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Nada está escrito por Lauradcala

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– La repostería no es lo mío, además, no podemos hornear un pastel en tan poco tiempo – dijo él con tono de disculpa.

– Susan nos va a matar – gimió Jess.

– Es tu culpa – le dije.

–  ¿Cómo es mi culpa? ¡Tú tiraste el pastel! – replicó ella.

–  ¡Tú chocaste conmigo! – exclamé.

– Solo quería saludarte… – murmuró ella bajando la cabeza.

Me sentí mal al ver esa expresión en el huracán que usualmente era mi amiga. Suspiré y la jalé para abrazarla, haciendo que pisáramos aún más el pudin en el suelo.

– Hola Jess – dije.

– Eres un idiota– respondió ella entre risas.

– Bien, ahora que ya me saludaste, ¿Cómo haremos para evitar que mi madre nos arranque el pellejo? – pregunté.

– Tu madre es una mujer bastante dulce, no creo que les haga nada por un accidente – razonó Dante.

Jessie se acercó a mi lado mientras murmuraba.

– El chico no conoce a tu madre.

– Solo la parte bonita, apenas lo presenté hoy – expliqué.

– Con razón…

Dante nos miraba, divertido con la conversación entre mi amiga y yo.

–  ¿Qué les parece si les soluciono todos sus problemas? – preguntó.

–  ¿Qué sugieres? – pregunté de vuelta.

– Vayamos a comprar un pastel parecido a este para poner en la mesa – respondió.

–  ¡Te amo! – exclamó Jessie al tiempo que lo abrazaba por la cintura.

Pude notar que Dante luchaba por no reírse. Tomé a mi amiga de la blusa que traía y la separé de él.

– Tranquila vaquera, está tomado – le dije con fingida severidad.

– Ya ya, no quiero ver el lado que heredaste de Susan – dijo ella alzando las manos en rendición.

– Haremos esto, ustedes limpiaran el desastre y yo los esperaré en el auto al girar en la esquina. Luego iremos a una pastelería y traeremos el pudin para tu madre – explicó Dante.

– Suena bien – dije.

– Limpiar… – murmuraba Jessie.

La tomé por la cintura antes de que escapase.

– Tú también lo tiraste, tú ayudas a limpiar – advertí.

– Bien… – dijo cruzándose de brazos mientras yo buscaba algunos trapos para levantar los restos de lo que alguna vez fue una deliciosa torta.

En menos de diez minutos, la única evidencia de que habíamos arruinado, parcialmente, la fiesta de mi mamá, reposaba en el cesto de la basura bajo otras muchas bolsas llenas de desechos. Encontramos a Dante en su camioneta justo donde acordamos y pronto estábamos de camino a la pastelería favorita de mi madre en el centro de la ciudad. Jessie y Dante conversaban animadamente a la par que se conocían mejor y yo me limité a reír de las reacciones que Dante tenía ante mi mejor amiga. Era necesario que entrara en confianza para que mostrara su verdadera cara, un solo encuentro no bastaba. Al llegar al local, elegí el pastel que mejor se pareciera al que mi madre había hecho la noche anterior. Al momento de pagar, busqué en mis bolsillos antes de darme cuenta que había dejado mi billetera en mi mochila, en mi cuarto, en mi casa. Miré a mi amiga como un pedido de auxilio pero ella negó con la cabeza.

– Son imposibles… – murmuró Dante mientras pasaba su tarjeta al cajero.

– Te pagaremos – dije.

–  ¿En plural? – preguntó Jessie.

– Sí, ambos – la miré fijamente.

– Claro que si Dante, hemos hablado detenidamente y hemos llegado a un acuerdo para pagarte las molestias – dijo ella con voz solemne.

Él rió al ver la actitud de mi amiga.

– No es necesario, un pastel de este tamaño los dejará en bancarrota – se burló él.

–  ¡No estamos tan quebrados! – protesté.

– Yo estuve ahí. La dolorosa economía del estudiante que cada vez se pone peor. Considérenlo un favor – dijo él.

–  ¡Te amo! – exclamó mi amiga pero la atrapé antes de que pudiese abrazarlo otra vez.

– Tiene el pastel en las manos, Jess, no creo que quieras volver a tirarlo – recordé.

