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Razones por Maos

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A Bill le habían fallado ya demasiadas veces como para permitirse volver a confiar en alguien ciegamente, y lo tenía bastante claro, aplicaba para todos; era por eso que, por más grande que fuera el amor que sentía por su hermano, este no bastaba para que pudiera sentirse completamente a salvo a su lado, y por más que su corazón le gritaba que lo hiciera, su mente replicaba y no se lo permitía, no podía confiar en Tom tan fácilmente. Al menos ya no.


Y no es que temiera que su hermano fuera a dañarlo físicamente o algo por el estilo, él sabía perfectamente que Tom jamás iba a lastimarlo de la misma forma en que su padre lo había hecho, o que nunca lo trataría como los chicos que lo acosaban y se burlaban de él en el colegio. El problema con Tom, era precisamente ese, que era Tom, y él podía dañarlo de formas mucho más profundas y dolorosas que cualquiera con tan solo decir una palabra, y a veces, lo hacía sin siquiera darse cuenta.


Además, Bill ya no tenía la seguridad de que Tom lo atraparía si él se dejaba caer en sus brazos. No sabía si podría sostenerlo o si todavía quería hacerlo, y no se atrevía a arriesgarse, ya estaba demasiado lastimado como para querer intentarlo. Le tenía un miedo casi paranoico a que Tom fuera a abandonarlo completamente, que se cansara de sus arranques, de sus berrinches, de sus miedos, de sus lágrimas, de todo él.


En su mente no cabía la posibilidad de que Tom quisiera lidiar con todo el desastre que llevaba dentro, nadie quería cargar con problemas que no eran suyos y mucho menos con temores estúpidos; a nadie le importaba si le daba miedo la obscuridad porque en ella le habían ocurrido cosas horribles, era un adolescente y era absurdo que necesitara una luz de noche para no orinarse del terror; nadie quería saber lo horrible que le resultaba mirarse cada día en el espejo y ver que la persona frente a él era solo el resultado de cientos de abusos que habían acabado con su esencia. Que era el muñeco de su padre, condicionado a hacer solo lo que a él le gustaba, a replicar las conductas que le había tatuado a golpes.


 


"No comas tanto..." "No uses eso..." "No veas eso..." "Péinate de esta forma, píntate de esta otra" "No hables" "No llores..." "Pon buena cara"


De solo pensar en todas esas cosas, todas esas ordenes que no lo dejaban tomar una maldita decisión en su vida, le daban ganas de ponerse a gritar, de salirse de su cuerpo y botarlo, de conseguirse otro, uno completamente distinto, uno más bonito, uno nuevo, uno que él pudiera moldear a su gusto, que no tuviera cicatrices en todas partes, y sobre todo, que no estuviera manchado por las asquerosidades de su padre.


Para Bill no había manera de que alguien pudiera entender lo mucho que se odiaba, y mucho menos había forma de que Tom entendiera que él ya no era él, que el Bill que había crecido con él, se había muerto el día en que su padre lo había violado por primera vez, y que todas las veces posteriores a esa habían servido para que el Bill de su padre tomara todo de él y lo convirtiera en esa persona horrenda y destrozada que no podía ni mirar a alguien a los ojos por temor a que lo molieran a golpes. Su hermano no podría entender que él no volvería a ser el niño que se reía por banalidades, o el niño amoroso al que le encantaba demostrar su afecto con abrazos y besos. El chico confiado que hablaba a montones y amaba ser el centro de atención ya no existía, no regresaría jamás, y no estaba seguro de si Tom podría soportarlo.


Bill sabía de antemano por qué su gemelo anhelaba en arreglar las cosas con él, entendía perfectamente lo que Tom quería, entendía cuál era su razón de seguir insistiendo incluso cuando él lo trataba tan grosero y evasivo, y lo sabía porque era lo mismo que él quería de Tom, la diferencia radicaba en que él ya no podía dárselo, estaba demasiado roto como para tratar de ser el hermano que el rubio necesitaba, el hermano que merecía... y eso lo jodía tanto, que había noches en las que no podía ni conciliar el sueño por pensar en ello.


