Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

YOUTHFUL HATSUKOI por Lady Trifecta

[Reviews - 15]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Música:

 

The Killers – Miss Atomic Bomb

 

https://www.youtube.com/watch?v=qoBZ_GKuU-4

 



—¿Sabes? La verdad es que creo que yo no...

—¿Haru?

«No debería»


—Yo...
—¿Te sientes mal? ¿Quieres que vayamos junto a un médico? —Este joven... ¿Quién era? ¿Y porque tenía un lazo tan cercano a Sora que incluso le reclamó aquellas cosas tan íntimas que creía sólo lo sabían Kai, Takeshi y Taiki? ¿Por qué lloró de esa manera por Sora? ¿Por qué parecía con tan sólo mirarlo que moriría por Sora? Esta y mil preguntas lo atormentaron y ni siquiera sabía, o mejor dicho, no quería conocer la razón. Podía verlo, en sus ojos había determinación, quizás un poco de tristeza pero esta era opacada por un inmenso e intenso sentimiento que lastimaba a Haru. Se sintió un intruso en ese lugar, detrás de la puerta de la habitación del que alguna vez había sido su mejor amigo y siempre sería su primer amor.



Además, ¿por qué estaba siendo tan amable con él? Todo eso, para él, sólo eran piezas de un rompecabezas que tenía miedo de unirlas. Miedo a darse cuenta de que lo había perdido todo, cuando nunca tuvo nada. No, cuando creía que no tenía nada y, sin embargo, era dueño del sentimiento más preciado en el mundo. Un sentimiento que él no tuvo tiempo de apreciar.



En ese momento, sintió que lo mejor era irse de ahí. No tenía cara para ver a los padres de Sora en ese momento. Si él mismo se sentía desmoronarse por dentro al recordar cada palabra fría y cruda que le había dicho la noche anterior a Sora, ¿cómo sería verlos a ellos cuando un pedazo de su vida se les estaba arrancando? ¿Cómo te sientes cuando una parte de ti muere frente a tus ojos y no puedes hacer nada?

Simplemente no tenía las fuerzas necesarias.



—No. Yo no... Discúlpame. Perdón. No puedo. Tengo que irme —Se soltó del agarre de Asahi, quien lo miró con preocupación. Se fue dejándolo solo detrás de esa puerta, huyendo de sus propios sentimientos.


En esos momentos se encontraba en la sala de su casa, con la mirada perdida frente al computador. Sus padres estaban en la editorial y él se encontraba solo en casa. Miró la laptop encendida en frente suyo y sólo vio el título que había conseguido escribir en tres horas:

«El último amanecer del ave».


No escribió nada más, y ya llevaba así diez días. Jamás había sido impuntual con su trabajo pero ahora le faltaba menos de medio mes para entregar el manuscrito de su nueva novela, y resultaba verdaderamente penoso que nada más llevara el título.


¿Por qué se había negado ver a Sora? ¿De qué tenía miedo? Eran preguntas para las cuales no tenía las respuestas. Ni siquiera lo entendía y se estaba cansando de intentar hacerlo. Cuánto deseaba en momentos como esos poder hablar con Takeshi o con Taiki pero a ese paso lo primero que iba a ocurrir era que los cerdos volasen. Taiki no asistió a la preparatoria en varios días y no contestó ni sus mensajes ni sus llamadas. Comprendía que su amigo necesitaba un tiempo a solas pero estaba preocupado, muy preocupado.

Takeshi desapareció del mapa por completo; sólo llamaba a Ritsu cada dos días. Su hermano sabía muy bien que no podía desaparecer de esa manera, dejándolo todo a la deriva, aquello incluso podría volver loco a sus padres, sobre todo a Ritsu.


Despabilándolo de todos sus pensamientos, sonó el timbre y, extrañado, fue a ver de quién se trataba. No esperaba a nadie. El alivio y el susto se mezclaron entre sí cuando vio a su hermano del otro lado, en un estado deplorable, como nunca antes se hubiera imaginado verlo.


—Takeshi, ¿qué demonios? ¿Cómo te has puesto así?


