Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

YOUTHFUL HATSUKOI por Lady Trifecta

[Reviews - 15]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

 

Música del capítulo:

This Ain't a Love Song - Bon Jovi:

https://www.youtube.com/watch?v=AQRcoPbetPU

¡Recuerden! Si está escrito en cursiva, son recuerdos del pasado.

En este capítulo, conoceremos a un nuevo personaje.

 


Caminó lentamente buscando tranquilidad para su corazón. Había tanto que ahora le dolía. Siempre trataba de mantener una sonrisa viendo lo mejor de las peores situaciones. Aquí estaba él, buscando qué era lo bueno de lo que ahora le ocurría .Quería llorar pero no se lo permitía, ¿a dónde iba ahora? No tenía muchos amigos, por lo que no había a quien recurrir. Luego de caminar por varias horas, divisó un pequeño parque y se dirigió a él. Sonrió al ver a los pequeños niños jugar con sus amigos y sus padres, algunos corriendo detrás de sus hijos.



—Papá, mira, un castillo de arena.

—Mamá, se cayó mi helado.

La nostalgia invadió su corazón. Vio las nubes arremolinarse en señal de una próxima lluvia. Moviendo sus piernas, comenzó a columpiarse dejando que la brisa le acariciara, queriendo que esta se llevara su tristeza y aliviara su alma. Gotas de lluvia empezaron a caer alejando a las familias del parque pero él sólo les veía partir. Sin moverse un poco le susurró al cielo:

—¿Qué debería hacer ahora? ¿Que traes para mí?

—Un año —murmuró, caminando bajo su paraguas.


Tanto tiempo había transcurrido desde su partida, pero él aún seguía igual. El dolor no había cesado, parecía que mientras más pasaba peores se volvían sus sentimientos de soledad y tristeza. ¿Cuántas veces no había llegado a pensar en ir a su lado? Pero la idea de verlo devastado de nuevo era insoportable. ¿Cómo explicarle que todo había sido una confusión, que él sólo cayó en una trampa? ¿Cómo dejar de hacerse las mismas preguntas cada día desde entonces?


—Quiero verte de nuevo, Haru —susurró al espíritu errante de los recuerdos— ¿Me odias? — Las noches lo visitaban con pesadillas desde su partida; la tranquilidad la había perdido, su sonrisa no era la misma, estaba desprovista de alegría. Su familia lo mantenía en pie, pero aún quedaba ese gran vacío. ¿Algún día se llenaría? Se preguntó mil veces. Sabía que no lo haría.



—Tal vez no —continuó hablando consigo mismo. La lluvia comenzaba a caer con más fuerza, pero no tenía apuro en llegar a su casa. Vio el parque a pocos metros de distancia y se fijó en un pequeño joven de cabello rubio balancearse en el columpio, tenía una sonrisa en su rostro aun cuando estaba empapado. Se quedó viéndole embelesado y quiso verlo más de cerca. Dudó por un momento pero avanzó hacia el parque, acercándose hacia él habló sin siquiera pensarlo y, colocándose lo suficientemente cerca, lo cubrió con su paraguas.


—Si sigues aquí pescarás un resfriado.

Dirigió sus ojos hacia la voz que le hablaba. Aquellos profundos mares azules viéndolo directamente hicieron a su corazón moverse en círculos, nervioso. No pudo evitar sonrojarse ante la intensidad de su mirada. Aclaró su mente ante su pregunta y le respondió casi al instante.

—Un resfriado sería el menor de mis problemas.


Arrugó una ceja en señal de confusión ante su respuesta. Sintió una ligera tibieza al escuchar su voz, era agradable de oír. No pudo dejar de verlo, sus ojos tenían ese brillo tan puro y hermoso. Miles de preguntas se aglomeraron en su mente en ese instante. ¿Era el menor de sus problemas? Observó una pequeña maleta a su lado. ¿Acaso había huido de su casa?


—¿Huiste de casa?

Sonriendo, le respondió.

—Hubiera preferido eso.


Con duda se sentó a su lado, cerrando el paraguas, dejando que la lluvia le mojara también a él.

—Ahora eres tú quien se resfriará —habló el rubio, viendo curioso a aquel desconocido.

—¿Cómo fue que respondiste? "¿Ése es el menor de mis problemas?"


Sonrió ante su ironía, y Sora vio que era una sonrisa hermosa pero parecía tan oculta.

—¿Qué haces solo bajo la lluvia? —repitió, ahora realmente intrigado.


Viendo hacia el frente, suspiró antes de hablar.

—Me temo que no tengo a donde ir ahora.

—¿No tienes amigos? —preguntó creyéndolo imposible.

—No muchos —respondió con sinceridad— Y los que tengo no están en Tokio.

—¿Qué te pasó entonces?

—Me temo que mis padres ya no me quieren con ellos —susurró con tristeza.

—¿Hiciste algo malo?

—No lo veo así —aseguró— pero, al parecer, ellos sí.

—No entiendo.

—No quiero que huyas tú también.

—¿Por qué habría de hacerlo? ¿Acaso asesinaste a alguien?

—¡No! —gritó, espantado por la simple suposición — ¿Tengo cara de asesino?

—Más bien de oveja perdida.

—¿Oveja? —rió ante la idea.

—Entonces, ¿qué fue lo que pasó?

Tomando unos segundos para coger valor, habló de nuevo.

—Hoy cuando les confesé a mis padres acerca de mi orientación y de mi estado, no lo tomaron muy bien —Hizo una breve pausa—. Cosas como anormal, monstruo, no eres mi hijo, fueron el centro de la conversación —respondió con tristeza anidada en su voz.

