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YOUTHFUL HATSUKOI por Lady Trifecta

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Notas del capitulo:

Música del capítulo:

Sia - Angel by the Wings

https://www.youtube.com/watch?v=kYlKNOH1PNM

 

 

Se encontró mirándose a sí mismo al borde de un abismo. No quería creer, no quería sentir. No tenía significado la vida si él no estaba en ella. Perdió su rumbo y caminó a ciegas sin su luz. No le quedaba nada por que luchar y sólo pudo desear que la oscuridad lo reclamara y de esa manera, aunque fuera en los brazos de la muerte, volver a mirar sus ojos una vez más.

 

 

—¿Qué es-está diciendo? —Sentía cómo las piernas le temblaban y Zen lo sostuvo con fuerza y firmeza de los brazos para que no cayera, pero él ya había caído inevitable y estrepitosamente en la desesperación. El temblor en sus piernas era nada comparado a lo que sentía en el centro de su pecho, un dolor punzante lo atravesó de lado a lado y sin embargo podía sentir a su corazón palpitar insoportable y dolorosamente. Supuso que eso era lo que llamaban morir en vida.

—Doctor, díganos todo, por favor. —Zen también se sentía devastado pero, por amor a su esposo, por amor a su hijo debía mantenerse cuerdo. Sentía el cuerpo de Takafumi temblar contra el suyo. Su mirada perdida, sus lágrimas retenidas, el dolor en su rostro; definitivamente nunca iría a olvidar este día. Fue el día en el que conoció el rostro del infierno, el día en que supo lo frágil que era la felicidad. Pocas veces en su vida lo había visto vulnerable y llorar. Era la primera vez que lo veía destrozado, y que no le importaba una mierda ocultar sus sentimientos como alguna vez lo hizo.

—Estamos haciendo todo lo posible por salvarlo. Lastimosamente no podemos darles un cuadro completo de la situación ahora, pero su hijo sufre de traumatismo craneoencefálico debido al golpe en su cabeza. No les voy a mentir. La situación es muy delicada y aunque aún no podemos asegurar nada, es mi deber decirles que las consecuencias son indeterminables en estos casos, quizás hasta inevitables.

—Usted no puede estar diciendo la verdad. Sora, Sora... él... Mi pequeño... —Lágrimas bajaron por su rostro, sin piedad— No... —Tapó su boca con ambas manos, como si fuera que de aquella manera podría retener el dolor. En el fondo sabía que debía encontrar la forma de mantenerse fuerte por su pequeño, como siempre lo llamaba, pero era difícil, era imposible. La agonía le estaba ganando la batalla a trompadas.


Takafumi se perdió en sus recuerdos. Aquellas melodiosas y dulces risas, su tierna mirada, sus manitas pequeñas aferrándose a las suyas, la primera vez que lo llamó ‹‹pa-pá››, sus primeros pasos. Sora siempre había sido el más apegado a él de los dos. Kai había sido más independiente, y aunque él amara con todo su corazón a los dos, Sora siempre había sido el que acudía a él como primera opción, entre todas las personas del mundo, cuando tenía un problema. Más que un padre, él había logrado convertirse en su mejor amigo, su confidente, y quizás su cómplice en algunas ocasiones. Aunque Yokozawa Takafumi fuera del tipo duro y estricto, Sora definitivamente era su debilidad y, más que ninguna otra persona, era el único que podía hacerle cambiar de parecer en alguna decisión. ¿Cómo viviría ahora sin sus chantajes? ¿Cómo si le habían arrancado la vida misma? El corazón, su pedacito de cielo, su pequeño milagro. Quería tomar la mano de su pequeño y ayudarlo a levantarse luego de aquella caída como siempre lo hacía cuando era sólo un niño. Quería abrazarlo y ponerlo a salvo. Quería despertar de esa pesadilla, porque claro, todo eso sólo debía ser una pesadilla, de otra manera, ¿cómo podría soportarlo?

