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Razones por Maos

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— ¡No iras a verlo! —a Tom se le aceleró el pulso en cuanto escuchó a su madre gritándole con ese tono tan serio y molesto, y por un momento el rubio se quedó sin saber que decirle, porque pocas eran las veces en las que Simone perdía la paciencia de esa forma.

— ¡Pero mamá…! —le reclamó inseguro, sin poder terminar, porque ella lo interrumpió de nuevo, otra vez callándolo sin dejarlo explicarse, sin dejar que expresara nada de lo que estaba sintiendo. Y quiso llorar de rabia, por no poder sacar todo lo que lo estaba jodiendo, y por tener que guardarse todo ese dolor para él solo.

— ¡Te he dicho que no! —esta vez no quiso responderle, porque su madre enojada imponía, y le daba miedo la reacción que fuera tener contra él, así que apretó sus labios muy fuerte y pateó el suelo, sin saber cómo deshacerse de toda esa frustración que lo estaba consumiendo.

Por su parte, Simone salió de la habitación dando un portazo que hizo eco por toda la casa, y se quedó detrás de la puerta solo para escuchar como Tom gritaba enrabiado y golpeaba su escritorio de madera con los puños, y aunque esta vez poco le importó que su hijo hiciera berrinche, no pudo evitar sentirse mal por haberle gritado de esa forma tan brusca, pero es que no estaba dispuesta a ceder esta vez, y no existía nada que pudiera convencerla de cambiar de opinión.

Sintió el remordimiento unos segundos después, cuando los golpes bruscos de su hijo se volvieron en sollozos bajitos que le rompían el corazón, sin embargo, antes de que pudiera volver a la habitación a pedir disculpas, sintió como su celular comenzó a vibrar el bolsillo trasero de su pantalón, casi asustándola por la sorpresa.

Cuando miró la pantalla, un nudo se le instaló inmediatamente en la boca del estómago, apretó con fuerza el celular entre sus dedos y bajó las escaleras lo más rápido que pudo. Una vez abajo, deslizó el botón verde con los dedos temblorosos y se llevó el aparato al oído.

Escuchó el saludo escueto del otro lado de la línea, y una especie de nostalgia se le instaló en el pecho. — Mmm… No es un buen momento ahora… No, he discutido con Tom. —se puso la palma de la mano en la frente y negó apesumbrada—. Gracias… pero hoy no es un buen día… Gordon… Ya lo sé, te pedí disculpas ya… Necesito dedicarme a mis hijos ahora mismo...

Su voz se cortó al final y de pronto le ardieron mucho los ojos, hablar con Gordon solo le servía para derrumbarse otro poco; después de varios días y un par de charlas con el psicólogo de los gemelos, Simone había decidido hablar con él de nuevo, y le había pedido disculpas, pero no le había permitido volver a su vida, y en realidad no sabía por qué, pero en ese momento hablar con él le dolía y le pesaba demasiado. — No son tus hijos, y yo necesito estar bien con ellos… —se sorbió la nariz, sin importarle si Gordon la escuchaba mal, era lo que menos le preocupaba ahora—. Bill no quiere ver a nadie… No. Gordon, por favor… No, yo te lo diré ¿De acuerdo?... Tengo que irme… Gordon, tengo que irme… Adiós.

Y colgó.

 

Sabía que él no se merecía eso y que lo único que quería hacer era ayudarla, pero no podía lidiar con todo al mismo tiempo, ahora mismo su prioridad eran los gemelos, y no iba a permitir que un hombre volviera a distraerla de sus deberes como madre. 

 

Dejó el teléfono sobre la mesa de la cocina y se limpió el rostro con ambas manos, no era momento de llorar y autocompadecerse, así que simplemente ignoró todo el pesar que la estaba molestando y con un suspiro tendido se dio la fuerza necesaria para continuar con todo lo que debía hacer ese día. Subió las escaleras muy rápido, decidida, y no se detuvo a tocar la puerta de Tom, simplemente entró a paso lento y cuidadoso.