Le vio sorprendido ante sus palabras. ¿Monstruo? Claramente había oído con anterioridad ese tipo de insultos.

—¿Eres fértil? —El chico le miró algo aturdido, bueno, era de suponer que lo adivinara en seguida.

—Sí.

—¿Eso te hace anormal?


—Jamás podría pensar de esa manera —dijo casi arrastrando con suavidad su voz.

—Yo tengo dos padres —dijo con simpleza y con una sonrisa en los labios mientras recordaba a su padre con calidez en su corazón—. Él es la persona más maravillosa que puedas conocer. A veces es malhumorado, pero es fuerte y lo admiro, fue quien me trajo al mundo, independientemente de si es hombre o mujer, estoy aquí por él y es algo que jamás podría agradecer completamente.

No respondió a sus palabras. Aunque él deseara que sus padres fueran de esa manera, aunque deseara poder recordarlos con una sonrisa, la realidad era otra y su corazón sólo recordaba acongojado a aquellos quienes le dieron la vida. Escuchó un ruido del columpio y se sorprendió al sentir los brazos de aquel joven abrazarle. Sumergido en sus pensamientos, no se había dado cuenta del momento en que pasó hasta que lo sintió.


—Eres maravilloso tal y como eres. Si eres fértil es un motivo de orgullo y felicidad. Te propongo algo. Si no tienes a dónde ir, te ofrezco mi casa. Solo te pediré una cosa a cambio.

—¿Ah, sí? ¿Qué podría ser?

—Sonríe para mí.

Pequeñas lágrimas abordaron sus ojos, pero también se asomó una leve sonrisa por haber tenido tanta suerte al encontrar en medio de un parque a un ángel que lo salvara. Dejó salir aquella tristeza de su cuerpo, quería quedarse sin lágrimas. ¿Por qué sus padres lo habían rechazado? ¿Por qué no lo habían abrazado como lo hacía aquel joven desconocido? Amaba a sus padres aun con su rechazo, aun cuando le habían dicho tan crueles palabras. Él los amaba, él los ama.


<<—¿Eres gay? ¿Qué mierda estás diciendo? ¿Acaso crees que voy aceptar que mi hijo sea un anti natural? ¡Eres un hombre Asahi, compórtate como tal! Deja de llorar, maldita sea. Das asco. Lárgate de mi casa. No quiero verte. Me das náuseas de sólo verte.>>


Abrazándolo con fuerza, escuchó sus sollozos y lo sostuvo. ¿Cómo sus padres pudieron tratarlo así? ¿Qué tanto dolor había tenido que soportar? Le vio tan indefenso y al mismo tiempo tan fuerte, sonriendo incluso cuando sentía tanto dolor. Su sonrisa tan bella y pura, quería verla de nuevo pero ya sin huellas de dolor. Esperó hasta que se calmara y se arrodilló frente a él. Limpió las lágrimas que brotaban de sus ojos con sus dedos.


—¿Mejor? —preguntó con calidez, logrando con ello que el corazón de Asahi se removiera como nunca antes lo había hecho. El chico asintió, temblando levemente sin saber por qué. Se sentía un poco nervioso pero eran unos nervios agradables.

—¿Cómo te llamas?

—Amori Asahi —respondió en un murmuro.

—Me llamo Kirishima Sora. Gusto en conocerte. Sé que no me conoces pero déjame ayudarte. Quiero que cuentes con mi apoyo incondicional. ¿Vendrás conmigo?

—Sora —pronunció el nombre de su ángel, abrazándolo de nuevo—. Gracias.



Pensaba que Asahi era valiente y que por algún motivo él había llegado hasta ese parque. Decidió que lo protegería, que quería verlo sonreír una y otra vez. Se levantaron y tomó su maleta en su mano.

—Vamos, Asahi. Te presentaré a mis padres.

—¿Se molestarán?

—Un poco —Sora se permitió reírse un poco ante su expresión de preocupación—. Mira tu cara. Fue una broma, perdón. No te preocupes, vas a estar bien. Yo me aseguraré de ello.


Un latido fuerte estremeció su corazón. Al llegar a su casa, vio los rostros sorprendidos de Zen y Takafumi pero, contrario a lo que esperaba, le habían recibido con ternura y calidez. Aquel día había llorado dos veces pero no se sentía triste. Ahora estaba liberado de un poco de su dolor.

Zen fue el que habló.

—Esta noche dormirás en la misma cama que Sora. Mañana acomodaremos una nueva cama para ti, aunque lo más probable es que duermas en la habitación que era de mi hija, ¿de acuerdo?

—No quiero ocasionar molestias.

—En absoluto. Tú no te preocupes porque si lo haces ahí sí que nos enfadaremos, eh. —El muchacho rió por las ocurrencias del adulto.

—¿Ya ves osito? Cada vez nuestra familia se agranda más.

—Osito tu abuela. Si no quieres dormir afuera hoy, mejor te callas.

—Uy, qué malo —Zen se acercó un poco más a Asahi y le susurró, de manera que su esposo no lo escuchara—. No te preocupes. Aunque parece un oso por fuera, tiene un corazoncito de miel.

—Te escuché, idiota. Hoy dormirás afuera.

—Hey, no. No se vale. Estabas escuchando nuestra conversación. Era privada, ¿sabías?

—Dos noches.

De pronto, ya se sentía como si los conociera desde hacía años. Se sentía como un hogar, un hogar de verdad.

—Muchas gracias por su amabilidad —dijo algo sonrojado con una tímida sonrisa. Estaba vestido con un pijama de Sora que le quedaba desmesuradamente grande.

Takafumi le pasó una toalla, un jabón y un cepillo de dientes.

