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YOUTHFUL HATSUKOI por Lady Trifecta

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Notas del capitulo:

Música del capítulo: 

 

3 Doors Down - Away from the sun

 

https://www.youtube.com/watch?v=5a0x__1ofW0

 



Shin caminaba ansioso por la enfermería. Un médico y la enfermera de turno atendían a su hermano. Estaba tentado a llamar a sus padres, pero hasta que no supiera qué pasaba con Taiki, no los alertaría. Cuando la enfermera salió, él la abordó ansioso.


—¿Cómo está Taiki? —Ella le sonrió amablemente.

—Aún no despierta. El doctor le mandará a hacer unos exámenes. Deberías llamar a tus padres para que lo lleven al hospital. —Shin asintió y corrió a acompañar a su hermano, quien hasta en sueños parecía estar sufriendo. Tomó su mano y se sentó a su lado, esperó largo rato hasta que finalmente despertó.

—¿Cómo te sientes, Tai? ¿Por qué no dijiste que aún estabas enfermo? —Taiki lo miró sintiéndose desvalido y tan cansado. Qué caso tenía seguir ocultándoselo.

—No estoy enfermo, Shin. Estoy... estoy esperando un bebé —confesó casi sin aliento. Las lágrimas inundaron sus ojos y Shin lo abrazó sintiéndose conmovido y asustado por aquella noticia, más aun cuando su hermano le dijo entre sollozos lo siguiente—. No quiero tenerlo. No quiero.
—¿Qué dices? —Si aún no había procesado la noticia de su embarazo, ahora tenía que intentar comprender lo que a sus oídos llegaron, aquellas palabras que siempre había despreciado de los labios de los demás y que ahora salían de la boca de su querido hermano.

¿Le estaba jugando la vida una cruel treta? ¿En serio? No sólo era Yuki quien despreciaba la vida; aquel, a quien más amaba en el mundo, se lastimaba a sí mismo de la más cruel de las maneras y se lo había confesado a él, hacía nada menos que unas semanas atrás.

Sintió que el mundo se le venía encima. Ahora, su pequeño hermano, aquel revoltoso niño, rebelde y malcriado que siempre hacía lo que quería y aun así se las ingeniaba para ser el preferido de todos, incluso en la escuela donde era literalmente el mejor alumno, ahora, él mismo se enfrentaba a una situación no menos miserable pero tan dolorosa como lo era el hecho de odiar la vida, ¿era odio hacia la vida lo que mermaba su tan frágil, joven y hermoso ser? No podía ser de aquella manera, ¿verdad que no?


Se apartó de Taiki con cuidado y lo instó a que se recostara de nuevo, acariciando sus cabellos en todo momento con una mano y con la otra sosteniendo firmemente una de sus manos para calmar sus nervios, aunque sea un poco.


—Hey, ¿cómo es eso? Tai, pequeño, tranquilo. Respira profundo, ¿sí?

—Estoy asustado. —Afianzó aún más el agarre.

—Claro que lo estás. Lo sé. Es lógico, está bien, ¿sí? —La cuestión en ese momento no era que entendiera él, sino hacer que su hermano se tranquilizara. Eso lo tenía claro— Está bien que estés asustado, está bien que tengas miedo pero no estás sólo, ¿me oíste?

—¿No me odias? —Logró decir apenas, entre espasmos, debido al llanto reciente.

—¿Qué? —Aquello sí que no se lo esperaba.

—Odiarme. Por lo que dije... que yo no... —le costaba aquello, nada más el decirlo era una tortura insufrible que carcomía los pedazos de su corazón en silencio, y no se daba cuenta de aquello— que yo no lo quiero. —El esfuerzo que hacía porque las lágrimas no salieran era titánico pero, aun así, podía sentir claramente cómo el mundo, no, el universo entero se desmoronaba sobre él.

Shin no dejó de acariciar sus cabellos e, incluso en un gesto de infinito amor, sonrió. Luego se acercó y depositó un cálido beso en su frente, con cuidado, con cariño, con una clase de compresión que sólo es capaz de darte el que te ama incondicionalmente.