El adolescente le daba la espalda a la puerta, estaba acostado de lado, dormitando por todas esas emociones que lo habían dejado rendido. Simone caminó hasta llegar a su lado y se sentó en la cama, sintiéndose de pronto muy nerviosa y estúpida, pero no le dio muchas vueltas al asunto; con cuidado se recargó contra la cabecera y le paso una mano por las rastas, en un gesto muy maternal y tierno, pero para su sorpresa, a Tom no pareció importarle nada, porque no reaccionó de ninguna manera ante su tacto, y eso solo la hizo sentirse peor.

— Tom… —se detuvo a pensar en sus palabras un momento, no quería hacer que esa charla se volviera tediosa, así que decidió ahorrarse la mayor parte del discurso y solamente sacó lo más importante—. No puedo dejar que vayas a verlo…al menos por ahora, ¿lo entiendes? —el menor que hasta el momento parecía ignorarla simplemente asintió, aunque en realidad no lo entendía, no es como que su padre pudiera hacerle algo, ni siquiera había despertado, pero ya no dijo nada, no quería pelear de nuevo—. Esto es muy difícil cariño… y Bill nos necesita…

— Lo sé… —susurró con la voz adormilada y rasposa. Bill era lo más importante, eso lo sabía perfectamente, quizás hasta mejor que su propia madre.

— No podemos estar discutiendo todo esto delante suyo ¿entendido? —Tom asintió de nuevo, no tenía ganas de hablar, no sabía si era por la molestia o el cansancio, pero su voz no estaba dispuesta a salir en ese momento—. De acuerdo… perdóname por haberte gritado ¿Sí?… Sabes que te quiero mucho, ¿verdad? —y de nuevo asintió, y Simone, aunque dolida, no se sintió con derecho de pedirle algo más. Se acercó lentamente y le dio un beso en la mejilla—. Bueno, ve a lavarte el rostro, nos vamos en 20.

Su madre se levantó y lo dejó solo en la cama de nuevo. Y antes de que saliera, Tom alzó la voz. — Mamá… —ella se giró para mirarlo y el apartó la mirada—. ¿Podemos llevar a Pumba?

La castaña suspiró y asintió. — Pero tienes que llevar una cobija para los asientos, que no quiero que todo se llene de pelo.

Y Tom sonrió de solo pensar en lo feliz que se pondría Bill de ver al perrito.

 

***

 

Bill iba a recibir el alta ese mismo miércoles por la tarde, casi dos semanas después de ser ingresado al hospital; los resultados por ITS habían salido negativos y las puntadas en su brazo izquierdo estaban sanando correctamente, parecía que todo estaba marchando bien con él, a excepción del problema con su bajo peso y la anemia, todo lo demás estaba en orden, y en todo caso, los problemas físicos que Bill presentaba no tendrían que ser estrictamente tratados dentro del hospital.

Por otro lado, Schell no había estado de acuerdo, en un inicio, con la decisión de dejarlo salir. Bill no estaba estable mentalmente, y si no se le mantenía constantemente vigilado corrían con el riesgo de que intentara lastimarse a sí mismo de nuevo, además, las terapias con él no estaban funcionando como deberían, el menor no había estado poniendo de su parte en ningún momento y no estaban avanzando, por eso Miranda, una de las psicólogas del hospital, se había ofrecido a tratarlo por él, pero Schell se había negado a ello, él sabía que Bill sólo necesitaba un poco más de tiempo, después de todo, no era fácil procesar todas las cosas que estaba viviendo tan rápido.

Incluso, en algún momento, Schell había considerado transferirlo al área de psiquiatría para mantenerlo en un ambiente más controlado, y así brindarle una mejor y especializada ayuda, pero al final había decidido que no. Bill no necesitaba estar encerrado y aislado, él necesitaba estar con su familia, y necesitaba con urgencia volver a la normalidad, aunque fuera de a poco, y por eso después de pensarlo mucho, había firmado los papeles del alta.

Esa mañana el médico había decidido intentarlo una vez más, por eso se dirigió a la habitación 212 en cuanto llegó al hospital, ni siquiera llevaba puesta la bata, sólo el mono azul que le obligaban a llevar debajo.