En ocasiones, en sus ya comunes noches de insomnio, le gustaba pensar y creer en lo que Schell le decía en las sesiones semanales que tenían, le gustaba imaginarse un escenario en donde él y su familia se volvían increíblemente felices y todo el dolor que estaba sintiendo en ese momento se esfumaba mágicamente de su cuerpo y no volvía nunca. Que él y Tom volvían a ser los gemelos simbióticos de los que su madre siempre presumía, y que nada ni nadie en el mundo los separaría de nuevo.


Sin embargo, la realidad le llegaba de golpe y se encargaba de terminar con cada rastro de esperanza que sentía. Su vida no se iba a volver perfecta de la noche a la mañana y seguramente cargaría con todo el trauma y dolor por el resto de su existencia, y no quería eso, no quería sentir ese dolor sofocante nunca más, no quería sentir ansiedad, ni culpa, ni miedo, pero por como pintaban las cosas, parecía que las sentiría por siempre.


Y a pesar de eso, a menudo se encontraba a si mismo queriendo contarle todo lo que sentía a Tom, aun cuando sabía que eso podría empeorar las cosas; quería ir corriendo a su lado para explicarle porque era tan frio y grosero con él, el por qué de no dejarlo acercarse incluso cuando era lo que más necesitaba en esos momentos. Quería que supiera que lo quería con el alma y que en serio deseaba estar a su lado, que no quería que sufriera por su culpa, pero nunca se atrevía a hacerlo, era un maldito cobarde, un niño miedoso que prefería quedarse callado, aunque eso supusiera morirse por dentro.


Pero algo había cambiado esa mañana, ese mismo día, justo en el momento en que Tom lo sostuvo cuando se estaba derrumbando sintió que no estaba completamente solo, y ese breve instante fue lo suficientemente fuerte como para demostrarle que quizás estaba equivocado, que tal vez, si lo intentaba, las cosas podrían marchar diferente. Que a lo mejor Tom si podría con todo lo que estaba pasando y que tal vez el no estaba tan perdido y roto como creía.


Se estaba aferrando con ganas a ese pequeño hilo de esperanza, y por eso mismo estaba ahí, haciéndose el valiente, fingiendo que ese dolor angustioso en el vientre no existía y que en cambio todo estaba perfecto. Se estaba tragando todo el miedo que lo había estado atormentando durante meses, y solo por una razón, por una persona, la persona más importante de su vida: Tom.


Se encontraba sentado en la cama deshecha de su gemelo, con la espalda recargada contra la cabecera y las piernas recogidas y pegadas al pecho, tenía los brazos alrededor de ellas, aferrándose con toda la fuerza que tenía. Se había cubierto con una sábana hasta el cuello, esperando encontrar un poco de confort entre las cálidas fibras de la tela, sin embargo, estaba sintiéndose helado, y eso que el clima no era para nada frío.


Los ojos aún los tenía rojos e hinchadísimos por el reciente llanto, las lagrimas secas aún se le notaban por las mejillas y la voz se le atoraba en la garganta por el enorme nudo que se le había formado en ella. Bill no era bueno expresando sus sentimientos, ni sus dolencias, ni nada que tuviera que ver directamente con él y su persona, él odiaba hablar de sí mismo en cualquier aspecto, por eso no hablaba con casi nadie y se mantenía al margen, esperando pasar desapercibido, así era más fácil lidiar con su vida. Y a pesar de ello, en ese preciso momento estaba luchando contra él mismo, queriendo liberarse aunque fuera un poquito de toda esa mierda que iba cargando, pero estaba tan tenso y estresado por el momento, que no podía ni concentrarse en lo que quería decir.


Tom por su parte estaba en la misma situación que el pelinegro. Los nervios se lo estaban comiendo vivo, pero a diferencia de su hermano, él no estaba tan aterrado como para paralizarse, así que tomó la iniciativa y se subió a la cama con él, con mucho cuidado, esperando que el movimiento en el colchón no fuera a exaltarlo. Se sentó justo a su lado, con las piernas extendidas por encima de las mantas para no incomodarlo más y recargando la espalda en la cabecera.


