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YOUTHFUL HATSUKOI por Lady Trifecta

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Notas del capitulo:

 

 

Katelyn Tarver - you don't know

 

 

https://www.youtube.com/watch?v=rodJTwRR-Lk

 

Haunted - Taylor Swift (Acoustic Cover by Jess & Alex G)

https://www.youtube.com/watch?v=Q8UXzLKd0ro

 

 

No podía concebir la idea de que existiera un lugar más cómodo en el mundo fuera de sus brazos. Él trabajaba de medio tiempo en el comedor del colegio, sirviendo mesas. Culminó la preparatoria hacía sólo un año, pero necesitaba solventar sus estudios de fotografía, y su orgullo era demasiado grande como para permitirse que sus padres lo siguieran ayudando.

 

El chico que robó su corazón, gracias a aquellos vivaces y flameantes ojos rebeldes pintados de color esmeralda, tan sólo tenía catorce años cuando se dieron su primer beso; él era el chico rebelde que se saltaba clases para disfrutar de la naturaleza, y decía lo que quería y lo que pensaba cuando se le diera la gana, apasionado por la vida pero tan inocente y puro como su mirada lo describía. Un pequeño problemático con mil miedos a equivocarse.

 

 

 

Era una tarde común de verano como cualquier otra. Era una en un millón, una historia de amor más, pero para ellos era el principio de una vida, juntos, el principio de su felicidad.

 

—Hey, ¿crees en el amor?

—¿Qué clase de pregunta es esa? —respondió mirándolo hacia arriba con una sonrisa entre pícara y confundida. No podía evitarlo, era su personalidad, terco como ningún otro, atrevido como ninguno. Acomodado sobre su regazo, estaban viendo aquella película cursi como la había llamado, desde el sofá de su casa, mientras los dedos de su novio acariciaban sus rubios y suaves cabellos.

—Respóndeme, Yukina Taiki, ¿crees en el amor? —¿Qué era esa manera de llamarlo? Taiki no pudo evitar que su corazón saltara desbocado en su pecho. Iba a responderle algo bochornoso que lo hiciera avergonzar, pero lo pensó mejor, y lo que en palabras no le saldría como quería, sus labios se encargaron de demostrarlo una vez que alzó su brazo y lo colocó alrededor del cuello de Takeshi atrayéndolo para devorar esa boca que le transmitía calor, seguridad y corrientes eléctricas a diferentes partes de su cuerpo. Metió su lengua y sintió cómo se enredaba con la de su novio, mezclando sus alientos hasta confundirlos. Cuando dejó de hacerlo, no lo apartó mucho y mantuvo una mano en la nuca del muchacho mirándolo con atrevimiento y una apasionada osadía al mantener sus miradas a escasos centímetros, tanto que podrían clavarse una sobre la otra.

—¿Eso responde tu pregunta, Takano Takeshi?

—Pues, sinceramente, eso sólo me confirma lo que ya pensaba: que eres un excelente besador, a pesar de que fuera tu primer beso. Anda, dime, ¿crees en el amor?

—Hmmm, déjame pensarlo. —Colocó un dedo sobre sus rosados labios provocativamente, relamiéndolos y mordiéndose el labio inferior inocentemente, con los ojos perdidos aparentemente en sus reflexiones.


—Me matarás. —Takeshi lo miraba entre derrotado y suplicante, como un cachorro necesitado de afecto y atención. Pocos segundos después, el menor rompió en sonoras carcajadas.

 

—¿Por qué nos preocupamos si el amor nunca dura? —Se lo dijo con una sonrisa genuina de lado a lado y los ojos brillando como rayos que quemaban su serenidad.

 

—¿Ah, no?

 

—Uh-uh. —Movió la cabeza de un lado a otro sin dejar de remojar y jugar con sus propios labios, incitándolo a peligrosas acciones que podrían terminar en un crimen perfecto, y con culpa exclusiva de la víctima. Takeshi se rindió. Se acercó y besó aquellos pequeños labios que predecían su perdición. Lo besó con calma, con suavidad, con un delicioso y placentero deleite, con pequeños besos que disfrutaban del contacto con aquel húmedo y cálido reposo de todos sus más anhelados deseos; probándolo con delicadeza y con lentitud, como se disfruta de un chocolate.

 

—Pero nosotros duraremos hasta el final —dijo en un susurro sin apartarse mucho de su boca, devorando el aire que le calaba hasta los huesos y lo sentía recorrer por su propia sangre.

 

Rieron, se besaron y quizás, sólo un poco, se dejaron llevar planeando el futuro pero, ¿qué importaba?

 

Se querían, era eso lo que valía. Sobre las bases de aquel amor juvenil, soñador y apasionado construyeron sus sueños, sus deseos, una familia, unos hijos, una casa en la montaña donde podrían pasar el verano y también el invierno (paradójicamente, sus dos épocas favoritas del año paradójicamente), en donde tendrían dos perros, un gato, un deportivo, un Audi y mil fotografías que adornarían todos los rincones de su hogar de recuerdos, tanto de las victorias como de sus fracasos. En sus corazones desearon que fueran más las victorias que las derrotas, aunque la diferencia sólo fuera de cien contra noventa y nueve.





—¿Papá? ¿Estás bien? Tienes una cara de espanto que ni te cuento. —Antes de que a Ritsu le diera tiempo de responder fue salvado por Kai quien firme y decidido, pero aún sin la más pálida idea de qué iba a decir, salió del baño en esos momentos.

—Buen día Takeshi.

—Hey, hola. ¿Taiki no estaba contigo? No me contesta el teléfono. —Haru reparó en que el móvil de su amigo estaba al lado suyo y, con disimulo y cuidado, lo guardó debajo de las sábanas para mantenerlo fuera de la óptica de su hermano.

—Sí, estaba, pero acaba de irse a su casa. Ya sabes, seguro fue a tomarse un baño y a descansar un poco.

—Oh, ya veo. Aun así, lo llamaré de nuevo. —Tomó su móvil mientras Haru rogaba porque el teléfono del rubio estuviera en silencio pero, una vez más, Kai fue más rápido.

—Hey, ahora que lo recuerdo, me dijo que se quedó sin batería y que lo cargaría en casa hasta después de dormir un poco. Ah, y que te avisara, claro.

—¿En serio? Qué extraño. Podría jurar que le presté mi cargador.

—Lo dejaste aquí, hermano —interrumpió Haru, salvado porque aquello era verdad.

—Ah.

—Hey, Takeshi, hay algo de lo que quiero hablar contigo, ¿vamos? —Siguió a Kai fuera de la habitación luego de despedirse de su padre y hermano, sin estar muy seguro qué estaría pasando, pero con una ligera corazonada de que había algo que debía de saber. Tal vez sólo era su imaginación y todas las horas de preocupación que había pasado desde la noche pasada sin dormir.

 

 

Taiki salió del baño con el andar un poco lento debido al cansancio. Segundos antes, Haru recibía un mensaje de su amigo por su móvil:


[“Haz que Ritsu-chichi lo lleve junto a un ginecólogo, es urgente. Yo me encargaré de Takeshi”.]


‹‹¿Ginecólogo? ¿Acaso Kai ya lo sabe?›› No quería fallarle a su amigo, pero si Kai se lo había pedido de aquella manera, ¿qué otra cosa podría hacer? Aunque muy probablemente Taiki terminaría odiándolo, él no iba a permitir que colocara su salud por debajo de sus caprichos.