Ella asintió y sonrió, Dante le devolvió la sonrisa. Volvimos a la casa y logramos escabullirnos con la caja al interior de la casa, donde finalmente pudimos ubicar el pastel en el centro de la mesa. Los tres estábamos viendo la cuidadosamente ubicada decoración alrededor del pastel.

– Se va a dar cuenta – dije.

– No seas pesimista – dijo Jessie.

– Soy realista – repliqué.

–  ¿Por qué crees que lo notará? – preguntó Dante con curiosidad.

– Porque este pastel es cuadrado, el que ella había horneado era redondo – suspiré.

–  ¿Por qué no buscaste un pastel redondo, tarado? – exclamó Jessie.

– Este combinaba mejor con los colores de la decoración, así se enojará menos – expliqué.

– Igual se va a enojar… – tembló Jess.

–  ¿Qué es lo peor que puede hacer? – preguntó Dante.

Jessie y yo compartimos miradas antes de observarlo con expresiones de genuino terror. Él nos miró un momento antes de asentir.

– Vale, le temen a la mamá de Ángel – comentó.

– Le temo a las arañas, lo que siento por esa mujer es capaz de llevarme a un ataque cardiaco – dijo mi amiga.

– Son amigas íntimas – le recordé.

– A tus amigos mantelos cerca, a tus enemigos más cerca – recitó Jessie.

– Traidora – dije.

– Cobarde – contraatacó ella.

Al final tuve razón. Cuando llegó el momento de que mi madre soplara las velas, Jessie y yo estábamos intentando ocultarnos detrás de un pequeño grupo de invitados, pero aun así su mirada nos encontró.

– Ángel, Jessie, puedo verlos – dijo mi madre con voz firme, lo que nos hizo saltar en el sitio.

–  ¡Susan, querida! ¿Estás pasando un buen rato? – exclamó Jess con tono jovial.

– Lo estaba, hasta que empecé a sospechar del par revoltoso – respondió mi madre cruzándose de brazos.

– Mamá… – empecé.

– Lo siento Susan, fue mi culpa – se adelantó Dante y puso mala cara.

Jessie y yo lo miramos incrédulos, nos miramos uno al otro y volvimos a mirarlo. Ambos nos preguntábamos lo mismo: ¿Qué está haciendo?

Mi madre lo miró sorprendida.

–  ¿Qué pasó? – preguntó.

– Cuando entraba a la cocina, tropecé con Ángel, que llevaba tu pastel, e hice que lo tirara sin querer, fue un accidente. Trajimos este en su lugar para que pudieses soplar las velas – comentó él con tono lastimero.

Jessie y yo seguíamos mirándolo sin poder creérnoslo.

– No era necesario hacer algo así, cielo – dijo mi madre.

– No hay problema, era lo menos que podía hacer – respondió él.

– No, me refiero a tratar de encubrir las travesuras de ese par – dijo señalándonos.

Dante se sobresaltó sorprendido y nos miró sin saber qué hacer.

–  ¿A qué te refieres? – preguntó sorprendido.

– Jessie y Ángel siempre hacen algo en las ocasiones especiales, sea accidente o intencional – respondió mi madre.

Mi amiga y yo tratamos de lucir lo más inocentes posible en medio de familiares y amigos que nos miraban con burla. Dante parecía incómodo.

– Tranquilo, no estoy enojada contigo, me pareció tierno como saliste en su defensa – le dijo mi madre a Dante.

– Bueno… – el aludido se rascó la nuca en un gesto incómodo.

– Llévate a Ángel por esta noche – dijo con una sonrisa.

–  ¡Mamá! ¿Acabas de venderme por un pudin? – exclamé ofendido.

Todos en la sala rieron a mi costa.

– Te aseguro que esto lo hago en beneficio propio, realmente me apetece un rato a solas con Dominic – y se giró en un gesto pícaro hacia mi padre, que estaba justo a su lado.

Todos los jóvenes presentes protestaron, así que se escuchó un simultáneo “¡Mamá/Susan/Tía!” que resonó en la sala. Luego del incomodo momento, llegó la hora de cantar el feliz cumpleaños mientras el rostro de mi madre se iluminaba con la luz de las velas. Dante aprovechó el alboroto para acercarse a mi oído.

– Lo admito, tu madre da algo de miedo – murmuró.

