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Razones por Maos

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Ya estaba cayendo la noche, era jueves y afuera estaba haciendo demasiado frío como para pasar el rato, por eso estaban sentados en la alfombra de la sala, con todas las luces apagadas y la play conectada a la televisión. Tom estaba jugando algo que Bill no entendía, porque eran un montón de tipos con pistolas matándose entre ellos por una bandera, ¿Había algo más absurdo que eso? Él creía que no, pero no tenía planeado decírselo a Tom, porque parecía que en realidad le gustaba y estaba bastante contento jugándolo.

El menor de los gemelos estaba observando muy de cerca los dedos de su hermano, los cuales se movían ágiles y rápidos por las palancas y botones, estaba intentando averiguar cómo es que no sufría un calambre, llevaba ya bastante tiempo jugando y no parecía estar ni un poco cansado; él no habría durado ni diez minutos, de hecho lo había intentado cuando recién iniciaba el juego, pero no habían ni empezado la partida cuando ya se había mareado con tantos botones y funciones, así que mejor optó por sentarse a su lado con Pumba en brazos, de todos modos no estaba con muchas ganas de hacer algo, mirarlo jugar por horas era una actividad que no le exigía mucho esfuerzo, así que para él estaba bien.

El único inconveniente de ello era que Tom tenía el volumen demasiado alto y ya le estaba doliendo la cabeza, pero tampoco quería decírselo, porque estaba demasiado concentrado y no quería ser una molestia. Hundió el rostro en el cuello de su mascota y soltó el aire lentamente, estaba ansioso, pero no lo suficiente como para ponerse mal, solo necesitaba respirar un par de veces y estaría bien.

Mientras se concentraba en las respiraciones que Schell le había enseñado a hacer para relajarse y que se negaba a aceptar que le ayudaban, unos dedos delgados le tomaron de la mano con brusquedad, se tensó por unos instantes casi imperceptibles y levantó la cabeza fingiendo una sonrisa, porque ya sabía quién era, y no iba a ponerse histérico con él solo porque lo había tomado de la mano sin ningún aviso.

— ¿Estas bien? —la voz de Tom sonaba preocupada, y eso le jodía a Bill de dos formas distintas, porque no le gustaba que el rubio siempre dejara todo lo que estaba haciendo por ayudarlo y porque tampoco disfrutaba que siempre lo tratara como si fuera a romperse.

— Si, solamente...

— Te duele la cabeza —terminó por él y al menor sintió un calorcito agradable en el vientre, había pasado mucho tiempo desde que Tom le había completado una frase, le gustaba pensar que eso significaba que las cosas no iban tan mal como a veces creía.

Su relación se había vuelto complicada después de la especie de "reconciliación" que habían tenido en días anteriores. Era más problema suyo que de Tom si era sincero, porque el mayor siempre intentaba acoplarse a sus cambios de animo tan bruscos, y le aguantaba la mayoría de las rabietas con mucha paciencia.

— Si, un poco, pero estoy bien. —se removió alejándose sutilmente del tacto del rastudo, y este lo notó, pero no dijo nada, ya sabía que Bill no soportaba mucho el contacto físico, solo que a él le costaba demasiado evitarlo.

— ¿Estás seguro? —insistió y el pelinegro asintió—. Puedo hacerte un té... —ofreció y Bill negó, aguantando una mueca.

— No, no. Sigue jugando, se me pasa en un momento.

— Pero Bill, ¿Qué tal que no? Mejor lo hago, no tarda mucho. —se levantó, pero Bill lo detuvo, tomándolo de la sudadera.

— Tom no quiero un té. —aclaró con seriedad, alertando a Tom. Sabía lo irritable que podía ponerse el pelinegro si se ponía de insistente con él, pero no podía controlarlo, solo quería ser la mejor versión del hermano que Bill necesitaba.

— ¿Lo prometes?

— Si Tom, solo baja un poco el volumen y ya.

