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Nada está escrito por Lauradcala

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Lo observé alejarse mientras sentía una presión en el pecho, como si alguien estrujara mi corazón.
Me dije a mi mismo que no tenía razón para sentirme así, si Dante no era mi alma gemela, no debía estar deprimido.
Pero lo estaba.
Para colmo, mi cuello aun ardía, por lo que mi destinado debía estar en este parque, pero no estaba de ánimos para ir en su búsqueda, por lo que me di media vuelta y regrese a mi casa.
Al llegar a mi hogar, pase de largo por la cocina para evitar que la sabiduría femenina de mi madre la hicieran percatarse de mi estado y me metí directamente a la ducha, donde dure largo rato, intentando que el agua fría calmara un poco mis emociones.
Cuando salí del agua, me pare en frente del espejo y revise mi marca, la línea curva se había cerrado y ahora formaba una D.
Golpe bajo, porque ahora sabía que esa letra no pertenecía al nombre de Dante.
Sacudí mi cabeza y aleje las locas ideas que amenazaban con nublar mi mente, me vestí con cualquier cosa y me senté en mi escritorio dispuesto a meterme en mis libros de estudios y dejar que mi mente se concentrara en otra cosa que no fuese el destino burlándose en mi cara.
De igual forma, mis exámenes de admisión para la universidad serian pronto y debía esforzarme más que cualquiera, al no saber que quería ser debía estar preparado para todo.
Estaba tan metido en mis apuntes que el golpe en mi puerta me sobresaltó.
Gire en mi silla al tiempo que el rostro de mi madre asomaba en mi habitación.
-No desayunaste al regresar cariño, ¿Te sientes bien?-pregunto con la preocupación marcada en su rostro.
-Si mamá, no te preocupes, solo no tenía hambre y preferí dedicarme a estudiar.
Ella entró y se sentó en mi cama, su mirada suspicaz me decía que sospechaba, así que gire mi silla para encararla.
-Ángel, te conozco, ¿De verdad no pasa nada?
-Estoy totalmente seguro mamá, digo, ¿No debería yo ser el primero en saber si me pasa algo?
Ella apretó los labios y no hizo más comentarios.
-Es hora de almorzar, ¿Vas a acompañarnos?-preguntó resignada, casi suplicando de que bajase a comer.
No pude negarme.
Le sonreí y le seguí al comedor donde mi padre ya había acomodado la mesa y esperaba por nosotros.
-¡Pero mira quien resucitó!-Exclamó mi querido progenitor con sorna.
-No empieces Dominic-Regañó mi madre.
-¡Pero si está por convertirse en vampiro! ¡Ya no quiere recibir la luz del sol!
Mi madre le lanzó una mirada de advertencia, pero sus labios luchaban por no formar una sonrisa.
Y me sentí mal.
Mal por mentirles, mal por ocultarles un secreto tan importante, mal por no hablarles de Dante.
Y también sentí algo de envidia, estaba terriblemente celoso porque yo deseaba tener algo como lo de ellos.
Mi madre me miró y forcé una sonrisa para tranquilizarla y me senté a almorzar con mi familia.
No me preguntes como, aun es un misterio para mí el cómo logré comer con semejante nudo en la garganta, a duras penas y lograba respirar.
Mis padres charlaban animadamente y prácticamente se olvidaron de mí, aunque a estas alturas ya estaba acostumbrado, debía ser cosa del amor esto de meterse en su burbuja e ignorar al resto del universo adyacente, lo que me hizo hundirme más en mi miseria.
Comí rápidamente, me levante de la mesa y, agradeciendo a mi mama por la comida, corrí a mi habitación ignorando los libros con los que hace poco había estado estudiando y lanzándome a la cama sin importarme si se dañaba la cama o yo mismo, no me importaba nada.
Me acosté sobre mi espalda y observe fijamente un punto aleatorio en el techo, tratando de poner mi mente en blanco y olvidar los estúpidos pensamientos que me estaban acosando los últimos días.
¿Por qué tenía que aparecer la estúpida marca en este punto de mi vida? ¡Yo estaba bien sin ella! ¡Yo estaba bien sin saber que había alguien por ahí destinado a amarme incondicionalmente! ¡Estaba bien sin saber que no iba a morir solo! ¡ESTABA BIEN!
Todo se había girado de repente, y empezaba a creer que en contra mía.
Puse una almohada sobre mi cara y resoplé con frustración, luego pensé que había sonado como un caballo y empecé a reírme a carcajadas, reí hasta que me dolió el estómago, reí hasta que no podía respirar, reí hasta que mis risas se transformaron en sollozos.
Joder, ahora estaba llorando, y yo no soy una persona que esté acostumbrada al llanto, pero no podía parar, ¡y se sentía bien!
Me sentía bipolar, ¿Cómo se puede pasar tan rápido de la euforia a la depresión? No lo sé, y no quería ahondar más en el tema.
En algún punto del desenfreno emocional me quede dormido, con la almohada sobre mi cara.
Durante mi siesta soñé.
Todo a mí alrededor estaba oscuro, no podía ver nada a mí alrededor, excepto la espalda de un hombre que estaba delante de mí, una espalda que, odié admitirlo, conocía bastante bien.
Alto, ligeramente bronceado y cabello negro con corte militar.
Era la espalda de Dante.
Empecé a correr en un intento de alcanzarlo pero por más que corría no lograba llegar a su lado, el aire me faltaba y sentía como mis músculos comenzaban a desfallecer, pero todos mis esfuerzos eran en vano, nunca logré siquiera acercarme.
Me desperté bañado en sudor y con la respiración agitada, sentía que algo debía deducir de mi extraña pesadilla, pero no sabía el qué.

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