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Razones por Maos

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Bill había desarrollado el molesto habito de hacer ruido con las manos cuando estaba demasiado asustado u ansioso, pasaba la mayoría del tiempo tamborileando, chasqueando o tronándose los dedos, y si la situación parecía salirse de su control, golpeaba sus piernas con palmas y puños, la fuerza y constancia con que lo hacía dependía de cuan nervioso o atacado se sintiera.

Por las noches, cuando todo estaba demasiado obscuro y los recuerdos le inundaban de pánico el pecho, golpeaba la base de su cama con el puño cerrado de forma rítmica… dos golpes, silencio, un golpe y silencio, dos golpes más… y continuaba de esa forma hasta que Tom se desesperaba y golpeaba la delgada pared que los separaba con fuerza, como advirtiendo para que se callara antes de que fuera a hacerlo el mismo. Era entonces cuando se mordía los labios con mucha fuerza y comenzaba a respirar muy rápido, las manos se le ponían sudorosas y sentía la necesidad de frotarlas una contra otra con mucha fuerza solamente para no ponerse a gritar.

Generalmente, cuando empezaba a sentir que la habitación se hacía pequeña, corría fuera de la cama para espabilarse, y si la ansiedad no cedía entonces se tendía de espaldas en el piso, intentando calmar su respiración y concentrándose en apretar con mucha fuera los puños para no llorar. Después de muchos y largos minutos, en donde no se sentía consiente de sí mismo, el control parecía volver muy lentamente a él, y con el cuerpo helado por las baldosas del suelo, volvía a la cama temblando y se enrollaba en las cobijas, se cubría los oídos con ambas manos y cerraba los ojos con fuerza.

A la mañana siguiente siempre despertaba más retraído de lo habitual y con un desvelo que con frecuencia venía acompañado de un dolor de cabeza que no le permitía ni pensar. Esos días su cerebro no funcionaba correctamente y ni siquiera podía llegar a concentrarse en ninguna de las clases a las que asistía, y él lo sabía, pero su madre ya no lo dejaba faltar al colegió. No después de las calificaciones que había obtenido en el último periodo, eran tan malas que hasta él se había sentido mal al verlas, aun cuando ya estaba tan acostumbrado a presenciar sus constantes fracasos escolares.

Su madre, después de dos años de ignorar su bajón académico, le insistía en que debía mejorar sus notas si quería estudiar con Tom la preparatoria. A él sinceramente le importaba una mierda si eso pasaba o no.

El tiempo estaba pasando casi demasiado rápido, y si antes se sentía perdido, ahora ya no tenía ningún control sobre nada. Él y Tom estaban a pocos meses de cumplir quince años, pero a diferencia de su hermano, Bill no estaba en absoluto emocionado, y quizás nunca volvería a estarlo, no después de su último cumpleaños. Esa fecha había quedado marcada para siempre, Jörg se había encargado de acabar con todo su significado. El pelinegro podía asegurar, que ese siempre sería el peor cumpleaños de su vida.

El niño duró días enteros preguntándose una y otra vez si las cosas hubieran pasado igual si ese primero de septiembre no hubiera caído en sábado. Y por primera vez en su vida, Bill había sentido un puro y verdadero odio hacia Simone, porque de no ser por ella, eso no habría pasado nunca, o al menos, no en ese día tan especial.

Ese día, una parte de él realmente había muerto, de pronto el panorama se tornó demasiado insoportable y las ganas de luchar por sí mismo parecieron esfumarse tan rápido como su padre decidió que estaba listo para llevarlo al siguiente nivel.

Bill jamás había experimentado tanto dolor junto. Por una parte, era el dolor físico que lo habían hecho querer morirse allí mismo y por la otra, estaba toda esa confusión que no le permitía procesar porque Jörg, su padre, esa persona que debía protegerlo y cuidarlo, lo estaba dañando de tantas formas. Y lo más chocante era que, mientras él sufría, el otro parecía disfrutarlo.

Ahora cada encuentro era mucho más doloroso… mucho más sucio y mierda, era tan humillante y horrible, que al menor se le quitaban las ganas de vivir con cada día que pasaba. Había dejado de planear a futuro porque ya no podía mirar hacia adelante sin ver las cosas negras; todo perdía el sentido, cada acción, cada esfuerzo, nada parecía valer la pena, y eso lo asustaba, estaba perdiendo las ganas, se sentía demasiado atrapado y hundido, y lo que más miedo le daba, era que ya no sabía si estaba dispuesto a continuar con eso por mucho más tiempo.