El rubio dejó salir un suspiro nervioso, tenía a su gemelo justo a su lado, podía ver su rostro perfectamente, sus cabellos totalmente desordenados y negros, porque se negaba a mantener su color natural por alguna razón que él no lograba averiguar. No sabía que debía decirle exactamente, hacía mucho que no mantenía una conversación con su gemelo y era muy extraño. Bill no había querido hablar con nadie después de haber recibido el alta, no le dirigía la palabra más que a su madre, y eso era en contadas ocasiones. Con la única persona con la que había logrado abrirse un poquito más era con Schell, su psicólogo, pero desde que se había enterado de que él le había revelado, sin ningún permiso, su secreto a Tom, toda confianza se había desvanecido y las cosas habían vuelto a ser como al principio.


Eso inevitablemente también había jodido el poco contacto que el menor había mantenido con el rubio al principio, porque a pesar de que Bill se negaba a dirigirle la palabra por un millón de razones que solo él conocía, no se rehusaba a pasar el tiempo a su lado. En un inicio su relación como gemelos había cobrado un poco de vida, llevaban una extraña dinámica silenciosa que los tenía progresando de poco en poco, pero de un momento para otro todo se había ido al demonio, y Tom ni siquiera se había enterado el por qué.


Y aún así, allí estaban, muriéndose de nervios y ansiedad, pero al mismo tiempo, intentando con todas sus fuerzas que eso resultara, porque ya no podían seguir separados ni un maldito segundo más.


 


— Perdóname... —el primero en romper el tenso silencio fue Bill, con la voz cortada y bajita; Tom lo miró sorprendido y casi extasiado, era la primera vez en muchísimo tiempo que Bill le dirigía la palabra. Sin embargo, esa no era lo que esperaba escuchar de él, ni por asomo...


 


— ¿Perdonarte por qué Bill? —lo miró con el corazón golpeándole con fuerza en el pecho, no se suponía que fuera así, él era quien debía disculparse, no su hermano. Bill no tenía la culpa de nada, el no había sido el hermano de mierda que había hecho la vista a un lado, dejando al otro vivir un infierno.


Bill iba a comenzar a hablar de nuevo, pero le ganó el sentimiento y se echó a llorar de nuevo, sin la misma intensidad de antes, pero con la misma carga de sentimientos revueltos; escuchar la voz de Tom con ese tono dulce y comprensivo le había tomado por sorpresa, él estaba esperando hostilidad y enfado, incluso odio, y escuchar que le hablaba tan bonito le quitaba un peso enorme de encima, era como si de pronto pudiera respirar un poquito mejor.


Se paso los dedos por los ojos quitando el exceso de lagrimas y suspiró tendido, tenía muchísimas ganas de abrazarlo, pero no quería ser molesto y mucho menos quería arruinar el momento.


— Lo siento... lo siento mucho...


— Bill, no te disculpes... Dios, es que tu no tienes que disculparte por nada... —se llevó las manos a la cara negando. No se suponía que sería así.


— Tom...


— Bill, escúchame...


— Tom no... t-tienes que saber q-que yo... mmm... —se llevó una mano a los labios cuando sintió que le temblaban un montón, pasó saliva con fuerza y respiro varías veces ante la mirada preocupada del rastudo—. Y-yo no sé que te dijo Schell... pero... Tom, te juro q-que y-yo no quería nada de lo que... hacíamos... —susurró terriblemente avergonzado, con una humillación enorme en el pecho por estar reconociendo el abuso frente a su gemelo—. Tom... te lo juro...


El rubio le tomó las manos temblorosas sin pensarlo, a Bill lo tomó por sorpresa, no esperaba aquello, no esperaba que Tom quisiera tocarlo aun cuando sabía que había mantenido relaciones sexuales con su padre por años y no había dicho nada, de hecho, esperaba que se lo echara en cara, que le reclamara y le preguntara porqué no se lo había contado... y en su lugar estaba siendo tan comprensivo y atento que lo hacía sentirse peor, por haber desconfiado de él. Tom por su parte, se sintió horrible al escucharlo decir eso.


