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Nada está escrito por Lauradcala

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Pasaron diez días para que me dieran de alta del hospital, pero no recuerdo nada de ello. Sé que un dia dejaron que el efecto del sedante pasara y, cuando recobré mi consciencia, intenté escaparme de nuevo y no volvieron a despertarme, al menos hasta que mi condición no mejorase. La sangre fue drenada de mis pulmones y me suturaron la herida en donde estaba conectado el tubo, así que aun tenía que esperar que cicatrizase, además de que tenía que esperar que mis tejidos internos se recuperaran.

Antes de salir, un médico me explicó que Dante tenía razón, había perdido a mi hijo, pero esa era la razón por la que no había quedado estéril. Mi hijo me había dado una segunda oportunidad entregando su vida, aun cuando solo tenía un mes de haber sido concebido. La noticia no me hizo sentir mejor y me asignaron a un terapeuta para poder entender y superar lo que estaba pasando, ¿Pero cómo le dices a alguien que supere el hecho de que mataste a tu hijo? ¿Cómo decirle que todo estará bien cuando tendrás que soportar la carga por el resto de tu vida? ¿Cómo mirar a la cara a tu destinado cuando lo hiciste sufrir a él también? ¿Cómo seguir…?

Mi madre fue mi mayor apoyo, no separándose de mí ni un segundo, vigilándome de cerca y asegurándose de que estuviese bien. Bueno, bien en el sentido más estricto de la palabra, porque no lo estaba del todo. Mi llegada a la casa del hospital fue silenciosa, yo no hablé y mis padres desistieron de intentar una conversación luego de no obtener una respuesta de mi parte, así que solo me ayudaron a llegar a mi habitación, de donde no pensaba salir en un tiempo.

Una semana después del alta, mi madre me entregó una notificación de la universidad. Tendría la oportunidad de presentar mis exámenes en casa por hallarme incapacitado, así que tres días después, se me envió cada dia un representante que cuidase de que no hiciese trampa mientras yo ejercía mi derecho a obtener una calificación. Como si eso tuviese realmente una importancia para mí. La tercera delegada fue Jennifer, la asistente del director. El solo verla me produjo sentimientos encontrados.

– Hola, Ángel – sonrió.

– Hola… – murmuré.

Podía sentir como mis cuerdas vocales se oxidaban por la falta de uso.

– ¿Cómo te sientes? – preguntó.

– Bien…

– Siento mucho lo que te pasó, Dante me contó lo del ataque.

La miré sintiendo como el ácido llenaba mi estómago, pero no expresé nada.

– Si…– musité.

Creo que sintió mi molestia porque negó con la cabeza y su sonrisa tembló.

– Él te ama, Ángel, ¿Cómo no hacerlo? Son almas gemelas, solo… – pero no dijo más.

– ¿Traes mi examen? – pedí.

Ella asintió y entendió que no quería hablar más. Lo respetó.

Dos semanas después del alta. Mi madre subió con una bandeja de comida que apenas toqué y, cuando terminé, se sentó a mi lado y tomo mi rostro de las mejillas mientras las lágrimas bajaban por las suyas.

– Sé cómo te sientes, cariño – sollozó.

– Mamá…No… – murmuré.

Ella negó para que dejara de hablar y la escuchara.

– Luego de que nacieras…cuando tenías un año, yo… me dijeron que había logrado quedar embarazada de nuevo – confesó.

Tomé aire con fuerza, no lo sabía…Esto…Esto era totalmente nuevo.

Mi madre respiró un par de veces para calmarse y siguió.

– Mi cuerpo no soportó el esfuerzo y tuve un aborto espontaneo a mitad de la noche – continuó–. Luego de eso fui declarada totalmente estéril.

– Pero yo…mi nacimiento… – balbuceé.

– No mentimos con tu nacimiento, fue tal cual te contamos, pero aun habían probabilidades, luego de tu hermano, las probabilidades se redujeron a cero. Sé cómo te sientes, yo más que nadie sé cómo te sientes.