—Toma. Es para ti. Tu ropa se está secando, así que mañana te la podrás poner. No te preocupes que iremos de compras. Si te hace falta cualquier cosa, no dudes en decírnoslo. En cuanto a tu estadía, no te preocupes. Quédate el tiempo que necesites. Mañana será otro día, así que duerme bien, Asahi.

—De verdad, no sé cómo agradecérselo. Yo... —Takafumi colocó una mano sobre su hombro.

—No tienes que preocuparte por nada.

Asahi se limpió el borde las inminentes lágrimas con la manga del pijama, asintió, agradeció una vez más y entró al cuarto de Sora.


—Gracias. De no ser por ti, no sé a dónde hubiera parado.

—Cuentas conmigo, Asahi. Ya no estarás solo.

Le abrazó de nuevo riendo ante sus palabras.

—Muchas gracias, Sora. Muchas gracias.

—Vamos a dormir, debes descansar.

Sin poder dejar de sonreír, Asahi se acostó a su lado en la cama, quedándose dormido en poco tiempo. Sora lo observaba mientras se preguntaba el motivo por el cual había llegado a su vida, sin entender por qué quiso acercarse a él en cuanto lo vio. Él le había hecho ver aquello que no había podido por sí solo y era que aun cuando las cosas se pusieran muy malas debía sonreír y seguir. Él aún tenía a sus padres, a sus hermanos, a sus amigos. Haru estaba bien, claro que lo estaba, aunque fuera sin él.

—Mamá —murmuró Asahi, removiéndose inquieto entre en sueños.

Sora se acercó y lo abrazó, pegándolo a su cuerpo para brindarle la seguridad que tanta falta le hacía, respirando aquel olor tenue a lavanda que despedía, quedándose profundamente dormido casi al instante. Esa noche no hubo pesadillas, después de tanto tiempo, sentía tranquilidad en su corazón.

Abrió sus ojos al sentir la luz del sol tocar su rostro. Sintió unos brazos rodearle y se sorprendió al ver que eran de Sora. Dormía tan tranquilo, una sonrisa adornaba su rostro. Tal vez tenía un hermoso sueño. Quiso permanecer un poco más allí pero se levantó para hacer algo de desayunar. No era el mejor cocinero pero haría el intento, así que se dirigió hacia la cocina, decidido.

—Hmmm. Huele a quemado —murmuró entre sueños, y decidió seguir durmiendo, hasta que se percató del significado de sus propias palabras— ¡Huele a quemado! —repitió, dándose por enterado de lo que aquello significaba. Se asustó levantándose rápidamente, salió de la habitación y entró a la cocina viendo a Asahi haciendo pucheros.

—¿Pero si lo dejé poco tiempo? —refunfuñó enarcando una ceja —¿Por qué se quemaron?

Viendo sus muecas y oyéndolo refunfuñar rió a carcajadas, sorprendiendo a Asahi y levantando a los demás integrantes de la familia. Zen, Takafumi y Kai salieron de sus respectivos cuartos viendo asombrados a Sora. Hacía tanto que no lo veían reír de aquella manera.

—¿Eres tonto? —preguntó entre risas— Los huevos no se cocinan así.

—Quería prepararles el desayuno. ¡Hey, no me llame tonto! —diciendo aquello infló sus cachetes en señal de un lindo puchero.

—Ya, ya. Lo siento. Ven, te ayudaré —dijo entre risas, acercándose a él para ayudarlo a cocinar, rozando sus manos sin darse cuenta, acto por lo cual Asahi se sonrojó aunque esta vez no por fue enojo sino por otra clase de sentimiento más puro y dulce.

Zen vio a Takafumi sonriendo. Aquel era el Sora que ellos tanto extrañaban, sonriente, divertido y dulce.

Kai se acercó a la cocina.

—Yo también quiero ayudar.

—Kai-san, gracias.

—Dime sólo Kai, Asahi —dijo revolviéndole el cabello.

—Sí, Kai —respondió más animado. Rió junto a Kai y Sora, entre bromas hacían el desayuno. Era la primera vez que se sentía tan cómodo.

Así transcurrió el tiempo. La navidad llegó y Asahi cumpliría ocho meses de estar en casa de los Kirishima. Ellos lo habían ayudado a conseguir trabajo en Marukawa. También tocaba la guitarra y cantaba con Sora los fines de semana en un pequeño bar.

La hora de mudarse se hacía próxima y no podía evitar sentirse triste por ello. Los extrañaría a todos. Aunque ese siempre sería su hogar, debía buscar un lugar propio. Pero, por alguna razón, sintió que extrañaría aún más a Sora. Extrañaría su sonrisa, sus burlas y sus abrazos. Poco a poco se había enamorado de él, estaba tan hondo en su corazón que ahora creía imposible sacarlo.

—Asahi, se nos hará tarde. Vamos a casa —anunció Sora, saliendo del bar con la guitarra en su espalda. Nevaba y el frío era aterrador. Quería llegar a casa y cenar algo con todos. Vio a Asahi responderle con una bella sonrisa y no pudo evitar pensar en que pronto se mudaría a su nuevo departamento. No podía negar que Asahi era alguien especial para él y no podía evitar sentir la tristeza anidarse en su pecho. En el fondo no quería separarse de él por nada en el mundo. Pero lo comprendía, y su departamento quedaba cerca, siempre quedaría la posibilidad de visitarlo cuando quisiera, aunque no sería lo mismo.

—Ya voy —dijo, terminando de atar los cordones de sus zapatillas que se habían desatado.

—¿Qué quieres de cenar?

—¿Cocinarás tú?

—Tú y la cocina no se entienden muy bien, así que sí —habló divertido.

—Eres cruel, he mejorado —resopló, fingiendo enojo y pensando "gracias a ti", mientras Sora reía por sus expresiones.

