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El Aullido del Cadejo por Reno

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Notas del capitulo:

¡Hola mundo!

Cometí un error, dije muchas veces en los reviews que los capítulos serán publicados los Viernes, pero en la nota anterior había dicho que hoy sería la entrega del próximo capítulo.

Me disculpo sinceramente, por ello publicaré el tercer capítulo.

Sin más, disfruten el final del primer arco de esta historia. Espero ansioso sus reviews.

La casa de las muñecas
III


Los colores de la inocencia son ennegrecidos, cuerpos marcados por manos brutales han dejado sobre ellos una huella imborrable inyectándose en su piel hasta alcanzar sus huesos. Gritos gobiernan la mente clamando un único deseo, la muerte.

Las puertas de un armario fueron abiertas descubriendo una entrada secreta, las llamas débiles de las velas sujetas en los candelabros de la pared iluminaban la gran habitación. Pequeñas sillas de madera eran ocupadas por muñecas vestidas por faldas blancas y negras, giraban sus rostros hacia aquel hombre quien se acercaba con lentitud dejando su lámpara en una mesa y acercarse a una cama al final donde se encontraba acostada una última muñeca cubierta por un largo vestido azul. Envueltos en la penumbra acarició su rostro, tomó un peine y llevó su cabeza hacia su pecho arreglando sus cabellos. Tarareaba una canción mientras movía sus manos debajo de su vestido, ella afincó sus pies levantándose con dificultad y caminaron hasta ellos descubriéndose a la luz para recibir a sus invitados. La sombra ocultó su faz y el hombre retrocedió repugnando aquella imagen. Tembloroso intentaba no mirar pero sus ojos se clavaban en cada rostro inánime contemplándolo, reflejaban como un espejo sus recuerdos donde podía escuchar el eco lejano del sufrimiento. La verdad se revelaba como un cuchillo cortándole la garganta, llevó su mano hasta ella sintiéndose asfixiado, su cabeza daba vueltas dentro de un carrusel donde luces de colores lo deslumbraban y devolvían aquel lugar frente al anciano alto abrazando aquella niña de ojos de cristal.

— ¿Usted está consciente de lo qué ha hecho?­— Preguntó la sombra en un tono grave, el anciano ladeó la cabeza confundido sin obtener respuesta. ­— Señor Richmond, ellas no son muñecas, son niñas.

— ¡Imposible, yo sería incapaz de tocar un niño!— Vociferó y abrazó fuerte la muñeca entre sus brazos. Ciego por la rabia, espetó: — Sólo quieren alejarme de ellas pero yo no podría dejarlas solas.

— Porque están vivas, ¿cierto?­— Suspiró, su expresión se cargaba de pesar al ver aquel rostro familiar. Agregó: — Ellas forman parte de diferentes casos de niñas desaparecidas alrededor del estado. Muchas de ellas en lugares comunes cuales solían visitar habitualmente. Ellas tienen familias quienes las han buscado desesperados. Seguimos su rastro y nos guio hasta este lugar donde parecen estar bajo sus cuidados. No las pudo haber secuestrado pero queremos saber quiénes las han traído hasta aquí.

Poseído por la ira, volteó brusco el cuerpo de su muñeca buscando en sus ojos tiernos la verdad. Desvanecía el engaño retirando el velo de aquella ilusión cual él mismo había construido. Cuencas vacías lo miraban con aquella expresión confundida, tropezó y cayó hacia atrás empujando a la niña quien tambaleó hasta desplomarse descubriendo las prótesis de sus piernas. El anciano intentaba huir de aquellos rostros fríos pero con ellos regresaba la culpa de sus actos. El hombre se incorporaba y caminaba lento hasta ellos, sacó un reloj plateado detrás de su sobretodo y giró las manecillas hacia atrás. Fantasmas del recuerdo se levantaban del polvo, las grietas se cerraban y aquella habitación oscura regresaba a una antigua soledad.