 

Cuando abrió la puerta ni siquiera le dio tiempo de reaccionar, su cerebro solo captó el gruñido que salió por los labios de Bill y la exclamación de sorpresa de alguien que no logró ver, porque cinco segundos después, ya tenía la ropa empapada de líquido rojo y caliente. Lo primero que pasó por su mente, fue que esa mancha no iba a salir rápido, lo segundo, fue que Roger, su esposo, definitivamente no iba a querer lavarlo.

 

Suspiró largo y luego se limpió las gotitas de sopa que le habían caído en la cara, cerró los ojos un momento y se permitió pensar que ese había sido él recibimiento más cálido que Bill le había dado hasta ahora; después se acercó hasta la enfermera que estaba del otro lado de la habitación para susurrarle algo en él oído, ella asintió y le recogió la bandeja a Bill para que no pudiera lanzar algo más y luego salió de la habitación sin decir nada.

 

— Es la segunda vez que uso este mono Bill, la mancha no va a salir fácilmente. —su tono era muy calmado, Schell solo intentaba calmarlo, porque parecía que el niño iba a desmayarse por el miedo que sentía, estaba pálido y tembloroso. El mayor sintió como el corazón se le apretujaba un poco en el pecho, él sabía que Bill esperaba alguna clase de reprimenda con gritos y golpes, y eso solo hizo que quisiera ayudarlo con más ganas.

 

— No tienes que poner esa cara ¿eh?, no es nada que no se pueda quitar con varias horas de lavado a mano —se rio de su propio chiste, intentando que Bill se relajara un poco, pero el chico se mantenía rígido y sin levantar la mirada—. De acuerdo, Bill, no estoy molesto, relájate.

— Lo l-lamento… —el mayor suspiró, y se pasó una mano por el rostro, Bill levantó la mirada, aun asustado, y entonces la idea de pasarle el caso a Miranda cruzó por su mente.

— Muchacho, hoy vamos a hablar de algo muy importante. —Schell intentó distraerlo. El pelinegro se mordió los labios, odiando a su cuerpo por no poder controlarse, no podía evitar que las manos le temblaran, la experiencia le gritaba que alguien iba a lastimarlo, y el miedo de que eso pudiera suceder no lo dejaba en paz—. Bill, si no te calmas voy a tener que sedarte, y el alta se verá anulada inmediatamente.

El muchacho dejó de temblar casi mágicamente y levantó la mirada asombrado. — ¿Voy a salir?

— No si sufres un ataque de pánico.

A Bill le entraron muchas ganas de llorar de pronto y sintió que realmente iba a sufrir un ataque de pánico. Él no quería salir de ahí, es decir, obviamente quería largarse de ahí, odiaba estar metido en ese horrible lugar con toda esa gente hostigándolo, pero no quería volver a casa, le aterraba volver a ese lugar, lleno de malos recuerdos, y además, no quería estar a solas con su madre y hermano. No iba a lograrlo.

— Oye, mírame, ¿Qué pasa? —algo que a Schell le agradaba, era que Bill no solía ser insolente y violento con él, en general siempre se portaba muy bien, cosa que no era para sorprenderse, pues era de suponerse que el chico iba a moderarse delante de una figura masculina tan imponente como la suya

Otra cosa que lo hacía querer continuar con él, era que después de cierto momento, el pelinegro comenzaba a hablar, nunca de lo que había sucedido con su padre, pero si de lo que lo molestaba cuando estaban en sesión, de esos sentimientos que le apachurraban el pecho hasta dejarlo sin aire.

— Bill, háblame. —pidió cuando noto que el chico comenzaba a morderse los labios con saña. Bill entrelazó sus huesudos y fríos dedos con ansiedad y su estómago se apretó por los nervios.

— N-No quiero salir. —su voz era pura angustia.

— ¿Por qué no?

— Porque no… No quiero…

— ¿Prefieres quedarte aquí encerrado? —preguntó sabiendo ya la respuesta.

— No…

— ¿Entonces?

— No quiero volver a casa con mamá y Tom. —se rasguñó las palmas y apretó la mandíbula con los ojos quemándole—. No quiero estar con ellos… Y ellos no me quieren ahí.

— ¿Ellos te dijeron eso?

— No. Pero se ve… m-mi mamá n-nuca viene y Tom… él… —no supo como continuar y se talló los ojos.