Ya no pudo más. A medida que comprendía que cada palpitar era dolorosamente cierto, que aquella flagelación más que sentirlo en su interior, lo sentía ya en su propia carne, poco a poco el control que hasta entonces había mantenido en su vida fue muriéndose en manos de la desolación. Gritó. Gritó con todo lo que pudo, con toda su ira, su miedo, su dolor y cuando ya no pudo más, tan sólo por los límites de su cuerpo más no los del corazón, colapsó en los brazos de su esposo aceptando una realidad que dolía más que nada en esta vida. No había justificación en este mundo para que un padre viviera el momento de perder a su hijo, no la había, ni en este mundo ni en ningún otro.

Tomándolo en sus brazos, lo llevó a donde las enfermeras le dijeron. Quería, no, debía mantenerse sereno pero cada segundo que pasaba era más difícil que el anterior y el conservar la cordura intacta se convirtió en probablemente la cosa más difícil que había hecho en su vida. Su pequeño estaba en UCI y su esposo se había derrumbado por vez primera desde que lo conoció. Colocándolo con extremo cuidado en la camilla besó sus labios con suavidad, con amor, con el ferviente deseo de que el sosiego pudiera alcanzarlo un poco siquiera.


—Hey, no me dejes solo en esto por favor. Te necesito —susurró, acariciando sus mejillas con una mano y con la otra agarrando con firmeza su mano luego de acariciar sus cabellos. Intentaba hacer que volviera en sí. Permanecía ahí con él, sosteniéndolo en todo momento, sin importar qué.
—Sora... —pronunció inconsciente, con la voz quebrada, con un mudo sollozo, con un dolor que clavó el mismo corazón de Zen haciendo que casi rompiera su voluntad, aunque por dentro ya estuviera desmoronado.

Juntando su frente con la de su esposo, las lágrimas comenzaron a resbalar de sus almendrados ojos sin poder detenerlo, aunque llorar fuera la última cosa que quisiera. ¿Cómo mantenerse fuerte? ‹‹Piensa en ellos››, se repitió una y otra vez a sí mismo. ‹‹Por ellos, por ellos, por ellos››. Jamás pensó ver al amor de su vida en un estado tan lamentable, no sólo sentía que podía perder al siguiente instante a su hijo sino que ahora también temía perderlo a él, e imaginar una vida sin ellos, lo estaba matando lentamente en vida.




—Estaremos bien —sollozó. Quería convencerse de aquello; era su deber después de todo—. Todo estará bien mi amor, confía en mí. Sé que estoy siendo la persona más injusta del mundo al pedírtelo, pero sé fuerte. Te lo ruego, por mí, por él. Takafumi, te lo ruego con el corazón en la mano. No quiero perderte. No quiero perderlos. Despierta mi amor.


Sintiendo sus lágrimas caer en su rostro, abrió los ojos con pesadez.

—Zen —susurró y, llevando sus brazos alrededor de su espalda, se fundió en un amoroso abrazo lleno de necesidad y angustia por el futuro incierto que se avecinaba.


Las siguientes horas fueron eternas. Nadie les decía nada. Los médicos y enfermeras iban y venían sin reparar en que ellos morían de angustia. Por fin alguien se acercó a ellos.


—Su hijo necesita una transfusión —dijo el médico.

—Yo lo haré —dijo Zen, sin atisbo de duda, poniéndose de pie, pero el suave toque de la mano de su esposo lo detuvo.

—Es mi sangre. Mi sangre es compatible con la de él. —Takafumi estaba débil y pálido pero se las arregló para ponerse de pie y, ayudado por Zen, siguió al médico.


—Por aquí, por favor —les indicó la enfermera—. Primero debemos realizar una serie de exámenes antes de hacer la toma de sangre. —Ellos sólo asintieron, era como si supieran que debían guardar todas las fuerzas necesarias para cuidar de Sora.

—Los resultados estarán alrededor de una hora. ¿Los dos tomarán la muestra?

—Sí. —El que respondió fue Takafumi. Se sometieron a las distintas pruebas, y momentos más tarde se encontraban aguardando los resultados. El tiempo se hacía eterno. Cuando por fin tuvieron noticias, aquello fue la última cosa que se habían imaginado que les pasaría en un momento como ese.

 

 

 

 

 

—Buen día.