Y más ahora que sabía lo que estaba ocurriendo realmente, ya no era tan niño y si bien antes no lo entendía, ahora sí, y estaba completamente consciente de que lo que hacía con su padre no estaba nasa bien; y es que antes él no sabía que hacer esas cosas estaba mal, quiero decir, él sabía que se sentían incomodas y raras, y que muchas veces lo asustaban y lo hacían llorar, pero creía que el hacerlas con su padre, de alguna forma, las hacía buenas, porque claro, obviamente si él las hacía y parecían gustarle tanto, entonces debían estar bien. Él pensó que tal vez solo era cuestión de esperar y que quizás en algún momento también llegaría a gustarle tanto como a Jörg. Pero eso no pasó.

Ya era un chico grande, casi un adolescente y de una u otra forma había descubierto que esas cosas nunca se hacían con un padrey que al parecer tampoco debían mantenerse en secreto, y saberlo lo hizo sentir totalmente culpable, porque él no había hablado de ello como se suponía que debería haberlo hecho.

Según lo que sabía, él debía contárselo a algún adulto para que pudieran ayudarlo, aunque no sabía realmente cómo funcionaba eso ¿Le iban a explicar a su padre que eso estaba mal para que dejara de hacerlo? Porque él ya lo había hecho, muchas veces, pero el mayor solo se enojaba o bien no parecía entenderlo y siempre terminaba diciendo que estaba bien porque lo hacían con amor, porque él lo hacía para demostrarle todo su cariño. Y eso lo hacía sentir muy mal porque él si lo quería, pero ya no quería seguir demostrándoselo de esa forma.

Además, no sabía si contárselo a alguien iba a ayudarlo realmente, pues Jörg siempre lo amenazaba para que no lo hiciera, ¿Cómo iba a decírselo a alguien sin que él se enterara? Porque estaba seguro de qué si le decía a alguien lo que pasaba, irían inmediatamente a decirle y entonces él se enojaría mucho con él y los alejaría de su madre, y entonces vivirían juntos y él lastimaría a Tom también ¿Valía la pena?

¿Y luego? ¿A quién podría decirle? Bill no sentía que podría contarle a alguien sin que lo creyeran un mentiroso. Porque ¿Después de tanto tiempo?, ¿En serio? Nadie le creería, en especial su madre, ¿Cómo podría decirle a alguien que realmente no le gustaba si ya había pasado tanto tiempo? Se supone que si algo te lastima y no te gusta debes decirlo de inmediato, pero él no lo había hecho, y creía que ya era demasiado tarde. Creerían que mentía y le echarían la culpa… Tom sentiría tanto asco de él.

¿Cómo iba a explicarle a Tom que el realmente no había querido? Bill sabía que su gemelo no iba a entenderlo, porque él siempre le decía que podía contarle todo y no lo había hecho, seguramente se enojaría y solo le reprocharía lo débil, estúpido y mal agradecido que era, porque él le había robado todo el cariño de su padre, él había recibido todos esos reglaos caros, toda la atención. Su cariño.

Quizás Jörg decía la verdad y Tom lo odiaría si se enteraba ¿Cómo podría vivir con Tom odiándolo?

E incluso si llegaban a creerle ¿Les importaría? Jörg le había dicho algo que lo había asustado mucho, le había dicho que lo único que podía hacer en esos momentos era asegurarse de no alejarlo a él también, pues ahora él era el único al que le importaba lo que le pasara.

Y podría ser cierto ¿No? Su madre ya no lo soportaba, ella misma se lo había dicho, una noche cuando llegó a casa tarde después de perderse caminando, intentando alejarse de todo lo malo… y Tom... él simplemente ya no se involucraba en sus cosas y prefería ignorarlo, había decidido dejarlo sólo en eso.

¿Y si realmente ya no los tenía a ellos? ¿Valía la pena arriesgarse a quedarse solo? ¿Y si su madre y Tom lo abandonaban por no haberles contado antes? No podría con eso. Quizás era mejor esperar a que las acciones de su padre acabasen por su cuenta, pues no iban a durar para siempre, ¿O sí?

Perder lo poco que tenía de Tom no era un precio que estaba dispuesto a pagar.

***

Había momentos contados en los que Bill podía decir que realmente se sentía feliz, o al menos un poco alegre; como la vez en que Gordon los llevó a pasear en bici y Tom se estrelló contra una camioneta por no saber frenar a tiempo. Ese día el rubio terminó con los codos raspados y Bill no pudo parar de reír al recordar cómo había gritado, ese había sido un buen día. Gordon lo hacía sentir un poquito más normal y lograba que él y Tom pasaran un rato agradable sin llegar a pelear al final.

Internamente agradecía mucho la llegada de Gordon a sus vidas, a pesar de todas las dudas y miedos que tuvo al inicio ahora sentía que ese hombre representaba un pequeñito rayo de luz que lo alentaba a no dejarse vencer tan rápido. Él volvía su vida un poquito más tolerable, porque a veces lo defendía de los regaños de Simone, o lo salvaba de los interrogatorios de Tom, e incluso, aunque solo ocurría en pocas ocasiones, él evitaba que fuera de visita con su padre y los llevaba de paseo junto con su madre.

