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Classico por sawako1827

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Notas del capitulo:

Si, volvi. Y si, se supone que esto era un one shot. Pero escuchando a Beethoven el otro dia me agarro la inspi y bueno. Aca esta. 

Al fin y al cabo el bello gato negro merece su parte también. 

Lo escribi todo en un solo dia xD asi que no se si esta bien o no.

A mitad del día en una casa de proporciones grandes, retumbaba en su interior Moonlight Sonata con una furia extrema. Sonaba desordenada y desastrosa, ahogada en una multitud de sentimientos de tristeza y dolor que no tenían forma de ser consolados. Y de esa misma forma se expresaban a través de esos acordes fallidos que no hacían más que mezclarse inútilmente.

 

Por lo que, minutos después, el dueño del sonido dejó de tocar para apoyar sus manos pesadamente en las teclas del piano.

 

Era una señal de rendición.

 

Un par de lágrimas traicioneras recorrieron sus mejillas y luego un débil sollozo, aquello era el único sonido en el lugar completamente abandonado de otras personas. Solo estaba él y un lirio blanco que yacía a su lado. Los únicos seres con vida “encerrados” en la magnitud de aquella gran casa solitaria; a pesar de que la pequeña flor ya estaba marchitándose.

 

A los 10 años de edad, Kuroo Tetsurou perdió a su mejor amigo de la infancia, Kozume Kenma.

 

Se conocían, prácticamente, desde que nacieron. Puesto que eran vecinos y sus madres eran amigas. En todas las memorias que Kuroo tenía, Kenma estaba a su lado.

 

Desde que aprendió su primera sonata en el piano, hasta su primer recital frente al público. Kenma incluso lo acompañaba en todas sus prácticas, sentándose en el suelo, a un lado de su taburete. Y aunque no decían nada y él se sumergía en su consola de videojuegos, ambos disfrutaban la compañía mutua.

 

Incluso cuando no estaba practicando, salían por los alrededores a jugar o hacer lo primero que venga en mente. Ya que ambos eran hijos únicos, buscaron en el otro una hermandad irreemplazable.

 

Kuroo en ese momento logró arrasar concursos y conciertos, la felicidad que sentía por sentirse acompañado la transmitía a través de los acordes, los cuales iban aumentando en dificultad con cada ocasión.

 

Un día le prometió a Kenma que se convertiría en un pianista profesional, así que tendría que brindarle su apoyo más que nunca.

El más bajo asintió con una sonrisa, haciéndole saber al mayor que siempre contaría con su apoyo.

 

—Pero ahora, te fuiste. —Susurró Tetsurou para él mismo, mientras se limpiaba unas cuantas lágrimas de prepotencia. No era justo. La manera en que murió su amigo y su familia no era justa.

 

Irrumpiendo en una casa de repente, asaltando y asesinando; por supuesto que era abusivo.

 

Miró sus manos, las cuales temblaban como si se estuviera congelando. Aunque tan lejos de ese hecho no estaba.

 

Se sentía frío estar rodeado de soledad.

 

Así que se abrazó a sí mismo para intentar consolarse de su propia miseria interna y volvió a llorar para dejar ir aquellos negativos sentimientos a través de sus lágrimas.

 

Y luego de todo eso lo intentó. Intentó seguir tocando el piano pero no podía. En todas sus horas de práctica miraba a su lado, al lugar donde estaría su mejor amigo y nada. No había nadie allí.

 

El recuerdo de Kenma aún seguía vivo después de meses y el sentimiento de añoranza solo acrecentaba más.

 

Por primera vez perdió un concurso; por primera vez dejó de tocar en medio de un concierto; por primera vez dejó de practicar durante dos días seguidos; por primera vez… ya no le importaba el piano.

 

Y en cuanto se dio cuenta de este hecho, lo abandonó todo.

 

 

****

Varios años habían pasado, y con casi 18 años de edad Tetsurou normalizó su vida volviéndose uno más del montón. Nadie sabía de él ni de su talento innato. Mucho menos de toda su extraña sabiduría por la música clásica.

 

Hasta que un día el deseo y la curiosidad fue más fuerte que él. Y en medio del horario escolar, se escapó de clases para dirigirse a la sala de música de la escuela.

 

Lentamente se acercó al piano pulcramente brillante que se hallaba en el centro de la habitación, rodeado de otros instrumentos; y se sentó hasta hacer el ademán de tocar, deteniendo sus dedos a centímetros de las teclas.