—Hasta que por fin despiertas. —No le saludó a propósito de mala gana, pero no podía evitarlo, estaba molesto. Estaba angustiado, estaba confundido, estaba a oscuras. La noche pasada había descubierto con pesar que poco o nada sabía de sus hijos. Era como si en el presente fueran unos completos extraños frente a sus ojos, y eso más que herir su orgullo, sea como hombre, sea como padre, hacía que le doliera el corazón y se cuestionara sobre su papel. Intentaba buscar el momento exacto en que empezó a hacer tan mal las cosas para que terminara de aquella manera.

—¿Papá? ¿Pasa algo? —Claro que pasaba. Lo sabía muy bien, pero no esperaba que lo tratara de aquella manera. Yuu no era esa clase de padre, es más, nunca lo había visto molesto o enojado en lo más mínimo siquiera, mucho menos con él.

La noche anterior había sido traído antes de la medianoche por el mismo Shin y habían sido recibidos tanto por la enigmática sonrisa de Kanade, como por la expresión poker face de Yuu. Sus papás habían estado esperándolo algunas horas, pero muy por el contrario de lo que pensó, ninguna bomba explotó. Kanade le dio las gracias muy amablemente a Shin por traer a Yuki a casa sano y a salvo. Yuu sólo se limitó a ordenarle que entrara a su habitación y le advirtió que al día siguiente hablarían; no le dirigió la palabra a Shin, estaba muy cansado para lidiar con la situación en esos momentos. Las razones más importantes para guardar la compostura lo obligaban a ello: aún debía guardar energía para "hablar" con Yue, y lo que más le importaba en esos momentos era el alivio de saber a Yuki con bien. Al menos había llegado sano a su casa luego de desaparecer de aquella manera del colegio frente a sus ojos.

—Luego hablamos. Dile a tu hermano que venga a desayunar con nosotros.

—Eh, papá. Yue... —Fue cuando escucharon la puerta de la casa siendo abierta y a alguien dejar los zapatos en el genkan luego de entrar. Yuu fue de inmediato hasta la entrada, aún con el cuchillo en la mano (con la que había estado cortando el tocino para el desayuno), seguido de un preocupado Yuki.

—Tú, ¿estás llegando? —Aquello tarde o temprano iba a suceder.

—Buen día, papá, Yuki —saludó respectivamente a cada miembro de su familia presente y, sin poder evitarlo, pronunció aquello con la mayor tranquilidad del mundo y una media sonrisa natural, como si simplemente fuera otro hermoso día—. No vas a usar eso, ¿o sí? —preguntó, mirando expectante el cuchillo.

—¡No estoy para tus bromas! ¡Y no tientes tu suerte! ¿Aún tienes el descaro de decir "Buenos días"? ¿Dónde demonios estabas?

—Dormí afuera.

—¡No me digas! ¡Si no me lo dices no lo adivino, eh! —Su muchacho continuó impasible.

—Papá, intenté llamarte pero tu teléfono estaba fuera de área, el de casa me daba directamente con el contestador. Papá tenía apagado su teléfono y le dejé un mensaje a Yuki —Yuu volteó rápidamente la vista hacia su hijo en busca de respuestas.

—Es lo que estaba por decirte.

—¿Y bien? Escucho tu excusa. Sorpréndeme.

—Haru y Sora están en el hospital. —Terminó por comunicarle lo sucedido a su padre sin más preámbulos.

—¿Qué?

 




 

 

El suave toque en la puerta fue suficiente para despejar un poco su somnolencia. Vio a su muchacho quien seguía durmiendo en la camilla, su esposo hacía lo mismo en la cama de acompañantes. Se levantó con cuidado de la silla, para no despertarlos. Vio la hora, ya eran las ocho de la mañana, todavía faltaba una hora para las visitas. Ya todos debían de estar enterados de la situación en estos momentos.

—Takeshi. —Lo abrazó sin más, pronunciando su nombre en un susurro, pero con evidente desahogo.

—Vamos a desayunar, ¿sí? —Le animó su hijo.

—Pero, ellos...