Decidieron caminar en lugar de ir en bus, como casi siempre preferían hacerlo, quizás para admirar todos los adornos navideños que adornaban la ciudad, o quizás porque eso les daba más tiempo juntos y a solas.

—¿Ya compraste los regalos? —preguntó Sora al notar cómo veía hacia las tiendas en busca de algo.

—Me faltan pocos. ¿Vienes conmigo mañana?

Sora levantó los hombros y fingió por un rato revisar mentalmente su agenda, sonriendo al poco rato.

—No tengo nada que hacer. Vamos entonces.

Se sonrieron el uno al otro mientras llegaban a casa. Abrieron la puerta y se quitaron sus zapatos en el genkan.

Antes de entrar, Sora vio hacia el techo y un muérdago ahora colgaba por encima de ellos.

Kai había hecho tal cual como él se lo había pedido, pensó triunfante.

—Oh, mira. Un muérdago —dijo "sorprendido".

—¿Ah?

—Arriba —Sora le señaló con la mirada el techo, con las manos en los bolsillos de manera despreocupada—. Muérdago.

Asahi le miró extrañado y terminó riendo a carcajadas cuando lo comprendió.

—No es obligación hacer caso al dicho, Sora —dijo y se dispuso a entrar pero fue detenido por el brazo de Sora, haciéndole retroceder hasta el genkan.

—¡Hey! ¿Qué?

—Pero yo quiero hacerlo Asahi —dijo con voz ronca y más serio que nunca acercándose a su rostro, brindándole un beso delicado y dulce sobre sus labios.

Era la primera vez que lo besaba y jamás pensó que podría sentirse de esa manera sus labios, cálidos, suaves y adictivos. Colocó sus manos en su cintura, aferrándolo a su cuerpo, buscando más de aquella sensación. No tenía dudas de sus sentimientos, quería a Asahi, ese pequeño había traído luz a su mundo. Tal vez su corazón aún quería a Haru, pero aquel rubio se había ganado su corazón poco a poco.

—Sora... —Logró decir apenas en voz baja, mareado y abrumado por mil sensaciones. Se sentía como si estuviera flotando sobre una nube. Aquello era utópico, y verdaderamente delicioso. ¿Era un sueño?

—Sal conmigo, Asahi. No quiero que te vayas. Quédate conmigo. —Le pidió con el corazón en la mano. Sosteniéndole aún más, si se podía, en sus brazos.

—¿Me estás pidiendo que seamos no-novios? —preguntó con un adorable tono carmesí en sus mejillas.

—¿Me quieres Asahi?

—Sí. —Lo dijo sin dudarlo, sin pensarlo y aferrándose al primer y único dueño de su corazón. Era su primer amor, y quizás el último como lo deseó con todas sus fuerzas.

Besándolo de nuevo, lo miró a los ojos. Tal vez aquel sentimiento nunca saldría de su pecho pero quería sentir de nuevo amor, y quería a Asahi y, lo más importante, Asahi lo quería a él.

 

 

*.*.*

 

 

Podía sentir claramente el escozor debido al reciente golpe en su ahora enrojecida mejilla, pero aquello no fue la razón de su mayor desconcierto. Su corazón comenzó a palpitar con fuerza debido a un presentimiento que estaba comenzando a tomar forma.

—¡Maldita sea! ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué eres tan cruel con él?

Estaba enojado, estaba desolado. No sólo recordó lo que pasó la noche anterior, recordó también todos los bellos momentos al lado del chico que amaba, ama y muy probablemente siempre amará. De una cosa estaba seguro, aun cuando no pudiera adivinar el futuro, siempre permanecería en su corazón aquel ángel que en un día de lluvia, en un parque, lo salvó. Salvado en todas las maneras en que una persona podía ser salvada.

—¿Qué buscas de Sora? —Ha intentado controlarse, medirse, pero la fuerza de sus emociones era aun más fuerte de lo que se imaginaba. Quería encontrar las razones del por qué estaba allí, quería entender por qué Sora aún seguía queriendo a un fantasma del pasado.

—¡Dime qué demonios quieres de él! —Le reprochó una y otra vez, golpeando su pecho con puños cerrados, aunque frágilmente pues el estrés y el miedo por los que ha estado pasando han mermado considerablemente sus fuerzas.

Porque eso era Haru, un simple fantasma, ¿no? Sólo un recuerdo. Al menos eso era lo que quería creer. Dos años y cuatro meses significaban algo, ¿no? Todos sus besos, todas sus caricias, todos los momentos vividos e incluso las veces que se había entregado a él en cuerpo y alma valían, ¿verdad? Él era su presente. Haru era su pasado.

—Entonces, ¿por qué demonios me duele tanto? —No pudo evitar decirlo en voz alta, y terminó por caer de rodillas, entre sollozos.

—Hey, ¿te sientes bien? —¿Qué demonios? Él fue en busca de esa persona para exigir las respuestas que su desconsolado corazón necesitaba con urgencia, pero ahora se hallaba sostenido de los brazos por esa misma persona, aquella que robó la tranquilidad a Sora durante cuatro años y el que le arrebató a él noches de sueño e incluso la mitad de su felicidad.

Ambos estaban de rodillas, frente a las puertas del hospital. Una persona se acercó para ofrecerles ayuda, pues en la posición en la que estaban parecía que Asahi se encontraba desfallecido, pero ambos rechazaron la ayuda. Se levantaron y fueron al jardín que se ubicaba en la parte de atrás del hospital donde nadie los podría molestar.

