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Bendita Maldición por chibigon

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Bendita Maldición

Por Ladygon

 

Capítulo 9: Derribando muros.

Castiel resignado a vivir como tío, arrendó una casa provisional para que los chicos tuvieran una vida normal, o relativamente, normal. Pasaban la semana ahí, mientras que los fines de semana en el búnker, entrenando y estudiando lo paranormal.

Ninguno de los dos chicos, tuvo alguna crisis vocacional a lo que estudiaban con Castiel. Tampoco sabía la razón de eso, puesto que ambos, en algún momento de sus vidas, quisieron dejar la cacería y dedicarse a otra cosa. Pensó en ello, pero se dio cuenta con asombro, que pese a que estudiaban y entrenaban para cazadores y Hombres de Letras, nunca habían cazado nada. Un error de su parte al parecer, puesto que no podían ser cazadores, sino cazaban nada. Quizás debía sacarlos a cazar, pero eran tan pequeños, aunque Dean no lo era tanto… realmente, estaba muy confundido y un tutor confundido no era para nada bueno. Volvió a dudar sobre su calidad de padre mortal, aunque ahora su grado bajó al de tío. Debía investigar de qué trataba ser tío, ya que no tenía idea, solo sabía que era el hermano del padre, pero eso no le decía nada.

Hizo una mueca de disgusto ¿Cómo podía averiguar eso? ¿Con la profesora de Dean? Ella creía que era su padre. Si preguntaba una cosa como eso, lo miraría feo o extraño, como últimamente, estaba pasando con ella y el grupo de apoderados. Abrió los ojos de improviso, debía ser eso, él no cambiaba, pero los demás sí. Algunos comentarios vinieron a su cabeza: “¿Cómo lo hace para mantenerse tan bien?” “¡Usted está cada día más joven!” “Denos el secreto”, etc., muchas frases parecidas a esas, sin que pudiera darles una respuesta apropiada. Por esta razón, decidía solo reír con inocencia, en vez de deshacerse en explicaciones sin sentido.

Los chicos sabían de esto, por eso muchas veces hablaron del problema a espaldas de Castiel. Decidieron cambiar de colegio, con todo lo que ello implicaba, porque cambiar de vida estaba bien, si el ángel estaba con ellos. Castiel no se lo imaginaba, pero sus chicos ya estaban buscando nuevo colegio donde cambiarse, sacrificando incluso a sus amigos.

Cuando le dieron la noticia, de que irían a otro establecimiento, Castiel los miró extrañado y estos respondieron, que necesitaban otro, porque tenía más preparación para ir a la universidad y… muchas explicaciones, que no tenían nada que ver con la verdadera razón. Castiel encontró sus explicaciones valederas, o sea, les creyó todo, y los ayudó a cambiarse.

No solo cambiaron de colegio, sino que de ciudad, abandonaron la casa provisional y se instalaron en otra definitiva. Ahora el búnker quedó para semana por medio.

Nuevos amigos, nueva vida y ahora Castiel no era su padre, sino su tío, definitivamente. Así seguirían por un buen tiempo, esperaba fuera para toda la vida. Sin embargo, eso es imposible por lo evidente. Tarde o temprano, tendría que presentarse como uno de los hermanos Smith y esperaba que en ese momento, pudieran con el ritual para volverlos a la normalidad.

Los chicos parecieron no molestarse por tener que cambiarse de residencia, lugar, colegio y de alguna forma, de todo lo que conocían, solamente por el hecho de que su padre, ahora, era su tío. Los amigos de los chicos también cambiaron, puesto que nadie debía darse cuenta de Castiel.

Así empezó la nueva vida de los Winchester. Sin berrinches de “yo quiero a mis amigos”, sino que decidieron tener nuevos amigos y los nuevos, que conocían, les agradaba el tío, aunque a veces dudaban.

—¿En serio es tu tío? —decía uno de los chicos.

—Sí, ¿por? —preguntaba Dean.

—Porque es muy joven.

—Es nuestro tío, aunque no lo creas.