—No creo que ninguno despierte enseguida. ¿Cómo está Haru?

—Mejor, aunque la dosis de adrenalina no fue poca. Ha pasado por mucho estrés, fue lo que dijo el médico.

—¿Y papá? Se veía realmente demacrado.

—No quería que durmiera acá, pero ya conoces su carácter.

—No lo convencerías por nada del mundo.

—Así es. ¿Y Taiki? —Taiki se enteró bastante tarde de todo lo sucedido, pero en cuanto lo supo no quiso apartarse del lado de Haru.

—Oh, él se encuentra durmiendo en una habitación al lado. Hace solo media hora que se quedó dormido. Estaba realmente preocupado pero el agotamiento pudo con él. ¿Vamos? Anda, tienes que estar fuerte por papá y también por Haru. Te necesitamos con todas las energías. —Takeshi colocó su mano sobre su hombro.

—Ni que lo digas. Está bien, vamos. —Tras tallar sus ojos con sus manos para intentar espantar el cansancio, cerró la puerta y fue con su hijo a la cantina del hospital. Todavía le esperaba un largo día.

Minutos después, un muchacho entraba con parsimonia a la habitación.


—Buenos días, tío Ritsu, ¿lo desperté?

—No, no, pasa. Ya llevaba despierto unos minutos, no te preocupes. Sólo no he querido levantarme, pero pasa. —Kai pasó y se sentó en la silla ubicada entre la camilla y la cama de acompañante, sin apartar los ojos de Haru. Ritsu lo observó meditativamente un par de segundos.

—¿Qué esperas?

—¿Eh?

—Pues. Puedes saludarlo, ve. Se ve que te mueres por hacerlo.

—Yo... —Se vio terriblemente descubierto y no pudo evitar ponerse un tanto nervioso haciendo que quizás se sonrojara un poco por un momento. No quería despertar a su amigo, así que aunque deseaba tomar su mano, sólo se acercó para depositar un suave beso sobre su frente.

—Lo quieres mucho, ¿verdad?

—Con todas las fuerzas de mi corazón. —No pudo evitar sincerarse de aquella manera, dejando escapar un breve pero hondo suspiro que cargaba desde hacía un buen tiempo en su interior.

—No quiero sonar entrometido pero, ¿por qué no das el paso? —Si tan sólo él supiera que ya lo hizo.
—No quiero perder su amistad.

—Pero, ¿cómo puedes estar tan seguro de eso? ¿Acaso no vale la pena arriesgarlo todo por quien amas?

—A veces, la única cosa que no quieres es arriesgarte a perder a esa persona. —Ritsu se mantuvo callado por unos momentos y se levantó para ir a sentarse al lado de Haru, con cuidado de no despertarlo y tomó su mano.

—Él no estaría aquí, ni tampoco Takeshi, si yo no me hubiera arriesgado, ¿sabes, Kai? Uno parece no entender pero la vida es en verdad demasiado corta como para no tomar riesgos. La vida me ha enseñado un sin número de veces a pelear por amor, a decir más veces "te amo" y a huir menos que antes. Es triste saber que sólo una tragedia en tu vida te ayude a comprender el valor de todas las pequeñas cosas que lo rodean a uno, pero son esas cosas los que nos mantienen en pie y rigen la razón de nuestro vivir. —En sus ojos se asomaron lágrimas de añoranza, aunque sus labios sonreían dulcemente.

—¿Ritsu chichi(1)? ¿Me quiere hablar de eso?

—Kai... —Poco a poco fue descargando su corazón. Aunque sus amigos conocieran su situación, nunca había llorado ni desahogado su pesar frente a nadie más que no fuera Masamune y aun con él quería mantenerse fuerte, imperturbable, pero ya no podía más. Su resistencia se vino abajo como un castillo de naipes. Toda su vida pasó frente a sus ojos la noche pasada. Cuando los llamaron para decirles que Haru estaba en el hospital, no pudo evitar pensar lo peor. Ya había perdido a un hijo, ya conocía el significado de "morir en vida", no podría soportarlo una segunda vez.