—¿Por qué le quieres hacer daño? Sora es una persona que no merece sufrir. Es cálido, es tierno. Tiene una hermosa sonrisa. —Sus fuerzas lo traicionaron una vez más, y comenzó a sollozar nuevamente. Habló para sí mismo, aunque cubriendo con una mano su boca—. ¿Por qué todo le tiene que pasar a él? —Sintió una pequeña pero cálida mano sobre la suya, deteniendo sus temblores. Alzando la mirada hacia él, se encontró con unos esmeraldas parecidos a los suyos, pero que contaban una historia muy diferente a la suya.

—Hey, no sé quién eres, pero me preocupas. ¿Te sientes bien?

¿Qué?

¿Cómo puede esa persona "preocuparse" por él, incluso después de que le había pegado, y su rostro aún seguía rojo por la cachetada que le había proporcionado?

—¿Por qué? —preguntó confundido y casi con dolor. No quería aceptarlo.

—¿Eh? —Asahi se soltó de su mano bruscamente.

—¿Por qué te preocupas por mí? Si incluso te he pegado. Yo... —pero Haru no dejó que terminara, para volver a tomar su mano y sonreírle con una dolorosa sinceridad.

—Porque puedo ver que estás sufriendo mucho.

Mierda.

No quería. No podía. Aceptar que el primer amor de Sora, y el que aún estaba dentro de su corazón, era un ser puro de nobles sentimientos era su peor pesadilla. Porque entonces se daría cuenta de que aquella historia de amor que tuvo un final sin ningún comienzo era verdadera. Porque ahora podía comprender; nada más de verlo, de tenerlo en frente, el por qué Sora se había enamorado tan profundamente del chico.

Le dolía saber que quizás estaban hechos el uno para el otro. Que tal vez Sora no lo quiso ni jamás llegaría a querer como a Haru, y que lo más seguro era que perdería su lugar en su corazón, o que probablemente no perdiera nada porque tal vez nunca le perteneció nada.

—¿Por qué llorabas? Dijiste... —dudó por un segundo, pero no. No podía estar refiriéndose a la misma persona, ¿cierto? Podría ser tan solo que los últimos acontecimientos en su vida lo estaban volviendo paranoico— dijiste el nombre de Sora. ¿Es alguien importante para ti?

—Mucho —respondió un poco más calmado, pero todavía con dudas punzantes en su pecho, y un dolor aún más profundo clavándose a paso lento en su alma.

—¿Está en este hospital?

—Sí.

—¿Puedo preguntar por qué? —lo pensó por breves instantes. Pero él no perdía nada y si tenía que descargar su pena, lo iba a hacer en esa persona.

—Sí. Sora tuvo un accidente en la motocicleta de su hermano. Fue por ti, por tus palabras, todo es tu culpa porque Sora... —Asahi no le dijo todo, sólo lo necesario. Rememoró con pesar y una tristeza que rasguñó su joven alma lo que pasó la noche pasada, antes del accidente, guardando para sí sus más preciados recuerdos, y un sentimiento, que aunque fuera falso, era suyo, y nadie podría arrebatárselo.

 

 

¿Cuánto tiempo había pasado ya? Parecía una eternidad. Quería correr detrás de él, y al mismo tiempo el cuerpo no le respondía. Era difícil aceptarlo, imposible palpar con las manos, sin quemarse, aquella realidad tan cruelmente verdadera. Entonces, ¿esa había sido su última oportunidad? Se tragó las sollozos pero no pudo reprimir las lágrimas que implacables bajaban por su rostro. La única esperanza que había estado resguardando con tanto recelo durante todos esos años, se rompió. Decidió entonces que debía hablar con aquella persona que había sido el único refugio de su desconsolado corazón.

Sintió su celular vibrar en su bolsillo mientras caminaba hacia su apartamento. Divisó aquel lugar donde se habían conocido y se sentó en el mismo columpio antes de contestar.

—¿Sora?

—Asahi... —El sólo escuchar su voz traía vientos de paz al desierto azarado de su alma— Asahi... —volvió a repetir.  ¿Qué le iba a decir? Si ni siquiera tenía el valor para expresar en palabras lo que en su interior se negaba a aceptar.

No podía evitar que su voz se comenzara a quebrar.

 

♪Debí presentirlo cuando las rosas murieron. 

Debí haber visto el fin del verano en tus ojos. 

Debí haber escuchado cuando dijiste "Buenas Noches",

realmente querías decir "Adiós".♪

 

—¿Sora? ¿Qué pasa? ¿Dónde estás? —preguntó preocupado. Su voz no era la misma. El destello de alegría que siempre tenía estaba apagado. Podía asegurar que estaba llorando. Dos años junto a él le habían hecho conocerlo y amarlo día tras día.

—¿Dónde estoy? —Se repitió a sí mismo. No tenía ni la más pálida idea— No lo sé. Hey —continuó, ajeno incluso a la preocupación en la voz del chico— ¿Recuerdas aquella vez que dijiste que yo era como un ángel caído del cielo para ti en un día de lluvia? Yo me había reído de ti, pero no fue por burlarme. No podía creer la sinceridad y seriedad que habías puesto en tu rostro al decirme aquello. Yo te dije: "No soy capaz de salvar a nadie, ni siquiera a mí mismo". Tú dijiste: "Si no puedes hacerlo por ti mismo está bien, hasta los ángeles necesitan ser salvados en algunas ocasiones."

 

♪Cariño, es curioso que uno nunca se acostumbre a fracasar. 

En realidad estás de rodillas, cuando crees que estás de pie. 