– Lo sé. Gracias por tratar de salvarnos, no era necesario – dije, girándome para verlo a la cara.

– Estaban realmente asustados, creo que sentí pena por ustedes.

– Luego de esto, Jessie va a hablar de ti todo el tiempo.

– Asegúrate que sean cosas buenas.

– Dudo que sea capaz de hablar cosas malas de ti, si antes de esto te tenía en buena estima, ahora va a armarte un altar.

– Me cae bien, puedo ver porqué la quieres tanto, creo que me sentiría celoso de no ser porque ví que son hermanos.

– Sí, ella es fantástica.

– Hablando de esta noche…

– No me lo recuerdes, no puedo creer que mi madre dijera una cosa así en público.

Su brazo rodeó mi cintura y me acercó hasta estar a un paso de distancia de él.

–  ¿No quieres entonces? – preguntó suavemente.

– No he dicho que no, solo que es incómodo el ser vendido así como así.

– No te vendieron, tu madre vió una oportunidad y la tomó.

– Igual me siento ofendido.

– A lo mejor, más tarde esta noche, podría hacerte ver como esta es una excelente idea.

Sonrió de esa forma en que un gesto lleva consigo un millar de promesas y mi estómago se removió de forma placentera. Un jalón en mi camisa me hizo separar bruscamente de él, tropezando torpemente mientras intentaba recobrar mi equilibrio, cosa que solo logré cuando Dante me estabilizó. Jessie nos miraba burlonamente.

– Ustedes se ven realmente lindos juntos chicos, pero es su turno para tomarse una foto con Susan – dijo emocionada.

Cuando giré un poco para evaluar el entorno, noté que la canción debía de haberse acabado hacia un tiempo y que podríamos haber estado dando un espectáculo a todos allí.

– Y te quejas de mí haciendo escenas, cariño – comentó mi madre con una sonrisa ladeada.

–  ¡Mamá! – no pude evitar el sonrojo que cruzó mi cara.

Dante se rió a mis espaldas y me empujó ligeramente para que nos ubicáramos al lado de mis padres para hacer un cuadro familiar. El pastel fue repartido y recibió elogios acerca de lo delicioso que estaba. Incluso a mi madre le gustó pues murmuró un “Te perdono” cuando pasé al lado de ella con la bandeja llena de pudin. Cuando la noche terminó, estaba exhausto y solo quedábamos mis padres, los de Jessie, mi amiga, Dante y yo en la sala.

– Mamá, deberías hacer fiestas más pequeñas de ahora en adelante – me quejé.

–  ¡Por supuesto que no! Cuando no esté, esta familia no verá más fiestas porque tú y tu padre son unos aburridos – exclamó ella.

– Las fiestas de Susan son las mejores, nunca podría cansarme de ellas – comento Angélica.

– Ya, pero cuando eres el mesero, la cosa no pinta muy bien que digamos – respondí.

– El próximo año pondré a Jessie a que te ayude – dijo ella.

–  ¡Dios, no! ¿Te imaginas a esos dos llevando bandejas con comida? ¡Sería un desastre! – exclamó mi madre horrorizada.

– A lo mejor podría ayudarme a limpiar…– comenté.

–  ¡Hey! ¿Qué mi opinión no cuenta? – se quejó Jess.

– Calla niña, están hablando los mayores – le dije con una sonrisa maliciosa.

Resultado, Jess me golpeó ligeramente el tobillo lastimado con la punta del zapato, haciéndome gruñir cuando una corriente de dolor subió por mi pierna.

–  ¡Jessie! – exclamé furioso.

– Calla niña, no llores – dijo ella con una sonrisa.

No pude mantener el ceño fruncido por mucho tiempo.

–  ¡Demonios! No puedo enojarme contigo – dije enojado, ahora por diferentes razones.

– Lo sé, no eres nadie sin mí – dijo ella con suficiencia.

–  ¿Disfrutaste la fiesta, Dante? – preguntó mi padre.

– Bastante, señor White, gracias – respondió él.

–  ¿Siempre eres tan formal? – preguntó Jessie.

– Solo sigue nervioso porque está en frente de mis padres – respondí.

Dante me miró sorprendido y yo le devolví un gesto inocente.

– Eso no es necesario, eres un hijo más para nosotros – dijo mi madre emocionada.

