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Nada está escrito por Lauradcala

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Aun no tengo claro cómo fue que me dormí esa noche, supongo que estaba en piloto automático, pero si recuerdo que el murmullo de voces en la sala me despertó. Con los vestigios del sueño haciendo todavía mella en mí, me acerqué al sofá donde Dante, de espaldas al pasillo, veía las noticias profundamente concentrado. En el televisor, la periodista daba el reporte mientras que el rostro flotante de un chico se mostraba a su lado. Abrí los ojos sorprendido cuando lo reconocí.

–Ese chico… –murmuré.

Dante saltó un poco al escuchar mi voz y se giró un momento para mirarme antes de volverse de nuevo a la pantalla.

–Te despertaste –comentó.

–Ese es el chico de anoche –repetí.

Dante subió un poco más el volumen.

–Según el reporte médico, Julián Rivers se encuentra estable y las contusiones que recibió son menores, probablemente a que recibió atención rápidamente. Las autoridades reportan que fue hallado por un par de jóvenes que pasaban por allí y que dieron el aviso inmediato, lo que evitó que una tragedia no fuese más que un mal rato –declaró la periodista.

–Julián…–susurré–. Se llama Julián.

–Sí, tiene diecisiete años –informó Dante.

–Es un niño.

Dante me miró con algo de burla, aunque podía notar la tensión en sus rasgos.

–Tú también eres un niño –dijo.

–Sabes a lo que me refiero –repliqué, dando un rodeo y sentándome en el sofá.

Suspiró.

–Sí, sé a qué te refieres.

– ¿Cómo está?

–Le salvaste la vida, Ángel. Las extremistas no lograron sus propósitos y Julián aún puede concebir.

–Gracias al cielo –me froté la cara.

– ¿Quieres ir a verlo?

Me giré tan rápido que mi cuello crujió.

– ¿Hablas en serio? –pregunté.

–Si.

– ¿Por qué?

–Bueno, a mí también me gustaría verlo.

–No lo sé, somos un par de extraños.

–Estoy seguro que te recuerda.

Resoplé.

–Sí, claro –mascullé.

Él rió.

–Te describió, Ángel, le dijo al mundo como era el rostro de su salvador y que quería agradecerle –dijo.

–Estas mintiendo.

–Siempre puedes comprobarlo.

Sacó su teléfono y, luego de desbloquearlo, me mostró una conversación. Una conversación con Jessie, para ser más específico.

“¿Viste las noticias hoy?” escribía mi amiga.

“Acabo de despertar.”

“¡Prende el televisor! Creo que están hablando de Ángel.”

“¿Ángel?”

“¡PRENDELO!”

No hablaron más de eso, supongo que fue porque Dante empezó a ver el reportaje.

–Deberías ver tú teléfono, no creo que fuese la primera opción de Jessie para hablar de esto –dijo Dante.

Asentí distraído mientras me levantaba a buscar mi celular. Efectivamente tenía un par de mensajes de mi mejor amiga.

“¿Ángel?” “Creo que están hablando de ti en las noticias.” “¡Despierta ya y respóndeme!” “Ángel, ¿Qué hiciste anoche luego de dejarme en casa?” “¿Te atacaron también?” “Joder, voy a matarte cuando despiertes.” “¿Estas bien?” “¡Mas te vale estar bien!” “Ese chico se ve bastante golpeado, ¿En qué demonios estabas pensando?” “Llama a Susan.”

Mi mamá. Oh Dios, no había pensado en ella.

El identificador de registros telefónicos me indica que tengo cinco llamadas perdidas de mi padre y unas diez de mi madre.

Estoy en problemas.

Suspiro y le devuelvo la llamada.

– ¿Ángel? ¿De verdad eres tú? –contesta ella al segundo timbrazo.

–Hola mamá –saludo.

– ¡ANGEL DOREK WHITE! ¡DEJA QUE TE PONGA LAS MANOS ENCIMA!