Pero sólo los tontos son "sabelotodo",  y yo me hice el tonto por ti.♪

 

—Sora, dime qué pasa por favor. Lo recuerdo todo, ¿cómo podría olvidarlo? Aún lo sigo pensando. Tú eres la luz de mi vida, Sora. Dime en dónde estás, por favor. Iré por ti —suplicó  asustado por las palabras de Sora. "Hasta los ángeles necesitan ser salvados en algunas ocasiones", pero, ¿de qué quería ser salvado Sora?

—No te merezco —dijo con una sincera pero culpable sonrisa dibujada en sus labios—. Sé que lo próximo que voy a decirte tal vez sea lo más egoísta del mundo, pero ahora soy yo quien te lo pide, Asahi. Sálvame —dijo en un susurro lastimero pero que supo que el chico había escuchado. Lo dijo con una sonrisa que fue inspirada en la calidez de aquellos sentimientos que lo cuidaban y velaban con tanta pasión y que, malditamente, no podían ser más bellos porque ya eran perfectos.

Y eran para él. Él no lo merecía, no merecía tanto amor.

Entonces, sin preverlo, sin planearlo, sin poder controlar el flujo de sus sentimientos ni la medida de sus acciones, lo dijo una vez y lo repitió unas cuantas veces más sin dirigirse a nadie en especial, pero sin el ánimo de soltar el celular.

—Haru, Haru, Haru —Su voz estaba rota, y quién sabe cómo estaría su corazón—. Él sólo... sólo... me odia. Ahora lo sé. No puedo reparar el daño que he hecho, ahora es demasiado tarde para ello.

 

♪Lloré y lloré. 

Hubo noches en las que creí morir por ti, nene. 

Intenté e intenté negar que tu amor me volvía loco. 

Si el amor que tuve por ti se ha ido, si el río que lloré no es muy largo, 

entonces me equivoqué. 

Sí, estoy equivocado. 

Esta no es una canción de amor. ♪

 

Abrió sus ojos, asustado. 

—Soy yo quien no te merezco, Sora. Te amo —pronunció en voz baja—. Lo haré siempre. Estaré para ti aun en el mismo infierno. Aunque tenga que defenderte de él para salvarte, lo haré — calló al escuchar el nombre de Haru. Era él quien causaba aquel dolor a Sora. Era él por quien tanto sufría, siempre había sido así—. Sora, dime dónde estás, por favor. Dímelo —imploró una vez más .Las lágrimas se acumulaban en su rostro. El dolor atravesaba su corazón. No podía alejarse de él aunque sus palabras le hirieran, aunque no lo amara. No lo dejaría atrás, no cuando le necesitaba—. Por favor, Sora. Te amo. Por favor, no llores. Todo estará bien, cálmate, ¿sí? Estoy aquí contigo, siempre lo estaré.

—Quisiera, te lo juro. Desearía, tan solo quererlo un poco menos. Desearía poder entregarte a ti la parte que le pertenece a él. Y no sabes las veces que lo he intentado —Su voz era serena aunque no menos cargada de melancolía y amargura. Las lágrimas pararon su curso, quizás había un cupo para las lágrimas que debemos derramar por cada persona—.  Asahi... —Las palabras que el rubio le había dicho calaban profundo dentro de él, inundándolo de un profundo y sincero amor que lo cubría, que lo protegía de las tempestades, pero que no cubría el espacio suficiente del vacío que su primer amor dejó hacía ya tiempo atrás— Asahi, ¿me creerías si te digo que también te amo? Aunque mi cariño no sea suficiente y no sea igual al tuyo, y tal vez solo consiga lastimarte. Eres alguien muy importante en mi vida. Y no te miento, yo te amo, te amo con sinceridad, aunque no con las fuerzas necesarias, pero lo hago con vehemencia. Lo hago con certeza. Perdóname por ello. Perdóname por el sentimiento tan mezquino e inútil que te entrego. Perdóname por todas las heridas que te he provocado con este egoísta amor.

Algunas lágrimas se asomaron por sus ojos.

 

♪Pensé que tú y yo superaríamos la prueba del tiempo,

como una huida de crimen perfecto. 

Pero no éramos más que una leyenda en mi mente. 

Supongo que estaba ciego. 

Recuerda aquellas noches,

bailando en la fiesta de disfraces. 

Los payasos tenían sonrisas que no se apagaban. 

Tú y yo éramos los renegados. ♪

 

‹‹Lo sé››pensó. Pero también sabía que no era el dueño de su corazón, y cuánto deseaba que lo fuera. Deseó haberlo conocido antes que Haru se clavara tan profundo en su interior. Entonces entendió que estaba destinado a perder en el amor, porque él y Haru se conocían de toda la vida, porque Haru siempre estuvo clavado en él de la manera más profunda. Rogó poder olvidar aquel amor que tanto le hacía sufrir. No sabía qué decir ahora. Quería colgar esa llamada, huir de él, reclamarle por qué le hacía sentir de esa manera. No podía. Era más grande su amor que su razón.

—Yo... —sollozó.

Pero nada salió. Las palabras se perdieron en cuanto los sentimientos le ganaron la carrera a su juicio, el cual se quedó varado y perdido a mitad del camino, sin ganas de continuar.

Se preguntó cuál era el rumbo de todo esto pero todo era muy borroso ahora. Sólo algo claro quedaba.

—Te amo. Te amo.

 

♪Ciertas cosas nunca cambian. 

Me volvía loco porque me importaba mucho lo nuestro, nene.  

Pero ahora todo es tan triste, 

que cualquier cosa que tuvimos no vale la pena guardarla. ♪

 

—¿Sabes cuál es mi deseo? Y lo juro, es ahora mi más ferviente anhelo.

—¿Cuál? —murmuró bajo mientras veía aquel cielo no tan estrellado.