 

—¿Taiki? Hey, ¿cómo te sientes? —Ritsu se acercó a él para ayudarlo a caminar viendo cómo se le dificultaba el caminar.

—Es sólo un malestar estomacal. Estaré bien Ritsu-chichi. Discúlpeme por causarle estas molestias y preocupaciones.

—No digas esas cosas. Pero, ¿qué fue lo que pasó? No creo que sea sólo un malestar estomacal y que por eso Kai se haya visto en la necesidad de mentirle a Takeshi. ¿Se pelearon acaso?

—No, no es eso. —Ritsu apoyó su mano en la frente del muchacho, comprobando su fiebre.

—Hey, pero si estás ardiendo en fiebre. Vamos, te acompaño a consulta. —Haru intervino.

—No. Tai, tienes que ir junto a un ginecólogo. —El aludido lo miró entre consternado y una clara señal de “¿Qué demonios te pasa?”, por haber dicho aquello tan deliberadamente frente a su suegro.

—¿Ginecólogo? —Los ojos de Ritsu se abrieron desmesuradamente debido a la sorpresa.

—Creo estás muy cansado y confundido Haru, ya estás diciendo cualquier cosa. —Ritsu observó las miradas de reproche de uno y de advertencia y preocupación de su hijo. No fue difícil darse cuenta que  se estaba perdiendo de algún detalle muy importante.

—¿Qué es lo que está pasando aquí? —Aquella pregunta exigía respuesta, y no de una manera cordial o paciente al percatarse de que tenían muy poca predisposición a que se lo dijeran de buena manera— Y no se atrevan a mentirme.



La vida puede darte preciados regalos de las maneras más sarcásticas posibles, pero tan perfectos y hermosos que sencillamente es imposible no amarlos.

Intentó sostenerse de lo primero que encontró y eso fue la mano de su hijo al mismo tiempo que se cubría la boca con una mano ahogando la impresión, la sorpresa, los mil sentimientos aunados.

 

—¿Papá? ¿Estás bien? —Ya le habían quitado el suero a Haru. Este se hallaba con mejor semblante por lo que no pudieron negarle la oportunidad de estar con su amigo en esos momentos.

 

Ahora se encontraban en la sala de ultrasonido en donde Taiki se hallaba, aún renuente, recostado en una camilla, siendo revisado por un ginecólogo, el Dr. Himura.

 

Ritsu estaba sumergido en sus mil pensamientos, intentando por cualquier medio mantener la cordura y compostura, pero de todas maneras no pudo evitar perder la mirada por unos largos segundos.

 

—¿Papá?
—¿Embarazado? —murmuró tembloroso para sí mismo. Vio primero a su hijo; Haru lo miraba preocupado— Embarazado —repitió sin poder creerlo del todo aun cuando lo repitiera un millón de veces. Volteó a ver al médico.

—¿Cuánto tiempo tiene?

—Tres semanas. El feto está completamente sano. La fiebre es debido a las bajas defensas del joven Yukina, sumándole eso a que no se ha estado alimentando correctamente y todo el estrés que ha estado pasando. No me sorprende. Si hubiéramos esperado más tiempo hubiera sido fatal. Le inyectaré algo para que baje esta fiebre, no podemos permitir que siga con ella, sería muy peligroso.

Taiki se hallaba recostado con el vientre descubierto mientras el doctor pasaba aquel aparato frío presionando contra su abdomen. Tenía la mirada volteada, fija en algún punto de la pared, perdido en sí mismo; se negaba a mirar al monitor o entender los golpeteos que se escuchaban provenientes de aquella extraña y diabólica máquina. No quería pensar, no quería escuchar; sólo quería que todo aquello fuera un sueño del que pronto podría despertar. Se hallaba completamente ajeno a ese momento, concentrado en controlar los enloquecedores y salvajes latidos de su propio corazón y en no derramar las lágrimas reprimidas en sus ojos, haciéndose cada vez más y más fuerte el nudo en su garganta.

Pocos minutos después el médico limpiaba el gel del vientre del chico y apagaba la máquina en el justo momento en que se habían fijado que una lágrima caía imperceptible e inevitable por su mejilla.

 

—Los dejaré a solas. Los estaré esperando en mi consultorio para responder a todas sus preguntas y entregarles las recetas. —El médico salió en ese momento de la sala.

 

—Haru, déjame sólo con él un momento. —Su voz no admitió réplicas pero tampoco guardaba enojo o rabia alguna, simplemente estaba cargada con la seriedad que requería aquello.

 

—Papá... —Haru entendió la mirada que le dirigió su padre y supo que ahora ya no podía hacer nada más que esperar y procurar estar luego con Taiki, sea lo que sea que pasara— entiendo. Estaré en mi habitación. —Se retiró no sin antes acercarse a su amigo, quien se encontraba aún en estado catatónico. Acarició sus cabellos y limpió la única lágrima que había derramado. Besó su frente y le dijo:

—Hey, no importa qué pase. No estás solo en esto.

 

 

Ritsu cerró la puerta luego de que su hijo saliera. Se acercó hasta Taiki, quien de alguna manera había logrado reaccionar para cubrirse el vientre y bajarse de la camilla. Mantenía la mirada cabizbaja, tenía miedo, estaba confundido, estaba... adolorido era la palabra que buscaba. Demasiadas cosas en tan poco tiempo conseguían sólo abrumar a su joven corazón y destruir todos sus ánimos y energías.

 

—Taiki...

—Perdóneme. Por favor, perdóneme. —Ritsu se acercó y lo abrazó, estrechándolo con cariño y comprensión entre sus brazos.

—No pidas perdón. No has cometido ningún crimen. —Fue cuando el niño pequeño que ahora se encontraba refugiado en aquellos brazos que se sentían como los de su padre: tan lleno de amor y calidez, se rompió en incontables lágrimas. Lloró como si ya no hubiera un mañana para desahogar sus miedos, lloró con dolor, lloró aterrado por lo desconocido, por lo no vivido, por los pocos sueños que había tenido en su vida y ahora sentía que se habían muerto junto con sus ilusiones y todos los deseos de una vida que no había comenzado a vivir.

 

Lastimosamente, el camino empedrado y espinoso que había comenzado a recorrer, aún sería bastante largo. Las inseguridades y los miedos pueden llevarnos a tomar decisiones que podrían no ser precisamente las correctas pero que dolorosamente no podríamos entenderlas hasta conocerlas.

—Yo... no quiero tenerlo.

 

 

 

 

 

 

 

—¿Y bien? —Habían llegado hasta un parque cerca del hospital. Takeshi no quería alejarse mucho por si surgía algo y pudiera regresar lo más rápido posible— ¿Qué es eso tan urgente que tenías que decirme y no podía esperar Kai? —miró expectante y curioso a su amigo, esperando sus explicaciones.

—Yo... Takeshi, sabes que Haru me gusta. —Encontró la excusa perfecta o quizás sólo era el momento que por fin había estado esperando. Su corazón, su mente y su alma estaban en ello: No quería perder sin luchar.

—¡Ja! Déjame decirte que eso no es novedad amigo, y las rosas son rojas, y las violetas azules —dijo con una ligera sonrisa en sus labios.

—Hey, no te burles.

—Perdón. —Por un momento se puso serio, pero al rato se echó a reír— ¡Es que no puedo evitarlo! Tienes una cara de idiota enamorado ahorita mismo, como la de perro maltratado.