Si no me alejo el teléfono del oído, hubiese quedado parcialmente sordo.

–Mamá, cálmate, por favor –supliqué.

– ¡¿Qué me calme?! ¡¿QUÉ ME CALME?! ¿TIENES IDEA DEL INFIERNO QUE PASÉ ESTA MAÑANA? Suerte que Dante me llamó, Dios bendiga a ese chico, si no me llega a explicar que estabas cual koala durmiendo y por eso no respondías mis llamadas, hubiese tenido un ataque al corazón, ¡Y hubiese sido enteramente tu culpa!

– ¿Te llamó? –pregunté sorprendido.

–En realidad, Jessie habló con él y trajo el teléfono desde su casa para que pudiese explicarnos de inmediato, ¿Pero en que estabas pensando? Lanzarte del auto así, ¿Es que estás loco? ¿Eres suicida? ¡Responde Ángel! ¡Estos no son tiempos para jugar al héroe!

–No lo sé, mamá, no podía quedarme sin hacer nada.

–Y estoy orgullosa de ti, cariño, pero no sabes lo asustada que estuve cuando nadie me daba razón de tu estado, no sabía si habías sido atacado o si estabas bien y yo… –su voz se quebró en un sollozo–. Tenía tanto miedo, Ángel.

–Mamá, estoy bien.

–Lo sé, cariño, lo sé.

– ¿Entonces por qué lloras?

– ¡No lo sé! ¡Es demasiado!

Negué con la cabeza, aun si no podía verme y suspiré.

– ¿Papá está por ahí? –pregunté.

–Sí, está aquí conmigo, también quiere matarte.

Me reí sin poder evitarlo.

–No, no quiere hacerlo –respondí.

–Sí, sí quiero, Ángel, no te has librado de esta –dijo mi padre.

– ¿Castigado?

–Hasta que te mueras.

–O hasta que tú mueras, lo que probablemente pasará primero.

–No cantes victoria, estamos muy cerca de asesinarte –dijo él, dejando entrever su tono socarrón.

–Se quedarían sin su único hijo.

–Un perro nos daría menos disgustos.

–No vamos a tener un perro, Dominic –regañó mi madre.

Mi padre rió y supe que el enojo había quedado atrás.

–Tengo que irme –me despedí.

–Nos vemos en la noche, cariño. Cuídate, por favor –dijo mi madre.

–Lo haré.

Colgué y me masajeé el puente de la nariz con los dedos, eso había sido intenso.

– ¿Está todo bien? –Dante estaba recostado contra el marco de la puerta de la habitación.

–Sí, estaban asustados, ¿Los llamaste?

–Tu amiga me llamó, tu madre estaba desesperada y tu padre la llamó para preguntar por ti, así que se contactó conmigo. Le expliqué que seguías dormido y que no sabía dónde habías puesto tu teléfono, luego de quejarse unos minutos por tu desorden, empezó a llorar y me agradeció la información.

–No me despertaste –apunté.

–Ella quería que lo hiciera para regañarte en el acto, pero me negué. Estabas realmente agotado, Ángel, no quería molestarte, no después de ver lo desorientado que estabas anoche, aun lo estás un poco.

Fruncí el ceño.

–Es…raro –confesé–. No lo sé, ayer todo pasó demasiado rápido como para darme cuenta, pero ahora creo que tengo algo de miedo.

–Es normal, todos estamos asustados.

–Menos las locas –señalé.

Dante me miró incrédulo por un momento antes de reír.

–Menos las locas –acordó.

– ¿Crees que la policía está haciendo su trabajo? –pregunté mientras jugaba con mis pulgares.

–Por supuesto, pero es difícil para ellos también. Muchos oficiales están dentro del rango de edad que las extremistas tienen en la mira y no hay suficientes mujeres dentro de la fuerza pública.

Asentí.