Podría parecer extraña esta decisión de los chicos, pero ellos estaban bien con esto. Desde el principio supieron que no eran normales y de alguna forma, eso también estuvo bien, porque eran felices ¿Qué se suponía ser normal? Eso tampoco lo sabían y no les interesó. Castiel nunca lo supo y tampoco lo sabría, pero Sam y Dean podían valerse solos, de la misma forma como se valieron en la vida anterior con ese padre ausente por la cacería. Sin embargo, el que estuviera Castiel  cuidándolos, marcó una gran diferencia en sus personalidades, en su ser interno. Ellos se sentían a salvo, protegidos, en paz, cosas que jamás experimentaron sus viejos yo.

Dean con diecisiete años estaba pronto a graduarse del colegio. Sam tenía trece y era un adolescente muy solicitado. Tenía montones de amigos, pues siempre fue más sociable que su hermano. Dean por su lado quiso convertirse en mecánico, le gustaban mucho los talleres del nuevo colegio, haciendo más creíble las razones del cambio y dejando tranquilo a Castiel.

—Cas, ¿me acompañas? —preguntaba Dean.

—¿Adónde?

—Por ahí, necesito comprar unas cosas.

Debía necesitar algún material del colegio, quizás algo pesado que no podría cargar solo, pero con la ayuda del poder de un ángel custodio sería fácil. Siempre le gustó ayudar a Dean en esas cosas, así que aceptó. Para su sorpresa no fueron a comprar nada pesado, sino que partieron al centro comercial y entraron a una heladería.

—¿Cuál sabor quieres, Cas? —preguntó Dean—. Yo invito.

Castiel tuvo un problema existencial mirando todas esas cubetas con distintos colores, las cuales suponían diferentes y ricos sabores para los humanos. Él solo saboreaba las moléculas de hielo, cosa que daba lo mismo, aunque unas siempre eran diferentes a las otras, de ahí la indecisión existencial.

—¿Cas?

—¿Eh?

—Debes decidir pronto —dijo Dean, viendo la fila hacia atrás que se estaba formando.

—No sé Dean, ¿tú que dices?

—Mmmh, a ver, ¿qué tal el de chocolate?

—Chocolate, sí, ese me gusta.

Dean sonrió de forma maravillosa y le dieron el helado de chocolate. Se sentaron en una de las mesitas, a disfrutar de esa ricura muy bienvenida a causa del calor. Castiel usaba su lengua para tomar su helado, Dean disfrutaba de la escena del ángel.

—¿No te tomarás tu helado? —preguntó Castiel a Dean.

—Este, sí.

Tuvo que chupetear su mano, ya que su helado se derritió demasiado.

Castiel descubrió algo interesante. El chico sabía de sus gustos, no fue una coincidencia lo del sabor a chocolate y eso lo sorprendió. Se preguntó cuánto sabía Dean sobre él.

Terminado el helado, partieron al cine.

—¿No íbamos a comprar algo? —preguntó Castiel extrañado de verse arrastrado a la entrada del cine.

—La tienda abre más tarde, debemos hacer la hora. Ven quiero ver esta película.

Entraron al cine. Dean compró una bolsa grande de palomitas de maíz y se sentaron uno al lado del otro en las últimas filas.

La película era una clásica del oeste  de esas italianas.

—Me encanta el “Spaghetti Western” —le susurró al oído.  

Dean estaba emocionado, mientras veía la película.

—Pero este no es un restaurante italiano, ¿o sí? —dijo Castiel mirando para todos lados en la oscuridad.

Dean no pudo contener la risa y estalló con una risotada hilarante, que terminó contagiando a todos en el cine. Lo bueno de todo esto, es que la película “Le llamaban Trinidad” era un comedia, y nadie se percató de que la risa no fue por la película.

—Dios, cómo te amo —dijo Dean ya calmado.

Castiel lo quedó mirando y Dean aprovechó para besarlo. Tomó su mano durante la película, mientras el ángel no podía dejar de saborear el beso con sabor a palomitas. El sabor de las palomitas cambió a uno demasiado delicioso, casi adictivo.

Salieron de la película con una sonrisa en el rostro. Corrección, Dean salió con la sonrisa, en cuanto a Castiel, salió normalmente, serio.

—La película es fabulosa —dijo Dean contento.

—No la encontré graciosa —criticó Castiel.

—Eso es porque no conoces el “Spaghetti Western” hace mofa a todas esas películas y se ríe de sus cliché. Debes venir a este ciclo conmigo para entender los chistes —explicó Dean como un erudito en el tema.