– Por supuesto, no hay por qué sentirse incomodo – corroboró mi padre.

– Apuesto que no es tan formal cuando está a solas con Ángel – comentó mi amiga.

–  ¡Jessie! – exclamé.

– De hecho eso es cierto – dijo Dante.

Lo miré incrédulo.

– Dios mío… ¡He creado un monstruo! – dije con sorpresa.

– Cariño, deberías hacer tu mochila para esta noche – comentó mi madre casualmente.

–  ¿Me estás echando, mamá? – pregunté.

– Claro que no, cariño, ¿Por qué pensarías algo así? – sonrió.

– Primero me vendes y luego me echas, me dueles mamá – fingí estar ofendido.

– Anda ya, Dante luce cansado – insistió ella.

– Eso o quieres quedarte a solas con mi padre lo más rápido posible – comenté mientras me ponía de pie.

– Ambas cosas, cariño – respondió ella.

– Le vas a causar un trauma a nuestro hijo, Susan – dijo mi padre.

– A mí ya me causaron un derrame cerebral – comentó Jessie mientras hacía muecas y fingía desmayarse sobre el sofá.

Todos reímos mientras ella seguía con su mímica.

Estaba en mi cuarto lanzando la ropa que llevaría a la cama cuando alguien tocó la puerta, que estaba abierta. Me giré y me encontré a Dante.

–  ¿Necesitas ayuda? – preguntó.

– No en realidad, gracias – respondí.

– Tu closet parece un pozo oscuro, ¿Realmente es necesaria tanta ropa negra?

– Me gusta el negro.

– Pues esa camisa blanca que llevas hoy realmente se te ve bien, aunque luces algo pálido.

– Yo soy pálido, culpa a la sangre pura inglesa de mi madre.

– Lo noté, todos son realmente blancos, excepto tus primos, esos que te molestan todo el tiempo.

–  ¿Los mellizos? Sacaron los rasgos de tío Alex.

– Puedo ver eso. ¿Cómo sigue tu tobillo? Realmente gritaste cuando Jessie te golpeó, aun cuando solo fue un roce.

– Estoy bien, solo duele cuando lo tocan.

–  ¿Está prohibido tocarte, entonces? Qué mal…

Lo miré a los ojos y tragué en seco, tenía la sospecha de que, esguince o no, no podría escaparme esa noche.

– Negocié con tus padres, voy a secuestrarte por todo el fin de semana.

– No es suficiente con venderme una noche sino que me ofrecen por todo el fin de semana…

– Es mutuo beneficio, yo te tengo a ti y ellos tienen la casa sola.

–  ¡Oh, Dios! ¡No pongas esas imágenes en mi cabeza!

– A lo mejor y, para cuando vuelvas, haya un hermanito en camino.

Torcí el gesto y su sonrisa se borró.

– ¿Dije algo malo? – preguntó.

– No, es solo…mi madre no puede tener más hijos…– expliqué.

– No lo sabía, lo siento.

– Está bien, solo no lo comentes delante de mis padres, ellos realmente querían más hijos pero mi nacimiento fue algo complicado, hubo mucha sangre y por poco muere, en cambio nací yo y ella sobrevivió pero quedó estéril. Por eso mi nombre, soy un milagro, mi vida también estuvo en riesgo.

– Bueno, le doy gracias al universo por ti – dijo atrayéndome para quedar entre sus piernas, sentado en la cama como estaba.

– ¿Ah, sí?

– Por supuesto, eres mi luz después de la tormenta.

Me corazón empezó a acelerarse y sonreí sin poder evitarlo.

– Y tú eres lo que evita que muera solo y con treinta gatos.

Me miró con inexpresivo por un momento antes de empezar a reír sin poder contenerse.

– Termina de empacar, muero por hacer un desastre de ti – dijo.

– Eso realmente no es un incentivo, ¿sabes?

– Termina ya, tu amiga y sus padres ya se han ido, somos lo único que evita que tus padres se vuelvan locos.

Fruncí el ceño un momento.

– Dudo que se detengan por nosotros – dije.

– Eso sí es un incentivo para empacar rápido.

– Sí, tienes razón – metí todo lo que necesitaba en la mochila y me la colgué al hombro–. Vámonos, no los hagamos esperar más.

Él sonrió y me tomó de la mano para salir de ahí.