—Deseo.... —Sabía que aquello sería la cosa más egoísta y cruel que podría decirle, pero era la verdad que le gritaba su corazón. Ya se había cansado de guardar verdades que sólo le carcomían hasta las entrañas— deseo haberte conocido antes que  a él, aun si eso significara no haberlo conocido. —Aquellas palabras podían ser o no verdaderas, pero estaban cargadas de dolor. Asahi podía entender que no eran verdaderas, pero se sintió feliz de escucharlas.

 

♪Si el amor que tuve por ti se ha ido. 

Si el río que lloré no es muy largo, 

entonces me equivoqué. 

Sí, Estoy equivocado. 

Esta no es una canción de amor. 

Si este dolor tan grande que siento

es la razón por la que he aguantado,

entonces me equivoqué. 

Sí, Estoy equivocado. 

Esta no es una canción de amor. ♪

 

—Yo también deseo haberte conocido primero. Ser tu primer y único amor, el dueño de tu corazón, pero jamás cambiaría el hecho de haberte conocido, aun cuando lo ames a él. No podría arrepentirme nunca de lo que he vivido contigo. La primera vez que te vi, nuestro primer abrazo, nuestro primer beso, la primera vez que hicimos el amor. Sora, te amo. Aun cuando apareciste en mi vida después de amarle a él, doy gracias a quien te puso en mi camino, Sora. Le doy gracias a él, si fue por su causa que me diste una oportunidad.

Aquellas fueron las últimas palabras que escuchó, antes de que su teléfono finalmente se apagara por falta de batería.

Deseó entonces, mirando hacia arriba, que el cielo tuviera más estrellas, que en otra vida su corazón aprendiera a amar sin egoísmo, y que las personas que eran importantes para él fueran felices, aun si él no estuviera en el mundo para observar la hermosa sonrisa de Asahi o los transparentes ojos de Haru.

 

 

 

Haru llevó por reflejo una mano a su boca para intentar reprimir un grito ahogado. Así que era cierto. Era el mismo Sora.

—¿Sora tuvo un accidente? —dijo apenas, con la voz quebrada— ¿Cuándo?

—Anoche. Luego de que discutiera contigo. Lo recuerdas, ¿no? Él estaba muy mal. ¿Sabes acaso, lo frustrado y dolorido que estaba luego de pelear contigo? Tanto que no le importó tomar la motocicleta de su hermano e ir detrás de ti, pero su juicio y su razón se nublaron por causa de todos los sentimientos que provocaron esa pelea, y pasó lo que pasó.

Reminiscencias de la noche pasada fueron evocadas con cruel nitidez, como si volviera a vivir esos momentos. Pequeñas y casi imperceptibles lágrimas se asomaron por sus ojos esmeraldas.

 

 

 

—¡¿Por qué estás diciendo todo esto ahora?! ¿Por qué? ¿No ves acaso lo que me haces? ¿Lo que provocas? Carajos, Sora. —Su voz se iba apagando conforme fueron disminuyendo las fuerzas de sus primeros gritos. El cuerpo ya casi no le respondía. 

Sus piernas temblaban, sus manos sudaban, su corazón latía con tal fuerza que creía que en cualquier momento se detendría. Y su respiración, el aire se le estaba acabando junto con sus ganas de seguir enfrentándolo. Era un caos hecho huracán en pocos minutos que parecían años. Y los años en que no estuvieron juntos fueron tan largos comparados a las eternidades.


—¿Por qué? ¿Por qué tienes que dolerme tanto? —Se tapó la boca para intentar suprimir sus sollozos. Aquellas súplicas emergieron desde lo más profundo de su añejada alma. 

Las lágrimas cumplieron su traición y abandonaron sus deseos de ocultar sus sentimientos ferozmente guardados. Sora no pudo más ante aquellas banderas de sufrimiento que Haru por fin había sacado ante él.

¿Cómo hubiera cuantificado en el ayer toda la pena que llevaba su amor? Era el infierno entonces algo tan humildemente comparado con lo que su corazón comenzó a sentir. 

 

Fue tan poca la condena de sus propios pesares que deseó hallarse muerto si con eso remediaba la tristeza de Haru. Poco o nada le importó que el castaño siguiera intentando alejarse, como quien no mide la fuerza de la tormenta cuando la ve de lejos.

Sora se acercó pese a sus quejas y lo abrazó con fuerzas, aun cuando Haru lo golpeaba con incesantes golpes, forcejeando contra su agarre.

 

—Haru, perdóname. Te lo ruego, dame una oportunidad. Te lo suplico, escúchame. Nunca quise lastimarte, eres lo más preciado para mí —susurraba a sus oídos con paciencia, amor, fervor. 

Lo mantuvo fuertemente aferrado contra sí, luchando por recuperar su cordura, su confianza, su cariño y todos los momentos perdidos a su lado, momentos que no volverían jamás. Por todos los días de esos cuatro años que pasaron extrañándolo, recordándolo, añorándolo. Y por toda una vida amándolo en silencio, devoción y ciega y dolorosa fe.

—¡No quiero! ¡No quiero escucharte! Suéltame, Sora. Yo no... —Pero no lo haría. Qué ciega puede ser la demencia enamorada que solo se aferra a su locura para no ser cruelmente abandonada.

—Por favor, Sora, Suéltame, por favor. —Fue cuando Haru dejó de luchar. El aire que le faltaba le jugaba en contra, y la vista borrosa le impedía la concentración que requería pues los mareos no lo dejaban ser dueño de sus movimientos. 

Ambos cayeron al suelo. Uno en los brazos del otro quien lo sostuvo con firme vehemencia y con aquel inmenso cariño que sólo le había causado heridas hasta el momento a la persona más preciada y hermosa que pudiera existir.

