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YOUTHFUL HATSUKOI por Lady Trifecta

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Notas del capitulo:

 

Música del capítulo:

Collide - Dishwalla: 

https://www.youtube.com/watch?v=O_pZryEZGFg

 

Las primeras semanas de diciembre parecían traer consigo una cantidad de trabajo superior al resto del año, y era terriblemente extenuante. Cualquiera pensaría que estaban próximos al fin del mundo o que finalmente acaecería el apocalipsis zombie.


—Debo volver al trabajo. —Besó sus labios con tierna delicadeza, despertándolo. Takafumi se hallaba en una muy mala posición para dormir: sentado en una silla, y apoyando la cabeza a un costado de la cama en donde su hijo parecía dormir tranquilo.

—Mmm, buenos días. ¿A qué hora despertaste?

—Hace dos horas. —La verdad, aunque no se lo iría a decir, era que no durmió en toda la noche, preocupado por la situación que estaban atravesando en esos momentos y por la salud de Takafumi; se quedó velando por su sueño.

—¿Y por qué no me despertaste? —Volteó a ver al que reposaba en la cama, acarició sus cabellos y, con una débil sonrisa, le dio los buenos días besando su frente, apartando un poco sus cabellos.

—Buenos días, hijo.


Takafumi dijo en voz alta sus tareas del día, sin dirigirse a nadie en especial, las mismas que venía haciendo hacía casi medio mes:

—Bueno. En primer lugar debo bañarlo, luego peinarlo. Luego tengo que llamar al médico para que vea su progreso.

El corazón de Zen también palpitaba con dolor y agonía, una tristeza indescriptible que nadie podía imaginar, ni mucho menos comprender, no al menos que vieras al amor más grande de tu vida en un estado incluso más terrible que la propia muerte. Porque eso era Sora en sus vidas, era el amor más grande de sus padres, y ellos no podían hacer nada por volver a verlo sonreír.

 

Nada más al levantarse sufrió un fuerte mareo que lo llevó a un inevitable desmayo, producto de las largas noches sin dormir bien y la poca alimentación que llevaba a causa de lo que el estrés y el cansancio le habían provocado a su resentido e irritado estómago.

 

—¿Dónde estoy? —balbuceó tanto como sus fuerzas le permitieron. Sintió las cálidas manos de Zen sosteniendo las suyas mientras oía los sonidos provenientes de unas máquinas.

—Seguimos en el hospital.

—¿Zen? ¿Qué pasó? ¿No te ibas al trabajo?

—Puedo pedirle a Isaka unos días más. Es la ventaja de ser jefe de departamento. —Aunque dibujó una leve sonrisa en sus labios, esta jamás llegó a sus ojos almendrados. Pudo ver su mirada opacada por la preocupación e intentó mover su mano para llevarla a su rostro y acariciarlo, pero no pudo hacerlo debido al dolor que esto le ocasionó.

—Ouch. —Levantó la vista y vio lo que le impedía mover libremente la mano: el suero que iba conectado directamente a su vena a través de una aguja.

—Ten cuidado. —Tomó y colocó su mano en la misma posición, luego de que inevitablemente corriera un poco de su sangre a causa del movimiento brusco.

—¿Qué...? —Su esposo respondió sus preguntas antes de ser formuladas.

—Anemia, estrés y falta de calcio, ¿te parece poco? —Sus ojos trasmitían más preocupación que su voz para nada calmada.

Takafumi se soltó de su mano para llevarla a su vientre y, con la voz trémula, sintiéndose culpable, preguntó.

—¿Está bien mi bebé? ¿Y Sora? No lo dejaste solo, ¿verdad?

Zen suspiró y su mirada se suavizó. Después de todo, Takafumi era tan sólo un padre preocupado que adoraba a sus hijos más que a nada ni nadie.

—Hey, tranquilo. Nuestro bebé está bien, pero debes cuidarte. Debes tomártelo con un poco de calma, ¿sí? Escucha, sé que esto es muy difícil, pero no puedes estar todo el tiempo con Sora. —Takafumi no dijo nada, pero su expresión se endureció y volteó la vista hacia la ventana. Estaba enfadado, estaba furioso consigo mismo, aunque la tristeza se anidaba en sus ojos azules.