Limpió mis mejillas de las lágrimas que no sabían que estaban cayendo y me abrazó, besando mis cabellos y frotando mi espalda, dejándome desahogar en su hombro.

Dos semanas y media después del alta. Mis notas han llegado y aun no me explico cómo fue que me las arreglé para pasar todas las materias. Más aun, para pasar los exámenes. Parecía imposible que los ganara luego de contestar incoherencias que ni yo mismo comprendía. Pero lo hice, y oficialmente había terminado mi primer semestre de universidad. Oficialmente estaba de vacaciones.

Esa misma semana llegó un noticia que me alegró y me destruyó casi que por partes iguales. Adam, el hijo de Noah y Jeremy, había llegado al mundo en perfectas condiciones. Nos lo presentaron enviando una foto al chat con las buenas nuevas. En la imagen se apreciaba a Noah con el pequeño bulto de sabanas en brazos y, encima de éste, un pequeño oso café. El pequeño oso café. Lancé el teléfono al otro lado de la habitación y mi madre entró corriendo a mi habitación en cuanto empecé a gritar. Intentó consolarme, pero ella no sabía. Ella no lo entendería y yo no me molesté en explicarle, así que me refugié en sus brazos, pero no era suficiente. Ella nunca sería suficiente.

Tres semanas después del alta. Escuché ruidos en el piso de abajo, pero no me molesté en revisar que los provocaba. Voces acaloradas llegaron a mi habitación y decidí asomarme al rellano de las escaleras, al menos para comprender que pasaba.

– ¡¿Qué está haciendo él aquí?! – esa era la voz de Jessie.

– Ha venido cada dia desde que Ángel está en la casa – respondió mi madre.

– ¡Susan! – reclamó mi mejor amiga.

– Jessie, no podemos impedírselo, es su alma gemela – arrastró mi padre.

– ¡Eso no le importó cuando lo trató como si fuese una basura en el momento que más lo necesitaba! – exclama mi mejor amiga.

– ¡Jessie! – regañó mi madre.

– No, Susan, ella tiene razón…

Esa voz…Es…

Dante estaba aquí, en mi casa. Oír su voz después de tanto tiempo sin contacto alguno afectó mis nervios. Dios…como había añorado volver a verlo, volver a oírlo, volver a besarlo... Quería correr hacia él, pero no lo hice. Él de seguro no iba a querer verme, ¿O sí? No, él estaba enojado. Enojado conmigo. No podía molestarlo, no podía acercarme, no podía encontrarme con él.

Me asomé lo suficiente para lograr ver la escena sin ser notado. Mi mejor amiga, mis padres, Carlie y Dante están en la entrada. Jessie fulminaba a Dante con la mirada y mis padres actúan como mediadores. Carlie no se ve mejor tampoco.

– ¡Claro que tengo razón! ¡Eres un maldito cobarde! ¡No sé qué demonios pasa contigo y no sabes cuánto me arrepiento de haberte visto con buenos ojos! De no ser porque eres el alma gemela de Ángel, te juro que te mataría – rugió la castaña.

– No lo entiendes, Jess… – murmuró Dante.

– ¡¿Entender qué?! ¡Maldita sea! ¡Lo destruiste!

– No quise hacerlo…

– ¡Eres un maldito cínico! – interrumpe ella–. No lo mereces, el universo es un maldito sádico al entregarte a semejante chico para que tú juegues como se te da la gana con él.

– Yo…

Todos, incluyéndome, nos sorprendemos cuando Carlie se aleja de su rincón y le aterriza una sonora bofetada a Dante, quien no reacciona. Jessie la miró con morbosa satisfacción.

– Lo siento, pero no podía soportar más como nadie hacía nada – se explica la morena.

– Gracias, mi amor, me leíste el pensamiento, si no lo hubieses hecho tú, lo hacía yo – dice Jessie con una sonrisa.

– Estamos para complacer – respondió la otra.

Mi madre abrió la boca para decir algo, pero Dante la calló con una mano en su hombro.

– Vendré después y, por favor, no le digas a Ángel que estuve aquí – le dice a mi madre.