—Gracias por tu sincera amistad, eh.

—De nada. En fin, ¿qué es eso que tan desesperadamente quieres decirme? —Colocó las manos en los bolsillos y lo miró finalmente con seriedad y atención.

—Sólo quiero dejarte en claro que no pienso renunciar a Haru, seguiré luchando por él. No me importa que esta vez me haya rechazado.

—Vaya. Pues ponte en la fila amigo.

—Es que... Un momento, ¿Sora habló contigo?

—Sí.

—¿Qué te dijo?

—Pues...

 

 

 



—Entiéndelo Sora, si Haru ha regresado no ha sido por gusto, ha regresado más bien por una razón familiar, personal, que como comprenderás son cosas nuestras y de nadie más.

 

—Te lo prometo, Takeshi, nunca quise hacerle daño. El cielo sabe que si hubiera tenido entonces la más pálida idea de los sentimientos de Haru, hubiera luchado por él.

 

—¿A qué te refieres con sus sentimientos?

 

—¿Eh? —Sora se vio notablemente sorprendido. Aquello no se lo esperaba— Tú, aquella vez me dijiste tantas cosas. Haru...

 

—¿Cómo sabes que es verdad? ¿Cómo sabes que es verdad y no tan solo una mentira que te hice creer entonces para que fuera mayor tu culpa? ¿Alguna vez escuchaste palabras de ese tipo de amor romántico de los labios de Haru? —En ese instante, el corazón de Sora se paralizó. Sintió que en el suelo se abría un abismo en donde comenzaba a caer, nuevamente. Todo este tiempo estaba tan ocupado es sostenerse a sí mismo, en mantenerse alejado de Haru, en nunca confesarle sus sentimientos. Lo había hecho debido a sí mismo, suponiendo, como hizo toda su vida, que sabía a la perfección lo que debería estar sintiendo Haru.

 

—Pero, ¿qué dices? Tú, ¿hubieras sido capaz?

 

—Te agradecería que bajes la voz. Taiki aún se encuentra durmiendo. —Del desconcierto y la sorpresa nacieron nuevos temores, una confusión que comenzó a formar olas de desesperación en su ya angustiada mente. 

 

—¿Hubieras sido capaz? —volvió a preguntarle, pero esta vez con desesperanza y desazón en el alma, rogando por alguna pizca de esperanza.

 

—Haru es mi hermano, recuérdalo Sora. Antes que nadie, antes que tú, para mí está él. Por Haru haría eso y cualquier cosa para mantenerle a salvo. Y sin importar cuáles sean sus sentimientos por ti, en ese entonces traicionaste su confianza. Dime, ¿acaso hay algo más importante que la confianza?

 

—No la hay. —Lo supo con certeza. La vida se había encargado de la manera más dura de hacérselo saber. Cansado, se cubrió el rostro con ambas manos, respirando con dificultad, hundido en sus recuerdos. Nuevamente había actuado como el más imbécil de todos. Nuevamente las dudas lo acuchillaban directamente como estacas en el medio exacto de su pecho. Él nunca deseó hacerle daño, pero de alguna manera todo había terminado así.

 

—Dime, Sora —Por unos momentos sintió como suyos los suspiros del que había sido su mejor amigo y sintió que debía preguntárselo y conocer la verdad—. Sé sincero, ¿qué es lo que quieres de Haru?

 

—Takeshi, yo nunca te mentí —Ninguna voz hubiera sonado tan triste y desesperanzada como la suya en todo el mundo, en estos momentos—. Lo amo. Lo amo tanto que me duele. Lo amo tanto que no me importó morirme de tristeza cuando se fue. Él tenía que irse, debía de alejarse de mí. Yo le fallé, y no solo a él, le fallé a mi corazón —Se llevó una mano sobre el pecho donde los latidos parecían indicar que su corazón en cualquier momento saldría disparado, y con un nudo en la garganta, y tragándose todas las lágrimas que amenazaban con desbordarse desde sus ojos, continuó—. ¿Cómo crees que me sentí yo ese maldito día? Mierda. Mierda, mierda —La voz comenzaba a romperse, las manos le fallaban. Aun así la seguridad y la firmeza de sus palabras continuaron de pie, inquebrantables—. Desde pequeños, él ha sido mi persona. La persona que lo veía todo a través de mí sin necesidad de que yo dijera nada. No sé cómo diablos lo hacía —Ahora sus labios dibujaban una pequeña sonrisa nostálgica y sus ojos se remontaban a aquel precioso recuerdo— pero cada vez que me alejaba del resto, sin importar en dónde, él me encontraba, y sin motivos me abrazaba. Me cuidaba como nadie más lo hacía.

 

Le tomó un minuto recuperar el hilo de sus recuerdos.

 

—Recuerdo muy bien aquella vez, cuando tenía tres años, cuando nuestra gata, Sorata murió. Hasta entonces nada me había dolido tanto en mi corta vida, y fue Haru el que, viéndome llorar, colocó sus pequeñas manos sobre mi pecho y me dijo: ‹‹Sana, sana. Sonríe, pronto dejará de doler. Sana, sana. ¿Viste? El dolor ya se fue››. Y con su hermosa sonrisa me devolvió la tranquilidad e hizo que las lágrimas se detuvieran. Desde entonces, cada día, mis sentimientos por él solo han crecido más y más. No sabes, no, no podrías imaginarte lo que pasé todos estos años. Aquel día en que lo vi partir en un avión a Inglaterra, sentí que la vida se me iba con él. Pero me dije a mí mismo que si era la clase de persona que solo le hace llorar, lo mejor era que se alejara de mí, porque prefería vivir el dolor de perderle que ver el daño que le causo, cada día. No ha sido fácil Takeshi, te lo juro que no lo ha sido. Y ahora que ha vuelto, es como si el destino quisiera darme una oportunidad nuevamente. Quiero sanar las heridas que le causé, quiero estar a su lado, quiero poder, no emendar mis errores, pero sí recuperar el tiempo perdido. No me importa que me lleve toda la vida hacerlo. Solo quiero poder verle feliz, por ver de nuevo su sonrisa soy capaz de todo. Perdóname, pero no te estoy pidiendo permiso. Lucharé por él, incluso si eso significa pasar por encima de ti y por encima del mundo entero.

 

Takeshi, no había dejado de observarlo cada instante, analizando cada una de sus palabras. Por mucho que quisiera encontrar algo malo, por mucho que quisiera tener la razón y encontrar algo que le diga que el chico que estaba en frente no era la persona indicada para estar junto a su hermano, no pudo encontrar nada.

 

 

—Mira, he hablado con él. Trabajará seis meses en la editorial, ha dicho que quiere empezar de cero, aunque la verdad es que no lo necesita. Planea trabajar en su primer libro con Marukawa. Y, esto nadie lo sabe, regresará a Inglaterra cuando concluya ese tiempo.

 

—¿Qué?

—Sora, no soy quien para juzgarte y sentenciarte. Eres dueño de tu vida, de tus actos, emociones y pensamientos. Pero no permitiré que vuelvas a lastimar a Haru. Si te digo todo esto es porque... —suspiró con pesar— porque a pesar de todo, estás en todo tu derecho de cometer errores como cualquier otro y yo, ¡demonios! Aunque he intentado odiarte, te considero mi hermano, tal y como lo es Haru. Personalmente, creo que ambos estuvieron equivocados. Pero mi consejo es que sigas con tu vida adelante y dejes a Haru hacer a suya. Ya es hora. ¿No crees que hay demasiadas heridas de por medio?