Haru tuvo que sostener a su hermano con todo su peso contra él; Takeshi olía a alcohol. Lo que más preocupaba al castaño era el estado desolado en el que se encontraba: dolido, perdido, indefenso, aquello tocó en lo profundo a Haru. Takeshi era el hermano mayor, el fuerte, el rudo, el amable, el valiente, ¿qué podía haberlo puesto así? Sólo había una respuesta posible: Taiki.

Lo sentó como pudo en el mueble y corrió por un vaso con agua. Cuando regresó, Takeshi estaba sentado con su cabeza escondida entre sus manos. Sollozaba y se podía percibir un ligero temblor en su cuerpo.


—Toma un poco de agua, Takeshi. Intenta tranquilizarte, hermano, por favor. Para que puedas contarme lo que te pasa.


La voz de su hermano era como una inyección de calma en medio de aquel lacerante dolor. Tenía días sintiéndose tan perdido y decepcionado. Toda su vida perdió sentido en un segundo: Sus planes, sus metas, sus sueños. Todo lo que había construido, lo que había levantado en pos de un anhelo, se destruyó con una sola frase: «No quiero tenerlo».


¿Por qué? ¿Acaso su amor había sido mentira? ¿Qué era lo que habían tenido todo este tiempo? La vida les había puesto una prueba y no supieron superarla. Su amor no fue tan fuerte. Lo que tuvieron se había ido al infierno. Y por más que él había luchado, el muro enorme que Taiki levantó alrededor de él se había convertido en una barrera infranqueable. Su corazón se estrelló muchas veces contra aquel muro y terminó destrozándose en el intento de salvar aquello que tanto había atesorado: Su amor, su hijo y Taiki, quien era su sol. Su luz.



Se encontró muchas noches gritándole entre sueños cuánto lo amaba. Apaciguó en el alcohol el dolor de su abandono, la pena de su indiferencia. Le rogó en las noches en vela, ahogado en llanto que viera las cosas como él las veía. Pero ni una sola vez Taiki vino en su ayuda, ni una sola vez respondió sus llamadas. Y sólo quedó el silencio, el frío de la pérdida, la impotencia de no poder hacer nada, el dolor de lo irremediable.



—La vida que soñé se fue de mis manos —susurró, mirando a su hermano con una abrumadora tristeza—. La casa linda con un impecable jardín, las risas de los niños dentro de aquel lugar construido con amor, las noches suaves de dulces besos. Todo Haru, todo se volvió cenizas. Perdí a mi sol.


Takeshi sintió la mano de Haru apretando la suya en un silencioso apoyo, aquello consiguió sólo mermar sus fuerzas. Se sentía tan vulnerable y dolido. Los sollozos salieron amargos de su alma.

—Mi mundo se acabó, Haru. Mi mundo era él y ya no existe, fue una mentira, un espejismo.

Se soltó del agarre, levantándose con violencia. Respiró con rabia, mirando a su alrededor con desconcierto. Estaba cansado, perdido, solo. Quería gritar, quería alejar aquel dolor lacerante que lo carcomía. Quería odiar a Taiki por haberlo roto en mil pedazos. Pero su corazón terco se empeñaba en amarlo, se empeñaba en guardarle luto a aquel amor muerto.



—¡Maldita sea, Taiki! —gritó, cayendo de rodillas al suelo— ¿Por qué nos hiciste esto?



Haru se arrodilló a su lado y lo abrazó con fervor. No existían palabras que pudieran consolarlo, quizás lo único que quedaba era sostenerlo.



—Taiki abortó, Haru y yo me siento muerto. Muerto como esa pequeña alma que no llegué a conocer. Taiki mató nuestro amor y destruyó todo lo que quedaba de mí.






Sus padres aún no llegaron a casa, aquello fue un alivio para ambos. Ninguno de los dos sabía cómo irían a enfrentarlos ni se podían imaginar sus reacciones, sobre todo el de su padre. No iba a ser nada fácil pero Shin no iría a abandonar a su pequeño hermano en ningún momento. Además, ambos acordaron, más por pedido del menor, que al día siguiente, en el desayuno (único momento del día en que estaban juntos) les comunicarían la verdad al fin. Lo llevó con cuidado hasta su habitación y lo recostó.


—¿Necesitas algo más?

—No. Gracias. —Su corazón dolía pero no iba a derramar más lágrimas. Ya no. Aun cuando sentía el mundo entero desmoronarse en su interior.