Cargaba en sus brazos un cuerpo débil dejándola en una silla de madera. La luz de sus ojos fue arrebatada, en su lugar ojos de muñeca eran insertados en el vacío de sus cuencas; obligada a la dependencia, sus extremidades fueron amputadas sustituidas por piezas de madera. El miedo dominaba sus sentidos pero el tiempo apaciguaba los temores al candor de las velas siempre encendidas y las atenciones de aquel desconocido quien dedicó sus últimos años a mantener con vida seres destinados a la perversión. Era una delicada luz cual abrazaba y brindaba cobijo aún sin conocerlo, una esperanza al final del tormento.

— Yo las salvé­— Memorias regresaban a su tiempo, y los presentes a la realidad. El anciano había cambiado su rostro, susurraba con aquella expresión perdida y apesadumbrada: — Era un hombre de sociedad, conocí a tantos como yo quienes estaban a la altura de mi posición social. Muchos hombres de poder tienen gustos exquisitos e inexplicables, simplemente despreciables.
                «Recibí una invitación cordial para presenciar un gran acto. Mis colegas creían por el sólo hecho de estar solo compartía los mismos deseos retorcidos. Trajes elegantes y máscaras eran el código de vestimenta, si no deseaba ir sólo debía quemar la carta pero finalmente había decidido asistir. Esa misma noche, entre rostros ocultos y risas desbocadas las pude ver, niñas extraviadas siendo torturadas a través de una gran pantalla como si fuese una película. La diferencia estaba en que los mayores postores serían los directores de esa función atroz. Ellos apostaban para desahogar sus deseos depravados y yo lo hacía para librarlas de aquel infierno. Sin embargo, todo tenía su costo, si me convertía en un director debía complacer a una audiencia voraz. Cuando no quedaba nada de ellas las adoptaba y las llevaba hasta este lugar para que viviesen el resto de sus días en paz. Pensé en delatarlos a la policía pero me di cuenta que no sólo hombres de sociedad son los que disfrutan esta clase de entretenimientos…

— ¿Dónde está la carta?­— Preguntó el hombre, el anciano alzó su mano y apuntó detrás de ellos hacia la otra habitación. —… Es lo único que necesito.

­— Revelo mis secretos aunque ya no sirvan de nada. Nadie puede detenerlos— La niña se arrastró hasta las piernas del anciano aferrándose a ellas. Colocó sus manos sobre su cabeza sin verla. — Yo sólo las he ayudado a vivir felices, jamás quise hacerles daño.

El silencio gobernó la habitación. El hombre se aproximó hasta la lámpara puesta en la mesa observando su fulgor.

— ¿Cree que son felices así?— Preguntó en un tono suave y tranquilo casi inexpresivo. Agregó: — Ellas saben que usted ha sido quien las ha convertido en simples muñecas. Se han acostumbrado a esta miserable forma de vivir porque no pueden escapar y sin usted no podrían sobrevivir. Una vez sus ojos se cierren ellas perecerán en una lenta agonía atrapadas dentro de esta habitación.

— Haga lo que quieran conmigo pero salven a las niñas, es lo único que les pido— Rogaba el anciano, la sombra se acercó pero el sentir los ojos de aquel hombre sobre él lo detuvo.

— Nunca tuve intención alguna de salvarlos— Tumbó la lámpara al piso y las llamas fueron liberadas del cristal. Sorprendido, la sombra se volvía hacia él y el hombre se retiró de la habitación con un gesto indiferente: — Ya sabes que tienes que hacer, Cadejo.

Ojos rojos brillaron en la oscuridad con la intensidad de las llamaradas circundándolo. Temblaban las paredes con sus pasos pausados hacia el anciano quien sintió humedecer sus mejillas arrepentido por sus errores y faltas. Garras atravesaron su pecho desgarrando su alma, pequeñas manos pasearon debajo de su piel estirándola intentando escapar, escuchó las voces de sus muñecas gritando ahogadas por el dolor. Súbito su cuerpo se había rendido, la sombra detenido en el umbral divisó por última vez a través de las llamas violentas detrás de los ojos de cristal el brotar de lágrimas de sangre.