– Nadie tiene ganas de decirle que estuviste aquí – dice mi amiga con una sonrisa tensa, poco común en ella.

Mi madre le lanza una mirada y Jessie se cruza de brazos y desvía el rostro a otra parte. Dante le hace un gesto a mi madre que no alcanzo a ver y ella le responde con una expresión dulce antes de despedirlo. Cuando se va, mi madre se gira a la castaña con seriedad.

– Jessie, no espero que entiendas, pero al menos espero respeto de tu parte, ¡Tú no eres así! – regaña.

– ¡Y tú tampoco, Susan! Es que, ¿Cómo puedes permitir siquiera que pise esta casa? ¿Te das cuenta de que tu hijo casi se deja morir por él? – mi mejor amiga se muestra indignada.

– ¿Crees que eres a la única a la que le duele Ángel? ¡Soy su madre!

– ¡Pero Susan…! – insiste Jessie.

– ¡Basta! – Interrumpe mi madre–. Cuando conozcas sus razones, entonces podrás comprender las mías.

Jessie luce herida y se gira a mi padre buscando apoyo. Mi padre luce enojado y mira a la puerta con resentimiento. No ha dicho una palabra en presencia de Dante y sé que está enormemente enojado, más allá de su razón, pero él sabe algo que lo mantiene cuerdo. Mis padres me ocultan algo que se relaciona con Dante.

– Dominic… – suplica Jess.

Mi padre suspira y la mira con cansancio.

– Jessie, no creas que no nos sentimos como tú, pero no podemos hacer nada, solo podemos esperar que Ángel se recupere para que puedan arreglar todo esto.

Jessie se ríe sin una pizca de humor.

– Ángel no se va a recuperar de un dia para otro.

– No, no va a hacerlo, pero algún dia podrá mirar esta situación como un mal recuerdo y nosotros estaremos con él hasta que ese momento llegue – sentencia mi madre.

Mi amiga no replica más nada y, luego de una breve conversación acerca de mi estado, se marchó dejando a mi madre en brazos de mi padre. Subí a mi habitación y empecé a meditar la nueva información que tenía.

Cuatro semanas del alta. Me he dedicado a mirar las noticias. Las suturas han cicatrizado y mis órganos internos muestran mejoría. Mi terapeuta dice que me veo más animado, que parece que he encontrado algo que me motiva. Él parece alegrarse por ello, pero él no sabe que mi motivación es la sed de sangre que ha surgido en mi interior. Quiero venganza y la quiero rápido. No todo es mi culpa. Solo una parte es mi culpa.

El resto es de ellas. Ellas me hicieron esto. Ellas me separaron de Dante. Ellas me quitaron a mi hijo. Ellas tienen la culpa. Ellas deben pagar. Debo hacerles pagar.

A mi madre no le gusta que vea las noticias, dice que puede hacerme revivir cosas, así que me escabullo a la sala cuando ellos duermen, atando cabos con la información que pueda obtener. Creando estrategias para capturarlas. El problema es que son demasiado sutiles, y una parte de mí se asusta de vivir otro ataque.  Tengo que encontrar la manera.

Cuatro semanas y media del alta. Estoy en mi habitación cuando mi madre entra con una sonrisa indecisa. Me incorporé con lentitud y ella entra seguida de alguien más. Mi corazón dio un vuelco y mis manos empezaron a temblar, así que las oculté en medio de mis piernas, que se resistían al impulso de saltarle encima de inmediato. Aun así, mi cara permaneció inexpresiva.

– Ángel… – jadeó.

Mi madre apretó los labios y me observó un momento, pero no le devolví la mirada, no cuando tenía al dorado que había añorado tanto el último mes frente a mí. Ella murmuró una disculpa y se marchó, cerrando la puerta detrás de sí. Dante parecía confundido. Tomó la silla de mi escritorio y se sentó a un lado de la cama, mirándome a los ojos por momentos antes de desviar la vista a otro lado.

Lo sabía, seguía enojado conmigo. ¿Venía a gritarme de nuevo? Me lo merecía. ¿Quería reprocharme por haber matado a su hijo? Lo merecía. ¿No quería volver a verme? Lo merecía…

– ¿Cómo estás? – preguntó dubitativo.