Activó la curiosidad del ángel y logró su propósito de ser acompañado durante un mes entero. Siempre se sentaban atrás y como nunca estaba lleno el cine, Dean aprovechaba para robarle uno que otro beso a Castiel, bajo la impune oscuridad, como también, de secuestrarle la mano durante toda la película.

Castiel aprendió mucho de películas italianas viejas con fideos, o mejor dicho “Spaghetti Western”, y por fin, comprendió los chistes de las dos películas de Trinidad. Las disfrutó y rio entre besos robados de Dean que lo dejaban con la seriedad del sabor exquisito.

Al viejo Dean también le gustaban las películas viejas de cowboy, recordaba cuando lo envió al pasado, a buscar al fénix y se encontraron con el mismísimo Samuel Colt. Dean parecía un niño de cuatro años de lo emocionado que estaba. Esa era otras de las razones, por la cual aceptó acompañarlo al ciclo de cine, pero los continuos besos robados se hicieron costumbre y Castiel tenía que evitar lugares solitarios, porque si no, era atacado por un impulsivo Dean.

Lo peor vino cuando Dean cumplió dieciocho años y no daba tregua al acoso sexual con Castiel. Castiel ya desaparecía descaradamente, antes de que el otro comenzara con su coqueteo o toqueteo. Eso enojaba al chico. La teletransportación angelical, era un balde de agua fría, que Castiel siempre le lanzaba. Sin embargo, era feliz con uno que otro beso robado.

—Cas, tengo dieciocho años —anunciaba Dean por milésima vez.

—Lo sé Dean, ayer celebramos tu cumpleaños.

—¡Exacto! Tengo dieciocho y un día.

—Sí, Dean.

—Y ahora soy legal.

—Claro Dean, eres mayor de edad según las leyes de este país.

—¿Cuándo tendremos sexo entonces?

Castiel lo quedó mirando como si lo  viera por primera vez ese día.

—¿Cuándo? —insistió el chico.

La alucinación de Castiel le hizo ver a Dean de cuatro años, pidiéndole sexo. Tuvo que sacudirse esa imagen y es que no podía con la cara de bebé del chico.

—Dean, eres muy joven —sentenció Castiel.

—¡Soy legal! Si las leyes del país dicen que soy mayor de edad como para ir a una guerra, entonces lo soy para tener sexo con quien me dé la gana —refutó Dean.

Ahora no sabía qué decir con esa magistral respuesta del chico.

—Uhmmm… veremos ese “entonces”, entonces… —dijo Castiel.

—¡Qué! —exclamó Dean, ya que no entendió nada.

—Mira ahí viene Sam, después hablamos.

—Oye, no…

El ángel se escurrió y desde ese “entonces” vivía escurridizo como en el juego de la gallinita ciega. Dean lograba adivinar algunas veces donde aparecería Castiel de su teletransportación y cuando acertaba,  casi se lo comía, provocando la desaparición otra vez del ángel. De esta forma tan entretenida vivieron por un tiempo.

Sin embargo, a los diecinueve, la situación era insostenible, porque el ángel no cumplió con la posibilidad de acostarse con Dean a esa edad, sino que decidió esperar a Sam. Debía volverlos a la normalidad antes de que sucediera, es decir, antes de caer en la seducción del chico, el cual no creía que fuera virgen a esta altura, por la forma de su acoso.

Castiel siguió siendo el tío de los chicos, y eso fue, hasta que Sam cumplió quince años. Según Castiel, estaban listos para otro intento con la bruja, antes de sucumbir, a los galanteos intensivos de un Dean con una barba corta muy sexy, los cuales lo dejaban temblando de pies y cabeza, porque sabía que estaba a punto de caer en esa perdición de ese Dean, que cada vez se parecía más al antiguo. Así que apuró el plan, pero tuvo que conversarlo con los chicos, ya que no los podía llevar engañados a un lugar que conocían.

—No iremos. —Fue la rotunda respuesta de ambos.

Castiel pestañeó varias veces, incrédulo.

—¿Cómo? —preguntó extrañado.

—Que no iremos Cas —explicó Dean.

—¡Por qué!

—Porque hemos decidido quedarnos así como estamos y vivir nuestra vida a tu lado, Cas.