 

Respiró profundo “Ya es hora de que superes esto” pensó. E irguiendo su postura Rose Adagio comenzó a sonar suavemente. Intentando por todos los medios hacer honor a su compositor: Tchaikovsky.

 

El problema es que falló completamente.

 

—Amigo eso sonó fatal. —Dijo una voz de por más conocida a sus espaldas. Se giró rápidamente puesto que tenía la intención de no ser descubierto.

 

—¿Bokuto? ¿Qué estás…-

 

—Hago lo mismo que tú. —Dijo ensanchando una sonrisa. —Me escapo de clases. Tengo a ese viejo aburrido de matemática ¿sabes? Creo que nadie además de ti puede aprobar esa materia. Yo ya me rendí hace tiempo, no entiendo nada de lo que dice adem-

 

—¡Bokuto! —Kuroo intentó frenar la palabrería de su amigo antes de que se fuera por las ramas, a pesar de que ya lo había hecho.

 

—¡Es cierto! Eso. —Apuntó. —No sabía que tocabas el piano… jamás me lo dijiste… —Empezó a vociferar deprimido por haberle ocultado una cosa así.

 

—Lo siento. La verdad es que es la primera que toco después de mucho tiempo. Lo dejé hace años.

 

—¿Por qué? —Bokuto preguntaba mirándolo como solo él podía hacerlo. Con esos grandes ojos brillantes que daban la sensación de perforar tu mente y hacer decir las cosas a contra de tu voluntad.

 

—Es una larga historia… —Kuroo sabía que eso no sería suficiente para evitarlo. —Es una historia triste, te la contaré otro día.

 

Sorpresivamente su amigo entendió y asintió con la cabeza mientras le golpeaba levemente el hombro para darle ánimos. Kuroo sonrió para agradecerle.

 

—Sabes… ya que tocas el piano y no quieres que nadie de aquí te descubra. El otro día encontré un lugar que podría gustarte.

 

—¿Qué tipo de lugar? —Preguntó Kuroo algo interesado en ello.

 

—Es un edificio, algo viejo y medio decadente. Pero creo que van músicos allí. No es muy cerca de la escuela por lo que sería difícil que te cruces con alguien de aquí.

 

Kuroo lo pensó un poco antes de aceptar y pedirle, finalmente,  la dirección a Bokuto. —Gracias por esto amigo. ¿Cómo te lo pago?

 

El otro sonrió casi con algo de malicia. —Ayúdame a encontrar a la persona que está destinada a mí y estás saldado.

 

Parpadeó varias veces ¿Destinado? ¿De qué estaba hablando? El otro pareció acatar la expresión del pelinegro al no entender a lo que se refería, así que le explicó.

 

—¿No escuchaste el rumor? Aquel que si encuentras esa persona que es algo así como tu alma gemela; de repente tu visión empieza a cobrar color. —Bokuto decía todo eso con una expresión de completa esperanza y asombro.

 

—¿En verdad crees en todo eso?       

 

—¿Por qué no lo haría? ¿No tienes curiosidad de cómo sería una visión llena de colores brillantes? Todo este gris es muy aburrido y me desespera.

 

—Estoy acostumbrado a ello, en realidad.

 

—Ohh vamoos Kurooo. —Bokuto ya empezaba a lloriquear infantilmente al ver que el otro no estaba de acuerdo con su punto de vista. Kuroo comenzó a reír por el inocente pensamiento de su amigo.

 

—¡Está bien! de acuerdo, te ayudaré. Pero ¿Te imaginas encontrar a esta supuesta persona en medio de una multitud? ¿Será difícil no crees? —Terminó diciendo con una burlona sonrisa en el rostro.

 

­—¡Hey! ¡¡¡No me maldigas de esa forma!!! —Tetsurou solo rio con más ganas, ya se los veía a ambos buscando a una persona en medio de una multitud, hasta que su amigo mágicamente pudiera ver colores. Y se estaba hablando de destino, Kotarou en verdad no sabía cuanta crueldad conlleva esa palabra. Aun así no dijo más nada, su mirada de esperanza era algo contagiosa, por lo que siguió escuchando las idioteces que decía un buen rato más.

 

****

Otro día siguiendo la dirección anotada en su celular, Kuroo de repente encontró el lugar del que hablaba Bokuto y era tal y como lo había descrito: viejo y roído. Un edificio grande y antiguo se alzaba enorme ante su mirada. Pero aun dejando de lado su pobre aspecto medio abandonado, de él se desprendía una energía que abrazaba con calidez.