Y Bill apreciaba eso más que nada, lo hacía olvidar por un ratito todos sus problemas, y casi lograba convencerse de que tal vez si había alguien a quien podría acudir después de todo, pero después lo pensaba mejor y se arrepentía. No quería arruinar lo único bueno que sentía que tenía.

Hubo una ocasión en especial en la que Bill verdaderamente sintió que Gordon había llegado para salvarlo de toda la tristeza en la que vivía; él, como de costumbre, estaba sentado en la sala con los audífonos puestos, su madre y Tom habían salido a comprar comida y los estaba esperando con más ganas de las que le gustaba admitir, odiaba estar solo. Cuando el mayor llegó, Bill no pudo evitar sentirse tenso, después de todo esa reacción casi formaba parte de él.

Sin embargo, su inseguridad y temor inicial se esfumaron al notar el pequeño bulto que cargaba en sus manos, Bill sintió un calorcito en la boca del estómago que hacía mucho no sentía y se acercó con lentitud hasta lograr ver mejor a la pequeña bolita de pelos que respiraba pausadamente. A Bill se le llenó el pecho de emoción y quiso arrebatarle el pequeño cachorro de las manos. Pero estaban esos nervios que no lo dejaban desenvolverse normalmente y prefirió mantenerse a una distancia prudente y observarlo desde su lugar, aguantándose las ganas de cargarlo.

Era un cachorrito de bulldog inglés que le aceleraba el corazón de solo verlo. Las manos le ardían con ganas de acariciarlo, pero no se sentía completamente seguro de hacerlo, así que simplemente las frotaba contra sus pantalones con más ansiedad de la que debería.

Gordón lo saludó, pero el chico no le prestó atención y al mayor no le importó demasiado, sabía que Bill solía ser así con él, incluso había veces en las que por más que la estuvieran pasando bien, el pelinegro no decía ni una palabra, era extraño, pero había aprendido a manejarlo.

Se le escapó una sonrisilla al notar esa mirada curiosa que pocas veces veía y extendió al pequeño animal hacia él. — ¿Te gusta?

El menor asintió con los ojos muy abiertos y extendió su mano para tocarle la cabecita, el cachorro se removió y Bill alejó la mano, un poco asustado de haberlo lastimado, pero el can simplemente abrió los ojitos y movió la nariz, el pelinegro sonrió muy grande por ello.

— ¿Quieres cargarlo?

Bill levantó la cara y lo miró con los ojos entrecerrados, como buscando alguna señal de que era una broma o algo así, pero de todas formas asintió con entusiasmo.

— Vale… —asintió y se acercó a él para pasárselo, y por primera vez Bill no se alejó de un salto cuando su mano chocó con la suya—. Cuidado…

El menor lo acunó contra su pecho y agachó la cabeza para besarle en la nariz, estaba tibia y húmeda y le dieron cosquillas. — ¿De quién es? —preguntó sin mirarlo, demasiado concentrado en los ojitos del cachorro.

— Es para ti… Bueno, para ti y para Tom… —Bill levantó la mirada casi inmediatamente y abrió los ojos enormemente—. Claro, si Simone lo aprueba…

— ¿De…? ¿De verdad? —preguntó incrédulo y el mayor solo asintió con una sonrisa.

El pelinegro casi quiso ponerse a llorar de la emoción, y si no hubiera sido por su aberración hacia el contacto físico, se hubiera lanzado a abrazarlo. Él siempre había querido un perrito, toda su vida él y Tom habían rogado por uno a sus padres, pero ante las negativas ambos habían dejado de insistir, y que ahora Gordon llegara y le regalara uno, le hacía desear que nunca se fuera de su vida.

— ¿Puedo… llevarlo arriba? —preguntó en voz baja, sin apartar la mirada del perrito, acariciando su espalada suavemente.

— ¡Claro Bill! —respondió en tono alegre, su timidez le divertía un poco—. Es tuyo, puedes llevarlo a donde quieras.

— Si… es mío. —susurró para sí mismo—. Gracias… —dijo con una pequeña sonrisa. Y Gordon asintió despreocupado.

— Solo debes bajar en un momento, tu madre llamó, y casi llegan.

— Aja…

Respondió antes de darle la espalda y correr escaleras arriba, se metió como rayo en su habitación y cerró de un portazo. Cuando el corazón se le calmó se recargo contra su puerta y se deslizó hasta el suelo, alucinado. Abrazo al cachorro y no pudo evitar soltar una risita llena de emoción.

— Te voy a cuidar mucho. —susurró contra su orejita—. Nada va a lastimarte bonito… porque yo voy a cuidarte, y quererte mucho, mucho. Y Tom también va a cuidarte… te juro que vas a estar seguro… es una promesa.


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