— ¡Ah! Era eso... —soltó una risita, aliviado, solo tenía que parar el juego y Bill se pondría bien, por un momento había creído que se pondría mal o que entraría en crisis, y con su madre y Gordon fuera no tendría idea de que hacer al respecto—. Vale, vale... —contestó más calmado y en menos de un segundo ya había apagado la consola.

— ¡Tom! —se quejó y el rubio se le quedó mirando confundido, ¿Qué no era eso lo que quería?— No te pedí que hicieras eso, solo tenías que bajar el volumen. —el pelinegro no podía evitar disgustarse, otra vez Tom estaba exagerando.

— Pero si te molestaba mejor quitarlo ¿no? —Tom realmente no entendía por qué Bill parecía disgustado, o que era lo que había hecho mal.

— Tom tienes que dejar de hacer eso... —le pidió con desgana, cansado de siempre ver a Tom anteponiéndolo a sus propias necesidades.

— ¿Hacer qué Bill? Solo estaba intentando ayudarte... —se defendió, un tanto ofendido, pero preocupado al mismo tiempo, no quería discutir con él. Ni siquiera sabía por qué estaba molesto—. Si quieres puedo llamar al médico...

— ¡No! —se exaltó y Pumba se removió incómodo, pero Bill lo aferró hacia si— ¿Lo ves? Siempre exageras en todo lo que te pido, si te pido que bajes el volumen apagas la tele, si te pido espacio te vas de la habitación, si quiero usar algo que tu estas usando inmediatamente me lo das, no necesito que me trates en extremos ¿Ok? Se que a veces no soy capaz de controlarme... pero si me tratas normalmente no me voy a romper.

— Oh... —el rubio sintió que el pecho se le arrugaba, no sabía que su hermano se sentía así de abrumado con él— Lo siento, pero... solo quiero que te sientas bien —susurró, con el cuerpo tenso y lleno de vergüenza.

— Pues me siento bien. Deja de creer que no. —aclaró intentando convencerse a si mismo de que era así.

— Pero no estás bien, no te ves bien...

— ¡Dios Tom! —se quejó nuevamente, evitando alzar la voz, no quería que aquello se convirtiera en una pelea— Si me siento mal te lo voy a decir ¿Estamos?

— No es cierto, nunca me dices nada...

— Te lo estoy diciendo ahora, —comentó tajante. No quería que eso se alargara, porque si lo hacía iba a perder el control y su credibilidad se iba ir a la mierda— Estoy bien.

— No es verdad Bill... siempre estas triste y callado... yo solo... quiero que vuelvas a sonreír de verdad... no quiero ser molesto, pero no puedo ignorar cuando te sientes mal... —se mordió el labio y el otro sintió mucha ansiedad, no le gustaba hablar de cómo se sentía. Sabía que era obvio para los demás que no estaba bien, pero tampoco iba a andar diciéndolo todo el tiempo, si él no lo mencionaba los demás tampoco, por eso, que Tom intentara abordarlo lo hacía sentir increíblemente vulnerable—, quiero que dejes de llorar en las noches, ¿Crees que no lo oigo?

Ahora fue el turno del menor para sentirse avergonzado, odiaba que lo miraran llorar, estaba cansado de siempre dar esa imagen de chico indefenso, de ser la victima de la casa, no quería ser más "el chico abusado", porque la lástima con la que lo trataban siempre solo le servía para sentirse peor. Ya no quería parecer tan débil siempre, por eso se guardaba todo hasta la noche, donde creía estar lo suficientemente a salvo como para desahogarse sin molestar a los demás, pero al parecer no funcionaba tan bien como él creía.

— Quiero ayudarte, pero siempre me alejas cuando quiero entrar, ¿Cómo se supone que debo adivinar que es lo que quieres y lo que no si no me lo dices claramente? —el menor apretó la mandíbula, molesto, odiaba que lo orillaran a hablar de él.

— No Tom, no se supone que tengas que adivinarlo... —contestó entre dientes, estaba a punto de llorar y eso le jodía mucho, porque ni siquiera tenía un buen motivo para hacerlo. Y para evitarlo se mordía el interior de las mejillas y parpadeaba un montón.