— ¿Él? Él pasa todos los días aquí Bill, tu eres quien no lo deja estar a tu lado, ¿Por qué crees que él no te quiere en casa? —el menor apretó los labios en una línea y se apretó la muñeca vendada con mucha fuerza.

— Él no va a quererme ahí… c-cuando sepa… mmm… —se frotó las manos una contra otra y negó con mucha fuerza—. Le daré tanto asco que no querrá verme nunca más…

— Bill…

— ¡No! Yo lo se… —respiró hondo y dejó salir el aire lentamente para mantener la calma—. Se molestará tanto conmigo… ¿Cómo voy a explicárselo? —susurró y se cubrió los labios como solía hacer siempre que quería llorar muy fuerte, era algo que estaba condicionado a hacer, Jörg odiaba cuando Bill lloraba muy fuerte, así que el mismo le había enseñado a mantenerse callado.

— Bill, ¿En verdad deseas quedarte más tiempo aquí? —su pregunta no iba del todo con la situación, pero si insistía, era muy probable que su mente no lo resistiera, y Schell en verdad deseaba que Bill pudiera salir, no solo para que su vida comenzara de nuevo, si no para que se diera cuenta de que su familia en realidad estaba allí para él, aun si su mente le gritaba mil veces que no.

El menor negó, suspirando como un niño pequeño cuando acaba de llorar, y es que en realidad eso era, Bill no era mas que un niño profundamente lastimado, que necesitaba mucha ayuda.

— ¿Confías en mí? —Bill negó después de unos segundos, su mente le gritaba que dijera que sí, pero no quería ser un mentiroso. Schell suspiró—. ¿Ni un poco?

— Mhum… S-Si…

— Entonces… ¿Qué te parece si vas a casa con Tom y tu madre y con esa poquita confianza que me tienes, me prometes que si te sientes mal ahí me hablaras para que pueda ayudarte?

El menor intentó respirar profundamente, y cuando se sintió un poquito más calmado asintió, aun cunado no estaba muy seguro de si iba a hacerlo o no. Pero se sintió un poquito menos asustado que antes y eso lo reconforto mas de lo que hubiera imaginado.

— Bien, entonces, ¿le hablamos a tu madre para que venga por ti?

— Si…

 

***

 

Simone había dejado a Tom y a Pumba en el auto, porque por obvias razones, al perro no iban a dejarlo pasar, así que con cierta ansiedad se dirigió a la recepción, donde le dieron un montón de hojas que hubo que firmar; luego pasó a charlar con el medico de Bill, el doctor Heber, que le dio un breve resumen del estado físico de su hijo. Le surtió una receta con un par de analgésicos, un antiséptico y una hoja con instrucciones explicitas de cómo cambiar un vendaje.

Después toco ir al despacho de Schell, donde hablaron de los cuidados de Bill, cosas como no dejarlo solo, mantener objetos riesgosos lejos de su alcance, pero sobre todo tenerle paciencia, darle su espacio y brindarle todo el apoyo posible.

— Bill está muy nervioso Simone, él aun no sabe que Tom está al tanto de su situación, y por el momento es mejor que no lo sepa, así que este tema debe ser tratado con la mayor delicadeza posible. —la castaña asintió con un suspiro y el hombre le dio un apretón reconfortante en el hombro—. Todo va a ir bien, solo no lo presionen, él va a hablar con ustedes cuando se sienta listo.

— Lo sé… solo que no sé como debo tratarlo… él parece odiarme tanto…

— Te aseguro que no lo hace, solo debes esperar… esta situación es difícil para todos Simone, si tu te derrumbas ellos van a caer contigo, recuérdalo. —la mujer asintió, de pronto más estresada que antes—. Ninguno de los dos debe faltar a las sesiones, por ningún motivo. Es posible que Bill no quiera venir, de ser ese el caso, deben llamarme, pero es importante no aislarlo, el ahora mismo esta asustado de todo, pero si se le sobreprotege las cosas pueden ponerse mucho más difíciles. Dejarlo salir ahora es un arma de dos filos, tanto puede ayudarlo como puede perjudicarlo, así que intentemos hacer todo bien ¿Ok?