—Asahi está con él en estos momentos. Acaba de llegar y se quedará todo el día con él, incluso mañana y creo que pidió libre un día más. No quiere que te preocupes por ello. Ya sabes cómo es. —Dudó por un momento en decirle algo más debido a su silencio y, por sobre todo, a su estado.

—¿Y Kai? —No era noticia nueva que fueron escasas las veces que vino a ver a Sora en todo ese medio mes pero se lo atribuyeron a su horario intenso en el hospital en donde trabajaba y estudiaba, haciendo su residencia, aunque no por ello dejaban de pensar que había algo más que Kai no les dijo y que hacía su carga mucho más pesada de lo que ya era. Ellos eran sus padres, ellos lo conocían, pero de alguna manera sintieron que no debían forzarlo a que les dijera y, por otra parte, era como si todo el peso del mundo cayera sobre sus hombros nada más con todo lo que estaba pasando con Sora, por lo que se sentían extenuados la mayor parte del tiempo. La frustración les hacía darse cuenta que existían momentos en que no podían abarcar con todo, no así, con la vida siendo demasiado injusta con ellos.

—Está de guardia, pasado mañana estará libre. Esta mañana llamó. —Fue todo lo que le dijo.

Escuchó todo aquello con el peso de la resignación de no poder hacer un poco más de todo lo que ya hizo. La culpa lo golpeaba sin piedad porque su comportamiento sobreprotector rayado al punto de la obsesión no sólo parecía ser equivocado sino que muy por el contrario a mejorar algo, empeoró las cosas, preocupando a su familia y descuidando su salud.

—¿Qué es ese...? —No hizo falta que terminara de hacer la pregunta para darse cuenta de dónde provenían esos rítmicos sonidos. Unos cables estaban conectados con una máquina, unos controlaban su pulso, otros estaban conectados a su vientre. Eran los latidos de un pequeño corazón lleno de vida, y que crecía dentro de él.

Por primera vez en varios días sintió el desconsuelo ganarle al fervor de su férrea voluntad, noqueándola al instante. Finas lágrimas, no deseadas pero tan necesitadas, corrieron por sus mejillas.
—He estado haciendo las cosas terriblemente mal, ¿cierto?

—Sabes que no es así, sólo te estoy pidiendo que pienses un poco más en este pequeño que ahora está en tu vientre —Llevó sus manos al cálido lugar donde reposaba su hijo. Intentó aminorar un poco el ambiente pesado y habló con una sonrisa nostálgica—. Tal parece que esto sólo se ha vuelto más difícil con el paso del tiempo, ¿no? No puedo creerlo. Ya son más de veintitrés años juntos.

—Ya no somos quienes éramos antes —Tomó una gran bocanada de aire, como queriendo encontrar el aliento que sentía perdido—. En ese entonces teníamos las fuerzas necesarias para pelear contra el mundo entero si era necesario y... no teníamos un hijo en coma. —Sus lágrimas se agolparon en sus cansadas orbes, intranquilas como el océano en el ojo del huracán; se sentía intempestivo, impaciente, temeroso. Ya ni ganas tenía de nadar contra la corriente.

Sintió un peso extra acomodarse con sumo cuidado a su lado, para luego abrazarlo.

—Sora va a despertar. Va a estar bien, ya lo verás.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Porque confío en él. Debes confiar. ¿No crees en él?

—Créeme que lo hago. En quien no confío es en mí.

—¿Por qué? —Su mano se unió con la suya, entrelazando sus dedos sobre su vientre, brindándole el alivio que tanta falta le hacía.

—Ya no siento fuerzas, Zen. Hemos pasado por tanto estos años. Veo a nuestro hijo en ese estado y recuerdo todas las veces que discutimos su preferencia por la pasión por la música antes que la escuela. Veo al niño de cuatro años que se tragaba a duras penas las lágrimas al caer de su bicicleta, que nada más al alzarlo entre mis brazos rompía en llanto y se colgaba de mi cuello, pero al minuto siguiente me juraba que “Sólo se me metió una basurita en los ojos”, y me pedía que lo baje para intentarlo de nuevo. Y ahora no tienes idea de cuánto deseo volver a discutir con él por todo tipo de tonterías, volver a secar sus lágrimas, volver a ver su sonrisa. Volver a levantarlo después de cada caída. Y tengo miedo. Estoy aterrado como nunca lo estuve. Porque no puedo hacer nada, y eso me clava aquí en el pecho. —Llevó su mano, sin separarla de la de Zen, sobre su pecho, siendo ya imposible el que algunas gotas de dolor de sus ojos cayeran y su voz terminara de romperse por completo. No sollozaba, pero era inevitable que aquellas lágrimas se derramaran por sus mejillas; eran pedazos del amor más puro, y más suyo que de nadie, el que estaba lastimado.