—No pueden decidir eso, ¿qué pasará con las personas?

—¿Cuáles personas? —preguntaron los chicos confusos.

—Esas que ustedes salvan, ¿qué pasarán? Ustedes son los protectores de este mundo.

—Si te fijas, no nos han necesitado en quince años —dijo Sam muy seguro.

—Eso no es cierto. Mientras ustedes estaban ausentes muchas personas han muerto —enfatizó Castiel.

—Sí, pero el mundo sigue andando, Cas —refutó Dean.

Eso era cierto.

—Chicos, esa no era la idea.

—Pues la idea ha cambiado y nos gusta, después de todo es nuestra vida y tenemos derecho a vivirla como nos plazca.

Eso también era cierto. Por un momento visionó a los chicos con familias, esposas, niños…

—Queremos vivirla contigo —especificó Dean.

Las esposas y los niños no pintaban en el cuadro. Los miró extrañado a ambos.

—¿No quieren una vida humana normal? Yo no soy humano —aclaró Castiel—. No los entiendo.

—Cas, te necesitamos. Yo no puedo ver una vida sin ti —dijo Dean con pasión.

Castiel sintió sus mejillas arder.

—¿Estás seguro Dean? ¿Sam? —dijo Castiel con los ojos aguados.

—Por supuesto que estamos seguro, Cas. Yo tendré esa vida normal que tanto quieres, pero será cuando vaya a la Universidad, mientras tanto, me quedo aquí con ustedes —aclaró Sam con una sonrisa.

—Claro, Cas, eres nuestra familia.

Dean se abalanzó sobre él para darle un beso apasionado como tantas veces hacía. Esta vez, Castiel no tuvo las fuerzas para rechazarlo, simplemente no podía. Lo amaba y era cierto que quería estar con él. Habían pasado años y años de intentos fallidos por parte de Dean como una gota de agua sobre el cemento, pero que la insistencia de esa gota, llamada amor, erosionó el corazón de Castiel hasta lograr alcanzarlo.

Castiel se sorprendió de esto último, es decir, no se sorprendió de estar abrazando y besando a Dean, sino más bien, del hecho de que no podía dejarlo ir, como estaba dispuesto a hacerlo hace unos instantes atrás. La gota de agua le dio un mazazo, uno certero, grande y fulminante, que terminó por resquebrajar su corteza de “hacer lo correcto por el bien de la humanidad”, aunque eso significaba volver a los chicos a la normalidad.

No pudo soltarlo y supo que ya no había vuelta, había fallado en su misión de regresarlos, fallado como casi en todo lo que hacía, pero por algún motivo, no lo sentía como un fracaso, sino como una oportunidad. La oportunidad que nunca hubiera surgido, si a Dean no lo hubieran “maldecido” de esa forma. Hizo una oración al cielo, cometería otro pecado imperdonable y se quedaría con esos niños lindos, viviendo una vida llena de esplendor. Una vida imposible para unos cazadores, pero para unos chicos bendecidos en el tiempo, tendrían la ocasión de vivirla. Si estaba mal o bien, no tenía idea, solo el tiempo lo diría, así como fue el mismo tiempo quien decidió por él en su vida.

En una cabaña perdida en el bosque, la bruja vio la escena en su bola de cristal, sonrió con gusto.

—¿Seguirás jugando a la bruja? —preguntó la hermosa mujer vestida de negro.

La bruja cambió su forma a la de un hombre de aspecto desordenado, con una barba y bigote corto.

—Solo porque tú jugaste al “dios vengativo” —respondió Chuck.

—No fui un dios vengativo, fui un dios magnánimo y les di lo que deseaban.

—Mientras tanto, soy yo quien los protege de las amenazas de demonios, monstruos y otros “seres vengativos”.

—Considéralo una indemnización por servicios a la humanidad.

—Ya.

—Yo te vi muy feliz jugando a la bruja buena.

—Lo mismo digo de ti jugando al “dios magnánimo” —enfatizó las últimas palabras.

—¿Jugamos a otra cosa?

—Vale.

Y los dos, junto con la cabaña, desaparecieron del lugar.

 

Fin.

Notas finales:

Hola a todos, gracias por seguir y comentar este fic. Espero que disfrutaran este Dadstiel con evolución Destiel, viviendo una vida de felicidad ^^.


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