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YOUTHFUL HATSUKOI por Lady Trifecta

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Notas del capitulo:

Música del capítulo:

Daughtry - I'll Fight  

https://www.youtube.com/watch?v=eEel9ulh9LI&list=RDeEel9ulh9LI&start_radio=1

 

 

 

Querido Diario:

                        No ha sido nada fácil. Y probablemente se haya ganado el primer lugar en la lista de las cosas más difíciles que he hecho en toda mi vida. No sé en definitiva si es lo mejor, pero me siento un poco menos pesado.

                        Yo sé que él me entiende. Lo siento en el corazón. Es algo que me resulta incompresible explicarlo en simples palabras, pero el corazón de mamá me entiende. Sonrío. Y es que hace mucho que no lo llamo de esa peculiar manera. A veces creo que él sabe cómo se siente un corazón destrozado porque él alguna vez lo tuvo.

                        Él también me ha sonreído, y no me ha mirado con desprecio o lástima. No. Allí solo había un inmenso y tierno dolor, y el amor más grande que he sentido en toda mi vida. Él siempre me lo ha dado.

                        No. No me siento bien. Entre sentirse menos pesado y bien existe una diferencia abismal, y no creo que nunca pueda sentirme bien completamente. Pero si logro sentirme un poco menos mal, sé que habré dado un paso enorme. Sé que me queda un largo camino por recorrer, pero me basta que él me haya prometido que lo recorrería conmigo.

                        Cuando le mostré las heridas, se quedó en silencio en lo que fueron nuestros diez minutos más largos. Luego de ese eterno momento en que pensé y no pensé en todo y en nada, él tomó mis manos entre las suyas; acarició las cicatrices de las heridas que yo mismo me había infligido alrededor de todos esos años, cuatro para ser exactos. Los doce años no es una edad ni para saber todo de la vida ni para no saber nada, sin embargo, yo ya no podía resistir para ese entonces.

                       Mi mamá me miró a los ojos, luego acarició levemente mi mejilla y allí me percaté de una cosa: Ambos estábamos llorando. Una cascada de dolor cayendo en un puro e infinito silencio. No queríamos ni podíamos expresar todo lo que sentíamos. Era algo demasiado profundo, demasiado devastador, y creo que ambos temíamos que cualquiera de los dos podría desaparecer en un solo soplido si pronunciábamos palabra alguna. Pero él dijo una: «Perdóname».

                       Y, así de simple, él cargó con toda la responsabilidad, todo mi dolor, toda la soledad, y todos esos momentos en que deseé morir. Los cargó en sus hombros. Los cargó como si él fuera el objeto punzante con el que me había hecho daño cada maldita vez. Y lloré aún más y, como cuando era un niño pequeño y asustadizo, recosté mi cabeza en su regazo, y lo abracé por la cintura. Bueno, yo siempre sería su niño pequeño. De eso no nos cabía la menor duda.

                       No pude decir ni una sola palabra. Ninguna. ¿Qué y cómo le dices alguna estúpida palabra, que cargue un poco de valor, a la persona que más te ama en el mundo, cuando le destrozaste el corazón?

                       Lo juro por el amor puro y sincero que le tengo a mi familia, yo no quería hacerles daño. Pero una vez más, ya no podía más. Y temía que si no se lo decía entonces, quizás ya sería demasiado tarde para mí.

                       Me quedé dormido, recordando el sabor de mis lágrimas, el nudo en mi garganta, el dolor de cabeza y las caricias de él entre sus arrullos. Ese fue mi último recuerdo antes de que Morfeo me secuestrara y me llevara consigo al palacio de los sueños.

 

 

Mientras más pensaba en ello, más preguntas surgían en su cabeza, y más le dolía. Y más se culpaba. Se encontraba parado frente al alféizar de la ventana de la sala, observando la lluvia de invierno caer en medio de aquella densa bruma que rodeaba el ambiente montañoso en el cual vivían desde que su hijo más pequeño cumpliera los cinco años. Ya era medianoche.

No podía evitar sumergirse (hasta el punto en que sentía estaba comenzando a ahogarse) en el profundo océano de sus pensamientos, y de sus recuerdos. El ruido del teléfono sonando interrumpió el hilo de sus pensamientos.

—¿Diga? —Ni siquiera había mirado a quién pertenecía el número de la persona que lo llamaba.

—Mi amor, discúlpame si te desperté. —El vaso de agua que tenía resbaló de sus manos, terminando rota en el suelo.

—Ka-kanade.

—¿Qué fue ese ruido? Sonó como a algo rompiéndose, ¿estás bien?

