mi familia se había distribuido aquí y allí para conversar. Pronto, los invitados de mi madre comenzaron a llegar al tiempo que la noche terminaba de aparecer en el cielo. Cuando pasé a un lado de mi madre, ésta me llamó para que ubicara el pastel que había preparado en la mesa para que completara la decoración. Dante me observó divertido mientras volvía a su conversación con tío Lucas y yo entré a la casa. Encontré el pastel en el mesón de la cocina y, justo cuando giraba con mi encargo, un borrón castaño se estrelló contra mí, haciéndome tirar el preciado pudin de mi madre. Miré el desastre a mis pies para luego levantar la vista y encontrarme con los ojos aterrados de Jessie. Cuando la puerta de la cocina se abrió, mi amiga chilló y se ocultó a mi espalda mientras temblaba ligeramente. Para suerte nuestra, solo era Dante, quien miró el desorden a mis pies unos segundos antes de comprender el lio en que estaba metido.

– Están jodidos – dijo.

– Estás jodido – dijo Jessie a mis espaldas.

Estamos – aclaré.

Jessie se asomó por encima de mi hombro y miró suplicante a Dante.

– Ayúdanos – rogó.


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