— Cielos, yo lo sé Bill... yo sé que no querías... ¡Mierda! perdóname por no darme cuenta... —el sollozó le salió sin poder detenerlo, necesitaba que Bill le dijera que lo perdonaba, porque era lo que mas le atormentaba, no haberse dado cuenta del abuso cuando prácticamente lo hacía en su cara—. Perdóname por ser tan horrible contigo y dejarte solo ¿si?... por no protegerte... por culparte y orillarte a... a lastimarte a ti mismo... ¡Por favor perdóname!


Tom se quebró frente a él y se echó a llorar muy fuerte, desconsolado... El pelinegro nunca lo había visto llorar de esa forma, ni siquiera cuando su padre lo golpeaba de niño, y no sabía cómo debía reaccionar, no sabía como consolarlo, y escucharlo tan mal solamente le hacía querer llorar también, porque todo eso era demasiado para ambos y no tenían ni la más remota idea de como hacer para que todo eso parara, para que todos los problemas que tenían encima desaparecieran y los dejaran en paz.


— ¡No lo hagas de nuevo...! —pidió desesperado, con la voz hecha mierda por el llanto—. Por favor, por favor no me dejes solo nunca... No puedo hacerlo sin ti Bill...


Bill se cubrió los ojos y se mordió el interior de las mejillas, escuchar a Tom tan mal por esa estúpida decisión que había tomado lo hizo sentirse realmente mal, el cuerpo le tembló sin control y se alejó de él unos centímetros, con los nervios al tope y la presión tan alta que se sentía mareado. Nunca se había atrevido a hablar del intento de suicidio con nadie, no quería pensar en ello, porque le daba miedo el darse cuenta de que eso era lo que quería con cada vez más ganas. Matarse y dejar de sentir.


Solo que ahora, viendo a Tom tan deshecho por ello, le hacía ver el verdadero daño que causaba con sus acciones, lo que sus decisiones le habían hecho a su familia, lo que le habían hecho a Tom... y entonces recordó que no era solo él, que eran ambos, que cada cosa que hacía uno, le afectaba al, recordó sobre todo, que siempre se habían considerado como uno, y se dio cuenta de que nunca habían dejado de serlo, solo lo habían olvidado... y no volverían a hacerlo.


***


Simone estaba recargada contra la barra de la cocina, con la mirada perdida y las manos heladas sosteniendo una taza de té. Su cara y cuerpo eran un desastre, ella aun llevaba el piyama puesto y sobre él un abrigo viejo y descolorido. Gordon la miraba desde la mesa, serio y tenso, estaba molesto y al mismo tiempo preocupado, y no tenía idea de como comenzar una charla civilizada con ella.


— ¿Está todo bien? —la mujer parpadeó varias veces y luego lo miró directamente a los ojos, parecía perdida. Algo definitivamente no estaba bien, pero no era como si no lo supiera, en esa casa nunca nada estaba bien—. ¿Simone? ¿Qué sucede?


— Gordon, no puedo hacer esto ahora mismo...


— ¿Y tu crees que yo sí? —el pelinegro quería mantenerse calmado, porque la situación no era para ponerse a pelear, pero era inevitable que el coraje se le escapara en las palabras, ella se mordió el labio inferior y asintió, dándole la razón.


— Se que estas molesto conmigo... pero puedo explicártelo...


— No me interesa Simone, ¿Qué no lo entiendes? Te fuiste de la casa en medio de la madrugada y dejaste una nota que solo decía "Me voy, cuida a los niños" —ella lo miró avergonzada, no estaba orgullosa de eso— ¿Qué demonios estabas pensando? ¡¿Ibas a abandonarlos?!


— ¡No! ¿Cómo puedes pensar eso? —su rostro se deformó en indignación—. No haría eso nunca...