—Entonces iré a cocinar algo por si tengas hambre más tarde. —Antes de que pudiera retirarse, sintió cómo Taiki tomó de su manga para detenerlo.

—Por favor, no te vayas. Duerme conmigo esta noche, hermano. —Shin sonrió con el corazón enternecido, no podía negarse a aquello, nunca lo había hecho, como cuando eran pequeños y el menor se metía en su cama en las noches de tormentas. Se recostó a su lado y tomó una colcha para cubrirlos a ambos, a la vez que lo abrazaba.

—No lo haré. Estoy aquí, contigo. Ahora, intenta descansar, lo necesitan.


Pero, por muy cansado que Taiki se sintiera, no podía conciliar el sueño. Los momentos vividos esa tarde se hicieron nítidos frente a sus ojos, como una película la cual rebobinaba y era él el protagonista; volvía a revivirlo todo.





Finalmente estaba en ese lugar. El olor a medicinas y alcohol lo aturdían y revolvían el estómago de una manera casi insoportable. Estaba perdiendo la cuenta de cuántos minutos ya habían pasado desde que se había empezado a sentir mareado. Sólo habían pasado cinco minutos cuando creyó y se vio a sí mismo sentado allí durante días. Todo aquello se estaba volviendo dolorosamente insoportable.
—¿Estás bien? —Volvió abruptamente en sus sentidos cuando sintió la mano de su hermano sobre la suya, intentando transmitirle un poco de paz a su agitado corazón. Sólo entonces se había dado cuenta de que estaba temblando.


Había tomado su decisión, pero no pudo evitar preguntarse, cuando todo aquello acabara, ¿acaso algo volvería a tener sentido? ¿Su vida la tendría? ¿Qué era su vida? ¿Podría volver al pasado? ¿Podría volver a reconstruir sus sueños rotos? No. Claro que la respuesta era no. Nada volvería a como era antes.


Desde sus tiernos catorce años todo su futuro se transformó en planes que fabricó a lado de Takeshi. Irían a la universidad juntos. Takeshi incluso estaba dispuesto a esperarlo para que pudiera terminar la preparatoria. Taiki podía adelantar los cursos si quisiera debido a su coeficiente, pero su novio le animaba a que continuara y terminara la escuela junto a sus amigos, que no se perdiera de todas aquellas experiencias. Takeshi siempre lo animaba a todo. Él era el chico que veía a través de su rebeldía y de su carácter siempre orgulloso y prepotente, era el chico que derrumbaba todas sus defensas con una sola mirada.


Ahora ni siquiera podría ir a la universidad, al menos no en el futuro cercano, y quien sabe si podría alguna vez hacerlo. Esa no era la parte más dolorosa, lo eran las risas que compartieron al pelear porque uno quería gatos, el otro quería perros, dos rottweiler para ser precisos. Uno quería un departamento, el otro, una casa enorme con un patio lleno de flores. Uno quería dos, el otro quería seis hijos, y ahora ni siquiera estarían juntos para ver crecer al primero.

Ahora los planes estaban rotos, ya no más peleas por la idea de compartir un solo baño, ya no más «Piedra, papel y tijera» para ver quién cocinaría la cena, ya no más «Una casa en la montaña donde podrían pasar juntos el verano y también el invierno, sus dos épocas favoritas del año, paradójicamente». Ya no más fotografías por doquier, incluso cuando estaba durmiendo o comiendo. Ya no más de la simple y soñadora vida del chico de ojos avellana que hipnotizaba su alma con el solo flash de una cámara.


Ahora ya lo había perdido todo. Luego de este día lo odiaría para siempre, cuando acabara con la última huella de amor que habían dejado.


—Lo estoy —le dijo con una débil y muy falsa sonrisa. Shin lo sabía, sabía acerca de su dolor escondido tras su sonrisa, sabía de sus miedos e inseguridades y sabía acerca de su más profundo anhelo de hundirse para siempre en una catarsis donde pudiera por fin enterrar sus demonios, aun cuando él mismo acabara enterrado con ellos— Él no va a venir, ¿cierto?


«Mañana, a las cinco de la tarde, iré al médico. Es la clínica que está a dos cuadras de tu casa».