 

Él todavía tenía un piano en su casa, pero aún era incapaz de tocarlo, ya que todo le recordaba a Kenma.

 

Sin dudarlo más se sumergió en el interior y preguntó por la sala del piano.

“La primera del último piso”.

 

Subió por las largas escaleras de mármol hasta el último piso y finalmente lo encontró. A pesar de la apariencia del edificio, el piano se encontraba en buen estado, invitándolo a tocar.

 

Y así empezó ese día. Volviendo al siguiente y el otro. Interpretando a variados compositores como Beethoven, Rachmaninoff o Shostakovich. Un sonido miserable era lo que producía en comparación con esos grandes maestros. Pero no se dio por vencido.

 

Y el tiempo fue pasando sin que se diese cuenta, 2 meses para ser exactos. La primavera estaba en su punto culmine y Kuroo por fin había terminado de tocar la Sonata in C Major de Mozart a la perfección.

 

Levantó los brazos vitoreando su reciente logro y se giró a su costado con extrema alegría.

—Kenma!! Lo logr-

Al segundo cayó en cuenta de lo que había dicho.

A su lado no estaba Kenma. Pero eso ya lo sabía hace mucho… Fue la costumbre.

La costumbre de festejar junto a Kozume el logro de haber sacado una obra nueva.

 

Su sonrisa se esfumó como el viento entrando desde la ventana. Ya debería haberse acostumbrado a ese panorama ¿Porque le seguía doliendo tanto entonces?

 

“De acuerdo” pensó entonces “No me queda otra más que descargar este sentimiento y aliviarme”.

 

Y como pianista que era, lo haría con la mezcla de acordes producidos por las finas teclas. Así que para ello eligió una obra de Chopin.

 

Y así comenzó a atacar el piano con Ètude in A minor Op. 25 No. 11 y que aquella agonía se la lleve el mismo viento de la canción.

 

Cada acorde era un grito de dolor y euforia por la pérdida que aún sentía. Y de esa forma, con una profunda aflicción, terminó de tocar.

 

En su pecho se recargaba ese pesado sentimiento haciéndolo sofocar gravemente, impidiendo el pase libre del aire a sus pulmones. Exhaló fuertemente y se dejó ahogar en las penurias por un rato. Solo y en silencio.

 

****

Pasó una semana desde aquel incidente. Dudoso se acercó hacia aquel edificio aún indeciso de volver a tocar. Aun así, el solo hecho de entrar en ese lugar lo sentía como un gran paso.

 

Era un grandioso día e iba a aprovecharlo para recuperar los ánimos.

 

Kuroo, cada vez que iba a ese lugar, solía ignorar a los demás músicos; sin embargo el sonido de un hermoso violín, interpretando perfectamente a Vivaldi, llegó a cautivarlo completamente y de repente. Su música, llena de vida y amor, despertó en él una sensación extraña la cual no pudo evitar acompañar a la alegría de la sonata.

 

Un regocijo cálido abrazo su corazón y le brindó aquello que tanto anhelaba: paz.

 

Conocerlo… el solo pensamiento de querer conocer a la persona capaz de despertar en él la alegría que tanto le costó conseguir, le hacía sentir ansioso.

 

Apretó los puños fuertemente y se dirigió a la sala del piano, a refugiarse. Por alguna razón no estaba listo. Él mismo era el ejemplo de todo lo malo ¿Cómo podría vivir con el hecho de ensuciar a una persona tan pura? Porque era exactamente eso. A veces, entre músicos las palabras sobraban o eso es lo que él creía fervientemente. Y lo que le decía la música de aquella persona era: perfección.

 

Sin embargo su alma le pedía una salvación y volvió al día siguiente. Sintiéndose renovado al escucharlo nuevamente. Esas complicadas melodías le hacían pensar que estaba presenciando un concierto de Niccolò Paganini, interpretando Caprice 24, o las mismas Sonatas y Studies compuestas por Kreutzer.

 

Cerró los ojos y al fondo de la oscuridad una pequeña mancha de color iba haciendo aparición. Volviéndose más clara y brillante en cada encuentro. Un matiz rosado acompañaba las melodías combinando perfectamente con el ambiente primaveral.

 

 

 

****

Y durante un tiempo ese violín fue su medicina espiritual, hasta que de a poco fue desapareciendo quedando nuevamente en la nada.

 

 

Oh cuánto dolor y tristeza sufrió su corazón cuando el violinista dejó de venir.