Zen sólo afianzó su abrazo y besó sus mejillas, besó los pedazos de su amor que seguía firme a pesar de todo. Takafumi continuó hablando con el tono de voz un poco más bajo, debido al nudo fuertemente anudado en su garganta.

››—Tengo miedo de no volver a escuchar el ruido infernal, el cual me parece maravilloso aunque nunca se lo dije, que sus dedos logran con su guitarra eléctrica. De que no vuelva a mostrarme sus ojos rebeldes tan desafiantes y tan llenos de vida. Sobre todo tengo miedo de no poder soportar hasta que esto llegue a su final y de no ser un buen padre ni para Sora, ni para Kai, ni para este pequeño. Si no puedo protegerlos... no. Me temo que no tengo la fuerza que se requiere para hacerlo. Yo... —No pudo concluir debido a que fue sutilmente callado por un dedo colocado sobre sus labios.

—Los amas. Está bien tener miedo. También lo tengo, estoy tan aterrado como tú.

—¿Zen? —Lo llamó cuando lo notó interrumpirse. Sintió sus cabellos y su rostro esconderse en su cuello. Sintió las lágrimas que ya no soportaron caer sobre su cuello.

—Por favor no te rindas —Aquello era una súplica, no una petición—. Te necesitamos. ¿Sabes que ya no eres el mismo? Extraño tanto tus riñas y tus tiernos insultos cargados de amor.


—Estás demente —murmuró apenas pero con una leve sonrisa, apretando su mano.

—Es cierto que no somos los mismos de antes. Definitivamente las cosas no se han vuelto más fáciles pero, ¿sabes? Somos más fuertes y nos amamos veinte y tres años más que antes. Takafumi, te necesito, y necesito que te apoyes en mí. Hazlo por ellos. Hazlo por nosotros. Te amo, ¿será que eso es suficiente?

Con un poco de ayuda, Takafumi volteó hacia su costado para poder mirarlo de frente. Cobijado, como se hallaba entre sus brazos y colocando su frente contra la suya, llevó su mano a su rostro y secó sus lágrimas, diciéndole:

—Sigues siendo el mismo imbécil cursi y enamorado, no, incluso puede que seas veinte y tres años más idiota que antes. —Entonces lo besó con ansiedad y parsimonia para deleitarse en el sabor que le pertenecía y acunaba todas sus tormentas. Zen sonrió sin más, agradeciendo con su mirada abrazada a la suya todas las bendiciones que les había dado la vida, así como los sinsabores por los que atravesaron fortaleciéndolos con el paso de los años, y aumentado el sentimiento que los unía.

—También te amo, con todo mi corazón. —volvieron a besarse, como si de esa manera respiraran mejor, como si ese fuese todo el oxígeno que necesitaban, el aliento y el calor del otro.

—¿Prometes que estarás mejor?

—Prometo que lo intentaré.

—Gracias.

 

 

 

—Ya me voy, Kou. —Extrañamente ese día se había levantado temprano o, mejor dicho, no había podido pegar un ojo en toda la noche.

—Que tengas un buen día, Kisa-san. —Era la costumbre y el cariño el llamarlo de esa manera, a pesar de los años. Se despedía de su esposo mientras le daba su almuerzo con una mano y con la otra lo tomaba por la cintura para atraerlo hacia él, abrazarlo y depositar un beso de suerte en sus labios, como cada mañana desde hacía casi dos décadas. Beso al que el mayor respondió, con un sincero y adorable sonrojo pero aun así, ni tonto ni perezoso, profundizó el contacto arremetiendo con sensual lentitud su lengua dentro de la boca de su compañero de vida, logrando que olvidara la prisa con la que salía de casa.

Kou tomó el rostro de su esposo con ambas manos y lo miró con un semblante preocupado.