— ¡¿Entonces por qué mierda lo hiciste?!


— ¡No lo sé! Dios... lo lamento... necesitaba pensar... despejarme... ¡esto es demasiado para mi sola Gordon!


— ¡Pero no estas sola! —esta vez casi gritó, desesperado por hacerla entrar en razón— ¿No me ves acaso? ¡Estoy frente a ti!


— Gordon...


— ¡No! No puedes poner ese pretexto Simone, jamás te dejé sola. Tienes que madurar, ellos te necesitan, ¡no puedes tomar esa clase de decisiones a la ligera! —su voz se elevó varios tonos sin pensarlo, pero es que no entendía como esa mujer podía ser tan irresponsable.


— Necesitaba aclararme... —se justificó, casi llorando, y es que en verdad no había querido ser tan impulsiva, pero la situación había podido con ella. Su exmarido, el hombre que la había atormentado por años, el hombre que había abusado de su hijo, había despertado, y ahora tenía que enfrentarlo, y no sabía cómo.


— Ellos te necesitaban a ti... —ella sollozó y él se levantó de la silla, caminando a paso lento hasta quedar frente a ella—. Sé lo difícil que esto debe ser para ti... —le susurró y le tomo el rostro con suavidad—. Pero ahora mismo es cuando debes ser mas fuerte... no puedes desaparecer así...


— No sé que voy a hacer... —las lágrimas le salieron rápido por los ojos, una tras otra—. No sé cómo enfrentarlo Gordon... el lastimó a mis bebés... —dijo con rabia y sorbió la nariz—. Nos ha hecho mucho daño...


— Tu eres la mujer más fuerte que conozco, ¿Lo sabes no? —le susurró muy cerca del rostro, casi rosándole los labios—. Nosotros vamos a encontrar la forma de hacer que ese cabrón pague por lo que hizo ¿Sí? Juntos...


Simone asintió, suspirando. No podía estar más agradecida con Dios por haberle mandado a ese hombre tan especial. — He ido al hospital antes de volver... —comentó, alejándose de él un poco—, pero no pude ni cruzar la puerta principal... Tenía miedo de... de no poder controlarme ¿sabes? Había soñado con esto, el momento en el que ese hijo de puta despertara, había soñado con matarlo... pero ahora... estoy tan asustada de lo que pueda pasar... ¿Cómo voy a decirle a los gemelos?


— Creo que eso tiene que esperar... no podemos dejar que lo sepan ahora...


— Lo sé, pero... la trabajadora social dijo que entre más rápido se hiciera la denuncia sería mejor... aunque no estoy segura de que Bill pueda con esto... ni siquiera habla de lo que pasó con el psicólogo ¿Cómo se supone que va a declarar?


Gordon suspiró, pensando detenidamente en ello, las cosas definitivamente no iban a ser tan fáciles. — Ya sé... pero no es momento de pensar en eso... —dio un paso hacia atrás y le quitó la taza de las manos a la castaña—. Mejor subamos, Tom se quedó con Bill en su cuarto...


Simone frunció el ceño, confundida. — ¿Ellas están juntos?


— Si...—dijo suspirando, poniendo la taza en el lavaplatos—. Bill no quiso separarse de Tom después de la crisis nerviosa, y bueno, Tom no quiso que yo me quedara con ellos... hasta ahora todo ha ido bien, creo.


— Lamento mucho haberte dejado solo... —se disculpó, con las mejillas rosadas—. No pensé que Bill fuera a ponerse mal, ya había pasado tiempo desde la última crisis.... Además, yo planeaba regresar pronto... En verdad lo siento Gordon.


— Ya no te martirices por eso —le acarició el hombro y la jaló para que ambos subieran las escaleras—. Al final el que hizo todo fue Tom...


Una vez arriba, Simone tocó con suavidad la puerta del mayor de los gemelos, pero al no recibir respuesta, ambos entraron. La escena con la que se encontraron fue hasta cierto punto extraña, los gemelos estaban dormidos, uno frente al otro, se veían tan relajados y tan vulnerables, que Simone casi se puso a llorar allí mismo.