— ¿Entonces por qué no me lo dices? —susurró, dolido por la desconfianza de Bill.

— Porque no tengo que decírtelo, tú más que nadie debería saberlo. —respondió como si fuera algo obvio, se mojó los labios y concentró toda su ansiedad en abrazar al perrito que estaba desesperado por salir de ahí.

— ¿Qué?

— ¡Se suponía que lo sabías todo de mí!

— Si lo sabía...

— ¡No! ¡No es verdad! Si lo hubieras sabido... Dios... —las manos le temblaron fuerte y Pumba aprovechó para escapar, así que Bill tuvo que aferrarse a sus piernas para mantenerse en una sola pieza.

Tom por su parte empezó a sentir mucho calor, las manos le comenzaron a sudar y tuvo que desviar la mirada, no entendía porque Bill parecía de pronto tan molesto con él, ¿Por qué Bill le decía todo eso? ¿No se suponía que ya habían arreglado las cosas?

— Siempre presumías que eras la única persona en conocerme de verdad —sollozó sin poder contenerse más— ¿Entonces por qué fue tan difícil saber lo que necesitaba? ¿Por qué es difícil ahora?

Tom se alejó de él, con los sentimientos al borde, Bill era el único que podía llevarlo de la calma a la ansiedad de un segundo a otro; no sabía cómo contestar, como defenderse ¿Qué se suponía que debía decirle? No podía decirle que era su culpa por nunca darle una señal, porque señales habían habido muchas, el problema fue que no supo interpretarlas, no había querido hacerlo.

Había discutido ese tema con Schell mil veces desde que iniciaron la terapia, y siempre le había dicho que no era su culpa, que no habría podido saberlo, ni siquiera imaginarlo, pero él sabía que sí, Schell no podía entenderlo porque él no tenía un gemelo y porque no sabía las cosas que había visto. Él siempre había sabido que algo andaba mal con Bill, pero nunca hizo nada por ayudarlo de verdad. Nunca le preguntó que estaba mal, y hubo tantísimas señales que, si lo veía en retrospectiva, había sido un completo imbécil por no haberse dado cuenta de que por lo menos, Bill tenía señales de abuso físico antes de que su padre recayera en el alcoholismo y comenzara a sobrepasarse físicamente con ambos.

Había notado el horrible miedo que Bill le tenía a su padre, pero nunca le preguntó por qué, había preferido ignorarlo, mirar a otro lado siempre fue más fácil y se había empeñado en hacerse creer que su hermano solo exageraba. En incontables veces lo había encontrado llorando a solas, y nunca se interesó en conocer la razón, había visto moretones y rasguños, pero jamás se atrevió a preguntarle por ellos.

Su excusa había sido la de siempre, Bill y el no se hablaban mucho, se habían alejado, y Schell le había ayudado a convencerse de que eso lo excusaba de todo, pero no, él y Bill nunca habían dejado de ser hermanos, de ser gemelos, y si hubiera sido uno medianamente bueno, habría dejado el orgullo de lado y se habría acercado a él para ver lo que ocurría. Siempre pudo haber hecho más, pudo decirle a su madre o a Gordon, pudo estar más atento, pudo preguntarle a su hermano, y lo cierto era que no había hecho ni un mínimo esfuerzo.

Había visto a Bill tan triste y roto... incluso, tal vez, si lo recordaba bien, había visto algo que su mente se había esforzado por borrar, algo que quizás hubiera acabado con la tortura de Bill mucho antes, y no habrían llegado a esas alturas, pero no le dio la suficiente importancia en su momento, y ahora ambos estaban pagando las consecuencias.

~x~

Tom no tomaba por dos razones, la primera, porque su madre se lo tenía estrictamente prohibido y la segunda, porque tenía terror de no poder controlarlo y convertirse en su padre. Sin embargo, esa noche sus dos razones se habían ido a la mismísima mierda y no le habían importado en nada.