—¿Cómo crees que te voy a odiar? Óyeme bien, comadreja, te quise, te quiero y siempre te querré, ¿sabes por qué? —El menor sólo movió la cabeza de un lado a otro, negándolo— Porque somos familia y este tipo de lazos son para toda la vida. No se puede romper por nadie ni por nada. —Taiki hizo un ademán atrayendo más sus manos unidas contra sí como para que Shin se acercara más y rodeó su cuello con ambos brazos. Volvió a llorar pero esta vez sintiendo lo que su corazón no había sentido desde la noticia: Un poco de paz.

—Gracias —murmuró con debilidad y alivio, antes de caer finalmente dormido.

Por ahora lo dejaría dormir, era lo mejor para ambos. A uno le daba tiempo de descansar, a otro de pensar. Fue entonces que Shin pensó que tenía una larga charla pendiente con él que ninguno podría evitar, un dilema existencial en su vida denominado "padres", un problema que enfrentar cara a cara llamado Takeshi, y una lucha que apenas iba a comenzar.

 

 

 

 

La noche es de una sola estrella, como de un solo amor es mi corazón. Ayer volaba en el cielo infinitamente azul de tus ojos, y hoy me encuentro hundido en un sentimiento que nunca profesé, muriéndome poco a poco.

No me atrevo a verlo fijo más de tres segundos, y en esos tres segundos me siento dueño del universo. Esos tres segundos que no son nada, lo son todo para mí, tengo el cielo en mis manos y soy el más feliz sobre la tierra aunque ese cielo no me pertenezca. Aunque su mirada inundada de amor no sea para mí, son aquellos tres segundos los momentos en que entiendo el significado de vivir.


Su celular volvió a sonar, dejando un nuevo mensaje. El sexto dentro de la hora. Dejó su bolígrafo a un lado de su diario de vida y leyó los mensajes, aunque no era novedad de quién provenían.

Rte.: Hatori Aoshi.

[¿Estás enfermo?]

[¿Dónde estás? ¿En tu casa?]

[Me preocupas]

[Necesito hablar]

[Te extraño]

[Yuki... Me haces falta]


Puso en silencio su celular. Quizás estaba siendo demasiado injusto con su mejor amigo pero, ¿acaso él no lo había sido siempre? Sin darse cuenta de cuánto lo lastimaba con su ingenuidad, diciéndole siempre frases, deliberadamente, como "No sé qué haría sin ti", sin percatarse nunca de lo profundamente enamorado que se hallaba de él.

No. No era su culpa.

La culpa en verdad que la tenía él mismo por aferrarse a esa amistad tan masoquista desde un principio, siempre cerca suyo, siempre a su lado, siempre sonriéndole, siempre consolándolo, siempre tan incondicional. Después de todo, era ese su papel de mejor amigo, ¿no? En las buenas, y en las malas. Al fin y al cabo, una amistad es mucho más importante y dura toda una vida, al contrario que un amor pasional, esos que son fatalmente efímeros, vienen y van.

Al parecer, sea por la melodía de 3 doors down en su estéreo, o por sus pensamientos, no podía oír nada más.

—Yuki, ¿vas a merendar? —Tan absorto se hallaba admirando el paisaje boscoso desde su ventana, que no oyó a su papá llamarlo desde la puerta las dos primeras veces.

Se habían mudado desde que él había cumplido los seis años de edad, desde la ciudad a ese lugar a las afueras de Tokio, cerca de las montañas. Cierto era que no les quedaba muy bien, sobre todo para ir al colegio y mucho menos a sus padres para ir a la editorial pero el lugar bien valían las cuatro horas de viaje en total, ida y vuelta cada día, desde su hogar hasta la ciudad.


—¿Yuki?
—Papá —le sonrió cansinamente mientras el adulto entraba y dejaba una bandeja con la merienda sobre el buró.

—Perdón por entrar así, no contestabas y creí que estarías bañándote. —Puso el volumen de la música más bajo, pero sin apagarla.

—No te preocupes. —Cerró su diario, tras haber escrito unos inusuales cortos párrafos y lo cerró para sentarse en la cama junto a su padre.

Tomó el jugo en silencio, pensando cómo iría a decir aquello. No era que no le tuviera confianza, era que nunca supo cómo expresar sus sentimientos.