 

Hasta podría decirse que estaba ciego, puesto que el dolor en su corazón oscurecía su alrededor impidiéndole ver lo deslumbrante que podía ser toda su mirada.

 

En ese largo tiempo de agonía intentaba aferrarse con todo lo que tenía a esos vagos recuerdos musicales. Repasando en su mente las tantas veces que pudo haber enfrentado la situación; imaginando que si lo habría hecho todo sería diferente. Y ahora se arrepentía completamente.

 

El destino en verdad era una cosa tan cruel. Brindándole una felicidad tan pura y tan fugaz, como si le robaran un preciado tesoro de las manos.

Se sentía maldecido, como si no fuera apto para vivir en este mundo… como si no mereciera semejante virtud.

 

El invierno llegó inundando todo su alrededor con su fría presencia. Congelando no solo el ambiente, sino a él mismo también.

Lástima sentía por él mismo y cuanto se odiaba por eso.

 

Ni siquiera había prendido la calefacción por lo que su habitación estaba particularmente fría a comparación del resto de su casa. Acostado en su cama, lo único en su campo de visión era el techo que ahora se miraba oscuro debido a la noche.

Nuevamente en su mente repitió aquellos recitales, cuantas gracias quería darle a ese desconocido por haber alegrado tanto su corazón. Aunque al mismo tiempo evitaba pensar que algo le había pasado, algo grave.

 

Sintió una punzada en el corazón. “No”. Pensó rotundamente. Eso definitivamente no podía haber pasado. El pecho le dolía de repente y se levantó estrepitosamente.

“No, no, no” Siguió pensando con amargura y de pronto una fugaz idea cruzó su mente. Quería escucharlo… No, quería verlo; conocerlo.

 

Salió rápidamente de su casa, corriendo como si su vida dependiera de ello. Rezándole a todos los dioses que conocía. No tenía mucho sentido su actuar, ya que no sabía si esa persona estaría allí o no, pero realmente no le importó más nada.

 

Ahora mismo su máxima prioridad era llegar al antiguo edificio.

 

Media hora de carrera y su destino se extendió frente a él. Con la puerta abierta de par en par, de nuevo lo invitaba a su interior.

 

Contrastando su actuar, con parsimonia y calma se dirigió a la sala del piano.

 

Así que en medio de la noche, se sentó en el taburete frente al piano. Sin intención de tocarlo. A la espera de algo que no estaba seguro si iba a llegar o no.

Pero al final los dioses escucharon su pedido y de pronto el dulce sonido de un violín llegó a sus oídos. Retumbando en sus tímpanos y cada célula de su cuerpo, sintiendo como lo abrazaba una sensación de placer y regocijo.

 

La mejor sensación de su vida. La que tanto extrañaba. Por fin había vuelto.

 

La Ballada era simple y armoniosa. Pero pudo recordar que la había escuchado alguna vez.

Ballade No 1 in G Minor, Op 23.

 

En media de una dicha de suma felicidad por volver a escuchar al violinista comenzó a tocar la pieza intentando de hacer un acompañamiento. Manteniendo la armonía y perfección que el ajeno profesaba, el recital que iba desenvolviendo de pronto, le resultó una pieza única e irrepetible.

 

Y aunque hacía un tiempo que no tocaba el piano. Sentía que lo estaba haciendo mejor que nunca. Puesto que hacía tantos años no lo hacía con tanta alegría.

 

En su pecho sentía claramente la emoción que el momento le compartía.

 

Pronto la canción terminó y con los sentimientos de euforia a flor de piel salió rápidamente en busca del violinista. Que por nada del mundo dejaría ir esta vez.

Ya demasiadas veces se había acobardado. Incontables, en este momento.

Pero ya nada de eso importaba.

 

Por suerte para él se encontraban en el mismo piso, reconociéndolo por la intensidad del sonido. Así que abrió puerta por puerta en busca de esa persona.

 

Hasta que finalmente quedó solo una. La última puerta del último piso.

 

“Así que ahí estabas.” Pensó, no pudiendo contener la sonrisa que se le escaba de los labios. El corazón comenzó a latir con más velocidad y con sumo nerviosismo abrió la puerta lentamente.

 

En cuanto vio el interior su corazón, esta vez, se le pareció haber detenido.

Puesto que la imagen que se extendía a sus ojos era tan bella e irreal que pensó que estaba en un sueño. El mejor de todos.