 

 

 

—Insuficiencia cardiaca. ¿Por qué no nos lo dijeron? —perplejo, luchaba internamente por no perder la batalla contra su desesperanza, mientras mantenía la vista cansada sobre su café negro a medio tomar.

—Haru no quería preocuparlos. Me hizo prometerle que no les diría nada. —Masamune entonces lo miró, alzando una ceja en señal de sorpresa.

—¿Me estás hablando en serio?

—Papá, intenta comprenderlo.

—Por una mierda Takeshi, debiste decírnoslo.

—Esa era mi intención. Le dije que si solo ocurría alguna cosa, se los diría todo. Pero ustedes también han tenido problemas con el tema de la anemia de papá. —Algo hizo "clic" en la cabeza del mayor, recordando que sus hijos no eran los únicos que guardaban secretos.

—Ok. Presta atención. Te diré cómo funciona esto: Nosotros somos sus padres.

—Y nosotros sus hijos —recitó su frase sin más—. Papá, lo sé. De verdad. Sólo por esta vez, compréndenos por favor.

—Tsk. Eso díselo a tu padre —Todavía no se había enfrentado a Ritsu y la verdad era que el que daba más miedo enojado era él. Una preocupación más sumada a sus vidas no era lo que les hacía falta. Sin dudas le esperaba una buena reprimenda por parte de él—. Así que yo no te diré nada, ya te verás con él.

—¿En serio? ¿No puedes ayudar... un poco?

—No. —No habían salidas y aunque se lo esperaba, la verdad era que no tenía muchas ganas de enfrentarse a su papá. Todo había estado tranquilo un buen tiempo y ahora, de seguro, explotaría. No le quedaba más que disfrutar al máximo su vida mientras tanto.

 

 

 

 

 

—¿Papá? —Apenas comenzaba a despertarse cuando se encontró con su mirada absorta de preocupación junto al cariño más sincero y devoto que le pudieran profesar.

—Haru, acá estoy.

—Agua, por favor.

—Claro que sí. —Lo vio dirigirse hasta la mesa en donde cargó un poco de agua en un vaso y volvió para dárselo con una pajilla, luego de ayudarlo a incorporarse un poco, teniendo cuidado con la intravenosa conectada en su mano derecha. No pasó desapercibido para sus ojos la palidez y el cansancio reflejados en el rostro de su padre, este sólo le sonrió con alivio y acarició sus cabellos.

—Papá, te ves muy cansado. Pasaste toda la noche aquí, ¿verdad? Perdóname.

—No, cariño, no pidas perdón. Lo que importa es que estés mejor y que te recuperes.

—Supongo que ya sabes. —Su mirada reflejó culpa y arrepentimiento por habérselo ocultado.

—Sí. Pero no pienses más en ello, concéntrate en mejorarte.

—No regañes a mi hermano.

—Shhh, descansa. Eso ya lo veremos más tarde.

—Eso quiere decir que mejor nos atengamos a las consecuencias, ¿no?

—Sí.
—Me lo esperaba. —Un breve silencio se produjo entre los dos.

—Papá, yo... —El golpeteo en la puerta lo interrumpió. Ritsu dio el permiso de entrar y entonces Kai, seguido por un ojeroso Taiki pasaron a la habitación.

—Vaya, ya despertaste, bella durmiente —bromeó Kai con la alegría adornando sus hermosas facciones.
—Chicos, no me digan que ustedes también... ¿se quedaron toda la noche?

—¡Haru! —Fue Taiki quien se echó en la cama, aunque con un poco de cuidado, para abrazarlo.

—No seas idiota y deja de preocuparte por nosotros. Claro que estuvimos aquí todo este tiempo, pequeño yandere(2).

—¿Quién es yandere? —Kai rió.

—Si puedes ofenderte, significa que te sientes mejor. Eso me alegra. —Taiki se mareó en ese instante y Kai le sostuvo de los hombros.

—Hey, ¿estás bien? —preguntaron al mismo tiempo Kai y Haru. Este último tomando sus manos entre las suyas.

—S-sí.

—¿Taiki? ¿Ya desayunaste? —Lo interrogó Ritsu, preocupado.