—Hey, no dormiste nada, ¿verdad? Discúlpame, no sé cómo caí rendido a las tres de la mañana, cuando debería haberme quedado despierto también.

—No. No te preocupes. Estabas más agotado que yo.

—Hmmm, de cualquier manera, no me gusta que te desveles de esa manera. Todos los días son agotadores en la editorial, después de todo.

—Estaré bien. ¿Tú irás a trabajar? —Era más que obvio que ese día en particular le hubiera gustado no asistir al trabajo, y no precisamente para descansar. La angustia y su preocupación de padre siempre estuvieron en primer lugar desde que nació Shin.

—No lo creo, no quiero dejarlo solo. Además la galería ya está completamente ordenada y lista. La exposición será recién dentro de unos días. ¿Cómo amaneció él?

—La fiebre ha bajado un poco, pero las náuseas continúan. Kou, ya no sé qué hacer. Ya lleva así varios días.

—¿Crees que deberíamos llevarlo al médico? Me tiene muy preocupado.

—No quiere ir, Kou. Ya no es un niño, te guste o no, no podemos obligarlo.

—¿Ya te viste? Pero si eres tú el más preocupado —Y qué bien que lo conocía, aunque lo negara, no podía ocultar el temor latente que se reflejaba en su mirada. Era un padre, ¿no? Debía mantener la compostura en estos casos para, de alguna manera, encontrar el camino que lo acercara a Taiki. Su hijo siempre había tenido un carácter difícil y no era muy abierto con ellos—. Además, ¿qué dices? Tai es todavía un niño —Sonrió de oreja a oreja, como si fuera aquella una verdad irrefutable—. Es sólo que es un poco caprichoso y rebelde, ¿a quién habrá salido?

—¿Eh? Pues lo impulsivo y altanero, de ti.

—¿De qué hablas? Kisa-san no me digas esas cosas —dijo con un puchero dibujado en sus labios.

—Hey, no pongas esas caras. ¿Piensas que me vas a chantajear? —Kou lo besó repentinamente, derribando con absoluta facilidad sus defensas, como siempre lo hacía.

—Hey —Tomó, con delicadeza, su barbilla, para levantar su rosto y hacer que lo mirara justo directo a los ojos. Ese lugar donde siempre encontraría el refugio a todos sus temores—. También estoy tan preocupado como tú, intentaré hablar con él, ¿sí? Y si no mejora, pues mañana lo llevamos con el médico aunque se niegue, después de todo, es la ventaja de ser padres, ¿no?

—Kou, a veces puedes dar verdadero temor.

—Buenos días. —Un chico somnoliento salió de su habitación y se dirigió a la cocina a prepararse su desayuno rutinario: Leche con cereales.

—¿Eh? Shin, buen día. ¡Ah, mierda, se me hace tarde! Menos mal que me levanté temprano. —Tomó sus cosas y se apresuró hacia la salida, luego de despedirse de su hijo y su esposo. Aunque para eso, Kou tuvo que agarrarle del brazo y robarle un beso ante la mirada de su hijo, causando estragos en el mayor.

—Te amo, Kisa-san.

—También... te amo —El sonrojo en su rostro era adorable, aun con el frío de aquella mañana—. Me llamas al celular por cualquier emergencia. —Le lanzó una mirada de advertencia. Se estaba refiriendo a su hijo menor.

—Claro, ve sin cuidado.

—Adiós, hijo.

—Cuídate papá.

—Por favor, cuídenlo. —Sus pies parecían no querer obedecer y seguía allí de pie, a pesar de que le aseguraron que cuidarían de Taiki. Algo le decía que no debía ir ese día al trabajo, y se sintió realmente culpable por hacerlo, aunque sólo fuera por un mero presentimiento; su corazón le gritaba que no se fuera. Pero no tenía muchas opciones, ya había faltado una semana entera para cuidarlo.

Sólo cuando Kou lo volvió a abrazar y le aseguró que todo estaría bien como unas diez veces, pudo irse finalmente con un poco de alivio, tan sólo un poco.

Minutos después, Kou se acercó a la cocina a prepararse el desayuno.

—¿Y Taiki? ¿Aún no se levanta?

—No. —El mayor suspiró. No había muchas cosas que pudiera hacer. Tomó una decisión, era sólo que con tanto trabajo encima no había podido hacerlo hasta entonces; esperaría un día más y si su hijo no mejoraba, lo llevaría al hospital, aunque fuera a rastras.