Georg lo había invitado a su casa a pasar la tarde con su hermano mayor y algunos de sus amigos de último grado, y cuando su padre prácticamente le dijo que no le importaba nada en donde iba a estar, aceptó inmediatamente. La casa de Georg estaba bastante lejos de la casa de su madre, pero de la de su padre no estaba a más de quince minutos en auto, así que inconveniente no había.

Adam, el hermano de Georg, y el mismo Georg habían pasado por él en la camioneta de sus padres, y una vez que estuvieron en camino Adam comenzó a sacarle plática al rastudo, el mayor le había contado un montón de historias, algunas más falsas que ciertas, pero eso le importaba muy poco a Tom, porque había quedado más que impresionado con las anécdotas y aparente madurez del chico a punto de graduarse.

Tom que apenas y tenía los quince e iniciaba el bachillerato, estaba convencido de que cuando estuviera en ultimo grado quería ser igual a Adam, se había convertido en su ídolo instantáneamente, y por eso no se había podido negar a él cuando le ofreció la primera cerveza.

No era la primera vez que la probaba, pero tampoco le tenía un especial gusto, y aun así no había tenido problema en tomarse tres de un jalón, lo que le habían ofrecido después ni siquiera lo sintió, porque después de las primeras dos ya estaba lo bastante alegre como para soltarse bailando con unas de las chicas mayores, que más que verlo como prospecto lo veía con ternura por lo idiota que se miraba ebrio y riendo por cualquier tontería.

Cuando lo dejaron en la acera de su casa lo primero que hizo fue vomitar en el pasto seco y amarillo de la casa de su padre, luego se esmeró en llegar la entrada sin haberse caído de boca ni una vez. Cuando finalmente le ganó la batalla a la cerradura de la puerta principal, entró lo más silencioso que su estado le permitía y fue a la cocina por un vaso de agua, pero cuando no fue capaz de tomar uno de la vitrina, la bebió directo de la llave.

Subió los escalones uno por uno, aferrado al barandal, aguantando la risa idiota que le venía cada que el piso se le movía o algún pie se le resbalaba. Fue cuando estuvo arriba que las cosa se tornaron más serias en su pequeña mente nublada.

Todo estaba a obscuras y por eso había creído que su padre y Bill ya estaban durmiendo, pero pudo escuchar sonidos que al instante lo preocuparon, eran sollozos, fuertes y profundos, y él, a pesar de estar bastante perdido, estaba seguro de que se trataba de Bill, y eso fue suficiente para que la risa se le olvidara y la preocupación tomara su lugar.

Se debatió bastante en si ir directamente a su puerta que estaba a menos de cinco pasos o en su lugar caminar un poco más al fondo para ver que le ocurría a su gemelo. Pudo haber sido el alcohol en su sangre que al parecer lo volvía más valiente o bien, que los lamentos de Bill se escuchaban realmente doloridos y asustados lo que lo convencieron de ir a echar un vistazo, solo para ver si podía hacer algo.

Lo primero que notó a llegar fue que la puerta estaba entreabierta, y eso le pareció raro, porque Bill siempre cerraba para que Pumba no saliera por las noches y orinara toda la casa. Se frotó los ojos, porque los sentía pesados y veía borroso, cuando se acercó vio una imagen bastante extraña y difícil de procesar, no estaba muy seguro de lo que estaba pasando, porque casi no veía y estaba muy obscuro. Lo único que sabía era que eso no se veía bien, y por eso se acercó, solo un poco más.

Su pulso se aceleró, y su cerebro se puso en alerta cuando distinguió un poco más de lo que estaba pasando allí. Bill estaba pegado de frente a la pared, lo podía ver claramente, pero él no podía verlo a él, porque tenía el rostro volteado hacía el otro lado, lo más inquietante era que no lo hacía por voluntad propia, una mano que emergía de la obscuridad lo tenía sujeto del cabello, por un momento creyó que alguien había entrado a su casa, pero antes de acercarse a ayudarlo, notó la cicatriz que le atravesaba la mano. Era su padre. Y eso lo cambió todo.