—No, aún no. He despertado recién, pero no se preocupe.

—¿Cómo que no? —En ese momento entró la enfermera trayendo el almuerzo para Haru. Llevó brócoli y un poco de arroz que no habían sido recibidos con muy buena cara, y para Ritsu llevó una sopa de pescado. Nada más de percibir el olor, Taiki sintió las náuseas que lo atacaron y casi se cae en la carrera que emprendió para llegar al baño y expulsar lo poco que traía en el estómago.

Todos se quedaron boquiabiertos y asustados. Ritsu iba a ir a ayudarlo pero Kai se adelantó, pues él mismo era residente en un hospital, y todos creyeron que era el más adecuado para ayudarlo. Tampoco querían encimarse sobre el pobre chico.


—Yo voy.

—Sí, por favor. —Haru estaba que más que nervioso por su amigo e intentó ponerse de pie pero tanto su padre como la enfermera se lo impidieron. Sólo esperaba que Taiki estuviera bien y supiera manejar la situación. Quería confiar en ello, aunque de antemano sabía cómo estaría, y lo necio de su carácter.

—¿Tai? Hey, tranquilo. —El muchacho estaba echado a un lado del retrete todavía, esperando por expulsar más, con los ojos cerrados y la frente perlada de sudor. Kai se acercó para ayudar a limpiarlo y confortarlo; Taiki comenzó a vomitar de nuevo y su amigo apartó sus cabellos y lo sostuvo de los hombros.


—Rayos, rayos, rayos —murmuraba con la voz rasposa, para sí mismo. Sin premeditarlo ni lograr detenerlo, los sollozos aparecieron desmoronándolo por completo.


—Hey, ven aquí. —Kai lo abrazó con cuidado, sosteniéndolo, pues se encontraba realmente agotado y hasta parecía que una repentina fiebre ahora lo aquejaba. Kai no le hizo preguntas y Taiki no intentó hacerse dar a entender. Había pasado aquellas horas de la madrugada junto a Takeshi, pero ambos inmersos y preocupados en Haru, no tuvieron cabeza para nada más. Taiki se la había pasado rehuyendo se sus caricias, miradas y cualquier otro gesto que su novio hiciera, quizás lo había notado, quizás no, lo cierto era que no paraba de andar de un lugar a otro preocupado por su hermano. Poco después se enteraron del accidente de Sora y, hasta el momento, los únicos que no lo sabían eran Ritsu y Haru. Era demasiado caos hasta el momento, no necesitaban echarle más leña al fuego. Para su mala suerte, aquello no iba a ser retenido por mucho tiempo más.


—Hey, por fin despertaron. ¡Qué asco de comida! —Las risas del recién llegado hicieron eco a través de las paredes de la habitación— No, Haru. ¡No comeré eso!

La inconfundible voz de Takeshi se escuchó, acelerando los latidos de Taiki, quien por instinto se aferró a Kai encerrando sus puños en su ropa. Tembloroso y susurrando con su trémula voz, le pidió en una súplica.

—Por favor, por favor que no se entere que estoy aquí. —Aquel ruego desesperado junto con los otros cabos sueltos hicieron que Kai acertara en sus primeras suposiciones, creyéndose loco por imaginarlo, pero ahora lo confirmaba. ¿Qué se supone debería hacer justo en este momento?

—¿Ya están los resultados? —preguntó Zen a la enfermera, quien llegaba después de una larga hora de espera.

—Sí. El señor Zen está en plenas condiciones para la donación pero el señor Takafumi me temo que no.

—¿Por qué? ¿Qué pasa? —reclamó alarmado ante el hecho de no poder ayudar a su pequeño.

—En su estado me temo que es imposible, es contra las normas.

—¿Mi estado? ¿A qué se refiere? —Zen lo supo sin que se lo dijeran. Los malestares de Takafumi eran por eso, lo había sospechado pero de eso a asegurarlo era demasiado.

—Tiene cuatro semanas de embarazo, Takafumi-san. Felicidades.





La vida estaba siendo bellamente irónica a su manera, convirtiéndolos en padres una vez más, a su edad, y en la peor circunstancia de todas.