—Solía levantarse antes que todos nosotros, y llegaba al colegio primero que nadie —murmuró su padre, preocupado.


Yukina Taiki era el presidente del centro de estudiantes de su preparatoria, el mejor alumno académicamente hablando, y el mejor deportista en soccer. Adoraba el colegio desde siempre, aunque en la secundaria se fugara ocasionalmente de clases nunca había bajado sus notas, y en los ratos libres podía dibujar e incluso pintar en su “Sitio Secreto”. Como a cualquier chico, también le gustaba pasar el tiempo con sus amigos. No era que precisamente que le fascinara estudiar, simplemente aprendía fácilmente. Pasaba más tiempo en el colegio que en cualquier otra parte, por eso no era de extrañar que siempre se levantara a primera hora e incluso le hiciera el desayuno a todos, especialmente a Shouta, cuando él siempre había sido un total descuidado con su propia salud y alimentación. Era su propio hijo quien le solía preparar el desayuno y el almuerzo cuando Kou no podía hacerlo. En cuanto a Shin... Shin era pésimo en la cocina y tenía terminantemente prohibido acercarse a ella si no fuera para comer algo ya preparado, por lo que siempre desayunaba lo mismo: leche con cereales.

—¿Qué hay de ti?

—¿Yo qué de qué?

—¿No tienes nada nuevo que contarme? —preguntó, tanteando el terreno, mirándolo de reojo.

—Hmmm —hizo un notable esfuerzo por recordar—.  No, la verdad que no, ninguna novedad.

—Entonces, ¿ninguna novedad, como alguna demanda de secuestro o algo por el estilo? —Un chorro de leche disparado hizo un aterrizaje forzoso justo en ese instante.

—Hey, tranquilo. Si sigues aquí y no en la cárcel es una buena señal —dijo luego de soltar unas pequeñas risas, a la vez que le daba palmaditas en la espalda.

—No es gracioso, papá.

—¿Entonces? —Esperó por una respuesta.

—¿Entonces, qué? —El mayor rodó los ojos.

—¿Cómo van las cosas con Yuki-kun? ¿Ya lo hicieron? Dime que se cuidaron —inquirió con verdadera preocupación, borrando la sonrisa de sus labios.

—¡Papá! ¿Sabes lo que es la vergüenza?

—Bueno, de hecho, ¿sabes? —Repentinamente, puso una muy seria y “sabia”— Hace tiempo que tu papá se encargó de quitármela.

—¡Ya! ¡Ya! ¡Lo entendí! —Se tapó los oídos para no oír lo demás— Puedo sobrevivir sin el resto de la historia.

Se produjo entonces un silencio, durante el cual Kou no dejaba de verlo con sospecha y el menor se encontraba muriéndose de pena.

—Entonces...

—¡No ha pasado nada!, ¿ya? ¿Contento? Papá, sólo fue un beso. Un solo beso, el que vieron en la obra.

—Ya. Bueno, quizás eso sea bueno —dijo con una expresión reflexiva.

—¿A qué te refieres?

—Pues, no queremos que Mino-san cometa un asesinato o peor, que tu papá tenga problemas en el trabajo por eso, ¿no?

—Gracias por tu apoyo sincero, eh. —Su rostro estaba comenzado a mostrarse afligido y debatido.

—Oh, vamos, nadie te va a matar. Bueno, tal vez no.

—¿Tal vez no?

—Vamos, no te angusties.

—Tú no me ayudas mucho que digamos.

—Ya, en serio —¿En serio? Que Shin supiera, él sí estaba hablando muy en serio todo el tiempo—. Pareces muy entusiasmado. El brillo en tus ojos te delata, se nota que lo quieres mucho, ¿no?
“¿Quererlo?”

—¿Quererlo? —repitió en voz alta como si fuera la primera vez que lo expresaba de esa manera. Y la verdad era que sí era la primera vez que lo hacía— Papá... no sé si lo quiero, pero todo lo que deseo es cuidarlo, estar a su lado, tomar de su mano y no soltarlo —“Si tan sólo me dejara”—  Yo sólo quiero, más que nada, ver sonreír a Yuki y cuando no lo hace, yo... —Llevó una mano a su pecho— ... siento que no puedo respirar bien, y me oprime aquí.