Cuando pasamos por la sala, mis padres ya estaban encerrados en su burbuja así que no los distrajimos y les dejamos hacer, cerrando la puerta algo fuerte para hacerles saber que ya tenían la casa sola para ellos.

Dante condujo por la ciudad mientras conversábamos de cualquier cosa. La radio de la camioneta estaba sintonizada con una emisora cuyo locutor estaba narrando historias de fantasmas, aprovechando las altas horas de la noche; Dante y yo debatíamos la veracidad de cada una de ellas, riendo por las conjeturas sin sentidos en las que concluíamos.

– Ponle un poco más de lógica, Ángel, ¿Quién querría pasar su vida como fantasma espantando en un baño? –insistía él.

– Pues alguien quien nunca quiso bañarse en vida, a lo mejor un baño sonaría terrorífico si no te gustaban –razonaba yo.

– ¡Pero no tiene sentido alguno!

– Lo tiene para mí.

Negó con la cabeza mientras reía.

Seguíamos discutiendo mientras subíamos a su apartamento e incluso mientras yo dejaba mi mochila en su habitación.

– ¿Qué harías si fueses un fantasma? –pregunté.

– No lo sé realmente, a lo mejor asustaría a los estudiantes en su época de exámenes para mantenerlos despiertos – respondió.

– ¿Profesor aterrador aun después de la muerte?

– ¿Soy aterrador?

– A veces, pero creo que las chicas parecen compensarlo bastante bien con tu cara bonita.

Me sonrió y enarcó una ceja.

– ¿Tengo la cara bonita? –preguntó divertido.

– Palabras de ellas, no las mías –me defendí.

– ¿Y tú qué piensas de mí?

– He visto mejores – hice un gesto pensativo.

– Auch, pensé que tenía la delantera aquí.

– Bueno, ahora sabes que no es así.

Caminó en mi dirección y me jaló del pantalón para tenerme cerca. Cuando estuve a escasos centímetros de él, me miró a los ojos.

– Y ahora que estoy cerca, ¿Sigues pensando lo mismo? –preguntó en voz baja y ronca.

Fingí meditarlo un poco mientras intentaba controlar los latidos que hacían eco en mi pecho.

– Desde aquí puedo afirmar que tienes cierto encanto –murmuré.

– ¿Solo eso?

– Me siguen gustando tus ojos.

– Gracias, venían con la cara.

Lo miré sorprendido un momento antes de estallar en carcajadas.

– Pensé que era yo el experto en arruinar los momentos –exclamé cuando pude recuperar un poco el aliento.

– ¿Estábamos teniendo un momento? –preguntó con una inocencia bastante falsa.

Me reí por un rato más hasta que pude serenarme por completo.

– Se me antoja ver una película, ¿Podemos? –pregunté.

Hizo un mohín bastante gracioso.

– No soy muy amante de las películas, pero si eso quieres, puedo ver una –admitió.

– ¿No te gustan las películas?

– Prefiero leer.

– ¿Por qué no te gustan? –pregunté con genuina curiosidad.

– El argumento no es muy entretenido, siento que estoy viendo más de lo mismo todo el tiempo.

– ¿Siquiera has visto la del viejo mundo? –pregunté incrédulo.

–Las clásicas que ponen en las escuelas, no muchas aparte de esas.

– ¡Tenemos que ver una película! –exclamé emocionado.

– ¿Algo en mente?

–Una de terror, aprovechando nuestra reciente discusión.

Frunció el ceño pero no se negó.

–Necesitaré tu computador, así puedo conectarlo al televisor de la sala –expliqué.

Él asintió y se acercó a su escritorio, yo en cambio fui a la sala para verificar las conexiones que el televisor tenía disponibles. Momentos después, Dante apareció con su portátil debajo del brazo y me lo entregó.

–Espero que no lo dañes, tengo información muy valiosa ahí –dijo con recelo.

–No soy tan torpe –reclamé.

Sin embargo fui concienzudamente cuidadoso con el computador en mis manos. Dante desapareció en la cocina y lo oí destapar paquetes y servir cosas. Yo me concentré en instalar nuestro improvisado cine. Cuando terminé, busqué mi película favorita al tiempo que Dante venía con una taza llena de chucherías. Alcé una ceja.