Un escalofrió le recorrió la columna y fue cuando notó algo más, desde su ángulo podía ver como Bill aferraba su mano derecha en la cinturilla de su pantalón de pijama, era como si luchara para que no fuera a caerse —o no fueran a quitárselo—. No podía ver que era lo que estaba haciendo su padre, porque no estaba lo suficiente abierto y su vista borrosa lo traicionaba, pero Bill luchaba con su otro brazo para soltarse, empujando hacia atrás con la mano izquierda que apoyaba en la pared.

Fue un chillido de Bill el que lo despertó del trance en el que había estado metido, pudo ver como su padre acercaba su rostro hasta el oído de su gemelo y le susurraba algo que lo alteraba más. Por un momento todo su cuerpo se encendió, y por su mente cruzó la posibilidad de entrar empujando a su padre lejos de su hermano, pero antes de que la señal fuera procesada por su nublado cerebro, el rostro de Jörg se giró hacia él y eso lo congeló.

Cuando el adulto lo notó sus ojos se abrieron enormes, primero asustados y luego sorprendidos, pero inmediatamente cambiaron a unos totalmente amenazadores, tanto que a Tom le latió el corazón rapidísimo del miedo que le dio, había visto esa mirada antes, era la que siempre les daba a ellos o a su madre antes de darles la paliza de su vida. Tal vez había sido por eso que se había pasmado y no había hecho nada cuando la puerta de la habitación se cerró estruendosamente frente a su cara.

Su cuerpo no reaccionó, se quedó ahí sin moverse, como estatua, escuchando y no escuchando a la vez, solo distinguía ciertas palabras que no tenían mucho sentido, porque su padre estaba susurrando muy bajo y porque Bill lloraba muy fuerte, además su cerebro estaba lo bastante aterrado por el recuerdo y atontado por el alcohol que no tenía idea de que debía hacer. Se quedó varios minutos ahí, sin moverse.

— Para de moverte... ¡deja de moverte! —el grito enrabiado de Jörg le hizo dar un paso instintivo hacia atrás, pero siguió ahí debatiéndose entre entrar o huir.

— ¡No, ya! —Bill lloró fuerte y a Tom casi le temblaron las piernas, sonaba como si le estuvieran matando, pero no escuchaba ningún golpe o algo que se le pareciera—. Aumm... no...

No fue hasta que Bill gritó muy fuerte que Tom decidió correr a tropezones hasta su habitación, confundido e impulsado por ese miedo de niño que de pronto le había invadido. Se había metido bajo las mantas de su cama sin siquiera quitarse los zapatos, se cubrió los oídos con ambas manos y cerró los ojos con mucha fuerza, intentando olvidar lo que había oído visto por su propio bien. Y tal vez fue el estrés combinado con la enorme cantidad de alcohol que había ingerido, porque no pasó mucho tiempo antes de que se durmiera.

~x~

La mañana siguiente a ese día, Tom no tuvo el valor para acercarse a Bill y preguntarle que había sucedido. Solo notó que se veía desvelado y con los ojos hinchados, y que por el cuello se le asomaba un cardenal casi negro que le provocó un escalofrío. Dejó que ese día pasara como cualquier otro y se convenció de que su mente había exagerado todo por lo ebrio que había estado. Jamás se lo contó a nadie, y se había prometido no volver a pensar en ello, y ahora se daba cuenta de lo que en realidad había visto, de la atrocidad que había presenciado y que su mente no había registrado completamente. Ellos tenían apenas quince, ahora estaban a casi dos meses de cumplir los diecisiete, pudo haberle ahorrado a Bill dos años de sufrimiento, pero no lo había hecho, por cobarde. Era una persona horrible.

Por un momento su peso le ganó y se dejó caer en el sillón, sentía que los oídos le pitaban y lo invadió un mareo enorme, apoyó los codos en ambas rodillas buscando un podo de estabilidad y escondió la cara entre sus dedos.