—Hey, ¿te pasa algo? ¿Te sientes enfermo? —Algún lugar dentro de toda esa oscuridad en la que se hallaba sumergido, quizás hubiera un poco de luz, un poco de fe para la soledad que sentía y quizás esa respuesta no estaba en el camino por donde siempre lo buscaba.


Yuu puso su mano en su frente, corroborando de esa manera que no tenía fiebre.

—Fiebre no tienes.

—Papá, ¿puedo preguntarte algo?

—Claro, dime.

—Papá, ¿qué es el amor?

 

 

 

—No es normal.

—No habla con nadie.

—Se cree demasiado, cree que no somos dignos de su amistad.

—¿Quién se cree que es?

—Es el preferido de la maestra.

Todos estos tipos de comentarios herían su joven y frágil alma. Las palabras tienen el poder de producir heridas más profundas que los golpes físicos, cuando estos se pueden curar, algunas de aquellas pueden durar toda la vida.

—¡Yuki! ¡Yuki! ¡¿Dónde estás?! ¡Respóndeme, Yuki! —Ya llevaba dos horas buscándolo y temía que no lo encontrase antes del anochecer. No era la primera vez que ocurría, había perdido la cuenta de todas las veces que debía buscarlo luego de su horario de salida, y siempre era por la misma maldita razón.

Le había prometido que no le iría a decir a sus padres, mucho menos a su hermano. Yue podría ser la persona más tranquila del mundo pero de la misma manera, fácilmente, podría convertirse en el mismo demonio cuando lastimaran a sus seres amados. Si él se hubiera enterado de la situación lo más probable es que hubiera sido expulsado sin oportunidad de réplica ni derecho a defensa luego de las acciones que hubiera llevado a cabo, pero dado a que ambos hermanos permanecían en la escuela gracias a una beca por sus calificaciones no podían darse el lujo de recibir siquiera una amonestación.

Estaba a punto de romper la promesa que le había hecho a su amigo, con tal de protegerlo, no le importaba que se enojara con él; su prioridad era y siempre será su bienestar.

—Yuki, por fin te encontré. —El niño se encontraba hecho un ovillo, en una de las esquinas de la azotea del colegio. Se abrazaba las rodillas y entre ellas ocultaba su rostro, reacio a reaccionar.

—Yuki, hey. —El niño de cabellos rubios se arrodilló a su lado y colocó sus manos en sus hombros, y recién allí pudo escuchar sus débiles sollozos.

—Papá. Pa...pá... —El pequeño llamaba a su padre una y otra vez, como perdido, al parecer no tenía muy en claro, o se había olvidado, que estaba en el colegio. Estaba temblando. Su amigo lo abrazó con fuerza.

—Hey, todo está bien, Yuki. Te llevaré con tu papi, ¿sí? —Pero el niño no reaccionaba, sólo insistía en llamar al mayor, aún temblando, aún con las lágrimas cayendo de su rostro—. Papá, papi. —Aoshi, preocupado, levantó el rostro de su amigo con sus manos y ver aquello lo enfureció pero, más que enojarlo, le entristeció el alma. Ese rostro que tanto quería estaba magullado por golpes; tenía un moretón en su mejilla izquierda y su labio inferior estaba partido. Sus ojos, irritados de tanto llorar y perdidos.

Yuki ya no era Yuki. Yuki se había ido, perdido, por culpa del dolor y la confusión que provocaban en él los maltratos a los que era sometido por otros niños que no conocían el significado de la palabra comprensión, mucho menos entendían el infierno por el cual atravesaba esa frágil alma, tan pequeña, tan joven como para comprender que el mundo no estaba hecho de algodón ni todas las personas de bondad. ¿Cómo podían existir seres que pudieran amedrentar de esa manera a alguien tan puro e inocente?

—¿Soy malo, Aoshi?

—¿Eh? ¿Qué dices?