—Lo amas. —Aquello era una afirmación.

Shin miró sorprendido a su progenitor, como si aquello fuera la revelación del año. Pero él lo sabía, siempre lo supo. Ahora estaba seguro, más que nunca, de sus sentimientos. Su corazón y su vida entera tenían un único dueño, y este era Mino Yuki.

Sonrió con calidez, como nunca antes lo hizo, con un calor inundando todo su ser. Él lo amaba, no importaba si Yuki no se sintiera de esa manera. ¿Acaso importa o no que un amor sea unilateral o correspondido? ¿Por qué? No, claro que no importaba, mientras él pudiera quedarse a su lado, sin importar las etiquetas de “novio” o “amigo”, mientras él permaneciera junto a él y fuera capaz de cuidarlo, todo sería sencillamente perfecto.

—Sí. Lo amo.

—Shin —Su padre sonrió. Y cómo no sentirse complacido y un poquito feliz si podía hablar tan fácilmente de esa manera con su hijo— Debes tener cuidado, lo sabes, ¿verdad? Sus padres lo protegen demasiado, pero tienen sus motivos.

—Sí. Lo sé, y lo entiendo. Pero no tienes por qué preocuparte. papá —Kou frunció una ceja en señal de confusión, hasta que su hijo continuó—. Yuki y yo sólo somos amigos.

—¿Eh? —Por un momento, creyó no haber escuchado bien, pero al siguiente segundo entendió, bueno, algo— ¿No me digas que es algo como “Friends with benefits”? Ay, Shin, ¿qué te estoy diciendo? No quiero que mueras joven.

—¿Qué? ¡No! Me entendiste mal —El pobre muchacho estaba luchando tanto interna como externamente para poder hablar con coherencia acerca de algo que lo descolocaba en todos los sentidos—. Yo no podría, no con Yuki, quiero decir que con ninguno, pero especialmente no con Yuki. Y no me mires así. Yuki es el único al que miro, el único que me interesa y el único que está en mi corazón.

—Ok, entonces, ¿cómo explicas lo del beso?

—Fue eso. Sólo un beso —reflexionó un instante. ¿Hasta dónde debería decirle? Comprendió casi de inmediato que ya que había empezado con la historia, ¿por qué no terminarla? 

Las cosas que hablaba con su padre, siempre se habían quedado entre los dos. Y él necesitaba tanto un consejo o, si no lo obtuviera, de todas maneras necesitaba sacarlo de adentro. 

—Está bien. Te contaré. —En su breve relato le contó acerca de los hechos más importantes. Del amor no correspondido de Yuki por Aoshi, de la terrible suerte que corría el muchacho al haberse enamorado del mismo chico que su hermano, y de como este se le había declarado a Aoshi y ya eran novios. Finalmente de cómo había llegado a la fatal conclusión de que debía interrumpir en aquella obra de teatro, tan sólo para que Yuki no terminara con el corazón más lastimado al besar a Aoshi. Lo besó, sí, pero no fueron por celos, todo había sido sólo para proteger el inocente corazón del Yuki.

—Ahora ya lo entiendo. Bueno, más o menos. —Aquello, ¿cómo responder cuando todo parecía indicar que su muchacho se había enamorado del chico equivocado?

¿Debía alimentar falsas esperanzas? O, ¿debía convencerlo de abandonar su primer amor sin siquiera haber luchado?

Lastimosamente, no existían recetas para salvar a un corazón de estar enamorado.

—¿Estás bien? —Shin lo observó como si fuera que le estuviese preguntando acerca de la existencia de los ovnis.

—Papá, eso no...

—Jamás. Óyeme bien, Yukina Shin. Jamás pienses que no importa cómo te sientas. El día en que te deje de importar cómo te sientas, ese día tus sentimientos por Yuki comenzarán a quemarse hasta convertirse en cenizas, sin haberle podido dar el abrigo y el calor que deseas con tanto anhelo brindarle. El día en que te de igual cómo te sientas, ese día, ni todo lo que puedas hacer por él ni todo lo que puedas darle, aunque fuera el mundo entero, será suficiente ni serás capaz de llegar a él. ¿Lo entiendes?

—Yo... sí. Creo que lo entiendo. —En su corazón conservaba la fe, por el simple hecho de estar enamorado.