— No sé cómo remediarlo...

Toda la presión se le vino encima, y entonces Tom se derrumbó, sin poder evitar que todo lo que se había guardado hasta ese momento saliera de su sistema. Nunca había sentido tantas ganas de llorar, al menos no de esa forma tan intensa, como si su cuerpo ya no pudiera soportarlo más y le obligara a desahogarse. El dolor que sentía trascendía lo emocional y lo lastimaba físicamente. Le dolía la garganta y el cuerpo le pesaba, ni siquiera sabía que tenía tal cantidad de lágrimas. No podía ni siquiera intentar guardar silencio, porque el sollozo era tan potente que le raspaba en la garganta el tener que aguantarlo. Su respiración era una mierda y no le alcanzaba el aire ni para poder llorar cómodamente. Estaba en verdad sacándolo todo. Sin sacarse las manos de la cara, porque le daba demasiada vergüenza el mostrarse tan vulnerable y porque no se sentía con el derecho de lamentarse de esa forma cuando ni siquiera había vivido ni la mitad del infierno que Bill había tenido que soportar durante años.

— No sé cómo... perdón... —se limpió las mejillas y la nariz con sus mangas sin poder parar de gimotear, su mente quería detenerse ya, pero su cuerpo no le obedecía, aún no terminaba.

Bill estaba concentrado en intentar calmarse a sí mismo, a diferencia de Tom, el tenía mas experiencia con aquello de reprimir sus emociones, aun cuando ellas eran tan sofocantes que le dominaban el cuerpo. Entendía lo que Tom estaba pasando, el lo había vivido ya varias veces, sabía lo horrible que podía sentirse, pero necesitaba estar al menos un poco bien para poder serle de ayuda a Tom.

— No tienes que remediar nada... —dijo finalmente, se sobó las sienes y se puso de pie, se sentó a su lado para hacerle sentir a Tom que estaba ahí—. No quise decirte eso... Tom, tienes que creerme, yo no te culpo... —su tono era sorpresivamente calmado, incluso para él mismo.

— Bill yo pude haber hecho más...

— No Tom, no podías... —a pesar de la calma y la seriedad que aparentaba, por dentro su sistema estaba colapsando, así que tampoco podía ponerse demasiado comprensivo con su hermano.

— ¡Si pude!

— Tom, ¿sabes cuantas veces pude haberte dicho lo que pasaba? —se apretó las manos entre sí en busca de algún punto de apoyo—. ¿Me culpas por no haberte contado?

— No...

— Y yo no puedo culparte por no saberlo... Por más que quiera... Tom... Umh... —dejó escapar el aire en sus pulmones y sacudió un poco la cabeza para concentrarse—. en serio odiaba que no lo notaran, estuve enojado con ustedes por años... Pero yo tampoco dije nada nunca, así que de ser el caso, yo soy tan culpable como ustedes...

— Bill, e-eso es muy distinto. —Tom suspiró, estaba más calmado, pero los estragos del llanto aún continuaban.

— No, es exactamente lo mismo. —se mordió los labios, y respiró hondo—. Tom, no te culpo ni a ti, ni a mamá... he pasado todo este tiempo culpándome a mi... al maldito mundo de mierda que hace que existan padres que... que hagan eso con sus hijos.

— Pero fue culpa de él... de mi... de...

— Si... —la voz se le cortó, no quería pensar en él, cada noche le pedía al cielo que despertara sin recordarlo, que todo rastro de lo que había pasado se desvaneciera, pero nunca sucedía—. Fue su culpa... porque... —las lagrimas le llenaron de nuevo los ojos y dejó salir un suspiro tembloroso.

— Bill...

— Fue su culpa porque... porque él era quien se metía en mi cama por las noches... —cerró los ojos por un momento y apretó los dientes—. Era solo un niño y... él se aprovechó de eso...