—¿Soy malo? Papi me va a castigar. Esos niños me dijeron que... que no soy normal. Que no merezco vivir

—¡No! —El grito sobresaltó al menor—. Perdón. No, hey, jamás digas esas cosas. Ellos están equivocados. Escúchame, Yuki. Existen personas malas en este mundo, pero tú eres un niño bueno. Tus papás te aman como a nadie, lo sabes, ¿verdad? —El pequeño asintió con un leve movimiento de su cabeza— Vamos a casa, Yuki.

—¡No! A casa, no. Papá se va a enojar. —Aoshi acarició sus cabellos, intentando calmarlo.

—Hey, eso no pasará. De todas maneras, no lo voy a permitir. —Aunque tuvieran la misma edad, Aoshi, con su valentía y coraje siempre lo protegía de los demás.

Aquellos niños idiotas no comprendían que Yuki era especial. Aunque siempre estaba encerrado en su propio mundo, Yuki no le hacía daño a nadie; él no lastimaba nunca a nadie, ni siquiera a un mosquito. ¿Por qué las personas se empeñaban en dañarlo? Era algo que nunca llegaría a comprender, la necesidad de las personas de lastimar.

—Pero papi se va a poner triste. —Yuki estaba temblando incluso cuando ya dejó de llorar. Y su amigo no tuvo otra opción que ceder, una vez más.

—Está bien. Mira, haremos esto. Te prometo que ninguno de ellos se va a enterar. Será un secreto entre nosotros. ¿Vienes conmigo a casa? —Ya encontraría la manera de decírselo a sus padres pero del día siguiente no pasaba sin que los mocosos que molestaban a Yuki se las ingeniaran para escapar una vez más sin recibir su merecido. No iba a volver a suceder aquello. Ya no más.

 

 

Quería entender de alguna manera cuáles eran los sentimientos que lo gobernaban. Entender y comprender aquello a lo que debería renunciar y tal vez, por qué no, luchar por lo que, por primera vez, sería suyo por completo. Suyo y de nadie más.


«Te quiero Yuki. No tienes que hacer nada. Sólo déjame estar a tu lado». 


Fueron las sencillas pero sinceras y dulce palabras que Shin le había dicho esa noche mientras lo mantenía aferrado contra su pecho, abrazándolo en el parque, luego de sacarlo abruptamente del escenario del colegio y de una manera bastante peculiar, con un beso (que no le desagradó) en los labios.

No podía dejar de pensar en ello. ¿Cómo iba a no pensar en ello? Si fue su primer beso. Ahora no podía pensar claramente en los bellos sentimientos que Shin le entregaba, porque para poder valorar un presente y construir un futuro primero debía conciliarse con su pasado. Primero debía renunciar a su amor por su mejor amigo y encontrar la manera de sentirse bien consigo mismo, y ese no sería un camino fácil.

Rememoró recuerdos de su vida, de su niñez. La manera en la que sus padres siempre los sobreprotegieron y cuidaron, de una manera especial pero amorosa. Quería entender por qué no era feliz, ¿por qué no podía sonreír con sinceridad cuando era tan profundamente amado? Y en sus manos estaba buscar las respuestas.

—El amor, Yuki —continuó su padre— el amor es un sentimiento precioso que te hace querer vivir y hace —Colocó su mano sobre el pecho de su hijo— que tu corazón palpite con fuerza y con la máxima alegría que puedas sentir o, en su caso, el máximo dolor.

<> Él quería sentir eso. ¿Cómo era desear vivir con todas tus ganas?

¿Amar es querer vivir? Si era así, entonces, ¿él no amaba?

No se percató pero una lágrima, una sola, se deslizó por su mejilla, dejando salir un poco de toda la tristeza que marchitaba su joven corazón.

—Hey —Yuu lo abrazó, sin preguntar nada, sólo porque sentía que eso era todo lo que podía hacer en esos momentos—. Te amo, pequeño. Tú y tu hermano son mi vida entera, lo sabes, ¿verdad? —El menor se soltó de su agarre y asintió.

—Sé que suena cursi pero ya se me había olvidado cuándo fue la última vez que lo dije. —El adulto secó la lágrima de su hijo con su mano.

—¿Y papá?