 

—Takeshi, te agradezco la estima y la consideración que me tienes. También te considero como un hermano, pero no puedo mentirte, justamente por eso. Te guste o no, yo lucharé por Haru. Te lo dije y te lo repito, lo amo. Él es mi todo.

 

—¿En verdad crees eso?

 

—No es cuestión de que lo crea, se trata de lo que siento. Haru ha sido, es y siempre ha sido el amor de mi vida. En todo este tiempo, no existió segundo en que no estuviera pensando en él. Cuando él se fue, todo perdió su sentido, y ahora que lo tengo tan cerca, te prometo que no dejaré que vuelva a irse jamás.

 

—Ja, eres un imbécil testarudo. A ver cómo te va con eso.

 

—Gracias.

 

—Sora.

 

—¿Sí?

 

—Feliz cumpleaños. —Takeshi le invitó a levantarse, y aunque Sora le pasó la mano, siendo precavido, a cambio recibió otra respuesta.

 

—No seas tonto. —Su amigo lo instó a levantarse y lo abrazó fraternalmente. Había sido mucho tiempo manteniendo rencores y ya estaba cansado de todo eso.

 

—Supongo este es un nuevo inicio, ¿no?

 

—Tal vez. De todas maneras yo te lo prometo, Sora. Vuelves a comportarte como un maldito imbécil con Haru, y, esta vez estás muerto.

 

—Gracias por el voto de confianza. No te decepcionaré Takeshi.

 

 

 

 

 

 

—Ya veo —Su voz parecía descorazonada y la desilusión tiñó sus palabras junto con una aparente decepción—. Pero dime, ¿lo apoyas?

 

—Nunca he dicho nada parecido. Si bien no le prohibí nada, tampoco lo lancé a los brazos de Haru.

 

—Eso quiere decir que... —Takeshi suspiró.

 

—Kai, el único que puede decidir sobre los sentimientos de Haru es Haru, yo sólo no quiero que lo lastimen pero, ¿cómo prevenir lo que podría pasar en el futuro? Pero aun así, haré todo lo posible para que no vuelvan a dañarlo.

 

—Yo... —Takeshi le dirigió una sonrisa de incredulidad a su amigo al notar sus dudas latentes.

 

—Pensabas pedir permiso para cortejar a mi hermano, ¿no? —Kai sintió de pronto que la estación de invierno había cambiado a verano por el calor que inundó su rostro, en realidad estaba muerto de nervios por haber sido descubierto.

 

—E-eso es... lo que intentaba hacer. —Exhaló profundo y alborotó sus cabellos.

 

Takeshi rió sin poder evitarlo.

 

—No tienes por qué poner esa cara.

 

—Es... es culpa de tu hermano.

 

—He de admitirlo, el pequeño cascarrabias es todo un rompecorazones.

 

—¿Eh? ¿Haru acaso...?

 

—¿Eh? —Al principio no entendió la cara desencajada de su amigo pero luego supo a qué se refería— ¿No me digas que crees que son sólo tú y Sora, quienes están detrás de sus huesitos? —Kai no dio crédito a sus palabras. Se hubiera imaginado cualquier cosa pero no que tuviera que luchar contra otra persona que no fuera su hermano por el amor del pequeño de ojos esmeraldas.

 

—¿Qué es lo que sabes?

 

—Uh, uh. Eso no te lo diré. Eso es secreto de hermanos.

—¡Takeshi!

 

—Hagamos un trato. Si acaso te llegaras a ganar el corazón de Haru, ese día te lo diré. —Entre mil súplicas por parte de Kai y el placer de Takeshi por amedrentar a su amigo pasaron unas pocas horas hasta que se dieron cuenta que estaba anocheciendo. Decidieron ir a merendar al café más cercano y seguir platicando como hace tiempo no lo hacían, ciertamente era extraño darse cuenta de que ya no eran unos mocosos que se llevaban la vida por delante y vivían sin más preocupaciones que conseguir dinero para pagar el helado de cada tarde de domingo a aquel que perdiera el partido de soccer jugado ese día. Ahora eran unos mocosos con responsabilidades y personas a quienes proteger y cuidar más que a su propia vida, y nunca nadie les había dicho lo difícil que sería ni se lo hubieran creído, en caso de que estuvieran avisados.

 

 

 

 

 

 

 

 

—Hey, ¿estás mejor? —Haru tomó de sus manos, buscando interpretar las expresiones de su rostro. Los sentimientos de rabia e impotencia lo carcomían lentamente, se sentía completamente inútil en esa situación. No podía hacer nada por su amigo.

 

—Ajá. —El rubio sólo se limitó a asentir con una forzada sonrisa a Haru. La hora de visita se estaba por terminar y eso sólo significaba una cosa: Se le estaba agotando el tiempo y las excusas para no encontrarse con sus padres. Aoshi y Yue, así como Shin y Yuki, habían ido a visitar a Haru. Habían pasado una tarde amena, aunque sólo Haru y Ritsu conocían las verdaderas razones del malestar de Taiki.

 

 

 

 

 

 

 

 

Hatori Daisuke era editor de novelas en la prestigiosa Marukawa Shoten. Los últimos días había estado trabajando el doble debido a la ausencia de Haru, quien solía ayudarlo en algunas ediciones a pesar de ser un escritor. Fue a visitarlo al hospital justo en el momento en que sus amigos dejaban la habitación.  

 

—Y así es como me reciben, cómo se nota que les ha hecho falta mi presencia —dijo en tono lastimero. Se dirigió a Haru con una sonrisa—. ¿Cómo estás mi amor? —Se acercó hasta él para saludarlo con un beso en la mejilla. Sólo quedaron en la habitación él, Haru, Ritsu y Taiki a punto de caer dormido y con el semblante indiferente.


—Dai, deja de llamarme así, se presta a malos entendidos.

 

—Ay, amor, no tienes por qué temer. Algún día esta sociedad tendrá que aceptar que estamos juntos y que nos amamos. —Ritsu hizo un esfuerzo por no reír, pero no se contuvo.

 

—Hey, papá. No salgas a mi favor, eh.

 

—Discúlpame, cariño. Es que recordé algo que hace tiempo hacía que lanzara llamas por la boca, y ahora me parece tan normal.

 

—¿Eh? —El menor lo miró confundido.

—Nada, nada. Larga historia.

—Ritsu-chichi, algún día tiene que contarnos esas travesuras suyas de adolescente.

—Más respeto a tus mayores, eh.

 

A pesar de haberlo dicho enojado, disfrutaba de las risas de su hijo y es que desde que había llegado de Inglaterra no las había escuchado ni mucho menos con tanta naturalidad. Era su alegría más inmensa, saber que al menos, de entre tantas cosas malas, aún podía escuchar aquellas hermosas risas que siempre calmaban las tempestades de su corazón.

 

En ese momento Daisuke reparó en Taiki, quien lucía todo ojeroso y pálido bostezando a más no poder, llevándose las manos a los ojos de vez en cuando para espantar el sueño.