–Vamos a olvidarnos de ellas por un rato y desayunemos, debes tener hambre –sugirió. Mi estómago rugió ante la idea–. Creo que estás de acuerdo.

–Cállate y aliméntame.

–Estás de vuelta.

Sonreí ligeramente y lo seguí al comedor. Dante quería cocinar algo complicado, pero me negué y acabamos comiendo cereal con frutas y jugo. Comimos mientras hablábamos de cualquier cosa y, cuando terminamos, recogimos y lavamos los platos. Cuando terminamos de organizar la vajilla en su puesto, Dante se giró hacia mi algo dubitativo.

– ¿Aun quieres ir a ver a Julián? –preguntó.

–Si, por supuesto.

–Entonces ve a ducharte, yo responderé un par de mensajes entretanto.

Asentí y me encaminé al baño mientras que Dante se dirigió al sofá con su teléfono. Tomé una ducha rápida bajo el agua fría y me vestí con un suéter manga larga y los usuales jeans y botas. Dante entró al baño cuanto me colocaba el pantalón y salió cuando empezaba a amarrarme los zapatos. Se vistió en tiempo record y me preguntó con la mirada si estaba listo. Asentí y nos pusimos en marcha al hospital, que tenía a algunos periodistas y policías en la sala de espera.

–Joder…–murmuré.

– ¿Pasa algo?

–Si me ven, van a querer hacerme preguntas, no vine aquí por la prensa, vine a ver al chico.

–Entiendo, trata de mantenerte fuera de la vista mientras que yo hablo con la recepcionista.

Hice lo que me pidió y me recluí en una esquina del pasillo mientras lo veía conversar con la joven que se sentaba detrás del mostrador. Bueno, en realidad estaba deslumbrando a la chica detrás del mostrador. La ví asentir y hablar por el intercomunicador antes de sonreírle a Dante. Él asintió y le devolvió la sonrisa para luego volver a donde yo me encontraba.

–Sigamos por este pasillo, del otro lado hay alguien esperándonos para llevarnos donde Julián –explicó mientras tomaba mi mano y guiaba nuestro paso.

Al final del corredor, nos encontramos con un enfermero que nos saludó y nos guió hasta el tercer piso, donde se encontraba la habitación de Julián. Allí, nos encontramos con una pareja de adultos con aspecto cansado. Ella, rubia y de tez clara, tenía los ojos verdes hinchados e irritados, señal de que había estado llorando por mucho tiempo; él tenía piel tostada y acariciaba los hombros de su mujer con la mirada ausente. Ambos levantaron la mirada en cuanto giramos la esquina y se pusieron de pie en cuanto estuvimos a unos metros de ellos.

– ¡Tú! ¡Tú salvaste a mi hijo! –exclamó la mujer mientras me estrechaba en un abrazo.

El hombre mantuvo una distancia respetuosa, pero asintió una vez hacia mí en agradecimiento.

–Yo…de nada –mascullé.

–Gracias. Gracias. Gracias –murmuraba ella como un mantra.

La alejé con delicadeza para mirarla a los ojos.

–No fue nada, de verdad. ¿Cómo está él? –pregunté.

–Enojado, no le gusta estar quieto demasiado tiempo, pero el doctor le ha mandado reposo absoluto por unos días –rió ella.

– ¿Podemos verlo? –preguntó Dante y le agradecí en silencio, yo no habría tenido el valor de preguntarlo.

– ¡Por supuesto que sí! –exclamó la madre de Julián con una sonrisa.

El hombre nos señaló la puerta donde encontraríamos a su hijo y nos invitó a que siguiéramos. Les agradecimos y nos dirigimos a la puerta, abriéndola con cuidado por si el chico dormía. Me asomé ligeramente y el ceño fruncido de Julián me devolvió la mirada, pero en seguida relajó el gesto y lo cambió a uno de sorpresa al notar quien entraba a la habitación.