¿Qué era lo que esperaba? ¿Que llegara Takeshi por la puerta, tomara sus manos y le dijera «Hey, estoy aquí contigo, te amo, no importa que mates a mi hijo»?


Aun así, con todo lo que sabía, con todo lo que sentía, no podía dejar de mirar por la puerta y, al hacerlo, cada vez, su corazón palpitó con dolor y con desesperación. No sabía cómo decirle lo mucho que aún lo amaba y, por sobre todo, lo mucho que lo necesitaba en esos momentos cuando aparentaba ser de roble por fuera y lloraba lágrimas de sangre por dentro. Todo aquello estaba volviéndolo loco y, ahogado en su miedo, se convenció a sí mismo que esta era la salida de emergencia para todo su sufrimiento.


—No lo creo —respondió su hermano con pesar, sabía que se refería a Takeshi.

—Yukina Taiki. —Los latidos de su corazón se dispararon. Sudaba en frío y la vista se le nublaba. 

Era el médico llamándolo, para ponerle fin a todas sus pesadillas. Era difícil, muy difícil para él asimilar la magnitud de sus propias decisiones, pero era aún mucho más complicado pasar todo eso sin Takeshi.


«Recuerdo esa noche fría de invierno en la cual te pedí que nos escapáramos y tú, con una sonrisa incrédula, tomaste de mi mano y me dijiste «Vamos». Entonces sentí que podría ir al fin del mundo y no regresar jamás y decidí que eso no me importaba. Sonaba en la radio del auto mi música favorita de The Killers mientras por la ventana el viento azotaba a mi rostro y yo no me dejaba vencer, coreando el estribillo mientras tú te reías y me llamabas «Mr. Atomic Bomb» y yo, en el fondo, ya me había resignado a ser tu «víctima».


—Te crees la gran cosa, ¿no?


Esa clase de cataclismo sólo la sentía con tu mirada. Mi corazón se agitó cuando tomaste de mi mano y me dijiste, sin apartar la mirada del volante:

—Tengo al mundo en mis manos, ¿cómo no creérmelo?


Cómo iba a olvidarlo si esa noche estrellaste el auto de tu padre y, entre algunos pocos moretones y risas, miré tu rostro compungido por la preocupación de que me hubiera pasado algo malo.


—¿Me extrañarías si un día ya no estamos juntos?

—Me moriría.


Recuerdo cómo reí escandalosamente.


—¿Y qué haría yo sin tu cursilería barata y tierna? —Me miraste confundido y sólo me besaste.

—¿Qué haces?

—Me aseguro de que esto no sea un sueño y de que efectivamente encontré al amor de mi vida.

—Pues yo espero que lo sea, sabes que nuestros padres nos van a matar, ¿no? Estamos locos.

—¡Locos de amor! —gritaste, riendo— Pues entonces disfrutemos de los últimos minutos de nuestra vida, cometiendo todo tipo de locuras, Mr. Atomic Bomb. —El brillo en tus ojos en ese momento fue épico y el castigo, que nos darían pocas horas después, inolvidable.


¿Cuándo dejamos de cometer locuras para ser felices, y las volteamos en nuestra contra para causarnos nada más que dolor?

Extraño cada uno de los buenos y malos momentos que tuve a tu lado, y eso era algo que no iba a negar. Todos esos momentos fueron reales, aunque se hayan extinguido y quizás ya no podamos volver a crear ningún otro. A pesar de todo, el cariño fue real».




—No lo haré —dijo firme y decidido, temblando, pero con la certidumbre en su voz y, lo más importante, en su corazón.

—¿Eh? —Shin lo miró, mitad confundido, mitad esperanzado.

—Shin, sácame de aquí. No voy a hacerlo. No voy a matar a mi bebé. —El médico lo miró atónito, pero aun así, con una leve sonrisa en el rostro.

—Vete muchacho.

—De acuerdo —asintió Shin, tomando del brazo de su hermano, ayudándolo a incorporarse y a salir de aquel fatídico pero revelador lugar.


Él quería tener una nueva oportunidad.

Él sólo quería amar y ser amado, ¿acaso era muy tarde para eso?