 

—Hey, miren lo que trajo el viento, ¿no fuiste al colegio hoy, pequeña comadreja? —Ese siempre había sido su apodo de pequeño y los únicos que seguían llamándolo de esa manera eran su hermano, su novio y, definitivamente para hacerle la vida imposible, Dai porque... bueno, Dai es Dai y molestar a los demás era su profesión de vida. Lo llamaban de esa manera por ser el más pequeño de todos, incluso un poco más bajo que Haru y, además, era por su carácter rebelde, siempre en modo ataque, exactamente igual al pequeño mamífero. De pequeño incluso usó un disfraz de comadreja, para sus padres se veía realmente adorable. Tenía cinco años. Era el primer Halloween en el que tuvo el permiso de sus padres para salir a pedir dulces, y extrañamente fue el último al que asistió.

 

 

Taiki se limitó a responderle con una escueta y cansada mirada pero sin responder, por vez primera, a sus provocaciones, volviendo su mirada hacia el suelo. Entonces Daisuke supo que algo andaba mal pero no se atrevió a hacer ningún otro tipo de comentario. Dirigió la mirada a Haru y luego a Ritsu, pero sus miradas apagadas y tristes en respuesta tampoco le daban muchas pistas.


—Te llevaré a tu casa. —Resolvió Ritsu pero Daisuke intervino.

—Lo haré yo, traje mi auto. Además, te ves cansado Ritsu-chichi y la hora de visitas terminó. Anda, vamos pequeña comadreja —Se acercó a él y desordenó sus cabellos—. De seguro si te compro algo de helado de chocolate te reanimas, y es mi manera de disculparme si mi broma te molestó. —Le dirigió una sonrisa genuina pero Taiki estaba reacio a reaccionar a nada. Sólo tomó su abrigo, se despidió de Ritsu, de su amigo y salió de la habitación en silencio, para luego ser seguido por Dai.

 

—Nos vemos mañana. Cuando ya estén en casa me avisas, eh, Haru, digo, mi amor. —Le tiró un beso en el aire a lo que Ritsu y Haru se miraron con una expresión de “Sí, está loco y no tiene remedio”. Al menos les hizo pasar un buen momento, por breve que haya sido. Esa peculiar y osada manera de ser suya nunca cambiaría pero era parte de su personalidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


—Gracias por traerme.

 

—No tienes que agradecer. Eh, pero mis tíos parecen que no están en casa (1), ¿verdad? ¿Estás seguro de que puedes quedarte solo?

 

—Sí, trabajan hasta tarde hoy. Dai, tranquilo. Ya no tengo cinco años, estaré bien.

 

—Menos mal, porque ahora no te quedaría muy bien que digamos ese disfraz de comadreja.

 

—Ya puedes irte.

 

—Hey, hey, ya. Lo siento, ¿sí? No puedo evitarlo, es solo que no te veo muy bien. Sólo lo decía por esa cara de muerto que traes.

 

—Está bien, lo siento. Sabes, estoy cansado. Voy a entrar ya.

 

—Está bien, cuídate.

—Sí, gracias Dai.

 

 

 

—Por fin te encuentro. —En ese momento sintió que un hueco se abría por debajo de sus pies, y deseó que fuese de esa manera en verdad, cuan duro lo deseó.

 

—Takeshi. —De pálido el color de su rostro pasó a quedarse blanco como el papel.

 

—¿Podemos hablar? —Estaba ahí, mirándolo expectante, ansioso, y con el desconcierto reflejado en sus ojos color miel.

 

—No, mañana será. Estoy muy cansado. —¿Cómo? No, no podía. Hizo acoplo de todas sus fuerzas para que nadie notara sus manos y sus piernas temblando, a punto de desmoronarse. No podía enfrentarlo, no ahora, no así. No pudo mantener en alto la mirada mucho tiempo más, le dio la espalda dispuesto a entrar pero el agarre firme en su brazo le impidió dar un paso más; volteó a verlo entonces por inercia, asustado por la posición que repentinamente estaba tomando su novio.

—Hoy, y ahora —dijo en un tono que no admitía réplicas ni discusión alguna.


—¿Qué crees que haces? ¡Suéltame, idiota! ¡Me lastimas! —Daisuke se bajó inmediatamente de su auto, dispuesto a separarlos, aquello se estaba saliendo de control.

 

—¡Suéltalo Takeshi! ¿No lo oíste?

 

—No te metas, Daisuke. —Su mirada era fría y decidida, firme y prepotente. Estaba actuando con la cabeza fría. Sabía de sobra, y acababa de confirmarlo con la actitud de su novio, que había algo que le estaba ocultando. De otra manera no actuaría de aquella manera tan culpable.

 

—Voy... voy a estar bien, Dai. Por favor, vete. —Taiki evitó la mirada de su amigo en todo momento, pero dijo aquello tratando de sonar lo más firme posible.

 

—Pero, Taiki, no...

 

—Solo, vete, por favor. —Taiki le miró. Estaba claro que no quería tener aquella conversación, pero era todavía más necesario que lo hiciera ahora. Su amigo le miró con rabia, impotente.

 

Takeshi esperó. Lo conocía demasiado bien, a él no podía mentirle. Volvió a verlo. Sus manos temblorosas, sus ojos llorosos con el miedo, no, el terror reflejado en ellos le gritaba que no estaba nada bien.

 

 

—Voy a esperar aquí, Taiki.

 

 

—Vamos. —Nada quebrantaría su decisión y en ese momento Takeshi, sujetándolo del brazo con firmeza, se lo llevó de allí pese a que el menor le dijera una y mil veces que lo soltara de una vez y forcejeara en vano.

 

Finalmente llegaron a una plaza no muy concurrida. A esa horas del atardecer, ya anocheciendo y en invierno, era lógico que prácticamente nadie estuviera por allí además de ellos dos.

 

 

—¡Que me sueltes te digo! —El menor siguió luchando por soltarse pero lo único que había logrado es casi caerse contra el pavimento debido a que Takeshi lo soltó de improviso y él aún forcejeaba. Perdió el equilibrio tambaleándose peligrosamente, pero fue sostenido por las manos de Takeshi sujetándolo por la cintura.

 

Taiki casi muere del susto, su corazón latía salvajemente. Un terror desconocido había recorrido cada parte de su cuerpo como nunca antes le había pasado. Respiraba con dificultad, en serio había creído por una milésima de segundo que su vida había acabado, y no tenía ni la más mínima idea de por qué.

 

—¡¿Qué demonios pasa contigo?! ¿Por qué huyes de esta manera de mí? —Había una súplica latente en sus ojos miel, un pedido cargado de miedo, desesperación, angustia, confusión, ansiedad; mil emociones desbordándose a través del reflejo de su alma. Taiki se separó de él, no soportaba el contacto, podía sentir incluso que lo repudiaba.

 

—Vete al demonio. No me pasa nada —Dio media vuelta, su intención era marcharse de una buena vez. No quiso, no pudo con todos sus demonios atacándolo al mismo tiempo, pero el dueño de su corazón no se lo permitió, detuvo su andar sujetándolo del brazo una vez más. Sintió que si lo dejaba ir, lo perdería definitivamente.

 

—No, no te irás. Quiero saber por qué me estás evitando —Ha sido muy paciente, ha esperado una explicación decente. Pero las cosas poco a poco se le han ido de las manos—. Merezco una respuesta, Taiki. Por favor. —Su voz, de exigente pasó a un sutil ruego cargado de cariño implacable. Entendía que su amor estaba pasando por un mal momento pero flagelaba a su alma el no saber la razón; él también estaba sufriendo, pero Taiki no veía más allá de su pena, de su aflicción, no pudo ver el corazón acongojado y reprimido de aquel que le ha entregado su vida misma en sus manos, hace ya tres años.