– ¡Tú! –exclamó y luego hizo una mueca mientras se agarraba el costado.

–No te esfuerces –dije en seguida.

Estaba mucho mejor que la noche anterior. La hinchazón había bajado, pero los hematomas habían oscurecido. Podía notar, ahora que lo veía con más luz y menos adrenalina, que había sacado los ojos verdes de su madre pero que se parecía mucho más a su padre.

– ¿Qué haces aquí?

– ¿Quieres que me vaya? –pregunté algo dolido.

El chico se rió entre gestos de dolor y suspiros.

–Por supuesto que no, es solo…nunca pensé que volvería a verte de nuevo, pensé que había sido una alucinación solamente –negó con la cabeza.

– ¿Alucinación?

–Casi no podía ver por las lágrimas, todo era muy confuso, y tú parecías tan pálido, no podía ser real –explicó él con el ceño fruncido.

Dante ahogó una risa fingiendo una tos. Julián lo miró.

–Tú también estabas allí, ¿Cierto? –preguntó con curiosidad.

Dante se aclaró la garganta.

–Sí, llegué un segundo antes de que te desmayaras –respondió.

–Podía escuchar, aunque no lograba moverme, tú fuiste quien pidió ayuda –dijo Julián.

Dante asintió y el chico sonrió.

–Gracias, ustedes salvaron mi vida y ni siquiera me conocían –dijo.

–No te preocupes por eso, lo habríamos hecho conociéndote o no –dijo Dante.

El chico negó con la cabeza.

–Estás loco, parecías casi un animal de lo furioso que estabas, parecía que ibas a matarlas –relató Julián.

– ¿Un animal? –pregunté horrorizado.

–Para decir que no podías ver, has descrito bastante bien a Ángel –bromeó Dante.

Le di un manotazo en el estómago, pero siguió riendo.

–Lo siento –se disculpó el chico.

–No es nada, ¿Te sientes mejor? –pregunté.

Torció el gesto.

–Duele como el infierno, me golpearon realmente duro con un bate –respondió.

Lo miré perplejo.

– ¿Un bate? –pregunté incrédulo.

Julián me miró con sorpresa.

–Al menos tres de ellas tenían bates o tubos algo gruesos, el resto me golpeó a mano limpia –la rabia y el miedo se mezclaban por igual en su voz.

–No debes responder si es muy duro para ti –le dije.

–Tú mereces saber más que cualquier policía o periodista, no me molesta hablar de ello contigo –respondió.

Me rasqué la nuca algo incómodo, el chico me tenía casi en un pedestal y yo no quería eso.

Julián se rió.

–Eres bastante tímido, lo cual es gracioso si tenemos en cuenta que alejaste a un grupo de chicas armadas y con pensamientos terroristas de un callejón oscuro solo con tu expresión –comentó el ojiverde con diversión.

–Debimos traer a Jessie –comentó Dante–. Estoy seguro que se llevaría de maravillas con Julián.

Rodé los ojos. Hablamos con Julián hasta el mediodía, cuando la enfermera llegó con su almuerzo y sus medicinas, dándonos la señal de que habíamos agotado el tiempo de visitas.

–Espero que te mejores del todo, Julián –dije cuando nos íbamos.

–Gracias por salvarme la vida, Ángel, y gracias por venir a verme, al menos no moriré creyendo que eras una alucinación.

Le sonreí y me despedí con la mano al salir de la habitación. En la sala de espera, nos despedimos de los padres del chico, que nos agradecieron una vez más y salimos por el mismo pasillo por donde entramos, logrando evitar nuevamente a los curiosos reporteros.

No dijimos palabra alguna mientras nos dirigíamos a cualquier restaurante, no era necesario. Ver que Julián se mejoraba era gratificante, pero escuchar de primera mano la verdadera crueldad del grupo de extremistas nos había puesto los pelos de punta. Tenía el presentimiento de que ser cuidadoso no iba a ser suficiente.


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