—Ah, él sólo tiene una tercera parte. Hmmm, una muy pequeña, ya sabes, las sobras —le dijo en son de broma—. Aunque es un sobrante muy necesario y lindo, ya sabes, porque sin él no hubiera podido tenerlos a ustedes —Yuu pellizcó la punta de la nariz de su hijo y Yuki rió por lo bajo, sin poder evitarlo, ante el comentario de su padre.

—No se lo digas, ¿vale? —Era consciente de que, si Kanade se llegase a enterar de que lo llamó lindo en su ausencia, lo más seguro era que lo obligase a decírselo en la cara, sin importar los métodos que utilizare para lograrlo.

—¿Quieres hablar de algo?

—De hecho... sí. —Agarró las manos de su padre entre las suyas, buscando un poco de valor para empezar, tomándole algunos segundos en los que su padre esperó con mucha paciencia— ¿Sabes? Nunca podré olvidar el día en que enfrentaste al abuelo por nosotros. La manera como lo habías reencontrado luego de tantos años en el centro comercial. Todavía éramos tan pequeños que no pudimos hacer mucho para comprender la situación y defenderte. Yue te preguntó quién era ese señor y tú...

 

 

Yuu y sus pequeños salieron a hacer las compras. Ambos niños tenían sólo cinco y cuatro añitos de edad, respectivamente. Fueron al centro comercial para comprar los útiles escolares del más pequeño para su primer día en la escuela. Yuki no quería ir, no le gustaba la idea de estar sin sus padres en un lugar que no conocía, junto a muchos niños que desconocía. Sus padres le decían una y otra vez que tenía que ir. Le aseguraron que se divertiría mucho y que conocería niños de su misma edad pero eso no lo convencía. Él sólo quería estar con ellos, en casa, dibujando. Por eso, sin importar cuántos argumentos utilizaran, por más estúpidos que fueran, ni Kanade ni Yuu le pudieron quitar el puchero de su cara.

Aunque fue a la fuerza, Yuu terminó por ser quien lo llevara al centro comercial junto a su hermano mayor para hacer las compras necesarias. Ni con mostrarle mochilas con los personajes animados, como Dragon Ball o Pokemon, que veían los pequeños, pudo convencerlo.

—Dime, Yuki, ¿quieres comerte un helado? le preguntó en medio de su recorrido, poniéndose en cuclillas para verlo de frente justo en el instante en que esa carita se iluminó. El pequeño asintió eufórico.

Tanto Yue como Yuki empezaron a decir (más bien a gritar) emocionados de los sabores que les gustaban y preguntaban si podían comerlos todos. Ese día tenían ganas de probar todos los sabores sólo porque sí, y eso que a Yuki sólo le gustaba el chocolate. A Yuu le dolía la cara de tanto sonreír, compartiendo la alegría de sus niños hasta que una voz, algo conocida, lo llamó.


—¿Yuu? —Al voltearse pudo ver a un hombre canoso acompañado de una mujer que lo tomaba del brazo, ambos se veían mayores de cincuenta años; soltándose del brazo del hombre, la mujer volvió a hablar, ahora emocionada, casi lanzándose hacia los brazos del castaño— ¡Hijo mío, qué alegría verte después de tantos años!

A un lado estaba el hombre, sonriendo con la misma emoción que la señora. La piel se le erizó a Yuu y su corazón casi que se detuvo, preguntando en un murmullo apenas audible.

—¿Mamá, papá?

Sus niños, quienes lo tomaban de la mano, uno a cada lado, mostraron en sus caritas la confusión que sentían en ese momento y Yue preguntó:

—¿Papi, quiénes son? ¿Son mis abuelos?

Yuki, tal vez sintiendo el nerviosismo de su madre, se escondió detrás de sus piernas, mirándolos con miedo.

—¿Estos son tus hijos, Yuu? —El mencionado asintió levemente—. Son hermosos, ¿Cómo se llaman?


—Este pequeño se llama Yue y el que está detrás de mí, Yuki.

—Qué lindos nombres. Hijo mío, tu padre y yo no sabíamos que te habías casado, ¿por qué no nos avisaste? Qué malo eres con nosotros por no presentarnos a nuestros nietecitos —Su madre hablaba y hablaba, emocionada, feliz, orgullosa, ignorando el efecto de su presencia en Yuu— ¿Y su madre? ¿No está contigo? Quiero conocerla, hijo.