—Bueno, se hace tarde. Hagamos el desayuno, ¿no?

—Pero ya desayuné.

—¿Dos o tres omelettes?

—Papá... —Aún era algo temprano, pues llegaría al colegio con tiempo de sobra pero sabía que era inútil discutir con su padre, cuando este ni siquiera dio señales de escucharlo. Seguramente algo había que quería sacarle. Y tenía un muy mal presentimiento de qué se trataba— dos —respondió, resignado, mientras preparaba la mesa.

Efectivamente, exactamente dos minutos después, llegó lo que se temía.

—Shin, cuéntame de Taiki. Hace tiempo que no hablo con él —dijo con tono serio y sin mirarlo directamente, pues estaba cocinando los omelettes.

—Y porrrrque noshe lo prreguntash tú —dijo con la boca llena de algunos pedazos de tostadas.

—Hey, ¿qué te he dicho de hablar con la boca llena?

—Phssssdón —dijo primero, y luego terminó de tragar ante la resignación de su padre.

—Últimamente tu hermano ha estado bastante arisco, él no era de esa manera. ¿Le habrá pasado algo? Y lo extraño es que Takeshi no se ha aparecido por acá ni ha llamado en toda una semana. —Había dado en el clavo, y casi logra salir de esa, pero su expresión taciturna y preocupada lo delataron.

—Y no creo que lo haga.

—¿Eh? ¿Qué dijiste?

—Nada. Ya me tengo que ir. —Pero no se iría a librar tan fácilmente. Su padre lo sujetó por el brazo, deteniéndolo a medio camino de llegar a la puerta y poder escapar.

—Hey, hey jovencito, a mí no me dejas en ascuas. No estoy sordo, ¿qué fue lo que quisiste decir con que “No creo que lo haga”? ¿Pasó algo entre ellos? ¿Acaso se pelearon? ¿Takeshi le hizo algo a tu hermano? —Ahora su mirada de verdad que inspiraba miedo.

—Papá, no es un tema de mi incumbencia. —La verdad era que poco y nada sabía de lo que habían pasado entre ellos.

—Pues fíjate que el mío si lo es.

—Papá...

—¡Buen día a todos! —Taiki saludó con una perfecta sonrisa en sus pequeños labios.

No sabían muy bien cara de qué iban a poner en cuanto vieron al rubio menor en frente de ellos, todo bañado, vestido y preparado... ¿con el uniforme de la preparatoria? Sí, estaba listo para salir, como si no hubiera pasado nada en los últimos días y fuera simplemente otro día normal y nada más.

—Hey, ¿qué les pasa? Si vieran la expresión de sus rostros en este mismo instante, parece que acaban de ver a un fantasma o peor... a papá en fin de ciclo —A él mismo le dio escalofríos el sólo imaginarlo. Se dirigió a la cocina y todo lo que hizo fue tomar un vaso de agua para luego ir por su mochila que se hallaba en el sofá.

—¿Qué pasa? ¿Les comió la lengua el ratón?

—Hey, ven aquí —Un adulto escéptico tomó de su brazo con cuidado, atrayéndolo hacia él, y tomando su temperatura colocando la mano en su frente—. Ya no tienes más fiebre pero, ¿estás mejor como para ir al colegio?

—Papá —Apartó su mano sutilmente— estoy bien, en perfecto estado, de veras. Además, no puedo dejarlo todo tirado, son los últimos días antes de la graduación. ¿Qué dirían de mí como presidente del centro si abandono sin más mis responsabilidades?

—Podrías tomarte un descanso por ser los últimos días. Taiki, estuviste toda la madrugada con fiebre y apenas si salías para ir al baño en la última semana.

—Justamente por ser los últimos días, no puedo faltar, todos dependen de mí. Papá, no te preocupes. Estoy mejor. Shin, ¿vamos juntos? —El joven tomó sus cosas, y jaló a su hermano para ir hacia la salida sin esperar su consentimiento.

—¿No vas a desayunar?

—Se me hace tarde, en el colegio comeré algo. Lo prometo. Anda, ya quita esa cara, estoy bien. No me voy a morir.

El mayor se quedó plantado en la puerta con la incredulidad y el escepticismo pintados en su rostro.

Notas finales:

AVISO: De ahora en más, mis capítulos serán cortos.


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