La tragedia despertó Brooklyn, la casa escondida detrás de los árboles se consumía en el fuego. Operativos controlaban la situación, y entre las cenizas rescataron los cuerpos irreconocibles de las niñas desaparecidas. La única de ellas aferrada a las piernas de aquel hombre fue reconocida después como Elizabeth Andrews. Corría por las calles de la ciudad perseguido por la fatalidad y el dolor, huía de una verdad desgarradora creyendo ser una pesadilla sin poder despertar. Voces suplicantes se elevaban retumbando en su cabeza, escondidas en algún lugar de la ciudad, hasta acallarse por un grito ahogado lleno de aflicción.

— ¿Por qué…?— Sintió su pecho oprimido, Edward sacó de sus bolsillos una fotografía humedecida por pequeñas gotas cayendo sobre ella. — Mi hermana, mi hermana está…

Luces centellantes brillaban en la noche, sus manos temblaban manchadas de sangre. Un homicidio tuvo lugar en la residencia de la familia Brown. El padre de familia; Josh Brown, fue encontrado en la cocina junto a su esposa y su hija, Alice Brown. Un ojo fue dibujado en la pared con sangre. Entraban y salían personas sin ser percibidos por ella, Alice caminaba abstraída hacia las afueras del edificio rodeado por unos brazos suaves en un abrazo distante.

­— Hay cosas que simplemente no podemos evitar— Dijo la sombra observando la tragedia desde el edificio más alto debajo del cielo estrellado. — Momentos inevitables, destinos cuales no podemos intervenir aunque algunos se tuerzan con tanta facilidad.

Fuera de la casa, el hombre anduvo lento y detrás de sí se asomaba abriéndose paso por el fuego aquella silueta sombría acercarse hasta él.

— ¿Por qué dudaste?— Sin respuestas, el hombre regresó y frente a él ladeó su cabeza. Agregó: ­— ¿Acaso sentiste lastima por ellas?

— Conocí esa niña mientras cubría una de las ubicaciones donde posiblemente podría ocurrir un secuestro— Recordaba con exactitud cada detalle. Explicó: — Visitó la juguetería con su familia. Se enamoró de los castillos, las figuras de acción y los osos de peluche. Tomé uno de ellos y se lo regalé, sus ojos se habían iluminado en ese instante. Desde entonces ella visitaba la juguetería todos los días y en mis tiempos libres pasamos ratos agradables. Cuando dejó de ir supe que había sido raptada unas calles adelante. Pudimos haberlas rescatado, ellas…

— Son sólo muñecas— Interrumpió, el hombre había torcido su sonrisa. Soltó una carcajada demencial burlándose de su tristeza. Calló, y sus ojos brillantes al fulgor del incendio se fijaron en él— No necesito tu compasión; estoy muy cerca de encontrar a los responsables de mi desgracia. Mantente al margen de tus sentimientos.

— Hasta la llegada de ese día y sólo en la hora de su muerte nuestro pacto será saldado— Respondió la sombra, apretó su brazo atrayéndolo hacia sí. Un susurro grave estremeció su piel: —… Cada mañana donde despiertes y puedas ver el sol, cada noche donde duermas bajo la luz de la luna, recuerda siempre que hasta ese día tu cuerpo y alma son míos.

Labios fríos se posaron sobre los suyos robando su aliento presa de sus palabras acechantes siendo parte de aquel juego mortal donde sólo habría un ganador.

— El destino siempre busca no dejar cabos sueltos­— La sombra sacó su pequeña libreta detrás de su traje. Sujetó su pluma y cruzó una línea sobre el nombre de aquel hombre tras cumplir su promesa, proteger a su familia. — Y quienes hacen un trato deben tener cuidado con sus palabras porque puede ser fatal.

Un aullido se escuchó anunciando la llegada de la muerte.

Notas finales:

Espero hayan disfrutado el final del primer arco de esta historia como yo escribirlo.

Ha sido muy duro continuar pero a pesar de las adversidades no quiero defraudarlos.

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¡Nos vemos en una próxima entrega!


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