– ¿Qué? Podré no ser un amante del cine, pero hasta yo sé que las películas se acompañan de comidas –se excusó.

Me reí y coloqué a reproducir el filme mientras nos ubicábamos lado a lado en el sofá. Luego me di cuenta que seguíamos con la ropa de la fiesta y pausé el reproductor. Dante me miró con el ceño fruncido.

– ¿Qué pasa? –preguntó confundido.

–Si llego a dañar esta ropa, mi madre me mata. Voy a cambiarme, deberías hacer lo mismo –expliqué.

Bajó la mirada a su propia camisa y asintió como si acabase de darse cuenta de lo que traía puesto. Me coloqué una sencilla camiseta encima de mi ropa interior y Dante se cambió por su usual pijama, camiseta y pantalones cortos. Una vez cómodos, volvimos a la sala y puse a reproducir la película. Probé las chucherías que Dante había servido durante los créditos iniciales y lo miré de reojo mientras él empezaba a concentrarse en la pantalla. Empezó por lo típico, una familia se muda a una casa nueva y se instalan. Todo va bien hasta que llega la noche y lo raro empieza.

– ¿Por qué siempre tienen bebés en estas películas? –preguntó.

–No lo sé –respondí.

–Es algo cruel involucrar a los niños en situaciones demoniacas, ¿no lo crees?

Reí y asentí.

Cuando llegó el nudo de la trama, Dante estaba ensimismado en la historia y yo había empezado a temblar ligeramente, podría saberme de memoria el argumento y, aun así, el filme nunca fallaba en ponerme de los nervios. Me encantaba.

Salté cuando la figura fantasmal salió de repente, sobresaltando a Dante y derramando el refresco que tenía en la mano encima de mi camiseta y parte del sofá.

– ¡Lo siento! –me disculpé mientras trataba de arreglar el desorden.

–No pasa nada, es cuero así que no vas a dañarlo.

Limpiaba el desorden con algunas servilletas antes de percatarme que estaba siendo fijamente observado.

– ¿Qué? –pregunté con el ceño fruncido.

Su sonrisa se ladeó y su boca se acercó peligrosamente a mis labios, sin embargo no me besó, solo se quedó ahí, terriblemente cerca.

–Recordé el dia que nos conocimos. También tenías la camiseta sucia –respondió.

Tragué cuando el recuerdo vino a mí.

–Ese dia me pasaste algo para limpiarme –recordé.

–Sí, lo hice –acordó.

–Ya no soy un desconocido, ¿Qué harás esta vez?

Su sonrisa se tornó maliciosa y mi estómago se contrajo en anticipación. La película seguía reproduciéndose, pero nadie estaba prestándole atención; en cambio, Dante se puso de pie, levantándome consigo y, luego de apagar el televisor y cerrar el portátil en tiempo record, me jaló de la mano al cuarto de baño, empujándome al cubículo de la ducha y abriendo el chorro de agua justo sobre mi cabeza.

–Lástima que tu camiseta no sea blanca, tengo que usar mi imaginación –comentó con la voz ronca.

–Lo siento, me gusta el ne…

Me vi interrumpido cuando su boca atacó la mía y sus manos se colaron debajo de la tela mojada que se pegaba a mi piel. Temía resbalar, pero su agarre en mi espalda me sostenía bastante bien. Alcancé a notar, en medio de mi aturdimiento, que la temperatura había cambiado de glacial a tibio, haciendo que la sangre bajo mi piel pareciera arder. Su boca abandonó la mía para empezar un recorrido por mi cuello, lamiendo el borde de la tela de mi camiseta justo donde se conectaba con mi garganta y haciéndome jadear cuando besó mi marca.

– ¿Me dejarías jugar contigo? –murmuró contra mi piel.

–Como si fueses a detenerte si dijera que no –repliqué.

Rió y su aliento hizo cosquillas allí donde alcanzó. Dante sacó mi cabeza y la tiró a un lado, formando un pequeño bulto mojado en el piso. Luego empezó a descender, sus labios nunca abandonando mi piel, hasta que estuvo de rodillas ante mí. Lo miré sorprendido.

– ¿Qué vas a hacer? –pregunté.

–Tú sabes bien lo que planeo hacer –dijo tomando la cinturilla de mis bóxer y bajándolos lentamente.

Lo detuve sosteniendo sus muñecas antes de que pudiese avanzar más.