—Quiero irme —dijo Yuki, tirando de los pantalones de su padre, mirándolo hacia arriba con ojos suplicantes—. Mami, quiero irme de aquí.


Yuu apretó de manera cariñosa la mano de su niño sin alcanzar a emitir una palabra. Enfrentó la mirada horrorizada y confundida de sus padres y dijo, firme pero inseguro a la vez:

—Yo soy su madre. Su padre, mi esposo, está trabajando ahora.

Los ojos de su madre se llenaron de lágrimas y se tapó la boca debido a la impresión, reaccionando como si le hubieran dado la noticia del fallecimiento de un ser muy querido. De inmediato, su padre dio un paso adelante, tomando a su mujer entre sus brazos. Con la voz dura, su padre le reprochó:


—¿Te casaste con un hombre? ¿Qué tienes en la cabeza, Yuu? ¿Cómo pudiste hacernos esto?

—Yo no he hecho nada malo. Sólo me casé con la persona que amo. ¿Acaso no se casaron ustedes por el mismo motivo, porque se aman?

—No, hijo, lo que tú tienes con... ese tipo, no se puede comparar con nuestro matrimonio. ¿Cómo puedes tener niños cuando tu pareja es un hombre? ¿Quién fue el loco que los dejó adoptar?


—Son míos, papá. Yo los di a luz.

Su madre gimió en un sollozo al escuchar esas palabras mientras su padre se ponía como una bestia furiosa.


—¿Qué tú los diste a luz? ¿En serio esperas que te crea eso? Eso es imposible, tú no puedes tener hijos, primero porque eres hombre, segundo porque la gente con esos gustos —insistía mirarlo con repulsión, olvidándose de sus lazos— no pueden tener hijos.

Hace rato que se hartó pero ahora tocaron una vena en él. Nadie se metía con sus pequeños.

—Son míos. Tienen mi sangre y la de mi pareja en ellos. Son sus nietos biológicos, les guste o no.

—¿Y acaso me piensas decir que es maravilloso ese hombre asqueroso que te... embarazó? escupió, literalmente, la palabra— No, hijo, no intentes engañarte. ¿Qué tiene de bueno ese hombre?

—¡Mi papá es bueno! Exclamó fuerte Yue, parándose delante de Yuu, en posición de defensa— Mi papá nos quiere mucho, nos cuida, juega con nosotros y le da muchos cariñitos a papi. Él no tiene nada de asqueroso, él se baña todos los días. ¿Verdad, Yuki? ¿Verdad que nuestro papá es mara...villoso?


Yuki sólo se escondió, tanto como podía, detrás de Yuu, bien abrazado a su pierna, mirando con lágrimas en los ojos la situación. Tan pequeño. Tan sensible. Tan inocente.

—Ese niño Había repulsión, rencor, odio en esas palabras—. ¡Esos niños son unos engendros! ¡Los hombres no tienen hijos! ¡Esos niños nunca debieron de haber nacido! —gritó con asco y odio su padre, obligando a Yuu a reaccionar.


—¡No vuelvas a hablar así de mis hijos, nunca! ¡¿Quién te crees que eres para hablar así de ellos, ah?!

—¿Qué quién soy? Pues soy una persona sana, con un matrimonio verdadero y con moral y, te guste o no, soy tu padre. Así que puedo decir, y con razón, que esos niños son unos engendros.


—¡No me importa si eres el Papa o el presidente, mucho menos si eres mi padre! Ni tú ni nadie tiene derecho a hablar así de mis hijos. No eres nadie para rechazar su existencia. ¡¿Me escuchaste bien?! ¡Nadie! Viejo prepotente y engreído.

Como Yuu se lo esperaba, su padre lo abofeteó y volvió a gritarle.

—Yo no crié a un niño como tú. Yo crié a un hombre, no a una marica. Tú no eres mi hijo y esos niños —Señaló a los pequeños, primero a Yue y luego a Yuki, deteniendo su dedo acusador en el último, quien fue al que le dedicó la mirada de odio y desprecio que en ese momento cargaba. No son más que el producto putrefacto de la relación que tienes con ese hombre.