 

Taiki se sintió entre la espada y la pared, ¿le dice o no le dice? Sus sentimientos y su vida estaban en juego. ¿Cómo le dice algo así? ¿Cómo le escupe a la cara que arruinó la vida de ambos, porque él no desea a ese bebé, ese pequeño ser que no tiene la culpa de nada? No ahora, no se siente preparado. Se siente asustado, y no sabe qué hacer.

 

—Tú no entiendes. —Detuvo su lucha por soltarse, sabía que no tenía caso. Sabía que perdió y poco o nada le restaba de tiempo para saber que la única cosa que le pertenecía de verdad, el amor de Takeshi, también lo abandonaría junto a sus sueños y esperanzas.

 

Es fácil juzgar, pero es tan difícil colocarse en los zapatos de alguien más. Con apenas diecisiete años de vida, todo lo que había planeado para su vida, para su futuro, y para lo que compartiría junto a su compañero se había ido en un soplo de viento, que ya jamás le regresaría nada de lo que se ha llevado. Él no quería vivir así, ¿podrían acaso obligarle a vivir una vida que no quería vivir? Y entonces, ¿dónde quedaban sus sentimientos, sus deseos, sus anhelos, sus miedos, sus luchas?


¿Ya no tenía derecho a vivir? Porque era eso, le estaban arrebatando su propia vida, sus propias decisiones de sus manos, aun antes de que él decidiera qué quería, qué haría, o cómo se sentía.


—No entiendes nada. —Volvió a repetir, cansado, desesperanzado, con la vista perdida, con las energías muertas, con el corazón temblando de miedo, solo con sus tormentos que le estaban devorando lentamente y sin piedad los pedazos de una vida aun no vivida. Él no lo merecía, él quería un poco más de tiempo, una oportunidad, cualquier cosa a lo que pudiera aferrarse para poder entender que no estaba muriéndose tan cruelmente como lo estaba sintiendo.


El miedo es el peor aliado de todos y un terrible consejero sobre de los caminos que debes de tomar, pero es el único compañero cuando pierdes la fe y te abraza la soledad y la incomprensión.


—¿Cómo quieres que entienda si no me dices nada? ¿Ya no confías en mí? —Caminó de un lado a otro, intentando encontrar un milagro que le recuperara la tranquilidad robada y extinguiera la zozobra que lo asfixiaba y mataba por dentro, calando cada uno de sus órganos— Maldita sea, Taiki. Estoy acá tratando de entender, pero tú no me dejas —dijo con desahogo cruel, con la voz marchita. Crueles y certeras palabras que se derramaron como un balde de agua helada sobre sus mil inquietudes—. ¿Qué pasó? ¿Dónde mierdas se fue la confianza? ¿Por qué estás haciendo esto?

Ya no son gritos, tampoco son lágrimas, ¿para qué llorar? Es un susurro, palabras vagas desde su miedo, desde su angustia, desde su tormento.


—No sé qué decirte. La confianza no nos sirve de nada ahora. No sé qué decirte Takeshi, ni siquiera sé si debería estar hablando contigo ahora. —Poco a poco el dolor y las inseguridades amilanaban, no para desaparecer sino para sentarse a ser espectadores de la obra que habían creado con tanto esmero. Ahora sólo el vacío y una sensación de pesadez inundaban su pecho.



Tú y yo hemos caminado por una línea frágil,

lo he sabido todo este tiempo,

pero nunca pensé que viviría para verla rota.

Se está oscureciendo y todo está muy quieto.

Y ya no puedo confiar en nada.

Y recae sobre ti, como si todo fuera un grave error.

 


Se miraron frente a frente, quizá por vez primera en esa noche se miraban de verdad, pero el dolor no iba a ningún lado, tampoco los miedos se esfumaron.

¿Es tan difícil comprender que somos seres humanos y que no somos perfectos?

Tenemos tanto derecho a equivocarnos como a ser perdonados.

¿Tenemos acaso el mismo derecho a juzgar con tanta prepotencia, a quienes nos lastiman? ¿Incluso si esas personas son las que dicen amarnos más que a nadie?


—Hey —Takeshi vio sus ojos llorosos. Entendió que quizás fue un poco brusco durante todo ese tiempo, hasta entonces. Después de todo, él sólo quería su tranquilidad. Tomó su rostro con ambas manos. Admiró sus perfectos ojos verdes, apagados, siempre caracterizados por ese fuego que lo había enamorado, esa rebeldía tan hermosa y perfecta que le daba luz a sus orbes, que le daba luz a su corazón en sombras—. Te amo, Taiki. ¿Entiendes eso? —En su mirada yacía una súplica ciega. Estaba enfadado por sentirse tan distante, por sentirse apartado. Estaba confundido, estaba perdido y lo único que en ese instante logró comprender es cuánto le dolía ver las lágrimas opacando el brillo de sus ojos.


—¿Me amas? —El menor preguntó sin poder evitar hacerlo con una risa irónica y que dolió desde el alma. Sus palabras salieron quebradas— ¿Me seguirás amando cuando te diga que arruiné nuestras vidas? ¿Me seguirás amando cuando te cuente lo que he pensado muchas veces hacer?

 

Sitió un nudo formarse poco a poco en su garganta. Sintió su corazón latir con fuerza, pausada y agónicamente. Lo presintió, era más que un malestar. Sus ojos ardieron por el deseo vivo de expresar la agonía que le producía el tono quebrado del chico antes alegre que inundaba de risas y alegrías todos sus días.


—¿Cómo puedes decir algo así? Taiki, dime, ¿qué demonios es lo que está pasando? Me estás asustando —Ya no pudo más. Sintió que ambos caminaban en una cuerda floja, muy delgada, y sintió cómo esa línea estaba quebrándose—. No puedo ayudarte si no me dices. Somos una pareja. Son tres años los que hemos estado juntos. ¿Acaso no han valido para nada? Por favor, te lo ruego. Confía en mí. —Con la fidelidad de un corazón que lo quiso desde siempre lo cobijó contra su pecho, abrazándolo con fuerza, con el pánico que le causaba la espantosa idea de perderlo. No pudo soportarlo ni un segundo más.


Taiki lo empujó alejándolo de él. El roce de sus manos, su olor, su angustia, dolían. Fue cuando se comenzó a desmoronar. Algo comenzaba a quebrarse para el niño que aún no ha empezado a vivir y ya se veía obligado a vivir por alguien más.

Fue el punto de quiebre.

 

 


—¡Estoy esperando un bebé! —Fue la primera vez que él mismo lo dijo. Se sintió como si él mismo estuviera firmando su sentencia. Finas lágrimas, sin que se diera cuenta, comenzaron a rodar por sus mejillas— ¿Entiendes? Me embaracé... y no lo quiero. No quiero esto, Takeshi. No puedo. —Pero, ¿quién entendería? ¿Quién lo comprendería? ¿Quién espantaría sus miedos? Sólo iban a tacharlo de imbécil, de malcriado, de estúpido, de irresponsable, de mil adjetivos más. ¿Quién iba ponerse en su maldito lugar para sentir un poco de toda la mierda que estaba sintiendo, y que él mismo odiaba sentir?

Nadie.

—Ahora ódiame. Ódiame Takeshi porque no sé si pueda cambiar de opinión, todo esto es... es demasiado para mí. Y no estoy preparado. —Era tarde, las lágrimas ganaron la batalla y Taiki se ocultó tras sus manos. Sus ojos desearon no ver el dolor y el odio en los ojos de su amor. Sabía que ya lo perdió.