–No es necesario que hagas algo así –dije mientras me sonrojaba.

–Quiero hacerlo, así que suelta mis manos para que pueda continuar.

–Dante… -murmuré avergonzado.

Sonrió con picardía y volvió a besar mi piel, justo en mi bajo vientre, peligrosamente cerca de mi erección.

–Suéltame –insistió y mordió, dejando una marca.

– ¿Cuál es tu fijación con marcarme? –pregunté, soltando sus muñecas.

–Me gusta saber que solo yo puedo hacer que tu piel cambie de color –murmuró mientras se deshacía de mi ropa interior.

Su cara estaba justo a la altura de mi entrepierna y no vaciló en tomarla firmemente con una de sus manos. Ahogué un gemido. Dante me observaba mientras empezaba a mover su palma sin despegar sus ojos de los míos. Mi espalda chocó contra los fríos azulejos del cubículo cuando me vi desaparecer entre sus labios y jadeé por aliento cuando la calidez de su boca me rodeó. Su lengua jugueteaba con mi piel y sus manos se encargaban del resto que no alcanzaba a abarcar, acariciando cada centímetro de mi miembro que tenía a su disposición.

O sea, todo.

– ¡Dante! –grité cuando sus dientes me rozaron ligeramente, enviando corrientes por mi espina.

Gruñó y la vibración me recorrió directamente, haciéndome temblar. Era demasiado, las sensaciones estaban nublando mis sentidos y no creía cuanto más seria capaz de soportarlo.

–Yo…no… -supliqué.

Como siempre, me ignoró. Podía sentir mi estómago contrayéndose cada vez más, formando un nudo dolorosamente placentero mientras el éxtasis crecía y crecía. Grité cuando el orgasmo me golpeó y me resbalé por la pared cuando mis piernas empezaron a temblar, incapaces de sostenerme por mucho más. Dante me atrapó por la cintura antes de que alcanzase el suelo y me sonrojé cuando, a través de mi vista borrosa, noté una mancha blanca en la comisura de su boca.

–No te duermas, no he acabado contigo –murmuró en mi oído.

En mi sopor, Dante me arrastró a la cama, así mojado como estaba, y volvió a besarme, avergonzándome al sentir el contraste salado con el sabor usual de sus labios. Me abandonó por un momento, pero volvió pronto con la ya familiar botella de lubricante y totalmente desnudo. Su boca volvió a la mía y sus manos comenzaron a explorar, acariciando mis costados y descendiendo hasta encontrarse en medio de mis piernas, donde mi excitación volvía a crecer; las mías encontraron sus hombros y rodearon su cuello, en parte para sostenerme y en parte para tocarlo, atreviéndome también a aventurar por su torso y espalda. Sentí el cambio de temperatura cuando el aceite hizo contacto con mi piel mientras Dante volvía a encargarse de mi entrepierna, separando mis muslos con los suyos. Salté un segundo antes de relajarme cuando un dedo empezó a explorar en medio de mis glúteos. Pronto, ya no era un dedo sino dos y ese lugar específico en mi interior empezaba a hacer su magia, distrayéndome del mundo exterior y concentrándome en sentir. Dante jugueteó un rato más con un tercer dedo antes de dejarme vacío, justo cuando pensaba en tener un segundo alivio. Solté un quejido por la frustración y él sonrió con algo de burla. Estaba por decirle algún brillante comentario sarcástico antes de ser acallado por una repentina y brusca penetración.

– ¡Joder! –grité cuando mi espalda se arqueó ante la ligera sensación dolorosa.

– ¿Muy brusco? –preguntó lo mejor que pudo con las respiración agitada como la tenía.

Lo miré casi con enojo y pude ver su vacilación antes de sonreír y demandar mis deseos.

–Muévete –exigí.

Sonrió y volvió a mis labios, su lengua imitando los movimientos que sus caderas con las mías. Se estremeció cuando clavé mis uñas en su espalda en un intento de atraerlo más cerca de mí. No podía tener suficiente. Estaba demasiado ansioso, demasiado abrumado, demasiado a gusto, pero igual quería más de todo. Pareció entender lo que mi garganta sollozaba en medio de gemidos porque aumentó el ritmo de las embestidas, asegurándose de golpear ese dulce lugar en cada una de ellas. Dante mordió fuerte mi clavícula cuando alcanzó su propia liberación dentro de mí, conmigo siguiéndole segundos después, gritando incoherencias al no tener nada que bloqueara mi boca.