—No quiero soltarte Haru. Han sido muy largos los días sin estar a tu lado. No quiero soltarte ahora porque temo que si lo hago ya no podré volver a sostenerte. Sé que te fallé, lo sé. Pero, por favor, déjame curar tus heridas. Por favor, no te quedes con todo el dolor que te causé para ti solo. No seas egoísta y déjame acompañarte. Déjame quererte. Déjame compensar mis errores cada día de mi vida, aun cuando requiera mil vidas para ello. He pensado mil veces la manera de acercarme a ti, de recuperarte, de tan sólo poder verte. Pero ya nada me es suficiente. No te pido me entregues lo que no quieres y no puedes. Solo no me apartes de tu lado. Déjame volver, déjame ser esa persona que podía ver tu sonrisa y tomar tu mano, simplemente eso. No te pediré nada más, Haru. Te lo pido, sólo déjame un pequeño rincón de tu vida para admirarte, valorarte, para poder protegerte. Tan solo para estar cerca, ¿es mucho pedir? —Se estaba rindiendo. 

Tal vez su amor estaba destinado a nunca ser pero si él pudiera, si tan sólo volvía a ser su amigo, si Haru le daba la oportunidad de ser su luna, a él no le importaría no tener su amor. Sólo quería que Haru fuera el sol que iluminara el resto de su vida, porque sin él ya no tenía razón de ser.

 

 

 

—No... Sora. Él, está bien, ¿cierto? Sólo fueron raspones, ¿cierto? Por favor dime que está bien.

Asahi movió su cabeza de un lado a otro, negándolo. Le duele decirlo y tener que confirmar que la persona que lo salvó de la oscuridad, aquel que lo llevó a la luz, aquel que le enseñó a tocar guitarra, la persona que ama se encontraba en esos momentos en la delgada línea entre la vida y la muerte.

Su Sora.

En voz baja susurró, finalmente.

—Cayó en coma.

Haru lo miró con horror.

—No, no, no —dice alto, pero sin gritar. Quizás hasta la voz ya no tenía voluntad.

Un dolor lo invade, poco a poco va aumentando y se lleva la mano por inercia a su pecho. Respira fuerte, no puede aclarar su mente y hacer que su cuerpo responda.

—Sora... Sora. Es mi culpa —pronuncia apenas y con mucha dificultad, e incluso cae al suelo en un momento dado, lo que logra asustar de sobremanera a Asahi.

—Hey, ¿te siente mal? ¿Quieres que llame a un médico? Por favor, cálmate. —La verdad era que no le deseaba el mal aun cuando él era el único a quien Sora veía, aun cuando era él quien estaba a su lado, aun cuando era él el dueño de sus besos y de sus caricias. 

Pudo sentir su corazón romperse lentamente en pequeños pero incontables pedazos, cayendo en picada hacia la nada y sin poder detenerse. Siempre lo supo. El dueño del corazón de Sora es Haru, no él. Nunca lo ha sido.

No sólo era Sora. Haru también estaba perdidamente enamorado de su ángel, y lo había enamorado sin piedad. Se dio cuenta entonces de que su amor solo se trataba de un amor unilateral.

Lo tomó de los brazos, ayudándolo a sentarse en la banca. Le compró un refresco, y esperó un rato mirándolo con una terrible preocupación.

—Mejor voy a llamar a un médico. —Pero en cuanto estuvo a punto de marchar, la mano de Haru lo detuvo, asiéndolo de la muñeca.

—Estoy bien. Dime, por favor, ¿en qué parte del hospital está?

Su mente le tentaba a mentirle o quizás a no responderle, pero sabe que eso estaría mal. Él no era una persona rencorosa ni mucho menos vengativa.

Suspiró y, al mismo tiempo, se maldijo por amar tanto a Sora, por desear sólo su felicidad a costa de la suya.

—Te llevaré. Vamos. Ten cuidado. —No quería verlo desfallecer nuevamente, así que lo ayudó a incorporarse y vigiló su andar. Después de todo, ¿él quién es para impedirle que estén juntos?

Mientras recorrían el hospital hasta la habitación de Sora en interminables y, al parecer, eternos minutos, no pudo evitar cuestionarse aquello; ¿por qué siempre las personas tendían a descubrir sus sentimientos sólo después de tragedias, calamidades o momentos tristes? Cuando ya era demasiado tarde.

¿Le pasaría a él? ¿Perdería la oportunidad de decirle a Sora que él también había sufrido? 

 

‹‹¿Es demasiado tarde decirte que también te amo Sora?›› pensó, triste. Vio a Asahi y no pudo evitar preguntarse con extraña agonía, este hermoso joven, ¿qué era para Sora?

Rogó al cielo por una oportunidad para expresar su verdadero sentir, sólo una más para ver de nuevo aquellos mares azules que lo quemaban sólo con una mirada.

 

Él quiso quedarse un minuto más. Él desea poder cambiar de lugar con él y anhela con todas las fuerzas de su joven alma tan siquiera una segunda y última oportunidad para remendar sus errores. Una oportunidad para verlo, para abrazarlo y gritarle cuánto lo ama. Porque nunca quiso lastimarlo y jamás se imaginó que las consecuencias de sus actos terminarían de aquella manera. Más que nunca deseó no ser el joven estúpido, incrédulo, inocente y enamoradizo que era porque aquel sentimiento llevó a la persona más importante de su vida hacia la fatalidad. 

Deseó más que ninguna otra cosa, y por sobre todas las demás, recuperarlo, aunque ello significase perderlo para siempre. Aunque el único lugar que conservare en su vida fuera el de su mejor amigo.

 

Continuará...

 

Notas finales:

http://i42.tinypic.com/a4aqrs.jpg

Este es Asahi :D


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).