 

 

Contengo la respiración

No te voy a volver a perder.

Algo hizo que tus ojos se enfriaran.

 

 

—¿Qué? —lo escuchó, más que ninguna otra cosa antes en su vida. Muy claramente lo escuchó., sí, pero no puede asimilarlo del todo. Su corazón en ese mismo instante se ha detenido, no, su vida es la que se ha paralizado. No existen las palabras para describir su sentir. ¿Cómo explicar lo que el alma no puede contener?— ¿Estás...? —Las lágrimas empezaron a asomarse por sus ojos.

 

Se acercó a él, tomó de sus manos, temblando al mismo tiempo, y apartó sus manos de su rostro.

 

—Mírame.


—No puedo —susurró apenas entre sollozos y espasmos nerviosos.

 

—Sí, sí puedes. Taiki, mírame —insiste. El menor se negó, entonces, con un gesto delicado, como si temiera que fuera a romperse allí mismo, como el más preciado de los cristales, besó sus labios con suavidad dejando a su novio estupefacto, y recibiendo el beso con los ojos ahogados en lágrimas, sorprendidos por la acción no esperada ni en mil años.


—¿Por qué me haces esto, Takeshi? —La poca resistencia que le quedaba se hizo trizas en manos de un dulce amor que sabía adorarlo desde siempre, y como nadie nunca lo haría— ¿Por qué? —murmuró entre sus labios. No era digno de ese amor.

 

—Hey, nunca te dejaré solo. —Quiso reír, quiso llorar, quiso gritar. Estaba confundido, tenía miedo, estaba feliz, estaba... No entendía ni él mismo lo que sentía, pero una cosa sabía: que lo ama con todas las fuerzas de su corazón, con toda su voluntad y también con la resistencia que no tenía, con sus mil miedos, con sus angustias, con sus alegrías, con sus altanerías y sus tristezas, con sus imperfecciones, ama sus virtudes y ama sus defectos. Ama al chico que le enseñó a amar y a adorar la vida. Y no quería perderlo.

 

—¿Qué vamos a hacer? —pregunta, recostándose contra su pecho, todavía con leves espasmos pero con el llanto detenido— Yo... yo no sé si pueda, Takeshi.

 

Apoyando su frente en la de su amor le susurró, agotado ante tan abrumadores sentimientos.

 

—Tampoco yo, pero siente esto —Tomó su mano y la colocó sobre su pecho—. ¿Lo sientes? Estoy tan asustado como tú. Puede que seamos jóvenes, no sepamos mucho acerca de la vida ni de lo que significa ser padres. Habrá momentos difíciles, pero mi amor, no será imposible. ¿Recuerdas? Cuando hacíamos planes de una vida, juntos: dos perros, un gato, un deportivo, un Audi, una casa en la montaña, y mil fotografías que adornarían nuestro hogar. Noventa y nueve derrotas, y cien victorias. —Aquella perspectiva de vida no sonaba mal, era un bonito sueño. Sueño y no realidad.

 

—¿Y si decido no tenerlo? ¿Me odiarías?


Cuan profundo pueden golpear las palabras al alma, y qué difícil era encontrar un remedio para las heridas que estas causaban.

 

Por el amor que les tenía, a él y a ese pequeño ser del que apenas sabía pero ya lo amaba tanto como a él, decidió armarse de valor, un poco de fe y mucha paciencia pero, ¿sería suficiente?


—Hey, quiero que te preguntes algo. ¿Este bebé fue hecho por algo más que nuestro amor? ¿Podríamos perdonarnos a nosotros mismos si le arrebatamos la vida por un descuido nuestro? Te conozco, Taiki. Tú no harías algo como eso. —Ahí estaba el maldito problema, todos los conocían y creían saber lo que quería. Todos, menos él.

 

El rubio se alejó con rabia, con desdén. Se sintió solo, incomprendido. Le dio la espalda a aquel que, se suponía, debería estar de su lado. Claro que supo lo egoísta que estaba siendo pero, ¿no estaba siéndolo también él? ¿Por qué todos tenían que tener la razón y estar en lo correcto, mientras él era el único equivocado?

 

Miró al vacío y no dijo nada por unos segundos.

 

—Lo he pensado mucho Takeshi y siempre llego a la misma idea. No me siento capaz de tener este bebé —dijo frío y determinado, como quería parecer. Takeshi no fue capaz de ver la expresión que destellaban sus ojos, todo en lo que pensaba era en cómo podría decir aquello con la mayor tranquilidad del mundo. Aquello terminó por destrozarle las pocas fuerzas que había sido capaz de reunir.


Nunca habría pensado en eso. Nunca habría pensado en que Taiki pensaría eso. Quitarle la vida a su bebé, aquel pequeño retorno del amor inmenso que se profesaban, el que ahora crecía en el vientre de la persona que ama.

 

 

 


¡Vamos! ¡Vamos! No me dejes así.

Pensé que te conocía.

Algo está terriblemente mal.

Eres todo lo que quería.

 

 


—Acaso, ¿decides sólo por ti? —Una parte de él sintió rabia, otra parte decepción. Y ahora no sabía qué hacer. Sus palabras poco a poco fueron destilando toda la infernal frustración, rabia, impotencia y dolor que nacieron de aquellas palabras, que resonaban en su oído con la fuerza de un martilleo constante y demencial. Murmuró bajo, pero decidido— Y en todo esto. —Dejó escapar una leve risa cargada de ironía y tristeza— ¿Dónde estoy yo?


—Es mi cuerpo Takeshi. Yo soy el que lleva la peor parte. ¡Acabo de cumplir los diecisiete años, maldita sea! No quiero mandar a la mierda todos mis sueños, mi vida entera por esto.

 

Ese no era el niño del que se enamoró. Él nunca habría dicho cosas tan incoherentes y... crueles.

 



¡Vamos! ¡Vamos! No me dejes así.

Pensé que te conocía.

No puedo respirar cuando te marchas.

¿No puedes regresar?

Ahora estoy atormentado.

 

 


—Te estoy preguntando, ¿acaso mis sentimientos no importan en esto? Lo llamas “esto”. ¡Mierda, Taiki! ¡Es mi bebé, también! ¿Cómo tienes el... —Se mordía para no ser tan impulsivo. Se burló de su estúpida consideración. Aún estaba pensando en él— ...cómo carajos tienes el estúpido coraje de decir tantas tonterías de una sola vez?

 

 


Me quedé parado allí, viéndote huir

de todo lo que tuvimos,

pero aún me consta cada palabra que te dije.

 

 

 

 —¿Cómo puedo decir... qué? —Taiki no podía creer lo que estaba escuchando. Su novio, que tanto decía amarlo, no lo apoyaba, no lo entendía y ahora se atrevía a juzgarlo— ¿Tonterías dices? —Nuevamente las lágrimas se asomaron pero esta vez con ira, con rabia, ignorando el pequeño dolor de vientre que ahora lo empezaba a aquejar e importándole un rábano todo lo bueno que pudieran haber tenido. Se acercó con furia incontenible a Takeshi y la descargó en una fuerte cachetada sobre su rostro— Acá tienes todas tus palabras de amor, baratas y vacías. Es mi maldita decisión. Y si no te da la gana apoyarme, me importa una mierda. Las llamas tonterías, ¿eh? Yo las llamo mi puta vida, y mis sentimientos. —Quería aguantar, ya no quería doblegar más su orgullo, ya no más— Ya no más.