—S-sí. Lo estoy.

—Tu voz suena ronca, ¿estás resfriado?

—Q-que estoy bien.

—De acuerdo. No te molestes conmigo. Solo estoy preocupado por ti. De todas maneras si me lo dices, yo te creo.

—Ya. ¿No has terminado aún el trabajo en la editorial?

—Por eso te llamaba. Verás, pensaba llevar el trabajo a casa pero debo ir a la casa de una mangaka en Osaka.

—¿Y cuándo volverás?

—Lo más probable es que me lleve todo el fin de semana, debemos entregar el manuscrito el lunes —De verdad lo decía con fastidio y molestia, como si fuera la peor cosa del mundo trabajar durante el fin de semana, y es que para Kanade lo era.

—Está bien —dijo sin más, en un tono neutral.

—Oh, vamos, no te enojes. Perdóname Yuu, de verdad que yo no quería esto, pero sabes cómo es Masamune de esclavizador. Prometo recompensarte el resto de la semana. Sabes que después de fin de ciclo todo se vuelve mucho más relajante... —Se detuvo un instante— espera, ¿qué dijiste?

—Dije que está bien.

Kanade, quien hasta hacía cinco segundos estaba caminando de un lado del otro de su oficina en la editorial, tomó asiento y esperó a asimilar la respuesta de Yuu.

—¿No estás enojado?

—No.

Algo no estaba bien. Yuu no era así, la mayoría de las veces le reclamaba como niño chiquito el que no tuvieran mucho tiempo juntos. Bueno, no es que Yuu no comprendiera su trabajo, pero el que tomara sus días de descanso y que le correspondían a su familia como horas de trabajo extra era algo que de verdad podía agotar sus nervios en no muy pocas ocasiones.

—¿Está todo bien, Yuu?

—¿Eh? Claro —dijo con una sonrisa forzada. Aun cuando su esposo no podía verlo en ese mismo instante, creía tontamente que de esa manera podía convencerlo, incluso cuando todo su cuerpo era el reflejo de que no estaba bien. No estaba para nada bien.

—¿Me estás mintiendo?

—No. Yo no... —Se detuvo entonces, llevó sus manos a su boca para reprimir sus sollozos, y recompuso su sonrisa falsa, casi como si con ella pudiera reconstruir la parte que estaba rota en él— regresa pronto, ¿sí? Cuídate mucho, Kanade. Te extraño.

Suspiró. Entendió que Yuu no le iría a decir nada en ese momento. Cuántas ganas de ir corriendo a su lado, de besarlo, abrazarlo y amarlo de mil maneras posibles, aunque ahora mismo sólo podía amarlo de novecientas noventa y nueve formas, y novecientas noventa y nueve maneras de amar eran muy pocas.

—Te amo Yuu. Yo también te extraño.

—Y yo también te amo.

—Me saludas a los chicos y les dices que los amo. Con un beso a cada uno, y mejor si es en el centro comercial —Entonces, ante aquella rara petición, una pequeña risa sincera salió de sus labios conjugándose con las lágrimas que en silencio estaba derramando y mojaban sus mejillas. Ellos sabían bien que los chicos odiaban las demostraciones de afecto de su padre desde los ocho años de edad, y más aún en público y, ¿quién los podía culpar? Sin embargo, Kanade adoraba todos y cada uno de los berrinches de sus hijos, así como los de su esposo.

—Lo haré.

Colgó el teléfono y se recostó en el sofá, abrazando uno de los cojines, apretujándolo en busca de un consuelo que no existía en este mundo, y amordazando su boca con ella para amortiguar sus emociones, para que esa noche sus hijos no escucharan su ya incontenible llanto.

A la mañana siguiente, mientras Yuu les preparaba, minuciosa y esmeradamente, el desayuno a sus pequeños, Yuki se tomaba todo el tiempo del mundo para levantarse de su cama y enfrentar al mundo, o a algo mucho peor que eso, su madre.

«Diablos. No quiero hacer esto, no quiero hacer esto. De verdad, no quiero hacer esto».

—De verdad no quiero hacerlo —soltó un profundo suspiro, y se levantó con duro pesar. Pese a su letanía, y a las mil veces que pudiera pedirlo en voz alta, escapar de la realidad era algo complicado. Se llamaba simplemente el acto de vivir.

—Yuki, ven a desayunar hijo —le detuvo justo en el momento en que intentaba escapar sin que se dieran cuenta.

—Pero...

—Ven. —Era un orden y no un pedido.