—No estás solo, hermano. Yo estoy contigo y seguro que nuestros padres también te apoyarán.
Taiki caminaba, apoyado contra el brazo de su hermano, exhausto emocionalmente, mientras salían de la clínica para buscar un taxi. Estaba tan cansado, finalmente había aceptado su situación y fue como si toda la tensión de aquellos días cayera sobre él de golpe.


—Tengo que hablar con Takeshi, decirle lo que pasó y ver si podemos salvar lo nuestro.


Tal vez, todavía la esperanza no estuviera muerta. Quería creer en eso, quería creer con todas sus fuerzas. No había terminado decir aquellas palabras cuando, Shin detuvo un taxi y justo frente a ellos, a unos pocos pasos, venía Takeshi pero no venía solo. Taiki lo miró con el ceño fruncido, totalmente sorprendido.


Lo pensó mil veces antes de finalmente decidirse a ir. En la última manzana, pensó que no lograría llegar, las piernas no le respondían y no sabía si tendría la fuerza suficiente para verlo después de saber lo que hizo.


—Takeshi-kun —escuchó de pronto una voz chillona llamándolo y vio a alguien que se colgaba de su brazo.

«¡Mierda! ¿En serio? ¿Podré tener peor suerte?» pensó, saludando a la chica e intentando recuperar su brazo.

—Hola, Hana-san, ¿cómo estás? Disculpa pero tengo prisa.


Shinomori Hana era su compañera de trabajo y estudio, para su fatalidad. Era una chica bastante obstinada y terca. Por mucho tiempo había estado obsesionada con Takeshi. Aun cuando se hizo novio de Taiki, ella no había abandonado sus esperanzas, aunque al decir verdad no tenía ninguna. Pese a su carácter y a su belleza (era de tez blanca, ojos color miel, alta y de cabellos negros y ondulados) la única realidad es que no tenía ni asomo de oportunidad frente a Taiki, pero la muy idiota no lograría entender eso ni en mil vidas.

La chica no hizo caso al tono de molestia en la palabras de Takeshi y el joven no hizo más intento de soltarse, pues vio a su novio envuelto en los brazos de su hermano, pálido y con una expresión cansada.

«Lo hiciste».


♪Cuando vine aquí era más.

Ahora tengo que venir para destruirlo.♪


Sus pensamientos eran un caos. Caminó hacia ellos, con la molesta de Hana colgando de su brazo, diciendo una sarta de estupideces que no alcanzó a oír.


—Takeshi —murmuró con debilidad, Taiki.

 

♪Y ni puedo dejar ir nada.

Y es una vergüenza en lo que nos convertimos.

Cuando dañamos a los que amamos.♪

 

—¡¿Cómo pudiste hacerlo?! —Estaba ciego, estaba dolido, estaba consternado. Estaba desesperado como quien pierde el último atisbo de luz que tenía y con ella se iba, quizás, todos sus buenos y adorados sentimientos por la persona que más amaba en el mundo.

Qué triste puede ser el egoísmo abrazado al dolor cuando no te deja ver más allá de tus propias heridas, causando otras, mucho más dolorosas, que no puedes ver por culpa de tu estúpida ira, por los impulsos de tu tan humano corazón.

Taiki miró a la chica que no dejaba de observar todo, curiosa y se pegaba más al cuerpo de su Takeshi. 

—Takeshi, no es... —comenzó a decir Shin.

 

♪Y hay un lugar al que no puedo ir nunca más.♪

 


Taiki no dejó que su hermano dijera nada, tomándole de la muñeca, deteniéndolo. Ya estaba harto de las acusaciones de Takeshi. Que creyera lo que quisiera creer. Estaba cansado de que su supuesto novio no le entendiera, que sólo supiera insultarlo y acusarlo sin ponerse jamás en su lugar. El amor no era eso, el amor no era egoísta, no hasta el punto de lastimar al otro.


—¿Y vienes aquí, con esa colgada de tu brazo, a reprocharme? Eres un descarado. ¿Cómo pude creer que me amabas? —Si nuestras bocas pudieran decir lo que grita nuestro corazón esclavizado por nuestro orgullo silencioso, tal vez no existirían en este mundo los corazones rotos, ni las canciones de desamor no tendrían tanto éxito.

 

♪Cuando chocamos, nos perdemos a nosotros mismos.