— Está bien doctor…

— No luzcas tan asustada Simone, eres una mujer fuerte. —ella asintió, soltando todo el aire en sus pulmones, no estaba segura si se lo decía porque en verdad lo creía o porque quería hacerla sentir mejor—. Oh, casi lo olvido. —el mayor le tendió una receta amarillenta y ella la tomó—. Ahí vienen todas las indicaciones y medicamentos que Bill debe tomar.

— De acuerdo.

Cuando finalmente llegaron a la habitación del pelinegro, él ya estaba vestido con la ropa que Simone le había llevado, una de las enfermeras le había recogido la mochila en cuanto llegó al hospital y se la había hecho llegar a Bill.

Llevaba un pantalón deportivo negro y una playera blanca si estampado, Schell le pasó la chamarra que hacía juego con el pants cuando él estuvo de pie.

— ¿Listo? —el menor asintió muy levemente, con el semblante serio y sin atreverse a mirar a su madre a la cara—. Perfecto, siéntate… ya sabes, protocolo.

Bill tomó asiento en la silla de ruedas y dejó que su cabello le cubriera el rostro mientras recorrieran el hospital, en el último tramo escuchó como su madre se despedía del doctor, y segundos después, el viento ya comenzaba a despeinarle el cabello.

Sintió una mezcla entre ansiedad y calma, extrañaba tanto estar fuera, pero a la vez le daba tanto miedo… suspiró tendido y cerró los ojos un momento.

— ¿Puedes caminar hasta el auto cariño? —la voz de su madre lo hizo dar un salto, el asintió levemente y se levantó con mucho cuidado—. Bien… ¿Te ayudo?

Bill estuvo a punto de negarse, pero se sentía tan expuesto y vulnerable, que sin decir nada, se aferró a la manga del suéter de su madre. Ella no dijo nada, solo sintió un profundo alivió, y se permitió pensar que las cosas podían salir bien.

Cuando llegaron al automóvil, Tom salió a tropezones por la puerta trasera, con Pumba en brazos, quien luchaba para soltarse sin éxito, estaba tan emocionado de ver a Bill después de tanto tiempo, que inmediatamente al verlo, comenzó a chillar para que lo bajaran y lo dejaran correr hacia su dueño.

Cuando Bill lo vio Tom esperó ver esa sonrisa radiante que siempre le daba al bulldog, pero lo único que vio fueron las lágrimas que a Bill se le escaparon sin aviso. El rubio lo soltó, preocupado por su hermano, y entonces fue cuando Pumba corrió hacia él y Bill se acuclilló para abrazarlo y llenarlo de besos.

Era la primera vez en mucho tiempo que el pelinegro sentía esa emoción en el vientre y el pecho, se limpió la cara y le susurró muchas cosas inaudibles en las orejitas que se movían alegres. Tom suspiró aliviado cuando lo vio sonreír poquito, por un momento pensó que había hecho sentir mal a Bill y se había sentido fatal.

— Tom insistió en traerlo, creyó que iba a gustarte la sorpresa… —la intervención de su madre hizo que Bill levantara la mirada. Sus ojos se detuvieron en la cara esperanzada de Tom, pero desvió el rostro casi inmediatamente después y se escondió detrás de su cabello de nuevo, al mayor se le rompió el corazón en ese mismo instante.

Bill tomó al perro en brazos con mas dificultad de la que recordaba y esperó a que su madre le abriera el auto. Cuando estuvo dentro ni siquiera se giró a mirarlos, su madre cerró la puerta y le acarició la mejilla húmeda a Tom.

— Dale tiempo… —le susurró y el se alejó de su tacto, molesto y dolido.

Simone se dio la vuelta con pesadez y se metió en el asiento del conductor, Tom tomó el del copiloto y cerró con un portazo que asustó a Pumba. Se limpió la cara y se negó a mirar atrás, porque estaba muy triste y no quería ver el rechazo en los ojos de Bill de nuevo, ese día no. 

Ese día no podía.

Notas finales:

Quiero pedirles unas disculpas gigantes por la tardanza... en verdad espero que les guste el capítulo.

Que tengan un lindo día.

Con mucho cariño, Maos.


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