— Creo que están bien ahora... —le susurró al pelinegro para no despertarlos. Tenía por primera vez, después de mucho tiempo, una sonrisilla sincera adornándole el rostro.


— Creo que si...


***


Simone deseaba con todas sus fuerzas que Gordon estuviera a su lado sosteniéndole la mano, así al menos se sentiría menos débil y no tendría tanto problema con cruzar por las puertas automáticas del hospital. Llevaba ahí parada casi media hora, con el frio matutino helándole la cara y las manos, se daba ánimos ella sola, sabía que tendría que entrar tarde o temprano, pero aún así no se atrevía a dar el primer paso.


Sacó el móvil de la pequeña bolsa cruzada que llevaba y marcó el número de Gordon, pero en el último instante se arrepintió de llamarlo, ya había sido suficiente drama, y ella era lo bastante fuerte como para hacer eso completamente sola, no iba a refugiarse detrás de Gordon nunca más, sabía que tenía su apoyo incondicional y que a él no le molestaría si de pronto decidía llamarle para que le diera fuerzas, pero eso era algo que necesitaba hacer para sí misma, necesitaba probarse que era lo suficientemente valiente como para enfrentarse a ese hombre, así sabría que podría con todo lo que viniera, y lo haría nada mas y nada menos que por sus hijos, que ya bastante habían sufrido a manos de ese malnacido.


Así que emprendió el paso y entro decidida al edificio, las manos le temblaban un poco, pero decidía ignorarlas para no retractarse en el último momento; se acerco con toda la calma que pudo hasta la mesa en forma de media luna, donde una enfermera estaba anotando algo en una computadora. Se paró con decisión frente a ella y con la voz más firme que pudo pidió informes sobre Jörg Kaulitz.


El trayecto de la recepción a la habitación se le hizo mas corto de lo que hubiera querido, afuera de la habitación 133 estaba un médico bastante joven, de tez morena y ojos claros, con una sonrisa diminuta que en cualquier momento que no fuera ese, le habría inspirado mucha confianza. Cuando finalmente estuvo frente a él, sintió que las piernas se le aflojaban y casi perdió el equilibrio, pero supo mantenerse en pie y dejó salir un gran respiro para calmarse.


— Buenos días —el médico le tendió la mano y se la estrechó con firmeza—. Usted debe ser Simone ¿cierto? —ella asintió un poco trastornada por tener al hombre que mas odiaba en la vida a una puerta de distancia—. Un gusto, mi nombre es Richard Tanzler, neurocirujano y encargado del caso de su esposo.


— Ex–esposo —recalcó con la mandíbula tensa y un tono más agresivo de lo que esperaba.


— Oh, lo siento... ex-esposo —la mujer asintió, suspirando nerviosa—. Bueno, el caso del señor Jörg ha sido bastante complicado, como recordará, después de la caída que sufrió tuvimos que operarlo de emergencia...


— Lo recuerdo bastante bien... luego esperamos a que su cerebro se desinflamara...


— Exactamente, y milagrosamente eso sucedió sin inconvenientes —comentó con una agradable sonrisa que ella no correspondió en lo absoluto—. Verá, después de ello, creíamos que el coma en el que había terminado el señor sería permanente, sin embargo, y contra todo pronóstico, él ha despertado.


— Si, ya lo sé... ¿a qué viene todo esto? —su tono era fastidiado, y es que en realidad le importaba muy poco el proceso milagroso de sanación de Jörg, a decir verdad, ella hubiera preferido su muerte, aunque no lo reconociera en voz alta, así no tendría que estar ahí, muriéndose por dentro.


— Oh bueno... —el joven se miraba un tanto incomodo por la fría actitud de Simone, después de todo el no conocía toda la historia— La he intervenido en este punto porque no todo son buenas noticias...


El corazón de la castaña se detuvo por un momento y después continuó latiendo, desbocado. — ¿Q-Qué quiere decir con eso?