Cuando chocamos nos partimos en dos.♪

 


Takeshi soltó una risa amarga.

—¡Ja! ¡Y ahora resulta que yo soy el descarado! —gritó Takeshi desde el dolor y la rabia que sentía— Pues yo por lo menos no soy un asesino que acabó con la vida de un inocente.

 


♪Y Cuando empujamos y empujamos,

lastimamos a los que amamos.

Es un grave error.

Cuando chocamos, nos partimos.♪

 


Palabras mortales que no son amigas de los verdaderos sentimientos, pero que causan heridas tan graves que tal vez no puedan llegar a ser cicatrizadas. El amor resultaba ser esta clase de arma de doble filo. De cualquier manera, no se puede evitar, desde el momento que te enamoras, estás destinado a sentir dolor.


Takeshi habría seguido gritando improperios pero el puño de Shin se estrelló contra su rostro haciendo que cayera al suelo.


—¡Eso es para que pienses antes de hablar, idiota! Si te vuelves a acercar a mi hermano para decir otra estupidez de esas, no va a ser la boca lo único que te rompa.

Takeshi se limpió el hilo de sangre que salía de su labio partido. Taiki lo miró con tristeza, Shin lo tomó del brazo, con cuidado, para llevárselo, pero antes de irse Taiki habló

♪Cuando el frío se nos viene abajo,

y la pelea que perdimos, ¿de qué se trata?

Te puedo decir que lo dejes ir.♪



—Pensé que nuestro amor valía la pena. Pero tú sólo te has dedicado a juzgarme sin ponerte un segundo en mi lugar. Me engañé todos estos años, tú no sabes amar.


Takeshi vio cómo Shin metió a su hermano en el auto, este incluso se atrevió a mirarlo con lástima, antes de subir al auto.


—¿Takeshi- kun? ¿Vamos al parque?


Todo eso era una mierda.


—¡Déjame en paz! —Finalmente se soltó del agarre de su compañera, haciendo que casi cayera, y se fue dejándola con la palabra en la boca.

—Vaya carácter. Por eso me gustas.



Cuando se despertó estaba seguro de que aún era de madrugada, pues nada más al reaccionar, aún sin abrir del todo sus ojos, no fueron capaces de apreciar los haces de luces que solían entrar por la ventana.
—Shin, hermano —La voz de Taiki quien lo llamó entre sueños, muy débilmente, despertándolo.

—¿Hmmm? Taiki, ¿qué sucede? ¿Te sientes mal?

—Me... duele... mucho... —dijo asustado, entre sollozos. Shin prendió de inmediato la luz de lámpara y observó su rostro compungido, completamente pálido. Las lágrimas empezaban a descender de sus ojos esmeraldas. Sintió con terror un líquido viscoso debajo de las sábanas, alcanzándolo también, por lo que las levantó al instante, tirándolas al suelo.

—Oh, mierda. —Casi toda la cama ya estaba cubierta por sangre, esta provenía de la entrepierna de Taiki. Su hermanito tenía las manos unidas sobre su vientre, mientras se retorcía del dolor.


Lo primero que hizo fue llamar a emergencias desde su celular, sin apartarse del menor, no quería dejar solo a su desconsolado hermano.

—No. No quiero... no quiero perder... mi bebé... hermano... —pronunciaba bajito con su rostro empapado de lágrimas y la consciencia rehuyéndolo, mientras sentía cómo, con el máximo cuidado de no moverlo mucho, el mayor colocó su cabeza en su regazo y acarició sus cabellos, acunándolo. Quería alejar todo mal de él, quería que ya no sufriera más.


«Por favor. No. Ya no más», rogó para sus adentros, en una oración silenciosa y desesperada.


—Shhh, tranquilo. Todo va estar bien. —Quería creer en ello, debía hacerlo.

 

Notas finales:

Muchas gracias a quienes leen y comentan, que son una de las razones principales por las que que continúo con esta historia.


 


¡Les envío un abrazo!


 


Recibo todo tipo de críticas en los comentarios o, si sólo quieren contactarme, les dejo mis datos:


 


Correo:


 


nathalia.villagra@gmail.com (con minúscula la primera n)


 


Facebook: 


 


https://www.facebook.com/LadyTrifecta/


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).