—¡Buenos días, familia! ¡Yuki, hermanito! —Yue se acercó, recién bañado, todo mojado y sin vestirse, con nada más que una toalla en la cintura, hasta su hermano. Lo abrazó y lo levantó en el aire, dándole una voltereta, dejándolo poco rato después en el suelo, algo mareado y aturdido.

—Hey, me alegra que estés feliz pero ahora debo cambiarme toda la ropa por tu culpa, ¿podrías ser cariñoso, seco y con ropa? —Yue le sonrió cálidamente y alborotó sus cabellos— Genial, ahora debo peinarme también.

—¡Mamá, buen día! —Con una expresión estoica, Yuu le echó una mirada a su hijo, aunque con una leve sonrisa. Yue nunca era muy expresivo pero, como toda persona, no podía ocultar el hecho de que estaba rotunda y perdidamente enamorado.

El simple hecho de ver tan feliz a Yue calentaba su corazón hasta hincharlo enormemente, mientras quemaba uno de los hotcakes.

—¡Cuidado! —Yue apagó la cocina de inmediato y echó la sartén en el lavatorio, abriendo las ventanas para que saliera el poco humo ya producido.

—¡Fue tu culpa! ¡Santo cielo, Yue! —Lo reprendió mientras arreglaba todo el desastre ocasionado. Yuki se acercó y les dio una mano para preparar el desayuno— Hace mucho no me llamabas de esa manera. Pensé que te daba vergüenza —Se refería, lógicamente, a lo de «mamá».

—Qué extraño, y fíjate qué ironía, porque yo pensaba que al que le daba vergüenza era a ti.

—¿Eh? ¿Cómo se te ocurre que me daría vergüenza mi propio hijo?

—Eh, ok, ok. ¿Podríamos tener esta charla sin que me señalaras, de manera peligrosa, con esa espátula derramando aceite caliente?

—¿Eh? Ah, sí, sí —respondió algo aturdido mientras lo dejaba en su lugar y tomaba asiento.

—Mamá, ¿te pasa algo? —inquirió, dubitativo y con la expresión seria.

—No, nada. ¿Por qué habría de pasarme algo? —Nervioso, se sirvió los hotcakes y buscó la miel, la cual no lograba encontrarla pese a estar en frente suyo todo el tiempo.

—Yuki, ¿tienes la miel? ¿Me la pasas? —Yuki y Yue se miraron algo preocupados, pero Yuki alejó la mirada en un santiamén. Yue de inmediato sospechó que ambos estaban ocultando algo de él; no pasó desapercibida la poca comunicación entre su hermano y su progenitor, ni tampoco las huidas de las miradas del menor.

—Toma —Yuki se la pasó, aunque estaba mucho más lejos de él y estaba precisamente junto al plato de Yuu.

—¿Eh? ¿Estaba allí? Mira qué distraído ando. Ha de ser la falta de sueño.

—¿Y por qué no puedes dormir bien? —inquirió Yue.

—Y tú, ¿por qué tanta felicidad, eh? —No pasó inadvertido el hecho de que fue olímpicamente ignorado pero decidió tratarlo más tarde. Probablemente lo que sucedía era un problema entre su padre y su hermano y no le incumbía, pero no podía evitar preocuparse― Cuéntame. ¿Tiene algo que ver con un pequeño revoltoso de ojos azules? —La sonrisa de Yue se ensanchó de oreja a oreja.

—Sí, es que, ¿sabes? Aoshi es... —Miró hacia ninguna dirección en específico con una sonrisa bobalicona. Parecía no encontrar las palabras adecuadas o suficientes para describirlo— nunca me lo imaginé, lo juro mamá —Entrecruzó sus dedos entre sí, como prometiéndoselo, causando sonrisas tanto en Yuu como en Yuki. Se inclinó y les dijo aquello como la maravilla más grande del mundo, y recién descubierta―. Nunca imaginé que estar enamorado y ser correspondido se sentiría de esta manera. Tan... tan...

Yuki se sintió un poco fuera de lugar. Yuu puso una pose pensativa.

—¿Perfecto, maravilloso, increíblemente milagroso pero al mismo tiempo, magníficamente real?

—¡Exacto! ¿Cómo haces para tener una respuesta para todo?

Yuu rió con sinceridad entrañable.

—Es el trabajo de los padres.

—Por cierto, ¿y papá? —Yuu dejó su desayuno pues ese tema le recordó lo que debía de hablar con su esposo. Pese a ello, y sin mayores contratiempos, pudo contarles a sus hijos brevemente que Kanade no podría llegar a casa hasta el lunes por motivos de trabajo.