– Estoy…mejor – respondí en el mismo tono.

Asintió y se recostó contra el espaldar de la silla, cerrando los ojos.

– Lo siento… – murmuró.

La sorpresa me golpeó directamente, sin amortiguador alguno, dejándome momentáneamente sin aire.

– ¿Qué…? – pregunté contrariado.

Abrió los ojos y ardieron en los míos. Me permití detallarlo en ese momento. Tenía ojeras tan pronunciadas que sus ojos parecían hundirse. Estaba más pálido que cuando enfermó y definitivamente estaba más delgado. La ropa, alguna vez a la medida, le colgaba como si fuese un perchero andante. No estaba bien. Dante no estaba bien. La realización de esto me descolocó.

– Fui un idiota, Ángel. Soy un idiota. Y no te pido que me perdones, no estoy aquí hoy para eso, si quieres más tiempo, puedo irme de nuevo y esperarte – soltó.

¿Tiempo? ¿Qué yo necesito tiempo? ¿Perdonarlo? ¿Por qué? Soy yo el que se equivocó. Soy yo el que no tuvo cuidado. Soy yo el culpable.

– Yo… – empecé, pero no fui capaz de continuar.

– Es…complicado, lo sé. Tú y yo somos la excepción a la regla, a toda regla – se rió sin gracia.

– No…

Suspiró audiblemente y arrojó unos papeles a mi regazo. Los tomé y los miré incrédulo. Eran unos billetes de avión con destino a Alemania. Lo miré con la interrogante en mi rostro.

– Vengo a reclamar mi premio de póker si tu estas dispuesto a concedérmelo – la súplica estaba presente en cada rasgo y nota de su voz.

Parpadeé y miré los boletos, luego volví a mirarlo a él.

– No puedo… – murmuré.

No podía irme. Tenía que seguir trabajando. Tenía que seguir planeando. Tenía que hacerles pagar por lo que nos hicieron.

Sus ojos se apagaron y se fue el último brillo que no había notado allí antes.

– Lo entiendo, necesitas más tiempo. Me alejaré por unos días más – dijo levantándose.

– ¡NO! – grité mientras intentaba alcanzarlo con mis manos.

<<No me dejes…>>

Frunció el ceño en confusión y ladeó ligeramente la cabeza.

– ¿No quieres que me vaya? – Negué con la cabeza–. ¿No quieres ir a Alemania? – asentí–. ¿Entonces por qué te niegas al viaje?

Volvió a sentarse y me miró con atención. Yo bajé la mirada a mis pulgares y comencé a jugar con ellos.

– No puedo… – murmuré.

– ¿Por qué? – su voz era suave.

– Tengo que planear…

– ¿Planear? ¿Estás haciendo planes? – asentí–. ¿Planes para qué?

– Atraparlas…

– ¿Atraparlas? ¿A quiénes? – su voz empezó a sonar urgente.

– A ellas…A las que mataron a mi hijo…A las que te alejaron de mí…

Silencio.

<<Lo arruiné…Me dejará de nuevo…Está enojado…>>

Me sobresalté cuando me vi rodeado en un abrazo y el olor a colonia inundó mi nariz. Me aferré a su camisa y me concentré en su acelerada respiración. Sus labios acariciaron mi cabello y noté que su mandíbula estaba tensa, al igual que sus brazos a mi alrededor.

– No te preocupes por ellas. Vámonos. Ven conmigo. Alejémonos de todo esto y déjame ayudarte. Déjame disculparme. Déjame dejar todo atrás – su voz se entrecortaba entre frase y frase.

– Pero…

– Sin peros. Deja que las autoridades se encarguen. Déjame ser tú y yo. Por favor…

<<Solos tú y yo…Por favor…>>

Escondí mi rostro en su pecho y asentí suavemente.

– Si…Solos tú y yo… Por favor… – murmuré.

– Gracias…

Por primera vez en semanas, sentí algo más fuerte que el dolor.

 


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