Rodó sobre su espalda y salió cuidadosamente de mi interior sin bajarme de su pecho. Le agradecí en silencio, pues en esta posición podía escuchar los latidos desbocados de su corazón, que me indicaban que estaba igualmente afectado que yo.

– ¿Te lastimé? –preguntó.

– ¿Mmm? –murmuré confundido.

–Tu tobillo… -murmuró.

Levanté la cabeza para mirarlo directamente antes de empezar a reír histéricamente.

– ¿De qué te estas riendo? –regañó.

–Mi tobillo es el último de mis pensamientos en estos momentos.

Frunció el ceño.

–Podría haberte lastimado, aun te estas recuperando. Traté de asegurarme que no te lastimaras pero creo que perdí el enfoque luego de un rato –dijo con voz preocupada.

Suspiré.

–Estoy bien –le aseguré.

Él sonrió y se giró, haciéndome caer suavemente en el colchón para estar recostados ambos de medio lado.

–Tengo que cambiar tu vendaje, ha quedado mojado después de la ducha –comentó.

–Y las sabanas también –peleé fuertemente, pero, al final, el sonrojo ganó y apareció en mis mejillas.

–Realmente no esperaba acabar así luego de ver una película de terror –dijo.

–Yo tampoco lo hubiese imaginado, un fantasma es lo más anti erótico del mundo.

–Tú eres pálido como un fantasma, pero podría enumerar un sinfín de cualidades eróticas de ti –su mano empezó a dibujar trazos en mi cadera mientras su labios bajaron a los míos por un momento.

Bostecé cuando se separó de mí y sonrió.

–Vamos a cambiar tu vendaje rápido, así puedes dormir –dijo.

–Y las sabanas –recordé.

–Sí, trataré de acabar rápido.

Trajo el botiquín que contenía la pomada cálida de la vez anterior y, luego de aplicarla en mi tobillo, abrió un paquete de vendas pequeño, por lo que tuvo que ajustarlas un poco más para compensar el tamaño. Luego cambiamos las sabanas de la cama y nos recostamos debajo de las cobijas. Cuando mi cabeza rozó las mullidas almohadas, mis ojos empezaron a cerrarse.

– ¿Cansado? –murmuró.

–Algo… –susurré.

– ¿Un dia muy largo? –preguntó.

–Si… –bostecé–. Pero productivo.

–Ya lo creo…

Sonreí ligeramente mientras sentía como el sopor empezaba a apoderarse de mí.

–Gracias por ir hoy, al cumpleaños de mi madre me refiero –murmuré.

–No hace falta que me agradezcas ­–su mano empezó a juguetear con mi cabello, cosa que no ayudaba con mis intentos de mantenerme despierto–. Tu familia me agradó bastante.

–Tú también les agradaste –susurré.

–Es bueno oír eso –dejó un beso en mi coronilla–. Duérmete ya, Ángel.

Y eso fue lo último que oí antes de caer rendido.

Notas finales:

N/A: ¡Hola! ¿Siguen ahi? Ya se habrán olvidado de mi :(
Tengo una muy buena justificacion con respecto a mi desaparecion.
Aqui va una pequeña historia:
Yo estaba feliz escribiendo cuando me entró el sueño y me dije a mi misma: Mi misma, puedes dormir y mañana continuas escribiendo, de todos modos no tienes internet así que...
Y así lo hice, guardé el archivo y me dispuse a apagar mi pc, pero... ahí en las opciones me dijo actualizar y yo, como buena niña obediente, actualicé el equipo.
¡Ay de mi y mi ignorancia! Cuando estaba instalando las novedades, se descargó la batería y se apagó, cuando lo prendí otra vez, salió la temida pantalla azul de windows.

CHAN CHAN CHAAAAAN.

Perdí el archivo con el nuevo capitulo y estuve un mes sin pc, por eso me desaparecí tanto tiempo.
En fin, espero que les haya gustado los capítulos con el doble de largos y la mitad del aburrimiento (según yo).
Espero actualizar mas seguido ahora que ya tengo donde escribir.
Nos leemos después.

 


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