Poco después terminaban su desayuno sin mayores percances. Yue fue el primero en salir. Se acercó y besó en la frente a Yuu. Resultaba algo simpático y muy tierno de ver pues, pese a sus diecisiete años, el menor ya le pasaba en altura unos diez centímetros a su propio padre.

―Ya no te preocupes. Come todas tus comidas y descansa, ¿ok?

Yuu hizo mofletes, y luego le dio un coscorrón a su hijo.

―Se supone que esa es mi frase, mocoso. Pero ok, vete ya, y te cuidas. Te amo.

―Te amo.

Una vez que el área de salida se vio despejada, Yuki se atrevió a pensar que podría huir desapercibido.

―Hey, Yuki, espera. Tenemos que hablar ―Escuchó ese tipo de tono.

«¡Rayos!» Ni en mil años. ¿Cómo se atrevió a considerar siquiera que tenía la posibilidad de escapar?

―¿Pasa algo? ―inquirió inocente pero con la mirada cabizbaja.

Sí, demasiadas cosas atoradas dentro de su pecho, deseando poder encontrar alguna salida de emergencia y que llegaran hasta Yuu, pero que no podían simplemente salir. Mientras adentro se incendiaba, y él no podía salir. Tenía mucho miedo.

―Hey... ―Yuki finalmente habló. Al levantar la mirada, puesto que Yuu no había continuado, se dio cuenta de que estaba llorando. El menor se acercó y limpió la lágrima fugitiva que rodaba por su mejilla― ¿Te sientes muy mal? ¿Estás cansado?

Yuu jaló y sumergió a su pequeño Yuki entre sus brazos. Lo mantuvo allí, esperando a que de aquella manera ocurriera un acto de magia y le devolviera la tranquilidad y el sosiego perdidos a su alma. Quizás, solo quizás, la tristeza podría desaparecer por un acto de magia. Sí, quería pensar de esa manera. Pero no era la realidad. El solo hecho de desear algo nunca sería suficiente para convertirlo en verdad.

―Te quiero mucho ―susurró con culpabilidad teñida en su voz quebradiza. Yuki odiaba con toda su alma ser el causante de toda esa tristeza que se derramaba a borbotones de su padre, la persona que más lo amaba en todo el mundo. Él no creía merecerlo, no cuando no podía cuidar ni un poco de todo ese inmenso cariño puro, infinito y tan suyo―. Dime... dímelo. Dime lo que sea, y lo haré. Ya no quiero que estés triste ―dijo, mirando de frente al mangaka.

―Vamos a luchar juntos. ¿Sí? Sólo prométemelo Yuki. Prométeme que lo haremos juntos. Porque estamos juntos en esto.

―Te lo prometo, mamá. Yo...

―Dime lo que sea.

―Quiero pedirte algo. Pero no quiero que te enfades.

Yuu arrugó el ceño.

―Hey, jamás. Si es para que estés mejor, lo que sea. Solo tienes que decirme.

―Por favor, es el único favor que te pediré jamás ―echó un suspiro cansado― no se lo digas a papá. No quiero que lo sepa. No aún. Por favor, mamá. Lo conoces, sabes que estallará. Sé que no podemos evitarlo pero prefiero mil veces que sea más tarde que temprano. Lo amo demasiado, no quiero... no sé si pueda verlo destrozado por mi culpa. Sé que también estoy haciendo lo mismo contigo y que no tengo perdón, pero no quiero que cambie su manera de mirarme.

―Oh, hijo ―Yuu exhaló un profundo y muy duro suspiro―. Mi Yuki, sabes que él te ama.

―Mamá ―Yuki tomó sus manos. Allí estaba. Esa mirada que conmovía a su mundo entero. ¿Cómo negarle nada cuando se lo pedía de aquella manera? ¿Cómo, cuando él también tenía miedo? Él solo quería sostener y cuidar de su pequeño niño, aunque le costara el mundo entero.

Esta vez fue Yuu quien limpió las lágrimas de Yuki. En su corazón sabía qué era lo correcto pero cuando tienes el miedo de perder a un hijo, no hay respuestas correctas en este mundo.

―Yo se lo diré. Cuando me sienta listo. Yo se lo diré. Te lo prometo.

―Está bien.

 

De esa manera cerraron su pacto sobre una base sólida llamada amor pero con una trinchera muy frágil que los unía a ambos, llamada miedo. Sería su pequeño secreto.

 

Notas finales:

Muchas gracias a quienes leen y comentan, que son una de las razones principales por las que que continúo con esta historia.


 


¡Les envío un abrazo!


 


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