Tom no supo que decir, no sabía que era correcto, ¿debía insultar a su padre?, ¿Decirle a Bill que lo sentía?, o tal vez solo debía guardar silencio y escucharlo, porque él jamás hablaba de eso, nunca mencionaba a su padre ni nada que tuviera que ver con lo que le había pasado, jamás había estado listo, hasta ese momento. Quizás lo único que Bill necesitaba era que alguien lo escuchara, que estuviera a su lado sin juzgarlo, solo mostrando su compañía y apoyo silencioso.

— Fue su maldita culpa... él era el enfermo que se excitaba al verme desnudo —su rostro se deformó en dolor e instintivamente se abrazó el cuerpo—. Umh... le gustaba verme llorar... ¿A quién le excita ver a un niño llorar? —sollozó.

Estaba temblando mucho, cada palabra que decía le despertaba recuerdos dolorosos, pero decirlo, a pesar de que volvía las cosas reales, le ayudaba a poder respirar mejor, era como si se le liberara el cuerpo, como si se sintiera más liviano.

— Él fue quien nos separó Tom... es su culpa que estemos así... y estoy cansado ya... de que él controle todo de mí... —se sacó las lágrimas de la cara y suspiró—. Fue mi papá... Él fue quien decidió violar a su propio hijo... No tú, ni yo, ni mamá... Así que deja de culparte...

— Bill...

— Tom, tengo que decirte algo... —le interrumpió, pues no quería que le dijera nada acerca de eso, y además debía decírselo ya. Se giró hacia él y lo vio de cerca, tenía la frente y las ojeras rojas, los ojos muy hinchados y las mejillas manchadas de lágrimas secas, por un momento se vio en un espejo, seguramente estaba igual—. Mi papá despertó...

— ¿Qué? —el rastudo frunció el ceño y el aire casi se le escapó—. ¿Cómo...? ¿Quién te lo dijo?

— Escuche a Gordon hablando con mi mamá...

— ¿Hace cuánto lo sabes? —la mente de Tom se nubló un momento y sintió como su sangre se calentaba.

— Unos días...

— ¡¿Y por qué no me lo dijiste?! —le gritó, pero se arrepintió al instante al ver como Bill se encogía—. Perdóname...

Asintió sin darle mucha importancia. — No sabía cómo decírtelo...

— ¿Estas bien?

— No sé... —y lo decía sinceramente, al inicio casi había sufrido un ataque de pánico, lo primero que pensó fue que iba a ir por él, que iba a matarlo a él y a Tom, pero después lo escuchó, su padre no podía valerse por él mismo, su cerebro se había roto, y había sido su culpa—. Tom... yo lo lastimé...

— Bill tu no lo tiraste a propósito...

— Tal vez lo hice... —su tono se iba apagando lentamente, estaba dividido entre la culpa y el alivio, porque, aunque no le gustaba admitirlo, le calmaba el pensar que no podría ir a dañarlo de nuevo.

— No Bill...

— Tom, el no puede moverse... bueno un poco... la verdad no lo sé bien...

— ¿Quedó paralítico?

— No sé... la verdad es que casi me desmayé al descubrirlo así que no escuché mucho. —intentó reírse, pero no pudo, no era algo de lo que pudiera reírse, porque dolía y lo hacía sentirse mal.

Tom iba a decir algo más, pero Pumba corrió escaleras abajo y empezó a ladrar fuerte, Tom y Bill se miraron aterrados por milésimas de segundo, ambos se tensaron y giraron pronto a la entrada de la casa, cuando las voces de Gordon y Simone se escucharon fue que pudieron volver a respirar. Eran solo ellos.

Simone entró primero, parecía agotada, ambos venían con cara seria, Bill y Tom supieron que algo había pasado, algo no precisamente bueno, porque Gordon llevaba una cara de derrota inmensa.

— Chicos, necesitamos hablar... —habló Gordon y por su tono ambos supieron inmediatamente de que se trataba, o mejor dicho, de quién.

Notas finales:

¡Hola!, solo quería avisarles que ya se acerca el final... así que, muchas gracias por todo el apoyo de siempre, espero que les guste el capítulo.

Con cariño, Maos.


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