La mirada y el dedo acusador junto a los gritos se grabaron en la memoria del pequeño Yuki, quien por el susto se aferró, entre ligeros temblores y llorando en silencio, a la pierna de su padre. Yuu lo tomó en brazos y, con Yue tomado de la mano, intercambió unas últimas palabras con su padre antes de irse, intentando mantenerse firme y digno.

—Olvídate de que existo, olvídate de mis hijos. Desde este momento, no tengo padres, así como dices tú que no tienes un hijo. No somos nada.

No iba a alargar el espectáculo que sus padres le armaron. Lo más importante para él en ese momento fue consolar a su niño, repitiéndole varias veces y con mucho cariño palabras de alivio, dándole de paso su dinosaurio de felpa que traía en el bolso que cargaba.

—No les hagas caso, mi amor, no llores más. Mira, Yoshi*(2) te cuidará —le aseguró, entregándole el dinosaurio de felpa, bastante maltratado por los años, pero el más querido por el menor—. Se pondrá a llorar si tú sigues llorando y no queremos eso. La gente mala ya se fue y no volverá, todo lo que dijeron es mentira. Mi niño hermoso, mis niños hermosos —les dijo, también mirando a Yue y tomando de su manita, quien parecía ser el menos afectado por el encuentro, de todas maneras quería asegurarse de que no hubieran salido lastimados a causa de las personas que consideró padres hasta ese día.


—Nunca podré agradecerte todo el amor que nos has dado a mí y a Yue, aun a costa de tu propia familia. Gracias. —Seguía aferrado a las manos de su padre. Siendo el único pero legal testigo, Yoshi, recostado contra la cabecera de la cama, mirándolos fijamente; a pesar de estar remendado más de una veintena de veces, seguía siendo el objeto de mayor valor para Yuki, era el regalo de Kanade después de todo. Anteriormente fue el peluche de su padre cuando era un niño y se lo entregó a Yuki (no sin un poco de recelo) cuando sólo era un bebé. Resultaba que sólo el peluche lo calmaba cuando lloraba por las madrugadas.

—No. Yuki, mi única familia son ustedes. Quiero que lo entiendas, que lo sepas. Y no es un deber o un acto de solidaridad el protegerte, o lo que imagines. Es mi deseo, ¿sí? No importa los años que pasen, Yue y tú siempre van a ser mis hijos, mis pequeños, por mucho que quieran rehuir de mí.

—Papá, yo... —¿Tendría el valor de decírselo? ¿Cómo podría romper el corazón de la persona que más lo amaba en el mundo?

—Yuki, hijo, puedes decirme lo que sea. Lo que sea —repitió— Y yo te apoyaré. Contra quien sea, contra todo. Te amo, sin importar qué.

El menor no pudo más. De alguna manera lo supo, algo tenía que estar muy mal en él como para sentir que ni siquiera se merecía el amor de su padre.

Llevó sus manos a su rostro para no mostrar sus lágrimas caer con fuerza inclemente, asustando un poco a Yuu pero, por la confianza que le tenía, esperó a que hablara. Un alma tan pura, tan joven y tan perdida, sólo quería encontrar su camino.

—Perdón, perdóname papá. Por favor... perdóname. —Aquello era una cascada de emociones y sentimientos que fluían como las olas del mar en medio de una tempestad. Ya no había vuelta atrás.
—¿Yuki?
—Hay algo que quiero mostrarte. —Remangándose las mangas de su suéter, dejó a la vista del mayor las cicatrices que la vida le había provocado pero que él mismo se había encargado de marcar en su propia piel para no olvidar, a costa de su dolor, a costa de su sangre, a costa del amor de su familia y amigos, a costa de poner en riesgo su propia vida, no una, sino tantas veces, en tantos años, que ya había perdido la cuenta.

 

 

Notas finales:

 


1) Yoshi es el dinosaurio que acompaña a Mario Bros. Les dejo una fotito suya: 


https://ibb.co/jGs14U


 


2) Muchas gracias a quienes leen y comentan, que son una de las razones principales por las que que continúo con esta historia.


 


¡Les envío un abrazo!


 


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