 

Takeshi le miró con una calma que no existía, impasible, sereno.


—No es tu maldita decisión. Ese bebé no es sólo tuyo, es nuestro.

 

—Bebé, bebé, bebé, ¿no puedes dejar de repetirlo por un miserable segundo, siquiera? —De alguna manera las cosas se distorsionaron de aquella manera. ¿Cómo habían acabado de aquella manera? No lo sabía. Ya no quería saberlo

 

 

—No me dejes fuera de esto, te lo estoy pidiendo. No lo hagas.

 

No entendía. No quería entender. ¿Cómo era posible que el peor dolor del mundo viniera de la persona que más ama en el mundo?

 

 

¿Quién era el que dejaba afuera a quién?

Estaba claro que aquello no llegaría a ninguna parte. Taiki no se sentía nada bien para seguir discutiendo, el dolor en su vientre se hacía persistente, pero estaba ciego, estaba ido, estaba enrabiado con el mundo entero por no comprenderlo, por dejarlo solo, porque nadie entendía que su mundo se venía abajo. Nadie quería entender, ¿por qué el sí tenía que hacerlo?

 

 

—Di algo, Taiki.



¡Vamos! ¡Vamos! No me dejes así.

Pensé que te conocía.

Algo está terriblemente mal,

eres todo lo que quería.

 

—Déjame en paz, Takeshi. No seguiré discutiendo esto contigo. —Se dio la vuelta, dispuesto a marcharse.

—No —Takeshi no está dispuesto a perder tampoco. Se acercó para tomarlo de sus brazos, volteándolo—. No puedes huir, Taiki. —Está tan cansado, pero no importa, por amor nunca te rindes, nunca te cansas, siempre puedes intentar de nuevo. Sus palabras salen arrastradas, desesperadas— Te amo. ¿Qué tengo que hacer para que lo entiendas? ¿Qué? —Ya no había rastros de amargura allí, ni enojo, ni cólera, aquellos eran sentimientos superfluos nacidos del calor de la discusión y la angustia de perderlo todo. Ahora ya solo había sincero amor allí pero, ¿qué pasa con aquellas cosas que llegaron a lastimar al alma? Tal vez no fueron golpes con intención, pero son heridas recibidas, ¿qué con ellas? No se puede borrar con bonitas palabras de amor lo que con tus acciones lograste derribar.

 

¡Vamos! ¡Vamos! No me dejes así.

Pensé que te conocía.

No puedo respirar cuando te marchas.

¿No puedes regresar?

Ahora estoy atormentado.

 

 


—Si me amaras entenderías mis razones. Solo estás allí juzgándome sin imaginar cómo me siento. —Su mirada desbordaba indiferencia para soportar la carga de los pedazos que le quedaban.


“¿Porque piensas solo en quitarle la vida?”.

“¿Por qué no puedes entenderlo?”.

“¿Por qué no puedes amarlo como ya lo amo yo?”.

No lo entiendo. No lo comprendo. Yo no podría hacerlo.

 

 

—¿Te juzgo? —agregó furioso. Era tan fácil mandar al drenaje aquello que te tomaba años construir, tan fácil.

 

—Ni siquiera sabes lo que he pasado hasta este momento, desde que lo supe. Tú no me comprendes, no podrías hacerlo.

 

—¿No te comprendo? —Aquella conversación hace rato ya no tenía rumbo— ¿Acaso tú me dejas? —¿Qué era lo había intentado hacer desde el principio? Evidentemente todo ese tiempo estuvo en un error. Quizás desde el principio de todo estuvo en un error.


—Olvídalo, déjame en paz. No te necesito.

 

—Está bien —Lo soltó y le dio la espalda. Nada más quedaba por decir, o hacer, ahora debía intentar vivir con ello—. ¿Sabes? La parte más dolorosa de todo esto es que pensé que te conocía, pero ahora me doy cuenta de que siempre fuiste un completo extraño para mí. Recién ahora me doy cuenta de ello. Nunca pensé que llegaríamos a esto. No sabes la ilusión que sentí con tus palabras. Voy a ser padre —rió con tristeza—. Te amo, pero no apoyaré tu decisión. No puedo hacerlo. Es mi hijo y ahora te pregunto a ti, ¿eres capaz de quitarle su vida, y seguir como si nada? Yo sólo espero que seas capaz de vivir con ello, porque yo no puedo. No sabría hacerlo. —Sin decir más, se alejó con su corazón llorando por su crueldad, por su egoísmo, y una pregunta en su cabeza, ¿lo seguiría amando aun cuando él le quitara la vida a su hijo?

 

 

Lo sé. Lo sé.

Yo solo sé. No te has ido

No te pudiste haber ido. ¡No!

¡Vamos! ¡Vamos! No me dejes así.

Pensé que te conocía.

Algo está terriblemente mal,

¿no terminarás lo que iniciaste?

¡Vamos! ¡Vamos! No me dejes así.

Pensé que te conocía.

No puedo respirar cuando te marchas.

No puedo volver, estoy atormentado

Tú y yo caminamos en una línea frágil,

lo he sabido todo este tiempo,

pero nunca pensé verla rota.

Nunca pensé que lo vería.



 

 


Estaba enojado, no. Estaba furioso. No sólo había hecho sufrir a Sora por cuatro años con su ausencia, siendo él el encargado de recoger los pedazos rotos que dejó de su corazón, sino que ahora que regresaba volvía a lastimarlo y no solo eso. Ahora el joven cantante que había cautivado su corazón de mil maneras posibles se hallaba en la delgada línea entre la vida y la muerte por culpa de ese amor devoto y ciego que le profesaba. Si aquello ocurría, nunca se lo iba a perdonar.

 

 

En esos momentos Haru se encontraba en la salida del hospital, esperando a que su padre terminara con el papeleo necesario para su alta.

 

Él sabía que ese día le daban de alta, pero lejos estaba de imaginar la delicada salud de Haru, mucho menos del mal que padecía. Bien dicen que en la guerra y en el amor todo se vale, ¿no? Y él amaba a Sora con todas sus fuerzas. Desde que le enseñó el maravilloso mundo de la música,  no sólo se había enamorado de su carisma, de su amor a la vida, sino también de su inmensa capacidad de amar, de crear hermosas melodías que hicieran sonreír con el alma a su público. En lugar de crear tristes canciones de amor; él le dedicaba himnos a la vida. Sora era una persona maravillosa y especial. Su sonrisa era la más pura que haya visto y pelearía porque la conservara, pero para ello primero debía vivir y él confiaría en su fuerza una vez más. La misma fuerza que encandiló a su joven corazón.

Lo vio. Lo conocía de cientos de fotografías suyas que Sora conservaba, podría reconocerlo en cualquier parte.

—¡Tú! ¡Maldito desgraciado! —Haru, perplejo, recibió de lleno el golpe en el rostro, sin tiempo de meditar ni de reaccionar. Algo era seguro, y era que esa cachetada estaba cargada con toda la rabia y tristeza de alguien que buscaba que recibiera su merecido.


Continuará...

 

Notas finales:

1)      Una vez más, Daisuke y Taiki no son parientes de sangre, pero crecieron juntos, el apodo de tíos por parte de Daisuke a los padres de Taiki es por cariño.


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