 

Justo en el medio de la sala, con los copos de nieve danzando a su alrededor, brillantes, como si fueran pequeñas joyas; y siendo iluminado tenuemente por la luz de la luna. Se hallaba un hombre de una belleza tan indescriptible que ni siquiera los ángeles podrían competir contra él. Sin embargo pronto pudo notar algo que lo dejo sin aliento.

Color.

El color azul de la noche estaba tiñendo la magnífica escena haciéndola perfecta y sublime.

 

En verdad todo era tan perfecto que se sentía vagando en un sueño.

 

El músculo en el pecho izquierdo comenzó a bombear sangre nuevamente para no morir en ese instante.

 

Tragó saliva y con cautela se acercó a la hermosa persona que lo miraba sorprendido. Sin contener sus pensamientos, en los cuales festejaba como un niño al encontrar un tesoro.

 

—Así que tú eres el talentoso violinista. —Logro soltar y se felicitó a si mismo por no trabarse y reprendió por decir algo tan estúpidamente obvio. —Soy Kuroo Tetsurou, es un placer. —Estaba tan nervioso que ne verdad no sabia que decir. Así que al final pensó que lo mejor sería presentarse; y mientras extendía su mano para estrecharla con la ajena, el panorama cambió abruptamente en cuanto hicieron contacto, provocando que casi se quedara sin aire.

 

Su mirada se iluminó como si la luna se hubiera convertido en el sol, incluso, hasta podía sentir la calidez extrema proporcionada por este astro.

 

Un sentimiento tan excelso y extraordinario que solo se comparaba con la imperiosa y majestuosa belleza de la persona que tenía frente suyo.

 

Ahora mismo las palabras se quedaban estancadas caprichosamente en su garganta, pero no se dio por vencido. Tenía tanto que decirle, no iba a desaprovechar esa oportunidad.

Así que reuniendo todo el valor que poseía lo encaró de nuevo.

—Dime… -Llamó finalmente para agasajar la duda que le había nacido en ese instante. ­— ¿Tú también sientes como tu mirada se va llenando de colores?

 

La expresión de sorpresa en el otro le hizo poner un poco nervioso.

Si esa persona en verdad los veía de igual modo podría, incluso, morir de felicidad allí mismo.

 

—Soy… —Lo escuchó hablar de pronto y rápidamente pensó que era la voz más bella que había escuchado. —Akaashi Keiji. Y de hecho, Kuroo-san, debo decir que el mundo nunca me pareció tan hermoso y matizado como ahora.

Las palabras dichas por el menor eran como una suave y tranquila melodía. Incluso si lo que dijera, en algún momento no tuviera sentido, él lo escucharía todo con atención.

Se contagió de su sonrisa la cual le pareció encantadora. Le miró a los ojos y le pareció haber encontrado dos joyas invaluables, unos hermosos zafiros azules.

 

Rápidamente el azul se convirtió en su color favorito.

 

—He estado esperando por tanto... desde la primera vez que escuché tu violín. Y han sido varias veces ¿sabes? —Confesó Kuroo mientras rascaba su nuca algo nervioso. —Y hoy finalmente decidí conocerte por fin. Creo que nuestro concierto ha quedado bien. O bueno, eso me pareció. —Rio levemente ya que el nerviosismo estaba haciendo estragos, sin embargo él en verdad estaba esforzándose por tratar de hablar normalmente. Sintió como sus manos temblaban ligeramente, aunque se debía a una gran sumatoria de cosas.

 

—Entonces estamos en las mismas condiciones. He estado... admirándote de cierta forma desde que escuché tu interpretación de Winter Wind. Tu piano... realmente llegó a cautivarme y para ser sincero he vuelto a este lugar con el fin de encontrarte nuevamente. —Aquello se sintió como la gota que rebalsó el vaso. Y si no fuera por el fuerte deseo de seguir conociéndolo podría haber muerto ahí mismo. O simplemente habérsele tirado encima en un abrazo que lo dejaría sin aliento.

Pudo saber que el menor sentía algo parecido ya que lo vio tambalearse levemente. Así que aprovechó para sostenerlo y sentir más de él.

 

¿Cómo era posible que una persona fuera tan perfecta?

 

—Por favor dime, porque me siento tan feliz en este momento. —Le dijo la verdad tan vergonzosa que en cuanto la exteriorizó no pudo mantenerle la mirada, aun si su deseo era presenciar esas orbes hasta su muerte.