Su corazón, egoístamente en un momento como este, sintió agitarse por culpa de una repentina alegría, pero miró a su compañero y ese sentimiento se transformó en tiempo récord en preocupación y miedo.

Takafumi se sentó en silencio. Zen lo miró con preocupación que se acrecentó cuando lo escuchó reír amargamente. Era una risa cruda desapasionada, no había felicidad allí, sólo agonía, y la sobrecogedora risa se volvió llanto. Zen se arrodilló a sus pies y lo abrazó.


—¿Se está burlando la vida de mí? Me va a dar un hijo para quitarme otro. ¿Qué es esto, Zen? ¿Qué carajos es? Quiero despertar de esta pesadilla. Ayúdame. Por favor, ayúdame.

—Nadie nos está quitando nada mi amor. Sora estará bien, él despertará pronto —Sintió a su corazón sobrecogerse. No quería creer lo impensable, no quería que la angustia y los temores dominaran al amor de su vida—. Hey, escúchame —Tomó su rostro entre sus manos buscando sostener su mirada—. Sora despertará y verás cómo se alegrará de que pronto tendrá un hermanito o hermanita. Hey, seremos padres de nuevo mi amor —le sonrió con dulzura, con comprensión, con añoranza, anhelo y súplica; transmitiéndole todo su amor en pocas palabras, hundiéndose en su mirada apagada y desolada.

Y bastó sentir su profundo sentimiento para entenderlo. Tocando su vientre sonrió triste, la alegría no era completa, quería tener a sus hijos con él, y ahora uno se debatía entre la vida y la muerte.

—¿Qué haremos Zen? No lo quiero perder, no a mi Sora.

—Te diré lo que vamos a hacer. Vamos a estar juntos y lo superaremos juntos. No te dejaré caer ni tú a mí. Mi amor, ustedes son mi todo y no voy a permitir que nada malo les pase, ¿sí? Sostente de mí, nunca te dejaré caer. Así como yo me sostengo de tu amor y de tu fortaleza, porque por ello me enamoré de ti. Me enamoré del ser excepcional que eres, esa persona que no se rinde ante nada ni nadie y que lucha con fervor y pasión por la vida, por el amor, sin importar nada. —Takafumi quiso creer en sus palabras, quiso creer en su amor, pues este era el mismo que lo había salvado cientos de veces, del propio infierno, de sí mismo, de todo. Cuando creía que ya no podía resistir más en la vida, ahí estaba él, a su lado, siempre cuidándolo, siempre protegiéndolo, siempre amándolo. Tantas veces había negado amarlo tan profundamente como de verdad siempre lo hizo, pero ahora era ese amor su pilar, su faro, su luz, su todo. Él hubiera deseado morirse ahí mismo si ese hombre de ojos almendrados que guardaban su reflejo como si del tesoro más preciado se tratase, no estuviese allí en estos momentos.

La vida estaba probándolos una vez más, ¿podrían esta vez sus sentimientos ser lo suficientemente fuertes como para mantenerlos unidos para luchar contra la tormenta que apenas iniciaba? O, ¿sería mayor el dolor de enfrentarse a lo desconocido, a lo improbable de no recuperar a su hijo y no volver a verlo sonreír una vez más ni volver a escucharlo decirle "papá, está todo bien", "papá, no te sulfures, es sólo música"?

Ahora, y más que nunca en su vida, deseó con toda su alma volver a tener esos dolores de cabeza que le ocasionaban las rebeldías de ese joven músico que les daba melodía a sus vidas.




Continuará...

 

 

Notas finales:

1) El sufijo "chichi" es un apelativo cariñoso, cercano, utilizado hacia el familiar mayor, en este caso para llamarlo tío. Ritsu no es el tío de sangre de Kai, pero lo llama así por cariño y costumbre.

2) Yandere: Yandere (????, Yandere) es un término japonés usado para referirse a un individuo con personalidad dulce y/o agradable por fuera, pero hostil y agresiva por dentro. Equivale al arquetipo occidental de "lobo con piel de cordero". Por supuesto, Kai llama así a Haru, en son de broma. 


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