— Lamentablemente, el riesgo de que el señor Kaulitz despertara con alguna clase de daño cerebral era demasiado alto, y a pesar de todos nuestros esfuerzos, no pudimos evitar que esto sucediera.


— No... No entiendo absolutamente nada... ¿Qué pasó?


— Lo que sucede, es que las lesiones a la corteza prefrontal del cerebro de su exmarido han causado una severa falla motora, hasta el momento no han dado muestra de ser reversibles, pero con terapia tal vez podría haber alguna mejora...


— ¿E-Está paralizado? —dentro de la mente de la castaña estaban ocurriendo un montón de cosas, en primera no podía creer lo que estaba escuchando, en segunda, no sabía si lo que sentía era mucha pena o felicidad. Y es que ¿Qué se suponía que debía sentir? ¿Y que se supone que iba a pasar con él?


— No... es decir, no está paralizado como tal, simplemente sus movimientos son procesados de una manera más lenta de lo habitual y por ello el caminar o incluso sostener un objeto pueden resultar un gran reto para él.


— Dios... ¿Y él entiende? Bueno... Si hablo con él ¿sabe lo que sucede o...?


— Si, mire, la mayoría de sus funciones cerebrales están intactas, sin embargo, el área afectada hace de cualquier movimiento corporal una acción dificultosa.


Simone asintió, sintiéndose muy mareada de un momento a otro, con ganas de echarse a reír y llorar al mismo tiempo. Las piernas le temblaron más que antes y tuvo que recargarse contra la pared para mantener el equilibrio. Se llevo ambas manos al rostro, soltando una gran cantidad de aire, la situación no podía ser peor ¿cierto?, se preguntaba una y otra vez, eso no dificultaría un juicio en su contra ¿o sí? Un juez no le tendría piedad a ese hombre por estar en esa situación ¿verdad?


— ¿Se va a recuperar? —la voz le tembló, sonaba casi suplicante, estaba a punto de perder la compostura.


— Como le dije antes, con terapia quizás pueda recuperar el control de sus extremidades superiores y expresión facial...


— Mierda... —soltó en un susurro—. Mierda, mierda, mierda...


— Señora... ¿Quiere sentarse un momento?


— No, no... Quiero verlo... —respondió recobrando la compostura, necesitaba verlo para poder irse de una maldita vez de aquel horrible lugar.


— Señora...


— ¡Quiero verlo! —demandó.


— Está bien, está bien, entremos...


El medico tomo la perilla de la puerta y la giró con lentitud, vigilando con el rabillo del ojo que la mujer a su lado no fuera a ponerse peor. Cuando finalmente Simone pudo ver a Jörg, algo dentro suyo se removió y de pronto tenía el estomago revuelto y muchas ganas de volver el estómago. Sintió frio por todo el cuerpo y apartó la mirada casi enseguida.


Jörg estaba tumbado en la cama, parecía que estaba dormido porque mantenía los ojos cerrados y no se movía para nada, Simone se puso a pensar que se veía bastante bien a comparación de la ultima vez que lo había visto, lleno de cables y tubos que le atravesaban por todo el cuerpo.


— Está sedado. —comentó el doctor, para romper el tenso silencio que se había formado.


— ¿Puedo acercarme? —preguntó en un hilo de voz y el simplemente asintió.


— Puede, pero es probable que no despierte hasta dentro de veinte minutos.


— Esta bien...


Simone se acercó con pasos cortos y lentos, sintiendo cada vez mas esa adrenalina que la impulsaba a tomarlo del cuello y apretarlo hasta que dejara de respirar, pero se contuvo, no iba a echarlo todo a perder, iba a ser paciente, porque no podía dejar que él ganara. Ya lo había hecho muchas veces y ya era hora de que pagara por ello. Así que al llegar a su lado, simplemente se inclinó hacia él y le susurró justo en el oído.


— No vas a salvarte de esta Jörg... Te juro que no vas a librarte de mí y no lo dudes, te vas a pudrir en la cárcel...


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