 

—En realidad me estoy preguntando lo mismo. —Le dijo el menor con ese tono de voz tan lindo. Y en cuanto apenas sintió esas delicadas manos sobre su propio torso; no hizo esperar el deseado abrazo.

Juntando sus cuerpos hasta fundirlos en uno solo, estrechándolo fuertemente para brindarle una seguridad pura de que jamás se alejaría de su lado.

 

 

Es como si hubiera encontrado una parte de él que creyó haber perdido hacía mucho tiempo.

 

Quiso volver a cumplir un caprichoso deseo irrefrenable por lo que comenzó a acariciar su pelo suavemente. Aquellas hebras en verdad se sentían como seda al tacto.

 

No tardaría mucho en volverse adicto a todo lo que tenga que ver con él.

—Akaashi. ¿Crees en ese rumor de las parejas destinadas? —Aunque le doliera se separó un poco, pero solo lo suficiente para mirarlo a los ojos. —Porque ahora mismo siento como si todo fuera posible. —Él siempre decía que ese tipo de leyendas eran solo falacias baratas, pero muy en el fondo, quiso creer en ellas. Aferrándose a esa última gota de esperanza que le traería felicidad a su vida. Y jamás se imaginó que al final fuera cierto y que incluso fuera mucho más.

 

Así que cuando escuchó al menor confesar que ahora mismo creía en todo eso gracias a él… no… en verdad ya no sabía que pensar.

Felicidad y color. Era lo único que abordaba su mente ahora mismo. Y el tono carmín que adornaba tan tiernamente las mejillas del más bajo le pareció su otro color favorito.

 

—Eres muy lindo, Akaashi. Más de lo que me hubiera imaginado. —Soltó sin pensar y se reprendió de nuevo por atreverse aun sin darse cuenta. Sin embargo cambió de parecer en cuanto vio el rostro del menor acercarse al suyo. Y de nuevo actuó por inercia. Haciendo posible el contacto de sus labios cuyos ajenos se sentían suaves y dulces. No tardaría en decirle, más tarde, que quisiera que fuera su dulce postre de ahora en adelante.

 

El temblor en el otro se hizo notar así que lo abrazó por la cintura para que no caiga. Esas acciones tan adorables solo hacían aumentar el deseo de poseerlo completamente. Pero para ese caso no se dejaría llevar por sus instintos, ya que había otro deseo que quería cumplir ahí mismo.

—¿Qué te parece si tocamos otra vez? —Dijo al finalizar el beso y con diversión tomó el violín y la mano ajena y se encaminó rápidamente a la sala del piano. Akaashi no dijo nada simplemente se dejó guiar; incluso hasta lo escuchó reír divertido. No pudo evitar acompañarlo segundos después.

 

La carrera duró poco puesto que estaban en el mismo piso. Kuroo se dirigió al piano, no sin antes devolverle el violín a Keiji; y se preparó para tocar.

—Estaba pensando… que quizás Clair de Lune quedaría perfecto para la ocasión ¿No crees?

La sonrisa del menor le dio la seguridad de que estaba completamente de acuerdo.

—Por supuesto Kuroo-san —Su nombre siendo pronunciado por él seguía siendo todo un deleite para su sentido auditivo.

Pero sin más que decir, comenzó aquel improvisado recital. Y aunque ahora estaban de acuerdo en hacer un dueto, la canción no resultó tan coordinada como la anterior. Aun así siguieron hasta el final, a duras penas.

 

Y en cuanto terminaron se miraron mutuamente y rieron a carcajadas por la desastrosa pieza que acababan de interpretar. Claude Debussy podría estar revolcándose en su tumba.

 

—Supongo… que tuvimos suerte de principiante. —Dijo Kuroo aun riendo. —Aunque habíamos empezado bien. —Soltó enmarcando una expresión algo graciosa.

—Estoy seguro que fue la emoción del momento. —Dijo Akaashi mientras se acercaba y sentaba en un espacio vacío del taburete junto a él. —Por lo menos para mí lo fue. En cuanto te escuche solo seguí  tocando por inercia.

 

Kuroo le dedicó otra sonrisa y lo abrazó porque tenerlo cerca diciendo cosas tan adorables solo le hacía desear eso. —Practiquemos más, entonces. Los dos juntos.

 

Ambos sonrieron. Por supuesto que lo harían. De ahora en más sus vidas estarían enlazadas una con la otra. Así que se besaron nuevamente como si estuvieran cerrando algún tipo  de trato. Uno que duraría hasta el resto de su existencia.

 

Notas finales:

Por un mundo con más KuroAka


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